Minero Triste.- Fernando Rebollo

Sube despacio la cuesta Manuel, hasta acercarse al malacate que alto como vigía divisa toda la sierra, la silicosis pesa en sus pulmones, mina, mina, mina y campo es todo lo que Manuel ha conocido, aguardiente en la taberna, fandangos y zarzas que crecen libres en los barrancos donde el agua roja de minerales no ha llegado. Manuel siente tristeza, el malacate ya está mudo, allá abajo en el fondo el agua negra y sin luz inunda toda las galerías. Riotinto, La Zarza, Herrerías, Tharsis, Buitrón y muchas otras viejas minas por las que su familia se dispersó buscando el pan hoy nada más que tienen silencio.

Riotinto la más vieja mina de Europa fallece en una agonía de hilos no controlables, hilos que fueron creciendo en sus cortas hasta hacerse poderosos, hilos que han trenzado comunicaciones por canales metálicos, precio del cobre, coyuntura mineral. Se acerca Manuel al pozo y ve como las traviesas de madera parten desde el comienzo hasta abajo hasta perderse en el fondo, traviesas y postes que aguantaban las paredes de la mina, piritas y mas piritas salían por la boca de este pozo.

Siete de la mañana, cuando el día comenzaba a clarear Manuel se sumergía de nuevo en la noche, en el fondo de este pozo, los fantasmas del cobre pululaban por las galerías, el agua se oía algunas veces en regueros de la roca, olor a azufre, botas de agua sobre un fondo que hervía algunas veces.
En otros pozos, los antiguos tartesos gentes que convivían con las jaras, la encina y el romero junto a estas enormes masas de minerales apenas si cabían, ataúdes de metro y medio de altura donde se enterraban en vida, esclavos de romanos desecando las galerías con norias. Un inmenso mundo, un mundo cargado de historia estaba muy cerca de donde Manuel picaba en esta ocasión. Dicen que una vez oyeron gritos lastimeros, esclavos de estas tierras en la inmensidad de la noche, en la profundidad de las galerías.
El fin de semana pensaba allí abajo Manuel, cuidaré un poco el huerto, repararé la pared de piedra.
Había llegado la hora de la vuelta, ojos que desde el fondo y a medida que el motor los iba subiendo desde los trescientos metros e incluso quinientos les iba mostrando la luz del exterior.
Santa Barbara bendita
patrona de los mineros
mirad, mirad Maruxiña mirad
mirad como vengo
traigo la cabeza rota
Cansado y alegre de que no hubiese ocurrido nada volvía a casa. La cabeza estaba intacta, los riñones algo molidos del trabajo.
Que le gustaba a Manuel algún fandango alosnero que algún valiente cantara allá abajo, fandangos de caballos, de contrabando, de las penas en un mundo embustero y hasta alguna pedrada al inglés aquel que parecía un gañafote (saltamontes) de tan tieso como iba y que decían que era rey de no se sabe muy donde o de qué.

Cierra Manuel los ojos y escucha el silbato de un tren que lleva los minerales a su encuentro con los barcos, las entrañas de estas tierras dormirán ahora en las bodegas del Flix, Guardián o cualquier otro que las depositarán en muelles con acentos extranjeros, si los fantasmas atrapados en las piritas lavadas pudiesen entenderlos verían a una industria movilizada en busca de ganancias rápidas, en busca de un mundo que comenzaba a jugar al Monopoly.
Manuel baja la cuesta despacio, pocos encuentros le esperan con estas sus viejas minas, pues quién se ha dejado el alma y la vida en ellas es su legítimo dueño, su cara casi amarilla, vuelve a casa y duerme, soñando con otros tiempos.

Riotinto fallece en silencio, la agonía puede prolongarse algo más, pero la querida mina está en trance terminal. Otras minas del Andévalo ya duermen llenas de agua con los viejos tartesos, con los viejos romanos, con los viejos mineros de todos los siglos que aquí se han dado cita.
Alma de azufre, alma de cobre, alma de plata, alma de oro, oxido de hierro así es el alma de Manuel, tan noble como la de los metales.

Todo lo dio una tierra que hoy se ve desposeída de futuro.
Mañana por la mañana, si no se rompe la noche, haremos locuras nuevas con el amor que nos sobre. (Manuel Alejandro).