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LA TORRE DE PIEDRA. ABRAHAM FERREIRA KHALIL.


LA TORRE DE PIEDRA

Compadece mis músculos, tenaz escalador de la penumbra,
antes de que el estiércol libere sus termitas
y con sus cuchillas digieran tu madera.
Antes de que su cóncavo esqueleto
caiga desde esta torre injerta en piedra
y la esfinge de Selene
restaure el candelabro.
Esta torre que reposa sobre la epidermis del páramo,
sin que apenas un aura acaricie su intestino
de estrellados obsequios y raíces.

Acaso sea colmena de telúricos anhelos
donde pastan los cómplices del "No" absoluto,
donde tras cada recoveco se clausura una lágrima
vertida desde picos que nunca conocieron especies de clemencia.
¡Oh, torre de fructífera indecencia!
Libertadora de la hambruna
sin dimensión. De la misma destemplanza
que gime tras los óbitos
apenas sosegados por cátedra dulce y externa.

Una vez consumada tu elegía,
reaparece el graznido, ese feroz espanto,
tan ausente de carne,
tan visceralmente devorado,
tan oscurecedor
cual país que las sombras incendian
y en cuya geografía reina el artificio del insecto,
la transubstanciación del jaguar,
la mueca de un niño con rostro de Moai.

Solo los astros con sus sonrientes satélites
conocen el augurio
que en cada vuelo ingiere aquella torre;
embrujo que voltea su osamenta
y obliga al mensajero enmascarado
a surcar, liviano, traslúcidos estanques en los cielos,
o a que inversos pináculos de magma
por su cráneo derramen un bautismo.

¿Aún hallas resistencia?
¿No vendrá a descifrar este delirio
hasta el último tuétano del cuerpo?
Mi cuerpo,
vacuo y pétreo,
prójimo acaso de tu colmena.
Tal vez fuese el delirio
quien proyectó en su cámara estas ensoñaciones
mientras, amenazante,
hacia su torre de piedra me empujaba.


© Abraham Ferreira Khalil

LA TORRE DE PIEDRA. ABRAHAM FERREIRA KHALIL.


LA TORRE DE PIEDRA

Compadece mis músculos, tenaz escalador de la penumbra,
antes de que el estiércol libere sus termitas
y con sus cuchillas digieran tu madera.
Antes de que su cóncavo esqueleto
caiga desde esta torre injerta en piedra
y la esfinge de Selene
restaure el candelabro.
Esta torre que reposa sobre la epidermis del páramo,
sin que apenas un aura acaricie su intestino
de estrellados obsequios y raíces.

Acaso sea colmena de telúricos anhelos
donde pastan los cómplices del "No" absoluto,
donde tras cada recoveco se clausura una lágrima
vertida desde picos que nunca conocieron especies de clemencia.
¡Oh, torre de fructífera indecencia!
Libertadora de la hambruna
sin dimensión. De la misma destemplanza
que gime tras los óbitos
apenas sosegados por cátedra dulce y externa.

Una vez consumada tu elegía,
reaparece el graznido, ese feroz espanto,
tan ausente de carne,
tan visceralmente devorado,
tan oscurecedor
cual país que las sombras incendian
y en cuya geografía reina el artificio del insecto,
la transubstanciación del jaguar,
la mueca de un niño con rostro de Moai.

Solo los astros con sus sonrientes satélites
conocen el augurio
que en cada vuelo ingiere aquella torre;
embrujo que voltea su osamenta
y obliga al mensajero enmascarado
a surcar, liviano, traslúcidos estanques en los cielos,
o a que inversos pináculos de magma
por su cráneo derramen un bautismo.

¿Aún hallas resistencia?
¿No vendrá a descifrar este delirio
hasta el último tuétano del cuerpo?
Mi cuerpo,
vacuo y pétreo,
prójimo acaso de tu colmena.
Tal vez fuese el delirio
quien proyectó en su cámara estas ensoñaciones
mientras, amenazante,
hacia su torre de piedra me empujaba.


© Abraham Ferreira Khalil

LA TORRE DE PIEDRA. ABRAHAM FERREIRA KHALIL.


LA TORRE DE PIEDRA

Compadece mis músculos, tenaz escalador de la penumbra,
antes de que el estiércol libere sus termitas
y con sus cuchillas digieran tu madera.
Antes de que su cóncavo esqueleto
caiga desde esta torre injerta en piedra
y la esfinge de Selene
restaure el candelabro.
Esta torre que reposa sobre la epidermis del páramo,
sin que apenas un aura acaricie su intestino
de estrellados obsequios y raíces.

Acaso sea colmena de telúricos anhelos
donde pastan los cómplices del "No" absoluto,
donde tras cada recoveco se clausura una lágrima
vertida desde picos que nunca conocieron especies de clemencia.
¡Oh, torre de fructífera indecencia!
Libertadora de la hambruna
sin dimensión. De la misma destemplanza
que gime tras los óbitos
apenas sosegados por cátedra dulce y externa.

Una vez consumada tu elegía,
reaparece el graznido, ese feroz espanto,
tan ausente de carne,
tan visceralmente devorado,
tan oscurecedor
cual país que las sombras incendian
y en cuya geografía reina el artificio del insecto,
la transubstanciación del jaguar,
la mueca de un niño con rostro de Moai.

Solo los astros con sus sonrientes satélites
conocen el augurio
que en cada vuelo ingiere aquella torre;
embrujo que voltea su osamenta
y obliga al mensajero enmascarado
a surcar, liviano, traslúcidos estanques en los cielos,
o a que inversos pináculos de magma
por su cráneo derramen un bautismo.

¿Aún hallas resistencia?
¿No vendrá a descifrar este delirio
hasta el último tuétano del cuerpo?
Mi cuerpo,
vacuo y pétreo,
prójimo acaso de tu colmena.
Tal vez fuese el delirio
quien proyectó en su cámara estas ensoñaciones
mientras, amenazante,
hacia su torre de piedra me empujaba.


© Abraham Ferreira Khalil

ANUNCIO. © Abraham Ferreira Khalil


ANUNCIO
Delfos, visión de marzo.

Un prodigio se presiente
por santuarios y costas
que sellan sus latitudes
en las nostalgias, que afloran
cuando la tarde, amanuense,
su códice desempolva
para descrifrar un vértigo
que culmina con tu sombra.

Con toda serenidad
las lloviznas codiciosas
trazan verbos en la tierra
como arquitecto su obra.
¿Qué corazón desvelado
ha de apurar esta copa?
¿Qué oleaje sin descanso
mi ausencia invernal agota?
Sumérgeme en el enigma
que la borrasca custodia.
Revélame los hallazgos
de acrópolis prodigiosas.
Y consuma el gran milagro
de esta irrevocable diosa
cuya estatua anuncia oráculos
que acechan entre las olas.
Sosiego me otorgarás
en el trazo de tus notas;
las que coronan mis párpados
y en sus alas me retornan.

© Abraham Ferreira Khalil



ANUNCIO. © Abraham Ferreira Khalil


ANUNCIO
Delfos, visión de marzo.

Un prodigio se presiente
por santuarios y costas
que sellan sus latitudes
en las nostalgias, que afloran
cuando la tarde, amanuense,
su códice desempolva
para descrifrar un vértigo
que culmina con tu sombra.

Con toda serenidad
las lloviznas codiciosas
trazan verbos en la tierra
como arquitecto su obra.
¿Qué corazón desvelado
ha de apurar esta copa?
¿Qué oleaje sin descanso
mi ausencia invernal agota?
Sumérgeme en el enigma
que la borrasca custodia.
Revélame los hallazgos
de acrópolis prodigiosas.
Y consuma el gran milagro
de esta irrevocable diosa
cuya estatua anuncia oráculos
que acechan entre las olas.
Sosiego me otorgarás
en el trazo de tus notas;
las que coronan mis párpados
y en sus alas me retornan.

© Abraham Ferreira Khalil



ANUNCIO. © Abraham Ferreira Khalil


ANUNCIO
Delfos, visión de marzo.

Un prodigio se presiente
por santuarios y costas
que sellan sus latitudes
en las nostalgias, que afloran
cuando la tarde, amanuense,
su códice desempolva
para descrifrar un vértigo
que culmina con tu sombra.

Con toda serenidad
las lloviznas codiciosas
trazan verbos en la tierra
como arquitecto su obra.
¿Qué corazón desvelado
ha de apurar esta copa?
¿Qué oleaje sin descanso
mi ausencia invernal agota?
Sumérgeme en el enigma
que la borrasca custodia.
Revélame los hallazgos
de acrópolis prodigiosas.
Y consuma el gran milagro
de esta irrevocable diosa
cuya estatua anuncia oráculos
que acechan entre las olas.
Sosiego me otorgarás
en el trazo de tus notas;
las que coronan mis párpados
y en sus alas me retornan.

© Abraham Ferreira Khalil



El delirio. © Abraham Ferreira Khalil





EL DELIRIO


                    Pompeya, visión invernal.
Tras cada víspera,
pinta el delirio mosaicos inconclusos
con maquinarias que desgarran
la potestad del Vesubio.
Y aún no ha sido abierto el himen de Pompeya;
su vértigo conserva entre doradas ánforas
mientras otra virilidad retoza:
la que tal vez fue alquimia de tu escultura,
la que tal vez asalta mis vigilias
y acaricia mi espíritu con ciclos desvelados.

Fue el delirio también
una escala de lámparas hacia los dioses,
catarata de furias en la carne,
un clímax que entre el magma se descubre.
Un espasmo que no bastó para dilucidar
si esta desgarradora no presencia
envió hacia mi lecho legiones de reptiles.
No existe en los estómagos de Pompeya
amuleto capaz de arrastrar al delirio
hacia su propia sima.
No habita en sus pulmones hálito alguno
que pueda descifrar su maldición.

El delirio es brutal resurrección,
arqueología que palpa la palabra
al retornar al humo de la escritura
¿Cuándo descenderá su estampa
para purificarse en la hoguera de mi sangre?
Después del tránsito, mis ojos se petrifican en su liberación
y delirante es cruzar el vientre de Pompeya.
De lo contrario, los pastores del sueño,
cargados de tapices y extrañas baratijas,
no harían con su sombra tráfico de deleites.

¿Y si el delirio fuese la prosa necesaria,
o el refugio mesiánico que construye la anochecida?
Yo he ascendido a las esferas
donde ejerce su despotismo.
Y sobre horrores
el delirio levantaba su monasterio
como un bautismo que flota en las mansiones de Pompeya.
Mas fue una gesta épica galopar tras sus yeguas,
pues a menudo cubre con celajes
los establos donde moran.

Ven, delirio noctámbulo;
ven y eleva hacia mis labios tu impuro cáliz.
Ven hacia mí y derrama por mi pecho
vivíficos licores.

© Abraham Ferreira Khalil