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GOG de Giovanni Papini. Por Goliardos


GOG,  de Giovanni Papini

 

 

En una de esas lecturas que nos depara el azar y que viene a contarnos algo que llama la atención sobre este o aquel autor que leímos en una juventud dorada, nos apasionó, y después, nadie sabe cómo, ha quedado relegado bajo capas de olvido de muchas modernidades inconsecuentes y muchas pasiones aburridas, di con la narración de los últimos años de Giovanni Papini. Este hombre, del que leímos los jóvenes de mi tiempo, ‘Gog’, ‘El libro Negro’ y ‘El Juicio Universal’, sufrió la decadencia física, que no mental, de la vejez en un sentido demasiado estricto. Progresivamente paralítico, ciego y mudo, no dejó de escribir en un esfuerzo admirable por no inclinar su voluntad a los desafueros del tiempo. En unas escenas que imagino gloriosas en su desolada grandeza, utilizó primero un dictáfono cuando no podía escribir. Más tarde, cuando ya esto no le era, posible dictaba a su nieta, Después, balbuceaba y ella iba interpretando las palabra de su abuelo. Y, por último, cuando no le fue dado ni articular el pensamiento, era ella la que deletreaba letra a letra el alfabeto hasta que Papini asentía. Así, letra por letra, sílaba a sílaba, desentrañaba las palabras, las frases, los libros, que bullían en la cabeza del escritor. El nombre de esta mujer increíble y conmovedora: Ana Paszkowski.-
 

Si repasamos la biografía del escritor, se nos hace más penosa esta decadencia. Un hombre autodidacta, y de una actividad precoz e incesante. Aún niño escribió cuentos y se molestó en componer revistas manuscritas. Con sólo 24 años publica “El Crepúsculo de los Filósofos”, un repaso a la filosofía reciente de su tiempo. Una actividad sin descanso, literaria (novela, poesía, revistas) y de pensamiento (ensayos, estudios, biografías….) En un resumen telegráfico: 65 libros escritos, más 5 en colaboración; dirigió y colaboró en 5 colecciones editoriales y 9 revistas. Se hace más difícil comprender cómo no doblegó su anciana voluntad ante tal cúmulo de estragos. Un rasgo a tener en cuenta: en 1.924 se ‘convirtió’ al catolicismo; él, ateo militante, y meditador de la desolación en una obra que se hizo polémica: “Un hombre acabado” El caso es que su actividad intelectual se decantó a partir de ahora por la lucha activa en la cultura desde su nueva atalaya de la existencia. Paradójico el destino que le deparó el tiempo; y aún más, que lo vivió si cantar ningún personal De Profundiis, ninguna Lamentación, según veo.


Guardaba mejor recuerdo de “Gog” que de “El Libro Negro”, su continuación. He vuelto a releerlos y a confirmar aquella primera impresión. Gog, editado en 1934, tras los primeros veinte años de vanguardias y salvadores de todo tipo, en vísperas prácticamente de otra locura destructiva, con los bestialidades en puertas o ya reciamente instaladas en muchos lugares y almas, es un repaso más fresco, más directo, más de primera mano, de esa especie de arbitrista de todo género y en todos los terrenos de la vida que se dieron en aquellos años verdaderamente delirantes. Personajes célebres, impresiones del protagonista de este diario ficticio, visitas a visionarios del arte y de la vida, sablistas consumados… En su continuación, se hace más reflexivo, más explicado. Lo que en el primero son retratos fulgurantes de los constitutivos del alma de una época, en el segundo se convierte en razones trabadas y aficiones, a lo sumo, extravagantes. Es menos ácido, más clase media, si cabe la formulación. Uno sintético, el otro analítico. No hay que darle más vueltas al asunto: prefiero Gog, diario de un hombre, que, en palabras del autor, es “un semisalvaje inquieto que tenía bajo sus dominios las riquezas de un emperador… Ignorantísimo, quiso ser iniciado en las más refinadas drogas de una cultura en putrefacción… Quiso proporcionarse todas las formas del epicureísmo cerebral de nuestros tiempos… pero su alma se había vuelto más árida que de sus antepasados…”

GOG de Giovanni Papini. Ángel Simón Collado

Ángel Simón Collado


En una de esas lecturas que nos depara el azar y que viene a contarnos algo que llama la atención sobre este o aquel autor que leímos en una juventud dorada, nos apasionó, y después, nadie sabe cómo, ha quedado relegado bajo capas de olvido de muchas modernidades inconsecuentes y muchas pasiones aburridas, di con la narración de los últimos años de Giovanni Papini. Este hombre, del que leímos los jóvenes de mi tiempo, ‘Gog’, ‘El libro Negro’ y ‘El Juicio Universal’, sufrió la decadencia física, que no mental, de la vejez en un sentido demasiado estricto. Progresivamente paralítico, ciego y mudo, no dejó de escribir en un esfuerzo admirable por no inclinar su voluntad a los desafueros del tiempo. En unas escenas que imagino gloriosas en su desolada grandeza, utilizó primero un dictáfono cuando no podía escribir. Más tarde, cuando ya esto no le era, posible dictaba a su nieta, Después, balbuceaba y ella iba interpretando las palabra de su abuelo. Y, por último, cuando no le fue dado ni articular el pensamiento, era ella la que deletreaba letra a letra el alfabeto hasta que Papini asentía. Así, letra por letra, sílaba a sílaba, desentrañaba las palabras, las frases, los libros, que bullían en la cabeza del escritor. El nombre de esta mujer increíble y conmovedora: Ana Paszkowski.-


Si repasamos la biografía del escritor, se nos hace más penosa esta decadencia. Un hombre autodidacta, y de una actividad precoz e incesante. Aún niño escribió cuentos y se molestó en componer revistas manuscritas. Con sólo 24 años publica “El Crepúsculo de los Filósofos”, un repaso a la filosofía reciente de su tiempo. Una actividad sin descanso, literaria (novela, poesía, revistas) y de pensamiento (ensayos, estudios, biografías….) En un resumen telegráfico: 65 libros escritos, más 5 en colaboración; dirigió y colaboró en 5 colecciones editoriales y 9 revistas. Se hace más difícil comprender cómo no doblegó su anciana voluntad ante tal cúmulo de estragos. Un rasgo a tener en cuenta: en 1.924 se ‘convirtió’ al catolicismo; él, ateo militante, y meditador de la desolación en una obra que se hizo polémica: “Un hombre acabado” El caso es que su actividad intelectual se decantó a partir de ahora por la lucha activa en la cultura desde su nueva atalaya de la existencia. Paradójico el destino que le deparó el tiempo; y aún más, que lo vivió si cantar ningún personal De Profundiis, ninguna Lamentación, según veo.

Guardaba mejor recuerdo de “Gog” que de “El Libro Negro”, su continuación. He vuelto a releerlos y a confirmar aquella primera impresión. Gog, editado en 1934, tras los primeros veinte años de vanguardias y salvadores de todo tipo, en vísperas prácticamente de otra locura destructiva, con los bestialidades en puertas o ya reciamente instaladas en muchos lugares y almas, es un repaso más fresco, más directo, más de primera mano, de esa especie de arbitrista de todo género y en todos los terrenos de la vida que se dieron en aquellos años verdaderamente delirantes. Personajes célebres, impresiones del protagonista de este diario ficticio, visitas a visionarios del arte y de la vida, sablistas consumados… En su continuación, se hace más reflexivo, más explicado. Lo que en el primero son retratos fulgurantes de los constitutivos del alma de una época, en el segundo se convierte en razones trabadas y aficiones, a lo sumo, extravagantes. Es menos ácido, más clase media, si cabe la formulación. Uno sintético, el otro analítico. No hay que darle más vueltas al asunto: prefiero Gog, diario de un hombre, que, en palabras del autor, es “un semisalvaje inquieto que tenía bajo sus dominios las riquezas de un emperador… Ignorantísimo, quiso ser iniciado en las más refinadas drogas de una cultura en putrefacción… Quiso proporcionarse todas las formas del epicureísmo cerebral de nuestros tiempos… pero su alma se había vuelto más árida que de sus antepasados…”

GOG de Giovanni Papini. Ángel Simón Collado

En una de esas lecturas que nos depara el azar y que viene a contarnos algo que llama la atención sobre este o aquel autor que leímos en una juventud dorada, nos apasionó, y después, nadie sabe cómo, ha quedado relegado bajo capas de olvido de muchas modernidades inconsecuentes y muchas pasiones aburridas, di con la narración de los últimos años de Giovanni Papini. Este hombre, del que leímos los jóvenes de mi tiempo, ‘Gog’, ‘El libro Negro’ y ‘El Juicio Universal’, sufrió la decadencia física, que no mental, de la vejez en un sentido demasiado estricto. Progresivamente paralítico, ciego y mudo, no dejó de escribir en un esfuerzo admirable por no inclinar su voluntad a los desafueros del tiempo. En unas escenas que imagino gloriosas en su desolada grandeza, utilizó primero un dictáfono cuando no podía escribir. Más tarde, cuando ya esto no le era, posible dictaba a su nieta, Después, balbuceaba y ella iba interpretando las palabra de su abuelo. Y, por último, cuando no le fue dado ni articular el pensamiento, era ella la que deletreaba letra a letra el alfabeto hasta que Papini asentía. Así, letra por letra, sílaba a sílaba, desentrañaba las palabras, las frases, los libros, que bullían en la cabeza del escritor. El nombre de esta mujer increíble y conmovedora: Ana Paszkowski.-


Si repasamos la biografía del escritor, se nos hace más penosa esta decadencia. Un hombre autodidacta, y de una actividad precoz e incesante. Aún niño escribió cuentos y se molestó en componer revistas manuscritas. Con sólo 24 años publica “El Crepúsculo de los Filósofos”, un repaso a la filosofía reciente de su tiempo. Una actividad sin descanso, literaria (novela, poesía, revistas) y de pensamiento (ensayos, estudios, biografías….) En un resumen telegráfico: 65 libros escritos, más 5 en colaboración; dirigió y colaboró en 5 colecciones editoriales y 9 revistas. Se hace más difícil comprender cómo no doblegó su anciana voluntad ante tal cúmulo de estragos. Un rasgo a tener en cuenta: en 1.924 se ‘convirtió’ al catolicismo; él, ateo militante, y meditador de la desolación en una obra que se hizo polémica: “Un hombre acabado” El caso es que su actividad intelectual se decantó a partir de ahora por la lucha activa en la cultura desde su nueva atalaya de la existencia. Paradójico el destino que le deparó el tiempo; y aún más, que lo vivió si cantar ningún personal De Profundiis, ninguna Lamentación, según veo.


Guardaba mejor recuerdo de “Gog” que de “El Libro Negro”, su continuación. He vuelto a releerlos y a confirmar aquella primera impresión. Gog, editado en 1934, tras los primeros veinte años de vanguardias y salvadores de todo tipo, en vísperas prácticamente de otra locura destructiva, con los bestialidades en puertas o ya reciamente instaladas en muchos lugares y almas, es un repaso más fresco, más directo, más de primera mano, de esa especie de arbitrista de todo género y en todos los terrenos de la vida que se dieron en aquellos años verdaderamente delirantes. Personajes célebres, impresiones del protagonista de este diario ficticio, visitas a visionarios del arte y de la vida, sablistas consumados… En su continuación, se hace más reflexivo, más explicado. Lo que en el primero son retratos fulgurantes de los constitutivos del alma de una época, en el segundo se convierte en razones trabadas y aficiones, a lo sumo, extravagantes. Es menos ácido, más clase media, si cabe la formulación. Uno sintético, el otro analítico. No hay que darle más vueltas al asunto: prefiero Gog, diario de un hombre, que, en palabras del autor, es “un semisalvaje inquieto que tenía bajo sus dominios las riquezas de un emperador… Ignorantísimo, quiso ser iniciado en las más refinadas drogas de una cultura en putrefacción… Quiso proporcionarse todas las formas del epicureísmo cerebral de nuestros tiempos… pero su alma se había vuelto más árida que de sus antepasados…”