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Entre paréntesis.- Ignacio Sáenz

Como todos los días, llegué a la fábrica temprano. El olor añejo y su visible abandono me parecieron más evidentes esta vez, incluso, ahora que lo recuerdo, hasta me percaté que al lado de las oficinas aún quedaban los vestigios de lo que fue la casa de Don Pedro. Su hijo, el actual gerente, parece haber heredado la costumbre de no invertir en la fábrica un solo centavo.

Los escalones crujieron, coloqué los papeles sobre el escritorio pensando que este lugar no mereceía llamarse oficina. Detenia en mis pensamientos, no me había percatado que, al contrario de todas las mañanas, la secretaria, haciendo gala de su amabilidad, me estaba ofreciendo un café ¿Acaso no sabía ella que desde hace dos años, ocho meses y cinco días, no tomo mas café? (...y es que el olor a café me trae tu recuerdo, fue en un café donde clebramos nuestro primer encuentro, y fue con un café que fumamos el último cigarrillo...) tal vez fui muy dura con ella, salió algo consternada, no sin antes comunicarme que todo el plantel de "ejecutivos" había sido convocado a una reunión de emergencia.

Libreta en mano entré a la sala de reuniones, guardaba la esperanza de que algún día hubiera algo que valiera la pena anotar. La sala siempre me pareció un salón de billar, un antro, más que un lugar de trabajo. La vieja mesa de madera, la lámpara de un solo foco, con su plato metálico ladeado, colgada del techo, y las ocho sillas bien dispuestas, parecen mudos testigos vestidos de cuero opaco envejecidos por el tiempo, no así por el uso. En torno a todo el espacio se encuentran los infaltables recortes de periódico, colección barata de estampas de moda pasadas, recuerdos gloriosos de lo que alguna vez fue la fábrica. Al fin todo es sólo eso, recuerdos.
(..humo, aroma de café, únicos recuerdos de nuestro pasado. Ni una foto tuya, mía o nuestra. Son las cartas las que dan testimonio de que lo nuestro no fue sólo un espejismo...)

Manuel, el administrador, parecía haber estado ahí siempre, no interrumpí su silencio, di la vuelta, separé la silla y me senté mirando de frente a la puerta, de alguna manera sentía que desde allí me sería más fácil salirme con la mirada.

Estaba a punto de exhalar, cuando entró Farid, su cabello cenizo, las marcas del tiempo en su rostro y su clásico olor a puro, eran inconfundibles. Tomó sin demora la cabecera de la mesa. Inusualmente levantó la cabeza y nos recorrió con la mirada. Lucía algo distinto esta vez, sus ojos brillaban (...Recuerdo aquella vez que escribiste lleno de poesía a mis ojos, a su brillo. Claro que brillaban! pero era tu luz la que yo reflejaba entonces, cuando deteníamos el tiempo en aquella habitación...) estaba claro que traía un proyecto en mente; me preguntaba si Farid esperaría a que todos hubieran llegado para dejar salir las palabras que ya se le atragantaban.

Después siguieron llegando los demás. El jefe de planta, cualquier cosa menos el personaje clásico vestido de blanco y casco. Francisco, nombre ideal para alguien como él, alto, espigado, franela a cuadros, botas de cuero y un tradicional cinturón que ostentaba una protuberante hebilla y que además no parecía sostener los estrechos pantalones. Tomó la silla frente a la mía al lado de Farid, la movió con calma y tomó asiento mirando la bocanada de humo que yo acababa de exhalar.

Si algo disfruto de estas reuniones, tan quietas, estáticas y lentas, es el ver a cada uno de los personajes entrando a la decadente sala y tomando siempre le mismo lugar, casi un ritual del cual, yo, como ellos soy parte, una pieza de este tablero de ajedrez. Aquí todos tenemos un lugar (...nuestro lugar; ¿recuerdas?, no más que un colchón en el piso de tu estrecho departamento, limitado universo de cuatro paredes, un muro empapelado de verde limón, dejado allí tal vez por antiguos inquilinos, el otro, cubierto de libros. Cada pared parecía tener vida propia, incluso la de la ventana que nunca abrimos y que de hecho siempre me infundió una tremenda curiosidad. Nunca supe qué había afuera...)

Elena, la asistente, siempre estaba presente, tomaba tantos apuntes, que hubiera cambiado mis recuerdos por leerlos, a pesar de saber que la mayor parte tienen que ser sólo imaginación, ya que desde mi ingreso a la fábrica nada trascendental había sucedido.

Se sentó en el otro extremo -resulta curioso que las jerarquías en la empresa las da el tiempo, la antigüedad y no el cargo.- No hace falta describir a Elena, con decir que es particularmente flemática, lo he dicho todo (..lo que está afuera a poco importa -decías- estamos juntos, nos tenemos, lo tenemos todo. Como me duele esta palabra!, todo. Vivimos mágicos momentos, construimos tantas historias, creamos un universo y sin embargo, jamás nos dijimos todo...)

Farid pasó por alto el ritual del puro, guardó silencio por unos minutos reclamando la atención, nos dio una última mirada y comenzó a recordarnos la historia de la fábrica, historia que conocíamos de sobra. Con ello se abrió la reunión, tal cual se abre la tensión de juego en un casino. Sus primeras palabras, sin embargo, estaban cargadas de un aire distinto- ya todos saben- dijo- como empezó esta industria del sombrero-

Es increíble que esta industria a la cual yo debo mis mejores días produzca precisamente sombreros, cuando parece que ya nadie los usa. (..usábamos máscaras, las cambiábamos como si fueran sombreros  según las circunstancias. Esto me lo revelaste al descubrir que en la más pura desnudez de mi cuerpo, también llevaba puesta una máscara. vuelve a dolerme cada vez que leo aquella carta tuya donde me revelabas sin revelarme...)

Farid continuaba exaltando los años de gloria, su apellido había sido estampado por su padre como etiqueta de los productos. Hoy, en contraste con aquellos años casi olvidados, la fábrica vivía exclusivamente de exportar curiosos sombreritos "borsalino" a países vecinos.- Mi padre!- elocuentemente se explayó Farid- llegó, como todos los inmigrantes libaneses de principios de siglo, trayendo como único equipaje ilusiones y sueños. No sabía hacer sino sombreros. Una pequeña máquina era todo; con ella empezó a trabajar, un sombrero al día; entonces se hacían por encargo, luego vino otra máquina y después la tercera-.

La retórica siguió por un tiempo hasta que la voz subió de tono, -ustedes saben-continuó- lo limitado que es nuestro mercado actual, la única esperanza, es Hollywood, Hollywood y sus películas-

(Ahora me pregunto si nuestra relación no fue más que un libreto escrito por dos actores, para ponerlo en escena, la escena de nuestras vidas...)

- Es verdad- dijo Elena- ¡cómo olvidar que vendimos medio millón de sombreros cuando hicimos el diseño para aquel aventurero que salía en busca del Santo Grial!-

Había escuchado esa historia antes, de hecho se había convertido en el hito de la empresa. Por aquella época terminaba mis estudios de diseño de modas en París, eran los años más excitantes de mi vida; y de París a la fábrica, donde me encuentro resignada a la decadencia de la empresa y a diseñar sombreros de colores para vaqueros. Por lo menos apliqué mis conocimientos del color.. (.. Por lo menos representamos la obra, tuvimos una relación, si!, por lo menos creamos un pequeño universo; por lo menos compartimos inolvidables momentos. "Por lo menos", palabras que más de una vez nos sirvieron de droga, para atenuar el dolor en momentos difíciles...).

-Aquí quería llegar- exclamó nuevamente Farid- recientemente me ha llamado una productora de cine norteamericana, nos piden que nuestra empresa diseñe el sombrero que llevará el protagonista en la próxima película.

Fantástico!- exclamó Francisco, casi sobresaltado- tenemos lana de sobra para cubrir toda la producción.

Como muchas de sus palabras, el comentario quedó en el aire, me pareció tan burdo. Como si la lana fuera todo.

Farid intervino sin demora, no quería perder el entusiasmo; esta vez, puso a prueba mi creatividad- veremos como resuelve este reto nuestra diseñadora- dijo sonriendo, casi sarcásticamente. Se me enfrió el cuerpo de pies a cabeza. Por primera vez tendría la oportunidad de crear, y no sería fácil tomando en cuenta que todos estos años estuve parada, sin realmente hacer algo. Una extraña combinación de miedo y placer se apoderaba de mi, había sentido antes esta dualidad (...Pero también tuvimos otros momentos ¿recuerdas el tiempo de la dualidad?, tiempos intrusos, llenos de contradicciones. Fue entonces que me enseñaste a ver la dualidad como algo vivo, a no temer a odiar y amar al mismo tiempo, a aceptar lo masculino en mi feminidad, hablabas de la construcción y destrucción, de los dos hemisferios con los que tenemos que lidiar día a día, la certeza siempre fortalecida por la duda y, ¿te acuerdas de la mágica dualidad del tiempo?, el pasado convertido en memoria y el futuro en imaginación. Sentía entonces, que como nosotros, la dualidad estaba hecha de la misma esencia...)

Una nueva sorpresa fue comunicada, la película sería futurista, si! ¿Un sombrero de lana para un personaje del futuro? Se necesitaba un nuevo material, eso era evidente (..del mismo material, fragmento, del mismo círculo. Tantas palabras que quedaron atrapadas en nuestra relación. Antes, pensamientos, ahora memoria, memorias que retengo en mi mente como pedazos de tantas de tus poesías.. "te amo en cada círculo, recinto de tiempos, espacio de alquimias, donde existes trashumante y donde morimos desvanecidos, para reconstruirnos"...)

Elena tomaba apuntes de manera compulsiva, Francisco apoltronado en su silla como si estuviera a caballo y yo, con los ojos cerrados, buscando mi musa.  La puerta se abrió en silencio, la secretaria dio la vuelta a la mesa ofreciendo café. Yo no acepté. El aroma impregnó la sala (...Pedazos de poesías que impregnan mi presente, aquel aroma que me trae tu recuerdo, café y palabras ahora convertidas en memoria...)

Manuel, reprimido detrás de sus grandes anteojos cuadrados, apenas logró intervenir, tímidamente y en un tono apenas perceptible dijo -la solución sería implementar un nuevo material, el metal, por ejemplo-.

Por un breve momento nos quedamos en silencio, nos mirábamos. Farid, meneó la cabeza, prendió el puro, y exhalando, manifestó su total inconformidad; la polémica se desató y las miradas recayeron sobre mi (... memorias que trastornan, memorias de nuestras miradas enfrentadas, memorias del torbellino de nuestro pasado. Polémicas constantes, polémicas que siempre derivaban a mi. Aún ahora no sé porqué dejaste en mis manos el futuro de nuestra relación...)

La flexibilidad era la única salida, eso todos lo sabían (...tú sabías que mi vida estaba armada de esquemas inquebrantables, sabías también que en mis manos la relación se ahogaría, que paradoja! Sabías bien esto, como cualquier navegante sabe donde está el norte, sólo mirando las estrellas. Sin embargo, dejaste que las cosas sucedieran...)

Mis palabras fueron pocas, lo suficientemente claras, como para que Farid accediera al cambio. Había optado por el metal.
La reunión terminó. Y yo, pedí un café.

1999

Entre paréntesis.- Ignacio Sáenz

Como todos los días, llegué a la fábrica temprano. El olor añejo y su visible abandono me parecieron más evidentes esta vez, incluso, ahora que lo recuerdo, hasta me percaté que al lado de las oficinas aún quedaban los vestigios de lo que fue la casa de Don Pedro. Su hijo, el actual gerente, parece haber heredado la costumbre de no invertir en la fábrica un solo centavo.

Los escalones crujieron, coloqué los papeles sobre el escritorio pensando que este lugar no mereceía llamarse oficina. Detenia en mis pensamientos, no me había percatado que, al contrario de todas las mañanas, la secretaria, haciendo gala de su amabilidad, me estaba ofreciendo un café ¿Acaso no sabía ella que desde hace dos años, ocho meses y cinco días, no tomo mas café? (...y es que el olor a café me trae tu recuerdo, fue en un café donde clebramos nuestro primer encuentro, y fue con un café que fumamos el último cigarrillo...) tal vez fui muy dura con ella, salió algo consternada, no sin antes comunicarme que todo el plantel de "ejecutivos" había sido convocado a una reunión de emergencia.

Libreta en mano entré a la sala de reuniones, guardaba la esperanza de que algún día hubiera algo que valiera la pena anotar. La sala siempre me pareció un salón de billar, un antro, más que un lugar de trabajo. La vieja mesa de madera, la lámpara de un solo foco, con su plato metálico ladeado, colgada del techo, y las ocho sillas bien dispuestas, parecen mudos testigos vestidos de cuero opaco envejecidos por el tiempo, no así por el uso. En torno a todo el espacio se encuentran los infaltables recortes de periódico, colección barata de estampas de moda pasadas, recuerdos gloriosos de lo que alguna vez fue la fábrica. Al fin todo es sólo eso, recuerdos.
(..humo, aroma de café, únicos recuerdos de nuestro pasado. Ni una foto tuya, mía o nuestra. Son las cartas las que dan testimonio de que lo nuestro no fue sólo un espejismo...)

Manuel, el administrador, parecía haber estado ahí siempre, no interrumpí su silencio, di la vuelta, separé la silla y me senté mirando de frente a la puerta, de alguna manera sentía que desde allí me sería más fácil salirme con la mirada.

Estaba a punto de exhalar, cuando entró Farid, su cabello cenizo, las marcas del tiempo en su rostro y su clásico olor a puro, eran inconfundibles. Tomó sin demora la cabecera de la mesa. Inusualmente levantó la cabeza y nos recorrió con la mirada. Lucía algo distinto esta vez, sus ojos brillaban (...Recuerdo aquella vez que escribiste lleno de poesía a mis ojos, a su brillo. Claro que brillaban! pero era tu luz la que yo reflejaba entonces, cuando deteníamos el tiempo en aquella habitación...) estaba claro que traía un proyecto en mente; me preguntaba si Farid esperaría a que todos hubieran llegado para dejar salir las palabras que ya se le atragantaban.

Después siguieron llegando los demás. El jefe de planta, cualquier cosa menos el personaje clásico vestido de blanco y casco. Francisco, nombre ideal para alguien como él, alto, espigado, franela a cuadros, botas de cuero y un tradicional cinturón que ostentaba una protuberante hebilla y que además no parecía sostener los estrechos pantalones. Tomó la silla frente a la mía al lado de Farid, la movió con calma y tomó asiento mirando la bocanada de humo que yo acababa de exhalar.

Si algo disfruto de estas reuniones, tan quietas, estáticas y lentas, es el ver a cada uno de los personajes entrando a la decadente sala y tomando siempre le mismo lugar, casi un ritual del cual, yo, como ellos soy parte, una pieza de este tablero de ajedrez. Aquí todos tenemos un lugar (...nuestro lugar; ¿recuerdas?, no más que un colchón en el piso de tu estrecho departamento, limitado universo de cuatro paredes, un muro empapelado de verde limón, dejado allí tal vez por antiguos inquilinos, el otro, cubierto de libros. Cada pared parecía tener vida propia, incluso la de la ventana que nunca abrimos y que de hecho siempre me infundió una tremenda curiosidad. Nunca supe qué había afuera...)

Elena, la asistente, siempre estaba presente, tomaba tantos apuntes, que hubiera cambiado mis recuerdos por leerlos, a pesar de saber que la mayor parte tienen que ser sólo imaginación, ya que desde mi ingreso a la fábrica nada trascendental había sucedido.

Se sentó en el otro extremo -resulta curioso que las jerarquías en la empresa las da el tiempo, la antigüedad y no el cargo.- No hace falta describir a Elena, con decir que es particularmente flemática, lo he dicho todo (..lo que está afuera a poco importa -decías- estamos juntos, nos tenemos, lo tenemos todo. Como me duele esta palabra!, todo. Vivimos mágicos momentos, construimos tantas historias, creamos un universo y sin embargo, jamás nos dijimos todo...)

Farid pasó por alto el ritual del puro, guardó silencio por unos minutos reclamando la atención, nos dio una última mirada y comenzó a recordarnos la historia de la fábrica, historia que conocíamos de sobra. Con ello se abrió la reunión, tal cual se abre la tensión de juego en un casino. Sus primeras palabras, sin embargo, estaban cargadas de un aire distinto- ya todos saben- dijo- como empezó esta industria del sombrero-

Es increíble que esta industria a la cual yo debo mis mejores días produzca precisamente sombreros, cuando parece que ya nadie los usa. (..usábamos máscaras, las cambiábamos como si fueran sombreros  según las circunstancias. Esto me lo revelaste al descubrir que en la más pura desnudez de mi cuerpo, también llevaba puesta una máscara. vuelve a dolerme cada vez que leo aquella carta tuya donde me revelabas sin revelarme...)

Farid continuaba exaltando los años de gloria, su apellido había sido estampado por su padre como etiqueta de los productos. Hoy, en contraste con aquellos años casi olvidados, la fábrica vivía exclusivamente de exportar curiosos sombreritos "borsalino" a países vecinos.- Mi padre!- elocuentemente se explayó Farid- llegó, como todos los inmigrantes libaneses de principios de siglo, trayendo como único equipaje ilusiones y sueños. No sabía hacer sino sombreros. Una pequeña máquina era todo; con ella empezó a trabajar, un sombrero al día; entonces se hacían por encargo, luego vino otra máquina y después la tercera-.

La retórica siguió por un tiempo hasta que la voz subió de tono, -ustedes saben-continuó- lo limitado que es nuestro mercado actual, la única esperanza, es Hollywood, Hollywood y sus películas-

(Ahora me pregunto si nuestra relación no fue más que un libreto escrito por dos actores, para ponerlo en escena, la escena de nuestras vidas...)

- Es verdad- dijo Elena- ¡cómo olvidar que vendimos medio millón de sombreros cuando hicimos el diseño para aquel aventurero que salía en busca del Santo Grial!-

Había escuchado esa historia antes, de hecho se había convertido en el hito de la empresa. Por aquella época terminaba mis estudios de diseño de modas en París, eran los años más excitantes de mi vida; y de París a la fábrica, donde me encuentro resignada a la decadencia de la empresa y a diseñar sombreros de colores para vaqueros. Por lo menos apliqué mis conocimientos del color.. (.. Por lo menos representamos la obra, tuvimos una relación, si!, por lo menos creamos un pequeño universo; por lo menos compartimos inolvidables momentos. "Por lo menos", palabras que más de una vez nos sirvieron de droga, para atenuar el dolor en momentos difíciles...).

-Aquí quería llegar- exclamó nuevamente Farid- recientemente me ha llamado una productora de cine norteamericana, nos piden que nuestra empresa diseñe el sombrero que llevará el protagonista en la próxima película.

Fantástico!- exclamó Francisco, casi sobresaltado- tenemos lana de sobra para cubrir toda la producción.

Como muchas de sus palabras, el comentario quedó en el aire, me pareció tan burdo. Como si la lana fuera todo.

Farid intervino sin demora, no quería perder el entusiasmo; esta vez, puso a prueba mi creatividad- veremos como resuelve este reto nuestra diseñadora- dijo sonriendo, casi sarcásticamente. Se me enfrió el cuerpo de pies a cabeza. Por primera vez tendría la oportunidad de crear, y no sería fácil tomando en cuenta que todos estos años estuve parada, sin realmente hacer algo. Una extraña combinación de miedo y placer se apoderaba de mi, había sentido antes esta dualidad (...Pero también tuvimos otros momentos ¿recuerdas el tiempo de la dualidad?, tiempos intrusos, llenos de contradicciones. Fue entonces que me enseñaste a ver la dualidad como algo vivo, a no temer a odiar y amar al mismo tiempo, a aceptar lo masculino en mi feminidad, hablabas de la construcción y destrucción, de los dos hemisferios con los que tenemos que lidiar día a día, la certeza siempre fortalecida por la duda y, ¿te acuerdas de la mágica dualidad del tiempo?, el pasado convertido en memoria y el futuro en imaginación. Sentía entonces, que como nosotros, la dualidad estaba hecha de la misma esencia...)

Una nueva sorpresa fue comunicada, la película sería futurista, si! ¿Un sombrero de lana para un personaje del futuro? Se necesitaba un nuevo material, eso era evidente (..del mismo material, fragmento, del mismo círculo. Tantas palabras que quedaron atrapadas en nuestra relación. Antes, pensamientos, ahora memoria, memorias que retengo en mi mente como pedazos de tantas de tus poesías.. "te amo en cada círculo, recinto de tiempos, espacio de alquimias, donde existes trashumante y donde morimos desvanecidos, para reconstruirnos"...)

Elena tomaba apuntes de manera compulsiva, Francisco apoltronado en su silla como si estuviera a caballo y yo, con los ojos cerrados, buscando mi musa.  La puerta se abrió en silencio, la secretaria dio la vuelta a la mesa ofreciendo café. Yo no acepté. El aroma impregnó la sala (...Pedazos de poesías que impregnan mi presente, aquel aroma que me trae tu recuerdo, café y palabras ahora convertidas en memoria...)

Manuel, reprimido detrás de sus grandes anteojos cuadrados, apenas logró intervenir, tímidamente y en un tono apenas perceptible dijo -la solución sería implementar un nuevo material, el metal, por ejemplo-.

Por un breve momento nos quedamos en silencio, nos mirábamos. Farid, meneó la cabeza, prendió el puro, y exhalando, manifestó su total inconformidad; la polémica se desató y las miradas recayeron sobre mi (... memorias que trastornan, memorias de nuestras miradas enfrentadas, memorias del torbellino de nuestro pasado. Polémicas constantes, polémicas que siempre derivaban a mi. Aún ahora no sé porqué dejaste en mis manos el futuro de nuestra relación...)

La flexibilidad era la única salida, eso todos lo sabían (...tú sabías que mi vida estaba armada de esquemas inquebrantables, sabías también que en mis manos la relación se ahogaría, que paradoja! Sabías bien esto, como cualquier navegante sabe donde está el norte, sólo mirando las estrellas. Sin embargo, dejaste que las cosas sucedieran...)

Mis palabras fueron pocas, lo suficientemente claras, como para que Farid accediera al cambio. Había optado por el metal.
La reunión terminó. Y yo, pedí un café.

1999

Entre paréntesis. - Roberto Bolaño

ROBERTO BOLAÑO




Como todos los días, llegué a la fábrica temprano. El olor añejo y su visible abandono me parecieron más evidentes esta vez, incluso, ahora que lo recuerdo, hasta me percaté que al lado de las oficinas aún quedaban los vestigios de lo que fue la casa de Don Pedro. Su hijo, el actual gerente, parece haber heredado la costumbre de no invertir en la fábrica un solo centavo.

Los escalones crujieron, coloqué los papeles sobre el escritorio pensando que este lugar no merecía llamarse oficina. Detenía en mis pensamientos, no me había percatado que, al contrario de todas las mañanas, la secretaria, haciendo gala de su amabilidad, me estaba ofreciendo un café ¿Acaso no sabía ella que desde hace dos años, ocho meses y cinco días, no tomo mas café? (...y es que el olor a café me trae tu recuerdo, fue en un café donde celebramos nuestro primer encuentro, y fue con un café que fumamos el último cigarrillo...) tal vez fui muy dura con ella, salió algo consternada, no sin antes comunicarme que todo el plantel de "ejecutivos" había sido convocado a una reunión de emergencia.

Libreta en mano entré a la sala de reuniones, guardaba la esperanza de que algún día hubiera algo que valiera la pena anotar. La sala siempre me pareció un salón de billar, un antro, más que un lugar de trabajo. La vieja mesa de madera, la lámpara de un solo foco, con su plato metálico ladeado, colgada del techo, y las ocho sillas bien dispuestas, parecen mudos testigos vestidos de cuero opaco envejecidos por el tiempo, no así por el uso. En torno a todo el espacio se encuentran los infaltables recortes de periódico, colección barata de estampas de moda pasadas, recuerdos gloriosos de lo que alguna vez fue la fábrica. Al fin todo es sólo eso, recuerdos.

(..humo, aroma de café, únicos recuerdos de nuestro pasado. Ni una foto tuya, mía o nuestra. Son las cartas las que dan testimonio de que lo nuestro no fue sólo un espejismo...)

Manuel, el administrador, parecía haber estado ahí siempre, no interrumpí su silencio, di la vuelta, separé la silla y me senté mirando de frente a la puerta, de alguna manera sentía que desde allí me sería más fácil salirme con la mirada.

Estaba a punto de exhalar, cuando entró Farid, su cabello cenizo, las marcas del tiempo en su rostro y su clásico olor a puro, eran inconfundibles. Tomó sin demora la cabecera de la mesa. Inusualmente levantó la cabeza y nos recorrió con la mirada. Lucía algo distinto esta vez, sus ojos brillaban (...Recuerdo aquella vez que escribiste lleno de poesía a mis ojos, a su brillo. Claro que brillaban! pero era tu luz la que yo reflejaba entonces, cuando deteníamos el tiempo en aquella habitación...) estaba claro que traía un proyecto en mente; me preguntaba si Farid esperaría a que todos hubieran llegado para dejar salir las palabras que ya se le atragantaban.

Después siguieron llegando los demás. El jefe de planta, cualquier cosa menos el personaje clásico vestido de blanco y casco. Francisco, nombre ideal para alguien como él, alto, espigado, franela a cuadros, botas de cuero y un tradicional cinturón que ostentaba una protuberante hebilla y que además no parecía sostener los estrechos pantalones. Tomó la silla frente a la mía al lado de Farid, la movió con calma y tomó asiento mirando la bocanada de humo que yo acababa de exhalar.

Si algo disfruto de estas reuniones, tan quietas, estáticas y lentas, es el ver a cada uno de los personajes entrando a la decadente sala y tomando siempre le mismo lugar, casi un ritual del cual, yo, como ellos soy parte, una pieza de este tablero de ajedrez. Aquí todos tenemos un lugar (...nuestro lugar; ¿recuerdas?, no más que un colchón en el piso de tu estrecho departamento, limitado universo de cuatro paredes, un muro empapelado de verde limón, dejado allí tal vez por antiguos inquilinos, el otro, cubierto de libros. Cada pared parecía tener vida propia, incluso la de la ventana que nunca abrimos y que de hecho siempre me infundió una tremenda curiosidad. Nunca supe qué había afuera...)

Elena, la asistente, siempre estaba presente, tomaba tantos apuntes, que hubiera cambiado mis recuerdos por leerlos, a pesar de saber que la mayor parte tienen que ser sólo imaginación, ya que desde mi ingreso a la fábrica nada trascendental había sucedido.

Se sentó en el otro extremo -resulta curioso que las jerarquías en la empresa las da el tiempo, la antigüedad y no el cargo.- No hace falta describir a Elena, con decir que es particularmente flemática, lo he dicho todo (..lo que está afuera a poco importa -decías- estamos juntos, nos tenemos, lo tenemos todo. Como me duele esta palabra!, todo. Vivimos mágicos momentos, construimos tantas historias, creamos un universo y sin embargo, jamás nos dijimos todo...)

Farid pasó por alto el ritual del puro, guardó silencio por unos minutos reclamando la atención, nos dio una última mirada y comenzó a recordarnos la historia de la fábrica, historia que conocíamos de sobra. Con ello se abrió la reunión, tal cual se abre la tensión de juego en un casino. Sus primeras palabras, sin embargo, estaban cargadas de un aire distinto- ya todos saben- dijo- como empezó esta industria del sombrero-

Es increíble que esta industria a la cual yo debo mis mejores días produzca precisamente sombreros, cuando parece que ya nadie los usa. (..usábamos máscaras, las cambiábamos como si fueran sombreros  según las circunstancias. Esto me lo revelaste al descubrir que en la más pura desnudez de mi cuerpo, también llevaba puesta una máscara. vuelve a dolerme cada vez que leo aquella carta tuya donde me revelabas sin revelarme...)

Farid continuaba exaltando los años de gloria, su apellido había sido estampado por su padre como etiqueta de los productos. Hoy, en contraste con aquellos años casi olvidados, la fábrica vivía exclusivamente de exportar curiosos sombreritos "borsalino" a países vecinos.- Mi padre!- elocuentemente se explayó Farid- llegó, como todos los inmigrantes libaneses de principios de siglo, trayendo como único equipaje ilusiones y sueños. No sabía hacer sino sombreros. Una pequeña máquina era todo; con ella empezó a trabajar, un sombrero al día; entonces se hacían por encargo, luego vino otra máquina y después la tercera-.

La retórica siguió por un tiempo hasta que la voz subió de tono, -ustedes saben-continuó- lo limitado que es nuestro mercado actual, la única esperanza, es Hollywood, Hollywood y sus películas-

(Ahora me pregunto si nuestra relación no fue más que un libreto escrito por dos actores, para ponerlo en escena, la escena de nuestras vidas...)

- Es verdad- dijo Elena- ¡cómo olvidar que vendimos medio millón de sombreros cuando hicimos el diseño para aquel aventurero que salía en busca del Santo Grial!-

Había escuchado esa historia antes, de hecho se había convertido en el hito de la empresa. Por aquella época terminaba mis estudios de diseño de modas en París, eran los años más excitantes de mi vida; y de París a la fábrica, donde me encuentro resignada a la decadencia de la empresa y a diseñar sombreros de colores para vaqueros. Por lo menos apliqué mis conocimientos del color.. (.. Por lo menos representamos la obra, tuvimos una relación, si!, por lo menos creamos un pequeño universo; por lo menos compartimos inolvidables momentos. "Por lo menos", palabras que más de una vez nos sirvieron de droga, para atenuar el dolor en momentos difíciles...).

-Aquí quería llegar- exclamó nuevamente Farid- recientemente me ha llamado una productora de cine norteamericana, nos piden que nuestra empresa diseñe el sombrero que llevará el protagonista en la próxima película.

Fantástico!- exclamó Francisco, casi sobresaltado- tenemos lana de sobra para cubrir toda la producción.

Como muchas de sus palabras, el comentario quedó en el aire, me pareció tan burdo. Como si la lana fuera todo.

Farid intervino sin demora, no quería perder el entusiasmo; esta vez, puso a prueba mi creatividad- veremos como resuelve este reto nuestra diseñadora- dijo sonriendo, casi sarcásticamente. Se me enfrió el cuerpo de pies a cabeza. Por primera vez tendría la oportunidad de crear, y no sería fácil tomando en cuenta que todos estos años estuve parada, sin realmente hacer algo. Una extraña combinación de miedo y placer se apoderaba de mi, había sentido antes esta dualidad (...Pero también tuvimos otros momentos ¿recuerdas el tiempo de la dualidad?, tiempos intrusos, llenos de contradicciones. Fue entonces que me enseñaste a ver la dualidad como algo vivo, a no temer a odiar y amar al mismo tiempo, a aceptar lo masculino en mi feminidad, hablabas de la construcción y destrucción, de los dos hemisferios con los que tenemos que lidiar día a día, la certeza siempre fortalecida por la duda y, ¿te acuerdas de la mágica dualidad del tiempo?, el pasado convertido en memoria y el futuro en imaginación. Sentía entonces, que como nosotros, la dualidad estaba hecha de la misma esencia...)

Una nueva sorpresa fue comunicada, la película sería futurista, si! ¿Un sombrero de lana para un personaje del futuro? Se necesitaba un nuevo material, eso era evidente (..del mismo material, fragmento, del mismo círculo. Tantas palabras que quedaron atrapadas en nuestra relación. Antes, pensamientos, ahora memoria, memorias que retengo en mi mente como pedazos de tantas de tus poesías.. "te amo en cada círculo, recinto de tiempos, espacio de alquimias, donde existes trashumante y donde morimos desvanecidos, para reconstruirnos"...)

Elena tomaba apuntes de manera compulsiva, Francisco apoltronado en su silla como si estuviera a caballo y yo, con los ojos cerrados, buscando mi musa.  La puerta se abrió en silencio, la secretaria dio la vuelta a la mesa ofreciendo café. Yo no acepté. El aroma impregnó la sala (...Pedazos de poesías que impregnan mi presente, aquel aroma que me trae tu recuerdo, café y palabras ahora convertidas en memoria...)

Manuel, reprimido detrás de sus grandes anteojos cuadrados, apenas logró intervenir, tímidamente y en un tono apenas perceptible dijo -la solución sería implementar un nuevo material, el metal, por ejemplo-.

Por un breve momento nos quedamos en silencio, nos mirábamos. Farid, meneó la cabeza, prendió el puro, y exhalando, manifestó su total inconformidad; la polémica se desató y las miradas recayeron sobre mi (... memorias que trastornan, memorias de nuestras miradas enfrentadas, memorias del torbellino de nuestro pasado. Polémicas constantes, polémicas que siempre derivaban a mi. Aún ahora no sé porqué dejaste en mis manos el futuro de nuestra relación...)

ROBERTO BOLAÑO

La flexibilidad era la única salida, eso todos lo sabían (...tú sabías que mi vida estaba armada de esquemas inquebrantables, sabías también que en mis manos la relación se ahogaría, que paradoja! Sabías bien esto, como cualquier navegante sabe donde está el norte, sólo mirando las estrellas. Sin embargo, dejaste que las cosas sucedieran...)


Mis palabras fueron pocas, lo suficientemente claras, como para que Farid accediera al cambio. Había optado por el metal.
La reunión terminó. Y yo, pedí un café.


1999, mecanizado para la web por Ignacio Sáenz

Entre paréntesis.- Ignacio Sáenz

Como todos los días, llegué a la fábrica temprano. El olor añejo y su visible abandono me parecieron más evidentes esta vez, incluso, ahora que lo recuerdo, hasta me percaté que al lado de las oficinas aún quedaban los vestigios de lo que fue la casa de Don Pedro. Su hijo, el actual gerente, parece haber heredado la costumbre de no invertir en la fábrica un solo centavo.

Los escalones crujieron, coloqué los papeles sobre el escritorio pensando que este lugar no mereceía llamarse oficina. Detenia en mis pensamientos, no me había percatado que, al contrario de todas las mañanas, la secretaria, haciendo gala de su amabilidad, me estaba ofreciendo un café ¿Acaso no sabía ella que desde hace dos años, ocho meses y cinco días, no tomo mas café? (...y es que el olor a café me trae tu recuerdo, fue en un café donde clebramos nuestro primer encuentro, y fue con un café que fumamos el último cigarrillo...) tal vez fui muy dura con ella, salió algo consternada, no sin antes comunicarme que todo el plantel de "ejecutivos" había sido convocado a una reunión de emergencia.

Libreta en mano entré a la sala de reuniones, guardaba la esperanza de que algún día hubiera algo que valiera la pena anotar. La sala siempre me pareció un salón de billar, un antro, más que un lugar de trabajo. La vieja mesa de madera, la lámpara de un solo foco, con su plato metálico ladeado, colgada del techo, y las ocho sillas bien dispuestas, parecen mudos testigos vestidos de cuero opaco envejecidos por el tiempo, no así por el uso. En torno a todo el espacio se encuentran los infaltables recortes de periódico, colección barata de estampas de moda pasadas, recuerdos gloriosos de lo que alguna vez fue la fábrica. Al fin todo es sólo eso, recuerdos.
(..humo, aroma de café, únicos recuerdos de nuestro pasado. Ni una foto tuya, mía o nuestra. Son las cartas las que dan testimonio de que lo nuestro no fue sólo un espejismo...)

Manuel, el administrador, parecía haber estado ahí siempre, no interrumpí su silencio, di la vuelta, separé la silla y me senté mirando de frente a la puerta, de alguna manera sentía que desde allí me sería más fácil salirme con la mirada.

Estaba a punto de exhalar, cuando entró Farid, su cabello cenizo, las marcas del tiempo en su rostro y su clásico olor a puro, eran inconfundibles. Tomó sin demora la cabecera de la mesa. Inusualmente levantó la cabeza y nos recorrió con la mirada. Lucía algo distinto esta vez, sus ojos brillaban (...Recuerdo aquella vez que escribiste lleno de poesía a mis ojos, a su brillo. Claro que brillaban! pero era tu luz la que yo reflejaba entonces, cuando deteníamos el tiempo en aquella habitación...) estaba claro que traía un proyecto en mente; me preguntaba si Farid esperaría a que todos hubieran llegado para dejar salir las palabras que ya se le atragantaban.

Después siguieron llegando los demás. El jefe de planta, cualquier cosa menos el personaje clásico vestido de blanco y casco. Francisco, nombre ideal para alguien como él, alto, espigado, franela a cuadros, botas de cuero y un tradicional cinturón que ostentaba una protuberante hebilla y que además no parecía sostener los estrechos pantalones. Tomó la silla frente a la mía al lado de Farid, la movió con calma y tomó asiento mirando la bocanada de humo que yo acababa de exhalar.

Si algo disfruto de estas reuniones, tan quietas, estáticas y lentas, es el ver a cada uno de los personajes entrando a la decadente sala y tomando siempre le mismo lugar, casi un ritual del cual, yo, como ellos soy parte, una pieza de este tablero de ajedrez. Aquí todos tenemos un lugar (...nuestro lugar; ¿recuerdas?, no más que un colchón en el piso de tu estrecho departamento, limitado universo de cuatro paredes, un muro empapelado de verde limón, dejado allí tal vez por antiguos inquilinos, el otro, cubierto de libros. Cada pared parecía tener vida propia, incluso la de la ventana que nunca abrimos y que de hecho siempre me infundió una tremenda curiosidad. Nunca supe qué había afuera...)

Elena, la asistente, siempre estaba presente, tomaba tantos apuntes, que hubiera cambiado mis recuerdos por leerlos, a pesar de saber que la mayor parte tienen que ser sólo imaginación, ya que desde mi ingreso a la fábrica nada trascendental había sucedido.

Se sentó en el otro extremo -resulta curioso que las jerarquías en la empresa las da el tiempo, la antigüedad y no el cargo.- No hace falta describir a Elena, con decir que es particularmente flemática, lo he dicho todo (..lo que está afuera a poco importa -decías- estamos juntos, nos tenemos, lo tenemos todo. Como me duele esta palabra!, todo. Vivimos mágicos momentos, construimos tantas historias, creamos un universo y sin embargo, jamás nos dijimos todo...)

Farid pasó por alto el ritual del puro, guardó silencio por unos minutos reclamando la atención, nos dio una última mirada y comenzó a recordarnos la historia de la fábrica, historia que conocíamos de sobra. Con ello se abrió la reunión, tal cual se abre la tensión de juego en un casino. Sus primeras palabras, sin embargo, estaban cargadas de un aire distinto- ya todos saben- dijo- como empezó esta industria del sombrero-

Es increíble que esta industria a la cual yo debo mis mejores días produzca precisamente sombreros, cuando parece que ya nadie los usa. (..usábamos máscaras, las cambiábamos como si fueran sombreros  según las circunstancias. Esto me lo revelaste al descubrir que en la más pura desnudez de mi cuerpo, también llevaba puesta una máscara. vuelve a dolerme cada vez que leo aquella carta tuya donde me revelabas sin revelarme...)

Farid continuaba exaltando los años de gloria, su apellido había sido estampado por su padre como etiqueta de los productos. Hoy, en contraste con aquellos años casi olvidados, la fábrica vivía exclusivamente de exportar curiosos sombreritos "borsalino" a países vecinos.- Mi padre!- elocuentemente se explayó Farid- llegó, como todos los inmigrantes libaneses de principios de siglo, trayendo como único equipaje ilusiones y sueños. No sabía hacer sino sombreros. Una pequeña máquina era todo; con ella empezó a trabajar, un sombrero al día; entonces se hacían por encargo, luego vino otra máquina y después la tercera-.

La retórica siguió por un tiempo hasta que la voz subió de tono, -ustedes saben-continuó- lo limitado que es nuestro mercado actual, la única esperanza, es Hollywood, Hollywood y sus películas-

(Ahora me pregunto si nuestra relación no fue más que un libreto escrito por dos actores, para ponerlo en escena, la escena de nuestras vidas...)

- Es verdad- dijo Elena- ¡cómo olvidar que vendimos medio millón de sombreros cuando hicimos el diseño para aquel aventurero que salía en busca del Santo Grial!-

Había escuchado esa historia antes, de hecho se había convertido en el hito de la empresa. Por aquella época terminaba mis estudios de diseño de modas en París, eran los años más excitantes de mi vida; y de París a la fábrica, donde me encuentro resignada a la decadencia de la empresa y a diseñar sombreros de colores para vaqueros. Por lo menos apliqué mis conocimientos del color.. (.. Por lo menos representamos la obra, tuvimos una relación, si!, por lo menos creamos un pequeño universo; por lo menos compartimos inolvidables momentos. "Por lo menos", palabras que más de una vez nos sirvieron de droga, para atenuar el dolor en momentos difíciles...).

-Aquí quería llegar- exclamó nuevamente Farid- recientemente me ha llamado una productora de cine norteamericana, nos piden que nuestra empresa diseñe el sombrero que llevará el protagonista en la próxima película.

Fantástico!- exclamó Francisco, casi sobresaltado- tenemos lana de sobra para cubrir toda la producción.

Como muchas de sus palabras, el comentario quedó en el aire, me pareció tan burdo. Como si la lana fuera todo.

Farid intervino sin demora, no quería perder el entusiasmo; esta vez, puso a prueba mi creatividad- veremos como resuelve este reto nuestra diseñadora- dijo sonriendo, casi sarcásticamente. Se me enfrió el cuerpo de pies a cabeza. Por primera vez tendría la oportunidad de crear, y no sería fácil tomando en cuenta que todos estos años estuve parada, sin realmente hacer algo. Una extraña combinación de miedo y placer se apoderaba de mi, había sentido antes esta dualidad (...Pero también tuvimos otros momentos ¿recuerdas el tiempo de la dualidad?, tiempos intrusos, llenos de contradicciones. Fue entonces que me enseñaste a ver la dualidad como algo vivo, a no temer a odiar y amar al mismo tiempo, a aceptar lo masculino en mi feminidad, hablabas de la construcción y destrucción, de los dos hemisferios con los que tenemos que lidiar día a día, la certeza siempre fortalecida por la duda y, ¿te acuerdas de la mágica dualidad del tiempo?, el pasado convertido en memoria y el futuro en imaginación. Sentía entonces, que como nosotros, la dualidad estaba hecha de la misma esencia...)

Una nueva sorpresa fue comunicada, la película sería futurista, si! ¿Un sombrero de lana para un personaje del futuro? Se necesitaba un nuevo material, eso era evidente (..del mismo material, fragmento, del mismo círculo. Tantas palabras que quedaron atrapadas en nuestra relación. Antes, pensamientos, ahora memoria, memorias que retengo en mi mente como pedazos de tantas de tus poesías.. "te amo en cada círculo, recinto de tiempos, espacio de alquimias, donde existes trashumante y donde morimos desvanecidos, para reconstruirnos"...)

Elena tomaba apuntes de manera compulsiva, Francisco apoltronado en su silla como si estuviera a caballo y yo, con los ojos cerrados, buscando mi musa.  La puerta se abrió en silencio, la secretaria dio la vuelta a la mesa ofreciendo café. Yo no acepté. El aroma impregnó la sala (...Pedazos de poesías que impregnan mi presente, aquel aroma que me trae tu recuerdo, café y palabras ahora convertidas en memoria...)

Manuel, reprimido detrás de sus grandes anteojos cuadrados, apenas logró intervenir, tímidamente y en un tono apenas perceptible dijo -la solución sería implementar un nuevo material, el metal, por ejemplo-.

Por un breve momento nos quedamos en silencio, nos mirábamos. Farid, meneó la cabeza, prendió el puro, y exhalando, manifestó su total inconformidad; la polémica se desató y las miradas recayeron sobre mi (... memorias que trastornan, memorias de nuestras miradas enfrentadas, memorias del torbellino de nuestro pasado. Polémicas constantes, polémicas que siempre derivaban a mi. Aún ahora no sé porqué dejaste en mis manos el futuro de nuestra relación...)

La flexibilidad era la única salida, eso todos lo sabían (...tú sabías que mi vida estaba armada de esquemas inquebrantables, sabías también que en mis manos la relación se ahogaría, que paradoja! Sabías bien esto, como cualquier navegante sabe donde está el norte, sólo mirando las estrellas. Sin embargo, dejaste que las cosas sucedieran...)

Mis palabras fueron pocas, lo suficientemente claras, como para que Farid accediera al cambio. Había optado por el metal.
La reunión terminó. Y yo, pedí un café.

1999