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Besando a la luna. RICARDO ARRATIA JOGLAR.



Fue cuando la luna se descolgó por la noche cuando lo vi; encendí la luz y lo vi, era un corazón partido, dividido en dos para siempre. ¿Por qué arrancas corazón? ¿A qué le tienes miedo? Es el gran misterio de la vida: la diversidad y la unidad. Le reproché al corazón fugitivo de sus miedos y misterios. En realidad, la cobardía no es un misterio, pensé. La cobardía es cobardía y huye de lo que piensa que le daña. ¿Por cuántas vidas uno debe transitar para dejar de huir de su sino, de lo que le corresponde aprender? Vi a Ricardo enfrascado en la búsqueda de su yo más íntimo, en la búsqueda de sus anhelos y amores. Lo vi meditando por horas, como le vi besando y haciendo el amor, fueron antinomias impensadas. ¿Podría saber él que el destino le busca un camino, una senda desconocida, hija del azar y nunca él comprenderá, o tal vez ya lo sabe, que la vida es conducida por algo superior? Pensarás que estoy en contra del libre albedrío, no; tan sólo es la libertad relativa que tiene una célula de un todo orgánico. Así cuando escribo y la nada que hablé antes, devora mis pensamientos, es preferible que esa nada sea un buzón y que leerás esto o aquello quizás en el horizonte de la realidad, o mi alma se contemple en tu alma cuando leas: ese es mi goce, mi delicia suprema. Cuando miro a la luna espero recoger en ella tu mirada, recuerda que Ricardo es un poeta o un literato que escribe sus sensaciones a un público selecto, a tu alma. Sé que cuando me lees puedes besarme, odiarme, pero tu actitud es libre, no necesita aparentar indiferencia, compasión o pudor. Estás sola frente a ti misma, a tus deseos y anhelos íntimos y uno no puede engañarse a sí por mucho. Es verdad que al alma se le puede atiborrar de vivencialidades mundanas y vacuas pero necesita de algo más, necesita de ese no sé qué beatífico que le hace temblar en la contemplación de lo más bello y sublime, de lo más dulce y puro, de lo que menos le aleja del destino trascendente que le depara, es algo así como el cristal de rocío que se funde en el rayo de luz que manda la mañana de primavera, tal vez se hizo mariposa y acaso esa mariposa sea un pétalo del sueño más sutil de Dios, pero no podemos por mucho tiempo evadirnos de tales realidades.

  DOS
¿Cuál es el aroma de los recuerdos? ¿Aroma de luna envejecida penetrando mi ventana?
Es verdad que una emoción nos embarga y nos constriñe cuando un plazo se aproxima, a veces de angustia desesperada, a veces de no retenida delicia. Un ejemplo: cuando Ricardo se bajó del colectivo, cuando concluyó que la mañana estaba vestida de beatitud y la beatitud penetraba por su vista; era el color verde de las hojas de los árboles. No, no era un verde normal, era un verde fluorescente, un verde que ya no deleitaba la vista, no. Deleitaba a su cerebro, era una armonía verde, un coloquio verde en el que la gente se hallaba feliz, a través de la calle, entre los puñados de haces de luz matutina que convertía a todo en una sinfonía de matices de luz. ¿Primaveral? No. O tal vez sí. ¿Es la primavera un estado de ánimo? Tal vez la primavera llegue ahora en Agosto y la Tierra se ría a mandíbula batiente. Decidió reírse de Ricardo y de todos aquellos que están normalizados; pero Dios se encarga de recordarle al hombre que tiene un ego tan estulticiamente encarcelado en normas que cree inventarse. Pero las normas se dan vuelta, es entonces cuando las cosas nos parecen inextricables, cuando son realmente simples, tan simples como ser guiados por la mano de Dios.
Concluyamos con el ejemplo. Tengo el mal hábito de no concluir mis ideas, me voy al desvarío, hacia la elucubración; ese es mi sino; algunos se preocupan de lo que hacen los demás y se enferman de murmuración, otros, los más, se preocupan del diario acontecer y los pocos, aquellos que otilan en las estepas solitarias, esos se enfrascan en el continuo rumiar de ideas. ¿Por qué no ser normal? ¿Por qué escribir a quien no te va a leer, Ricardo? ¿Por qué deliras en una berborrea escrita? ¿Obtienes algo escribiendo a la nada? Mas, no es todo esto una necedad, pues la nada no existe, Dios está detrás de tu enemigo, atrás de tu amada, atrás, o al fondo de cada brillo en cada mirada en la que con trémula tensión entorpeces de amor. Por esto soy tierno y dulce, es cuando el lobo estepario que hay en mí se arroja a la nada y el Hermann Hesse que leí hace un tiempo ya no me cuenta historias de su propio yo. Es mi yo el que se cuestiona, el que te dice que te ama con una soltura y una pateticidad casi enfermiza. La verdad es que con esto mi alma se calma y me dice: Ricardo, cuando el Lilah acabe, cuando todo vuelva a su fuente, tú, yo y ella seremos uno, su indiferencia, su cobardía, su odio, su soledad no será más que un terrible y desolado sueño, una de esas pesadillas en que nos despertamos en brazos de Papá y en el Amor seremos uno.
 
TRES
A las cuatro y quince de la mañana recuerdo que el ejemplo al cual me refería en el escrito anterior, a propósito de los plazos y las esperas anheladas, fue aquella mañana del catorce de Agosto, sólo eso basta pues hay un escrito al respecto, motivo literario que me es tan querido y particular.
A veces me he topado con un buzón y he depositado en él mis sentimientos:
- Buzón, cuan querido eres, tu sabes de la venia, cómo me saco el sombrero cuando cruzo en frente a vuestra fachada. Sé que no puedes contestarme, que detrás de cada misiva queda una laguna de silencio, te comprendo, te pido disculpa ante tu no-respuesta, o tal vez me equivoco, el silencio que me das tiene una respuesta. ¿Sabe usted? En el sobre anoto la dirección de la mujer que más he amado. Me queda mirando en silencio, con su rostro amarillo y a veces creo que los buzones florecen. Cierto día creí que contestaba que qué podía hacer él, tan sólo guardar, guardar las misivas en él y en alguna ocasión mostrárselas a Dios, Él lo puede todo. ¿Puedo acaso yo hacer que tu amada conteste? Dios lo sabe, a Él le comunico tus penas y dolores.
Algunos días pienso que desvarío, que no puede un buzón encarnar, por ejemplo, en la mujer de los pantalones color crema y decirme: ¡Hola Ricardo! ¡Qué tal! O decirme: - ¡Por qué me fastidias, amor! Pero no, no es el año pasado, en el mes de Agosto: ¡qué dichoso mes! A veces creo que tengo un alma gatuna y no lobuna, dejemos a Hesse con su Lobo Estepario otilando en las noches de invierno, pensemos en Ricardo a las cuatro y cincuenta de la madrugada, veámoslo como un estulto enamorado enviando sueños a un buzón; es el colmo de los actos poéticos, es la encarnación de una locura enfermiza, es un émulo falso del Quijote, al menos los molinos tienen aspas y se mueven, hacen ruido, conversan con el viento, en cambio el buzón permanece detenido, impertérrito, plantado frente a él, en la calle, socarronamente burlón, con una sonrisa de oreja a oreja, una sonrisa indiferente, alargada como una raya al infinito. Es un demente, dijo una señora cuando le vio allí, estrangulándolo para que le contestase algo, para que ese metálico le diera respuesta a sus anhelos y sueños, para que hubiese un por qué que orlase ese amor inconcluso y extraño.
- Estuve a punto -dijo la señora- estuve a punto de decirle que la materia no puede hablarle, que es fría, que el corazón es parte de lo humano, casi le expliqué la Creación, que Dios vio tan fría la materia que le dio un soplo de Si y esta anduvo, procreó e hizo al mundo un ente dinámico, pero la materia siguió siendo materia, aprisionó el soplo divino y Dios busca liberar aquel soplo porque en cada liberación se encuentra a Si mismo. En fin, estrangular a un buzón es una locura, mas no se lo dije, me sonreí y dejé que peleara con el buzón, creo que todavía lo hace.
 
CUATRO
Fue un fuerte aguacero el que se me vino encima, tan fuerte como la soledad, tan frío como el silencio; un aguacero de dolor y angustia, de pronto alguien me dijo que el invierno duraba ya desde el año pasado. Son ventarrones que se agolpan en los cristales de mi ventana, arropándolos de dolor y humedad. Un viento hizo tiritar el alar, le hizo gruñir de abandono y tristeza, fue como observar a mi amada enferma. La lluvia azota sus ventanales como a los míos, pero qué digo, ¿conocí acaso su pieza? ¿Conocí por ventura su cama? No sé si tienes ventanales, si se escucha en el techo el gruñir de las gotas, no sé si mi buzón se está helando de frío, si su silueta es tan gélida como el sempiterno invierno. Otra vez te hablo buzón ingrato, allá tú, si me respondes; allá tú, si comprendes este peregrinar cansado y trabajoso. La fama no va conmigo y sin embargo estoy aquí de nuevo, en conflicto con la palabra.

ACTO PRIMERO
 
 
Un buzón florecido en mitad de cuadra y un hombre que indeciso le observa. ¿Puede acaso alguien imaginar los sentimientos que hay en cada mirada, en cada reproche del personaje? ¿Qué cosas le habrá dicho, qué besos habrá apurado? Son historias interminables, fantásticas, cada historia nace o muere; un personaje nuevo, con una entelequia distinta, dispuesta al llanto; santidad o desazón y derrota, así fueron escurriendo en su interior sentimientos y vivencialidades, alegrías o desganos; mas el buzón permaneció allí, callado y al parecer sin vida, el personaje insistió en depositar en el interior soplos de vida, destellos de invenciones y sueños, de sucesivos actos poéticos y la brisa invernal continuó.
Fue un catorce de Agosto no sé si mañana o ayer, pero un catorce de Agosto se encendió la mañana con tu mirada y anhelo (así lo contó el buzón en una nota desteñida), desde entonces no he vuelto a ver al Cocke Infante. He pisado la arena, me he envuelto en tu presencia cuando he observado al mar en un azote infinito. Me he sentado en los brazos de un palafito en el que sin embargo lleva gravado nuestras iniciales. Allí está el palafito, con el agua hasta los tobillos y con un puente que lo hace medio inaccesible por algunos mutilados tablones. Sí, allí estuve sentado, con la luna bañándose en el mar y reflejando su silueta en el cielo, en la oscuridad de tu ausencia, en una vacuidad desgraciada e insulsa.
- Sé, -dijo el buzón- que Ricardo anda en los brazos de mujeres y busca besos dulces y pieles tersas, hace el amor buscando tu genio, perdona que te hable de tú. Sé que Ricardo no confía en mí, mas lo que yo entrego es un movimiento detenido, soy la ilusión y la esperanza de los que no aceptan su sino. Soy algo así como el vehículo espiritual de la palabra. Es verdad que a veces siento pena por Ricardo, que su motivo no es más que una antinomia, pero debo contarte estas cosas, debo mostrarte a Ricardo en esa actitud estúpida de la espera de lo no esperado, o de la espera de lo imposible; El no conoce el carácter, el no entiende que no debe buscar donde no hay, que hasta el ser escritor es una invención más; el único escritor soy yo. Si no es a través de mí no sabrán de la dicha o de la pena, tanto odio o tanto amor, dulzura o amargura. ¿Sabes? Sé hasta tu nombre y en mi entraña de buzón lo llevo, siempre lo llevo allí y cada día Ricardo me conversa, me habla de sueños pasados; me cuenta que le gusta el té de jazmín y la calma meditativa; pero de lo que más habla es del amor, un amor encantado, un amor que despierta susurrando tu nombre como si lo respirara para subsistir. Todos los días me cuenta sus penas.
Fueron cosas que dijo el buzón, podrá o no tener razón, él me habló a cerca del catorce de Agosto, que la fecha se avecinaba, mas, cohabitaba en un vacío. ¿Caerá en Lunes o Martes? Tal vez no importe mucho y por último los buzones no son más que materia inanimada, es el agujero negro donde se traga las soledades, los abandonos e imposibles.
Vi un papel arrojado a esa nada, Ricardo prosiguió su camino. ¿Fue una pérdida de tiempo? Se lo pregunté y él me dijo: ¿Puedes esperar algo de la materia?
Termina el acto. Ricardo toca el armonio sobre la luz del atardecer.

ACTO SEGUNDO
EL BAILE DE LA LUNA
 
 
Penetró tímidamente, con la mansedumbre de un dios o una diosa, vestida toda entera de plata, radiante. Tal vez no era una diosa, si no más bien una serpiente de luz que ineluctablemente se apoderó de la viga de roble envejecida. Pieza. Cama. Ventanales triangulares. Luna encanecida. Viento bailarín. Besos agolpados, enloquecidos de espuma marina; revoltijo de ansias insatisfechas. Calla corazón, calla, calla; bombea tu líquido viscoso y amargo. Sé tu mismo, me dijo la noche. Había penetrado en mi cuarto y la serpiente me cogió desde los ojos; era una serpiente tan larga como el universo, desde la luna misma. ¿Es la luz una entidad viva? -se preguntó. Ya no era una serpiente, si no más bien una inextricable maraña de luz y luna. Ricardo estaba allí, inmovilizado. Era una tela de araña nocturnal y la luna reía silenciosa con sus mil brazos sarmentosos que le aprisionaban y le poseían.
Ricardo se deshojó. Vi como las hojas caían una a una; allí estaban, tome una y vi a Ricardo niño. Se veía extrañamente tímido y angustiado; corría, corría por los corredores del colegio. Tras él le perseguía una carcajada. Sudaba y su propio cansancio le hacía zancadillas, por fin se detuvo frente a una puerta extrañamente desvencijada. Observó próxima la carcajada y por fin accionó el picaporte, la abrió. Una nube como murciélagos le dejó atónito: eran miles y miles. ¿Puede temerles tanto? Con un pánico terrible se agachó, tomó desde la punta de sus dedos el disfraz más apropiado, la entelequia más oportuna y se escondió. Sí, ya no había carcajadas. Todo fue distinto. Un baile apropiado. Una sonrisa cariñosa, un seno dispuesto.
Sentí la angustia de mi poesía muerta, la angustia del abandono, la angustia de mi vacuidad, la angustia de vislumbrar mi cobardía y mi inseguridad. La luna hoy estaba distinta, me desnudó con la suavidad de una madre. Era una amante perfecta, pequeña y regalona, tenía la voz de la sabia más viva; la transparencia fecunda que late en la Vía Láctea. Me deshojé, para qué hablar de mis errores, deseos y angustias: ellos se fueron quedando como hojas secas, tiradas por allí y por acá en la alfombra de mi cuarto.
La melodía fue celestial y pura. La luna me tomó en una estrechez profunda y sin embargo experimenté la libertad. Me pareció otra antinomia: en la estrechez vi la libertad. Quise reír mi pena y la sabia celestial corrió por mis venas y mi cuerpo desnudo. Fui un beodo dulcificado y nuevo. Mi desnudez y cuerpo. Mi desnudez la sentía abrigada, sí. Así la sentía, Ricardo la sentía un bálsamo renovador y vivificante. De la luna florecieron mariposas luminosas junto a un puente de plata. Ricardo subió por él, comprendí cómo cataratas de átomos bailaban armoniosos. La materia no fue materia. Había bosques que vibraban. Eran bosques de luz y los matices parecían infinitos, cada vibración era un color, una nota musical, una fuerza de regocijo irresistible. El esqueleto de la materia danzaba: Mozart entonaba una celestial armonía, pero no era Mozart, era un átomo que giraba entre los reflejos de su propio horizonte sutil. De pronto otro grupo de átomos, cual catarata se cruzaron a mi vista, beatíficos, pletóricos; fueron pétalos de rosas, fueron ángeles que en su contorno batían alas con sutil magnificencia. En el centro de una Súper Nova, nacían más de ellos: eran ideas, palabras, directrices insondables; fueron labios anhelantes, la danza de tus piernas y las mías; se presentaron los bocetos de caricias sutilmente pinceladas por mis sueños, la caleta se hizo noche y a la luz de la luna, la meditación, tus sonrisas anhelantes, tus pies chiquitamente enzapatillados en la baranda de mis sueños, junto al mar, el navegar de la luna argentada en las aguas inquietas del mes de Agosto, esa explosión de luces matizadas y sempiternas, esa danza de quejidos y mordiscos en la noche, esa timidez arrebatada, ese plural contentamiento, esos besos que te conocieron hasta lo recóndito, ese cerrar de ojos en el placer que se escapa del tiempo y te arranca del alma un llanto de alegría infinita; escuché voces y sueños y en medio de todo como un poema mágicamente florecido, brotaste tú. Los átomos más bellos, los más hermosos formaron tu cuerpo y el mío, de pronto se intercambiaban. Los de tus labios se escapaban a los míos y los míos a los tuyos. Se hacían el amor sin tocarse y cada sensación era tan larga como el espacio completo.
Lo más hermoso y los más sublime estaba reunido. Era un juego de luces y sombras; de belleza y fealdad, observé atónito como en una danza melódica se intercambiaban y sonreían; en un momento compartían al todo de las sombras, luego al todo de la luz. Eran capaces de ser parte de un contraste, para luego con la misma identidad ser parte del polo opuesto, de sus intermedios y así se construyó la plenitud.
Sentí el vértigo indescifrable de correr en la sabia de un árbol, de enredarme en sus raíces, de luchar con la lava ardiente de un volcán. Fui golondrina y espuma de mar, te azoté tus pies, como me sentí azotado formando parte de tus pies, cada acto y acción, aunque sea efímera en el universo, se compuso en un sonido. Cada locura fue parte de ese sonido, todo se convirtió en unidad y deleite, cada manifestación fue parte de la ondulación de un océano infinito, me expandí y sigo expandiéndome. Observó la luna y las vigas. La pieza. El silencio. Cortinaje a medio correr.  Ricardo de pie. Fin del acto segundo. La angustia y los recuerdos le esperan en la cama burlones. De pronto una frase, una oración: "al ladrón se le olvidó la luna en la ventana". Un ladrón de pie junto a su cama... un acto que termina.

ACTO TERCERO
LA CONFRONTACION
 
 
Están frente a frente: Ricardo el piadoso con Ricardo el racional. Rostro a rostro se observan como dos desconocidos, acaso como dos rivales. Observemos qué dice Ricardo el piadoso:
- Cuando observas la rosa, piensas en cortarla, en el propósito a cual debe servirte: ¿una reconciliación, tal vez? La recoges y te ocupas de ella, te sirve como vehículo para decir algo, es tu propósito, está sometida a tu voluntad o afán, pero ¿sabes algo, engreído? Esa rosa que utilizas no es una rosa.  Tal vez sea parte del instrumento de tus actos volitivos. La rosa es esa otra, la que observo con la mente en blanco, la que observo con el corazón cargado, la que aparece en mi contemplación pura. Ella es, no por la utilidad que pueda prestarte, es por sí sola, su belleza, su expresión sutil que es ajena a cualquier intensión. Tu razón es absurda.
- ¡Qué dices, ingenuo! -replica Ricardo el aludido- si no fuera por la razón, ¿podrías explicar tus fruslerías? La razón es la madre que nos hace beber la leche del conocimiento, ella nos alimenta, ella nos viste y nos muestra el valor de un diamante. ¿Para qué sirven tus contemplaciones y sentimientos baladíes? Aquellos fueron los retardantes de la evolución. Aquellos son los que nos llevan a la locura y la evasión de la realidad. No puedo seguir habitando más un mismo espacio, un mismo aire, un mismo corazón.
Ricardo el piadoso calló abrumado, fue la voz de Ricardo el racional, fue la voz de la mujer que tanto ama, fue la voz de la cordura mundana. 
- ¡No! -replicó recuperando fuerzas- nada me dice tus estúpidos teoremas. Cuando valen para dos dimensiones, no valen para tres, cuando ordenas la materia, la muerte acude a ti burlona. Viene la danza de ella y sus compañeras; la vejez te da un apretón y te arruga el rostro, te mancha el cabello de blanco, te gelatina las piernas con piel de naranja. A veces te acude el reuma o la ciática y te da un agarrón por atrás y cojeas como un inválido. Pero tus sueños siguen jóvenes: es el mundo que no ordenas. Besas el alma de una persona y te acoges a ella, das amor desinteresado: ¿sabes de aquello? No, no me muestres tus signos lógicos, no busques explicaciones a los sueños, no hablemos de psiquis, ni complejos de edipo. ¿Sabes lo que es estado de conciencia? ¿No? Que lástima, no te lo puedo explicar, como tampoco que el sol sale a la contemplación, no para ver la proliferación de billetes, si no para que lo veas deslizarse en las praderas como una leche que lo baña todo, pinta las hojas de los árboles, le da un matiz a un pétalo. Por aquí por allá le da una pincelada a la urbe que has construido. Es un caleidoscopio que se mezcla con lo creado por Dios. ¡Qué diferencia! ¿Has visto el batir de alas de una mariposa? ¿La has visto cruzar los hilos de luz que cruzan la campiña? ¿Has visto a un caballo deslizarse por la campiña con un galope sin igual, cómo sus músculos funcionan con sincronizada armonía? ¿Has visto el picar de una gaviota en zambullida violenta? ¿Has visto, al amanecer, el juego de luces que nos regala el sol, aun escondido pero emergente? Los cerros parecen de un cartón negro, estampados en azul opalino. No, amigo Ricardo, la razón sabe de explicaciones y utilidades más que de contemplación pura. ¿No será la muerte una eterna contemplación? La verdad y la explicación, los teoremas serán nada, pues la verdad será realizada. No la tendrás, si no más bien estarás en ella.
No sabrás contemplar, el infierno es no saber contemplar. Buscarás utilidad y nada utilizarás. ¿Comprendes amigo Ricardo? : la razón es el horizonte sutil de la ignorancia.
Uno frente al otro. Ricardo el piadoso fue tolerante, argumentó que desea respetar a Ricardo el racional, que él está acostumbrado a amar sin esperar nada a cambio, que es feliz sabiendo que su pareja es feliz al recibir halagos. No esperaba respuesta. Para Ricardo el racional no es lo mismo. Le sacó cuentas a cerca de lo inútil de sus acciones, actos y sueños.
Cierto día Ricardo el racional descubrió la utilidad: la fama. En cada acto desinteresado de Ricardo el piadoso, había un interés para Ricardo el racional: ocurrió la reconciliación.
Termina el acto: uno escribiendo, el otro esperando la respuesta del correo.

ACTO CUARTO
EL EPILOGO
 
Encontramos a Ricardo en posición de loto en un estado de profunda meditación. No sé si el silencio se escapa de él o llueve sobre él, tan sólo permanece. Había un gran ventarrón en la noche de luna llena y salí a esperar la Verdad con gran inquietud, era tanta que me salpicaba humedad. Transcurrió media hora. El hombrecillo del traje azul me había dicho que el lago tenía el don de mostrar la Verdad, la Verdad estaba en él al parecer. El único requisito era acudir en una noche de luna llena; aquella noche estaba hecha para mí. Mientras más aumentaba mi inquietud, las aguas parecían más terriblemente amenazadoras. El hombrecillo me había entregado el siguiente acertijo: "con el rostro limpio, la luna refleja en las aguas el pozo de la sabiduría". No lo comprendía. Miraba al cielo y contemplaba a la luna grande y hermosa, mas en las aguas había oleaje y una nube de luciérnagas que aparecían sobre la espuma del lago o como mil cristales en el agua. No, con este tiempo el rostro de la luna no se dibujaba en el agua y se acrecentaba mi inquietud. Fue entonces cuando lo vi. Allí estaba, Ricardo el racional sentado a mi lado con una sonrisa enigmática. - ¡Cómo pierdes el tiempo! -me dijo- mas permanecí callado, contemplé la luna, observé las aguas y recordé la curiosa alusión del hombrecillo aquel.
La noche transcurría, las horas comenzaron a caer, era la última noche en que la luna sería observada en su plenitud. Recordé los instantes precedentes a mi llegada, los inconvenientes que me trajeron este misterioso viaje. Recordé el anuncio del periódico:    SAFARI A LA CAZA DE LA SABIDURIA  El misterioso hombrecillo dijo: un viaje por lugares inhóspitos, un viaje de vida o muerte, un viaje en que se puede perder la razón o ganar la sabiduría. Y después de todo, yo aquí en este safari en el cual no puedo fracasar. ¡No!, debo luchar, pedir ayuda, buscar fórmulas para dar con el pozo aquel. Debo pedir ayuda, mas, ¿a quién?, no hay nadie - ¿nadie? -me interrogó Ricardo el racional- ¿Te atreves a decir nadie cuando sin embargo me has traído a esta aventura torpe y estúpida?
- Lo siento -le dije, era la primera vez que le decía a Ricardo el racional "lo siento".
Con el rostro limpio, la luna refleja en las aguas el pozo de la sabiduría -lo dijo como un susurro casi inaudible. Yo estaba luchando con mi inquietud cuando le oí decir el acertijo y una profunda paz penetró en mi corazón, una paz jamás antes sentida, fue una paz sublime y conmovedora. Cuando observé nuevamente al lago, ya las olas eran más pequeñas y de pronto creí ver la luna por allí. No, era el reflejo de ella ahogado por un amasijo de aguas argentadas. Ricardo el beatífico observó a Ricardo el racional, el intelectual bocetaba diferentes fórmulas inextricables. Ricardo el beatífico miró otra vez las aguas que disolvían un amasijo de luces multiformes. Entonces asumió su esencia, contempló, hizo lo que había hecho siempre, la quietud se apoderó de él. Fue una contemplación hermosa y beatífica, en la quietud conoció los hornos en donde se hacía la leche de las estrellas y luceros, sintió la felicidad besando su íntima esencia. Sintió el sonar de riachuelos ancestrales y por un instante comprendió la savia de la vida; fue agrupando los sonidos y cuando su quietud era absoluta, los sonidos fueron uno; una gran vibración cósmica en la cual se expandía sin fin. Abrió los ojos, en esa quietud de dulce arrobo vio a las aguas del lago convertidas en un espejo. La luna se dibujaba nítida y hermosa, como si el lago fuese un cristal eterno e indisoluble. Entonces sucedió lo inexplicable, lo absurdamente sabio: en la quietud, ambos Ricardo se fundieron, la racionalidad fue beatitud, la beatitud fue racionalidad, las luchas, las revoluciones, la danza de los muertos, las guerras sin sentido y los ideales manchados de sangre y odio, se juntaron, se hicieron el amor, se hicieron uno con la sangre de los inocentes, de los santos, de los buenos, de los que lucharon con la otra mejilla. Los conocidos, los famosos, los espectaculares, tenían en sus poros las células de los feos, los desconocidos, los mendigos, los don nadie, los fracasados. Fue todo uno e insustituible, la esencia de todo no fue más que la luz de un solo proyector, de una sola película, una película interminable e infinitamente espacial. Una película que generó una dicha insondable, un estado de amor satisfecho...
La contempló dormir. Sobre una silla aún colgaban los pantalones color crema y en la alfombra yacían dormidas las zapatillas con un bostezo de cordones. Vio cómo un rayo de luna pincelaba la espalda desnuda de ella, dormida en la embriaguez del amor derramado, observó sus pies chiquitos, sus dedos blancos y en actitud de sueño; se acercó a ellos y puso un dedo en sus labios, luego otro y otro, los sintió en su boca, en su paladar, en sus entrañas, mientras ella dormía envuelta en sus aromas nocturnales.
Se recostó, quiso contemplar un poco más a su amada, pero se quedó dormido, quizás buscando la inspiración de la luna que aún se filtraba entre los ventanales.

Besando a la luna. RICARDO ARRATIA JOGLAR.



Fue cuando la luna se descolgó por la noche cuando lo vi; encendí la luz y lo vi, era un corazón partido, dividido en dos para siempre. ¿Por qué arrancas corazón? ¿A qué le tienes miedo? Es el gran misterio de la vida: la diversidad y la unidad. Le reproché al corazón fugitivo de sus miedos y misterios. En realidad, la cobardía no es un misterio, pensé. La cobardía es cobardía y huye de lo que piensa que le daña. ¿Por cuántas vidas uno debe transitar para dejar de huir de su sino, de lo que le corresponde aprender? Vi a Ricardo enfrascado en la búsqueda de su yo más íntimo, en la búsqueda de sus anhelos y amores. Lo vi meditando por horas, como le vi besando y haciendo el amor, fueron antinomias impensadas. ¿Podría saber él que el destino le busca un camino, una senda desconocida, hija del azar y nunca él comprenderá, o tal vez ya lo sabe, que la vida es conducida por algo superior? Pensarás que estoy en contra del libre albedrío, no; tan sólo es la libertad relativa que tiene una célula de un todo orgánico. Así cuando escribo y la nada que hablé antes, devora mis pensamientos, es preferible que esa nada sea un buzón y que leerás esto o aquello quizás en el horizonte de la realidad, o mi alma se contemple en tu alma cuando leas: ese es mi goce, mi delicia suprema. Cuando miro a la luna espero recoger en ella tu mirada, recuerda que Ricardo es un poeta o un literato que escribe sus sensaciones a un público selecto, a tu alma. Sé que cuando me lees puedes besarme, odiarme, pero tu actitud es libre, no necesita aparentar indiferencia, compasión o pudor. Estás sola frente a ti misma, a tus deseos y anhelos íntimos y uno no puede engañarse a sí por mucho. Es verdad que al alma se le puede atiborrar de vivencialidades mundanas y vacuas pero necesita de algo más, necesita de ese no sé qué beatífico que le hace temblar en la contemplación de lo más bello y sublime, de lo más dulce y puro, de lo que menos le aleja del destino trascendente que le depara, es algo así como el cristal de rocío que se funde en el rayo de luz que manda la mañana de primavera, tal vez se hizo mariposa y acaso esa mariposa sea un pétalo del sueño más sutil de Dios, pero no podemos por mucho tiempo evadirnos de tales realidades.

  DOS
¿Cuál es el aroma de los recuerdos? ¿Aroma de luna envejecida penetrando mi ventana?
Es verdad que una emoción nos embarga y nos constriñe cuando un plazo se aproxima, a veces de angustia desesperada, a veces de no retenida delicia. Un ejemplo: cuando Ricardo se bajó del colectivo, cuando concluyó que la mañana estaba vestida de beatitud y la beatitud penetraba por su vista; era el color verde de las hojas de los árboles. No, no era un verde normal, era un verde fluorescente, un verde que ya no deleitaba la vista, no. Deleitaba a su cerebro, era una armonía verde, un coloquio verde en el que la gente se hallaba feliz, a través de la calle, entre los puñados de haces de luz matutina que convertía a todo en una sinfonía de matices de luz. ¿Primaveral? No. O tal vez sí. ¿Es la primavera un estado de ánimo? Tal vez la primavera llegue ahora en Agosto y la Tierra se ría a mandíbula batiente. Decidió reírse de Ricardo y de todos aquellos que están normalizados; pero Dios se encarga de recordarle al hombre que tiene un ego tan estulticiamente encarcelado en normas que cree inventarse. Pero las normas se dan vuelta, es entonces cuando las cosas nos parecen inextricables, cuando son realmente simples, tan simples como ser guiados por la mano de Dios.
Concluyamos con el ejemplo. Tengo el mal hábito de no concluir mis ideas, me voy al desvarío, hacia la elucubración; ese es mi sino; algunos se preocupan de lo que hacen los demás y se enferman de murmuración, otros, los más, se preocupan del diario acontecer y los pocos, aquellos que otilan en las estepas solitarias, esos se enfrascan en el continuo rumiar de ideas. ¿Por qué no ser normal? ¿Por qué escribir a quien no te va a leer, Ricardo? ¿Por qué deliras en una berborrea escrita? ¿Obtienes algo escribiendo a la nada? Mas, no es todo esto una necedad, pues la nada no existe, Dios está detrás de tu enemigo, atrás de tu amada, atrás, o al fondo de cada brillo en cada mirada en la que con trémula tensión entorpeces de amor. Por esto soy tierno y dulce, es cuando el lobo estepario que hay en mí se arroja a la nada y el Hermann Hesse que leí hace un tiempo ya no me cuenta historias de su propio yo. Es mi yo el que se cuestiona, el que te dice que te ama con una soltura y una pateticidad casi enfermiza. La verdad es que con esto mi alma se calma y me dice: Ricardo, cuando el Lilah acabe, cuando todo vuelva a su fuente, tú, yo y ella seremos uno, su indiferencia, su cobardía, su odio, su soledad no será más que un terrible y desolado sueño, una de esas pesadillas en que nos despertamos en brazos de Papá y en el Amor seremos uno.
 
TRES
A las cuatro y quince de la mañana recuerdo que el ejemplo al cual me refería en el escrito anterior, a propósito de los plazos y las esperas anheladas, fue aquella mañana del catorce de Agosto, sólo eso basta pues hay un escrito al respecto, motivo literario que me es tan querido y particular.
A veces me he topado con un buzón y he depositado en él mis sentimientos:
- Buzón, cuan querido eres, tu sabes de la venia, cómo me saco el sombrero cuando cruzo en frente a vuestra fachada. Sé que no puedes contestarme, que detrás de cada misiva queda una laguna de silencio, te comprendo, te pido disculpa ante tu no-respuesta, o tal vez me equivoco, el silencio que me das tiene una respuesta. ¿Sabe usted? En el sobre anoto la dirección de la mujer que más he amado. Me queda mirando en silencio, con su rostro amarillo y a veces creo que los buzones florecen. Cierto día creí que contestaba que qué podía hacer él, tan sólo guardar, guardar las misivas en él y en alguna ocasión mostrárselas a Dios, Él lo puede todo. ¿Puedo acaso yo hacer que tu amada conteste? Dios lo sabe, a Él le comunico tus penas y dolores.
Algunos días pienso que desvarío, que no puede un buzón encarnar, por ejemplo, en la mujer de los pantalones color crema y decirme: ¡Hola Ricardo! ¡Qué tal! O decirme: - ¡Por qué me fastidias, amor! Pero no, no es el año pasado, en el mes de Agosto: ¡qué dichoso mes! A veces creo que tengo un alma gatuna y no lobuna, dejemos a Hesse con su Lobo Estepario otilando en las noches de invierno, pensemos en Ricardo a las cuatro y cincuenta de la madrugada, veámoslo como un estulto enamorado enviando sueños a un buzón; es el colmo de los actos poéticos, es la encarnación de una locura enfermiza, es un émulo falso del Quijote, al menos los molinos tienen aspas y se mueven, hacen ruido, conversan con el viento, en cambio el buzón permanece detenido, impertérrito, plantado frente a él, en la calle, socarronamente burlón, con una sonrisa de oreja a oreja, una sonrisa indiferente, alargada como una raya al infinito. Es un demente, dijo una señora cuando le vio allí, estrangulándolo para que le contestase algo, para que ese metálico le diera respuesta a sus anhelos y sueños, para que hubiese un por qué que orlase ese amor inconcluso y extraño.
- Estuve a punto -dijo la señora- estuve a punto de decirle que la materia no puede hablarle, que es fría, que el corazón es parte de lo humano, casi le expliqué la Creación, que Dios vio tan fría la materia que le dio un soplo de Si y esta anduvo, procreó e hizo al mundo un ente dinámico, pero la materia siguió siendo materia, aprisionó el soplo divino y Dios busca liberar aquel soplo porque en cada liberación se encuentra a Si mismo. En fin, estrangular a un buzón es una locura, mas no se lo dije, me sonreí y dejé que peleara con el buzón, creo que todavía lo hace.
 
CUATRO
Fue un fuerte aguacero el que se me vino encima, tan fuerte como la soledad, tan frío como el silencio; un aguacero de dolor y angustia, de pronto alguien me dijo que el invierno duraba ya desde el año pasado. Son ventarrones que se agolpan en los cristales de mi ventana, arropándolos de dolor y humedad. Un viento hizo tiritar el alar, le hizo gruñir de abandono y tristeza, fue como observar a mi amada enferma. La lluvia azota sus ventanales como a los míos, pero qué digo, ¿conocí acaso su pieza? ¿Conocí por ventura su cama? No sé si tienes ventanales, si se escucha en el techo el gruñir de las gotas, no sé si mi buzón se está helando de frío, si su silueta es tan gélida como el sempiterno invierno. Otra vez te hablo buzón ingrato, allá tú, si me respondes; allá tú, si comprendes este peregrinar cansado y trabajoso. La fama no va conmigo y sin embargo estoy aquí de nuevo, en conflicto con la palabra.

ACTO PRIMERO
 
 
Un buzón florecido en mitad de cuadra y un hombre que indeciso le observa. ¿Puede acaso alguien imaginar los sentimientos que hay en cada mirada, en cada reproche del personaje? ¿Qué cosas le habrá dicho, qué besos habrá apurado? Son historias interminables, fantásticas, cada historia nace o muere; un personaje nuevo, con una entelequia distinta, dispuesta al llanto; santidad o desazón y derrota, así fueron escurriendo en su interior sentimientos y vivencialidades, alegrías o desganos; mas el buzón permaneció allí, callado y al parecer sin vida, el personaje insistió en depositar en el interior soplos de vida, destellos de invenciones y sueños, de sucesivos actos poéticos y la brisa invernal continuó.
Fue un catorce de Agosto no sé si mañana o ayer, pero un catorce de Agosto se encendió la mañana con tu mirada y anhelo (así lo contó el buzón en una nota desteñida), desde entonces no he vuelto a ver al Cocke Infante. He pisado la arena, me he envuelto en tu presencia cuando he observado al mar en un azote infinito. Me he sentado en los brazos de un palafito en el que sin embargo lleva gravado nuestras iniciales. Allí está el palafito, con el agua hasta los tobillos y con un puente que lo hace medio inaccesible por algunos mutilados tablones. Sí, allí estuve sentado, con la luna bañándose en el mar y reflejando su silueta en el cielo, en la oscuridad de tu ausencia, en una vacuidad desgraciada e insulsa.
- Sé, -dijo el buzón- que Ricardo anda en los brazos de mujeres y busca besos dulces y pieles tersas, hace el amor buscando tu genio, perdona que te hable de tú. Sé que Ricardo no confía en mí, mas lo que yo entrego es un movimiento detenido, soy la ilusión y la esperanza de los que no aceptan su sino. Soy algo así como el vehículo espiritual de la palabra. Es verdad que a veces siento pena por Ricardo, que su motivo no es más que una antinomia, pero debo contarte estas cosas, debo mostrarte a Ricardo en esa actitud estúpida de la espera de lo no esperado, o de la espera de lo imposible; El no conoce el carácter, el no entiende que no debe buscar donde no hay, que hasta el ser escritor es una invención más; el único escritor soy yo. Si no es a través de mí no sabrán de la dicha o de la pena, tanto odio o tanto amor, dulzura o amargura. ¿Sabes? Sé hasta tu nombre y en mi entraña de buzón lo llevo, siempre lo llevo allí y cada día Ricardo me conversa, me habla de sueños pasados; me cuenta que le gusta el té de jazmín y la calma meditativa; pero de lo que más habla es del amor, un amor encantado, un amor que despierta susurrando tu nombre como si lo respirara para subsistir. Todos los días me cuenta sus penas.
Fueron cosas que dijo el buzón, podrá o no tener razón, él me habló a cerca del catorce de Agosto, que la fecha se avecinaba, mas, cohabitaba en un vacío. ¿Caerá en Lunes o Martes? Tal vez no importe mucho y por último los buzones no son más que materia inanimada, es el agujero negro donde se traga las soledades, los abandonos e imposibles.
Vi un papel arrojado a esa nada, Ricardo prosiguió su camino. ¿Fue una pérdida de tiempo? Se lo pregunté y él me dijo: ¿Puedes esperar algo de la materia?
Termina el acto. Ricardo toca el armonio sobre la luz del atardecer.

ACTO SEGUNDO
EL BAILE DE LA LUNA
 
 
Penetró tímidamente, con la mansedumbre de un dios o una diosa, vestida toda entera de plata, radiante. Tal vez no era una diosa, si no más bien una serpiente de luz que ineluctablemente se apoderó de la viga de roble envejecida. Pieza. Cama. Ventanales triangulares. Luna encanecida. Viento bailarín. Besos agolpados, enloquecidos de espuma marina; revoltijo de ansias insatisfechas. Calla corazón, calla, calla; bombea tu líquido viscoso y amargo. Sé tu mismo, me dijo la noche. Había penetrado en mi cuarto y la serpiente me cogió desde los ojos; era una serpiente tan larga como el universo, desde la luna misma. ¿Es la luz una entidad viva? -se preguntó. Ya no era una serpiente, si no más bien una inextricable maraña de luz y luna. Ricardo estaba allí, inmovilizado. Era una tela de araña nocturnal y la luna reía silenciosa con sus mil brazos sarmentosos que le aprisionaban y le poseían.
Ricardo se deshojó. Vi como las hojas caían una a una; allí estaban, tome una y vi a Ricardo niño. Se veía extrañamente tímido y angustiado; corría, corría por los corredores del colegio. Tras él le perseguía una carcajada. Sudaba y su propio cansancio le hacía zancadillas, por fin se detuvo frente a una puerta extrañamente desvencijada. Observó próxima la carcajada y por fin accionó el picaporte, la abrió. Una nube como murciélagos le dejó atónito: eran miles y miles. ¿Puede temerles tanto? Con un pánico terrible se agachó, tomó desde la punta de sus dedos el disfraz más apropiado, la entelequia más oportuna y se escondió. Sí, ya no había carcajadas. Todo fue distinto. Un baile apropiado. Una sonrisa cariñosa, un seno dispuesto.
Sentí la angustia de mi poesía muerta, la angustia del abandono, la angustia de mi vacuidad, la angustia de vislumbrar mi cobardía y mi inseguridad. La luna hoy estaba distinta, me desnudó con la suavidad de una madre. Era una amante perfecta, pequeña y regalona, tenía la voz de la sabia más viva; la transparencia fecunda que late en la Vía Láctea. Me deshojé, para qué hablar de mis errores, deseos y angustias: ellos se fueron quedando como hojas secas, tiradas por allí y por acá en la alfombra de mi cuarto.
La melodía fue celestial y pura. La luna me tomó en una estrechez profunda y sin embargo experimenté la libertad. Me pareció otra antinomia: en la estrechez vi la libertad. Quise reír mi pena y la sabia celestial corrió por mis venas y mi cuerpo desnudo. Fui un beodo dulcificado y nuevo. Mi desnudez y cuerpo. Mi desnudez la sentía abrigada, sí. Así la sentía, Ricardo la sentía un bálsamo renovador y vivificante. De la luna florecieron mariposas luminosas junto a un puente de plata. Ricardo subió por él, comprendí cómo cataratas de átomos bailaban armoniosos. La materia no fue materia. Había bosques que vibraban. Eran bosques de luz y los matices parecían infinitos, cada vibración era un color, una nota musical, una fuerza de regocijo irresistible. El esqueleto de la materia danzaba: Mozart entonaba una celestial armonía, pero no era Mozart, era un átomo que giraba entre los reflejos de su propio horizonte sutil. De pronto otro grupo de átomos, cual catarata se cruzaron a mi vista, beatíficos, pletóricos; fueron pétalos de rosas, fueron ángeles que en su contorno batían alas con sutil magnificencia. En el centro de una Súper Nova, nacían más de ellos: eran ideas, palabras, directrices insondables; fueron labios anhelantes, la danza de tus piernas y las mías; se presentaron los bocetos de caricias sutilmente pinceladas por mis sueños, la caleta se hizo noche y a la luz de la luna, la meditación, tus sonrisas anhelantes, tus pies chiquitamente enzapatillados en la baranda de mis sueños, junto al mar, el navegar de la luna argentada en las aguas inquietas del mes de Agosto, esa explosión de luces matizadas y sempiternas, esa danza de quejidos y mordiscos en la noche, esa timidez arrebatada, ese plural contentamiento, esos besos que te conocieron hasta lo recóndito, ese cerrar de ojos en el placer que se escapa del tiempo y te arranca del alma un llanto de alegría infinita; escuché voces y sueños y en medio de todo como un poema mágicamente florecido, brotaste tú. Los átomos más bellos, los más hermosos formaron tu cuerpo y el mío, de pronto se intercambiaban. Los de tus labios se escapaban a los míos y los míos a los tuyos. Se hacían el amor sin tocarse y cada sensación era tan larga como el espacio completo.
Lo más hermoso y los más sublime estaba reunido. Era un juego de luces y sombras; de belleza y fealdad, observé atónito como en una danza melódica se intercambiaban y sonreían; en un momento compartían al todo de las sombras, luego al todo de la luz. Eran capaces de ser parte de un contraste, para luego con la misma identidad ser parte del polo opuesto, de sus intermedios y así se construyó la plenitud.
Sentí el vértigo indescifrable de correr en la sabia de un árbol, de enredarme en sus raíces, de luchar con la lava ardiente de un volcán. Fui golondrina y espuma de mar, te azoté tus pies, como me sentí azotado formando parte de tus pies, cada acto y acción, aunque sea efímera en el universo, se compuso en un sonido. Cada locura fue parte de ese sonido, todo se convirtió en unidad y deleite, cada manifestación fue parte de la ondulación de un océano infinito, me expandí y sigo expandiéndome. Observó la luna y las vigas. La pieza. El silencio. Cortinaje a medio correr.  Ricardo de pie. Fin del acto segundo. La angustia y los recuerdos le esperan en la cama burlones. De pronto una frase, una oración: "al ladrón se le olvidó la luna en la ventana". Un ladrón de pie junto a su cama... un acto que termina.

ACTO TERCERO
LA CONFRONTACION
 
 
Están frente a frente: Ricardo el piadoso con Ricardo el racional. Rostro a rostro se observan como dos desconocidos, acaso como dos rivales. Observemos qué dice Ricardo el piadoso:
- Cuando observas la rosa, piensas en cortarla, en el propósito a cual debe servirte: ¿una reconciliación, tal vez? La recoges y te ocupas de ella, te sirve como vehículo para decir algo, es tu propósito, está sometida a tu voluntad o afán, pero ¿sabes algo, engreído? Esa rosa que utilizas no es una rosa.  Tal vez sea parte del instrumento de tus actos volitivos. La rosa es esa otra, la que observo con la mente en blanco, la que observo con el corazón cargado, la que aparece en mi contemplación pura. Ella es, no por la utilidad que pueda prestarte, es por sí sola, su belleza, su expresión sutil que es ajena a cualquier intensión. Tu razón es absurda.
- ¡Qué dices, ingenuo! -replica Ricardo el aludido- si no fuera por la razón, ¿podrías explicar tus fruslerías? La razón es la madre que nos hace beber la leche del conocimiento, ella nos alimenta, ella nos viste y nos muestra el valor de un diamante. ¿Para qué sirven tus contemplaciones y sentimientos baladíes? Aquellos fueron los retardantes de la evolución. Aquellos son los que nos llevan a la locura y la evasión de la realidad. No puedo seguir habitando más un mismo espacio, un mismo aire, un mismo corazón.
Ricardo el piadoso calló abrumado, fue la voz de Ricardo el racional, fue la voz de la mujer que tanto ama, fue la voz de la cordura mundana. 
- ¡No! -replicó recuperando fuerzas- nada me dice tus estúpidos teoremas. Cuando valen para dos dimensiones, no valen para tres, cuando ordenas la materia, la muerte acude a ti burlona. Viene la danza de ella y sus compañeras; la vejez te da un apretón y te arruga el rostro, te mancha el cabello de blanco, te gelatina las piernas con piel de naranja. A veces te acude el reuma o la ciática y te da un agarrón por atrás y cojeas como un inválido. Pero tus sueños siguen jóvenes: es el mundo que no ordenas. Besas el alma de una persona y te acoges a ella, das amor desinteresado: ¿sabes de aquello? No, no me muestres tus signos lógicos, no busques explicaciones a los sueños, no hablemos de psiquis, ni complejos de edipo. ¿Sabes lo que es estado de conciencia? ¿No? Que lástima, no te lo puedo explicar, como tampoco que el sol sale a la contemplación, no para ver la proliferación de billetes, si no para que lo veas deslizarse en las praderas como una leche que lo baña todo, pinta las hojas de los árboles, le da un matiz a un pétalo. Por aquí por allá le da una pincelada a la urbe que has construido. Es un caleidoscopio que se mezcla con lo creado por Dios. ¡Qué diferencia! ¿Has visto el batir de alas de una mariposa? ¿La has visto cruzar los hilos de luz que cruzan la campiña? ¿Has visto a un caballo deslizarse por la campiña con un galope sin igual, cómo sus músculos funcionan con sincronizada armonía? ¿Has visto el picar de una gaviota en zambullida violenta? ¿Has visto, al amanecer, el juego de luces que nos regala el sol, aun escondido pero emergente? Los cerros parecen de un cartón negro, estampados en azul opalino. No, amigo Ricardo, la razón sabe de explicaciones y utilidades más que de contemplación pura. ¿No será la muerte una eterna contemplación? La verdad y la explicación, los teoremas serán nada, pues la verdad será realizada. No la tendrás, si no más bien estarás en ella.
No sabrás contemplar, el infierno es no saber contemplar. Buscarás utilidad y nada utilizarás. ¿Comprendes amigo Ricardo? : la razón es el horizonte sutil de la ignorancia.
Uno frente al otro. Ricardo el piadoso fue tolerante, argumentó que desea respetar a Ricardo el racional, que él está acostumbrado a amar sin esperar nada a cambio, que es feliz sabiendo que su pareja es feliz al recibir halagos. No esperaba respuesta. Para Ricardo el racional no es lo mismo. Le sacó cuentas a cerca de lo inútil de sus acciones, actos y sueños.
Cierto día Ricardo el racional descubrió la utilidad: la fama. En cada acto desinteresado de Ricardo el piadoso, había un interés para Ricardo el racional: ocurrió la reconciliación.
Termina el acto: uno escribiendo, el otro esperando la respuesta del correo.

ACTO CUARTO
EL EPILOGO
 
Encontramos a Ricardo en posición de loto en un estado de profunda meditación. No sé si el silencio se escapa de él o llueve sobre él, tan sólo permanece. Había un gran ventarrón en la noche de luna llena y salí a esperar la Verdad con gran inquietud, era tanta que me salpicaba humedad. Transcurrió media hora. El hombrecillo del traje azul me había dicho que el lago tenía el don de mostrar la Verdad, la Verdad estaba en él al parecer. El único requisito era acudir en una noche de luna llena; aquella noche estaba hecha para mí. Mientras más aumentaba mi inquietud, las aguas parecían más terriblemente amenazadoras. El hombrecillo me había entregado el siguiente acertijo: "con el rostro limpio, la luna refleja en las aguas el pozo de la sabiduría". No lo comprendía. Miraba al cielo y contemplaba a la luna grande y hermosa, mas en las aguas había oleaje y una nube de luciérnagas que aparecían sobre la espuma del lago o como mil cristales en el agua. No, con este tiempo el rostro de la luna no se dibujaba en el agua y se acrecentaba mi inquietud. Fue entonces cuando lo vi. Allí estaba, Ricardo el racional sentado a mi lado con una sonrisa enigmática. - ¡Cómo pierdes el tiempo! -me dijo- mas permanecí callado, contemplé la luna, observé las aguas y recordé la curiosa alusión del hombrecillo aquel.
La noche transcurría, las horas comenzaron a caer, era la última noche en que la luna sería observada en su plenitud. Recordé los instantes precedentes a mi llegada, los inconvenientes que me trajeron este misterioso viaje. Recordé el anuncio del periódico:    SAFARI A LA CAZA DE LA SABIDURIA  El misterioso hombrecillo dijo: un viaje por lugares inhóspitos, un viaje de vida o muerte, un viaje en que se puede perder la razón o ganar la sabiduría. Y después de todo, yo aquí en este safari en el cual no puedo fracasar. ¡No!, debo luchar, pedir ayuda, buscar fórmulas para dar con el pozo aquel. Debo pedir ayuda, mas, ¿a quién?, no hay nadie - ¿nadie? -me interrogó Ricardo el racional- ¿Te atreves a decir nadie cuando sin embargo me has traído a esta aventura torpe y estúpida?
- Lo siento -le dije, era la primera vez que le decía a Ricardo el racional "lo siento".
Con el rostro limpio, la luna refleja en las aguas el pozo de la sabiduría -lo dijo como un susurro casi inaudible. Yo estaba luchando con mi inquietud cuando le oí decir el acertijo y una profunda paz penetró en mi corazón, una paz jamás antes sentida, fue una paz sublime y conmovedora. Cuando observé nuevamente al lago, ya las olas eran más pequeñas y de pronto creí ver la luna por allí. No, era el reflejo de ella ahogado por un amasijo de aguas argentadas. Ricardo el beatífico observó a Ricardo el racional, el intelectual bocetaba diferentes fórmulas inextricables. Ricardo el beatífico miró otra vez las aguas que disolvían un amasijo de luces multiformes. Entonces asumió su esencia, contempló, hizo lo que había hecho siempre, la quietud se apoderó de él. Fue una contemplación hermosa y beatífica, en la quietud conoció los hornos en donde se hacía la leche de las estrellas y luceros, sintió la felicidad besando su íntima esencia. Sintió el sonar de riachuelos ancestrales y por un instante comprendió la savia de la vida; fue agrupando los sonidos y cuando su quietud era absoluta, los sonidos fueron uno; una gran vibración cósmica en la cual se expandía sin fin. Abrió los ojos, en esa quietud de dulce arrobo vio a las aguas del lago convertidas en un espejo. La luna se dibujaba nítida y hermosa, como si el lago fuese un cristal eterno e indisoluble. Entonces sucedió lo inexplicable, lo absurdamente sabio: en la quietud, ambos Ricardo se fundieron, la racionalidad fue beatitud, la beatitud fue racionalidad, las luchas, las revoluciones, la danza de los muertos, las guerras sin sentido y los ideales manchados de sangre y odio, se juntaron, se hicieron el amor, se hicieron uno con la sangre de los inocentes, de los santos, de los buenos, de los que lucharon con la otra mejilla. Los conocidos, los famosos, los espectaculares, tenían en sus poros las células de los feos, los desconocidos, los mendigos, los don nadie, los fracasados. Fue todo uno e insustituible, la esencia de todo no fue más que la luz de un solo proyector, de una sola película, una película interminable e infinitamente espacial. Una película que generó una dicha insondable, un estado de amor satisfecho...
La contempló dormir. Sobre una silla aún colgaban los pantalones color crema y en la alfombra yacían dormidas las zapatillas con un bostezo de cordones. Vio cómo un rayo de luna pincelaba la espalda desnuda de ella, dormida en la embriaguez del amor derramado, observó sus pies chiquitos, sus dedos blancos y en actitud de sueño; se acercó a ellos y puso un dedo en sus labios, luego otro y otro, los sintió en su boca, en su paladar, en sus entrañas, mientras ella dormía envuelta en sus aromas nocturnales.
Se recostó, quiso contemplar un poco más a su amada, pero se quedó dormido, quizás buscando la inspiración de la luna que aún se filtraba entre los ventanales.