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ANTONIO LEDESMA HERNÁNDEZ (Almería, 1856-1937)

  UN ACERCAMIENTO A PERSONALIDADES DE ALMERÍA gracias a ANTONIO JOSÉ LÓPEZ CRUCES.

 

Cap. 14, inédito, "La ciudad alegre y confiada", del libro III de El libro de los recuerdos, sobre las diversiones del porvenir, escrito hacia el inicio de los años 20.

ANTONIO LEDESMA HERNÁNDEZ


"Los naipes nunca me gustaron, pero del ajedrez fui gran amigo en mi niñez y en mis mocedades. Me curé de esta enfermedad mental, que de tal puedo calificarla, cuando comparaba el estudio y solución de los problemas de la inteligencia. Éstos o tenían relación con la ciencia pura o con los misterios o necesidades del hombre, pero el ajedrez y sus altos cálculos, ¿qué eran en puridad? Mucho de nada, combinaciones fundadas en bases de mero capricho. 


Los axiomas de las Matemáticas, aunque indemostrables, son cimientos de una ciencia verdadera de que surgen aplicaciones exactas a la naturaleza de la vida. De la unidad, de la cantidad, del punto matemático, de la línea y de todas sus múltiples combinaciones surge toda una serie de verdades y de cálculos que lo mismo se aplican a la mecánica racional que a la astronomía.


Los axiomas del ajedrez son afirmaciones voluntarias del que lo inventó y de ellos no sale nada, absolutamente nada verdadero ni útil. ¿Por qué el rey anda un paso a todos lados no más mientras la reina, mujer al fin, que debía hallarse sujeta a más severa disciplina, recorre el tablero en todas direcciones? ¿Por qué andan las torres, contra lo que sucede en la realidad, y los peones se quedan a la raya, pasando de un pedacito a otro y comiendo no de frente como todo los peones lo hacen, sino de costado? ¿Por qué los caballos, que usualmente saltan lo mismo a lo negro que a lo blanco, han de ir en el tablero de blanco a negro y de negro a blanco y no por derecho tampoco, sino de costado también? Todas estas bases fundamentales del movimiento y de la lucha de los dos ejércitos del tablero carecen de razón suficiente y constituyen un antojo de su creador. Al surgir de estos movimientos arbitrarios los problemas del ataque y de la defensa, éstos son un mero resultado de aquellos despropósitos, no constituyen verdaderos problemas racionales, sino complicaciones de la mucha necedad originaria que calienta y enfrían los pies sin un adarme de ciencia ni de utilidad para el hombre. Y así ocurre frecuentemente que hay talentudos que no llegan a dominar este juego y no pocos imbéciles que lo manejan a maravilla.


La vivacidad de la vida moderna, su necesidad de aprovechar las energías del intelecto para los verdaderos fines humanos, lo va relegando al olvido, síntoma claro de que desaparecerá, porque ni aun siquiera estimula el desarrollo del organismo humano como otros juegos de fuerza o de destreza, sino que lo entumece y paraliza."


LEDESMA HERNÁNDEZ, Antonio (Almería, 1856 - El Ruiní, Rioja, 1937). Abogado y escritor.


      Su padre, el comerciante y político Ramón Ledesma Crehuet, y Francisco Javier Ledesma, su tío, fueron buenos aficionados a la literatura. Su abuelo materno, Antonio Hernández Bustos, fue político moderado, comerciante y rico terrateniente. Su hermano Ramón, padre del novelista Ramón Ledesma Miranda, será diputado a Cortes y jefe del Partido Liberal almeriense. Antonio asiste al colegio de primera enseñanza de Pantaleón Cayetano Martín Aguado, luego al Instituto y, en 1870, consigue el título de Bachiller. Aunque con interrupciones a causa de una hemoptisis, que lo obliga a visitar los balnearios de Eaux-Bonnes o Fortuna (Murcia), cursa la carrera de Derecho en Granada y en Sevilla. En 1873 presencia, junto a su padre, el bombardeo de Almería por la escuadra del cantón de Cartagena. Tras licenciarse en Derecho civil y canónico, abre bufete en Almería y es secretario del recién creado Ateneo. Realizando el doctorado en la Corte, frecuenta la Cacharrería del Ateneo, donde se ve con Julio Burell y con el escritor almeriense Enrique Sierra Valenzuela. En el café Imperial se reúne con Alarcón y otros componentes de La Cuerda granadina, como Manuel Paso o José Salvador y Salvador. Trata también a Zorrilla, Salvador Rueda y Manuel Reina. Ya doctor, colabora en la sección de Ciencias morales y políticas del Ateneo almeriense y publica en la Revista de Almería. Se desengaña pronto del mundo de la justicia, que no dejará de criticar agriamente en sus escritos.

      Casado con Ventura Uruburu Fernández, ésta muere al dar a luz a su hija Ventura, quien será excelente pianista y escribirá poesía como su padre. El joven viudo se adscribe al partido demócrata-dinástico de Moret y dirige en 1883 el periódico La Democracia Monárquica. Tras frustrarse su oportunidad de ser diputado a Cortes, se distancia de Moret y dirige a los demócratas-monárquicos almerienses partidarios de la Constitución de 1876. La compañía de Antonio Vico estrena su drama Bienaventurados los que mueren (1883). Si inicialmente le interesan transformismo, krausismo y naturalismo, pronto reniega de ellos desde una posición espiritualista. Partidario de la colaboración entre la Iglesia y el Estado, y defensor de un catolicismo social de tinte conservador, acepta ser el abogado del Círculo Católico de Obreros de Almería que crea el padre Antonio Vicent y en el mismo da conferencias sobre la cuestión social y el problema religioso. Mantiene una buena amistad con las monjas de la Compañía de María, en cuyo colegio estudia su hija, y la prensa local comenta con sarcasmo su “conversión”. En 1887 publica Poemas (Almería, imprenta del Comercio), que imitan el estilo de Campoamor y entre los que destaca el autobiográfico “Remembranzas”. Contrae segundas nupcias y, entre 1889 y 1891, pasa a residir en la Corte, donde conoce a Víctor Balaguer, Núñez de Arce, Juan Valera y Menéndez Pelayo. Estrena en Almería en 1891 su drama Los dos materialistas (publicado en Almería, tip. de J. Fernández Murcia, 1907) y al año siguiente es nombrado presidente del Círculo Literario y Científico de la ciudad. Dueño de las minas Virgen del Mar y Los Placeres, participa intensamente en las actividades del Sindicato de Sierra Almagrera. Por asuntos de bufete realiza numerosos viajes a la Corte. En 1895 toma a su cargo, junto al abogado y político Eduardo Dato, la defensa de la duquesa de Santoña en su pleito con la marquesa de Manzanedo por la herencia del marqués de Manzanedo. En 1896 es mantenedor de los primeros Juegos Florales almerienses. En 1898, año en que prologa Ensayos literarios, primer libro de Carmen de Burgos Seguí (la futura Colombine), edita, pocos meses después de la pérdida de Cuba y Filipinas ante los norteamericanos, Los problemas de España (Almería, tip. de J. Fernández Murcia), ensayo de tinte regeneracionista con el que apoya el movimiento de las Cámaras de Comercio y denuncia la España oligárquica y caciquil. El libro conoció hasta tres ediciones y fue leído con interés por Rubén Darío. Fracasada la Unión Nacional de Costa, Alba y Paraíso, en la que confió, creerá ver reflejadas muchas de sus ideas en la “revolución desde arriba” de Antonio Maura. Junto a José Durbán Orozco, José Jesús García, Francisco Aquino Cabrera o José Luis Fernández Álvarez frecuenta la tertulia literaria La Trastienda. Admirador de las prosas profanas de Darío, colabora con textos modernistas en la revista Idearium, de Granada. Francisco Villaespesa le dedica así su libro Intimidades: “Al poeta de las Remembranzas, de su admirador y paisano Villaespesa”. Molesto con el anticlericalismo reinante y con el avance del republicanismo, opta por la novela como arma de combate y, en 1903, publica Canuto Espárrago (Almería, tip. de J. Fernández Murcia, 2 vols.), donde ataca a su paisano Nicolás Salmerón, al que satiriza en el personaje de Salomón.

      En 1905 ve la luz en Barcelona, durante la celebración del III centenario del Quijote cervantino La nueva salida del valeroso caballero Don Quijote de la Mancha (2 vols.). Durante varios años se entrega al cultivo de los cítricos y la uva de mesa para exportación en El Ruiní -frente a Rioja- o en Tabernas. En 1907 publica un Memorándum sobre la causa judicial que durante años ha seguido contra él y otros Francisco Salmerón, sobrino de Nicolás. Al año siguiente se hace con las flores naturales de los Juegos Florales de Lorca, Málaga y Almería. En 1910 su anacrónico drama Sangre azul cosecha un claro fracaso.

      Participa en los homenajes ofrecidos a Villaespesa en 1913 por sus éxitos teatrales: El Alcázar de las Perlas y Aben Humeya. Durante la I Guerra Mundial defiende una España neutral, aunque se muestra germanófilo en sus colaboraciones en el diario católico La Independencia. En 1916 se estrena su Canto a Almería, que es declarado himno oficial de la provincia. Cuando en 1922 concluye de dictar sus memorias, tituladas El Libro de los recuerdos, ya está prácticamente ciego a causa de un glaucoma crónico que le diagnostica en Barcelona el doctor José Antonio Barraquer. En plena Guerra Civil, fallece en El Ruiní de muerte natural el 9-VIII-1937 y es enterrado en el cementerio de Rioja. En la Biblioteca Francisco Villaespesa de Almería y en poder de sus descendientes se conservan ensayos, artículos, discursos, novelas, poemas, traducciones poéticas, comedias, dramas, zarzuelas y guiones cinematográficos.



López Cruces, Antonio José



ANTONIO LEDESMA HERNÁNDEZ (Almería, 1856-1937)

  UN ACERCAMIENTO A PERSONALIDADES DE ALMERÍA gracias a ANTONIO JOSÉ LÓPEZ CRUCES.

 

Cap. 14, inédito, "La ciudad alegre y confiada", del libro III de El libro de los recuerdos, sobre las diversiones del porvenir, escrito hacia el inicio de los años 20.

ANTONIO LEDESMA HERNÁNDEZ


"Los naipes nunca me gustaron, pero del ajedrez fui gran amigo en mi niñez y en mis mocedades. Me curé de esta enfermedad mental, que de tal puedo calificarla, cuando comparaba el estudio y solución de los problemas de la inteligencia. Éstos o tenían relación con la ciencia pura o con los misterios o necesidades del hombre, pero el ajedrez y sus altos cálculos, ¿qué eran en puridad? Mucho de nada, combinaciones fundadas en bases de mero capricho. 


Los axiomas de las Matemáticas, aunque indemostrables, son cimientos de una ciencia verdadera de que surgen aplicaciones exactas a la naturaleza de la vida. De la unidad, de la cantidad, del punto matemático, de la línea y de todas sus múltiples combinaciones surge toda una serie de verdades y de cálculos que lo mismo se aplican a la mecánica racional que a la astronomía.


Los axiomas del ajedrez son afirmaciones voluntarias del que lo inventó y de ellos no sale nada, absolutamente nada verdadero ni útil. ¿Por qué el rey anda un paso a todos lados no más mientras la reina, mujer al fin, que debía hallarse sujeta a más severa disciplina, recorre el tablero en todas direcciones? ¿Por qué andan las torres, contra lo que sucede en la realidad, y los peones se quedan a la raya, pasando de un pedacito a otro y comiendo no de frente como todo los peones lo hacen, sino de costado? ¿Por qué los caballos, que usualmente saltan lo mismo a lo negro que a lo blanco, han de ir en el tablero de blanco a negro y de negro a blanco y no por derecho tampoco, sino de costado también? Todas estas bases fundamentales del movimiento y de la lucha de los dos ejércitos del tablero carecen de razón suficiente y constituyen un antojo de su creador. Al surgir de estos movimientos arbitrarios los problemas del ataque y de la defensa, éstos son un mero resultado de aquellos despropósitos, no constituyen verdaderos problemas racionales, sino complicaciones de la mucha necedad originaria que calienta y enfrían los pies sin un adarme de ciencia ni de utilidad para el hombre. Y así ocurre frecuentemente que hay talentudos que no llegan a dominar este juego y no pocos imbéciles que lo manejan a maravilla.


La vivacidad de la vida moderna, su necesidad de aprovechar las energías del intelecto para los verdaderos fines humanos, lo va relegando al olvido, síntoma claro de que desaparecerá, porque ni aun siquiera estimula el desarrollo del organismo humano como otros juegos de fuerza o de destreza, sino que lo entumece y paraliza."


LEDESMA HERNÁNDEZ, Antonio (Almería, 1856 - El Ruiní, Rioja, 1937). Abogado y escritor.


      Su padre, el comerciante y político Ramón Ledesma Crehuet, y Francisco Javier Ledesma, su tío, fueron buenos aficionados a la literatura. Su abuelo materno, Antonio Hernández Bustos, fue político moderado, comerciante y rico terrateniente. Su hermano Ramón, padre del novelista Ramón Ledesma Miranda, será diputado a Cortes y jefe del Partido Liberal almeriense. Antonio asiste al colegio de primera enseñanza de Pantaleón Cayetano Martín Aguado, luego al Instituto y, en 1870, consigue el título de Bachiller. Aunque con interrupciones a causa de una hemoptisis, que lo obliga a visitar los balnearios de Eaux-Bonnes o Fortuna (Murcia), cursa la carrera de Derecho en Granada y en Sevilla. En 1873 presencia, junto a su padre, el bombardeo de Almería por la escuadra del cantón de Cartagena. Tras licenciarse en Derecho civil y canónico, abre bufete en Almería y es secretario del recién creado Ateneo. Realizando el doctorado en la Corte, frecuenta la Cacharrería del Ateneo, donde se ve con Julio Burell y con el escritor almeriense Enrique Sierra Valenzuela. En el café Imperial se reúne con Alarcón y otros componentes de La Cuerda granadina, como Manuel Paso o José Salvador y Salvador. Trata también a Zorrilla, Salvador Rueda y Manuel Reina. Ya doctor, colabora en la sección de Ciencias morales y políticas del Ateneo almeriense y publica en la Revista de Almería. Se desengaña pronto del mundo de la justicia, que no dejará de criticar agriamente en sus escritos.

      Casado con Ventura Uruburu Fernández, ésta muere al dar a luz a su hija Ventura, quien será excelente pianista y escribirá poesía como su padre. El joven viudo se adscribe al partido demócrata-dinástico de Moret y dirige en 1883 el periódico La Democracia Monárquica. Tras frustrarse su oportunidad de ser diputado a Cortes, se distancia de Moret y dirige a los demócratas-monárquicos almerienses partidarios de la Constitución de 1876. La compañía de Antonio Vico estrena su drama Bienaventurados los que mueren (1883). Si inicialmente le interesan transformismo, krausismo y naturalismo, pronto reniega de ellos desde una posición espiritualista. Partidario de la colaboración entre la Iglesia y el Estado, y defensor de un catolicismo social de tinte conservador, acepta ser el abogado del Círculo Católico de Obreros de Almería que crea el padre Antonio Vicent y en el mismo da conferencias sobre la cuestión social y el problema religioso. Mantiene una buena amistad con las monjas de la Compañía de María, en cuyo colegio estudia su hija, y la prensa local comenta con sarcasmo su “conversión”. En 1887 publica Poemas (Almería, imprenta del Comercio), que imitan el estilo de Campoamor y entre los que destaca el autobiográfico “Remembranzas”. Contrae segundas nupcias y, entre 1889 y 1891, pasa a residir en la Corte, donde conoce a Víctor Balaguer, Núñez de Arce, Juan Valera y Menéndez Pelayo. Estrena en Almería en 1891 su drama Los dos materialistas (publicado en Almería, tip. de J. Fernández Murcia, 1907) y al año siguiente es nombrado presidente del Círculo Literario y Científico de la ciudad. Dueño de las minas Virgen del Mar y Los Placeres, participa intensamente en las actividades del Sindicato de Sierra Almagrera. Por asuntos de bufete realiza numerosos viajes a la Corte. En 1895 toma a su cargo, junto al abogado y político Eduardo Dato, la defensa de la duquesa de Santoña en su pleito con la marquesa de Manzanedo por la herencia del marqués de Manzanedo. En 1896 es mantenedor de los primeros Juegos Florales almerienses. En 1898, año en que prologa Ensayos literarios, primer libro de Carmen de Burgos Seguí (la futura Colombine), edita, pocos meses después de la pérdida de Cuba y Filipinas ante los norteamericanos, Los problemas de España (Almería, tip. de J. Fernández Murcia), ensayo de tinte regeneracionista con el que apoya el movimiento de las Cámaras de Comercio y denuncia la España oligárquica y caciquil. El libro conoció hasta tres ediciones y fue leído con interés por Rubén Darío. Fracasada la Unión Nacional de Costa, Alba y Paraíso, en la que confió, creerá ver reflejadas muchas de sus ideas en la “revolución desde arriba” de Antonio Maura. Junto a José Durbán Orozco, José Jesús García, Francisco Aquino Cabrera o José Luis Fernández Álvarez frecuenta la tertulia literaria La Trastienda. Admirador de las prosas profanas de Darío, colabora con textos modernistas en la revista Idearium, de Granada. Francisco Villaespesa le dedica así su libro Intimidades: “Al poeta de las Remembranzas, de su admirador y paisano Villaespesa”. Molesto con el anticlericalismo reinante y con el avance del republicanismo, opta por la novela como arma de combate y, en 1903, publica Canuto Espárrago (Almería, tip. de J. Fernández Murcia, 2 vols.), donde ataca a su paisano Nicolás Salmerón, al que satiriza en el personaje de Salomón.

      En 1905 ve la luz en Barcelona, durante la celebración del III centenario del Quijote cervantino La nueva salida del valeroso caballero Don Quijote de la Mancha (2 vols.). Durante varios años se entrega al cultivo de los cítricos y la uva de mesa para exportación en El Ruiní -frente a Rioja- o en Tabernas. En 1907 publica un Memorándum sobre la causa judicial que durante años ha seguido contra él y otros Francisco Salmerón, sobrino de Nicolás. Al año siguiente se hace con las flores naturales de los Juegos Florales de Lorca, Málaga y Almería. En 1910 su anacrónico drama Sangre azul cosecha un claro fracaso.

      Participa en los homenajes ofrecidos a Villaespesa en 1913 por sus éxitos teatrales: El Alcázar de las Perlas y Aben Humeya. Durante la I Guerra Mundial defiende una España neutral, aunque se muestra germanófilo en sus colaboraciones en el diario católico La Independencia. En 1916 se estrena su Canto a Almería, que es declarado himno oficial de la provincia. Cuando en 1922 concluye de dictar sus memorias, tituladas El Libro de los recuerdos, ya está prácticamente ciego a causa de un glaucoma crónico que le diagnostica en Barcelona el doctor José Antonio Barraquer. En plena Guerra Civil, fallece en El Ruiní de muerte natural el 9-VIII-1937 y es enterrado en el cementerio de Rioja. En la Biblioteca Francisco Villaespesa de Almería y en poder de sus descendientes se conservan ensayos, artículos, discursos, novelas, poemas, traducciones poéticas, comedias, dramas, zarzuelas y guiones cinematográficos.



López Cruces, Antonio José