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28.- No era un árbol.- Gemma de Suñer (121

Quizá, desde un tiempo anterior a mi nacimiento, el árbol permanecía ahí. Me abracé a su corteza rugosa y trepé con habilidad. Subida en las ramas más altas disfruto de una vista placentera y domino los tejados verde moho de las casas y, más lejos desfigurada por la luz y la distancia, tu silueta triste. Sopla un viento frío que sacude las hojas y me despeina.
El horizonte malva pálido se tiñe de un rosa intenso. Nubes verdes se desprenden de las colinas altas, suben, suben hasta formar una espesa cortina que recuerda el mar. El sol bracea como un niño que intenta librarse de un mal sueño y una inmensa araña teje su red azul para atraparlo.  Despierta armado de cuchillos y abre una rendija entre las nubes. El primer rayo, helado, me quema la mejilla.
Amanece, no hacen falta relojes para contar las horas de la espera. Las sombras que se proyectan allá abajo, sobre el suelo cubierto de hojas secas,  reproducen tu figura. Mi mirada se detiene en la superficie lustrosa de una hoja, se abre camino entre el follaje y descubre un nido, sigue en la dirección inversa de la savia y penetra en la oscuridad de tus raíces.

28.- No era un árbol.- Gemma de Suñer (121

Quizá, desde un tiempo anterior a mi nacimiento, el árbol permanecía ahí. Me abracé a su corteza rugosa y trepé con habilidad. Subida en las ramas más altas disfruto de una vista placentera y domino los tejados verde moho de las casas y, más lejos desfigurada por la luz y la distancia, tu silueta triste. Sopla un viento frío que sacude las hojas y me despeina.
El horizonte malva pálido se tiñe de un rosa intenso. Nubes verdes se desprenden de las colinas altas, suben, suben hasta formar una espesa cortina que recuerda el mar. El sol bracea como un niño que intenta librarse de un mal sueño y una inmensa araña teje su red azul para atraparlo.  Despierta armado de cuchillos y abre una rendija entre las nubes. El primer rayo, helado, me quema la mejilla.
Amanece, no hacen falta relojes para contar las horas de la espera. Las sombras que se proyectan allá abajo, sobre el suelo cubierto de hojas secas,  reproducen tu figura. Mi mirada se detiene en la superficie lustrosa de una hoja, se abre camino entre el follaje y descubre un nido, sigue en la dirección inversa de la savia y penetra en la oscuridad de tus raíces.

28.- No era un árbol.- Gemma de Suñer (121

Quizá, desde un tiempo anterior a mi nacimiento, el árbol permanecía ahí. Me abracé a su corteza rugosa y trepé con habilidad. Subida en las ramas más altas disfruto de una vista placentera y domino los tejados verde moho de las casas y, más lejos desfigurada por la luz y la distancia, tu silueta triste. Sopla un viento frío que sacude las hojas y me despeina.
El horizonte malva pálido se tiñe de un rosa intenso. Nubes verdes se desprenden de las colinas altas, suben, suben hasta formar una espesa cortina que recuerda el mar. El sol bracea como un niño que intenta librarse de un mal sueño y una inmensa araña teje su red azul para atraparlo.  Despierta armado de cuchillos y abre una rendija entre las nubes. El primer rayo, helado, me quema la mejilla.
Amanece, no hacen falta relojes para contar las horas de la espera. Las sombras que se proyectan allá abajo, sobre el suelo cubierto de hojas secas,  reproducen tu figura. Mi mirada se detiene en la superficie lustrosa de una hoja, se abre camino entre el follaje y descubre un nido, sigue en la dirección inversa de la savia y penetra en la oscuridad de tus raíces.

28.- No era un árbol.- Gemma de Suñer (121

Quizá, desde un tiempo anterior a mi nacimiento, el árbol permanecía ahí. Me abracé a su corteza rugosa y trepé con habilidad. Subida en las ramas más altas disfruto de una vista placentera y domino los tejados verde moho de las casas y, más lejos desfigurada por la luz y la distancia, tu silueta triste. Sopla un viento frío que sacude las hojas y me despeina.
El horizonte malva pálido se tiñe de un rosa intenso. Nubes verdes se desprenden de las colinas altas, suben, suben hasta formar una espesa cortina que recuerda el mar. El sol bracea como un niño que intenta librarse de un mal sueño y una inmensa araña teje su red azul para atraparlo.  Despierta armado de cuchillos y abre una rendija entre las nubes. El primer rayo, helado, me quema la mejilla.
Amanece, no hacen falta relojes para contar las horas de la espera. Las sombras que se proyectan allá abajo, sobre el suelo cubierto de hojas secas,  reproducen tu figura. Mi mirada se detiene en la superficie lustrosa de una hoja, se abre camino entre el follaje y descubre un nido, sigue en la dirección inversa de la savia y penetra en la oscuridad de tus raíces.