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La última noche del Primer Secretario. José Losada

LA ULTIMA NOCHE DEL PRIMER SECRETARIO


        Tenía que suceder. Un general y un cura, no podía ser de otro modo, ellos son casta aparte, complementarios, entre los dos se las arreglan para detener cualquier cosa y levantar el templo armado de la verdad única y completa. El templo de la moderación y todo a su tiempo y armoniosamente. Ellos regulan los pasos y las etapas, ellos controlan los relojes de la historia. Ellos hacen la higiene y el mantenimiento de las instituciones eternas y las costumbres que no se alteran nunca, las buenas y la moral y la familia y jamás salirse de los moldes sacrosantos ni hacer un gesto que por ahí dios y el mundo occidental y cristiano se enojen y nos prohíban saraos y rigodones. O que el pueblo mismo se agrande y los pase por encima.
Mañana mismo me voy, todavía no sé, si me expulsan o yo mismo, ellos que me empujan suavemente o yo que ya no aguanto más a estas gentes y voy a empezar con el exilio, el primer exiliado de la revolución, o del país, o de la historia que recién hace unos meses. Insoportable haber hecho tanto, y que de repente un par de mediocres. Primer exiliado, quizá esté marcando la historia, y que no haya otra salida para los que se pasen de, justamente.
 Mañana me voy, ni sé cuál es la supuesta misión que me encomiendan, casi dudo de que alguien lo sepa, y quiero despedirme de estos empedrados, de estos faroles penumbrosos que obligan a las calles a perderse a sí mismas, de estas vereditas angostas que apenas, quiero ver por última vez, no sé por qué, digo por última vez, esta plaza donde empezó todo, esta abertura de la ciudad que al final volatilizó todo, que parece ser la ventilación de los hervideros del pueblo, el desfogue de los bombos y los cantos de guerra, y al final el puro aire, cuando los que dirigen, que no fueron a la cabeza ni la perdieron después, vuelven de las misiones heroicas y restablecen la paz y las pascuas.
Por última vez quiero ver este edificio que tanto nos costó tomar, esta recova larga con un piso arriba y la torre en medio con su reloj detenido a las veinte y veinticinco. Pero quién lo piensa como edificio, quién lo piensa como se puede pensar la aduana o la catedral, o el rascacielos de obras públicas. Contemplo todo y se me encoge el alma pensar las cosas que nacieron acá, el país, la idea de toda una América en marcha hacia el futuro, pero el futuro se adelantó y nos encontró desunidos y dominados por nosotros mismos, por los más mediocres de nosotros.
 Qué ocurrirá  cuando vengan los capitales y los empréstitos de afuera, cuando los mediocres de siempre inventen la burocracia, cuando las clases poderosas se hagan sólidas y se alíen con el primero que pase y les asegure la perduración de los bienes y todos los privilegios. Se pasarán el tiempo matando pueblo entre guerras de independencia y guerras de exterminio, sofocarán o aniquilarán a los mejores, o lograrán que se vayan, y tantas inundaciones de sangre sólo servirán para cambiar de dueños, para ser colonia del imperio de turno.
Sé que la misión que me dicen y nadie sabe puede ser una trampa, pero mañana me voy y no podría aguantar un día más acá sabiendo los sueños que alimenté y viendo cada día la realidad de este grupo de enancados que no saben qué hacer con lo que tienen entre las manos ni se les ocurre pensar que están fundando algo, que la historia les pasa entre los dedos.
Un general canoso y sin ideas, pero de mucho prestigio entre sus pares, esto va a ser fundamental para siempre, con miedo a la guerra, a mover ejércitos, a salirse de los cuarteles del Retiro, a fusilar a los enemigos dispuestos a masacrarnos, a perdonar a todos y reconciliar. Cómo mandar al paredón a pares de uno mismo, gente de la misma casta que por ahí hoy se equivocan pero mañana podemos coincidir de nuevo, cómo derramar sangre de camaradas que después de todo.
Cómo pudimos nombrarlo presidente si solo daba para una embajada en África del Sur. Cuestión de escalafón, de prestigio entre los pares y hablar poco para parecer que pensaba mucho. Un general de bailes y reuniones mundanas y hacer facha en los salones de la gente bien, y él exclusivo de honores, como la noche del cinco de diciembre. Lo que habrá  sufrido cada vez que yo abría la boca o redactaba ordenanzas para la guerra o repartía ejércitos por el país.
 El general lavado, y un cura podrido en ambiciones que lo matan, que le dan primicias del infierno. El cura solapado con muchos brazos por tus hombros y muchos golpes de amistad en tu espalda, pero a tus espaldas complotando para barrerte de la escena, a vos y a tus amigos, para detener una revolución que se pasaba de la raya y podía terminar barriéndolos a ellos, suplantándolos por auténticos, quitándoles la dominación de las almas y el goce de sus privilegios, y que se armara la de San Quintín, que la gente usara los templos para algo, y los cuarteles, que los jacobinos destruyeran los pilares y vinieran el libertinaje y la pornografía y la droga y el divorcio, que el pueblo bajo se encumbrara a hacer lo que ellos solos pueden y están destinados por siempre jamás.
 Quizá  sea el molde de la historia, el esquema básico, la compulsa de repetición, el eterno retorno que nos sucederá una y otra vez. No quiero pensar ni saber lo que será esto cuando esta alianza entre el espíritu y la espada se haga firme, cuando los poderosos se fortifiquen en su clase, cuando lleguen los capitales de los imperios y entren a repartir coimas y a seleccionar apellidos y gerentes.
No, no quiero quedarme un día más. Mañana tomaré el barco que me saque de este río de cuyo nombre no querré acordarme nunca más, y no sé si me moriré yo solo o me ayudarán y me añadirán una frase célebre que figure en todos los manuales de la historia que escribirán ellos mismos. Miro el cabildo por última vez, olvido los pasos afiebrados que caminé por sus salas y pasillos, me duele no tener cerca a Castelli ni a Paso, no poder despedirme o llevármelos conmigo, y cruzo por las rayas blancas para irme por la Diagonal Norte a presentir el Obelisco y profetizar otro general de prestigio que lo levantará algún día. Naturalmente, antes de irme quiero tomar un café en La Paz, el último café. Antes de inaugurar el modelo del exilio.

 
                                                                                               José Losada  

La última noche del Primer Secretario. José Losada

LA ULTIMA NOCHE DEL PRIMER SECRETARIO


        Tenía que suceder. Un general y un cura, no podía ser de otro modo, ellos son casta aparte, complementarios, entre los dos se las arreglan para detener cualquier cosa y levantar el templo armado de la verdad única y completa. El templo de la moderación y todo a su tiempo y armoniosamente. Ellos regulan los pasos y las etapas, ellos controlan los relojes de la historia. Ellos hacen la higiene y el mantenimiento de las instituciones eternas y las costumbres que no se alteran nunca, las buenas y la moral y la familia y jamás salirse de los moldes sacrosantos ni hacer un gesto que por ahí dios y el mundo occidental y cristiano se enojen y nos prohíban saraos y rigodones. O que el pueblo mismo se agrande y los pase por encima.
Mañana mismo me voy, todavía no sé, si me expulsan o yo mismo, ellos que me empujan suavemente o yo que ya no aguanto más a estas gentes y voy a empezar con el exilio, el primer exiliado de la revolución, o del país, o de la historia que recién hace unos meses. Insoportable haber hecho tanto, y que de repente un par de mediocres. Primer exiliado, quizá esté marcando la historia, y que no haya otra salida para los que se pasen de, justamente.
 Mañana me voy, ni sé cuál es la supuesta misión que me encomiendan, casi dudo de que alguien lo sepa, y quiero despedirme de estos empedrados, de estos faroles penumbrosos que obligan a las calles a perderse a sí mismas, de estas vereditas angostas que apenas, quiero ver por última vez, no sé por qué, digo por última vez, esta plaza donde empezó todo, esta abertura de la ciudad que al final volatilizó todo, que parece ser la ventilación de los hervideros del pueblo, el desfogue de los bombos y los cantos de guerra, y al final el puro aire, cuando los que dirigen, que no fueron a la cabeza ni la perdieron después, vuelven de las misiones heroicas y restablecen la paz y las pascuas.
Por última vez quiero ver este edificio que tanto nos costó tomar, esta recova larga con un piso arriba y la torre en medio con su reloj detenido a las veinte y veinticinco. Pero quién lo piensa como edificio, quién lo piensa como se puede pensar la aduana o la catedral, o el rascacielos de obras públicas. Contemplo todo y se me encoge el alma pensar las cosas que nacieron acá, el país, la idea de toda una América en marcha hacia el futuro, pero el futuro se adelantó y nos encontró desunidos y dominados por nosotros mismos, por los más mediocres de nosotros.
 Qué ocurrirá  cuando vengan los capitales y los empréstitos de afuera, cuando los mediocres de siempre inventen la burocracia, cuando las clases poderosas se hagan sólidas y se alíen con el primero que pase y les asegure la perduración de los bienes y todos los privilegios. Se pasarán el tiempo matando pueblo entre guerras de independencia y guerras de exterminio, sofocarán o aniquilarán a los mejores, o lograrán que se vayan, y tantas inundaciones de sangre sólo servirán para cambiar de dueños, para ser colonia del imperio de turno.
Sé que la misión que me dicen y nadie sabe puede ser una trampa, pero mañana me voy y no podría aguantar un día más acá sabiendo los sueños que alimenté y viendo cada día la realidad de este grupo de enancados que no saben qué hacer con lo que tienen entre las manos ni se les ocurre pensar que están fundando algo, que la historia les pasa entre los dedos.
Un general canoso y sin ideas, pero de mucho prestigio entre sus pares, esto va a ser fundamental para siempre, con miedo a la guerra, a mover ejércitos, a salirse de los cuarteles del Retiro, a fusilar a los enemigos dispuestos a masacrarnos, a perdonar a todos y reconciliar. Cómo mandar al paredón a pares de uno mismo, gente de la misma casta que por ahí hoy se equivocan pero mañana podemos coincidir de nuevo, cómo derramar sangre de camaradas que después de todo.
Cómo pudimos nombrarlo presidente si solo daba para una embajada en África del Sur. Cuestión de escalafón, de prestigio entre los pares y hablar poco para parecer que pensaba mucho. Un general de bailes y reuniones mundanas y hacer facha en los salones de la gente bien, y él exclusivo de honores, como la noche del cinco de diciembre. Lo que habrá  sufrido cada vez que yo abría la boca o redactaba ordenanzas para la guerra o repartía ejércitos por el país.
 El general lavado, y un cura podrido en ambiciones que lo matan, que le dan primicias del infierno. El cura solapado con muchos brazos por tus hombros y muchos golpes de amistad en tu espalda, pero a tus espaldas complotando para barrerte de la escena, a vos y a tus amigos, para detener una revolución que se pasaba de la raya y podía terminar barriéndolos a ellos, suplantándolos por auténticos, quitándoles la dominación de las almas y el goce de sus privilegios, y que se armara la de San Quintín, que la gente usara los templos para algo, y los cuarteles, que los jacobinos destruyeran los pilares y vinieran el libertinaje y la pornografía y la droga y el divorcio, que el pueblo bajo se encumbrara a hacer lo que ellos solos pueden y están destinados por siempre jamás.
 Quizá  sea el molde de la historia, el esquema básico, la compulsa de repetición, el eterno retorno que nos sucederá una y otra vez. No quiero pensar ni saber lo que será esto cuando esta alianza entre el espíritu y la espada se haga firme, cuando los poderosos se fortifiquen en su clase, cuando lleguen los capitales de los imperios y entren a repartir coimas y a seleccionar apellidos y gerentes.
No, no quiero quedarme un día más. Mañana tomaré el barco que me saque de este río de cuyo nombre no querré acordarme nunca más, y no sé si me moriré yo solo o me ayudarán y me añadirán una frase célebre que figure en todos los manuales de la historia que escribirán ellos mismos. Miro el cabildo por última vez, olvido los pasos afiebrados que caminé por sus salas y pasillos, me duele no tener cerca a Castelli ni a Paso, no poder despedirme o llevármelos conmigo, y cruzo por las rayas blancas para irme por la Diagonal Norte a presentir el Obelisco y profetizar otro general de prestigio que lo levantará algún día. Naturalmente, antes de irme quiero tomar un café en La Paz, el último café. Antes de inaugurar el modelo del exilio.

 
                                                                                               José Losada  

La última noche del Primer Secretario. José Losada

LA ULTIMA NOCHE DEL PRIMER SECRETARIO


        Tenía que suceder. Un general y un cura, no podía ser de otro modo, ellos son casta aparte, complementarios, entre los dos se las arreglan para detener cualquier cosa y levantar el templo armado de la verdad única y completa. El templo de la moderación y todo a su tiempo y armoniosamente. Ellos regulan los pasos y las etapas, ellos controlan los relojes de la historia. Ellos hacen la higiene y el mantenimiento de las instituciones eternas y las costumbres que no se alteran nunca, las buenas y la moral y la familia y jamás salirse de los moldes sacrosantos ni hacer un gesto que por ahí dios y el mundo occidental y cristiano se enojen y nos prohíban saraos y rigodones. O que el pueblo mismo se agrande y los pase por encima.
Mañana mismo me voy, todavía no sé, si me expulsan o yo mismo, ellos que me empujan suavemente o yo que ya no aguanto más a estas gentes y voy a empezar con el exilio, el primer exiliado de la revolución, o del país, o de la historia que recién hace unos meses. Insoportable haber hecho tanto, y que de repente un par de mediocres. Primer exiliado, quizá esté marcando la historia, y que no haya otra salida para los que se pasen de, justamente.
 Mañana me voy, ni sé cuál es la supuesta misión que me encomiendan, casi dudo de que alguien lo sepa, y quiero despedirme de estos empedrados, de estos faroles penumbrosos que obligan a las calles a perderse a sí mismas, de estas vereditas angostas que apenas, quiero ver por última vez, no sé por qué, digo por última vez, esta plaza donde empezó todo, esta abertura de la ciudad que al final volatilizó todo, que parece ser la ventilación de los hervideros del pueblo, el desfogue de los bombos y los cantos de guerra, y al final el puro aire, cuando los que dirigen, que no fueron a la cabeza ni la perdieron después, vuelven de las misiones heroicas y restablecen la paz y las pascuas.
Por última vez quiero ver este edificio que tanto nos costó tomar, esta recova larga con un piso arriba y la torre en medio con su reloj detenido a las veinte y veinticinco. Pero quién lo piensa como edificio, quién lo piensa como se puede pensar la aduana o la catedral, o el rascacielos de obras públicas. Contemplo todo y se me encoge el alma pensar las cosas que nacieron acá, el país, la idea de toda una América en marcha hacia el futuro, pero el futuro se adelantó y nos encontró desunidos y dominados por nosotros mismos, por los más mediocres de nosotros.
 Qué ocurrirá  cuando vengan los capitales y los empréstitos de afuera, cuando los mediocres de siempre inventen la burocracia, cuando las clases poderosas se hagan sólidas y se alíen con el primero que pase y les asegure la perduración de los bienes y todos los privilegios. Se pasarán el tiempo matando pueblo entre guerras de independencia y guerras de exterminio, sofocarán o aniquilarán a los mejores, o lograrán que se vayan, y tantas inundaciones de sangre sólo servirán para cambiar de dueños, para ser colonia del imperio de turno.
Sé que la misión que me dicen y nadie sabe puede ser una trampa, pero mañana me voy y no podría aguantar un día más acá sabiendo los sueños que alimenté y viendo cada día la realidad de este grupo de enancados que no saben qué hacer con lo que tienen entre las manos ni se les ocurre pensar que están fundando algo, que la historia les pasa entre los dedos.
Un general canoso y sin ideas, pero de mucho prestigio entre sus pares, esto va a ser fundamental para siempre, con miedo a la guerra, a mover ejércitos, a salirse de los cuarteles del Retiro, a fusilar a los enemigos dispuestos a masacrarnos, a perdonar a todos y reconciliar. Cómo mandar al paredón a pares de uno mismo, gente de la misma casta que por ahí hoy se equivocan pero mañana podemos coincidir de nuevo, cómo derramar sangre de camaradas que después de todo.
Cómo pudimos nombrarlo presidente si solo daba para una embajada en África del Sur. Cuestión de escalafón, de prestigio entre los pares y hablar poco para parecer que pensaba mucho. Un general de bailes y reuniones mundanas y hacer facha en los salones de la gente bien, y él exclusivo de honores, como la noche del cinco de diciembre. Lo que habrá  sufrido cada vez que yo abría la boca o redactaba ordenanzas para la guerra o repartía ejércitos por el país.
 El general lavado, y un cura podrido en ambiciones que lo matan, que le dan primicias del infierno. El cura solapado con muchos brazos por tus hombros y muchos golpes de amistad en tu espalda, pero a tus espaldas complotando para barrerte de la escena, a vos y a tus amigos, para detener una revolución que se pasaba de la raya y podía terminar barriéndolos a ellos, suplantándolos por auténticos, quitándoles la dominación de las almas y el goce de sus privilegios, y que se armara la de San Quintín, que la gente usara los templos para algo, y los cuarteles, que los jacobinos destruyeran los pilares y vinieran el libertinaje y la pornografía y la droga y el divorcio, que el pueblo bajo se encumbrara a hacer lo que ellos solos pueden y están destinados por siempre jamás.
 Quizá  sea el molde de la historia, el esquema básico, la compulsa de repetición, el eterno retorno que nos sucederá una y otra vez. No quiero pensar ni saber lo que será esto cuando esta alianza entre el espíritu y la espada se haga firme, cuando los poderosos se fortifiquen en su clase, cuando lleguen los capitales de los imperios y entren a repartir coimas y a seleccionar apellidos y gerentes.
No, no quiero quedarme un día más. Mañana tomaré el barco que me saque de este río de cuyo nombre no querré acordarme nunca más, y no sé si me moriré yo solo o me ayudarán y me añadirán una frase célebre que figure en todos los manuales de la historia que escribirán ellos mismos. Miro el cabildo por última vez, olvido los pasos afiebrados que caminé por sus salas y pasillos, me duele no tener cerca a Castelli ni a Paso, no poder despedirme o llevármelos conmigo, y cruzo por las rayas blancas para irme por la Diagonal Norte a presentir el Obelisco y profetizar otro general de prestigio que lo levantará algún día. Naturalmente, antes de irme quiero tomar un café en La Paz, el último café. Antes de inaugurar el modelo del exilio.

 
                                                                                               José Losada  

La última noche del Primer Secretario. José Losada

LA ULTIMA NOCHE DEL PRIMER SECRETARIO


        Tenía que suceder. Un general y un cura, no podía ser de otro modo, ellos son casta aparte, complementarios, entre los dos se las arreglan para detener cualquier cosa y levantar el templo armado de la verdad única y completa. El templo de la moderación y todo a su tiempo y armoniosamente. Ellos regulan los pasos y las etapas, ellos controlan los relojes de la historia. Ellos hacen la higiene y el mantenimiento de las instituciones eternas y las costumbres que no se alteran nunca, las buenas y la moral y la familia y jamás salirse de los moldes sacrosantos ni hacer un gesto que por ahí dios y el mundo occidental y cristiano se enojen y nos prohíban saraos y rigodones. O que el pueblo mismo se agrande y los pase por encima.
Mañana mismo me voy, todavía no sé, si me expulsan o yo mismo, ellos que me empujan suavemente o yo que ya no aguanto más a estas gentes y voy a empezar con el exilio, el primer exiliado de la revolución, o del país, o de la historia que recién hace unos meses. Insoportable haber hecho tanto, y que de repente un par de mediocres. Primer exiliado, quizá esté marcando la historia, y que no haya otra salida para los que se pasen de, justamente.
 Mañana me voy, ni sé cuál es la supuesta misión que me encomiendan, casi dudo de que alguien lo sepa, y quiero despedirme de estos empedrados, de estos faroles penumbrosos que obligan a las calles a perderse a sí mismas, de estas vereditas angostas que apenas, quiero ver por última vez, no sé por qué, digo por última vez, esta plaza donde empezó todo, esta abertura de la ciudad que al final volatilizó todo, que parece ser la ventilación de los hervideros del pueblo, el desfogue de los bombos y los cantos de guerra, y al final el puro aire, cuando los que dirigen, que no fueron a la cabeza ni la perdieron después, vuelven de las misiones heroicas y restablecen la paz y las pascuas.
Por última vez quiero ver este edificio que tanto nos costó tomar, esta recova larga con un piso arriba y la torre en medio con su reloj detenido a las veinte y veinticinco. Pero quién lo piensa como edificio, quién lo piensa como se puede pensar la aduana o la catedral, o el rascacielos de obras públicas. Contemplo todo y se me encoge el alma pensar las cosas que nacieron acá, el país, la idea de toda una América en marcha hacia el futuro, pero el futuro se adelantó y nos encontró desunidos y dominados por nosotros mismos, por los más mediocres de nosotros.
 Qué ocurrirá  cuando vengan los capitales y los empréstitos de afuera, cuando los mediocres de siempre inventen la burocracia, cuando las clases poderosas se hagan sólidas y se alíen con el primero que pase y les asegure la perduración de los bienes y todos los privilegios. Se pasarán el tiempo matando pueblo entre guerras de independencia y guerras de exterminio, sofocarán o aniquilarán a los mejores, o lograrán que se vayan, y tantas inundaciones de sangre sólo servirán para cambiar de dueños, para ser colonia del imperio de turno.
Sé que la misión que me dicen y nadie sabe puede ser una trampa, pero mañana me voy y no podría aguantar un día más acá sabiendo los sueños que alimenté y viendo cada día la realidad de este grupo de enancados que no saben qué hacer con lo que tienen entre las manos ni se les ocurre pensar que están fundando algo, que la historia les pasa entre los dedos.
Un general canoso y sin ideas, pero de mucho prestigio entre sus pares, esto va a ser fundamental para siempre, con miedo a la guerra, a mover ejércitos, a salirse de los cuarteles del Retiro, a fusilar a los enemigos dispuestos a masacrarnos, a perdonar a todos y reconciliar. Cómo mandar al paredón a pares de uno mismo, gente de la misma casta que por ahí hoy se equivocan pero mañana podemos coincidir de nuevo, cómo derramar sangre de camaradas que después de todo.
Cómo pudimos nombrarlo presidente si solo daba para una embajada en África del Sur. Cuestión de escalafón, de prestigio entre los pares y hablar poco para parecer que pensaba mucho. Un general de bailes y reuniones mundanas y hacer facha en los salones de la gente bien, y él exclusivo de honores, como la noche del cinco de diciembre. Lo que habrá  sufrido cada vez que yo abría la boca o redactaba ordenanzas para la guerra o repartía ejércitos por el país.
 El general lavado, y un cura podrido en ambiciones que lo matan, que le dan primicias del infierno. El cura solapado con muchos brazos por tus hombros y muchos golpes de amistad en tu espalda, pero a tus espaldas complotando para barrerte de la escena, a vos y a tus amigos, para detener una revolución que se pasaba de la raya y podía terminar barriéndolos a ellos, suplantándolos por auténticos, quitándoles la dominación de las almas y el goce de sus privilegios, y que se armara la de San Quintín, que la gente usara los templos para algo, y los cuarteles, que los jacobinos destruyeran los pilares y vinieran el libertinaje y la pornografía y la droga y el divorcio, que el pueblo bajo se encumbrara a hacer lo que ellos solos pueden y están destinados por siempre jamás.
 Quizá  sea el molde de la historia, el esquema básico, la compulsa de repetición, el eterno retorno que nos sucederá una y otra vez. No quiero pensar ni saber lo que será esto cuando esta alianza entre el espíritu y la espada se haga firme, cuando los poderosos se fortifiquen en su clase, cuando lleguen los capitales de los imperios y entren a repartir coimas y a seleccionar apellidos y gerentes.
No, no quiero quedarme un día más. Mañana tomaré el barco que me saque de este río de cuyo nombre no querré acordarme nunca más, y no sé si me moriré yo solo o me ayudarán y me añadirán una frase célebre que figure en todos los manuales de la historia que escribirán ellos mismos. Miro el cabildo por última vez, olvido los pasos afiebrados que caminé por sus salas y pasillos, me duele no tener cerca a Castelli ni a Paso, no poder despedirme o llevármelos conmigo, y cruzo por las rayas blancas para irme por la Diagonal Norte a presentir el Obelisco y profetizar otro general de prestigio que lo levantará algún día. Naturalmente, antes de irme quiero tomar un café en La Paz, el último café. Antes de inaugurar el modelo del exilio.

 
                                                                                               José Losada