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Santiago Rodríguez Heredia


Deslizó su lengua muy delicadamente por cada uno de sus blancos y afilados dientes, deleitándose con el jugo que aún había en ellos. Siguió con las comisuras y finalmente, quedó satisfecha, llena de vitalidad. Aunque sabía que estaba muerta, no le daba demasiadas vueltas. Se levantó, con el pálido cuerpo completamente desnudo y caminó de puntillas hacia la ventana de la habitación, mientras jugaba con sus rizos pelirrojos, ni siquiera se limitó a mirar los cuerpos del hombre y la mujer que había en el suelo, tirados de cualquier manera. Estaba empezando a llover y la preciosa luna estaba siendo ocultada por nubarrones negros como la misma noche. "Hora de marcharse", pensó. Recogió del suelo unas medias negras, atrevidas, elegantes, que se puso con sumo cuidado de no romperlas con sus largas y cuidadas uñas; después el corsé, del mismo color, que seguía el mismo patrón de bordados; y finalmente se puso el vestido morado, complacida al ver que no tenia ni una pequeña mancha de roja sangre en él.

Con una cálida sonrisa paseaba por la desierta calle, contemplando como caían las diminutas gotitas de cristalina agua de lluvia sobre el suelo empedrado, de color gris mate, sintiendo como caían y se deslizaban por su piel, causándole un leve cosquilleo y obligándola a pestañear para evitar que molestara sus verdosos ojos. Se detuvo al instante y se inclinó en el suelo, posando la palma húmeda de la mano sobre el helado suelo, serena, paciente,... algo se acercaba... Ladeó la cabeza dibujando una sonrisa lobuna en su rostro al contemplar el gato que se acercaba a ella, totalmente blanco, resplandeciente, con el pelaje mojado. Casi no encajaba su pureza en un cuadro tan oscuro. El pequeño gatito se acerco a ella con mucha cautela y emitió un solo y simple maullido, casi gutural en el silencio de la noche, interrumpido solo por el repiquetear del agua cayendo sobre la ciudad. Al instante salió corriendo y se perdió entre los callejones. Como si nada hubiera pasado, se incorporó y siguió su camino hacia la oscura nada, relamiéndose los labios mientras pensaba en los ojos ambarinos del felino, blanco como la nieve. Sin saber por qué apresuró el paso: ¿qué podía temer un ser inmortal como ella en una simple ciudad de nobles? Sonrió ante su lógica, satisfecha de si misma, pero no disminuyó la velocidad de la pequeña carrera...



Sorbió por la nariz y dejó la pluma a un lado con sumo cuidado de no manchar nada, se levantó con intención de estirar los músculos y miró a su alrededor: era noche avanzada y una luna menguante brillaba con fuerza justo arriba suya, apenas habían estrellas en el oscuro e inmenso cielo. Echó una rápida mirada a su alrededor, todo parecía estar en orden en la terraza... su peto, su yelmo, su armadura, su espada y su escudo yacían en el rincón donde él los había dejado, custodiados por un pequeño y oscuro gato de ojos lechosos enfermos y blancos. Le dedicó una pequeña sonrisa, era todo lo contrario al gato que describía en su relato. Se acercó a un extremo de la terraza y se apoyó en la barandilla, contemplando la ciudad que, aun a altas horas de la noche estaba llena de vida y ruidos que provenían de las tabernas locales. "Pobres... - susurró - ¡Si supieran lo que se les viene encima!". Volvió y entró en la pequeña y ahora solitaria casa, echó leña al fuego y llamó a la pequeña gatita por su nombre : "Kat, Kat ven...ya basta de escribir por hoy, estoy agotado y mañana hay que preparar muchas cosas" Asintió al contemplar que la felina le obedecía y acudía al sillón donde estaba él, cerca de la chimenea. Desde hacia tiempo hablaba con su gata, era lo único que le quedaba y no veía nada raro en ello. Cerró los ojos, intentando conciliar el sueño, pensando en el relato que estaba escribiendo hasta que por fin pudo dormir, escuchando el ronroneo de Kat, su gata ciega...



Pálida, reluciente, hermosa, como todas las noches has salido a dar un paseo nocturno, atraes todas las miradas y por supuesto también la mía, embobado te observo desde lejos aunque sé que nunca podría alcanzarte...me ignoras, nunca me ha importado que lo hagan, pero no puedo darme por vencido contigo, me gustaría olvidarte y no volver a sufrir más observando tu rostro y a la vez me gustaría tenerte solo para mi, dulce tortura de lágrimas en vano, pues nunca nada cambiará, ni siquiera se si lo que siento existe o es todo producto de una locura enfermiza...ojos vidriosos, corazón agitado, palmas sudorosas, síntomas cambiantes que sufro mientras contemplo la preciosa Luna, envuelta en su propia escolta de grisáceas nubes que la esconden y la quieren solo para ellas, me despido de ti, como todas las noches, paciente y esperando que todo esto acabe algún día.



Vagabundo de la noche escribo letras prohibidas a la luna llena, preso de una dulce locura de la que no me quiero separar aun que sé que me está matando poco a poco... Frío, calor, luz, oscuridad...nada tiene sentido ya, he conseguido adaptarme a todas las situaciones con frialdad, y aun así tus ojos pueden hacer que me derrumbe en apenas unas décimas de segundo. Crueldad...sé que soy cruel, a pesar de todo no puedes cambiarme, ojalá pudieras hacerlo...hacer desaparecer con un pequeño chasquido todos estos inútiles sentimientos que nada tienen que ver conmigo y que yo mismo no puedo evitar. Por la silenciosa calle observo el viento pasar, susurrándome al oído lo débil que soy por tu culpa, susurrándome que me aleje de ti de una vez, sonrío y asiento completamente convencido de dejarte marchar, de librarte de mi puesto que solo soy un gran y oscuro problema... pero entonces vuelvo a ver esos pequeños, inteligentes y oscuros ojos...entonces sé que no puedo hacerlo, me doy la vuelta y vuelvo a mi oscuro rincón debajo de la fría nada, maldiciendo al escuchar como el viento susurrante se burla y se ríe de mi...

Santiago Rodríguez Heredia


Deslizó su lengua muy delicadamente por cada uno de sus blancos y afilados dientes, deleitándose con el jugo que aún había en ellos. Siguió con las comisuras y finalmente, quedó satisfecha, llena de vitalidad. Aunque sabía que estaba muerta, no le daba demasiadas vueltas. Se levantó, con el pálido cuerpo completamente desnudo y caminó de puntillas hacia la ventana de la habitación, mientras jugaba con sus rizos pelirrojos, ni siquiera se limitó a mirar los cuerpos del hombre y la mujer que había en el suelo, tirados de cualquier manera. Estaba empezando a llover y la preciosa luna estaba siendo ocultada por nubarrones negros como la misma noche. "Hora de marcharse", pensó. Recogió del suelo unas medias negras, atrevidas, elegantes, que se puso con sumo cuidado de no romperlas con sus largas y cuidadas uñas; después el corsé, del mismo color, que seguía el mismo patrón de bordados; y finalmente se puso el vestido morado, complacida al ver que no tenia ni una pequeña mancha de roja sangre en él.

Con una cálida sonrisa paseaba por la desierta calle, contemplando como caían las diminutas gotitas de cristalina agua de lluvia sobre el suelo empedrado, de color gris mate, sintiendo como caían y se deslizaban por su piel, causándole un leve cosquilleo y obligándola a pestañear para evitar que molestara sus verdosos ojos. Se detuvo al instante y se inclinó en el suelo, posando la palma húmeda de la mano sobre el helado suelo, serena, paciente,... algo se acercaba... Ladeó la cabeza dibujando una sonrisa lobuna en su rostro al contemplar el gato que se acercaba a ella, totalmente blanco, resplandeciente, con el pelaje mojado. Casi no encajaba su pureza en un cuadro tan oscuro. El pequeño gatito se acerco a ella con mucha cautela y emitió un solo y simple maullido, casi gutural en el silencio de la noche, interrumpido solo por el repiquetear del agua cayendo sobre la ciudad. Al instante salió corriendo y se perdió entre los callejones. Como si nada hubiera pasado, se incorporó y siguió su camino hacia la oscura nada, relamiéndose los labios mientras pensaba en los ojos ambarinos del felino, blanco como la nieve. Sin saber por qué apresuró el paso: ¿qué podía temer un ser inmortal como ella en una simple ciudad de nobles? Sonrió ante su lógica, satisfecha de si misma, pero no disminuyó la velocidad de la pequeña carrera...



Sorbió por la nariz y dejó la pluma a un lado con sumo cuidado de no manchar nada, se levantó con intención de estirar los músculos y miró a su alrededor: era noche avanzada y una luna menguante brillaba con fuerza justo arriba suya, apenas habían estrellas en el oscuro e inmenso cielo. Echó una rápida mirada a su alrededor, todo parecía estar en orden en la terraza... su peto, su yelmo, su armadura, su espada y su escudo yacían en el rincón donde él los había dejado, custodiados por un pequeño y oscuro gato de ojos lechosos enfermos y blancos. Le dedicó una pequeña sonrisa, era todo lo contrario al gato que describía en su relato. Se acercó a un extremo de la terraza y se apoyó en la barandilla, contemplando la ciudad que, aun a altas horas de la noche estaba llena de vida y ruidos que provenían de las tabernas locales. "Pobres... - susurró - ¡Si supieran lo que se les viene encima!". Volvió y entró en la pequeña y ahora solitaria casa, echó leña al fuego y llamó a la pequeña gatita por su nombre : "Kat, Kat ven...ya basta de escribir por hoy, estoy agotado y mañana hay que preparar muchas cosas" Asintió al contemplar que la felina le obedecía y acudía al sillón donde estaba él, cerca de la chimenea. Desde hacia tiempo hablaba con su gata, era lo único que le quedaba y no veía nada raro en ello. Cerró los ojos, intentando conciliar el sueño, pensando en el relato que estaba escribiendo hasta que por fin pudo dormir, escuchando el ronroneo de Kat, su gata ciega...



Pálida, reluciente, hermosa, como todas las noches has salido a dar un paseo nocturno, atraes todas las miradas y por supuesto también la mía, embobado te observo desde lejos aunque sé que nunca podría alcanzarte...me ignoras, nunca me ha importado que lo hagan, pero no puedo darme por vencido contigo, me gustaría olvidarte y no volver a sufrir más observando tu rostro y a la vez me gustaría tenerte solo para mi, dulce tortura de lágrimas en vano, pues nunca nada cambiará, ni siquiera se si lo que siento existe o es todo producto de una locura enfermiza...ojos vidriosos, corazón agitado, palmas sudorosas, síntomas cambiantes que sufro mientras contemplo la preciosa Luna, envuelta en su propia escolta de grisáceas nubes que la esconden y la quieren solo para ellas, me despido de ti, como todas las noches, paciente y esperando que todo esto acabe algún día.



Vagabundo de la noche escribo letras prohibidas a la luna llena, preso de una dulce locura de la que no me quiero separar aun que sé que me está matando poco a poco... Frío, calor, luz, oscuridad...nada tiene sentido ya, he conseguido adaptarme a todas las situaciones con frialdad, y aun así tus ojos pueden hacer que me derrumbe en apenas unas décimas de segundo. Crueldad...sé que soy cruel, a pesar de todo no puedes cambiarme, ojalá pudieras hacerlo...hacer desaparecer con un pequeño chasquido todos estos inútiles sentimientos que nada tienen que ver conmigo y que yo mismo no puedo evitar. Por la silenciosa calle observo el viento pasar, susurrándome al oído lo débil que soy por tu culpa, susurrándome que me aleje de ti de una vez, sonrío y asiento completamente convencido de dejarte marchar, de librarte de mi puesto que solo soy un gran y oscuro problema... pero entonces vuelvo a ver esos pequeños, inteligentes y oscuros ojos...entonces sé que no puedo hacerlo, me doy la vuelta y vuelvo a mi oscuro rincón debajo de la fría nada, maldiciendo al escuchar como el viento susurrante se burla y se ríe de mi...

Santiago Rodríguez Heredia


Deslizó su lengua muy delicadamente por cada uno de sus blancos y afilados dientes, deleitándose con el jugo que aún había en ellos. Siguió con las comisuras y finalmente, quedó satisfecha, llena de vitalidad. Aunque sabía que estaba muerta, no le daba demasiadas vueltas. Se levantó, con el pálido cuerpo completamente desnudo y caminó de puntillas hacia la ventana de la habitación, mientras jugaba con sus rizos pelirrojos, ni siquiera se limitó a mirar los cuerpos del hombre y la mujer que había en el suelo, tirados de cualquier manera. Estaba empezando a llover y la preciosa luna estaba siendo ocultada por nubarrones negros como la misma noche. "Hora de marcharse", pensó. Recogió del suelo unas medias negras, atrevidas, elegantes, que se puso con sumo cuidado de no romperlas con sus largas y cuidadas uñas; después el corsé, del mismo color, que seguía el mismo patrón de bordados; y finalmente se puso el vestido morado, complacida al ver que no tenia ni una pequeña mancha de roja sangre en él.

Con una cálida sonrisa paseaba por la desierta calle, contemplando como caían las diminutas gotitas de cristalina agua de lluvia sobre el suelo empedrado, de color gris mate, sintiendo como caían y se deslizaban por su piel, causándole un leve cosquilleo y obligándola a pestañear para evitar que molestara sus verdosos ojos. Se detuvo al instante y se inclinó en el suelo, posando la palma húmeda de la mano sobre el helado suelo, serena, paciente,... algo se acercaba... Ladeó la cabeza dibujando una sonrisa lobuna en su rostro al contemplar el gato que se acercaba a ella, totalmente blanco, resplandeciente, con el pelaje mojado. Casi no encajaba su pureza en un cuadro tan oscuro. El pequeño gatito se acerco a ella con mucha cautela y emitió un solo y simple maullido, casi gutural en el silencio de la noche, interrumpido solo por el repiquetear del agua cayendo sobre la ciudad. Al instante salió corriendo y se perdió entre los callejones. Como si nada hubiera pasado, se incorporó y siguió su camino hacia la oscura nada, relamiéndose los labios mientras pensaba en los ojos ambarinos del felino, blanco como la nieve. Sin saber por qué apresuró el paso: ¿qué podía temer un ser inmortal como ella en una simple ciudad de nobles? Sonrió ante su lógica, satisfecha de si misma, pero no disminuyó la velocidad de la pequeña carrera...



Sorbió por la nariz y dejó la pluma a un lado con sumo cuidado de no manchar nada, se levantó con intención de estirar los músculos y miró a su alrededor: era noche avanzada y una luna menguante brillaba con fuerza justo arriba suya, apenas habían estrellas en el oscuro e inmenso cielo. Echó una rápida mirada a su alrededor, todo parecía estar en orden en la terraza... su peto, su yelmo, su armadura, su espada y su escudo yacían en el rincón donde él los había dejado, custodiados por un pequeño y oscuro gato de ojos lechosos enfermos y blancos. Le dedicó una pequeña sonrisa, era todo lo contrario al gato que describía en su relato. Se acercó a un extremo de la terraza y se apoyó en la barandilla, contemplando la ciudad que, aun a altas horas de la noche estaba llena de vida y ruidos que provenían de las tabernas locales. "Pobres... - susurró - ¡Si supieran lo que se les viene encima!". Volvió y entró en la pequeña y ahora solitaria casa, echó leña al fuego y llamó a la pequeña gatita por su nombre : "Kat, Kat ven...ya basta de escribir por hoy, estoy agotado y mañana hay que preparar muchas cosas" Asintió al contemplar que la felina le obedecía y acudía al sillón donde estaba él, cerca de la chimenea. Desde hacia tiempo hablaba con su gata, era lo único que le quedaba y no veía nada raro en ello. Cerró los ojos, intentando conciliar el sueño, pensando en el relato que estaba escribiendo hasta que por fin pudo dormir, escuchando el ronroneo de Kat, su gata ciega...



Pálida, reluciente, hermosa, como todas las noches has salido a dar un paseo nocturno, atraes todas las miradas y por supuesto también la mía, embobado te observo desde lejos aunque sé que nunca podría alcanzarte...me ignoras, nunca me ha importado que lo hagan, pero no puedo darme por vencido contigo, me gustaría olvidarte y no volver a sufrir más observando tu rostro y a la vez me gustaría tenerte solo para mi, dulce tortura de lágrimas en vano, pues nunca nada cambiará, ni siquiera se si lo que siento existe o es todo producto de una locura enfermiza...ojos vidriosos, corazón agitado, palmas sudorosas, síntomas cambiantes que sufro mientras contemplo la preciosa Luna, envuelta en su propia escolta de grisáceas nubes que la esconden y la quieren solo para ellas, me despido de ti, como todas las noches, paciente y esperando que todo esto acabe algún día.



Vagabundo de la noche escribo letras prohibidas a la luna llena, preso de una dulce locura de la que no me quiero separar aun que sé que me está matando poco a poco... Frío, calor, luz, oscuridad...nada tiene sentido ya, he conseguido adaptarme a todas las situaciones con frialdad, y aun así tus ojos pueden hacer que me derrumbe en apenas unas décimas de segundo. Crueldad...sé que soy cruel, a pesar de todo no puedes cambiarme, ojalá pudieras hacerlo...hacer desaparecer con un pequeño chasquido todos estos inútiles sentimientos que nada tienen que ver conmigo y que yo mismo no puedo evitar. Por la silenciosa calle observo el viento pasar, susurrándome al oído lo débil que soy por tu culpa, susurrándome que me aleje de ti de una vez, sonrío y asiento completamente convencido de dejarte marchar, de librarte de mi puesto que solo soy un gran y oscuro problema... pero entonces vuelvo a ver esos pequeños, inteligentes y oscuros ojos...entonces sé que no puedo hacerlo, me doy la vuelta y vuelvo a mi oscuro rincón debajo de la fría nada, maldiciendo al escuchar como el viento susurrante se burla y se ríe de mi...