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Lo mismo que un batracio. Francisco Cañabate Reche

LO MISMO QUE UN BATRACIO

(I)

En mitad de la charca la tarde se recuesta, crece, se despereza, late y destila vida. Ha pasado la siesta por mitad de sus aguas dejando las señales, esparciendo su esencia de calma, de calima, y la tarde respira los vapores de cieno que emergen desde el fondo. Por fin queda un silencio tras de la algarabía que es la naturaleza. Pero esto dura poco. Exhausto de calor el silencio chirría. El agua está callada, se mueve, se disipa, se condensa, se anima. Los animales duermen mecidos por la brisa. El sopor se reclina. Luego llegan los niños.
Solo con su presencia, distante, aun evasiva, todo cambia de pronto. Mientras el sol se inclina, se escuchan desde lejos sus gritos y sus risas. Llegan desde el camino. Se acercan, corren, vuelan, saltan y se deslizan precediendo a sus amos que vienen a la zaga y que no se detienen hasta encontrar al agua e introducir sus cuerpos jóvenes de gacelas en el líquido frío. Antes de que suceda, los animales huyen, se esconden, los evitan y los niños lo saben pero no les importa. Mientras siguen corriendo, aun ven el movimiento de animales que escapan. En los últimos metros prolongan su carrera. Se lanzan hacia el agua como desesperados, se abrazan y se empujan, se zambullen y nadan. Suceden los minutos y aunque parezca extraño, ellos también se cansan y durante un momento que dura diez latidos vuelve a ser el silencio.
Luego algo nuevo ocurre: uno de los pequeños ha cazado una rana y la muestra orgulloso a toda la pandilla.
- ¡No ha podido escapar!- grita mientras agita sus brazos triunfadores- ¡Estaba en una esquina y la he cazado el vuelo cuando intentó alejarse!- Y todos se le acercan y después le rodean queriendo ver la rana que tiembla entre sus manos.
- ¡Saquémosle los ojos!- dice un niño moreno con un deje cruel, y mueve una varilla como el médico loco que tal vez será un día y sus ojos reflejan al futuro homicida que presiente las formas que practicará luego. La vara de madera flexible y acerada continua en movimiento, adelante y atrás, insistente, terrible, portadora de muerte, lo mismo que un estoque de un torero ridículo o que una estaca mágica para un drácula enano.
- ¡Dejadla, no seáis brutos, no veis que esta sufriendo¡.- La voz viene del fondo destruyendo el terror. Se trata del mayor, el mas alto del grupo, ahora él les habla a todos con un tono cascado que ya es adolescente y que le hace ser fuerte, y los otros lo miran y le dejan pasar no sin cierta desgana, indecisos tal vez ante el influjo hipnótico de la vara homicida, y la rana se agita y parece sudar, esperando quizás que proclame su suerte el alto tribunal que ahora la está juzgando.
Pero no hay decisión , o al menos, no es unánime, porque el mismo muchacho la arranca de las manos del que la capturó y con un movimiento rápido de su brazo la arroja a la distancia, en mitad del estanque, donde ya nadie puede volverla a hacer cautiva.
La rana, que revive, nada hacia la espesura con súbita entereza. Al principio la observan refugiarse en el fondo, siguen sus movimientos durante unos segundos, luego ya no la miran. Los muchachos reaccionan después de la sorpresa, de la quietud indecisa. Se vuelven enfadados y rodean al mas alto y le gritan de frente su disconformidad, pero él logra apartarlos y con un gesto áspero se decide a correr. Todos van hacia el pueblo persiguiendo al que escapa, todos a la carrera, enfadados algunos, otros confabulados con solo una mirada para volver mañana y recobrar la pieza.
La caza no ha acabado, solamente se aplaza, pero se van los gritos, el confuso sonido que nace de unos labios se aleja con los pasos y después se evapora.
Así llega la calma de nuevo hasta la charca.
Entonces cae la noche.

(II)

Ha pasado el horror y a pesar del peligro en fluye mi vida, pese al agravio triste de mis pobres recuerdos y a la continua huida, cuando el sol se retira recupero el aliento.
Al fin ha sucedido, nuevamente ha llegado para ser mi aliada. Pesa la noche cierta. Su densidad me oprime. Se confirman los signos inequívocos del paso de las horas ( un paso irrevocable que incluso yo percibo en este nuevo estado) y el imperio lunar se consolida y crece. Y mientras, yo respiro.
Siento el sudor espeso que atraviesa mis poros condensándose luego sobre mi piel mojada lo mismo que un batracio supurante y sediento. Salgo a tomar el aire e inicio el pensamiento que tanto me tortura.(Y no puedo evitarlo, y no quiero perderlo, y me aferro a sus sombras porque él me da sentido a pesar de mi absurdo). Noto la confusión en esta nueva vida en la que ahora resido, pero aun resta el recuerdo que llega por las noches cuando miro la luna. Aun me queda el pasado. Aun existe la idea que habita mi memoria y que no quiere irse. Y en ella se construye un pretérito exacto que parece imposible ( lejano, inhabitable) de esplendor y de luces, un pasado de ensueño que tal vez fuera el mío.
Recuerdo, por ejemplo, los paseos por el prado sobre un caballo tordo, y el sabor de unos labios que no veré de nuevo, y el aire del palacio tan puro, tan diáfano, tan distinto al de ahora, y las luces de noche, en medio de los bailes cuando me presentaban a las bellas muchachas, y el resplandor y el Arte que existió con mayúsculas; por ejemplo, la música ( aun suena en mi cerebro la dulce melodía con la que la seduje: un violín y un piano y después una viola y con ella un oboe que me elevan al cielo, y aun se mueven mis manos cogidas de las suyas, y sigo los compases y hasta recuerdo el título de la pieza que escucho: la sonata 1060 para orquesta y oboe de Juan Sebastian Bach). Y al final del abrazo ( que resultó prohibido) y de los bellos labios que tanto añoro ahora porque serían mi vida, ocurrió una venganza, mágica, incontestable, que no hubiera esperado, y desde allí al presente al que he sido arrojado solo me queda un paso que recorro de un salto que parece acrobático, al ritmo de esa música que habita en mi recuerdo.
Pero no vale nada toda esa melodía en mi mundo de ahora, en mitad de un silencio que no es mas que sonido, de esta quietud fingida que es una algarabía, no sirve su dulzura, ni el caudal de sus notas, ni su melancolía, porque entre los recuerdos - esos que son mi vida-, sigue la confusión, continua la impotencia.
Déjame preguntarte: ¿Sentiste alguna vez solo por un momento la sensación absurda de no saber quien eres?; ¿ Y lo que es aun mas grave, de no querer saberlo?;
¿ Dudaste de ti mismo y después intentaste esconder la cabeza para olvidarlo todo porque sientes vergüenza, y no pudiste hacerlo?. Esta es mi pesadilla, te invito a compartirla.
Me muevo desde el limbo que está en el mi pensamiento. El limbo del recuerdo donde a veces me escondo. Me regresa al presente la sensación exacta, física, dolorosa, de que ahora tengo hambre. La realidad se impone. Se agudiza mi instinto en mitad de la noche porque escucho el sonido gutural y profundo (brutal, inadmisible) que arroja mi garganta sin que yo se lo pida cuando observo la pieza que tanto había esperado, y cazo sin remedio para saciar mi falta. (Ya no quedan banquetes como los de mis sueños, se que nadie me sirve como sucedía antaño, ese es solo el reflejo de un pasado lejano).
Y cuando todo acaba y sacio mi vergüenza como un ser primitivo, ya no me quedan dudas porque sé que soy otro. Debo volver al agua. Me acerco hasta el estanque y puedo ver mi cuerpo reflejado en la noche.
Tras de mí esta la luna que intenta acariciarme. Quiere empapar mis lágrimas. Se que ella me consuela por lo que ya he perdido (y yo se lo agradezco), pero pese a su gesto la verdad se me muestra, (aunque a mi me horrorice), sin piedad, sin dobleces, inevitablemente, y el reflejo no miente. La imagen que percibo, mi reflejo en el agua, me condena a la angustia.
Y esa fue su venganza. Mágica, incontestable. El precio de un abrazo que resultó prohibido:
Hoy soy un pobre príncipe que teme por su vida. Siento que el sol regresa y que traerá a los niños. Y de entre todos ellos, temo al loco homicida. Se que él vendrá a buscarme y me hallará de nuevo.
Y también que no entienden, que no comprende nadie que pese a mi presencia soy solo un triste príncipe, un humilde batracio que esper
a a ser besado.
Me queda esa esperanza.
¿Sucederá algún día?

Lo mismo que un batracio. Francisco Cañabate Reche

LO MISMO QUE UN BATRACIO

(I)

En mitad de la charca la tarde se recuesta, crece, se despereza, late y destila vida. Ha pasado la siesta por mitad de sus aguas dejando las señales, esparciendo su esencia de calma, de calima, y la tarde respira los vapores de cieno que emergen desde el fondo. Por fin queda un silencio tras de la algarabía que es la naturaleza. Pero esto dura poco. Exhausto de calor el silencio chirría. El agua está callada, se mueve, se disipa, se condensa, se anima. Los animales duermen mecidos por la brisa. El sopor se reclina. Luego llegan los niños.
Solo con su presencia, distante, aun evasiva, todo cambia de pronto. Mientras el sol se inclina, se escuchan desde lejos sus gritos y sus risas. Llegan desde el camino. Se acercan, corren, vuelan, saltan y se deslizan precediendo a sus amos que vienen a la zaga y que no se detienen hasta encontrar al agua e introducir sus cuerpos jóvenes de gacelas en el líquido frío. Antes de que suceda, los animales huyen, se esconden, los evitan y los niños lo saben pero no les importa. Mientras siguen corriendo, aun ven el movimiento de animales que escapan. En los últimos metros prolongan su carrera. Se lanzan hacia el agua como desesperados, se abrazan y se empujan, se zambullen y nadan. Suceden los minutos y aunque parezca extraño, ellos también se cansan y durante un momento que dura diez latidos vuelve a ser el silencio.
Luego algo nuevo ocurre: uno de los pequeños ha cazado una rana y la muestra orgulloso a toda la pandilla.
- ¡No ha podido escapar!- grita mientras agita sus brazos triunfadores- ¡Estaba en una esquina y la he cazado el vuelo cuando intentó alejarse!- Y todos se le acercan y después le rodean queriendo ver la rana que tiembla entre sus manos.
- ¡Saquémosle los ojos!- dice un niño moreno con un deje cruel, y mueve una varilla como el médico loco que tal vez será un día y sus ojos reflejan al futuro homicida que presiente las formas que practicará luego. La vara de madera flexible y acerada continua en movimiento, adelante y atrás, insistente, terrible, portadora de muerte, lo mismo que un estoque de un torero ridículo o que una estaca mágica para un drácula enano.
- ¡Dejadla, no seáis brutos, no veis que esta sufriendo¡.- La voz viene del fondo destruyendo el terror. Se trata del mayor, el mas alto del grupo, ahora él les habla a todos con un tono cascado que ya es adolescente y que le hace ser fuerte, y los otros lo miran y le dejan pasar no sin cierta desgana, indecisos tal vez ante el influjo hipnótico de la vara homicida, y la rana se agita y parece sudar, esperando quizás que proclame su suerte el alto tribunal que ahora la está juzgando.
Pero no hay decisión , o al menos, no es unánime, porque el mismo muchacho la arranca de las manos del que la capturó y con un movimiento rápido de su brazo la arroja a la distancia, en mitad del estanque, donde ya nadie puede volverla a hacer cautiva.
La rana, que revive, nada hacia la espesura con súbita entereza. Al principio la observan refugiarse en el fondo, siguen sus movimientos durante unos segundos, luego ya no la miran. Los muchachos reaccionan después de la sorpresa, de la quietud indecisa. Se vuelven enfadados y rodean al mas alto y le gritan de frente su disconformidad, pero él logra apartarlos y con un gesto áspero se decide a correr. Todos van hacia el pueblo persiguiendo al que escapa, todos a la carrera, enfadados algunos, otros confabulados con solo una mirada para volver mañana y recobrar la pieza.
La caza no ha acabado, solamente se aplaza, pero se van los gritos, el confuso sonido que nace de unos labios se aleja con los pasos y después se evapora.
Así llega la calma de nuevo hasta la charca.
Entonces cae la noche.

(II)

Ha pasado el horror y a pesar del peligro en fluye mi vida, pese al agravio triste de mis pobres recuerdos y a la continua huida, cuando el sol se retira recupero el aliento.
Al fin ha sucedido, nuevamente ha llegado para ser mi aliada. Pesa la noche cierta. Su densidad me oprime. Se confirman los signos inequívocos del paso de las horas ( un paso irrevocable que incluso yo percibo en este nuevo estado) y el imperio lunar se consolida y crece. Y mientras, yo respiro.
Siento el sudor espeso que atraviesa mis poros condensándose luego sobre mi piel mojada lo mismo que un batracio supurante y sediento. Salgo a tomar el aire e inicio el pensamiento que tanto me tortura.(Y no puedo evitarlo, y no quiero perderlo, y me aferro a sus sombras porque él me da sentido a pesar de mi absurdo). Noto la confusión en esta nueva vida en la que ahora resido, pero aun resta el recuerdo que llega por las noches cuando miro la luna. Aun me queda el pasado. Aun existe la idea que habita mi memoria y que no quiere irse. Y en ella se construye un pretérito exacto que parece imposible ( lejano, inhabitable) de esplendor y de luces, un pasado de ensueño que tal vez fuera el mío.
Recuerdo, por ejemplo, los paseos por el prado sobre un caballo tordo, y el sabor de unos labios que no veré de nuevo, y el aire del palacio tan puro, tan diáfano, tan distinto al de ahora, y las luces de noche, en medio de los bailes cuando me presentaban a las bellas muchachas, y el resplandor y el Arte que existió con mayúsculas; por ejemplo, la música ( aun suena en mi cerebro la dulce melodía con la que la seduje: un violín y un piano y después una viola y con ella un oboe que me elevan al cielo, y aun se mueven mis manos cogidas de las suyas, y sigo los compases y hasta recuerdo el título de la pieza que escucho: la sonata 1060 para orquesta y oboe de Juan Sebastian Bach). Y al final del abrazo ( que resultó prohibido) y de los bellos labios que tanto añoro ahora porque serían mi vida, ocurrió una venganza, mágica, incontestable, que no hubiera esperado, y desde allí al presente al que he sido arrojado solo me queda un paso que recorro de un salto que parece acrobático, al ritmo de esa música que habita en mi recuerdo.
Pero no vale nada toda esa melodía en mi mundo de ahora, en mitad de un silencio que no es mas que sonido, de esta quietud fingida que es una algarabía, no sirve su dulzura, ni el caudal de sus notas, ni su melancolía, porque entre los recuerdos - esos que son mi vida-, sigue la confusión, continua la impotencia.
Déjame preguntarte: ¿Sentiste alguna vez solo por un momento la sensación absurda de no saber quien eres?; ¿ Y lo que es aun mas grave, de no querer saberlo?;
¿ Dudaste de ti mismo y después intentaste esconder la cabeza para olvidarlo todo porque sientes vergüenza, y no pudiste hacerlo?. Esta es mi pesadilla, te invito a compartirla.
Me muevo desde el limbo que está en el mi pensamiento. El limbo del recuerdo donde a veces me escondo. Me regresa al presente la sensación exacta, física, dolorosa, de que ahora tengo hambre. La realidad se impone. Se agudiza mi instinto en mitad de la noche porque escucho el sonido gutural y profundo (brutal, inadmisible) que arroja mi garganta sin que yo se lo pida cuando observo la pieza que tanto había esperado, y cazo sin remedio para saciar mi falta. (Ya no quedan banquetes como los de mis sueños, se que nadie me sirve como sucedía antaño, ese es solo el reflejo de un pasado lejano).
Y cuando todo acaba y sacio mi vergüenza como un ser primitivo, ya no me quedan dudas porque sé que soy otro. Debo volver al agua. Me acerco hasta el estanque y puedo ver mi cuerpo reflejado en la noche.
Tras de mí esta la luna que intenta acariciarme. Quiere empapar mis lágrimas. Se que ella me consuela por lo que ya he perdido (y yo se lo agradezco), pero pese a su gesto la verdad se me muestra, (aunque a mi me horrorice), sin piedad, sin dobleces, inevitablemente, y el reflejo no miente. La imagen que percibo, mi reflejo en el agua, me condena a la angustia.
Y esa fue su venganza. Mágica, incontestable. El precio de un abrazo que resultó prohibido:
Hoy soy un pobre príncipe que teme por su vida. Siento que el sol regresa y que traerá a los niños. Y de entre todos ellos, temo al loco homicida. Se que él vendrá a buscarme y me hallará de nuevo.
Y también que no entienden, que no comprende nadie que pese a mi presencia soy solo un triste príncipe, un humilde batracio que esper
a a ser besado.
Me queda esa esperanza.
¿Sucederá algún día?

Lo mismo que un batracio. Francisco Cañabate Reche

LO MISMO QUE UN BATRACIO

(I)

En mitad de la charca la tarde se recuesta, crece, se despereza, late y destila vida. Ha pasado la siesta por mitad de sus aguas dejando las señales, esparciendo su esencia de calma, de calima, y la tarde respira los vapores de cieno que emergen desde el fondo. Por fin queda un silencio tras de la algarabía que es la naturaleza. Pero esto dura poco. Exhausto de calor el silencio chirría. El agua está callada, se mueve, se disipa, se condensa, se anima. Los animales duermen mecidos por la brisa. El sopor se reclina. Luego llegan los niños.
Solo con su presencia, distante, aun evasiva, todo cambia de pronto. Mientras el sol se inclina, se escuchan desde lejos sus gritos y sus risas. Llegan desde el camino. Se acercan, corren, vuelan, saltan y se deslizan precediendo a sus amos que vienen a la zaga y que no se detienen hasta encontrar al agua e introducir sus cuerpos jóvenes de gacelas en el líquido frío. Antes de que suceda, los animales huyen, se esconden, los evitan y los niños lo saben pero no les importa. Mientras siguen corriendo, aun ven el movimiento de animales que escapan. En los últimos metros prolongan su carrera. Se lanzan hacia el agua como desesperados, se abrazan y se empujan, se zambullen y nadan. Suceden los minutos y aunque parezca extraño, ellos también se cansan y durante un momento que dura diez latidos vuelve a ser el silencio.
Luego algo nuevo ocurre: uno de los pequeños ha cazado una rana y la muestra orgulloso a toda la pandilla.
- ¡No ha podido escapar!- grita mientras agita sus brazos triunfadores- ¡Estaba en una esquina y la he cazado el vuelo cuando intentó alejarse!- Y todos se le acercan y después le rodean queriendo ver la rana que tiembla entre sus manos.
- ¡Saquémosle los ojos!- dice un niño moreno con un deje cruel, y mueve una varilla como el médico loco que tal vez será un día y sus ojos reflejan al futuro homicida que presiente las formas que practicará luego. La vara de madera flexible y acerada continua en movimiento, adelante y atrás, insistente, terrible, portadora de muerte, lo mismo que un estoque de un torero ridículo o que una estaca mágica para un drácula enano.
- ¡Dejadla, no seáis brutos, no veis que esta sufriendo¡.- La voz viene del fondo destruyendo el terror. Se trata del mayor, el mas alto del grupo, ahora él les habla a todos con un tono cascado que ya es adolescente y que le hace ser fuerte, y los otros lo miran y le dejan pasar no sin cierta desgana, indecisos tal vez ante el influjo hipnótico de la vara homicida, y la rana se agita y parece sudar, esperando quizás que proclame su suerte el alto tribunal que ahora la está juzgando.
Pero no hay decisión , o al menos, no es unánime, porque el mismo muchacho la arranca de las manos del que la capturó y con un movimiento rápido de su brazo la arroja a la distancia, en mitad del estanque, donde ya nadie puede volverla a hacer cautiva.
La rana, que revive, nada hacia la espesura con súbita entereza. Al principio la observan refugiarse en el fondo, siguen sus movimientos durante unos segundos, luego ya no la miran. Los muchachos reaccionan después de la sorpresa, de la quietud indecisa. Se vuelven enfadados y rodean al mas alto y le gritan de frente su disconformidad, pero él logra apartarlos y con un gesto áspero se decide a correr. Todos van hacia el pueblo persiguiendo al que escapa, todos a la carrera, enfadados algunos, otros confabulados con solo una mirada para volver mañana y recobrar la pieza.
La caza no ha acabado, solamente se aplaza, pero se van los gritos, el confuso sonido que nace de unos labios se aleja con los pasos y después se evapora.
Así llega la calma de nuevo hasta la charca.
Entonces cae la noche.

(II)

Ha pasado el horror y a pesar del peligro en fluye mi vida, pese al agravio triste de mis pobres recuerdos y a la continua huida, cuando el sol se retira recupero el aliento.
Al fin ha sucedido, nuevamente ha llegado para ser mi aliada. Pesa la noche cierta. Su densidad me oprime. Se confirman los signos inequívocos del paso de las horas ( un paso irrevocable que incluso yo percibo en este nuevo estado) y el imperio lunar se consolida y crece. Y mientras, yo respiro.
Siento el sudor espeso que atraviesa mis poros condensándose luego sobre mi piel mojada lo mismo que un batracio supurante y sediento. Salgo a tomar el aire e inicio el pensamiento que tanto me tortura.(Y no puedo evitarlo, y no quiero perderlo, y me aferro a sus sombras porque él me da sentido a pesar de mi absurdo). Noto la confusión en esta nueva vida en la que ahora resido, pero aun resta el recuerdo que llega por las noches cuando miro la luna. Aun me queda el pasado. Aun existe la idea que habita mi memoria y que no quiere irse. Y en ella se construye un pretérito exacto que parece imposible ( lejano, inhabitable) de esplendor y de luces, un pasado de ensueño que tal vez fuera el mío.
Recuerdo, por ejemplo, los paseos por el prado sobre un caballo tordo, y el sabor de unos labios que no veré de nuevo, y el aire del palacio tan puro, tan diáfano, tan distinto al de ahora, y las luces de noche, en medio de los bailes cuando me presentaban a las bellas muchachas, y el resplandor y el Arte que existió con mayúsculas; por ejemplo, la música ( aun suena en mi cerebro la dulce melodía con la que la seduje: un violín y un piano y después una viola y con ella un oboe que me elevan al cielo, y aun se mueven mis manos cogidas de las suyas, y sigo los compases y hasta recuerdo el título de la pieza que escucho: la sonata 1060 para orquesta y oboe de Juan Sebastian Bach). Y al final del abrazo ( que resultó prohibido) y de los bellos labios que tanto añoro ahora porque serían mi vida, ocurrió una venganza, mágica, incontestable, que no hubiera esperado, y desde allí al presente al que he sido arrojado solo me queda un paso que recorro de un salto que parece acrobático, al ritmo de esa música que habita en mi recuerdo.
Pero no vale nada toda esa melodía en mi mundo de ahora, en mitad de un silencio que no es mas que sonido, de esta quietud fingida que es una algarabía, no sirve su dulzura, ni el caudal de sus notas, ni su melancolía, porque entre los recuerdos - esos que son mi vida-, sigue la confusión, continua la impotencia.
Déjame preguntarte: ¿Sentiste alguna vez solo por un momento la sensación absurda de no saber quien eres?; ¿ Y lo que es aun mas grave, de no querer saberlo?;
¿ Dudaste de ti mismo y después intentaste esconder la cabeza para olvidarlo todo porque sientes vergüenza, y no pudiste hacerlo?. Esta es mi pesadilla, te invito a compartirla.
Me muevo desde el limbo que está en el mi pensamiento. El limbo del recuerdo donde a veces me escondo. Me regresa al presente la sensación exacta, física, dolorosa, de que ahora tengo hambre. La realidad se impone. Se agudiza mi instinto en mitad de la noche porque escucho el sonido gutural y profundo (brutal, inadmisible) que arroja mi garganta sin que yo se lo pida cuando observo la pieza que tanto había esperado, y cazo sin remedio para saciar mi falta. (Ya no quedan banquetes como los de mis sueños, se que nadie me sirve como sucedía antaño, ese es solo el reflejo de un pasado lejano).
Y cuando todo acaba y sacio mi vergüenza como un ser primitivo, ya no me quedan dudas porque sé que soy otro. Debo volver al agua. Me acerco hasta el estanque y puedo ver mi cuerpo reflejado en la noche.
Tras de mí esta la luna que intenta acariciarme. Quiere empapar mis lágrimas. Se que ella me consuela por lo que ya he perdido (y yo se lo agradezco), pero pese a su gesto la verdad se me muestra, (aunque a mi me horrorice), sin piedad, sin dobleces, inevitablemente, y el reflejo no miente. La imagen que percibo, mi reflejo en el agua, me condena a la angustia.
Y esa fue su venganza. Mágica, incontestable. El precio de un abrazo que resultó prohibido:
Hoy soy un pobre príncipe que teme por su vida. Siento que el sol regresa y que traerá a los niños. Y de entre todos ellos, temo al loco homicida. Se que él vendrá a buscarme y me hallará de nuevo.
Y también que no entienden, que no comprende nadie que pese a mi presencia soy solo un triste príncipe, un humilde batracio que esper
a a ser besado.
Me queda esa esperanza.
¿Sucederá algún día?

Lo mismo que un batracio. Francisco Cañabate Reche

FRANCISCO CAÑABATE RECHE





LO MISMO QUE UN BATRACIO


(I)

En mitad de la charca la tarde se recuesta, crece, se despereza, late y destila vida. Ha pasado la siesta por mitad de sus aguas dejando las señales, esparciendo su esencia de calma, de calima, y la tarde respira los vapores de cieno que emergen desde el fondo. Por fin queda un silencio tras de la algarabía que es la naturaleza. Pero esto dura poco. Exhausto de calor el silencio chirría. El agua está callada, se mueve, se disipa, se condensa, se anima. Los animales duermen mecidos por la brisa. El sopor se reclina. Luego llegan los niños.
Solo con su presencia, distante, aun evasiva, todo cambia de pronto. Mientras el sol se inclina, se escuchan desde lejos sus gritos y sus risas. Llegan desde el camino. Se acercan, corren, vuelan, saltan y se deslizan precediendo a sus amos que vienen a la zaga y que no se detienen hasta encontrar al agua e introducir sus cuerpos jóvenes de gacelas en el líquido frío. Antes de que suceda, los animales huyen, se esconden, los evitan y los niños lo saben pero no les importa. Mientras siguen corriendo, aun ven el movimiento de animales que escapan. En los últimos metros prolongan su carrera. Se lanzan hacia el agua como desesperados, se abrazan y se empujan, se zambullen y nadan. Suceden los minutos y aunque parezca extraño, ellos también se cansan y durante un momento que dura diez latidos vuelve a ser el silencio.
Luego algo nuevo ocurre: uno de los pequeños ha cazado una rana y la muestra orgulloso a toda la pandilla.
- ¡No ha podido escapar!- grita mientras agita sus brazos triunfadores- ¡Estaba en una esquina y la he cazado el vuelo cuando intentó alejarse!- Y todos se le acercan y después le rodean queriendo ver la rana que tiembla entre sus manos.
- ¡Saquémosle los ojos!- dice un niño moreno con un deje cruel, y mueve una varilla como el médico loco que tal vez será un día y sus ojos reflejan al futuro homicida que presiente las formas que practicará luego. La vara de madera flexible y acerada continua en movimiento, adelante y atrás, insistente, terrible, portadora de muerte, lo mismo que un estoque de un torero ridículo o que una estaca mágica para un drácula enano.
- ¡Dejadla, no seáis brutos, no veis que esta sufriendo¡.- La voz viene del fondo destruyendo el terror. Se trata del mayor, el mas alto del grupo, ahora él les habla a todos con un tono cascado que ya es adolescente y que le hace ser fuerte, y los otros lo miran y le dejan pasar no sin cierta desgana, indecisos tal vez ante el influjo hipnótico de la vara homicida, y la rana se agita y parece sudar, esperando quizás que proclame su suerte el alto tribunal que ahora la está juzgando.
Pero no hay decisión , o al menos, no es unánime, porque el mismo muchacho la arranca de las manos del que la capturó y con un movimiento rápido de su brazo la arroja a la distancia, en mitad del estanque, donde ya nadie puede volverla a hacer cautiva.
La rana, que revive, nada hacia la espesura con súbita entereza. Al principio la observan refugiarse en el fondo, siguen sus movimientos durante unos segundos, luego ya no la miran. Los muchachos reaccionan después de la sorpresa, de la quietud indecisa. Se vuelven enfadados y rodean al mas alto y le gritan de frente su disconformidad, pero él logra apartarlos y con un gesto áspero se decide a correr. Todos van hacia el pueblo persiguiendo al que escapa, todos a la carrera, enfadados algunos, otros confabulados con solo una mirada para volver mañana y recobrar la pieza.
La caza no ha acabado, solamente se aplaza, pero se van los gritos, el confuso sonido que nace de unos labios se aleja con los pasos y después se evapora.
Así llega la calma de nuevo hasta la charca.
Entonces cae la noche.

(II)

Ha pasado el horror y a pesar del peligro en fluye mi vida, pese al agravio triste de mis pobres recuerdos y a la continua huida, cuando el sol se retira recupero el aliento.
Al fin ha sucedido, nuevamente ha llegado para ser mi aliada. Pesa la noche cierta. Su densidad me oprime. Se confirman los signos inequívocos del paso de las horas ( un paso irrevocable que incluso yo percibo en este nuevo estado) y el imperio lunar se consolida y crece. Y mientras, yo respiro.
Siento el sudor espeso que atraviesa mis poros condensándose luego sobre mi piel mojada lo mismo que un batracio supurante y sediento. Salgo a tomar el aire e inicio el pensamiento que tanto me tortura.(Y no puedo evitarlo, y no quiero perderlo, y me aferro a sus sombras porque él me da sentido a pesar de mi absurdo). Noto la confusión en esta nueva vida en la que ahora resido, pero aun resta el recuerdo que llega por las noches cuando miro la luna. Aun me queda el pasado. Aun existe la idea que habita mi memoria y que no quiere irse. Y en ella se construye un pretérito exacto que parece imposible ( lejano, inhabitable) de esplendor y de luces, un pasado de ensueño que tal vez fuera el mío.
Recuerdo, por ejemplo, los paseos por el prado sobre un caballo tordo, y el sabor de unos labios que no veré de nuevo, y el aire del palacio tan puro, tan diáfano, tan distinto al de ahora, y las luces de noche, en medio de los bailes cuando me presentaban a las bellas muchachas, y el resplandor y el Arte que existió con mayúsculas; por ejemplo, la música ( aun suena en mi cerebro la dulce melodía con la que la seduje: un violín y un piano y después una viola y con ella un oboe que me elevan al cielo, y aun se mueven mis manos cogidas de las suyas, y sigo los compases y hasta recuerdo el título de la pieza que escucho: la sonata 1060 para orquesta y oboe de Juan Sebastian Bach). Y al final del abrazo ( que resultó prohibido) y de los bellos labios que tanto añoro ahora porque serían mi vida, ocurrió una venganza, mágica, incontestable, que no hubiera esperado, y desde allí al presente al que he sido arrojado solo me queda un paso que recorro de un salto que parece acrobático, al ritmo de esa música que habita en mi recuerdo.
Pero no vale nada toda esa melodía en mi mundo de ahora, en mitad de un silencio que no es mas que sonido, de esta quietud fingida que es una algarabía, no sirve su dulzura, ni el caudal de sus notas, ni su melancolía, porque entre los recuerdos - esos que son mi vida-, sigue la confusión, continua la impotencia.
Déjame preguntarte: ¿Sentiste alguna vez solo por un momento la sensación absurda de no saber quien eres?; ¿ Y lo que es aun mas grave, de no querer saberlo?;
¿ Dudaste de ti mismo y después intentaste esconder la cabeza para olvidarlo todo porque sientes vergüenza, y no pudiste hacerlo?. Esta es mi pesadilla, te invito a compartirla.
Me muevo desde el limbo que está en el mi pensamiento. El limbo del recuerdo donde a veces me escondo. Me regresa al presente la sensación exacta, física, dolorosa, de que ahora tengo hambre. La realidad se impone. Se agudiza mi instinto en mitad de la noche porque escucho el sonido gutural y profundo (brutal, inadmisible) que arroja mi garganta sin que yo se lo pida cuando observo la pieza que tanto había esperado, y cazo sin remedio para saciar mi falta. (Ya no quedan banquetes como los de mis sueños, se que nadie me sirve como sucedía antaño, ese es solo el reflejo de un pasado lejano).
Y cuando todo acaba y sacio mi vergüenza como un ser primitivo, ya no me quedan dudas porque sé que soy otro. Debo volver al agua. Me acerco hasta el estanque y puedo ver mi cuerpo reflejado en la noche.
Tras de mí esta la luna que intenta acariciarme. Quiere empapar mis lágrimas. Se que ella me consuela por lo que ya he perdido (y yo se lo agradezco), pero pese a su gesto la verdad se me muestra, (aunque a mi me horrorice), sin piedad, sin dobleces, inevitablemente, y el reflejo no miente. La imagen que percibo, mi reflejo en el agua, me condena a la angustia.
Y esa fue su venganza. Mágica, incontestable. El precio de un abrazo que resultó prohibido:
Hoy soy un pobre príncipe que teme por su vida. Siento que el sol regresa y que traerá a los niños. Y de entre todos ellos, temo al loco homicida. Se que él vendrá a buscarme y me hallará de nuevo.
Y también que no entienden, que no comprende nadie que pese a mi presencia soy solo un triste príncipe, un humilde batracio que esper
a a ser besado.
Me queda esa esperanza.
¿Sucederá algún día?