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9.- (II) ¿VENI, VIDI, VICI? Fernando Luis Pérez Poza



(II) ¿VENI, VIDI, VICI?

Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


En Vademecum combinaba poemas de la última cosecha de ese año, con otros seleccionados que, por una u otra razón, se han convertido en emblemáticos dentro de mi obra. Algunos eran largos y otros cortos, unos más anchos y otros más estrechos, los de aquí más altos y los de acullá más bajos. En realidad, los había de todos los colores, pues la diversidad es uno de los rasgos que me caracteriza y porque me gusta escribir en todos los registros, aunque prevalezca casi siempre el matiz lírico.

Fue un libro publicado específicamente para esa presentación en Campidoglio (el Capitolio) de Roma, en ese lugar cuyas escaleras, como me ha dicho más de un poeta, conducen al templo de la poesía. Yo no sé si todos los caminos llevan a Roma, como dice el refrán, pero el mío no cabe duda de que la había incluido en el mapa. 


Me acompañaron en el evento dos magníficos artistas, la actriz Gabriella Quattrini y el guitarrista Maestro Lorenzo Loris Zecchin, gracias a los buenos oficios de Fiorella Giovannelli y la Asociación Cultural L@ Nuo@ Mus@. Presentó el evento el poeta y crítico literario italiano Raimundo Venturiello.
Y después de haber estado allí sé cómo se habría podido sentir Julio César si en lugar de emperador hubiera sido poeta. 


Campidoglio, el capitolio de Roma, es un lugar que impresiona, como toda la ciudad. Está situado en pleno centro, en una de la siete colinas, la más pequeña, en la que se levantaron los templos romanos más importantes y donde culminaban las marchas los césares victoriosos, al resto, los que perdían, me imagino, porque sé muy poco de la historia, seguro que los echaban a los leones en el Circo Máximo, ante el cual pasamos de camino al capitolio. La plaza, a la que se llega por una larga escalinata casi en cuesta, está presidida por la estatua ecuestre del emperador y filósofo romano Marco Aurelio, obra de Miguel Ángel.


La organización de la presentación de mi libro Vademécum, en edición bilingüe, español e italiano, me había exigido demasiado tiempo como para que se pudiera torcer. Sin embargo, todo es posible en esta vida. El Ayuntamiento de Roma sólo concede el Salón del Carroccio muy de pascua en vez, para eventos muy especiales, y se reserva siempre, hasta el último momento, la posibilidad de anular la concesión, con lo cual te hace sufrir de una manera indecible hasta que llega la hora y te abren la puerta. Así que Fiorella Giovannelli, mi gran mecenas, y yo, cruzamos los dedos y respiramos a pleno pulmón cuando traspasamos el umbral.


Desde Pontevedra le había cursado invitación a todas las autoridades españolas conocidas y desconocidas, habidas y por haber, de izquierdas o de derechas, residentes en Roma o incluso en Pernambuco, exagerando un poco, pero desgraciadamente muy pocas contestaron. Más de cien cartas enviadas que no sirvieron de nada. Nadie es poeta en su tierra, es una adaptación del proverbio que resulta completamente cierta, porque los que realmente se portaron de maravilla fueron los italianos. Ningún español acudió a la cita. Solamente el gobierno de Galicia me concedió una ayuda con la que pude enfrentarme a la parte menos poética del asunto, la económica.


Tres únicos políticos tuvieron la deferencia de excusar su presencia y por eso merecen una mención, sin que bata palmas con las orejas por ellos. El Presidente de la Xunta de Galicia, Emilio Pérez Touriño; el Consul General de España en Roma, Javier Navarro; y Paco Vázquez, Embajador de España ante la Santa Sede, quien me comunicó que se sentía orgulloso de que un poeta español presentara su obra en Campidoglio. Algo es algo. El resto se pasó la invitación por el forro de cierto sitio, especialmente el Instituto Cervantes en Roma, precisamente el organismo que debería de haber apoyado con más ímpetu mi presencia en la capital italiana y que, curiosamente, estaba dirigido por la poeta Fanny Rubio. Desgraciadamente vivimos en un mundo del revés, desde la cabeza a los pies y el vacío que me hizo me pareció tan mal que hasta propuse su canonización en vida y su elevación a los altares para así dejarle el puesto a alguien más eficiente.


El guitarrista, Lorenzo Loris Zecchin, magnífico. Un gran maestro que no quiso restarme ni un ápice de protagonismo y se mantuvo, por propia voluntad, en un tono discreto, de acompañamiento, lo que realza su categoría no sólo como artista sino como persona. "Este es tu gran día", me dijo. El poeta y crítico literario Raimundo Venturiello demostró la madera de la que están hechos los buenos críticos, es decir, aquellos que penetran en la poesía y le descubren al autor las raíces inconscientes de su propia inspiración.


De la actriz Gabriella Quattrini lo dice todo este poema que le he dedicado y que he incluido en el libro:



A GABRIELLA QUATTRINI

Es la voz atravesándolo todo,
la piel, la carne, el hueso,
vademecum de sensaciones
que se instala en el cuerpo
y ya no retrocede nunca.

Alas en su garganta
hacen volar la poesía,
carnaval de colores
en la epiglotis del tiempo.

Regálame un solo, un solo
poro de tu alma, una ilusión
en cada arpegio, en cada sueño,
en cada rosa de los vientos
que ilumina el futuro.

Es la ecuación resuelta, sin equis
ni y griega, el corazón volcado
en cada cuerda, el bate encendido
de un reloj sin hora, el arco iris suelto
que se evapora sobre la línea recta
de un horizonte incierto.

Regálame un solo, para que yo
pueda estar siempre acompañado
de aquel sitio que se encuentra:
al otro lado
y que, simplemente, no es más que un tú
disfrazado de un yo largo
que nos afecta a todos, incluso a nosotros.



¿Veni, vidi, vici? No lo sé. Para mí fue una emoción enorme. El público expresó al final del acto su opinión sobre mi poesía. Claro que muchos de ellos habían estado en Pontevedra y sé que me aprecian sinceramente. Pero yo creo que sí. Algo me dice que sí, porque esa noche, ya en la habitación donde nos hospedábamos, mi hija que contaba dieciséis años, a la que había llevado conmigo para que se sintiera orgullosa de su padre, se puso ante el ordenador y al cabo de un rato me dejó leer su primer poema. Los pájaros de su cabeza adolescente empezaban a dar paso a las musas, y yo realmente me sentí completamente feliz. Esos eran los mejores laureles que podía recibir.


Septiembre 2007©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España
www.eltallerdelpoeta.com



Web oficial de la Editorial El Taller del Poeta Fernando Luis Prez Poza. Quieres publicar en papel? Quieres...
eltallerdelpoeta.com|De Fernando Luis Prez Poza http://www.eltallerdelpoeta.com

9.- (II) ¿VENI, VIDI, VICI? Fernando Luis Pérez Poza



(II) ¿VENI, VIDI, VICI?

Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


En Vademecum combinaba poemas de la última cosecha de ese año, con otros seleccionados que, por una u otra razón, se han convertido en emblemáticos dentro de mi obra. Algunos eran largos y otros cortos, unos más anchos y otros más estrechos, los de aquí más altos y los de acullá más bajos. En realidad, los había de todos los colores, pues la diversidad es uno de los rasgos que me caracteriza y porque me gusta escribir en todos los registros, aunque prevalezca casi siempre el matiz lírico.

Fue un libro publicado específicamente para esa presentación en Campidoglio (el Capitolio) de Roma, en ese lugar cuyas escaleras, como me ha dicho más de un poeta, conducen al templo de la poesía. Yo no sé si todos los caminos llevan a Roma, como dice el refrán, pero el mío no cabe duda de que la había incluido en el mapa. 


Me acompañaron en el evento dos magníficos artistas, la actriz Gabriella Quattrini y el guitarrista Maestro Lorenzo Loris Zecchin, gracias a los buenos oficios de Fiorella Giovannelli y la Asociación Cultural L@ Nuo@ Mus@. Presentó el evento el poeta y crítico literario italiano Raimundo Venturiello.
Y después de haber estado allí sé cómo se habría podido sentir Julio César si en lugar de emperador hubiera sido poeta. 


Campidoglio, el capitolio de Roma, es un lugar que impresiona, como toda la ciudad. Está situado en pleno centro, en una de la siete colinas, la más pequeña, en la que se levantaron los templos romanos más importantes y donde culminaban las marchas los césares victoriosos, al resto, los que perdían, me imagino, porque sé muy poco de la historia, seguro que los echaban a los leones en el Circo Máximo, ante el cual pasamos de camino al capitolio. La plaza, a la que se llega por una larga escalinata casi en cuesta, está presidida por la estatua ecuestre del emperador y filósofo romano Marco Aurelio, obra de Miguel Ángel.


La organización de la presentación de mi libro Vademécum, en edición bilingüe, español e italiano, me había exigido demasiado tiempo como para que se pudiera torcer. Sin embargo, todo es posible en esta vida. El Ayuntamiento de Roma sólo concede el Salón del Carroccio muy de pascua en vez, para eventos muy especiales, y se reserva siempre, hasta el último momento, la posibilidad de anular la concesión, con lo cual te hace sufrir de una manera indecible hasta que llega la hora y te abren la puerta. Así que Fiorella Giovannelli, mi gran mecenas, y yo, cruzamos los dedos y respiramos a pleno pulmón cuando traspasamos el umbral.


Desde Pontevedra le había cursado invitación a todas las autoridades españolas conocidas y desconocidas, habidas y por haber, de izquierdas o de derechas, residentes en Roma o incluso en Pernambuco, exagerando un poco, pero desgraciadamente muy pocas contestaron. Más de cien cartas enviadas que no sirvieron de nada. Nadie es poeta en su tierra, es una adaptación del proverbio que resulta completamente cierta, porque los que realmente se portaron de maravilla fueron los italianos. Ningún español acudió a la cita. Solamente el gobierno de Galicia me concedió una ayuda con la que pude enfrentarme a la parte menos poética del asunto, la económica.


Tres únicos políticos tuvieron la deferencia de excusar su presencia y por eso merecen una mención, sin que bata palmas con las orejas por ellos. El Presidente de la Xunta de Galicia, Emilio Pérez Touriño; el Consul General de España en Roma, Javier Navarro; y Paco Vázquez, Embajador de España ante la Santa Sede, quien me comunicó que se sentía orgulloso de que un poeta español presentara su obra en Campidoglio. Algo es algo. El resto se pasó la invitación por el forro de cierto sitio, especialmente el Instituto Cervantes en Roma, precisamente el organismo que debería de haber apoyado con más ímpetu mi presencia en la capital italiana y que, curiosamente, estaba dirigido por la poeta Fanny Rubio. Desgraciadamente vivimos en un mundo del revés, desde la cabeza a los pies y el vacío que me hizo me pareció tan mal que hasta propuse su canonización en vida y su elevación a los altares para así dejarle el puesto a alguien más eficiente.


El guitarrista, Lorenzo Loris Zecchin, magnífico. Un gran maestro que no quiso restarme ni un ápice de protagonismo y se mantuvo, por propia voluntad, en un tono discreto, de acompañamiento, lo que realza su categoría no sólo como artista sino como persona. "Este es tu gran día", me dijo. El poeta y crítico literario Raimundo Venturiello demostró la madera de la que están hechos los buenos críticos, es decir, aquellos que penetran en la poesía y le descubren al autor las raíces inconscientes de su propia inspiración.


De la actriz Gabriella Quattrini lo dice todo este poema que le he dedicado y que he incluido en el libro:



A GABRIELLA QUATTRINI

Es la voz atravesándolo todo,
la piel, la carne, el hueso,
vademecum de sensaciones
que se instala en el cuerpo
y ya no retrocede nunca.

Alas en su garganta
hacen volar la poesía,
carnaval de colores
en la epiglotis del tiempo.

Regálame un solo, un solo
poro de tu alma, una ilusión
en cada arpegio, en cada sueño,
en cada rosa de los vientos
que ilumina el futuro.

Es la ecuación resuelta, sin equis
ni y griega, el corazón volcado
en cada cuerda, el bate encendido
de un reloj sin hora, el arco iris suelto
que se evapora sobre la línea recta
de un horizonte incierto.

Regálame un solo, para que yo
pueda estar siempre acompañado
de aquel sitio que se encuentra:
al otro lado
y que, simplemente, no es más que un tú
disfrazado de un yo largo
que nos afecta a todos, incluso a nosotros.



¿Veni, vidi, vici? No lo sé. Para mí fue una emoción enorme. El público expresó al final del acto su opinión sobre mi poesía. Claro que muchos de ellos habían estado en Pontevedra y sé que me aprecian sinceramente. Pero yo creo que sí. Algo me dice que sí, porque esa noche, ya en la habitación donde nos hospedábamos, mi hija que contaba dieciséis años, a la que había llevado conmigo para que se sintiera orgullosa de su padre, se puso ante el ordenador y al cabo de un rato me dejó leer su primer poema. Los pájaros de su cabeza adolescente empezaban a dar paso a las musas, y yo realmente me sentí completamente feliz. Esos eran los mejores laureles que podía recibir.


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8.- (I) ¿VENI, VIDI, VICI? Fernando Luis Pérez Poza

(I) ¿VENI, VIDI, VICI?


Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


Cuenta una leyenda narrada por Valerio Petérculo en el Epitome de Tito Livio y recordada por Apiano, que cuando los romanos intentaron conquistar mi tierra, Galicia, los detuvo un río, el río del Olvido o Lethero, confín del mundo, que actualmente se llama Limia, y en cuyas orillas aún hoy en día se celebra la fiesta del Olvido. Ninguno de los legionarios se atrevía a cruzarlo porque el que lo hacía después no recordaba nada, ni sus orígenes ni a la familia, y se quedaba a vivir con los aborígenes, cuestión que he de confesar no resulta extraña si se tiene en cuenta la calidad de las ostras, los mariscos y la cantidad de baños termales por los que se caracterizan estos parajes. Pero un día, Decio Juno Bruto, procónsul de la Hispania Ulterior, lo cruzó y comenzó a llamar a todos los soldados por su nombre y, éstos, al ver que la memoria no le fallaba, roto ya el conjuro de la leyenda, decidieron seguirle, momento en el que Galicia pasó a formar parte del Imperio romano.

Muchos siglos habían transcurrido desde aquel entonces y mucho había cambiado el mundo, cuando a mí, un gallego, se me presentó la oportunidad de conquistar Roma, presentando mi libro Vademecum en el Salón del Carroccio, Campidoglio, uno de los lugares culturales más emblemáticos de Italia, y así dejar atrás el río del olvido literario y habitar la memoria del tiempo. Fui sin más armas que mi voz y mi poesía, porque la poesía es para mí un modo de vida. 


Me levanto por la mañana y enciendo el poema de la luz al subir la persiana. Abro el verso del agua caliente, lo mezclo con el de la fría para que no se me abrase el alma y disfruto las metáforas aromáticas del gel mientras me ducho. Desayuno la sinéresis de una taza de mate y un par de magdalenas y me enfrento a la pantalla en blanco del ordenador. Unos días se cuela una fábula en mi despacho en la voz de algún poeta amigo que me viene a visitar o algún que otro aforismo de paso hacia las páginas de un libro publicado por mi editorial. Al mediodía cocino y almuerzo unas setas al estilo Martín Fierro o me deleito recitando con el paladar unos suspiros de monja hasta no dejar ni una estrofa en el plato.


Casi todo es poesía. De vez en cuando me distraigo, miro por la ventana y mi mente escribe una oda a la desconocida que pasa ante el taller y de la cual me enamoro y desenamoro furtivamente a la velocidad del pensamiento.


En mi condición de editor, me llegan palabras desde todos los rincones del mundo. Se acercan sigilosas, ocultas en el archivo adjunto de algún e-mail y, de repente, se despliegan ante mí y me golpean la cabeza o se hunden como raíces en el corazón. Al cabo del día las letras bailan en remolino en cada una de mis neuronas pero aún me queda tiempo para abrir la cubierta de un poemario y compartirlo con la almohada antes de escribir un soneto en la pizarra de los sueños que, por ese motivo, siempre permanecerá inédito. 


Algunos adjuntos de los que recibo son crisálidas que se transforman en la mariposa de un libro y vuelan y recorren de ojo en ojo todo el mundo. Otros, por el contrario, sufren la terrible "delete" que los condena al destierro, lejos del papel y de la encuadernadora, o al suplicio de sobrevivir en el mundo virtual entre toneladas de versos anodinos. Los menos, como si fueran orugas, se pierden ocultos en el follaje de un buzón electrónico excesivamente saturado de misivas desesperadas en busca del milagro de la publicación.


Así es mi devenir, una mezcla de poeta que intenta revelar pequeños trozos de infinito en la fotografía de sus poemas, y de cumplidor de sueños, los de aquellos que escriben y aspiran a ver publicado también esas pequeñas parcelas astrales de su interior y que en virtud del papel y de la tinta se multiplican hasta dibujar el mapa del territorio poético.


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8.- (I) ¿VENI, VIDI, VICI? Fernando Luis Pérez Poza

(I) ¿VENI, VIDI, VICI?


Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


Cuenta una leyenda narrada por Valerio Petérculo en el Epitome de Tito Livio y recordada por Apiano, que cuando los romanos intentaron conquistar mi tierra, Galicia, los detuvo un río, el río del Olvido o Lethero, confín del mundo, que actualmente se llama Limia, y en cuyas orillas aún hoy en día se celebra la fiesta del Olvido. Ninguno de los legionarios se atrevía a cruzarlo porque el que lo hacía después no recordaba nada, ni sus orígenes ni a la familia, y se quedaba a vivir con los aborígenes, cuestión que he de confesar no resulta extraña si se tiene en cuenta la calidad de las ostras, los mariscos y la cantidad de baños termales por los que se caracterizan estos parajes. Pero un día, Decio Juno Bruto, procónsul de la Hispania Ulterior, lo cruzó y comenzó a llamar a todos los soldados por su nombre y, éstos, al ver que la memoria no le fallaba, roto ya el conjuro de la leyenda, decidieron seguirle, momento en el que Galicia pasó a formar parte del Imperio romano.

Muchos siglos habían transcurrido desde aquel entonces y mucho había cambiado el mundo, cuando a mí, un gallego, se me presentó la oportunidad de conquistar Roma, presentando mi libro Vademecum en el Salón del Carroccio, Campidoglio, uno de los lugares culturales más emblemáticos de Italia, y así dejar atrás el río del olvido literario y habitar la memoria del tiempo. Fui sin más armas que mi voz y mi poesía, porque la poesía es para mí un modo de vida. 


Me levanto por la mañana y enciendo el poema de la luz al subir la persiana. Abro el verso del agua caliente, lo mezclo con el de la fría para que no se me abrase el alma y disfruto las metáforas aromáticas del gel mientras me ducho. Desayuno la sinéresis de una taza de mate y un par de magdalenas y me enfrento a la pantalla en blanco del ordenador. Unos días se cuela una fábula en mi despacho en la voz de algún poeta amigo que me viene a visitar o algún que otro aforismo de paso hacia las páginas de un libro publicado por mi editorial. Al mediodía cocino y almuerzo unas setas al estilo Martín Fierro o me deleito recitando con el paladar unos suspiros de monja hasta no dejar ni una estrofa en el plato.


Casi todo es poesía. De vez en cuando me distraigo, miro por la ventana y mi mente escribe una oda a la desconocida que pasa ante el taller y de la cual me enamoro y desenamoro furtivamente a la velocidad del pensamiento.


En mi condición de editor, me llegan palabras desde todos los rincones del mundo. Se acercan sigilosas, ocultas en el archivo adjunto de algún e-mail y, de repente, se despliegan ante mí y me golpean la cabeza o se hunden como raíces en el corazón. Al cabo del día las letras bailan en remolino en cada una de mis neuronas pero aún me queda tiempo para abrir la cubierta de un poemario y compartirlo con la almohada antes de escribir un soneto en la pizarra de los sueños que, por ese motivo, siempre permanecerá inédito. 


Algunos adjuntos de los que recibo son crisálidas que se transforman en la mariposa de un libro y vuelan y recorren de ojo en ojo todo el mundo. Otros, por el contrario, sufren la terrible "delete" que los condena al destierro, lejos del papel y de la encuadernadora, o al suplicio de sobrevivir en el mundo virtual entre toneladas de versos anodinos. Los menos, como si fueran orugas, se pierden ocultos en el follaje de un buzón electrónico excesivamente saturado de misivas desesperadas en busca del milagro de la publicación.


Así es mi devenir, una mezcla de poeta que intenta revelar pequeños trozos de infinito en la fotografía de sus poemas, y de cumplidor de sueños, los de aquellos que escriben y aspiran a ver publicado también esas pequeñas parcelas astrales de su interior y que en virtud del papel y de la tinta se multiplican hasta dibujar el mapa del territorio poético.


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Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


Cuenta una leyenda narrada por Valerio Petérculo en el Epitome de Tito Livio y recordada por Apiano, que cuando los romanos intentaron conquistar mi tierra, Galicia, los detuvo un río, el río del Olvido o Lethero, confín del mundo, que actualmente se llama Limia, y en cuyas orillas aún hoy en día se celebra la fiesta del Olvido. Ninguno de los legionarios se atrevía a cruzarlo porque el que lo hacía después no recordaba nada, ni sus orígenes ni a la familia, y se quedaba a vivir con los aborígenes, cuestión que he de confesar no resulta extraña si se tiene en cuenta la calidad de las ostras, los mariscos y la cantidad de baños termales por los que se caracterizan estos parajes. Pero un día, Decio Juno Bruto, procónsul de la Hispania Ulterior, lo cruzó y comenzó a llamar a todos los soldados por su nombre y, éstos, al ver que la memoria no le fallaba, roto ya el conjuro de la leyenda, decidieron seguirle, momento en el que Galicia pasó a formar parte del Imperio romano.

Muchos siglos habían transcurrido desde aquel entonces y mucho había cambiado el mundo, cuando a mí, un gallego, se me presentó la oportunidad de conquistar Roma, presentando mi libro Vademecum en el Salón del Carroccio, Campidoglio, uno de los lugares culturales más emblemáticos de Italia, y así dejar atrás el río del olvido literario y habitar la memoria del tiempo. Fui sin más armas que mi voz y mi poesía, porque la poesía es para mí un modo de vida. 


Me levanto por la mañana y enciendo el poema de la luz al subir la persiana. Abro el verso del agua caliente, lo mezclo con el de la fría para que no se me abrase el alma y disfruto las metáforas aromáticas del gel mientras me ducho. Desayuno la sinéresis de una taza de mate y un par de magdalenas y me enfrento a la pantalla en blanco del ordenador. Unos días se cuela una fábula en mi despacho en la voz de algún poeta amigo que me viene a visitar o algún que otro aforismo de paso hacia las páginas de un libro publicado por mi editorial. Al mediodía cocino y almuerzo unas setas al estilo Martín Fierro o me deleito recitando con el paladar unos suspiros de monja hasta no dejar ni una estrofa en el plato.


Casi todo es poesía. De vez en cuando me distraigo, miro por la ventana y mi mente escribe una oda a la desconocida que pasa ante el taller y de la cual me enamoro y desenamoro furtivamente a la velocidad del pensamiento.


En mi condición de editor, me llegan palabras desde todos los rincones del mundo. Se acercan sigilosas, ocultas en el archivo adjunto de algún e-mail y, de repente, se despliegan ante mí y me golpean la cabeza o se hunden como raíces en el corazón. Al cabo del día las letras bailan en remolino en cada una de mis neuronas pero aún me queda tiempo para abrir la cubierta de un poemario y compartirlo con la almohada antes de escribir un soneto en la pizarra de los sueños que, por ese motivo, siempre permanecerá inédito. 


Algunos adjuntos de los que recibo son crisálidas que se transforman en la mariposa de un libro y vuelan y recorren de ojo en ojo todo el mundo. Otros, por el contrario, sufren la terrible "delete" que los condena al destierro, lejos del papel y de la encuadernadora, o al suplicio de sobrevivir en el mundo virtual entre toneladas de versos anodinos. Los menos, como si fueran orugas, se pierden ocultos en el follaje de un buzón electrónico excesivamente saturado de misivas desesperadas en busca del milagro de la publicación.


Así es mi devenir, una mezcla de poeta que intenta revelar pequeños trozos de infinito en la fotografía de sus poemas, y de cumplidor de sueños, los de aquellos que escriben y aspiran a ver publicado también esas pequeñas parcelas astrales de su interior y que en virtud del papel y de la tinta se multiplican hasta dibujar el mapa del territorio poético.


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Camino de la luz. Fernando Luis Pérez Poza

Poemas del libro "Camino de la Luz"       
Fernando Luis Pérez Poza 
ELEGÍA A UNA MUJER QUE AMÉ
 
Me ha dejado tu marcha un dolor solitario
que en muchísimo tiempo no saldrá de mis venas,
un dolor inhumano de cilicio y de espinas
que se hunde sin tregua en lo más hondo del pecho.
 
Tu risa era tan sencilla, sincera y abierta,
que cuando estallaba era cristal de mil colores
que saltaba en pedazos y llenaba de esquirlas
todos los rincones huecos de mi corazón.
 
Conocías las claves más secretas de mi alma,
sabías de memoria el mapa de mis corales,
y en el libro impreso de mis sueños eras siempre
la página más bella que jamás se escribiera.
 
Tu cuerpo era salvaje, delirante en latidos,
esencialmente puro, de fértil pedrería,
tal vez con texturas y ternuras infinitas
que nunca nadie pudiera haber imaginado.
 
Cuando descendías a la tierra y te entregabas
-tú que eras ola ardiente en mitad de la tormenta-
traías a mi vida el frenesí de las musas
y el veneno mortal  de su trémula serpiente.
 
En las tardes de invierno tus labios de alambique
destilaban pétalos de nieve y rosas blancas,
mareas desbordadas de sedas y suspiros
que me hacían sentir la luz de tus relámpagos.
 
Pero también eras ave de paso, fugaz
velero sin timón y sin vela que equivoca
el rumbo y se despeña en el abismo sin fondo
del tiempo eterno del que nunca se regresa.
 
Tus ojos eran tragaluces claros por donde
se escurría una mirada limpia y sin fronteras
en la que resonaban solemnes las campanas
del amanecer, del mediodía, del crepúsculo.
 
Ahora eres solo un recuerdo amargo y vacío,
la voluta de un humo que fluye hacia el olvido
y no sabe que detrás del último horizonte
sólo hay ventanas para mirar a la muerte.
 
Septiembre 2001© Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
COMPAÑERA
 
Compañera, hoy he visto
que en tus ojos hay gaviotas que sueñan,
llamaradas que huyen del hielo,
estrellas de ojos mansos
que derraman limosnas de luz
en el abismo roto de mis venas.
 
Y te diré que a todas horas siento
cómo tus manos amueblan mi piel
caricia a caricia,
            ternura a ternura,
                        segundo a segundo,
que a todas horas siento
el cálido roce de tus dedos,
cruzando suavemente mis fronteras,
cómo si cada poro de mi cuerpo
fuera un universo abierto al infinito rumor
de tus latidos,
                     de tus abrazos,
                                             de tus sentidos.
 
Hoy, compañera, como cada noche
de un tiempo a esta parte,
celebro haberte conocido,
saber que a veces eres
lluvia para ahogar mis penas,
tierra para sembrar mis besos,
trueno para apagar silencios.
 
Hoy, compañera, amante, amiga en la tristeza,
por encima de todo quiero decirte
que cada día que pasa
el cielo me parece aún más alto,
que no hay techo más allá de las estrellas,
y que algunas veces, cuando sueño, vuelo,
si tus alas de cometa se despliegan a la par
de la loca fantasía de mis velas.
 
Junio 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
 

MIRA EL MAR, COMPAÑERA
 
Mira el mar,
ese lienzo bordado de espejos azules
que siempre borra la huella de mis pasos,
la melodía secreta de sus olas,
el carnaval sincero de su espuma
tan triste como un sueño,
tan fugaz como un destello.
 
Es su piel un horizonte espeso,
infinito, distante, fugitivo,
laberinto de salitre
donde se muere el aire
para que puedan respirar los peces.
 
El aire,
esa agonía rota,
esa soledad hecha destino
por donde trepan
las espirales del llanto
y se derrumban los abismos del alma.
 
El alma,
ese frágil castillo de diamantes,
ese pálido arrecife o bandera blanca
que ondea en el azul de la palabra
y destila los vaivenes de la sangre.
 
Mira el mar, compañera,
que la vida es una corta espera
y yo no quiero perdérmela entera.
 
Mayo 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.


ESCUCHA
 
Escucha,
¿De dónde vienes?
¿Cuál es tu misterio?
¿En qué lugar desierto se forjaron
los ritmos frenéticos
que yo siento latir en mis huesos?
 
Las palabras estallan
como truenos profundos
en lo más hondo del corazón,
ruedan perdidas por el espacio
hasta romper la luz
y descender
por las escaleras del tiempo
para llenar de vértigo
el vacío seco y hueco
de esta soledad de piedra
que me late dentro.
 
Yo no sé nada de la vida,
ni el secreto que ocultan
las burbujas amarillas del sol,
ni los sueños infinitos que contiene
la chispa más pequeña de una estrella.
 
Yo no sé nada de la muerte,
ni del negro agujero de la nada
por donde se vierte
el acero fundido del abismo
y te muerde la fatalidad de la serpiente.
 
Yo no sé por qué ni para qué
me trajeron las aguas y los vientos
a chupar este amargo caramelo
al que no consigo quitar el papel.
 
Escucha,
¿No oyes la pregunta?
¿Adónde vamos?
¿Qué hay más allá del último horizonte?
¿Qué trenes circulan por el universo
y hacen de la muerte la única estación?
¿De qué están hechos los raíles de la eternidad?
 
Pasa la vida y no regresa,
se vuelven amarillas
las hojas del calendario,
se caen
            y vuelan a la deriva
en el impulso mágico del aire,
en la cola estremecida de un cometa,
en las luces desbocadas del otoño,
buscando el destino incierto
que destila el futuro,
ese viejo fantasma
                                                  que huye
y, a cada paso, se hace humo.
 
Escucha,
hoy suena una música
de ventanas rotas,
de balcones sin barandilla,
de horizontes ciegos,
y, también, de soledad sin fondo.
Se filtra por los huecos del alma
como si fuera humedad de musgo
adentrándose en la piedra.
Sube en espiral, remonta el vuelo
y se hace nube:
es la canoa blanca del infinito
donde navegan todas mis penas.
 
Escucha,
hoy tengo hambre de ternura,
de bancos encendidos en el parque
y manos que estallan sobre la piel,
de pechos firmes y redondos
galopando en círculo
la latitud exacta de mis dedos;
hoy tengo sed de trepar
por las colinas blancas
de unos muslos que saben
a delirio y caverna,
de hundirme
en la palpitante raíz de sus corales.
 
El mar lleno de sueños azules
apoya su larga frente en la arena,
derrumba sus viejos castillos de sal
en la espuma de las olas,
es una olla que hierve como el aceite
y evapora todas las distancias.
 
El aire sabe
a lágrimas heridas de campanas viejas,
a cristal salpicado de tinieblas,
a húmedo rocío de silencios,
y, también, a cóctel de marfiles negros.
 
Escucha,
¿Dónde está el centro de la nada?
¿En qué escollo naufragará mi vida?
¿En qué cenizas morirá mi fuego?
¿A qué distancia está el cielo?
¿Por qué las mariposas
no vuelan en invierno?
 
Manantial de preguntas que se desboca
y que siempre se quedan sin respuesta.
 
Septiembre 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
 

HAY VOCES EN EL VIENTO QUE HABLAN...
 
Hay voces en el viento que hablan,
gritos mudos que revientan en el aire
y llenan de túneles el corazón.
Son hilos de luz
que se hunden hasta el hueso,
ráfagas de campanas sordas
que retumban en la médula,
brasas tristes que salen
de la humedad de los recuerdos
y se instalan como setas
en el interior del tuétano.
 
Yo no sé qué quieren,
por qué prefieren la amargura del invierno
al dulce vendaval de primavera
que también late en mi cerebro,
por qué ocultan su rostro
bajo el musgo de la piedra
y entierran el sol en el abismo
más profundo de la pena,
si a su lado crecen las estrellas
como racimos fértiles
en las cepas desnudas de la seda.
 
Hay farmacias dormidas en el alma
que no admiten recetas de alegría,
boticas infectadas de tristeza
que contaminan las venas y los huesos
y pueblan la garganta de palomas tuertas.
Son fórmulas magistrales
que inventó el diablo
para vaciar las negras cataratas del abismo
en la corriente desbordada de mis versos.
Son cepos amargos,
sótanos anegados de negrura
que estallan en la boca
como obuses de sombras
en mitad de la noche.
 
Yo no sé cómo llegan,
cómo hunden sus raíces
en mi corazón solitario
y revuelven la salitre
fermentada del abecedario.
Yo no sé a qué han venido
ni por qué se quedan atrapados
en el azufre del calendario,
pero pienso, compañera,
que solo tus manos y tus largos abrazos
podrían hacer que se mudaran barrio.
 
Octubre 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
 

HOY MÁS QUE NUNCA...
 
De transparente luz y gaviotas fugitivas
está hecho el tiempo que late en mi cabeza,
es una herida abierta
por donde se vierten los sueños,
un tren desesperado
que camina sin remedio hacia el abismo,
una boca secreta que mastica
un horizonte de esmeraldas cóncavas.
 
El humo corre
cuando se le deja libre,
pasa y desnuda el acero del sentimiento,
una y otra vez repite
las mismas sílabas de sangre,
el alfabeto negro del dolor,
su implacable latitud de sombras
que todo lo arroja
al vertedero inmundo de la muerte.
 
El humo es el tiempo que arde
en la noria desquiciada del absurdo,
una rueda que gira y se evapora
y llena la vida de caballitos locos,
el lento carrusel de los minutos
atrapado en el viento
de mil molinos tuertos.
 
El tiempo es una flor bordada
en las húmedas solapas de la nada,
la sonrisa de un muerto
para el que no existe el mañana,
un esqueleto lleno de latitud amarga
entregado a los vaivenes del silencio.
 
Es verdad, por el musgo de su piel
corren las lagartijas de los días,
se deslizan los eslabones tristes del hielo,
resbalan hacia el vacío las risas
de todos los demonios del infierno.
 
El tiempo es una tierra sin consuelo
un negro cementerio de latidos
en mitad de la bahía del espanto.
 
Y hoy que se tambalea la luna
atravesada por las azules nostalgias
y las mareas desbocadas del destino
construyen muros de ceniza
sobre los cimientos del alma,
más que nunca, te digo, compañera,
que el tiempo, el humo y el aire
no son más que tranvías huecos
que no llevan a ninguna parte.
 
Octubre 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
 

HOJE MAIS QUE NUNCAFernando Luis Pérez Poza
 
(Tradução: Maria José Limeira)
 
De transparente luz e gaivotas fugitivas
faz-se o tempo que late em minha cabeça,
ferida aberta
por onde escorrem os sonhos,
um trem desesperado
que caminha sem remédio para o abismo,
boca secreta que mastiga
um horizonte de esmeraldas côncavas.
 
O húmus escorre
quando se vê livre,
passa e desnuda o aceiro do sentimento,
uma outra vez repete
as mesmas siglas de sangue,
o alfabeto negro da dor,
sua implacável latitude de sombras
que o empurra todo
à foz imunda da morte.
 
O húmus é o tempo que arde
no poço enlouquecido do absurdo,
uma roda que gira e se evapora
e enche a vida de cavalinhos loucos,
no lento carrossel dos minutos
montado no vento
de mil moinhos tortos.
 
O tempo é uma flor enfeitada
nos enganos úmidos do nada,
o sorriso de um morto
para quem já não existe manhã,
um esqueleto
pleno de largura amarga
entregue ao vai-e-vem do silêncio.
 
É verdade, pelo musgo de sua pele
correm os lagartos dos dias,
deslizam os elos tristes do frio,
resvalam até os vazio os risos
de todos os demônios do inferno.
 
O tempo é uma terra sem consolo,
um negro cemitério de gritos
em meio a uma baía de espanto.
 
E hoje que a lua cambaleia
atingida por azuis de nostalgias
e as marés desbocadas do destino
constroem muros de cinza
sobre os cimentos da alma,
mais que nunca, te digo, companheira,
que o tempo, o  húmus  e o ar
não são mais que bondes vazios
que não levam a parte alguma.
 
Outubro 2001
Pontevedra. Espanha.
..........
 
O texto original:
 
HOY MÁS QUE NUNCA...Fernando Luis Pérez Poza
 
De transparente luz y gaviotas fugitivas
está hecho el tiempo que late en mi cabeza,
es una herida abierta
por donde se vierten los sueños,
un tren desesperado
que camina sin remedio hacia el abismo,
una boca secreta que mastica
un horizonte de esmeraldas cóncavas.
 
El humo corre
cuando se  le deja libre,
pasa y desnuda el acero del sentimiento,
una y otra vez repite
las mismas sílabas de sangre,
el alfabeto negro del dolor,
su implacable latitud de sombras
que todo lo arroja
al vertedero inmundo de la muerte.
 
El humo es el tiempo que arde
en la noria desquiciada del absurdo,
una roda que gira y se evapora
y llena la vida de caballitos locos,
el lento carrusel de los minutos
atrapado en el viento
de mil molinos tuertos.
 
El tiempo es una flor bordada
en las húmedas solapas de la nada,
la sonrisa de un muerto
para el que no existe el mañana,
un esqueleto lleno de latitud amarga
entregado a los vaivenes del silencio.
 
Es verdad, por el musgo de su piel
corren las lagartijas de los días,
se deslizan los eslabones tristes del hielo,
resbalan hacia el vacío las risas
de todos los demonios del infierno.
 
El tiempo es una tierra sin consuelo
un negro cementerio de latidos
en mitad de la bahía del espanto.
 
y hoy que se tambalea la luna
atravesada por las azules nostalgias
y las mareas desbocadas del destino
construyen muros de ceniza
sobre los cimientos del alma,
más que nunca, te digo, compañera,
que el tiempo, el humo y el aire
no son más que tranvías huecos
que no llevan a ninguna parte.
 
Octubre 2001
Pontevedra. España.
 

Camino de la luz. Fernando Luis Pérez Poza

Fernando Luis Pérez Poza

Poemas del libro "Camino de la Luz"
     

  
Fernando Luis Pérez Poza 


ELEGÍA A UNA MUJER QUE AMÉ
 
Me ha dejado tu marcha un dolor solitario
que en muchísimo tiempo no saldrá de mis venas,
un dolor inhumano de cilicio y de espinas
que se hunde sin tregua en lo más hondo del pecho.
 
Tu risa era tan sencilla, sincera y abierta,
que cuando estallaba era cristal de mil colores
que saltaba en pedazos y llenaba de esquirlas
todos los rincones huecos de mi corazón.
 
Conocías las claves más secretas de mi alma,
sabías de memoria el mapa de mis corales,
y en el libro impreso de mis sueños eras siempre
la página más bella que jamás se escribiera.
 
Tu cuerpo era salvaje, delirante en latidos,
esencialmente puro, de fértil pedrería,
tal vez con texturas y ternuras infinitas
que nunca nadie pudiera haber imaginado.
 
Cuando descendías a la tierra y te entregabas
-tú que eras ola ardiente en mitad de la tormenta-
traías a mi vida el frenesí de las musas
y el veneno mortal  de su trémula serpiente.
 
En las tardes de invierno tus labios de alambique
destilaban pétalos de nieve y rosas blancas,
mareas desbordadas de sedas y suspiros
que me hacían sentir la luz de tus relámpagos.
 
Pero también eras ave de paso, fugaz
velero sin timón y sin vela que equivoca
el rumbo y se despeña en el abismo sin fondo
del tiempo eterno del que nunca se regresa.
 
Tus ojos eran tragaluces claros por donde
se escurría una mirada limpia y sin fronteras
en la que resonaban solemnes las campanas
del amanecer, del mediodía, del crepúsculo.
 
Ahora eres solo un recuerdo amargo y vacío,
la voluta de un humo que fluye hacia el olvido
y no sabe que detrás del último horizonte
sólo hay ventanas para mirar a la muerte.
 
Septiembre 2001© Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
COMPAÑERA
 
Compañera, hoy he visto
que en tus ojos hay gaviotas que sueñan,
llamaradas que huyen del hielo,
estrellas de ojos mansos
que derraman limosnas de luz
en el abismo roto de mis venas.
 
Y te diré que a todas horas siento
cómo tus manos amueblan mi piel
caricia a caricia,
            ternura a ternura,
                        segundo a segundo,
que a todas horas siento
el cálido roce de tus dedos,
cruzando suavemente mis fronteras,
cómo si cada poro de mi cuerpo
fuera un universo abierto al infinito rumor
de tus latidos,
                     de tus abrazos,
                                             de tus sentidos.
 
Hoy, compañera, como cada noche
de un tiempo a esta parte,
celebro haberte conocido,
saber que a veces eres
lluvia para ahogar mis penas,
tierra para sembrar mis besos,
trueno para apagar silencios.
 
Hoy, compañera, amante, amiga en la tristeza,
por encima de todo quiero decirte
que cada día que pasa
el cielo me parece aún más alto,
que no hay techo más allá de las estrellas,
y que algunas veces, cuando sueño, vuelo,
si tus alas de cometa se despliegan a la par
de la loca fantasía de mis velas.
 
Junio 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
 

MIRA EL MAR, COMPAÑERA
 
Mira el mar,
ese lienzo bordado de espejos azules
que siempre borra la huella de mis pasos,
la melodía secreta de sus olas,
el carnaval sincero de su espuma
tan triste como un sueño,
tan fugaz como un destello.
 
Es su piel un horizonte espeso,
infinito, distante, fugitivo,
laberinto de salitre
donde se muere el aire
para que puedan respirar los peces.
 
El aire,
esa agonía rota,
esa soledad hecha destino
por donde trepan
las espirales del llanto
y se derrumban los abismos del alma.
 
El alma,
ese frágil castillo de diamantes,
ese pálido arrecife o bandera blanca
que ondea en el azul de la palabra
y destila los vaivenes de la sangre.
 
Mira el mar, compañera,
que la vida es una corta espera
y yo no quiero perdérmela entera.
 
Mayo 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.


ESCUCHA
 
Escucha,
¿De dónde vienes?
¿Cuál es tu misterio?
¿En qué lugar desierto se forjaron
los ritmos frenéticos
que yo siento latir en mis huesos?
 
Las palabras estallan
como truenos profundos
en lo más hondo del corazón,
ruedan perdidas por el espacio
hasta romper la luz
y descender
por las escaleras del tiempo
para llenar de vértigo
el vacío seco y hueco
de esta soledad de piedra
que me late dentro.
 
Yo no sé nada de la vida,
ni el secreto que ocultan
las burbujas amarillas del sol,
ni los sueños infinitos que contiene
la chispa más pequeña de una estrella.
 
Yo no sé nada de la muerte,
ni del negro agujero de la nada
por donde se vierte
el acero fundido del abismo
y te muerde la fatalidad de la serpiente.
 
Yo no sé por qué ni para qué
me trajeron las aguas y los vientos
a chupar este amargo caramelo
al que no consigo quitar el papel.
 
Escucha,
¿No oyes la pregunta?
¿Adónde vamos?
¿Qué hay más allá del último horizonte?
¿Qué trenes circulan por el universo
y hacen de la muerte la única estación?
¿De qué están hechos los raíles de la eternidad?
 
Pasa la vida y no regresa,
se vuelven amarillas
las hojas del calendario,
se caen
            y vuelan a la deriva
en el impulso mágico del aire,
en la cola estremecida de un cometa,
en las luces desbocadas del otoño,
buscando el destino incierto
que destila el futuro,
ese viejo fantasma
                                                  que huye
y, a cada paso, se hace humo.
 
Escucha,
hoy suena una música
de ventanas rotas,
de balcones sin barandilla,
de horizontes ciegos,
y, también, de soledad sin fondo.
Se filtra por los huecos del alma
como si fuera humedad de musgo
adentrándose en la piedra.
Sube en espiral, remonta el vuelo
y se hace nube:
es la canoa blanca del infinito
donde navegan todas mis penas.
 
Escucha,
hoy tengo hambre de ternura,
de bancos encendidos en el parque
y manos que estallan sobre la piel,
de pechos firmes y redondos
galopando en círculo
la latitud exacta de mis dedos;
hoy tengo sed de trepar
por las colinas blancas
de unos muslos que saben
a delirio y caverna,
de hundirme
en la palpitante raíz de sus corales.
 
El mar lleno de sueños azules
apoya su larga frente en la arena,
derrumba sus viejos castillos de sal
en la espuma de las olas,
es una olla que hierve como el aceite
y evapora todas las distancias.
 
El aire sabe
a lágrimas heridas de campanas viejas,
a cristal salpicado de tinieblas,
a húmedo rocío de silencios,
y, también, a cóctel de marfiles negros.
 
Escucha,
¿Dónde está el centro de la nada?
¿En qué escollo naufragará mi vida?
¿En qué cenizas morirá mi fuego?
¿A qué distancia está el cielo?
¿Por qué las mariposas
no vuelan en invierno?
 
Manantial de preguntas que se desboca
y que siempre se quedan sin respuesta.
 
Septiembre 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
 

HAY VOCES EN EL VIENTO QUE HABLAN...
 
Hay voces en el viento que hablan,
gritos mudos que revientan en el aire
y llenan de túneles el corazón.
Son hilos de luz
que se hunden hasta el hueso,
ráfagas de campanas sordas
que retumban en la médula,
brasas tristes que salen
de la humedad de los recuerdos
y se instalan como setas
en el interior del tuétano.
 
Yo no sé qué quieren,
por qué prefieren la amargura del invierno
al dulce vendaval de primavera
que también late en mi cerebro,
por qué ocultan su rostro
bajo el musgo de la piedra
y entierran el sol en el abismo
más profundo de la pena,
si a su lado crecen las estrellas
como racimos fértiles
en las cepas desnudas de la seda.
 
Hay farmacias dormidas en el alma
que no admiten recetas de alegría,
boticas infectadas de tristeza
que contaminan las venas y los huesos
y pueblan la garganta de palomas tuertas.
Son fórmulas magistrales
que inventó el diablo
para vaciar las negras cataratas del abismo
en la corriente desbordada de mis versos.
Son cepos amargos,
sótanos anegados de negrura
que estallan en la boca
como obuses de sombras
en mitad de la noche.
 
Yo no sé cómo llegan,
cómo hunden sus raíces
en mi corazón solitario
y revuelven la salitre
fermentada del abecedario.
Yo no sé a qué han venido
ni por qué se quedan atrapados
en el azufre del calendario,
pero pienso, compañera,
que solo tus manos y tus largos abrazos
podrían hacer que se mudaran barrio.
 
Octubre 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
 

HOY MÁS QUE NUNCA...
 
De transparente luz y gaviotas fugitivas
está hecho el tiempo que late en mi cabeza,
es una herida abierta
por donde se vierten los sueños,
un tren desesperado
que camina sin remedio hacia el abismo,
una boca secreta que mastica
un horizonte de esmeraldas cóncavas.
 
El humo corre
cuando se le deja libre,
pasa y desnuda el acero del sentimiento,
una y otra vez repite
las mismas sílabas de sangre,
el alfabeto negro del dolor,
su implacable latitud de sombras
que todo lo arroja
al vertedero inmundo de la muerte.
 
El humo es el tiempo que arde
en la noria desquiciada del absurdo,
una rueda que gira y se evapora
y llena la vida de caballitos locos,
el lento carrusel de los minutos
atrapado en el viento
de mil molinos tuertos.
 
El tiempo es una flor bordada
en las húmedas solapas de la nada,
la sonrisa de un muerto
para el que no existe el mañana,
un esqueleto lleno de latitud amarga
entregado a los vaivenes del silencio.
 
Es verdad, por el musgo de su piel
corren las lagartijas de los días,
se deslizan los eslabones tristes del hielo,
resbalan hacia el vacío las risas
de todos los demonios del infierno.
 
El tiempo es una tierra sin consuelo
un negro cementerio de latidos
en mitad de la bahía del espanto.
 
Y hoy que se tambalea la luna
atravesada por las azules nostalgias
y las mareas desbocadas del destino
construyen muros de ceniza
sobre los cimientos del alma,
más que nunca, te digo, compañera,
que el tiempo, el humo y el aire
no son más que tranvías huecos
que no llevan a ninguna parte.
 
Octubre 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
 

HOJE MAIS QUE NUNCAFernando Luis Pérez Poza
 
(Tradução: Maria José Limeira)
 
De transparente luz e gaivotas fugitivas
faz-se o tempo que late em minha cabeça,
ferida aberta
por onde escorrem os sonhos,
um trem desesperado
que caminha sem remédio para o abismo,
boca secreta que mastiga
um horizonte de esmeraldas côncavas.
 
O húmus escorre
quando se vê livre,
passa e desnuda o aceiro do sentimento,
uma outra vez repete
as mesmas siglas de sangue,
o alfabeto negro da dor,
sua implacável latitude de sombras
que o empurra todo
à foz imunda da morte.
 
O húmus é o tempo que arde
no poço enlouquecido do absurdo,
uma roda que gira e se evapora
e enche a vida de cavalinhos loucos,
no lento carrossel dos minutos
montado no vento
de mil moinhos tortos.
 
O tempo é uma flor enfeitada
nos enganos úmidos do nada,
o sorriso de um morto
para quem já não existe manhã,
um esqueleto
pleno de largura amarga
entregue ao vai-e-vem do silêncio.
 
É verdade, pelo musgo de sua pele
correm os lagartos dos dias,
deslizam os elos tristes do frio,
resvalam até os vazio os risos
de todos os demônios do inferno.
 
O tempo é uma terra sem consolo,
um negro cemitério de gritos
em meio a uma baía de espanto.
 
E hoje que a lua cambaleia
atingida por azuis de nostalgias
e as marés desbocadas do destino
constroem muros de cinza
sobre os cimentos da alma,
mais que nunca, te digo, companheira,
que o tempo, o  húmus  e o ar
não são mais que bondes vazios
que não levam a parte alguma.
 
Outubro 2001
Pontevedra. Espanha.
..........
 
O texto original:
 
HOY MÁS QUE NUNCA...Fernando Luis Pérez Poza
 
De transparente luz y gaviotas fugitivas
está hecho el tiempo que late en mi cabeza,
es una herida abierta
por donde se vierten los sueños,
un tren desesperado
que camina sin remedio hacia el abismo,
una boca secreta que mastica
un horizonte de esmeraldas cóncavas.
 
El humo corre
cuando se  le deja libre,
pasa y desnuda el acero del sentimiento,
una y otra vez repite
las mismas sílabas de sangre,
el alfabeto negro del dolor,
su implacable latitud de sombras
que todo lo arroja
al vertedero inmundo de la muerte.
 
El humo es el tiempo que arde
en la noria desquiciada del absurdo,
una roda que gira y se evapora
y llena la vida de caballitos locos,
el lento carrusel de los minutos
atrapado en el viento
de mil molinos tuertos.
 
El tiempo es una flor bordada
en las húmedas solapas de la nada,
la sonrisa de un muerto
para el que no existe el mañana,
un esqueleto lleno de latitud amarga
entregado a los vaivenes del silencio.
 
Es verdad, por el musgo de su piel
corren las lagartijas de los días,
se deslizan los eslabones tristes del hielo,
resbalan hacia el vacío las risas
de todos los demonios del infierno.
 
El tiempo es una tierra sin consuelo
un negro cementerio de latidos
en mitad de la bahía del espanto.
 
y hoy que se tambalea la luna
atravesada por las azules nostalgias
y las mareas desbocadas del destino
construyen muros de ceniza
sobre los cimientos del alma,
más que nunca, te digo, compañera,
que el tiempo, el humo y el aire
no son más que tranvías huecos
que no llevan a ninguna parte.
 
Octubre 2001
Pontevedra. España.