UNA REFLEXION: Entre los cerezos por Fernando Rebollo

       
      CEREZOS EN FLOR

      Quizás el ser humano sea de un lugar, pertenezca a algún lugar donde siempre vuelve, donde siempre halla inspiración para continuar el camino.
      Amaneció un día radiante de primavera, el aire de estos días de retorno, de estos días de vuelta a encontrarse con lo que siempre estuvo allí. Quizás la ilusión y la alegría del encuentro.

      Autovía y el aire ya era otro, 50 kilómetros, desvío y tras 10 más, allí estaban, los montes, las balsas de piedra con su fondo de helechos reflejados que daban al agua un color verdoso, las casas blancas, los olivos, las cepas que intentan desperezarse y ya piensan en las exquisitas uvas negras que darán en el verano.
      Los cerezos, esta vez  esa había sido la razón, desplegaban a la primavera todo su colorido, miles de flores, con hojas nuevas, que le dan al árbol la juventud que pierde en los otoños. 

      "A un cerezo subí
       que cerezas tenía
       cerezas no cogí
       cerezas no dejé
       ¿Cuantas cerezas había?"
       
      Sentada en la tierra sobre la hierba, bajo la sombra de uno de los mas grandes, recordaba el acertijo que doña Paca les había propuesto en aquella escuela que a poco más de un kilómetro se encontraba, donde se dieron cita casi todos los de su generación.  
      Singular, chispa veloz su mente, contestó rápida, aún lo recuerda, pero doña Paca no le dió importancia, como esperando la contestación de algún más disciplinado alumno. Se sumergió de nuevo en las aventuras de Tintín y dejó que aquella morsa siguiese moviéndose por la estancia, aconsejando a sus más predilectos.

      La luz del sol se colaba fina por entre las hojas y las flores del árbol. Se que no me creerán si les digo, que un avión, un diminuto avión estaba allí (1), delante de sus ojos, con sus elegantes viajeros mirando por la ventana, con las azafatas moviéndose por los pasillos, sirviendo el zumo, ¡contigo he volado! (2), perdió altura para no chocar con las ramas y volvió a salir en busca de un aeropuerto, quizás de una gran ciudad. 

      El primer encuentro con la aviación ocurrió en la tetería Turandot donde degustaba zumos y té con pastas mientras de fondo Santana tocaba su guitarra bajo el influjo de la luna. Allí se encontraba un gran cuadro con dos hombres de mirada decidida, Orwille y Wilbur, vestidos con trajes negros y bombín, apoyándose en sendos bastones. Los caballeros del aire así rezaba en la parte superior del cuadro,  letras negras para los hermanos Wright, y un poco más abajo su primer aeroplano.

      Aquella mañana habían vuelto, se habían salido de aquella maravillosa fotografía y sobrevolaban los campos, saludando con las manos enfundandas en unos guantes de cuero negro,  

      (1) Después de las huelgas del Sepla pueden estar en cualquier lado. :-))
      (2) No, pero ya me gustaría ya, viajar a una isla solitaria con aquella morenita de Santander.