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Libro de Aniuska. Fernando Rebollo

Esta historia, como otras muchas que he escrito, tiene como base conversaciones de chats en la #taberna Andaluza. Es un buen medio para disertar y crear historias, sobre todo cuando mis interlocutores (amigos/as) son tan imaginativos como Mercedes, o en este caso, chispita, de imaginación de las Alpujarras almerienses.


Aniuska nació una mañana fría de abril en una aldea de Brest-Lovotsk, llanuras y bosques entre pequeñas colinas que a saltos llegan a los flancos de las majestuosas montañas blancas del Norte. El Sur se muestra despejado y hacia él se internan varios caminos, uno de ellos hacia la ciudad de Brest o Brisk como le llama el padre de esta niña que lloraba cobijada entre mantas y ropas, en una cuna de madera, durante todo el día.
Dos ríos, uno más caudaloso al Oeste, el Nesbreresva, y otro algo menos, al Este, el Odeilkaya, discurren cerca de la aldea. Sus aguas bajan bulliciosas en épocas de deshielo. ¡Vasiliev!, ¡Vasiliev!, ¡ve al río a por agua!  Vasiliev es el hermano mayor de Aniuska, 6 años tenía cuando nació ella, hoy tiene 15 años, y ayuda a su padre en la confección de muebles y joyas, en los trabajos del campo, también lo acompaña a vender en las ciudades cercanas.
Primeras letras en tardes de invierno mientras fuera, la nieve lo cubría todo y la ventisca pugnaba por romper los cristales y abrir las ventanas.  Al calor de la chimenea, con la luz de candiles de petróleo, y velas, aparecieron las primeras letras de la mano de su madre, cirílico y con él las montañas, los bosques, el hielo, la nevada, el azar, las fiestas de palacio, patinar (verbo: Deslizarse o ir resbalando con patines sobre el hielo llano y muy liso). La niña sueña con el hielo, con moverse en él, se ve en su espejo. Hebreo, la religión y la identidad, su padre sueña con volver a un lugar que ni siquiera su bisabuelo conoció, pero allí lo pone, en los libros, y hasta su tío, sastre en Brest-Livotsk, sentencia "el año que viene en Jerusalén Vasiliev, el año que viene".
Pero el año que viene Jerusalén no estaba allí, sino los ríos y montañas de siempre y los fríos y los hielos y Aniuska sueña, ve su delicado cuerpo reflejado en el hielo, deslizándose en el lecho del río helado patinando al son de una música que resuena en sus adentros, un violín sereno que se abre paso entre el grisáceo cielo, entre el blanco de la nieve, entre las copas de pinos y abetos, la montaña a lo lejos, y el río que se ha detenido en el valle.
"Hola Aniuska, he adivinado tus sueños, y he venido al río a ver cómo bailas sobre el hielo, toma estos patines, póntelos" Temblaron sus piernas, casi se cae al hielo, pero sólo fue casi, porque como los perros que nadan a pesar de no haber visto nunca el agua, Aniuska parece haber nacido bailarina sobre el hielo.
Barbas canas y largas, ojos azules, alto, hombro y mano el violín y resuenan melodías, baila, baila, Aniuska.
martes, 3 de julio de 1999 8:20.
Fernando Rebollo para lavozdelacometa.org