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Proverbios. Oscar J. García López

Proverbios para disóciales,

 1: “Si ellos logran formular la pregunta adecuada, no des la respuesta que esperan que sea la correcta”
El olor a aceite requemado se impregna en las paredes, atestadas de posters de playmates de los años 80 y jugadores de fútbol cuyo recuerdo ha caído en el olvido de la memoria colectiva, que hoy los sustituye con cromos de millonarios ricos corriendo tras balones de diseño imposible. Un triste ventilador esparce el calor democráticamente entre los clientes que a esa hora de la mañana vegetan al ritmo de la canción del verano de hace cuatro veranos.
La camarera, que comenzó su turno hace media hora se fuma un cigarro mientras sirve otra copa de algo rojo mezclado con algo verde al otro ser vivo que se mantiene erguido allí. A unos metro de mi, un enano entrado en años, golpea la barra reclamando atención mientras recita un poema de Leopoldo Maria Panero.
La sensación de suciedad se hace más evidente en los sofás rojos del fondo. Situados en una esquina apenas iluminada por un foco fluorescente que parpadea cada dos minutos, el cuero parcheado y mil veces restregado enfatiza la impresión de estar en una zona avergonzada donde frecuentemente los actos denigrantes se parapetan tras la curiosidad o la necesidad.
Proverbio para disóciales,

 2: Si la verdad se predica en el telediario, prefiero la mentira y viceversa. 
Por fin, la camarera se aproxima a mi zona de la barra. Quien sabe si por piedad o porque es su trabajo. Es una mujer aparentemente joven con la mirada hastiada por una vida condenada a la irrealidad que proporciona la perspectiva de estar al otro lado.
Le digo que me ponga otra. Luego le pido fuego y le pregunto su nombre.
“Laura”.
Permanezco unos segundos callado buscando algo ingenioso que decir.
Proverbios para disóciales, 3: 

Si al hablar no has de agradar, lo mejor será callar
“Yo tuve una novia que se llamaba Laura”
 Los ojos de Laura permanecen impasibles, atenazados tras horas refugiada detrás de la trinchera de una barra, aguantando poetas de amor etílico y voceadores de sexo acelerado.
“ Me dejó por un funcionario de prisiones que al final resultó que se vestía de mujer en sus ratos libres y acabaron montando un dúo de transformismo. Hace poco estuvieron por aquí de gira. Creo que tienen bastante éxito”
Por fin una sonrisa, imperceptible, casi adivinada bajo la antipática luz del fluorescente.
El enano termina su novena copa y de un torpe salto baja del taburete. Recoge unas bolsas de Carrefour que tenía junto a la maquina tragaperras y tras comprobar que todo sigue en su sitio se despide de la concurrencia con un verso improvisado: “Grande consuelo es tener la taberna por vecina”. 
Proverbios  para disóciales,

 4: El sistema se hace más grande allí por donde tu te haces más pequeño.
Cuando sale, la luz del exterior me recuerda que todavía es de día, que es verano y que en algún lugar de esta ciudad hay dos niños de cinco y ocho años, y una mujer morena, no muy alta pero deliciosamente guapa, que me están esperando para salir de viaje hacía la costa de Cádiz, a un camping de tercera categoría donde vamos todos los veranos desde que nos conocimos en la fiesta del instituto.
Miro el reloj. Todavía me da tiempo para otra más. Miro el reloj otra vez.
Laura se apresura a atender mi necesidad. Tal vez porque ya soy el único cliente que queda por allí a esas horas, tras la marcha del enano poeta.
“Laura – le dijo – trataré de serte sincero. Porque me caes bien. Se nota que eres buena chica.”
Ella sonríe, ya sin ningún recato y aspira, inflando su ya de por sí abultado pecho y logrando que por un momento distraiga mi perorata de borracho plúmbeo.
“Me levanto durante todo el año a las seis y media de la mañana para acudir a la misma empresa de seguros donde trabajo hace diez años. Suelo atajar el camino atravesando un parque que a esas horas solo concibe el canto de algún pájaro noctambulo y el sonido de las plantas mientras crecen.
Me cruzo con las mismas caras de todas las mañanas. Conocidos desconocidos que intentan pasar desapercibidos mientras el piloto automático les conduce a sus respectivos destinos. Rutinas en las retinas de lunes a viernes.
Pero ayer me percaté que algo no estaba en su lugar. Me paré un momento y miré a mi alrededor buscando el elemento extraño, el hueco reciente o simplemente, tratando de sacudirme esa molesta sensación de ausencia.
Los bancos verdes, la fuente seca, los rosales marchitos por el calor, los carteles de advertencia prohibiendo pisar un césped que ya no crecía, las papeleras vacías, los anuncios de empleo fácil pegados en las farolas, los restos del botellón de ayer...
Durante varios minutos, y a riesgo de llegar tarde de nuevo, recorrí ese tramo del parque obsesivamente. Nada. No parecía que nada estuviera fuera de lugar, pero la impresión de que así era permanecía adherida al subconsciente.
Miré el reloj y fue entonces, durante una milésima de segundo, cuando comprendí que esa sensación de diferencia externa no era tal. No era lo que me rodeaba lo que parecía haber sufrido una mutación violenta, sino yo mismo el que sufría el cambio.
Fue justo al recordar que ese día era mi cumpleaños. Treinta. Un vértigo violento me sacudió y mi vida se proyectó durante unos segundos eternos. Fue como una señal, como un aviso. Ese día no fui a trabajar. ”
Laura cogió mi mano y me dio un beso en la mejilla, un leve roce de sus labios sobre mi barba de tres días.
“Felicidades”, y me sirvió otro vaso de lo mismo. “A esta ronda invita la casa”
Luego quise ponerme serio, enderezarme sobre el taburete y aparentar madurez, pero solo me salió un patético rictus de tristeza post coitum que a duras penas logré mantener mientras saldaba la cuenta.
Al salir del bar y volver al contacto con la realidad, la luz del sol sobre el rostro funcionó como abrelatas neuronal y las ideas volvieron a circular por mi mente. Como un preso recién salido de su condena reinsertándose a una sociedad de la que nunca formará parte pero dispuesto a intentarlo de nuevo, una vez más, consciente de que el fracaso aguarda a la vuelta de la esquina.
En el móvil varias llamadas perdidas de mi mujer y dos de mi suegra. Se impacientan por la tardanza. Hace media hora que tenía que haber vuelto. A estas horas probablemente encontremos atascos a la salida de la ciudad con dirección a la costa. La operación huida estaba en pleno apogeo esos primeros días de verano.
Proverbios  para disóciales, 5: Preferiría no hacerlo.

Proverbios. Oscar J. García López

Proverbios para disóciales,

 1: “Si ellos logran formular la pregunta adecuada, no des la respuesta que esperan que sea la correcta”
El olor a aceite requemado se impregna en las paredes, atestadas de posters de playmates de los años 80 y jugadores de fútbol cuyo recuerdo ha caído en el olvido de la memoria colectiva, que hoy los sustituye con cromos de millonarios ricos corriendo tras balones de diseño imposible. Un triste ventilador esparce el calor democráticamente entre los clientes que a esa hora de la mañana vegetan al ritmo de la canción del verano de hace cuatro veranos.
La camarera, que comenzó su turno hace media hora se fuma un cigarro mientras sirve otra copa de algo rojo mezclado con algo verde al otro ser vivo que se mantiene erguido allí. A unos metro de mi, un enano entrado en años, golpea la barra reclamando atención mientras recita un poema de Leopoldo Maria Panero.
La sensación de suciedad se hace más evidente en los sofás rojos del fondo. Situados en una esquina apenas iluminada por un foco fluorescente que parpadea cada dos minutos, el cuero parcheado y mil veces restregado enfatiza la impresión de estar en una zona avergonzada donde frecuentemente los actos denigrantes se parapetan tras la curiosidad o la necesidad.
Proverbio para disóciales,

 2: Si la verdad se predica en el telediario, prefiero la mentira y viceversa. 
Por fin, la camarera se aproxima a mi zona de la barra. Quien sabe si por piedad o porque es su trabajo. Es una mujer aparentemente joven con la mirada hastiada por una vida condenada a la irrealidad que proporciona la perspectiva de estar al otro lado.
Le digo que me ponga otra. Luego le pido fuego y le pregunto su nombre.
“Laura”.
Permanezco unos segundos callado buscando algo ingenioso que decir.
Proverbios para disóciales, 3: 

Si al hablar no has de agradar, lo mejor será callar
“Yo tuve una novia que se llamaba Laura”
 Los ojos de Laura permanecen impasibles, atenazados tras horas refugiada detrás de la trinchera de una barra, aguantando poetas de amor etílico y voceadores de sexo acelerado.
“ Me dejó por un funcionario de prisiones que al final resultó que se vestía de mujer en sus ratos libres y acabaron montando un dúo de transformismo. Hace poco estuvieron por aquí de gira. Creo que tienen bastante éxito”
Por fin una sonrisa, imperceptible, casi adivinada bajo la antipática luz del fluorescente.
El enano termina su novena copa y de un torpe salto baja del taburete. Recoge unas bolsas de Carrefour que tenía junto a la maquina tragaperras y tras comprobar que todo sigue en su sitio se despide de la concurrencia con un verso improvisado: “Grande consuelo es tener la taberna por vecina”. 
Proverbios  para disóciales,

 4: El sistema se hace más grande allí por donde tu te haces más pequeño.
Cuando sale, la luz del exterior me recuerda que todavía es de día, que es verano y que en algún lugar de esta ciudad hay dos niños de cinco y ocho años, y una mujer morena, no muy alta pero deliciosamente guapa, que me están esperando para salir de viaje hacía la costa de Cádiz, a un camping de tercera categoría donde vamos todos los veranos desde que nos conocimos en la fiesta del instituto.
Miro el reloj. Todavía me da tiempo para otra más. Miro el reloj otra vez.
Laura se apresura a atender mi necesidad. Tal vez porque ya soy el único cliente que queda por allí a esas horas, tras la marcha del enano poeta.
“Laura – le dijo – trataré de serte sincero. Porque me caes bien. Se nota que eres buena chica.”
Ella sonríe, ya sin ningún recato y aspira, inflando su ya de por sí abultado pecho y logrando que por un momento distraiga mi perorata de borracho plúmbeo.
“Me levanto durante todo el año a las seis y media de la mañana para acudir a la misma empresa de seguros donde trabajo hace diez años. Suelo atajar el camino atravesando un parque que a esas horas solo concibe el canto de algún pájaro noctambulo y el sonido de las plantas mientras crecen.
Me cruzo con las mismas caras de todas las mañanas. Conocidos desconocidos que intentan pasar desapercibidos mientras el piloto automático les conduce a sus respectivos destinos. Rutinas en las retinas de lunes a viernes.
Pero ayer me percaté que algo no estaba en su lugar. Me paré un momento y miré a mi alrededor buscando el elemento extraño, el hueco reciente o simplemente, tratando de sacudirme esa molesta sensación de ausencia.
Los bancos verdes, la fuente seca, los rosales marchitos por el calor, los carteles de advertencia prohibiendo pisar un césped que ya no crecía, las papeleras vacías, los anuncios de empleo fácil pegados en las farolas, los restos del botellón de ayer...
Durante varios minutos, y a riesgo de llegar tarde de nuevo, recorrí ese tramo del parque obsesivamente. Nada. No parecía que nada estuviera fuera de lugar, pero la impresión de que así era permanecía adherida al subconsciente.
Miré el reloj y fue entonces, durante una milésima de segundo, cuando comprendí que esa sensación de diferencia externa no era tal. No era lo que me rodeaba lo que parecía haber sufrido una mutación violenta, sino yo mismo el que sufría el cambio.
Fue justo al recordar que ese día era mi cumpleaños. Treinta. Un vértigo violento me sacudió y mi vida se proyectó durante unos segundos eternos. Fue como una señal, como un aviso. Ese día no fui a trabajar. ”
Laura cogió mi mano y me dio un beso en la mejilla, un leve roce de sus labios sobre mi barba de tres días.
“Felicidades”, y me sirvió otro vaso de lo mismo. “A esta ronda invita la casa”
Luego quise ponerme serio, enderezarme sobre el taburete y aparentar madurez, pero solo me salió un patético rictus de tristeza post coitum que a duras penas logré mantener mientras saldaba la cuenta.
Al salir del bar y volver al contacto con la realidad, la luz del sol sobre el rostro funcionó como abrelatas neuronal y las ideas volvieron a circular por mi mente. Como un preso recién salido de su condena reinsertándose a una sociedad de la que nunca formará parte pero dispuesto a intentarlo de nuevo, una vez más, consciente de que el fracaso aguarda a la vuelta de la esquina.
En el móvil varias llamadas perdidas de mi mujer y dos de mi suegra. Se impacientan por la tardanza. Hace media hora que tenía que haber vuelto. A estas horas probablemente encontremos atascos a la salida de la ciudad con dirección a la costa. La operación huida estaba en pleno apogeo esos primeros días de verano.
Proverbios  para disóciales, 5: Preferiría no hacerlo.

Proverbios. Oscar J. García López

Proverbios para disóciales,

 1: “Si ellos logran formular la pregunta adecuada, no des la respuesta que esperan que sea la correcta”
El olor a aceite requemado se impregna en las paredes, atestadas de posters de playmates de los años 80 y jugadores de fútbol cuyo recuerdo ha caído en el olvido de la memoria colectiva, que hoy los sustituye con cromos de millonarios ricos corriendo tras balones de diseño imposible. Un triste ventilador esparce el calor democráticamente entre los clientes que a esa hora de la mañana vegetan al ritmo de la canción del verano de hace cuatro veranos.
La camarera, que comenzó su turno hace media hora se fuma un cigarro mientras sirve otra copa de algo rojo mezclado con algo verde al otro ser vivo que se mantiene erguido allí. A unos metro de mi, un enano entrado en años, golpea la barra reclamando atención mientras recita un poema de Leopoldo Maria Panero.
La sensación de suciedad se hace más evidente en los sofás rojos del fondo. Situados en una esquina apenas iluminada por un foco fluorescente que parpadea cada dos minutos, el cuero parcheado y mil veces restregado enfatiza la impresión de estar en una zona avergonzada donde frecuentemente los actos denigrantes se parapetan tras la curiosidad o la necesidad.
Proverbio para disóciales,

 2: Si la verdad se predica en el telediario, prefiero la mentira y viceversa. 
Por fin, la camarera se aproxima a mi zona de la barra. Quien sabe si por piedad o porque es su trabajo. Es una mujer aparentemente joven con la mirada hastiada por una vida condenada a la irrealidad que proporciona la perspectiva de estar al otro lado.
Le digo que me ponga otra. Luego le pido fuego y le pregunto su nombre.
“Laura”.
Permanezco unos segundos callado buscando algo ingenioso que decir.
Proverbios para disóciales, 3: 

Si al hablar no has de agradar, lo mejor será callar
“Yo tuve una novia que se llamaba Laura”
 Los ojos de Laura permanecen impasibles, atenazados tras horas refugiada detrás de la trinchera de una barra, aguantando poetas de amor etílico y voceadores de sexo acelerado.
“ Me dejó por un funcionario de prisiones que al final resultó que se vestía de mujer en sus ratos libres y acabaron montando un dúo de transformismo. Hace poco estuvieron por aquí de gira. Creo que tienen bastante éxito”
Por fin una sonrisa, imperceptible, casi adivinada bajo la antipática luz del fluorescente.
El enano termina su novena copa y de un torpe salto baja del taburete. Recoge unas bolsas de Carrefour que tenía junto a la maquina tragaperras y tras comprobar que todo sigue en su sitio se despide de la concurrencia con un verso improvisado: “Grande consuelo es tener la taberna por vecina”. 
Proverbios  para disóciales,

 4: El sistema se hace más grande allí por donde tu te haces más pequeño.
Cuando sale, la luz del exterior me recuerda que todavía es de día, que es verano y que en algún lugar de esta ciudad hay dos niños de cinco y ocho años, y una mujer morena, no muy alta pero deliciosamente guapa, que me están esperando para salir de viaje hacía la costa de Cádiz, a un camping de tercera categoría donde vamos todos los veranos desde que nos conocimos en la fiesta del instituto.
Miro el reloj. Todavía me da tiempo para otra más. Miro el reloj otra vez.
Laura se apresura a atender mi necesidad. Tal vez porque ya soy el único cliente que queda por allí a esas horas, tras la marcha del enano poeta.
“Laura – le dijo – trataré de serte sincero. Porque me caes bien. Se nota que eres buena chica.”
Ella sonríe, ya sin ningún recato y aspira, inflando su ya de por sí abultado pecho y logrando que por un momento distraiga mi perorata de borracho plúmbeo.
“Me levanto durante todo el año a las seis y media de la mañana para acudir a la misma empresa de seguros donde trabajo hace diez años. Suelo atajar el camino atravesando un parque que a esas horas solo concibe el canto de algún pájaro noctambulo y el sonido de las plantas mientras crecen.
Me cruzo con las mismas caras de todas las mañanas. Conocidos desconocidos que intentan pasar desapercibidos mientras el piloto automático les conduce a sus respectivos destinos. Rutinas en las retinas de lunes a viernes.
Pero ayer me percaté que algo no estaba en su lugar. Me paré un momento y miré a mi alrededor buscando el elemento extraño, el hueco reciente o simplemente, tratando de sacudirme esa molesta sensación de ausencia.
Los bancos verdes, la fuente seca, los rosales marchitos por el calor, los carteles de advertencia prohibiendo pisar un césped que ya no crecía, las papeleras vacías, los anuncios de empleo fácil pegados en las farolas, los restos del botellón de ayer...
Durante varios minutos, y a riesgo de llegar tarde de nuevo, recorrí ese tramo del parque obsesivamente. Nada. No parecía que nada estuviera fuera de lugar, pero la impresión de que así era permanecía adherida al subconsciente.
Miré el reloj y fue entonces, durante una milésima de segundo, cuando comprendí que esa sensación de diferencia externa no era tal. No era lo que me rodeaba lo que parecía haber sufrido una mutación violenta, sino yo mismo el que sufría el cambio.
Fue justo al recordar que ese día era mi cumpleaños. Treinta. Un vértigo violento me sacudió y mi vida se proyectó durante unos segundos eternos. Fue como una señal, como un aviso. Ese día no fui a trabajar. ”
Laura cogió mi mano y me dio un beso en la mejilla, un leve roce de sus labios sobre mi barba de tres días.
“Felicidades”, y me sirvió otro vaso de lo mismo. “A esta ronda invita la casa”
Luego quise ponerme serio, enderezarme sobre el taburete y aparentar madurez, pero solo me salió un patético rictus de tristeza post coitum que a duras penas logré mantener mientras saldaba la cuenta.
Al salir del bar y volver al contacto con la realidad, la luz del sol sobre el rostro funcionó como abrelatas neuronal y las ideas volvieron a circular por mi mente. Como un preso recién salido de su condena reinsertándose a una sociedad de la que nunca formará parte pero dispuesto a intentarlo de nuevo, una vez más, consciente de que el fracaso aguarda a la vuelta de la esquina.
En el móvil varias llamadas perdidas de mi mujer y dos de mi suegra. Se impacientan por la tardanza. Hace media hora que tenía que haber vuelto. A estas horas probablemente encontremos atascos a la salida de la ciudad con dirección a la costa. La operación huida estaba en pleno apogeo esos primeros días de verano.
Proverbios  para disóciales, 5: Preferiría no hacerlo.

Proverbios. Oscar J. García López

Proverbios para disóciales,

 1: “Si ellos logran formular la pregunta adecuada, no des la respuesta que esperan que sea la correcta”
El olor a aceite requemado se impregna en las paredes, atestadas de posters de playmates de los años 80 y jugadores de fútbol cuyo recuerdo ha caído en el olvido de la memoria colectiva, que hoy los sustituye con cromos de millonarios ricos corriendo tras balones de diseño imposible. Un triste ventilador esparce el calor democráticamente entre los clientes que a esa hora de la mañana vegetan al ritmo de la canción del verano de hace cuatro veranos.
La camarera, que comenzó su turno hace media hora se fuma un cigarro mientras sirve otra copa de algo rojo mezclado con algo verde al otro ser vivo que se mantiene erguido allí. A unos metro de mi, un enano entrado en años, golpea la barra reclamando atención mientras recita un poema de Leopoldo Maria Panero.
La sensación de suciedad se hace más evidente en los sofás rojos del fondo. Situados en una esquina apenas iluminada por un foco fluorescente que parpadea cada dos minutos, el cuero parcheado y mil veces restregado enfatiza la impresión de estar en una zona avergonzada donde frecuentemente los actos denigrantes se parapetan tras la curiosidad o la necesidad.
Proverbio para disóciales,

 2: Si la verdad se predica en el telediario, prefiero la mentira y viceversa. 
Por fin, la camarera se aproxima a mi zona de la barra. Quien sabe si por piedad o porque es su trabajo. Es una mujer aparentemente joven con la mirada hastiada por una vida condenada a la irrealidad que proporciona la perspectiva de estar al otro lado.
Le digo que me ponga otra. Luego le pido fuego y le pregunto su nombre.
“Laura”.
Permanezco unos segundos callado buscando algo ingenioso que decir.
Proverbios para disóciales, 3: 

Si al hablar no has de agradar, lo mejor será callar
“Yo tuve una novia que se llamaba Laura”
 Los ojos de Laura permanecen impasibles, atenazados tras horas refugiada detrás de la trinchera de una barra, aguantando poetas de amor etílico y voceadores de sexo acelerado.
“ Me dejó por un funcionario de prisiones que al final resultó que se vestía de mujer en sus ratos libres y acabaron montando un dúo de transformismo. Hace poco estuvieron por aquí de gira. Creo que tienen bastante éxito”
Por fin una sonrisa, imperceptible, casi adivinada bajo la antipática luz del fluorescente.
El enano termina su novena copa y de un torpe salto baja del taburete. Recoge unas bolsas de Carrefour que tenía junto a la maquina tragaperras y tras comprobar que todo sigue en su sitio se despide de la concurrencia con un verso improvisado: “Grande consuelo es tener la taberna por vecina”. 
Proverbios  para disóciales,

 4: El sistema se hace más grande allí por donde tu te haces más pequeño.
Cuando sale, la luz del exterior me recuerda que todavía es de día, que es verano y que en algún lugar de esta ciudad hay dos niños de cinco y ocho años, y una mujer morena, no muy alta pero deliciosamente guapa, que me están esperando para salir de viaje hacía la costa de Cádiz, a un camping de tercera categoría donde vamos todos los veranos desde que nos conocimos en la fiesta del instituto.
Miro el reloj. Todavía me da tiempo para otra más. Miro el reloj otra vez.
Laura se apresura a atender mi necesidad. Tal vez porque ya soy el único cliente que queda por allí a esas horas, tras la marcha del enano poeta.
“Laura – le dijo – trataré de serte sincero. Porque me caes bien. Se nota que eres buena chica.”
Ella sonríe, ya sin ningún recato y aspira, inflando su ya de por sí abultado pecho y logrando que por un momento distraiga mi perorata de borracho plúmbeo.
“Me levanto durante todo el año a las seis y media de la mañana para acudir a la misma empresa de seguros donde trabajo hace diez años. Suelo atajar el camino atravesando un parque que a esas horas solo concibe el canto de algún pájaro noctambulo y el sonido de las plantas mientras crecen.
Me cruzo con las mismas caras de todas las mañanas. Conocidos desconocidos que intentan pasar desapercibidos mientras el piloto automático les conduce a sus respectivos destinos. Rutinas en las retinas de lunes a viernes.
Pero ayer me percaté que algo no estaba en su lugar. Me paré un momento y miré a mi alrededor buscando el elemento extraño, el hueco reciente o simplemente, tratando de sacudirme esa molesta sensación de ausencia.
Los bancos verdes, la fuente seca, los rosales marchitos por el calor, los carteles de advertencia prohibiendo pisar un césped que ya no crecía, las papeleras vacías, los anuncios de empleo fácil pegados en las farolas, los restos del botellón de ayer...
Durante varios minutos, y a riesgo de llegar tarde de nuevo, recorrí ese tramo del parque obsesivamente. Nada. No parecía que nada estuviera fuera de lugar, pero la impresión de que así era permanecía adherida al subconsciente.
Miré el reloj y fue entonces, durante una milésima de segundo, cuando comprendí que esa sensación de diferencia externa no era tal. No era lo que me rodeaba lo que parecía haber sufrido una mutación violenta, sino yo mismo el que sufría el cambio.
Fue justo al recordar que ese día era mi cumpleaños. Treinta. Un vértigo violento me sacudió y mi vida se proyectó durante unos segundos eternos. Fue como una señal, como un aviso. Ese día no fui a trabajar. ”
Laura cogió mi mano y me dio un beso en la mejilla, un leve roce de sus labios sobre mi barba de tres días.
“Felicidades”, y me sirvió otro vaso de lo mismo. “A esta ronda invita la casa”
Luego quise ponerme serio, enderezarme sobre el taburete y aparentar madurez, pero solo me salió un patético rictus de tristeza post coitum que a duras penas logré mantener mientras saldaba la cuenta.
Al salir del bar y volver al contacto con la realidad, la luz del sol sobre el rostro funcionó como abrelatas neuronal y las ideas volvieron a circular por mi mente. Como un preso recién salido de su condena reinsertándose a una sociedad de la que nunca formará parte pero dispuesto a intentarlo de nuevo, una vez más, consciente de que el fracaso aguarda a la vuelta de la esquina.
En el móvil varias llamadas perdidas de mi mujer y dos de mi suegra. Se impacientan por la tardanza. Hace media hora que tenía que haber vuelto. A estas horas probablemente encontremos atascos a la salida de la ciudad con dirección a la costa. La operación huida estaba en pleno apogeo esos primeros días de verano.
Proverbios  para disóciales, 5: Preferiría no hacerlo.