Mostrando entradas con la etiqueta Juan Campoy. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Juan Campoy. Mostrar todas las entradas

JUAN CAMPOY

NUDOS EN EL PAÑUELO


Lentamente abrió los hinchados párpados
y con esfuerzo se sentó en la cama,
observando a aquel hombre
doblado por los años.
Dormía como un cerdo.
Era difícil adivinar la hora,
pero se levantó
y, escogiendo del armario un abrigo,
corrió hacia la puerta.
Estaba muy cansada
de esquivar los objetos contundentes,
lanzados desde algún rincón oculto,
de un malvivir constante
en espacios glaciales,
del sabor tan amargo de las lágrimas
y de rozar la nada
para esconder sonrisas en los sueños.
Con un pañuelo negro
anudado a la nuca,
se cubría la frente,
quizás para ocultar la cicatriz
de alguna herida
o la marca infamante
de un hierro al rojo vivo.
Ahora, corre por las aceras rotas
de una ciudad que duerme
su peor pesadilla.
Intenta evadirse,
olvidar por un momento
el dolor y sus nudos,
el vértigo de simas hacia el fondo
de un espacio vacío.
Pero, todavía siente la mano
sobre su cuello,
apretando el sudor contra las venas.






De algo me ha servido
habituarme a este mundo de tinieblas,
donde brotan las voces
como ecos lejanos,
dejando su rastro de incertidumbres.
Ahora, he descubierto,
que persisten las sombras
más allá de la sima de mis ojos
y que cada voz conserva en su aliento
un eslabón del miedo.





SANTUARIOS


Tanta herida acumulada en la boca,
sin soltar ni un quejido.
Cuantas palabras,
suicidándose
contra los dientes
y no poder alzarse
contra este cielo,
impuesto a mala hostia.

JUAN CAMPOY

NUDOS EN EL PAÑUELO


Lentamente abrió los hinchados párpados
y con esfuerzo se sentó en la cama,
observando a aquel hombre
doblado por los años.
Dormía como un cerdo.
Era difícil adivinar la hora,
pero se levantó
y, escogiendo del armario un abrigo,
corrió hacia la puerta.
Estaba muy cansada
de esquivar los objetos contundentes,
lanzados desde algún rincón oculto,
de un malvivir constante
en espacios glaciales,
del sabor tan amargo de las lágrimas
y de rozar la nada
para esconder sonrisas en los sueños.
Con un pañuelo negro
anudado a la nuca,
se cubría la frente,
quizás para ocultar la cicatriz
de alguna herida
o la marca infamante
de un hierro al rojo vivo.
Ahora, corre por las aceras rotas
de una ciudad que duerme
su peor pesadilla.
Intenta evadirse,
olvidar por un momento
el dolor y sus nudos,
el vértigo de simas hacia el fondo
de un espacio vacío.
Pero, todavía siente la mano
sobre su cuello,
apretando el sudor contra las venas.






De algo me ha servido
habituarme a este mundo de tinieblas,
donde brotan las voces
como ecos lejanos,
dejando su rastro de incertidumbres.
Ahora, he descubierto,
que persisten las sombras
más allá de la sima de mis ojos
y que cada voz conserva en su aliento
un eslabón del miedo.





SANTUARIOS


Tanta herida acumulada en la boca,
sin soltar ni un quejido.
Cuantas palabras,
suicidándose
contra los dientes
y no poder alzarse
contra este cielo,
impuesto a mala hostia.

JUAN CAMPOY

NUDOS EN EL PAÑUELO


Lentamente abrió los hinchados párpados
y con esfuerzo se sentó en la cama,
observando a aquel hombre
doblado por los años.
Dormía como un cerdo.
Era difícil adivinar la hora,
pero se levantó
y, escogiendo del armario un abrigo,
corrió hacia la puerta.
Estaba muy cansada
de esquivar los objetos contundentes,
lanzados desde algún rincón oculto,
de un malvivir constante
en espacios glaciales,
del sabor tan amargo de las lágrimas
y de rozar la nada
para esconder sonrisas en los sueños.
Con un pañuelo negro
anudado a la nuca,
se cubría la frente,
quizás para ocultar la cicatriz
de alguna herida
o la marca infamante
de un hierro al rojo vivo.
Ahora, corre por las aceras rotas
de una ciudad que duerme
su peor pesadilla.
Intenta evadirse,
olvidar por un momento
el dolor y sus nudos,
el vértigo de simas hacia el fondo
de un espacio vacío.
Pero, todavía siente la mano
sobre su cuello,
apretando el sudor contra las venas.






De algo me ha servido
habituarme a este mundo de tinieblas,
donde brotan las voces
como ecos lejanos,
dejando su rastro de incertidumbres.
Ahora, he descubierto,
que persisten las sombras
más allá de la sima de mis ojos
y que cada voz conserva en su aliento
un eslabón del miedo.





SANTUARIOS


Tanta herida acumulada en la boca,
sin soltar ni un quejido.
Cuantas palabras,
suicidándose
contra los dientes
y no poder alzarse
contra este cielo,
impuesto a mala hostia.