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UN PARTIDO DE TENIS EN HUELVA.

Un partido de tenis en Huelva



La luz refleja mi sombra alargada hasta el infinito, y con ella mi presagio de que no volverá. El juego de luces, al calor de estos farolillos me dan seguridad en esta noche fría. Intranquila mi alma, desespera con disimulo viendo como las manecillas del reloj van pasando sin que aparezcas. Rezaré, lo poco que recuerdo a San Pedro, imaginando estará gustoso en su altar velando por todos nosotros, los menos favorecidos en el comienzo de la odisea. 

Mi piedra, como la huella que deja la tierra en la mata,  empezó caminando por El Parque Alonso Sánchez. Como mujer, de paso en esta maravillosa ciudad,  aventurera y trabajadora, soñadora y austera,  me iba acercando por la Avenida de Andalucía hasta  ver  la primera escultura, en forma de cobijo- asiento rodeada de muchas ramas de hierro y metal  en forma de hojas de higuera o parra  que me sirvieron de  aposento durante un buen rato. Desde allí divisaba a todo el que pasaba, así como los montes se divisaban  llenos de árboles a lo lejos,  y unas  nubes sobre mi cabeza que parecían querer saludarme.. Un saludo para tí amiga y compañera.

En el club estuve viendo un buen partido de tenis donde disfrutaba de lo lindo toda la gente que allí estaba que no paraba de animar y animar a los participantes. Lo habría reconocido entre un millón con su gorra nike, pelo largo hasta los hombros, camiseta blanca, pantalón corto azul y tenis de bambino deportista. No dejaba de mirarme y yo me preguntaba si tendría alguna mancha en mi vestido largo hasta los pies o si sería la pamela azul con flores lo que le llamaba tanto la atención, porque otra cosa no podía ser...  para nada era su tipo. 

Sentí su presencia como este calor que ahora me acompaña. Mis pies temblaron, casi un grito salió de mi alma, cuando de forma inesperada ví como se me acercaba.. ¿Será posible que le guste precisamente yo, con tanta chica guapa que hay por aquí?... Cada vez más cerca y la misma angustia me asfixiaba. 

- Me llamo Santiago, para los amigos Santi. He visto que estás sola y me he dicho que podías sentarte con nosotros. Tenemos bocadillos y coca-colas.

- ¿Quiénes sois vosotros?.. Sólo te veo a tí.

- Ahora vendrán, somos una buena pandilla.. Vamos .... ¿cómo te llamas?

- Un buen partido. ¿Hasta cuando duran el torneo? No tengo folleto explicativo. Dije yo, mecanismo de defensa de alguien que quiere huir.. ¡tierra trágame!

- Hasta el domingo. ¿No eres de aquí verdad?  Tu acento .. 

- Me llamo Ana, encantada. Le tendí la mano como respuesta, que estrechó con tanta fuerza que casi me hizo daño, a la vez que tiraba de mí. ..- Hay más sombra donde te digo. ¡Vamos!

- Vimos el partido  comentando banalidades, rutas turísticas, los profesionales y sus ganancias... sin dejar de mirar los tres set que duró ... aplaudimos a rabiar. ¡Vaya partidazo! Se levantó y lo seguí hasta la salida. Me invitó a un paseo por el Parque. ¡Te gustará! me dijo. Durante todo el trayecto no dejamos de hablar de la escultura, la fotografía, la madre naturaleza.. Oírlo hablar te transportaba. Vivía en cada poro de su piel todo lo que me contaba. 

Anocheció deprisa y nos cobijamos debajo de un llorón sin causa sobre un asiento de hojas y escarcha. Me rodeó la cintura mientras me indicaba que viera cómo la luna nos cobijaba. Me dejé llevar.

_ Han pasado muchas horas ya. El frío se aloja en mi espalda. No me he traído abrigo. Recordando aquél paseo las horas pasan más deprisa. ¿Vendrá?

- Al despedirse en la puerta del hotel me recordó que su casa era mi casa. Me lo creí. Parecía sincero y me gustaba. Vaya que si me gustaba. Allí estaba yo, como muestra, esperándolo, bajo un cielo raso, algo de viento, fría noche, helada mi cara... viendo en cada sombra, mi sombra, su sombra que se aproximaba. Pero no llegaba.

Son las dos de la madrugada. Me han aconsejado que me vaya, no es buen lugar para una mujer mayor estar aquí tanto tiempo sentada.. Es peligroso, para la salud y el alma. Tomé mi bolsa de cuero, en el móvil ningún número, nada.

Paseando por entre aquellas esculturas mi alma lloraba con el llorón que las cobijaba. Una lágrima se despedía con añoranza de aquellos paisajes, de aquél entorno que me embriagaban. ¿Dónde estás mi moreno? 

Te conformaste con hablar de paisajes, de sueños, de mundos que nos llenaban. Me diste tu cobijo y un sólo abrazo que dejó tu huella en mi espalda... Gorra en mano, moreno, ¿dónde te fuiste? ¿A qué otra morada fuiste a dar tu amor, tu mano, dulce voz que llega al fondo del corazón y aguarda?

Mi autobús abre sus puertas. La gente parece tener prisa para tomar los asientos preferentes. El chofer me indica que o me subo o me quedo en la parada. Aún tengo esperanza. Subo descorazonada. El autobús cierra sus puertas. Se pone en marcha.

Unas manos pegan golpes en la puerta. Retumban con firmeza. Me llaman. Me levanté del asiento queriendo saber qué pasaba. Me encontré con unos ojos azules, pelo largo, mano firme que me abraza.... ¿Te ibas sin despedirte de mi?

Beso profundo, abrazos eternos, las palabras sobraban.. así fuimos hasta la próxima parada.

Mis ojos brillaron por  su ausencia. La música que dejaron sus palabras aún suena en mis oídos... "amor... cada día que pase esperaré en esta tu casa que es mi casa"... "amor, ... cada día.. esperaré en esta casa.... " " amor... tu casa.. es mi casa".

Maribel Cerezuela
un siete de enero de dos mil cuatro.

UN PARTIDO DE TENIS EN HUELVA.

Un partido de tenis en Huelva



La luz refleja mi sombra alargada hasta el infinito, y con ella mi presagio de que no volverá. El juego de luces, al calor de estos farolillos me dan seguridad en esta noche fría. Intranquila mi alma, desespera con disimulo viendo como las manecillas del reloj van pasando sin que aparezcas. Rezaré, lo poco que recuerdo a San Pedro, imaginando estará gustoso en su altar velando por todos nosotros, los menos favorecidos en el comienzo de la odisea. 

Mi piedra, como la huella que deja la tierra en la mata,  empezó caminando por El Parque Alonso Sánchez. Como mujer, de paso en esta maravillosa ciudad,  aventurera y trabajadora, soñadora y austera,  me iba acercando por la Avenida de Andalucía hasta  ver  la primera escultura, en forma de cobijo- asiento rodeada de muchas ramas de hierro y metal  en forma de hojas de higuera o parra  que me sirvieron de  aposento durante un buen rato. Desde allí divisaba a todo el que pasaba, así como los montes se divisaban  llenos de árboles a lo lejos,  y unas  nubes sobre mi cabeza que parecían querer saludarme.. Un saludo para tí amiga y compañera.

En el club estuve viendo un buen partido de tenis donde disfrutaba de lo lindo toda la gente que allí estaba que no paraba de animar y animar a los participantes. Lo habría reconocido entre un millón con su gorra nike, pelo largo hasta los hombros, camiseta blanca, pantalón corto azul y tenis de bambino deportista. No dejaba de mirarme y yo me preguntaba si tendría alguna mancha en mi vestido largo hasta los pies o si sería la pamela azul con flores lo que le llamaba tanto la atención, porque otra cosa no podía ser...  para nada era su tipo. 

Sentí su presencia como este calor que ahora me acompaña. Mis pies temblaron, casi un grito salió de mi alma, cuando de forma inesperada ví como se me acercaba.. ¿Será posible que le guste precisamente yo, con tanta chica guapa que hay por aquí?... Cada vez más cerca y la misma angustia me asfixiaba. 

- Me llamo Santiago, para los amigos Santi. He visto que estás sola y me he dicho que podías sentarte con nosotros. Tenemos bocadillos y coca-colas.

- ¿Quiénes sois vosotros?.. Sólo te veo a tí.

- Ahora vendrán, somos una buena pandilla.. Vamos .... ¿cómo te llamas?

- Un buen partido. ¿Hasta cuando duran el torneo? No tengo folleto explicativo. Dije yo, mecanismo de defensa de alguien que quiere huir.. ¡tierra trágame!

- Hasta el domingo. ¿No eres de aquí verdad?  Tu acento .. 

- Me llamo Ana, encantada. Le tendí la mano como respuesta, que estrechó con tanta fuerza que casi me hizo daño, a la vez que tiraba de mí. ..- Hay más sombra donde te digo. ¡Vamos!

- Vimos el partido  comentando banalidades, rutas turísticas, los profesionales y sus ganancias... sin dejar de mirar los tres set que duró ... aplaudimos a rabiar. ¡Vaya partidazo! Se levantó y lo seguí hasta la salida. Me invitó a un paseo por el Parque. ¡Te gustará! me dijo. Durante todo el trayecto no dejamos de hablar de la escultura, la fotografía, la madre naturaleza.. Oírlo hablar te transportaba. Vivía en cada poro de su piel todo lo que me contaba. 

Anocheció deprisa y nos cobijamos debajo de un llorón sin causa sobre un asiento de hojas y escarcha. Me rodeó la cintura mientras me indicaba que viera cómo la luna nos cobijaba. Me dejé llevar.

_ Han pasado muchas horas ya. El frío se aloja en mi espalda. No me he traído abrigo. Recordando aquél paseo las horas pasan más deprisa. ¿Vendrá?

- Al despedirse en la puerta del hotel me recordó que su casa era mi casa. Me lo creí. Parecía sincero y me gustaba. Vaya que si me gustaba. Allí estaba yo, como muestra, esperándolo, bajo un cielo raso, algo de viento, fría noche, helada mi cara... viendo en cada sombra, mi sombra, su sombra que se aproximaba. Pero no llegaba.

Son las dos de la madrugada. Me han aconsejado que me vaya, no es buen lugar para una mujer mayor estar aquí tanto tiempo sentada.. Es peligroso, para la salud y el alma. Tomé mi bolsa de cuero, en el móvil ningún número, nada.

Paseando por entre aquellas esculturas mi alma lloraba con el llorón que las cobijaba. Una lágrima se despedía con añoranza de aquellos paisajes, de aquél entorno que me embriagaban. ¿Dónde estás mi moreno? 

Te conformaste con hablar de paisajes, de sueños, de mundos que nos llenaban. Me diste tu cobijo y un sólo abrazo que dejó tu huella en mi espalda... Gorra en mano, moreno, ¿dónde te fuiste? ¿A qué otra morada fuiste a dar tu amor, tu mano, dulce voz que llega al fondo del corazón y aguarda?

Mi autobús abre sus puertas. La gente parece tener prisa para tomar los asientos preferentes. El chofer me indica que o me subo o me quedo en la parada. Aún tengo esperanza. Subo descorazonada. El autobús cierra sus puertas. Se pone en marcha.

Unas manos pegan golpes en la puerta. Retumban con firmeza. Me llaman. Me levanté del asiento queriendo saber qué pasaba. Me encontré con unos ojos azules, pelo largo, mano firme que me abraza.... ¿Te ibas sin despedirte de mi?

Beso profundo, abrazos eternos, las palabras sobraban.. así fuimos hasta la próxima parada.

Mis ojos brillaron por  su ausencia. La música que dejaron sus palabras aún suena en mis oídos... "amor... cada día que pase esperaré en esta tu casa que es mi casa"... "amor, ... cada día.. esperaré en esta casa.... " " amor... tu casa.. es mi casa".

Maribel Cerezuela
un siete de enero de dos mil cuatro.

La calle de la Alcazaba.

    
Nicolás Ximénez


    Como cada día, María se preparó para ir al trabajo. Aquella tarde hacía demasiado calor. De entre su amplio vestuario decidió que lo mejor era ponerse ese vestido blanco que se compró en las segundas rebajas del Corte Inglés. Por otro lado, sentía un inmenso remordimiento, especialmente en aquél momento, porque sabía que, de camino al trabajo, como siempre, tendría que pasar por la zona más "peligrosa" de la ciudad llamada la zona de "las perchas", y no precisamente de buena fama.... se encontraría, con toda seguridad, con situaciones difíciles de solucionar o la menos,  la podían poner en un gran aprieto, .. Pero,  no iba a dejar de ser ella misma por cuestiones de tipo, llamémosle.. "inevitables".

    Era todo un reto. Vestida, al fin, con un gran escote en forma de corazón que sobre su pecho latía como nube de algodón, le favorecía de tal forma que parecía había sido diseñado para cubrir aquellos preciosos pechos, duros, bien formados, y muy jóvenes, que ella, con apenas 23 años recién cumplidos, lucía con todo descaro y desconsideración para con sus compañeras de trabajo, mucho más gruesas que ella y con menos estilo en el vestir. Cerró la puerta con sumo cuidado. Sus padres estaban echándose una siesta placentera, y a ella no le gustaba que la oyeran marcharse con aquellos tacones de aguja, de color blanco con tira azul y bolso a juego, que tan especialmente esbelta le hacían. Suponía que su madre, y con toda la razón, le llamaría la atención recordándole que tendría que pasar por la gran avenida que conduce a lo alto de la calle La Reina,  o lo que es lo mismo, la oficina de información y turismo de La Alcazaba.

    Al pasar por enfrente de la puerta de los cines Monumental, se dio cuenta que pequeñas gotas de sudor brotaban de su frente, por entre su flequillo despeinado con gran estilo y al gusto de su estilista, que suponía que era lo mejor para aquél espíritu siempre inquieto y rebelde.

    Tomó un pañuelo de su bolso y se paró a asearse aquél estado de su cara que, por mucho que se empeñara su estilista, ella consideraba que no era el apropiado para ir a una mediocre oficina a trabajar todo el tiempo con la cabeza gacha y resoplando para poder ver los manuscritos que tenía que copiar y leer.

    De espaldas, se dejaba ver la perfecta línea que marcaba su espalda, sólo alterada por la forma del sujetador y unas braguitas que marcaban su perfecta silueta. A través del espejo de la puerta, vió como, no creyéndose vistos por nadie a esas horas,  un chico se para y de forma impetuosa sienta en el capó de un coche azul a una chica y la besa una y otra vez, sin dejar de levantarle la falda y acariciarle las nalgas y la espalda.

    Lo que vió le hizo enrojecer. Se dijo que hacía mucho calor y siguió su camino,  sintiendo como cierto pudor le corría sus mejillas y un cierto calor en su vientre le producía una sensación de celo que la desorientó.

    Tocó al timbre, y al abrirle la puerta Sebastián, sintió como si toda la imagen que tenía en su mente se reflejara en su rostro como si de una película se tratara. Le preguntó que si le pasaba algo y la acompañó a la entrada principal hacia las escaleras de piedra que conducen a la oficina de Información al cliente.

    Suba usted, señorita. Sintió la mano de Sebastián en su espalda y un escalofrío, mezclado con la sensación de calor que todo el camino la había acompañado.

    Deseó estar sentada en su acogedor asiento y poner el aire acondicionado, secuencia que repetía cada tarde nada más llegar. Cuando ya estaba a punto de entrar en el pequeño saloncito, acogedor y bien decorado de su estancia, miró el reloj y se dio cuenta de que aún faltaban más de 15 minutos antes de que sus compañeros vinieran, entre otras cosas porque no era precisamente la puntualidad su cualidad más destacada.

    Dejó el bolso sobre la estantería y salió. No había hecho más que volver hacia la esquina de la oficina en dirección a los baños termales cuando sintió la mirada fija de Sebastián en su espalda. Prefirió no mirar hacía atrás y hacerse la desentendida. A esa hora era totalmente imposible que nadie la observara ya que Sebastián era el portero de la Alcazaba y la hora de apertura al público con explicaciones históricas de cada aposento y demás no la empezada su compañera Rosario hasta las 18 y 15h., por lo menos, por aquello de la puntualidad que habíamos dicho antes.

    Aceleró el paso y entró en la estancia que la madre naturaleza se había encargado de hacer y que los jardineros se preocupaban de mantener con todo esmero. Por algo se había, con el paso del tiempo, producido un entramado de ramas y flores que mantenían como oculta la entrada a los baños y daban esa sensación de seguridad que da cualquier pared de ladrillo de una  casa normal.

    Nada más entrar le embriagó el olor intenso a alhelíes y narcisos que tanto le gustaban. Con calma se desabrochó la gran cremallera que corría su espalda desde el cuello hasta la altura de la cintura y dejándolo caer sobre la piedra ocre y limpia se sujetó el pelo con unas horquillas y dejó los zapatos en un lado para que no se mojaran con el chapoteo del agua.

    Unos rayos de sol cubrían su cuerpo cobijándola del mismísimo sol y del aire caliente que atontaba.  Avanzó despacio, bajó un escalón, luego otro, y cuando el agua ya estaba por su cintura se dejó caer del todo sintiendo que todo su cuerpo se abría y se dejaba mecer por aquella agua cristalina y templada producto del sol y de las propiedades termales que la caracterizaban.

    Jugó un rato con el agua. Sintió que estaba aún bastante acalorada, excitada por las imágenes que más que haber visto, había imaginado y sentido dentro de sí como fuego que abrasa. Pasó sus manos por sus pechos, su vientre, con suavidad, y tembló de deseo y placer. Estaba en esa pose, como quién hace el muerto en el agua, cuando sintió que otra mano la cogía de la espalda y una sombra tapaba los rayos de sol que cubrían su cara. Miró, dio un respingo y fue a levantarse cuando Sebastián le dijo que se dejara llevar, que no pasaba nada, con esa voz profunda y tan personal que le caracterizaba, así como con una mirada fija y segura en sus ojos. Nunca supo porqué ni se lo preguntó porque no encontró respuesta que le satisficiera, pero se dejó llevar.... Sebastián la empujó suavemente por entre el agua y los nenúfares del estanque jugando con su cuerpo, que ahora se dejaba deslizar hacia abajo y luego hacía arriba formando un remolino que a la vez que le producía cosquilleo le daba, entre las piernas, una sensación de quemazón que cada vez le estaba gustando más y más. Las manos de Sebastián, firmes, seguras, cogían ahora su espalda, luego bajaban por sus nalgas, sus piernas, con ritmo y suaves a la vez.. que la embriagaban.

    No abría los ojos. Se dejaba llevar. Cuando de pronto, sintió que en una de esas veces que él la deslizaba hacia abajo, le abrió las piernas con suavidad y la atrajo hacía si, sintiendo que con dureza y fuerza como la paraba con su sexo  y la rozaba con pequeños golpes en los labios una y otra vez,  sin ningún esfuerzo, como si flotara sobre una nube de algodón, más que nadar en aquellas aguas tan cristalinas. Parecía una pluma en sus manos. Una sensación liviana, sutil, etérea,... así se  sentía y así lo parecía. Se dejaba llevar y traer.

    Contrajo las piernas, la pelvis, sentía como si en cada vaivén se tragara el agua del estanque y sentía cierto pudor.. Sebastián la cogió por la cintura con una mano y con la otra le rozó los labios de su coño así como le introducía los dedos sin esfuerzo para ir excitándola cada vez más.. Le pasó la mano por entre su pelo rizado y rubio, sus labios cada vez más rojos y excitados, su clítoris duro y prominente.. que la estaban haciendo gritar de placer. Gemía con fuerza. Y no podía parar. En ese juego pausado, suave, y sin parar estaban cuando oyeron el timbrar ensordecedor de aviso a los clientes de que empezaba el recorrido hacia el interior de la Alcazaba. Con esfuerzo y rabia salieron a toda prisa, se secaron y se vistieron, tirando cada uno por un camino distinto de vuelta a la oficina. Sintió un dolor agudo en el bajo vientre y en la pelvis una gran quemazón.. fue una jornada sin acabar y estaba deseando hacer algo.. no podía más. Saludó con cierta aparente frialdad a sus compañeras, más por estar ajena a ellas que por dejadez y se metió a toda prisa en la habitación que conduce a los aseos de señoras a la derecha y caballeros a la izquierda.

    Una ligera brisa de aire movió su pelo con cierta soltura. Miró la ventana y se dedujo que la habían abierto sus compañeras al entrar. Iba a coger el pomo de la puerta de entrada a uno de los aseos cuando la levantaron por detrás. Y la pasaron hacía dentro. Una mano en la boca le impidió gritar.. era Sebastián. Si ella estaba excitada, él, fuerte, varonil y fogoso estaba ansioso y angustiado por el placer que sentía.. Sin mediar más palabras la subió sobre sus rodillas y la penetró con fuerza una y otra vez. La besaba para que no se oyeran sus gemidos y la hablaba al oído con palabras cada vez más obscenas y excitantes..

Nicolás Ximénez

En la sala de manicura.

EN LA SALA DE MANICURA. Relato erótico






 

T    e quiero amor. Yo también te quiero.  Estamos en esa etapa maravillosa y perfecta donde todo nos parece, sin lugar a dudas, eterno. Él, como otras tantas tardes tórridas, sin ganas de nada debido al excesivo calor, se quedó echando una siestecita con el aire acondicionado puesto, soñando, seguro que sí, porque tiene una cara feliz, la de un hombre satisfecho. Yo, a todo correr, me preparaba para ir al salón de belleza, le prometí que iría  muy temprano, decía que habían venido muchos turistas y a todos les daba por ir a la peluquería o pedían cita para hacerse una limpieza completa, así que deseaba ir a la hora recomendada.

    En el reloj de la escalera daban las cuatro y veinte cuando toqué al timbre.  Me abrió una chica nueva, Susana, dijo que estaba sustituyendo a Pepa, la chica que siempre me atendía, porque se había puesto enfermo un familiar. Muy educada me preguntó si no había inconveniente en que fuese ella la que me atendiera. Con cierto rubor porque había quedado, hacía ya un mes, para hacerme una limpieza completa. Teníamos billete de avión para Tenerife, hotel con playa nudista, y no quería parecer un oso polar del sur de España.


    Bueno, le comenté, eres una profesional, así que no  hay problemas. Cuando tu quieras me avisas y paso. Me miró de arriba abajo y con una sonrisa, que me pareció algo impúdica, se retiró para aparecer cinco minutos después con una bata blanca, pelo recogido y sandalias a juego, pidiéndome por favor que pasara, que todo estaba listo.


    Como siempre, la habitación estaba decorada de forma acogedora para que las mujeres que pasábamos a diario por semejante tortura no deseáramos salir corriendo. La chica había puesto además unas velas aromáticas que olían muy bien. Me ayudó a desnudarme hasta la cintura. Mientras movía la cera, con cierta parsimonia, me habló de una nueva crema, para antes del depilado que suavizaba y abría los poros haciendo más fácil su retirada. Vale. Vamos a probarla. Le dije yo, que no me gustaba sufrir nada de nada. Pobres mujeres, me decía. ¿Porqué seremos tan fáciles de convencer? Se untó las manos con una crema rosa que olía a madreselva y con suavidad me la fué echando por encima, empezando por las ingles. Ese masaje, inconscientemente me empezó a excitar. Intentaba pensar en algo frío, monótono, porque en la posición que estaba, se daría cuenta enseguida de cómo mi clítoris aumentaba escandalosamente de tamaño y mis labios se abrían como las flores en primavera. Ella me hablaba de los chicos que veía todos los días en la playa. Músculos bien formados, glúteos fuertes, morena piel, sanos cabellos, sus manos ahora subían y bajaban alrededor de la comisura de mis nalgas para después seguir subiendo hasta el monte de venus y volver a bajar...


    La crema se absorberá enseguida. Nos llevará poco tiempo. Sin remedio, mi excitación iba en aumento. Con mucha maestría y destreza me empezó a eliminar el molesto vello. Se me escapaban gritos, quejas que ella remediaba pasándome la mano, abierta, acariciadora, sobre mi sexo, mitigando el dolor con el placer que sentía. Limpió todo con una nueva crema para retirar los restos de cera y una loción aromática, sin alcohol, para refrescar. Al terminar, dejó su mano abierta sobre mi sexo aún muy húmedo, acercó su cara a mi cara y me preguntó si me sentía bien. Abrí los ojos y le dije que si, que estaba bien. Entonces siguió acariciando, suavemente, pero con decisión, justo en la parte que más me gustaba, principio y fin de la vida, los labios, para después meter los dedos, sacarlos y volver a acariciar. Estuvo el tiempo suficiente hasta que notó que un flujo viscoso salía de mis entrañas, señal de que estaba satisfecha.


    No hicieron falta palabras, ni besos, ni más caricias. Sólo una crema aromática, velas de colores de olores varios y destreza. Al salir del salón de belleza mis piernas, aún algo temblonas, respondieron al son de mis tacones altos que a duras penas me llevaron hasta el coche aparcado en el parking del edificio. Me prometí volver antes del siguiente mes...cuando volviera de mis vacaciones. ¿Seguiría aún allí?

m.C.B.

En la sala de manicura.

EN LA SALA DE MANICURA



 

Te quiero amor. Yo también te quiero.  Estamos en esa etapa maravillosa y perfecta donde todo nos parece, sin lugar a dudas, eterno. Él, como otras tantas tardes tórridas, sin ganas de nada debido al excesivo calor, se quedó echando una siestecita con el aire acondicionado puesto, soñando, seguro que sí, porque tiene una cara feliz, la de un hombre satisfecho. Yo, a todo correr, me preparaba para ir al salón de belleza, le prometí que iría  muy temprano, decía que habían venido muchos turistas y a todos les daba por ir a la peluquería o pedían cita para hacerse una limpieza completa, así que deseaba ir a la hora recomendada.

En el reloj de la escalera daban las cuatro y veinte cuando toqué al timbre.  Me abrió una chica nueva, Susana, dijo que estaba sustituyendo a Pepa, la chica que siempre me atendía, porque se había puesto enfermo un familiar. Muy educada me preguntó si no había inconveniente en que fuese ella la que me atendiera. Con cierto rubor porque había quedado, hacía ya un mes, para hacerme una limpieza completa. Teníamos billete de avión para Tenerife, hotel con playa nudista, y no quería parecer un oso polar del sur de España.


Bueno, le comenté, eres una profesional, así que no  hay problemas. Cuando tu quieras me avisas y paso. Me miró de arriba abajo y con una sonrisa, que me pareció algo impúdica, se retiró para aparecer cinco minutos después con una bata blanca, pelo recogido y sandalias a juego, pidiéndome por favor que pasara, que todo estaba listo.


Como siempre, la habitación estaba decorada de forma acogedora para que las mujeres que pasábamos a diario por semejante tortura no deseáramos salir corriendo. La chica había puesto además unas velas aromáticas que olían muy bien. Me ayudó a desnudarme hasta la cintura. Mientras movía la cera, con cierta parsimonia, me habló de una nueva crema, para antes del depilado que suavizaba y abría los poros haciendo más fácil su retirada. Vale. Vamos a probarla. Le dije yo, que no me gustaba sufrir nada de nada. Pobres mujeres, me decía. ¿Porqué seremos tan fáciles de convencer? Se untó las manos con una crema rosa que olía a madreselva y con suavidad me la fué echando por encima, empezando por las ingles. Ese masaje, inconscientemente me empezó a excitar. Intentaba pensar en algo frío, monótono, porque en la posición que estaba, se daría cuenta enseguida de cómo mi clítoris aumentaba escandalosamente de tamaño y mis labios se abrían como las flores en primavera. Ella me hablaba de los chicos que veía todos los días en la playa. Músculos bien formados, glúteos fuertes, morena piel, sanos cabellos, sus manos ahora subían y bajaban alrededor de la comisura de mis nalgas para después seguir subiendo hasta el monte de venus y volver a bajar...


La crema se absorberá enseguida. Nos llevará poco tiempo. Sin remedio, mi excitación iba en aumento. Con mucha maestría y destreza me empezó a eliminar el molesto vello. Se me escapaban gritos, quejas que ella remediaba pasándome la mano, abierta, acariciadora, sobre mi sexo, mitigando el dolor con el placer que sentía. Limpió todo con una nueva crema para retirar los restos de cera y una loción aromática, sin alcohol, para refrescar. Al terminar, dejó su mano abierta sobre mi sexo aún muy húmedo, acercó su cara a mi cara y me preguntó si me sentía bien. Abrí los ojos y le dije que si, que estaba bien. Entonces siguió acariciando, suavemente, pero con decisión, justo en la parte que más me gustaba, principio y fin de la vida, los labios, para después meter los dedos, sacarlos y volver a acariciar. Estuvo el tiempo suficiente hasta que notó que un flujo viscoso salía de mis entrañas, señal de que estaba satisfecha.


No hicieron falta palabras, ni besos, ni más caricias. Sólo una crema aromática, velas de colores de olores varios y destreza. Al salir del salón de belleza mis piernas, aún algo temblonas, respondieron al son de mis tacones altos que a duras penas me llevaron hasta el coche aparcado en el parking del edificio. Me prometí volver antes del siguiente mes...cuando volviera de mis vacaciones. ¿Seguiría aún allí?

m.C.B.

Sauvage

un día de nubes en Beires


    Dejó que rodara suavemente por encima de la mesa. Apenas si se oyó un leve ruido que le hizo girar la cabeza mientras jugaba una y otra vez al ajedrez. Leyó la marca Mure "sauvage"... y no pudo más que sonreír. ¿Cuánto tiempo hacía que no se portaba como una gatita salvaje?. Tenía que hacer grandes esfuerzos. O no tantos, porque le vino a la memoria un olor. Sí, sintió que olía. A su mente le vino ese perfume como cercano, y se puso tensa.  Recordó que aquella noche había muchas estrellas en el cielo. Brillaban con tanta fuerza que casi no hacía falta luz artificial.

    El mar brillaba como una ola gigante de plata, y la luna, no muy lejos, saludaba sonriente. Los vigilaba. Más bien no dejó de mirarlos mientras ella, con mucha decisión, como si quisiera vencer los miedos que sólo la juventud permite no tener, se quitó aquél vestido a juego con la luna. ¡Estará el agua muy fría.! Oyó decir, no muy lejos de su pensamiento. ¡No importa!. El agua estaba templada. Un poco de escalofrío, más por el sentimiento ajeno de duda cuando quiso abrir los ojos en aquella oscuridad, que por la temperatura que cubrió su cuerpo. ¡Ven!. No está fría.

    Le vió deslizar la ropa sobre la playa. Mirar hacia otro lado. Como si en la noche se le pudiera ver el rubor que cubría sus mejillas... Al volverse, seguro que sin proponérselo, pudo ver su silueta y se sonrojó. ¡Vaya!. Una sensación de calor corrió por entre sus piernas que le obligó a cruzarlas en un acto reflejo que le produjo una leve sensación de placer.

    "Mejor nado un poco". Pensó en voz alta. Giró sobre su cuerpo y nadó dos brazas cuando sintió agua sobre su cara y risas.. Ahh. Me vas a ahogar.. deja de jugar a echarme agua. ¡ Ya lo tenía a su lado. Movía los brazos para salpicarle haciéndola rabiar porque no la dejaba ver nada. No quiero pensar. Vaya una tonta. Siento temor si miro hacia abajo. No quiero ni me atrevo a poner los pies en el suelo.


29/12/2001

Sauvage

 Dejó que rodara suavemente por encima de la mesa. Apenas si se oyó un leve ruido que le hizo girar la cabeza mientras jugaba una y otra vez al ajedrez. Leyó la marca Mure "sauvage"... y no pudo más que sonreír. ¿Cuánto tiempo hacía que no se portaba como una gatita salvaje?. Tenía que hacer grandes esfuerzos. O no tantos, porque le vino a la memoria un olor. Sí, sintió que olía. A su mente le vino ese perfume como cercano, y se puso tensa.  Recordó que aquella noche había muchas estrellas en el cielo. Brillaban con tanta fuerza que casi no hacía falta luz artificial.

El mar brillaba como una ola gigante de plata, y la luna, no muy lejos, saludaba sonriente. Los vigilaba. Más bien no dejó de mirarlos mientras ella, con mucha decisión, como si quisiera vencer los miedos que sólo la juventud permite no tener, se quitó aquél vestido a juego con la luna. ¡Estará el agua muy fría.! Oyó decir, no muy lejos de su pensamiento. ¡No importa!. El agua estaba templada. Un poco de escalofrío, más por el sentimiento ajeno de duda cuando quiso abrir los ojos en aquella oscuridad, que por la temperatura que cubrió su cuerpo. ¡Ven!. No está fría.

Le vió deslizar la ropa sobre la playa. Mirar hacia otro lado. Como si en la noche se le pudiera ver el rubor que cubría sus mejillas... Al volverse, seguro que sin proponérselo, pudo ver su silueta y se sonrojó. ¡Vaya!. Una sensación de calor corrió por entre sus piernas que le obligó a cruzarlas en un acto reflejo que le produjo una leve sensación de placer.

"Mejor nado un poco". Pensó en voz alta. Giró sobre su cuerpo y nadó dos brazas cuando sintió agua sobre su cara y risas.. Ahh. Me vas a ahogar.. deja de jugar a echarme agua. ¡ Ya lo tenía a su lado. Movía los brazos para salpicarle haciéndola rabiar porque no la dejaba ver nada. No quiero pensar. Vaya una tonta. Siento temor si miro hacia abajo. No quiero ni me atrevo a poner los pies en el suelo.


29/12/2001