La cometa. La pandorga. Por Fernándo Rebollo



BEIRES, otoño en Beires y la niña sueña con el aire. Quiere comprender qué es el aire. Ha oído hablar de vientos de levante que mueven los árboles, que hacen saludar a las hojas, un último saludo para caer en el suelo junto al camino por donde pasan las lavanderas, vientos que hacen que las aguas de los lagos se muevan, se ericen. La niña ha emprendido la tarea de hacer instrumentos del aire, veletas que indican de dónde viene el aire y hacia dónde va. Molinetes de madera que giran y giran y castañetean. Los hermanos Wright ya han volado al aire y juegan con viejos artilugios invisibles entre los árboles. La niña se afana en una pandorga, telas y maderas finas y una larga cola, un hilo de cáñamo cogido al cruce de las maderas une la pandorga a la mano que tras salir corriendo por el camino la llevará fuera del bosque y en lugar despejado la dejará libre, a merced de los soplidos de este Eolo que por la tarde anda algo dormido. ¡Vuela!, ¡Vuela!, La pandorga vuela, sube el monte mientras la mano da más y más libertad, cada vez menos hilo queda en ella. Quién pudiera divisar desde allí en lo alto la sierra, el bosque, el río Nacimiento, la balsa, las parras, los aceituneros, las chimeneas, las casas, la torre. 

La niña ha sacado un secreto al aire, los hermanos Wright sonríen escondidos entre los tomos de Nitrógeno, de oxigeno, de CO2 de este aire sureño, frío en estos momentos. 

Es hora de dormir pandorga, la tarde cae y la mano la irá llevando cerca del pueblo para dormir en la buhardilla hasta la próxima mañana del sábado en que volverá a volar. Los hermanos Wright han entrado por la ventana siempre abierta para ellos y duermen junto a las almendras amargas que curarán el amor en los tiempos del cólera.