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OSKAR.

Un fallo lo tiene cualquiera

Este año la Navidad se estaba retrasando más de lo normal. Para empezar, en mi colegio, todavía no habíamos comenzado a preparar la representación anual, y los componentes del coro aun no habían ensayado ni un solo villancico. Estos acontecimientos, sin duda notorios, no hubieran llamado mi atención, de no ser porque en televisión, los anuncios de juguetes permanecían estancados, agazapados, y dejaban su espacio a los habituales reclamos sobre teléfonos móviles, coches y productos que no se sabía que eran y para que servían.
Ese hecho, unido a mi natural curiosidad, me hizo adentrarme un poco más en el problema. ¿Qué estaba pasando con la Navidad?
Distinguimos las fechas navideñas del resto del año por una serie de cambios en nuestro entorno: el mobiliario urbano se engalana en bombillas y guirnaldas, los centros comerciales inundan sus pasillos de productos perecederos, alcohólicos y lúdicos incrementados un diez por ciento sobre su precio habitual. Incluso los sentimientos y los buenos deseos se acentúan en el ambiente, entre la gente crece la caridad y el cariño hacia el prójimo y al necesitado. Son evidentes identificadores sociales de la llegada de la festividad.
Pero todas estas señales, por más que miraba y preguntaba, no las encontraba, y comenzaba a pensar que, a lo mejor, ya se había terminado la época en que las personas celebraban la Navidad. Que quizá se había decidido, por unanimidad mundial estadounidense, que la Navidad en sí misma era un gasto superfluo y una perdida de tiempo. Que en estos tiempos de crisis es conveniente no distraerse en asuntos espirituales e improductivos.
Estos oscuros pensamientos, unidos a mi capacidad analítica, me estaban sumiendo en una ligera disminución de ánimo. Mi madre me preguntaba por las mañanas que me sucedía a lo que yo me limitaba a mover la cabeza de un lado a otro en actitud negativa.
Decidí hacer frente al problema, tras comprobar que esa pseudodepresión no me iba a conducir a ninguna solución, y me dirigí al único sitio que podía auxiliarme en estos momentos de confusión y desorden que me asolaban.
Eran las nueve de la mañana cuando entre en la parroquia del barrio. Don Antonio, el cura, se encontraba en esos instantes dando brillo con limpiacristales a una figurita del niño Jesús.
- Buenos días, don Antonio. Quisiera hacerle una pregunta delicada que no parece tener respuesta lógica.
Don Antonio me miró inquisitivo tras sus pequeñas gafas de Lennon y me invitó a pasar a su despacho.
- ¿De qué se trata, muchacho? ¿Acaso no has entendido el misterio de la Santísima Trinidad, o te parece incomprensible el milagro de la multiplicación de los panecillos?.
- No se trata de nada de eso, Don Antonio, es algo mucho más grave. Se trata de la Navidad.
El párroco se ajustó el alzacuellos y mirándome extrañado, repitió mis últimas palabras:
- ¿La Navidad?
- Si, la Navidad, ¿acaso solo yo me he dado cuenta que este año la Navidad todavía no ha aparecido, que las gentes viven sin los valores humanitarios que acompañan esas fechas y que, si no lo remediamos, este año los niños perderán la ilusión para siempre?
Don Antonio, miró su reloj, luego abrió un periódico deportivo que tenía sobre la mesa, y sin levantar la mirada, respondió en tono grave y un pelín enfadado:
- Muchacho, ¿te has dado cuenta del día que es hoy?
- Hoy es veinticinco de agosto, señor.
El párroco, con toda la paciencia que pudo acumular, que no fue mucha, me explicó mediante un calendario, que la Navidad, contrariamente a lo que los niños desean, nunca llega en agosto, sino en diciembre, aunque a veces, por culpa de la mercadotecnia se adelante a noviembre.
En fin, como dice mi madre siempre que le echa azúcar en vez de sal a la comida, “un fallo lo tiene cualquiera”. ¿O no?

Oscar José García López.


Un fallo lo tiene cualquiera. Oskar José García López

     

OSKAR.

Un fallo lo tiene cualquiera

Este año la Navidad se estaba retrasando más de lo normal. Para empezar, en mi colegio, todavía no habíamos comenzado a preparar la representación anual, y los componentes del coro aun no habían ensayado ni un solo villancico. Estos acontecimientos, sin duda notorios, no hubieran llamado mi atención, de no ser porque en televisión, los anuncios de juguetes permanecían estancados, agazapados, y dejaban su espacio a los habituales reclamos sobre teléfonos móviles, coches y productos que no se sabía que eran y para que servían.
Ese hecho, unido a mi natural curiosidad, me hizo adentrarme un poco más en el problema. ¿Qué estaba pasando con la Navidad?
Distinguimos las fechas navideñas del resto del año por una serie de cambios en nuestro entorno: el mobiliario urbano se engalana en bombillas y guirnaldas, los centros comerciales inundan sus pasillos de productos perecederos, alcohólicos y lúdicos incrementados un diez por ciento sobre su precio habitual. Incluso los sentimientos y los buenos deseos se acentúan en el ambiente, entre la gente crece la caridad y el cariño hacia el prójimo y al necesitado. Son evidentes identificadores sociales de la llegada de la festividad.
Pero todas estas señales, por más que miraba y preguntaba, no las encontraba, y comenzaba a pensar que, a lo mejor, ya se había terminado la época en que las personas celebraban la Navidad. Que quizá se había decidido, por unanimidad mundial estadounidense, que la Navidad en sí misma era un gasto superfluo y una perdida de tiempo. Que en estos tiempos de crisis es conveniente no distraerse en asuntos espirituales e improductivos.
Estos oscuros pensamientos, unidos a mi capacidad analítica, me estaban sumiendo en una ligera disminución de ánimo. Mi madre me preguntaba por las mañanas que me sucedía a lo que yo me limitaba a mover la cabeza de un lado a otro en actitud negativa.
Decidí hacer frente al problema, tras comprobar que esa pseudodepresión no me iba a conducir a ninguna solución, y me dirigí al único sitio que podía auxiliarme en estos momentos de confusión y desorden que me asolaban.
Eran las nueve de la mañana cuando entre en la parroquia del barrio. Don Antonio, el cura, se encontraba en esos instantes dando brillo con limpiacristales a una figurita del niño Jesús.
- Buenos días, don Antonio. Quisiera hacerle una pregunta delicada que no parece tener respuesta lógica.
Don Antonio me miró inquisitivo tras sus pequeñas gafas de Lennon y me invitó a pasar a su despacho.
- ¿De qué se trata, muchacho? ¿Acaso no has entendido el misterio de la Santísima Trinidad, o te parece incomprensible el milagro de la multiplicación de los panecillos?.
- No se trata de nada de eso, Don Antonio, es algo mucho más grave. Se trata de la Navidad.
El párroco se ajustó el alzacuellos y mirándome extrañado, repitió mis últimas palabras:
- ¿La Navidad?
- Si, la Navidad, ¿acaso solo yo me he dado cuenta que este año la Navidad todavía no ha aparecido, que las gentes viven sin los valores humanitarios que acompañan esas fechas y que, si no lo remediamos, este año los niños perderán la ilusión para siempre?
Don Antonio, miró su reloj, luego abrió un periódico deportivo que tenía sobre la mesa, y sin levantar la mirada, respondió en tono grave y un pelín enfadado:
- Muchacho, ¿te has dado cuenta del día que es hoy?
- Hoy es veinticinco de agosto, señor.
El párroco, con toda la paciencia que pudo acumular, que no fue mucha, me explicó mediante un calendario, que la Navidad, contrariamente a lo que los niños desean, nunca llega en agosto, sino en diciembre, aunque a veces, por culpa de la mercadotecnia se adelante a noviembre.
En fin, como dice mi madre siempre que le echa azúcar en vez de sal a la comida, “un fallo lo tiene cualquiera”. ¿O no?

Oscar José García López.


Un fallo lo tiene cualquiera. Oskar José García López

     

Se paseaba con un primate atado a una cadena. Oskar

Efectivos del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona), cuando realizaban un servicio habitual en las inmediaciones del punto kilométrico 0.500 de la carretera N-340, observaron a una persona que portaba un primate asido a una cadena. Cuando éstos le requirieron la documentación del animal, éste les dijo que carecía de la misma por lo que fue intervenido al infringir el Convenio Internacional de Especies Amenazadas.
El animal fue depositado en un Centro de Recuperación de Especies Protegidas, tras ponerlo en conocimiento de la Delegación Provincial de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. El primate hembra es de la familia conocida como "mono de Gibraltar". Contra su dueño se ha elevado una denuncia por malos tratos y la pertinente solicitud de divorcio.


Oskar, 21/02/2003 14h 43
para la Voz de la Cometa. Revista Cultura.

Se paseaba con un primate atado a una cadena. Oskar

OSKAR



Efectivos del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona), cuando realizaban un servicio habitual en las inmediaciones del punto kilométrico 0.500 de la carretera N-340, observaron a una persona que portaba un primate asido a una cadena. Cuando éstos le requirieron la documentación del animal, éste les dijo que carecía de la misma por lo que fue intervenido al infringir el Convenio Internacional de Especies Amenazadas.

El animal fue depositado en un Centro de Recuperación de Especies Protegidas, tras ponerlo en conocimiento de la Delegación Provincial de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. El primate hembra es de la familia conocida como "mono de Gibraltar". Contra su dueño se ha elevado una denuncia por malos tratos y la pertinente solicitud de divorcio.


Oskar, 21/02/2003 14h 43
para la Voz de la Cometa. Revista Cultura.

Se paseaba con un primate atado a una cadena. Oskar

Efectivos del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona), cuando realizaban un servicio habitual en las inmediaciones del punto kilométrico 0.500 de la carretera N-340, observaron a una persona que portaba un primate asido a una cadena. Cuando éstos le requirieron la documentación del animal, éste les dijo que carecía de la misma por lo que fue intervenido al infringir el Convenio Internacional de Especies Amenazadas.
El animal fue depositado en un Centro de Recuperación de Especies Protegidas, tras ponerlo en conocimiento de la Delegación Provincial de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. El primate hembra es de la familia conocida como "mono de Gibraltar". Contra su dueño se ha elevado una denuncia por malos tratos y la pertinente solicitud de divorcio.


Oskar, 21/02/2003 14h 43
para la Voz de la Cometa. Revista Cultura.

Se paseaba con un primate atado a una cadena. Oskar

Efectivos del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona), cuando realizaban un servicio habitual en las inmediaciones del punto kilométrico 0.500 de la carretera N-340, observaron a una persona que portaba un primate asido a una cadena. Cuando éstos le requirieron la documentación del animal, éste les dijo que carecía de la misma por lo que fue intervenido al infringir el Convenio Internacional de Especies Amenazadas.
El animal fue depositado en un Centro de Recuperación de Especies Protegidas, tras ponerlo en conocimiento de la Delegación Provincial de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. El primate hembra es de la familia conocida como "mono de Gibraltar". Contra su dueño se ha elevado una denuncia por malos tratos y la pertinente solicitud de divorcio.


Oskar, 21/02/2003 14h 43
para la Voz de la Cometa. Revista Cultura.

La inoperancia de las campanas. Oscar J. García López


"Buenas tardes", fue lo único que se le ocurrió balbucear al dependiente de la tienda de animales cuando vio que dos de sus cacatúas egipcias le abonaban el importe en que él las había tasado (ahora se da cuenta de su error en el calculo) incrementado en tres euros correspondientes a una bolsa de alpiste de primera categoría y, tras despedirse del loro tibetano y la paloma catalana, con los que compartían jaula, salían por la puerta del curioso establecimiento haciendo tintinear la graciosa campana que despertó al dependiente de su sueño de las cinco de la tarde. Éste miró hacía el lugar donde debían estar las cacatúas y tras comprobar que aún seguían allí, mirándolo fijamente, bostezo dos veces y volvió a perderse en el reino de los sueños zoofilicos.  

La inoperancia de las campanas. Oscar J. García López



"Buenas tardes", fue lo único que se le ocurrió balbucear al dependiente de la tienda de animales cuando vio que dos de sus cacatúas egipcias le abonaban el importe en que él las había tasado (ahora se da cuenta de su error en el calculo) incrementado en tres euros correspondientes a una bolsa de alpiste de primera categoría y, tras despedirse del loro tibetano y la paloma catalana, con los que compartían jaula, salían por la puerta del curioso establecimiento haciendo tintinear la graciosa campana que despertó al dependiente de su sueño de las cinco de la tarde. Éste miró hacía el lugar donde debían estar las cacatúas y tras comprobar que aún seguían allí, mirándolo fijamente, bostezo dos veces y volvió a perderse en el reino de los sueños zoofilicos.  

La inoperancia de las campanas. Oscar J. García López



"Buenas tardes", fue lo único que se le ocurrió balbucear al dependiente de la tienda de animales cuando vio que dos de sus cacatúas egipcias le abonaban el importe en que él las había tasado (ahora se da cuenta de su error en el calculo) incrementado en tres euros correspondientes a una bolsa de alpiste de primera categoría y, tras despedirse del loro tibetano y la paloma catalana, con los que compartían jaula, salían por la puerta del curioso establecimiento haciendo tintinear la graciosa campana que despertó al dependiente de su sueño de las cinco de la tarde. Éste miró hacía el lugar donde debían estar las cacatúas y tras comprobar que aún seguían allí, mirándolo fijamente, bostezo dos veces y volvió a perderse en el reino de los sueños zoofilicos.  

La inoperancia de las campanas. Oscar J. García López



"Buenas tardes", fue lo único que se le ocurrió balbucear al dependiente de la tienda de animales cuando vio que dos de sus cacatúas egipcias le abonaban el importe en que él las había tasado (ahora se da cuenta de su error en el calculo) incrementado en tres euros correspondientes a una bolsa de alpiste de primera categoría y, tras despedirse del loro tibetano y la paloma catalana, con los que compartían jaula, salían por la puerta del curioso establecimiento haciendo tintinear la graciosa campana que despertó al dependiente de su sueño de las cinco de la tarde. Éste miró hacía el lugar donde debían estar las cacatúas y tras comprobar que aún seguían allí, mirándolo fijamente, bostezo dos veces y volvió a perderse en el reino de los sueños zoofilicos.  

La inoperancia de las campanas. Oscar J. García López



"Buenas tardes", fue lo único que se le ocurrió balbucear al dependiente de la tienda de animales cuando vio que dos de sus cacatúas egipcias le abonaban el importe en que él las había tasado (ahora se da cuenta de su error en el calculo) incrementado en tres euros correspondientes a una bolsa de alpiste de primera categoría y, tras despedirse del loro tibetano y la paloma catalana, con los que compartían jaula, salían por la puerta del curioso establecimiento haciendo tintinear la graciosa campana que despertó al dependiente de su sueño de las cinco de la tarde. Éste miró hacía el lugar donde debían estar las cacatúas y tras comprobar que aún seguían allí, mirándolo fijamente, bostezo dos veces y volvió a perderse en el reino de los sueños zoofilicos.  

Proverbios. Oscar J. García López

Proverbios para disóciales,

 1: “Si ellos logran formular la pregunta adecuada, no des la respuesta que esperan que sea la correcta”
El olor a aceite requemado se impregna en las paredes, atestadas de posters de playmates de los años 80 y jugadores de fútbol cuyo recuerdo ha caído en el olvido de la memoria colectiva, que hoy los sustituye con cromos de millonarios ricos corriendo tras balones de diseño imposible. Un triste ventilador esparce el calor democráticamente entre los clientes que a esa hora de la mañana vegetan al ritmo de la canción del verano de hace cuatro veranos.
La camarera, que comenzó su turno hace media hora se fuma un cigarro mientras sirve otra copa de algo rojo mezclado con algo verde al otro ser vivo que se mantiene erguido allí. A unos metro de mi, un enano entrado en años, golpea la barra reclamando atención mientras recita un poema de Leopoldo Maria Panero.
La sensación de suciedad se hace más evidente en los sofás rojos del fondo. Situados en una esquina apenas iluminada por un foco fluorescente que parpadea cada dos minutos, el cuero parcheado y mil veces restregado enfatiza la impresión de estar en una zona avergonzada donde frecuentemente los actos denigrantes se parapetan tras la curiosidad o la necesidad.
Proverbio para disóciales,

 2: Si la verdad se predica en el telediario, prefiero la mentira y viceversa. 
Por fin, la camarera se aproxima a mi zona de la barra. Quien sabe si por piedad o porque es su trabajo. Es una mujer aparentemente joven con la mirada hastiada por una vida condenada a la irrealidad que proporciona la perspectiva de estar al otro lado.
Le digo que me ponga otra. Luego le pido fuego y le pregunto su nombre.
“Laura”.
Permanezco unos segundos callado buscando algo ingenioso que decir.
Proverbios para disóciales, 3: 

Si al hablar no has de agradar, lo mejor será callar
“Yo tuve una novia que se llamaba Laura”
 Los ojos de Laura permanecen impasibles, atenazados tras horas refugiada detrás de la trinchera de una barra, aguantando poetas de amor etílico y voceadores de sexo acelerado.
“ Me dejó por un funcionario de prisiones que al final resultó que se vestía de mujer en sus ratos libres y acabaron montando un dúo de transformismo. Hace poco estuvieron por aquí de gira. Creo que tienen bastante éxito”
Por fin una sonrisa, imperceptible, casi adivinada bajo la antipática luz del fluorescente.
El enano termina su novena copa y de un torpe salto baja del taburete. Recoge unas bolsas de Carrefour que tenía junto a la maquina tragaperras y tras comprobar que todo sigue en su sitio se despide de la concurrencia con un verso improvisado: “Grande consuelo es tener la taberna por vecina”. 
Proverbios  para disóciales,

 4: El sistema se hace más grande allí por donde tu te haces más pequeño.
Cuando sale, la luz del exterior me recuerda que todavía es de día, que es verano y que en algún lugar de esta ciudad hay dos niños de cinco y ocho años, y una mujer morena, no muy alta pero deliciosamente guapa, que me están esperando para salir de viaje hacía la costa de Cádiz, a un camping de tercera categoría donde vamos todos los veranos desde que nos conocimos en la fiesta del instituto.
Miro el reloj. Todavía me da tiempo para otra más. Miro el reloj otra vez.
Laura se apresura a atender mi necesidad. Tal vez porque ya soy el único cliente que queda por allí a esas horas, tras la marcha del enano poeta.
“Laura – le dijo – trataré de serte sincero. Porque me caes bien. Se nota que eres buena chica.”
Ella sonríe, ya sin ningún recato y aspira, inflando su ya de por sí abultado pecho y logrando que por un momento distraiga mi perorata de borracho plúmbeo.
“Me levanto durante todo el año a las seis y media de la mañana para acudir a la misma empresa de seguros donde trabajo hace diez años. Suelo atajar el camino atravesando un parque que a esas horas solo concibe el canto de algún pájaro noctambulo y el sonido de las plantas mientras crecen.
Me cruzo con las mismas caras de todas las mañanas. Conocidos desconocidos que intentan pasar desapercibidos mientras el piloto automático les conduce a sus respectivos destinos. Rutinas en las retinas de lunes a viernes.
Pero ayer me percaté que algo no estaba en su lugar. Me paré un momento y miré a mi alrededor buscando el elemento extraño, el hueco reciente o simplemente, tratando de sacudirme esa molesta sensación de ausencia.
Los bancos verdes, la fuente seca, los rosales marchitos por el calor, los carteles de advertencia prohibiendo pisar un césped que ya no crecía, las papeleras vacías, los anuncios de empleo fácil pegados en las farolas, los restos del botellón de ayer...
Durante varios minutos, y a riesgo de llegar tarde de nuevo, recorrí ese tramo del parque obsesivamente. Nada. No parecía que nada estuviera fuera de lugar, pero la impresión de que así era permanecía adherida al subconsciente.
Miré el reloj y fue entonces, durante una milésima de segundo, cuando comprendí que esa sensación de diferencia externa no era tal. No era lo que me rodeaba lo que parecía haber sufrido una mutación violenta, sino yo mismo el que sufría el cambio.
Fue justo al recordar que ese día era mi cumpleaños. Treinta. Un vértigo violento me sacudió y mi vida se proyectó durante unos segundos eternos. Fue como una señal, como un aviso. Ese día no fui a trabajar. ”
Laura cogió mi mano y me dio un beso en la mejilla, un leve roce de sus labios sobre mi barba de tres días.
“Felicidades”, y me sirvió otro vaso de lo mismo. “A esta ronda invita la casa”
Luego quise ponerme serio, enderezarme sobre el taburete y aparentar madurez, pero solo me salió un patético rictus de tristeza post coitum que a duras penas logré mantener mientras saldaba la cuenta.
Al salir del bar y volver al contacto con la realidad, la luz del sol sobre el rostro funcionó como abrelatas neuronal y las ideas volvieron a circular por mi mente. Como un preso recién salido de su condena reinsertándose a una sociedad de la que nunca formará parte pero dispuesto a intentarlo de nuevo, una vez más, consciente de que el fracaso aguarda a la vuelta de la esquina.
En el móvil varias llamadas perdidas de mi mujer y dos de mi suegra. Se impacientan por la tardanza. Hace media hora que tenía que haber vuelto. A estas horas probablemente encontremos atascos a la salida de la ciudad con dirección a la costa. La operación huida estaba en pleno apogeo esos primeros días de verano.
Proverbios  para disóciales, 5: Preferiría no hacerlo.

Proverbios. Oscar J. García López

Proverbios para disóciales,

 1: “Si ellos logran formular la pregunta adecuada, no des la respuesta que esperan que sea la correcta”
El olor a aceite requemado se impregna en las paredes, atestadas de posters de playmates de los años 80 y jugadores de fútbol cuyo recuerdo ha caído en el olvido de la memoria colectiva, que hoy los sustituye con cromos de millonarios ricos corriendo tras balones de diseño imposible. Un triste ventilador esparce el calor democráticamente entre los clientes que a esa hora de la mañana vegetan al ritmo de la canción del verano de hace cuatro veranos.
La camarera, que comenzó su turno hace media hora se fuma un cigarro mientras sirve otra copa de algo rojo mezclado con algo verde al otro ser vivo que se mantiene erguido allí. A unos metro de mi, un enano entrado en años, golpea la barra reclamando atención mientras recita un poema de Leopoldo Maria Panero.
La sensación de suciedad se hace más evidente en los sofás rojos del fondo. Situados en una esquina apenas iluminada por un foco fluorescente que parpadea cada dos minutos, el cuero parcheado y mil veces restregado enfatiza la impresión de estar en una zona avergonzada donde frecuentemente los actos denigrantes se parapetan tras la curiosidad o la necesidad.
Proverbio para disóciales,

 2: Si la verdad se predica en el telediario, prefiero la mentira y viceversa. 
Por fin, la camarera se aproxima a mi zona de la barra. Quien sabe si por piedad o porque es su trabajo. Es una mujer aparentemente joven con la mirada hastiada por una vida condenada a la irrealidad que proporciona la perspectiva de estar al otro lado.
Le digo que me ponga otra. Luego le pido fuego y le pregunto su nombre.
“Laura”.
Permanezco unos segundos callado buscando algo ingenioso que decir.
Proverbios para disóciales, 3: 

Si al hablar no has de agradar, lo mejor será callar
“Yo tuve una novia que se llamaba Laura”
 Los ojos de Laura permanecen impasibles, atenazados tras horas refugiada detrás de la trinchera de una barra, aguantando poetas de amor etílico y voceadores de sexo acelerado.
“ Me dejó por un funcionario de prisiones que al final resultó que se vestía de mujer en sus ratos libres y acabaron montando un dúo de transformismo. Hace poco estuvieron por aquí de gira. Creo que tienen bastante éxito”
Por fin una sonrisa, imperceptible, casi adivinada bajo la antipática luz del fluorescente.
El enano termina su novena copa y de un torpe salto baja del taburete. Recoge unas bolsas de Carrefour que tenía junto a la maquina tragaperras y tras comprobar que todo sigue en su sitio se despide de la concurrencia con un verso improvisado: “Grande consuelo es tener la taberna por vecina”. 
Proverbios  para disóciales,

 4: El sistema se hace más grande allí por donde tu te haces más pequeño.
Cuando sale, la luz del exterior me recuerda que todavía es de día, que es verano y que en algún lugar de esta ciudad hay dos niños de cinco y ocho años, y una mujer morena, no muy alta pero deliciosamente guapa, que me están esperando para salir de viaje hacía la costa de Cádiz, a un camping de tercera categoría donde vamos todos los veranos desde que nos conocimos en la fiesta del instituto.
Miro el reloj. Todavía me da tiempo para otra más. Miro el reloj otra vez.
Laura se apresura a atender mi necesidad. Tal vez porque ya soy el único cliente que queda por allí a esas horas, tras la marcha del enano poeta.
“Laura – le dijo – trataré de serte sincero. Porque me caes bien. Se nota que eres buena chica.”
Ella sonríe, ya sin ningún recato y aspira, inflando su ya de por sí abultado pecho y logrando que por un momento distraiga mi perorata de borracho plúmbeo.
“Me levanto durante todo el año a las seis y media de la mañana para acudir a la misma empresa de seguros donde trabajo hace diez años. Suelo atajar el camino atravesando un parque que a esas horas solo concibe el canto de algún pájaro noctambulo y el sonido de las plantas mientras crecen.
Me cruzo con las mismas caras de todas las mañanas. Conocidos desconocidos que intentan pasar desapercibidos mientras el piloto automático les conduce a sus respectivos destinos. Rutinas en las retinas de lunes a viernes.
Pero ayer me percaté que algo no estaba en su lugar. Me paré un momento y miré a mi alrededor buscando el elemento extraño, el hueco reciente o simplemente, tratando de sacudirme esa molesta sensación de ausencia.
Los bancos verdes, la fuente seca, los rosales marchitos por el calor, los carteles de advertencia prohibiendo pisar un césped que ya no crecía, las papeleras vacías, los anuncios de empleo fácil pegados en las farolas, los restos del botellón de ayer...
Durante varios minutos, y a riesgo de llegar tarde de nuevo, recorrí ese tramo del parque obsesivamente. Nada. No parecía que nada estuviera fuera de lugar, pero la impresión de que así era permanecía adherida al subconsciente.
Miré el reloj y fue entonces, durante una milésima de segundo, cuando comprendí que esa sensación de diferencia externa no era tal. No era lo que me rodeaba lo que parecía haber sufrido una mutación violenta, sino yo mismo el que sufría el cambio.
Fue justo al recordar que ese día era mi cumpleaños. Treinta. Un vértigo violento me sacudió y mi vida se proyectó durante unos segundos eternos. Fue como una señal, como un aviso. Ese día no fui a trabajar. ”
Laura cogió mi mano y me dio un beso en la mejilla, un leve roce de sus labios sobre mi barba de tres días.
“Felicidades”, y me sirvió otro vaso de lo mismo. “A esta ronda invita la casa”
Luego quise ponerme serio, enderezarme sobre el taburete y aparentar madurez, pero solo me salió un patético rictus de tristeza post coitum que a duras penas logré mantener mientras saldaba la cuenta.
Al salir del bar y volver al contacto con la realidad, la luz del sol sobre el rostro funcionó como abrelatas neuronal y las ideas volvieron a circular por mi mente. Como un preso recién salido de su condena reinsertándose a una sociedad de la que nunca formará parte pero dispuesto a intentarlo de nuevo, una vez más, consciente de que el fracaso aguarda a la vuelta de la esquina.
En el móvil varias llamadas perdidas de mi mujer y dos de mi suegra. Se impacientan por la tardanza. Hace media hora que tenía que haber vuelto. A estas horas probablemente encontremos atascos a la salida de la ciudad con dirección a la costa. La operación huida estaba en pleno apogeo esos primeros días de verano.
Proverbios  para disóciales, 5: Preferiría no hacerlo.

Proverbios. Oscar J. García López

Proverbios para disóciales,

 1: “Si ellos logran formular la pregunta adecuada, no des la respuesta que esperan que sea la correcta”
El olor a aceite requemado se impregna en las paredes, atestadas de posters de playmates de los años 80 y jugadores de fútbol cuyo recuerdo ha caído en el olvido de la memoria colectiva, que hoy los sustituye con cromos de millonarios ricos corriendo tras balones de diseño imposible. Un triste ventilador esparce el calor democráticamente entre los clientes que a esa hora de la mañana vegetan al ritmo de la canción del verano de hace cuatro veranos.
La camarera, que comenzó su turno hace media hora se fuma un cigarro mientras sirve otra copa de algo rojo mezclado con algo verde al otro ser vivo que se mantiene erguido allí. A unos metro de mi, un enano entrado en años, golpea la barra reclamando atención mientras recita un poema de Leopoldo Maria Panero.
La sensación de suciedad se hace más evidente en los sofás rojos del fondo. Situados en una esquina apenas iluminada por un foco fluorescente que parpadea cada dos minutos, el cuero parcheado y mil veces restregado enfatiza la impresión de estar en una zona avergonzada donde frecuentemente los actos denigrantes se parapetan tras la curiosidad o la necesidad.
Proverbio para disóciales,

 2: Si la verdad se predica en el telediario, prefiero la mentira y viceversa. 
Por fin, la camarera se aproxima a mi zona de la barra. Quien sabe si por piedad o porque es su trabajo. Es una mujer aparentemente joven con la mirada hastiada por una vida condenada a la irrealidad que proporciona la perspectiva de estar al otro lado.
Le digo que me ponga otra. Luego le pido fuego y le pregunto su nombre.
“Laura”.
Permanezco unos segundos callado buscando algo ingenioso que decir.
Proverbios para disóciales, 3: 

Si al hablar no has de agradar, lo mejor será callar
“Yo tuve una novia que se llamaba Laura”
 Los ojos de Laura permanecen impasibles, atenazados tras horas refugiada detrás de la trinchera de una barra, aguantando poetas de amor etílico y voceadores de sexo acelerado.
“ Me dejó por un funcionario de prisiones que al final resultó que se vestía de mujer en sus ratos libres y acabaron montando un dúo de transformismo. Hace poco estuvieron por aquí de gira. Creo que tienen bastante éxito”
Por fin una sonrisa, imperceptible, casi adivinada bajo la antipática luz del fluorescente.
El enano termina su novena copa y de un torpe salto baja del taburete. Recoge unas bolsas de Carrefour que tenía junto a la maquina tragaperras y tras comprobar que todo sigue en su sitio se despide de la concurrencia con un verso improvisado: “Grande consuelo es tener la taberna por vecina”. 
Proverbios  para disóciales,

 4: El sistema se hace más grande allí por donde tu te haces más pequeño.
Cuando sale, la luz del exterior me recuerda que todavía es de día, que es verano y que en algún lugar de esta ciudad hay dos niños de cinco y ocho años, y una mujer morena, no muy alta pero deliciosamente guapa, que me están esperando para salir de viaje hacía la costa de Cádiz, a un camping de tercera categoría donde vamos todos los veranos desde que nos conocimos en la fiesta del instituto.
Miro el reloj. Todavía me da tiempo para otra más. Miro el reloj otra vez.
Laura se apresura a atender mi necesidad. Tal vez porque ya soy el único cliente que queda por allí a esas horas, tras la marcha del enano poeta.
“Laura – le dijo – trataré de serte sincero. Porque me caes bien. Se nota que eres buena chica.”
Ella sonríe, ya sin ningún recato y aspira, inflando su ya de por sí abultado pecho y logrando que por un momento distraiga mi perorata de borracho plúmbeo.
“Me levanto durante todo el año a las seis y media de la mañana para acudir a la misma empresa de seguros donde trabajo hace diez años. Suelo atajar el camino atravesando un parque que a esas horas solo concibe el canto de algún pájaro noctambulo y el sonido de las plantas mientras crecen.
Me cruzo con las mismas caras de todas las mañanas. Conocidos desconocidos que intentan pasar desapercibidos mientras el piloto automático les conduce a sus respectivos destinos. Rutinas en las retinas de lunes a viernes.
Pero ayer me percaté que algo no estaba en su lugar. Me paré un momento y miré a mi alrededor buscando el elemento extraño, el hueco reciente o simplemente, tratando de sacudirme esa molesta sensación de ausencia.
Los bancos verdes, la fuente seca, los rosales marchitos por el calor, los carteles de advertencia prohibiendo pisar un césped que ya no crecía, las papeleras vacías, los anuncios de empleo fácil pegados en las farolas, los restos del botellón de ayer...
Durante varios minutos, y a riesgo de llegar tarde de nuevo, recorrí ese tramo del parque obsesivamente. Nada. No parecía que nada estuviera fuera de lugar, pero la impresión de que así era permanecía adherida al subconsciente.
Miré el reloj y fue entonces, durante una milésima de segundo, cuando comprendí que esa sensación de diferencia externa no era tal. No era lo que me rodeaba lo que parecía haber sufrido una mutación violenta, sino yo mismo el que sufría el cambio.
Fue justo al recordar que ese día era mi cumpleaños. Treinta. Un vértigo violento me sacudió y mi vida se proyectó durante unos segundos eternos. Fue como una señal, como un aviso. Ese día no fui a trabajar. ”
Laura cogió mi mano y me dio un beso en la mejilla, un leve roce de sus labios sobre mi barba de tres días.
“Felicidades”, y me sirvió otro vaso de lo mismo. “A esta ronda invita la casa”
Luego quise ponerme serio, enderezarme sobre el taburete y aparentar madurez, pero solo me salió un patético rictus de tristeza post coitum que a duras penas logré mantener mientras saldaba la cuenta.
Al salir del bar y volver al contacto con la realidad, la luz del sol sobre el rostro funcionó como abrelatas neuronal y las ideas volvieron a circular por mi mente. Como un preso recién salido de su condena reinsertándose a una sociedad de la que nunca formará parte pero dispuesto a intentarlo de nuevo, una vez más, consciente de que el fracaso aguarda a la vuelta de la esquina.
En el móvil varias llamadas perdidas de mi mujer y dos de mi suegra. Se impacientan por la tardanza. Hace media hora que tenía que haber vuelto. A estas horas probablemente encontremos atascos a la salida de la ciudad con dirección a la costa. La operación huida estaba en pleno apogeo esos primeros días de verano.
Proverbios  para disóciales, 5: Preferiría no hacerlo.

Proverbios. Oscar J. García López

Proverbios para disóciales,

 1: “Si ellos logran formular la pregunta adecuada, no des la respuesta que esperan que sea la correcta”
El olor a aceite requemado se impregna en las paredes, atestadas de posters de playmates de los años 80 y jugadores de fútbol cuyo recuerdo ha caído en el olvido de la memoria colectiva, que hoy los sustituye con cromos de millonarios ricos corriendo tras balones de diseño imposible. Un triste ventilador esparce el calor democráticamente entre los clientes que a esa hora de la mañana vegetan al ritmo de la canción del verano de hace cuatro veranos.
La camarera, que comenzó su turno hace media hora se fuma un cigarro mientras sirve otra copa de algo rojo mezclado con algo verde al otro ser vivo que se mantiene erguido allí. A unos metro de mi, un enano entrado en años, golpea la barra reclamando atención mientras recita un poema de Leopoldo Maria Panero.
La sensación de suciedad se hace más evidente en los sofás rojos del fondo. Situados en una esquina apenas iluminada por un foco fluorescente que parpadea cada dos minutos, el cuero parcheado y mil veces restregado enfatiza la impresión de estar en una zona avergonzada donde frecuentemente los actos denigrantes se parapetan tras la curiosidad o la necesidad.
Proverbio para disóciales,

 2: Si la verdad se predica en el telediario, prefiero la mentira y viceversa. 
Por fin, la camarera se aproxima a mi zona de la barra. Quien sabe si por piedad o porque es su trabajo. Es una mujer aparentemente joven con la mirada hastiada por una vida condenada a la irrealidad que proporciona la perspectiva de estar al otro lado.
Le digo que me ponga otra. Luego le pido fuego y le pregunto su nombre.
“Laura”.
Permanezco unos segundos callado buscando algo ingenioso que decir.
Proverbios para disóciales, 3: 

Si al hablar no has de agradar, lo mejor será callar
“Yo tuve una novia que se llamaba Laura”
 Los ojos de Laura permanecen impasibles, atenazados tras horas refugiada detrás de la trinchera de una barra, aguantando poetas de amor etílico y voceadores de sexo acelerado.
“ Me dejó por un funcionario de prisiones que al final resultó que se vestía de mujer en sus ratos libres y acabaron montando un dúo de transformismo. Hace poco estuvieron por aquí de gira. Creo que tienen bastante éxito”
Por fin una sonrisa, imperceptible, casi adivinada bajo la antipática luz del fluorescente.
El enano termina su novena copa y de un torpe salto baja del taburete. Recoge unas bolsas de Carrefour que tenía junto a la maquina tragaperras y tras comprobar que todo sigue en su sitio se despide de la concurrencia con un verso improvisado: “Grande consuelo es tener la taberna por vecina”. 
Proverbios  para disóciales,

 4: El sistema se hace más grande allí por donde tu te haces más pequeño.
Cuando sale, la luz del exterior me recuerda que todavía es de día, que es verano y que en algún lugar de esta ciudad hay dos niños de cinco y ocho años, y una mujer morena, no muy alta pero deliciosamente guapa, que me están esperando para salir de viaje hacía la costa de Cádiz, a un camping de tercera categoría donde vamos todos los veranos desde que nos conocimos en la fiesta del instituto.
Miro el reloj. Todavía me da tiempo para otra más. Miro el reloj otra vez.
Laura se apresura a atender mi necesidad. Tal vez porque ya soy el único cliente que queda por allí a esas horas, tras la marcha del enano poeta.
“Laura – le dijo – trataré de serte sincero. Porque me caes bien. Se nota que eres buena chica.”
Ella sonríe, ya sin ningún recato y aspira, inflando su ya de por sí abultado pecho y logrando que por un momento distraiga mi perorata de borracho plúmbeo.
“Me levanto durante todo el año a las seis y media de la mañana para acudir a la misma empresa de seguros donde trabajo hace diez años. Suelo atajar el camino atravesando un parque que a esas horas solo concibe el canto de algún pájaro noctambulo y el sonido de las plantas mientras crecen.
Me cruzo con las mismas caras de todas las mañanas. Conocidos desconocidos que intentan pasar desapercibidos mientras el piloto automático les conduce a sus respectivos destinos. Rutinas en las retinas de lunes a viernes.
Pero ayer me percaté que algo no estaba en su lugar. Me paré un momento y miré a mi alrededor buscando el elemento extraño, el hueco reciente o simplemente, tratando de sacudirme esa molesta sensación de ausencia.
Los bancos verdes, la fuente seca, los rosales marchitos por el calor, los carteles de advertencia prohibiendo pisar un césped que ya no crecía, las papeleras vacías, los anuncios de empleo fácil pegados en las farolas, los restos del botellón de ayer...
Durante varios minutos, y a riesgo de llegar tarde de nuevo, recorrí ese tramo del parque obsesivamente. Nada. No parecía que nada estuviera fuera de lugar, pero la impresión de que así era permanecía adherida al subconsciente.
Miré el reloj y fue entonces, durante una milésima de segundo, cuando comprendí que esa sensación de diferencia externa no era tal. No era lo que me rodeaba lo que parecía haber sufrido una mutación violenta, sino yo mismo el que sufría el cambio.
Fue justo al recordar que ese día era mi cumpleaños. Treinta. Un vértigo violento me sacudió y mi vida se proyectó durante unos segundos eternos. Fue como una señal, como un aviso. Ese día no fui a trabajar. ”
Laura cogió mi mano y me dio un beso en la mejilla, un leve roce de sus labios sobre mi barba de tres días.
“Felicidades”, y me sirvió otro vaso de lo mismo. “A esta ronda invita la casa”
Luego quise ponerme serio, enderezarme sobre el taburete y aparentar madurez, pero solo me salió un patético rictus de tristeza post coitum que a duras penas logré mantener mientras saldaba la cuenta.
Al salir del bar y volver al contacto con la realidad, la luz del sol sobre el rostro funcionó como abrelatas neuronal y las ideas volvieron a circular por mi mente. Como un preso recién salido de su condena reinsertándose a una sociedad de la que nunca formará parte pero dispuesto a intentarlo de nuevo, una vez más, consciente de que el fracaso aguarda a la vuelta de la esquina.
En el móvil varias llamadas perdidas de mi mujer y dos de mi suegra. Se impacientan por la tardanza. Hace media hora que tenía que haber vuelto. A estas horas probablemente encontremos atascos a la salida de la ciudad con dirección a la costa. La operación huida estaba en pleno apogeo esos primeros días de verano.
Proverbios  para disóciales, 5: Preferiría no hacerlo.

Tauromaquia. Oscar J. García López

LA VOZ DE LA COMETA. TU VOZ EN INTERNET

Tauromaquia

AUTOR: OSCAR J. GARCÍA LÓPEZ
El toro, desconcertado en su ceguera de corral, bramó dos veces antes de darse cuenta de donde estaba. El coso de la muerte, aguardaba expectante la demostración de bravura del animal perdido en su correteo sin rumbo.

Susurros y jadeos pululaban en la atmósfera de tarde de domingo comprada en la reventa, mientras aguadores sudorosos vociferaban desesperados en su eterno pregonar.
El toro, parado en el centro de la plaza, observó con ojos de daltónico humillado, la marea humana que le admiraba en su gran día. Los clarines y cornetas sonaron insolentes acallando a las gradas. Latidos y silencios, precedieron la tragedia.

Llorando, en la añoranza de la dehesa que había sido su paraíso en la tierra, perforó el corazón del torero de medias rosas y montera azabache, que como  un muñeco de trapo se alzó en un vuelo sobre las astas erectas de toro bravucón, antes de morir en la plaza entre los oles de un público de ferias y mantilla, absorto en el espectáculo de la sangre, no importa de quien, lo importante es que esta mane a borbotones, mojando la arena en  un reguero de muerte que se cubrirá de fiesta en los farolillos de cualquier taberna a la hora de la cena.

Tauromaquia. Oscar J. García López

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AUTOR: OSCAR J. GARCÍA LÓPEZ
El toro, desconcertado en su ceguera de corral, bramó dos veces antes de darse cuenta de donde estaba. El coso de la muerte, aguardaba expectante la demostración de bravura del animal perdido en su correteo sin rumbo.

Susurros y jadeos pululaban en la atmósfera de tarde de domingo comprada en la reventa, mientras aguadores sudorosos vociferaban desesperados en su eterno pregonar.
El toro, parado en el centro de la plaza, observó con ojos de daltónico humillado, la marea humana que le admiraba en su gran día. Los clarines y cornetas sonaron insolentes acallando a las gradas. Latidos y silencios, precedieron la tragedia.

Llorando, en la añoranza de la dehesa que había sido su paraíso en la tierra, perforó el corazón del torero de medias rosas y montera azabache, que como  un muñeco de trapo se alzó en un vuelo sobre las astas erectas de toro bravucón, antes de morir en la plaza entre los oles de un público de ferias y mantilla, absorto en el espectáculo de la sangre, no importa de quien, lo importante es que esta mane a borbotones, mojando la arena en  un reguero de muerte que se cubrirá de fiesta en los farolillos de cualquier taberna a la hora de la cena.

Tauromaquia. Oscar J. García López

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AUTOR: OSCAR J. GARCÍA LÓPEZ
El toro, desconcertado en su ceguera de corral, bramó dos veces antes de darse cuenta de donde estaba. El coso de la muerte, aguardaba expectante la demostración de bravura del animal perdido en su correteo sin rumbo.

Susurros y jadeos pululaban en la atmósfera de tarde de domingo comprada en la reventa, mientras aguadores sudorosos vociferaban desesperados en su eterno pregonar.
El toro, parado en el centro de la plaza, observó con ojos de daltónico humillado, la marea humana que le admiraba en su gran día. Los clarines y cornetas sonaron insolentes acallando a las gradas. Latidos y silencios, precedieron la tragedia.

Llorando, en la añoranza de la dehesa que había sido su paraíso en la tierra, perforó el corazón del torero de medias rosas y montera azabache, que como  un muñeco de trapo se alzó en un vuelo sobre las astas erectas de toro bravucón, antes de morir en la plaza entre los oles de un público de ferias y mantilla, absorto en el espectáculo de la sangre, no importa de quien, lo importante es que esta mane a borbotones, mojando la arena en  un reguero de muerte que se cubrirá de fiesta en los farolillos de cualquier taberna a la hora de la cena.

Tauromaquia. Oscar J. García López

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Tauromaquia

AUTOR: OSCAR J. GARCÍA LÓPEZ
El toro, desconcertado en su ceguera de corral, bramó dos veces antes de darse cuenta de donde estaba. El coso de la muerte, aguardaba expectante la demostración de bravura del animal perdido en su correteo sin rumbo.

Susurros y jadeos pululaban en la atmósfera de tarde de domingo comprada en la reventa, mientras aguadores sudorosos vociferaban desesperados en su eterno pregonar.
El toro, parado en el centro de la plaza, observó con ojos de daltónico humillado, la marea humana que le admiraba en su gran día. Los clarines y cornetas sonaron insolentes acallando a las gradas. Latidos y silencios, precedieron la tragedia.

Llorando, en la añoranza de la dehesa que había sido su paraíso en la tierra, perforó el corazón del torero de medias rosas y montera azabache, que como  un muñeco de trapo se alzó en un vuelo sobre las astas erectas de toro bravucón, antes de morir en la plaza entre los oles de un público de ferias y mantilla, absorto en el espectáculo de la sangre, no importa de quien, lo importante es que esta mane a borbotones, mojando la arena en  un reguero de muerte que se cubrirá de fiesta en los farolillos de cualquier taberna a la hora de la cena.

Las nubes. Oscar J. García López

LAS NUBES
   Por Oscar J. García López

Las nubes son empujadas por el viento hacía el rincón derrotado de la melancolía.
Saben que allí se acordaran de que una vez fueron parte del mar. Y desearan volver al mismo, a su hogar. La memoria de las nubes las hace caprichosas.
Y por eso empezaran a llorar con todas sus fuerzas.
Y provocaran una tormenta como nunca antes has visto.
Entonces regresaran al mar convencidas de que al fin encontraron su lugar en el mundo.
Pero cuando estén en el mar sentirán un frío intenso.
Y desearan estar cerca del Sol para estar más calentitas.
Como antes.
Entonces se harán ligeras, muy ligeras. Y dejaran que el viento las arrastre de nuevo hasta el cielo, lo más cercano posible al Sol. Y sentirán como los pájaros les dan la bienvenida ofreciéndoles sus cantos y volando alborotadamente a su alrededor.
Y así se pasan la vida las nubes, viajando siempre hacia destinos donde se encuentren lo más a gusto posible. Acaso no es eso lo que intentamos conseguir todos