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La rana. Lola Soria, Manuel Lozano y Fernando Rebollo

La rana.




Aquí te envío un relato sobre unas ranas muy peculiares. 
Ha sido elaborado entre Lola Soria,  Manolo Lozano y un servidor
esperamos que te guste.

Un relato que tras estas palabras comienzo a escribir, un relato que habla de un abuelo camino de las parras, camino de la tierra que cultivaba y lo que le sucedió en ese trayecto. 

Beires, otoño en Beires, sentados en la chimenea el abuelo contaba historias a los niños allí congregados. Los troncos ardían impulsados por la leña fina que el abuelo había colocado apenas cinco minutos antes. 
Maribel su nieta le había pedido que le contase alguna historia, venga, abuelo, cuenta abuelo. El abuelo se hizo de rogar un poco pero como los demás niños también insistían al final se decidió. 
"Pues veréis, una mañana iba al campo con mi azada y una talega donde llevaba la comida, pues muchos días almorzaba yo en el campo, clareaba el día, los gallos cantaban, kikirikí, kikiriki, los perros ladraban a mi paso, guau, guau, guau, pero como estaban encerrados en los corrales no podían hacerme nada. Tres cosechas perdidas, me veía sin fuerzas para cultivar, ésta casi seguro que sería la cuarta.
En las afueras del pueblo se podía observar como el sol no tardaría en salir, aunque todavía había sombras. En los árboles había un poco de rocío en sus troncos y en sus hojas, la hierba estaba mojada y mis botas se mojaban al pisarla, pues bien, cuando emprendía el camino del terreno que iba a cultivar, en un recodo del camino junto a un pequeño lago me encontré una gran rana, de color verde intenso, al mirarla empezó a croar y otras ranas vinieron hacia el lugar donde se encontraba ésta y también comenzaron a croar, jamás había visto tantas ranas juntas." 
Tu lector te preguntarás. Qué hace una rana grande, inmensa a estas alturas del relato, si el hombre iba alegre y confiado a cultivar la tierra. Qué culpa tengo yo lector, si al croar de esta vinieron otras y la orilla del camino se convirtió en una procesión de anfibios en la amanecida. Qué culpa tengo yo, qué culpa tiene el abuelo de que en un recodo del camino hubiese un pequeño lago donde las ranas se criaban grandes y hermosas, sigamos pues, que a estas alturas ya tengo curiosidad por saber lo que pasó. 
Giré la vista al camino y la rana grande dejó de croar, las demás se tornaron silenciosas emulando la conducta de su jefa. Proseguí camino hacia la tierra, la rana grande daba saltos y las demás hicieron lo mismo sobre la hierba. Me percaté de esto y de nuevo giré la cabeza para ver que pasaba, en ese momento comenzaron a croar de nuevo, salí corriendo despavorido y las ranas dando saltos y croando me perseguían. Vaya escandalera, yo estaba aterrado, tanto miedo tenía que dejé la talega y la azada en medio del camino, las ranas dejaron de croar, hicieron una gran círculo rodeando lo que se me había caído.


Proseguí camino, no me atrevía a volver al pueblo, miedo tenía que esta multitud de anfibios me persiguieran, todavía me quedaban varios recuerdos como el anterior y temía el mismo encuentro, los mismos sucesos. 
A medida que mis pasos me llevaban a la siguiente charca mis ojos se anticipaban e intentaban intuir lo que allí había, diez metros y ya estoy cerca, el camino y al lado la charca. Agua cristalina que deja ver el fondo y una diminuta rana sobre una pequeña piedra que al verme se sumergió en las aguas. Suspiré aliviado y proseguí camino. 
Tenía que pasar una pequeña corriente, salté sobre las piedras cuidando de no caerme al agua que se remansaba tras su lucha con las ruedas del molino que a escasos cien metros se encontraba. Un, dos, tres, cuatro y ya estoy al otro lado. El sol ya estaba fuera, los primeros rayos atravesaban las aguas, pequeños pececillos en bandada de un lado a otro del pequeño lago y una rana grande sobre una gran laja, de ojos vivos, inmutable ante mi presencia. Muevo un brazo para asustarla y comienza a croar, otras ranas, infinidad de ranas salían de las aguas y se colocaban en la orilla, mil, dos mil, tres mil ranas, grandes, pequeñas croando en las primeras horas día, alrededor de las piedras de paso, por todos los lugares del pequeño lago. 
Huí despavorido, subí la cuesta tras la cual se encontraba el valle en el que estaban los aceituneros, las parras, la alberca, el pozo. 
Tu.
¿yo?
Si tu, escribiente a un teclado pegado, deja al abuelo en paz ¿es que acaso no lo vas a dejar comer hoy?, ¿es que vas a llenar su tierra de anfibios, que de nuevo harán entrar en sus oídos ese ruido maravilloso en bajas cantidades e infernal en muchas?
No lo sé duende, no lo sé, no conozco aún la tierra que hay tras de la cuesta, trece líneas quedan para acabar el folio y ¡hay tantas cosas!, La tierra de Beires es tan fértil en recuerdos, historias, que no podemos más que dejarnos llevar por las aguas, por los vientos, por las ranas, por los viejos molinos. Deja duende que mientras el abuelo se sienta sobre una piedra y divisa el valle, por mis oídos suenen los cascabeles de Rosana, de esta canaria que en el domingo en el cielo a la par que los gorriones me canta lo que me quiere. "Al son de los cascabeles los domingos en el cielo....", muévete chiquilla, alegra esa cara, ese cuerpo, un, dos ... "Al son..." Ese acordeón, ay, ay,, "al son.."
La subida me había fatigado y al final de ella decidí sentarme en una piedra antes de disponerme a bajar al valle, las ranas habían agotado buena parte de las energías del desayuno. Quedé profundamente dormido, aunque el aire estaba un poco frío el sol ya comenzaba a dar en mi cuerpo, el lateral de la montaña me resguardaba de los fríos aires del Norte, ya conocéis ese lugar porque soléis pararos cuando vais a la alberca los veranos a bañaros.
Soñé que miles de ranas, grandes, pequeñas araban la tierra, eliminaban las malas hierbas dando saltos sobre ellas, sacaban agua de los arroyos, de los pozos, de las charcas y regaban las parras, los ajos, las cebollas, el perejil, asustaban con su croar a las alimañas, cuidaban los garbanzos y el trigo, nutrían sus raíces de agua, metían en ellas humus de otras tierras, abonos naturales, abrigaban las raíces de los aceituneros con hojas secas de álamos, convertían aquella tierra en el vergel que hacía cinco años fue. Cuando desperté miré el valle, miré mi tierra y la encontré más verde que nunca, emprendí carrerilla hacia allá ayudado por la bajada. El trigo había crecido, las parras comenzaban a augurar las uvas más jugosas de todos los veranos, los olivos estaban cargados de flores, de futuras aceitunas, ajos, cebollas, perejil frondoso, papas que hacían abombar la tierra de tan grandes que eran. 
Miré al cielo y pregunté que pasaba, había ocurrido un milagro, mi voz rompió el silencio de la mañana, demasiado ocupados debían estar allá arriba pues no hallé respuesta, pequeña voz la mía, para un cielo tan grande.
Me lavé la cara con agua fría del pozo, pues parecía no haberme despertado de aquel sueño, volví a mirar y era real lo que veía, la tierra sabiamente movida, toque las bolsitas de los garbanzos, auguraban una gran cosecha, el trigo estaba hermoso, muy crecido, las parras, los aceituneros, que maravilla...
Volví al pueblo rápidamente, quería contárselo a vuestra abuela, a mis amigos, retorné por el camino. Esta vez no encontré a las ranas en las charcas, el agua había desaparecido de ellas, incluso el arroyo de las piedras había menguado a pesar de seguir corriendo. La azada puesta en pie me esperaba en medio del camino, la talega junto a ella. La recogí y volví al pueblo. Nunca volví a ver a las ranas, las aguas menguaban en los arroyos, aunque no se secaron.
Las cosechas fueron llegando, los garbanzos que nos dieron años y años de pucheros, tiernos y hermosos que se deshacían en la boca, trigo que llenó el almacén, grano grande y fino, las uvas exquisitas, cebollas, patatas hermosas y grandes de las que comimos todo el pueblo, melones, sandías, orzas y orzas de aceitunas para machacar, para aceite.
Cada mañana al amanecer camino de la tierra un maravilloso sonido entra en mis oídos, miles, miles de ranas, con su croar al unísono se cuelan en mi cabeza. Ranas que cultivan la tierra mientras yo duermo. Nunca más las vi, pero sé que están ahí, cuidando de nosotros.


año 1, nº 1- agosto 2000. La voz de la cometa. 
Taller literario. Tu voz en Internet
pág 147- 151

Libro de Aniuska. Fernando Rebollo

Esta historia, como otras muchas que he escrito, tiene como base conversaciones de chats en la #taberna Andaluza. Es un buen medio para disertar y crear historias, sobre todo cuando mis interlocutores (amigos/as) son tan imaginativos como Mercedes, o en este caso, chispita, de imaginación de las Alpujarras almerienses.


Aniuska nació una mañana fría de abril en una aldea de Brest-Lovotsk, llanuras y bosques entre pequeñas colinas que a saltos llegan a los flancos de las majestuosas montañas blancas del Norte. El Sur se muestra despejado y hacia él se internan varios caminos, uno de ellos hacia la ciudad de Brest o Brisk como le llama el padre de esta niña que lloraba cobijada entre mantas y ropas, en una cuna de madera, durante todo el día.
Dos ríos, uno más caudaloso al Oeste, el Nesbreresva, y otro algo menos, al Este, el Odeilkaya, discurren cerca de la aldea. Sus aguas bajan bulliciosas en épocas de deshielo. ¡Vasiliev!, ¡Vasiliev!, ¡ve al río a por agua!  Vasiliev es el hermano mayor de Aniuska, 6 años tenía cuando nació ella, hoy tiene 15 años, y ayuda a su padre en la confección de muebles y joyas, en los trabajos del campo, también lo acompaña a vender en las ciudades cercanas.
Primeras letras en tardes de invierno mientras fuera, la nieve lo cubría todo y la ventisca pugnaba por romper los cristales y abrir las ventanas.  Al calor de la chimenea, con la luz de candiles de petróleo, y velas, aparecieron las primeras letras de la mano de su madre, cirílico y con él las montañas, los bosques, el hielo, la nevada, el azar, las fiestas de palacio, patinar (verbo: Deslizarse o ir resbalando con patines sobre el hielo llano y muy liso). La niña sueña con el hielo, con moverse en él, se ve en su espejo. Hebreo, la religión y la identidad, su padre sueña con volver a un lugar que ni siquiera su bisabuelo conoció, pero allí lo pone, en los libros, y hasta su tío, sastre en Brest-Livotsk, sentencia "el año que viene en Jerusalén Vasiliev, el año que viene".
Pero el año que viene Jerusalén no estaba allí, sino los ríos y montañas de siempre y los fríos y los hielos y Aniuska sueña, ve su delicado cuerpo reflejado en el hielo, deslizándose en el lecho del río helado patinando al son de una música que resuena en sus adentros, un violín sereno que se abre paso entre el grisáceo cielo, entre el blanco de la nieve, entre las copas de pinos y abetos, la montaña a lo lejos, y el río que se ha detenido en el valle.
"Hola Aniuska, he adivinado tus sueños, y he venido al río a ver cómo bailas sobre el hielo, toma estos patines, póntelos" Temblaron sus piernas, casi se cae al hielo, pero sólo fue casi, porque como los perros que nadan a pesar de no haber visto nunca el agua, Aniuska parece haber nacido bailarina sobre el hielo.
Barbas canas y largas, ojos azules, alto, hombro y mano el violín y resuenan melodías, baila, baila, Aniuska.
martes, 3 de julio de 1999 8:20.
Fernando Rebollo para lavozdelacometa.org

La cometa y la niña. Fernando Rebollo



"La niña jugaba con la cometa, allí junto al bosque, en aquella pequeña colina, un hilo de cáñamo unía la mano a ese cruce de pequeñas maderas y tela que era la cometa, o pandorga, así la llamaban en otros lugares de Andalucía, larga cola verde, de serpiente o mas bien culebra que juega con el aire. Las lavanderas pasaban por el camino al pie de la colina y se internaban entre los álamos, con sus canastas de mimbre en los costados, en los cuadriles como ellas solían decir. Las ropas golpearían las piedras entre las que discurría el Nacimiento, aguas frías que enrojecen las manos, aguas que irían quitando manchas de tierra, sudores del trabajo diario con la azada y con el arado. La cometa, dirigía sus alcahuetos ojos hacía el bosque. Maribel había pintado dos ojos y una boca sobre la tela blanca con unos tizones.

Por entre los troncos de los árboles se colaba el canto de Pilar, que restriega que restriega, cantaba, 

"Cuando anochece en el mar
soñando que eres la roca
y yo no veo tu boca
para poderla besar
que miedo sienten las olas
mas miedo paso yo sola
cuando a mi lado no estás.
Y esa luna marinera
lo solita que ya está
vigilando a las estrellas
a la barca y a la vela
y a los hombres en el mar"


Canta Pilar y las demás disminuyen su trajín, hasta la cometa se vuelve algo sosegada, hasta el aire, vamos a escuchá que diría alguien, solo el agua actúa acompañando a la voz....."

UNA REFLEXION: Entre los cerezos por Fernando Rebollo

       
      CEREZOS EN FLOR

      Quizás el ser humano sea de un lugar, pertenezca a algún lugar donde siempre vuelve, donde siempre halla inspiración para continuar el camino.
      Amaneció un día radiante de primavera, el aire de estos días de retorno, de estos días de vuelta a encontrarse con lo que siempre estuvo allí. Quizás la ilusión y la alegría del encuentro.

      Autovía y el aire ya era otro, 50 kilómetros, desvío y tras 10 más, allí estaban, los montes, las balsas de piedra con su fondo de helechos reflejados que daban al agua un color verdoso, las casas blancas, los olivos, las cepas que intentan desperezarse y ya piensan en las exquisitas uvas negras que darán en el verano.
      Los cerezos, esta vez  esa había sido la razón, desplegaban a la primavera todo su colorido, miles de flores, con hojas nuevas, que le dan al árbol la juventud que pierde en los otoños. 

      "A un cerezo subí
       que cerezas tenía
       cerezas no cogí
       cerezas no dejé
       ¿Cuantas cerezas había?"
       
      Sentada en la tierra sobre la hierba, bajo la sombra de uno de los mas grandes, recordaba el acertijo que doña Paca les había propuesto en aquella escuela que a poco más de un kilómetro se encontraba, donde se dieron cita casi todos los de su generación.  
      Singular, chispa veloz su mente, contestó rápida, aún lo recuerda, pero doña Paca no le dió importancia, como esperando la contestación de algún más disciplinado alumno. Se sumergió de nuevo en las aventuras de Tintín y dejó que aquella morsa siguiese moviéndose por la estancia, aconsejando a sus más predilectos.

      La luz del sol se colaba fina por entre las hojas y las flores del árbol. Se que no me creerán si les digo, que un avión, un diminuto avión estaba allí (1), delante de sus ojos, con sus elegantes viajeros mirando por la ventana, con las azafatas moviéndose por los pasillos, sirviendo el zumo, ¡contigo he volado! (2), perdió altura para no chocar con las ramas y volvió a salir en busca de un aeropuerto, quizás de una gran ciudad. 

      El primer encuentro con la aviación ocurrió en la tetería Turandot donde degustaba zumos y té con pastas mientras de fondo Santana tocaba su guitarra bajo el influjo de la luna. Allí se encontraba un gran cuadro con dos hombres de mirada decidida, Orwille y Wilbur, vestidos con trajes negros y bombín, apoyándose en sendos bastones. Los caballeros del aire así rezaba en la parte superior del cuadro,  letras negras para los hermanos Wright, y un poco más abajo su primer aeroplano.

      Aquella mañana habían vuelto, se habían salido de aquella maravillosa fotografía y sobrevolaban los campos, saludando con las manos enfundandas en unos guantes de cuero negro,  

      (1) Después de las huelgas del Sepla pueden estar en cualquier lado. :-))
      (2) No, pero ya me gustaría ya, viajar a una isla solitaria con aquella morenita de Santander.

San Digitalio. Fernando Rebollo

 
A hablaros vengo de Digitalio, santo varón, santo varón amigos. Nació en el año del señor de 1234 en la comarca de Peñaranda y Brazosmontes, hijo de María Tormenta Seca y Diego de Torres y Puentes Románicos, ama de casa e hidalgo muy venido a menos de una familia de rancio abolengo emparentada con el Conde de Panza y Marqués de Barataria. Digitalio desde muy chico ya presentó una clara y rauda capacidad para contar cosas, 234 ovejas que tras dos horas de recuento fueron corroboradas. Asombrose maese Diego de tal capacidad e invitole al querubín a contar las ingestiones de trigo de los grajos, gorriones y tordos. 

Con una simple mirada ya había contado todos los grajos que el cielo poblaban, o los gorriones tras la espantada, o las hormigas, o las golondrinas, hasta calcular todos los granos de trigo perdidos por las aves, este año 189.256.789 en todo el valle. ¿Cuantas mozas de fuera han venido este año a la romería del patrón Digitalio? preguntole Diego el Soltero. Con aquella que viene por el sendero aquel 213. Estaba el prado "empetado" era fiesta, al calor de los días despejados y suaves del verano allá por las montañas. Y la gente por el pradoooooooo no dejará de bailaaaaaaaaarrrrr mientras se escuche una gaitaaaaaaaa o haya sidra en el lagaaaaarrrrrr. Tendría 14 años y enamorose Digitalio perdidamente de aquella moza alta y delgada como su madre, morenaaaaaaaaa, pero como era tiempo de cosecha, le dieron calabazas y Digitalio se envolvió en una vaga mirada, en un cuerpo dejado como un huerto al que acechan las zarzas. 

Pasaron los años y llamaronle a filas y fuese con la columna del Arcipreste Diego Calandria hacia las cruzadas. Cansose de guerrear y de regreso a casa, en el camino de Estambul, una luz azul le dijo: Digitaliooooooooooooo, Digitaliooooooooooo, coño, si era el Urdimbres su vecino, ¿que haces por aquí?, pués ya ves he puesto una tienda de veinte duros de la franquicia de Solovidrio y me va bien. Vendo objetos trochos de vidrio, pendientes que lucen y relucen a las mozuelas, toma una brújula de luz para el camino de Wyoming. Orientose Digitalio por aquella brújula y cerca de la Mancha desviose hacia Oporto, camino de Wyoming. Wyoming 4300 kms, con su equivalente a sandalias gastadas para que se pertrecharan los caminantes ponía en la pared blanca de la Taberna-tienda de abarrotes y abarrotada estaba de caminantes, el hoy negocio de ex-fraile sabatino Diego de Acuña Oro. 


Buen viaje Digitalio, que te vaya bien por Wyoming cantaron los gallos en una amanecer en el que solo los perros, el lucero del alba y los pinos fueron testigos de la aventura. En Oporto el mar, remangose Digitalio para no mojar la saya y las partes blandas, un pie, otro y otro, no cubriole el agua y paso a paso llegó hasta Virginia, niña Wolf en la otra orilla, dormía bajo un gran roble, niña Wolf para ir a Wyoming ¿por donde? Despertose la niña y dijole así: Doble usted la esquina calle de Medina calle de doña Blanca. Pero quedaban unos cuantos cientos de leguas para Wyoming, confudiole la niña, vaya, y se unió a la caravana del buhonero, sube al carromato Digitalio.

 Descubrió como convertir el agua y la piedra en oro, la nieve en granizada de limón y el amor de la mas bella zíngara que jamás había visto. Su amor era tan puro, que en sus sueños solo aparecían amaneceres claros, música de tamboriles y cantos de lavandeiras, lluvias suaves que mojan la tierra, risas y juegos de escóndite, gallinita ciega a que no me pillas. 

Tu me amas, tu me amaaaaaaaas gritaba fuera de si Digitalio. Pero el amor, como el trigo de la mejor cosecha que a punto está de recogerse, también tiene enemigos, y el cólera azoló la caravana y bajo aquel tronco al atardecer murió el buhonero buscando su sueño dorado y burbujeante de Wyoming. Errante, sin mas mirada que la suya hacia el cielo estuvo la Zíngara largo tiempo a la vez que caminaba sin esperanzas. Soy como una sombra que ha perdido el alma Y de repente, como el último rayo de la tormenta la zingara se despidió de Digitalio con beso casto y mirada azul cielo, no sin unas cristalinas gotas de nostalgia que empañaron la visión de los nuevos senderos para ambos. Abrupto y duro se mostraba el camino para Digitalio, soledad y una alta y empinada cuesta que había que subir. Una pequeña llanada al final y una piedra donde sentarse cerca de cual vigilaba con ojos vivos una perrilla que cansada del mundo vino a tumbarse junto a sus pies.

 
(Continuará). Fernando Rebollo

Calles empedradas. Fernando Rebollo

CALLES EMPEDRADAS 

              
Tamboriles y calles empedradas, casas blancas, macetas en las ventanas, en aquel balcón una linda muchacha, pero no era ella. 
Tabernas y aguardientes, fandangos y plateando los tejados la luna, Andévalo. Encinares, terrazas y cortas de brillos metálicos y sobre las aguas rojas de las minas la luna no puede verse la cara. 
Terminó la noche, ríos arriba hasta la sierra, castillos de Aroche, de 
Cortegana y de Aracena y tú no estabas, subió el ave hasta casi el techo azul del cielo y no pudo divisarte, Encinasola y solos en el mundo estaban, el ave y aquel loco. 
Vuela, vuela el ave, pequeñas fuentes, Río Ardila, Río Frío, castaños y quejigos, quejidos del loco, un grito lastimero de soledad. 
Eucaliptos y flores de jara y romero, erika andevalensis y entre el brezo de        las minas los jabalíes, colmillos afilados y hocicos hurgando entre la 
tierra, vuela el ave de nuevo al Norte. Castaños del Robledo, robles, 
paisajes verdes de Linares de la Sierra y allá la peña de Arias Montano y al 
fondo, allá abajo cerrando los ojos para no encandilarse el loco busca el 
mar confundido entre la bruma.  
              
"Desde Aracena hasta Fuenteheridos 
voy soñando dormir contigo."  

              
Y el loco sueña y el ave vuela, Cumbres y de nuevo al sur, botos camperos, 
sombreros y el Odiel que hacia Huelva camina. 
Tierra en calma, trigos, fresas y algunos olivos, viñas al Este, vinos y el 
loco se emborracha, mira la garzas reflejadas en las marismas, las espátulas 
y miles de aves cerca de una ermita blanca. 
Playas del Guadalquivir, un burro y otro loco, y otro loco más mirando por 
la ventana de aquel convento un nuevo mundo. Fray Marchena está convencido y las naves zarpan, y el loco y el ave se apuntan, esperadnos comandante esperadnos. Punta Umbría a un lado y otras playas, el ave pierde la estela de los barcos y vuelve a tierra, playas de arena fina, y el loco nada hasta la orilla, suerte comandante, y de vuelta de los barcos en las playas de Isla besos y abrazos, vino verde y calor. 

Y a pesar de que la pasión todo lo enreda, no era ella la simpar María,  Guadiana arriba, a un lado Portugal a otro España, y al Oeste Huelva.  Conquero pero desde aquel mirador no la halla. Tras el loco pinos y Paco  Isidro que canta, Parque Moret. 
Tres cosa tiene mi Huelva 
que no las tiene Madrid 
la Rábida, Punta Umbría 
y ver los barcos venir 
al amanecer del día. 
Vuela el ave y camina el loco en busca de ella, mientras por el horizonte ya 
de anochecida, como si de la luna se tratase al oeste de Castilleja sale 
Sevilla.
 
              
Nota: 
Erika andevalensis: Planta autóctona de Huelva, denominada brezo de las 
minas por darse en los lugares donde se concentran masas minerales. 
              
Un cordial saludo.  Fernando Rebollo

19.- Viejos Sones, Fernando Rebollo (76)

Hola viajero del ciberespacio, esta es nuestra sección para que conozcas un poco más la comarca del Andévalo de Huelva, para que te adentres en una tierra solidaria y en crisis, para que conozcas a estas buenas gentes, a los andevaleños del ayer, del hoy y del mañana, a los de la diáspora. Gracias por visitarnos. Esperamos tus comentarios, tus críticas y sugerencias. Cada semana un relato nuevo para que nos vayas conociendo, para que te vayas adentrando en la memoria colectiva de esta tierra.

VIEJOS SONES
Quisiéramos darte la bienvenida viajero con un fandango de nuestra tierra:
"Aquellos toques de tambor
que escuchaba de niño a mi padre
ahora los toco y los siento
y me calientan la sangre
ahora que mi padre es viento."

El tambor y la flauta que tantas veces ha sonado en las fiestas y romerías del Andévalo, "el Pollo" natural de Cartaya que una madrugada nos dejó descansando una fiesta, aguardiente y caballos en la calle todavía continuaban. Su padre el "Gallo", un tamborilero de solera, ganador de algunos premios en Madrid.

Viejas flautas y tambores suenan y rompen el silencio mañanero por las calles empedradas mientras niños y mayores lo siguen y otros se asoman a la ventana en lo que se denomina "toques de Diana".
El pollo avanza ahora y se para cerca de una puerta amiga y toca unas sevillanas de los hermanos Toronjo, "flores, flores a ella" nos dice la flauta mientras el tambor suena y los del corro permanecen expectantes. Geranios en algún balcón, algunas macetas de "pilistras" en los pasillos de alguna casa abierta, una bella muchacha con un clavel en el pelo recién bañada y perfumada que tal vez encontrará en esta ocasión amor eterno "ay amor mi cama es ancha" le diría yo. Me he convertido por momentos en un cohetero y rompo el silencio con pólvora, con más y mas pólvora para que más y mas muchachas como estas se asomen a esta procesión mañanera de toques antiguos. Sé que en algún tramo de esta calle o tal vez en la siguiente unos ojos me obligarán a parar, tal vez asomada en la baranda, tal vez tras las rejas de una ventana una linda morena o tal vez rubia (suelen ser menos frecuentes) obligue al jilguero a posarse en el limonero y cantar desde allí todo su repertorio. "Ven amor, te llevaré conmigo" parece decirle.

Entrego los bártulos de la cohetería (una tabla con dos cáncamos, los cohetes los lleva un niño) a algún aficionado a la pólvora y entablo diatriba amorosa con esta mi nueva dueña, mientras alguna vecina alcahueta toma nota de los rasgos de este forastero.  El pollo sigue avanzando con la comitiva con su alegre toque, yo me quedo, nada mejor para el amor, que este sonido de fondo. Nos veremos luego en los demás actos de la fiesta y tal vez para siempre nuestra vida será un acto, un sublime acto de amor.

Sultanas de coco, toma niña para ti, tomamos, mientras ella me cuenta las peculiares características de la fiesta, mientras se emociona a la salida de la virgen de su ermita, mientras contempla como una vecina llora la muerte de su hijo junto al altar, mientras ve como bailan la antiquísima danza de las espadas junto a la virgen. Sentados en una silla de nea, en un patio, meses mas tarde una muchacha y un muchacho hablan de sus cosas, proyectos e incertidumbres, nuevos y viejos caminos.

La caravana del tiempo no se detiene y años mas tarde le nacerán retoños en Sevilla primero, luego en Madrid, que por Navidad vendrán a ser acogidos en los brazos de una cariñosa anciana que los llenará de atenciones, "Mis niños, mis niños", aquel viejo campesino echará una lagrimita de emoción casi a escondidas (los hombres no lloran). Estos niños siguen en la distancia siendo del Sur, de un Sur donde siempre encontraron el calor humano, ese calor del que tu amigo Miguel nos hablas.

Revista n 2, año 2 Diciembre 2000

Minero Triste.- Fernando Rebollo

Sube despacio la cuesta Manuel, hasta acercarse al malacate que alto como vigía divisa toda la sierra, la silicosis pesa en sus pulmones, mina, mina, mina y campo es todo lo que Manuel ha conocido, aguardiente en la taberna, fandangos y zarzas que crecen libres en los barrancos donde el agua roja de minerales no ha llegado. Manuel siente tristeza, el malacate ya está mudo, allá abajo en el fondo el agua negra y sin luz inunda toda las galerías. Riotinto, La Zarza, Herrerías, Tharsis, Buitrón y muchas otras viejas minas por las que su familia se dispersó buscando el pan hoy nada más que tienen silencio.

Riotinto la más vieja mina de Europa fallece en una agonía de hilos no controlables, hilos que fueron creciendo en sus cortas hasta hacerse poderosos, hilos que han trenzado comunicaciones por canales metálicos, precio del cobre, coyuntura mineral. Se acerca Manuel al pozo y ve como las traviesas de madera parten desde el comienzo hasta abajo hasta perderse en el fondo, traviesas y postes que aguantaban las paredes de la mina, piritas y mas piritas salían por la boca de este pozo.

Siete de la mañana, cuando el día comenzaba a clarear Manuel se sumergía de nuevo en la noche, en el fondo de este pozo, los fantasmas del cobre pululaban por las galerías, el agua se oía algunas veces en regueros de la roca, olor a azufre, botas de agua sobre un fondo que hervía algunas veces.
En otros pozos, los antiguos tartesos gentes que convivían con las jaras, la encina y el romero junto a estas enormes masas de minerales apenas si cabían, ataúdes de metro y medio de altura donde se enterraban en vida, esclavos de romanos desecando las galerías con norias. Un inmenso mundo, un mundo cargado de historia estaba muy cerca de donde Manuel picaba en esta ocasión. Dicen que una vez oyeron gritos lastimeros, esclavos de estas tierras en la inmensidad de la noche, en la profundidad de las galerías.
El fin de semana pensaba allí abajo Manuel, cuidaré un poco el huerto, repararé la pared de piedra.
Había llegado la hora de la vuelta, ojos que desde el fondo y a medida que el motor los iba subiendo desde los trescientos metros e incluso quinientos les iba mostrando la luz del exterior.
Santa Barbara bendita
patrona de los mineros
mirad, mirad Maruxiña mirad
mirad como vengo
traigo la cabeza rota
Cansado y alegre de que no hubiese ocurrido nada volvía a casa. La cabeza estaba intacta, los riñones algo molidos del trabajo.
Que le gustaba a Manuel algún fandango alosnero que algún valiente cantara allá abajo, fandangos de caballos, de contrabando, de las penas en un mundo embustero y hasta alguna pedrada al inglés aquel que parecía un gañafote (saltamontes) de tan tieso como iba y que decían que era rey de no se sabe muy donde o de qué.

Cierra Manuel los ojos y escucha el silbato de un tren que lleva los minerales a su encuentro con los barcos, las entrañas de estas tierras dormirán ahora en las bodegas del Flix, Guardián o cualquier otro que las depositarán en muelles con acentos extranjeros, si los fantasmas atrapados en las piritas lavadas pudiesen entenderlos verían a una industria movilizada en busca de ganancias rápidas, en busca de un mundo que comenzaba a jugar al Monopoly.
Manuel baja la cuesta despacio, pocos encuentros le esperan con estas sus viejas minas, pues quién se ha dejado el alma y la vida en ellas es su legítimo dueño, su cara casi amarilla, vuelve a casa y duerme, soñando con otros tiempos.

Riotinto fallece en silencio, la agonía puede prolongarse algo más, pero la querida mina está en trance terminal. Otras minas del Andévalo ya duermen llenas de agua con los viejos tartesos, con los viejos romanos, con los viejos mineros de todos los siglos que aquí se han dado cita.
Alma de azufre, alma de cobre, alma de plata, alma de oro, oxido de hierro así es el alma de Manuel, tan noble como la de los metales.

Todo lo dio una tierra que hoy se ve desposeída de futuro.
Mañana por la mañana, si no se rompe la noche, haremos locuras nuevas con el amor que nos sobre. (Manuel Alejandro).

La fiesta grande: San Roque. Fernando Rebollo

Autor: Fernando Rebollo(----.red.retevision.es)
Fecha: 02/07/2000 12:35

LA FIESTA GRANDE: SAN ROQUE


Tam, tam, tam, suenan las campanas de la torre, algún difunto, parecen tristes las campanas, quizás alguien cansado se haya decidido a emprender la última cuesta, se decía así mismo Juan, sentado a la puerta de su casa; una vecina pregunta a otra ¿quién habrá muerto?, la otra está perpleja.
Tam, tam, tam, tam, tam, alguna misa de difuntos tal vez, aunque a estas horas quién demonios ha pensado en celebrar una misa, son las tres de la tarde, vaya una hora de recordarlo se dice Juan en el sopor veraniego que cae sobre el pueblo, y yo recién comido sin apenas fuerzas para mover un brazo cobijado bajo la sombra de la casa. Tam, tam, tam, tam, tam, los toques se aceleran, Juan muda la hipótesis, quizás alguna llamada del cura a la feligresa, alguna reunión para comuniones.

Tam, tam, tam, tam, tam, tam, tam, tam, cada vez más toques. Juan observa como un vecino sale a la calle y le pregunta que qué pasaba, a qué se deben esos toques, Juan con un gesto le manifiesta que no sabe nada, continúan los toques más y más toques, tam, tam, tam, tam, tolón, tolón, tolón, tolón, tim, tim, tim, tam, tam, todas las campanas de la torre suenan, más y más deprisa, las vecinas salen a la puerta hablan entre ellas, alguna catástrofe, algún incendio que arrasa la sierra se preguntan, a pesar de no verse nada de humo. Tam, tam, tam, tam, tam, tam, tim, tim, tolón, tim, tam, tolón, estos sonidos siguen despertando a la gente de la siesta, obligándolos a mirar por la ventana, a salir a la puerta de la calle, a preguntar al vecino, a que se generen más y más hipótesis según la imaginación de cada cual.

Tam, tam, tam, tim, tim, tim, tolón, tolón, tolón, tam, tam, tam, tim, tim, tolón, el cura estaba dormido en su casa, la gente le preguntan que qué pasaba, el cura no sabe nada, movilización general del pueblo que se encamina hacia la torre, mientras las campanas continúan tocando, tam, tam, tam, tim, tim, tim, tolón, tolón, tam, tam, la gente mira desde abajo y no ve nada, las campanas suenan pero sin estar impulsadas por nadie, misterio, misterio, un gran misterio se cierne sobre los congregados cerca de la torre.

Tam, tam, tam, tim, tim, tim, tolón, tolón, tam, tam, todo el pueblo observa desde abajo perplejo, el cura y el alcalde se encaminan hacia la torre tras deliberarlo con los vecinos. ¿Quién anda ahí, quién anda ahí? Dicen no muy convencidos, el cura deja entrever alguna señal de San Roque ante de las fiestas, el alcalde teme alguna diablura política, Dios mío se dice así mismo.

Tam, tam, tam, tim, tim, tim, tam, tam, tolón, tolón, mientras el cura vuelve a preguntar ¿Quién está ahí? No muy seguro y algo temeroso mientras sube poco a poco hasta las campanas, quién está ahí pregunta el alcalde con la garganta seca. Los vecinos tienen la vista fija en la torre, todos los ojos miran hacia allí, los chicos de los baños han vuelto precipitadamente de su incursión en el líquido elemento, algo pasa en el pueblo se dicen mientras aprietan el paso.

Una pareja de campesinos que dormía bajo la sombra de una aceitunero se despertó y miró toda la sierra en busca de señales de humo, de gentes o coches que se movían, nada encontraron en su exploración y se dirigieron hacia el pueblo. Quedan pocos peldaños hacia donde se encuentran las campanas, el alcalde se atrinchera en la espalda del cura. ¡Ay San Roque! San Roque a qué horas nos llamas mientras sube el último peldaño desde donde se divisan las campanas.


Tam, tam, tam, tam, tam, tam, Tim, tim, tim, tim, tim, tolón, tolón, tolón, tam, tam, tam.
En espera de más detalles del pueblo dejarán al cura, al alcalde y a la gente cerca de la torre, mientras los de fuera acuden al pueblo.


Tam, tam, tam, tam, tim, tim, tim, tim, tolón, tolón, tolón las campanas continúan. Subamos despacio el sendero que nos llevará al encuentro con el nacimiento del Nacimiento, el río que atraviesa nuestro pueblo un río corto en cauce pero largo en experiencias.


Hombres, mujeres, niños, mayores, bellas muchachas y nosotros los muchachos del pueblo caminábamos bajo el calor de agosto hacia la fuente donde el Nacimiento en esta época hace un último esfuerzo y nos da su agua. Día alegre de San Roque y tu tan bella, ¡ay Dios mío!, día 15, y tu 16, estoy enamorado, estoy perdido, toda el agua del mundo no puede apagar tanta pasión. Ante la visión de la fuente los primeros avanzan rápido y toman posiciones, se pertrechan con cubos o cualquier otro recipiente. Por sorpresa una nube de agua cristalina llega a mí y empapa mis ropas, mi pelo y todo mi cuerpo, la batalla ha comenzado, agua, agua que vuela por el aire cayendo sobre nuestros cuerpos, diluvia, diluvia en Agosto. Tío Juan se ceba con su mujer empapándola, tal vez regando las raíces de su felicidad agradeciéndole las dos flores casi mujeres que tiene en casa. Estas flores reciben agua y más agua de muchachos que han puesto el ojo en ellas, dicen que los amores queridos son reñidos y una mansalva de litros caen sobre el cuerpo de ellas ciñendo sus vestidos a un cuerpo que despierta.


Desde el lago los niños se apresuran a coger agua y lanzarla sobre otros niños, sobre sus abuelos, sobre sus padres, ríen felices en una batalla campal de besos de agua, de agua que humedece nuestros cuerpos el agua que nos da la vida, el Nacimiento nuestro ro que en estas fechas apenas corre hoy sonríe de nuevo por esta multitud que lo hace correr. Continuó durante horas el murmullo y los gritos de sorpresa del agua que cae, agua fresquita que va calando nuestros cuerpos.


El Nacimiento nos dará luego otras sorpresas, sus aguas correrán por entre las rocas cantarinas y alegres en otoño donde unas muchachas lavan la ropa en unas piedras lisas, pero eso es algo que os contaré más tarde. Vino a mí como el Nacimiento hacia el Andarax, pura, cristalina, alegre, como las aguas bajamos al mar de los besos, al arrullo de las palomas en la tarde y fui feliz bajo el aceitunero, en la balsa de Agosto donde nos dimos los primeros besos. Aquella uva que robábamos a hurtadillas después del baño, uva oscura como tus ojos de mora alpujarreña, de cristiana dulce, de enigmática reina. Las familias reunidas en la plaza beben y hablan alegres, los músicos comienzan a componerse, a afinar los instrumentos, la tarde va cayendo, el sol tiene ganas de dormir después de tanta algarabía de agua y tanto esfuerzo por secar las ropas de la batalla, la luna algo traviesa y alcahueta comienza a asomarse. Guirnaldas que decoran la plaza. Magnifica noche.  Y llegó la hora, tu con tu vestido nuevo recién estrenado como una reina, mira esta camisa es nueva me la he comprado (me la han comprado mas bien) para bailar contigo me digo a mí mismo. Otros estrenan unos zapatos, algún reloj, una chaqueta, una camisa, unos pantalones... para algunos matrimonios es el primer baile de casados por San Roque.  Fragante como una rosa y tan distante te encuentras. Las chicas bailan pegadas, un dos, un dos,.. Vuelta, se separan como las alas de las mariposas y ya puedo bailar contigo, ¿Quieres bailar? Te digo algo nervioso, y tu aceptas. Gracias San Roque. Qué me importa que tu padre me vigile si estoy contigo, un dos, un dos, me gusta tu risa, nuestras manos están juntas y nuestros cuerpos cerca muy cerca. Bellos ojos de mora alpujarreña y yo alpujarreño alegre.

Mi amigo le ha echado el ojo a una que está de visita en el pueblo y dicen que se han jurado amor eterno bañándose en la balsa ¿sabes? Te digo, y tú no dices nada, picaruela. Vuelve golondrina, vuelve a tu nido le dirá mas tarde. Tu abuelo sentado en un banco mueve la cabeza, le gusta la música, siente la música. Músicos que han llegado gracias a la colecta que todos Hemos hecho, en las que todos hemos puesto algo de nuestro trabajo.

Cuerpos que se mueven, ¡ay!, esas barriguitas, esas risas por como bailan los mayores, ¡que arte!, ¡ay que arte!, chunda, chunda, chunda, un, dos, un dos, vuelta. La plaza es un clamor, ¡viva San Roque! grita alguno con mas de medio litro que danza en sus adentros y la música que le hace vibrar ¡viva San Roque! ¡viva! secundan otros. Y sigo bailando contigo, un dos, un dos, vuelta..., estará así hasta que llegue el alba mientras la luna baña nuestros cuerpos, mientras los músicos alegran nuestras almas hasta que el gallo del amanecer nos recuerde que acabó la fiesta y volvamos de nuevo a nuestras casas. Siguen tocando, y siguen tocando la música. Un dos, un dos, un dos, vuelta.

Escrito por FERNANDO REBOLLO: "Pasos". Por las fiestas de Beires (Almería)

La cometa. La pandorga. Por Fernándo Rebollo



BEIRES, otoño en Beires y la niña sueña con el aire. Quiere comprender qué es el aire. Ha oído hablar de vientos de levante que mueven los árboles, que hacen saludar a las hojas, un último saludo para caer en el suelo junto al camino por donde pasan las lavanderas, vientos que hacen que las aguas de los lagos se muevan, se ericen. La niña ha emprendido la tarea de hacer instrumentos del aire, veletas que indican de dónde viene el aire y hacia dónde va. Molinetes de madera que giran y giran y castañetean. Los hermanos Wright ya han volado al aire y juegan con viejos artilugios invisibles entre los árboles. La niña se afana en una pandorga, telas y maderas finas y una larga cola, un hilo de cáñamo cogido al cruce de las maderas une la pandorga a la mano que tras salir corriendo por el camino la llevará fuera del bosque y en lugar despejado la dejará libre, a merced de los soplidos de este Eolo que por la tarde anda algo dormido. ¡Vuela!, ¡Vuela!, La pandorga vuela, sube el monte mientras la mano da más y más libertad, cada vez menos hilo queda en ella. Quién pudiera divisar desde allí en lo alto la sierra, el bosque, el río Nacimiento, la balsa, las parras, los aceituneros, las chimeneas, las casas, la torre. 

La niña ha sacado un secreto al aire, los hermanos Wright sonríen escondidos entre los tomos de Nitrógeno, de oxigeno, de CO2 de este aire sureño, frío en estos momentos. 

Es hora de dormir pandorga, la tarde cae y la mano la irá llevando cerca del pueblo para dormir en la buhardilla hasta la próxima mañana del sábado en que volverá a volar. Los hermanos Wright han entrado por la ventana siempre abierta para ellos y duermen junto a las almendras amargas que curarán el amor en los tiempos del cólera.

La cometa. La pandorga. Por Fernándo Rebollo



BEIRES, otoño en Beires y la niña sueña con el aire. Quiere comprender qué es el aire. Ha oído hablar de vientos de levante que mueven los árboles, que hacen saludar a las hojas, un último saludo para caer en el suelo junto al camino por donde pasan las lavanderas, vientos que hacen que las aguas de los lagos se muevan, se ericen. La niña ha emprendido la tarea de hacer instrumentos del aire, veletas que indican de dónde viene el aire y hacia dónde va. Molinetes de madera que giran y giran y castañetean. Los hermanos Wright ya han volado al aire y juegan con viejos artilugios invisibles entre los árboles. La niña se afana en una pandorga, telas y maderas finas y una larga cola, un hilo de cáñamo cogido al cruce de las maderas une la pandorga a la mano que tras salir corriendo por el camino la llevará fuera del bosque y en lugar despejado la dejará libre, a merced de los soplidos de este Eolo que por la tarde anda algo dormido. ¡Vuela!, ¡Vuela!, La pandorga vuela, sube el monte mientras la mano da más y más libertad, cada vez menos hilo queda en ella. Quién pudiera divisar desde allí en lo alto la sierra, el bosque, el río Nacimiento, la balsa, las parras, los aceituneros, las chimeneas, las casas, la torre. 

La niña ha sacado un secreto al aire, los hermanos Wright sonríen escondidos entre los tomos de Nitrógeno, de oxigeno, de CO2 de este aire sureño, frío en estos momentos. 

Es hora de dormir pandorga, la tarde cae y la mano la irá llevando cerca del pueblo para dormir en la buhardilla hasta la próxima mañana del sábado en que volverá a volar. Los hermanos Wright han entrado por la ventana siempre abierta para ellos y duermen junto a las almendras amargas que curarán el amor en los tiempos del cólera.

La cometa. La pandorga. Por Fernándo Rebollo



BEIRES, otoño en Beires y la niña sueña con el aire. Quiere comprender qué es el aire. Ha oído hablar de vientos de levante que mueven los árboles, que hacen saludar a las hojas, un último saludo para caer en el suelo junto al camino por donde pasan las lavanderas, vientos que hacen que las aguas de los lagos se muevan, se ericen. La niña ha emprendido la tarea de hacer instrumentos del aire, veletas que indican de dónde viene el aire y hacia dónde va. Molinetes de madera que giran y giran y castañetean. Los hermanos Wright ya han volado al aire y juegan con viejos artilugios invisibles entre los árboles. La niña se afana en una pandorga, telas y maderas finas y una larga cola, un hilo de cáñamo cogido al cruce de las maderas une la pandorga a la mano que tras salir corriendo por el camino la llevará fuera del bosque y en lugar despejado la dejará libre, a merced de los soplidos de este Eolo que por la tarde anda algo dormido. ¡Vuela!, ¡Vuela!, La pandorga vuela, sube el monte mientras la mano da más y más libertad, cada vez menos hilo queda en ella. Quién pudiera divisar desde allí en lo alto la sierra, el bosque, el río Nacimiento, la balsa, las parras, los aceituneros, las chimeneas, las casas, la torre. 

La niña ha sacado un secreto al aire, los hermanos Wright sonríen escondidos entre los tomos de Nitrógeno, de oxigeno, de CO2 de este aire sureño, frío en estos momentos. 

Es hora de dormir pandorga, la tarde cae y la mano la irá llevando cerca del pueblo para dormir en la buhardilla hasta la próxima mañana del sábado en que volverá a volar. Los hermanos Wright han entrado por la ventana siempre abierta para ellos y duermen junto a las almendras amargas que curarán el amor en los tiempos del cólera.

La cometa. La pandorga. Por Fernándo Rebollo



BEIRES, otoño en Beires y la niña sueña con el aire. Quiere comprender qué es el aire. Ha oído hablar de vientos de levante que mueven los árboles, que hacen saludar a las hojas, un último saludo para caer en el suelo junto al camino por donde pasan las lavanderas, vientos que hacen que las aguas de los lagos se muevan, se ericen. La niña ha emprendido la tarea de hacer instrumentos del aire, veletas que indican de dónde viene el aire y hacia dónde va. Molinetes de madera que giran y giran y castañetean. Los hermanos Wright ya han volado al aire y juegan con viejos artilugios invisibles entre los árboles. La niña se afana en una pandorga, telas y maderas finas y una larga cola, un hilo de cáñamo cogido al cruce de las maderas une la pandorga a la mano que tras salir corriendo por el camino la llevará fuera del bosque y en lugar despejado la dejará libre, a merced de los soplidos de este Eolo que por la tarde anda algo dormido. ¡Vuela!, ¡Vuela!, La pandorga vuela, sube el monte mientras la mano da más y más libertad, cada vez menos hilo queda en ella. Quién pudiera divisar desde allí en lo alto la sierra, el bosque, el río Nacimiento, la balsa, las parras, los aceituneros, las chimeneas, las casas, la torre. 

La niña ha sacado un secreto al aire, los hermanos Wright sonríen escondidos entre los tomos de Nitrógeno, de oxigeno, de CO2 de este aire sureño, frío en estos momentos. 

Es hora de dormir pandorga, la tarde cae y la mano la irá llevando cerca del pueblo para dormir en la buhardilla hasta la próxima mañana del sábado en que volverá a volar. Los hermanos Wright han entrado por la ventana siempre abierta para ellos y duermen junto a las almendras amargas que curarán el amor en los tiempos del cólera.