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SEPTIEMBRE EN LOS ARMARIOS. RAMÓN MARTÍNEZ LÓPEZ



SEPTIEMBRE EN LOS ARMARIOS


Volver a la tierra, a los lugares con los que se soñó alguna vez, ese pueblo bañado por el mar o quizá por un riachuelo cristalino, un bosque, una alameda, o, simplemente aislado en su soledad contenida es siempre una manera de sentir la vida en todos sus órdenes. Sucedió que un día ya lejano anduve por Fuente Vaqueros y los versos de Federico García Lorca me asaltaron fieros, luminosos, abrasadores. Allí todo fue distinto, todo calma y silencio, clamor de ausencias. Corría el mes de septiembre de un año cualquiera, en Fuente Vaqueros, en alma pura del poeta las horas se hicieron infinitas, deslumbradoras. Ahora, muchos años después, la poesía de otro poeta, vuelve a cruzarse en mi camino, y es septiembre el elegido, el mes de la nostalgia, de la melancolía y el recuerdo que brama en los adentros del poeta. “Septiembre en los armarios” es el poemario objeto de atención en esta ocasión, obra de Ramón Martínez López (Fuente Vaqueros, Granada, 1975), con la que fue finalista del XXIX Certamen de Poesía Villa de Peligros. Ya desde el primer poema, que da título al poemario, el poeta desvela sus intenciones cuando escribe: «Tengo nuestro septiembre en los armarios. / No me atrevo a sacarlo por si llueve / y se me oxidan recuerdos y nostalgias / o se me cuartea el rostro en la cartera». Es el amor que surge como un huracán y que crece y crece en el interior del poeta y que no puede silenciar ya: «Cómo negarte que te quiero, / que la vida sin ti carece de sentido / y cómo no pensar, mirándote a los ojos, / que este diciembre será el mes de tu sonrisa». El tiempo que todo lo afianza y que el poeta sabe bien que ha de transcurrir, sucederse hasta alcanzar el destino deseado, su destino, el camino que le llevará al amor definitivo, la verdad absoluta, su verdad. La observación del cosmos es una necesidad del poeta, el conocimiento y la reflexión de cuanto sucede a su alrededor, las claves sobre las que se asienta su universo poético: «De tanto girar el mundo ha perdido la cordura / y yo, loco insomne, no encuentro el sentido de otra risa / en esta noche de silencios varios / en que un desierto de sombras juegan a quererse». El poeta en su soledad toda, al cuidado de los días y las noches que se suceden monótonas, y que engrandecen su vital experiencia. De ahí que se rebele y se pronuncie contra lo que no quiere: «Yo no quiero rosas mutiladas / ni cualquier otra flor sin sus espinas. / Yo no quiero perfumes que sepan a mañana / ni aromas de un quizás con sabor a despedida». El amor sin condiciones, del “yo” al “tú” trascendido en el “nosotros”, que todo lo transforma y lo altera, irremediablemente: «Amarse, Amarse, Amarse / hasta descubrir en tu boca / que la noche en que no estás / tiembla mi noche». Es la entrega al otro hasta sentirse uno sólo y único cuerpo, una sola alma: «Esta tarde, será por siempre nuestra tarde / y nosotros, amantes de un instante eterno». La eternidad al fin, en el amor, en la infinitud del tiempo, incluso en la tristeza de los días, en el dolor de la espera. Así el poeta, en este viaje iniciático, aprendiz de hombre y de poeta, se mira hacia adentro para descubrirse y descubrir el mundo, la hostil realidad que le rodea. Ya su canto contra las despedidas, contra la ausencia del amor y los recuerdos, esa creciente nostalgia incrustada en lo más hondo del ser: «Navegar no es más que asumir la despedida / por ese mar-espejo que mece los recuerdos. […] Y entonces yo descubro el enigma del naufragio: / no hay horizontes más allá de tu cintura / ni paraísos celestes al margen de tu risa. / Naufragar es alcanzar la victoria». El amor en sus más variadas representaciones, en los recuerdos que trascienden tras el tiempo transcurrido, el amor soledad y el silencio, siempre el poeta alumbrando el territorio de la vida, imaginando otros universos: «Quizá nunca deambule por Walt Street, / absorto en el frenético bullicio / de ese universo enumerado de oficinas. / Quizá nunca pase una noche en Manhattan, / ni surque las aguas del Hudson, ni acarice tus pechos en el piso 40 de mi vida. / Quizá, sólo quizá, tal vez nunca, todavía». Pero después de todo, de la vida misma, de sus sombras y sus luces, el poeta siente el paso del tiempo y en él se mira para saberse vivo, en los orígenes de la existencia y la memoria: «Entonces, recuerdo al niño que deshojaba margaritas / y soñaba versos imposibles / en la soledad de centinela  de la bañera. / Y por más que quiero, las orillas / se me antojan lejanas y distantes. / Y es que de todo comienza a hacer ya bastante tiempo».


 Título: Septiembre en los armarios
 Autor: Ramón Martínez López  
 Edita: Alhulia (Salobreña, Granada, 2015)    

SEPTIEMBRE EN LOS ARMARIOS. RAMÓN MARTÍNEZ LÓPEZ



SEPTIEMBRE EN LOS ARMARIOS


Volver a la tierra, a los lugares con los que se soñó alguna vez, ese pueblo bañado por el mar o quizá por un riachuelo cristalino, un bosque, una alameda, o, simplemente aislado en su soledad contenida es siempre una manera de sentir la vida en todos sus órdenes. Sucedió que un día ya lejano anduve por Fuente Vaqueros y los versos de Federico García Lorca me asaltaron fieros, luminosos, abrasadores. Allí todo fue distinto, todo calma y silencio, clamor de ausencias. Corría el mes de septiembre de un año cualquiera, en Fuente Vaqueros, en alma pura del poeta las horas se hicieron infinitas, deslumbradoras. Ahora, muchos años después, la poesía de otro poeta, vuelve a cruzarse en mi camino, y es septiembre el elegido, el mes de la nostalgia, de la melancolía y el recuerdo que brama en los adentros del poeta. “Septiembre en los armarios” es el poemario objeto de atención en esta ocasión, obra de Ramón Martínez López (Fuente Vaqueros, Granada, 1975), con la que fue finalista del XXIX Certamen de Poesía Villa de Peligros. Ya desde el primer poema, que da título al poemario, el poeta desvela sus intenciones cuando escribe: «Tengo nuestro septiembre en los armarios. / No me atrevo a sacarlo por si llueve / y se me oxidan recuerdos y nostalgias / o se me cuartea el rostro en la cartera». Es el amor que surge como un huracán y que crece y crece en el interior del poeta y que no puede silenciar ya: «Cómo negarte que te quiero, / que la vida sin ti carece de sentido / y cómo no pensar, mirándote a los ojos, / que este diciembre será el mes de tu sonrisa». El tiempo que todo lo afianza y que el poeta sabe bien que ha de transcurrir, sucederse hasta alcanzar el destino deseado, su destino, el camino que le llevará al amor definitivo, la verdad absoluta, su verdad. La observación del cosmos es una necesidad del poeta, el conocimiento y la reflexión de cuanto sucede a su alrededor, las claves sobre las que se asienta su universo poético: «De tanto girar el mundo ha perdido la cordura / y yo, loco insomne, no encuentro el sentido de otra risa / en esta noche de silencios varios / en que un desierto de sombras juegan a quererse». El poeta en su soledad toda, al cuidado de los días y las noches que se suceden monótonas, y que engrandecen su vital experiencia. De ahí que se rebele y se pronuncie contra lo que no quiere: «Yo no quiero rosas mutiladas / ni cualquier otra flor sin sus espinas. / Yo no quiero perfumes que sepan a mañana / ni aromas de un quizás con sabor a despedida». El amor sin condiciones, del “yo” al “tú” trascendido en el “nosotros”, que todo lo transforma y lo altera, irremediablemente: «Amarse, Amarse, Amarse / hasta descubrir en tu boca / que la noche en que no estás / tiembla mi noche». Es la entrega al otro hasta sentirse uno sólo y único cuerpo, una sola alma: «Esta tarde, será por siempre nuestra tarde / y nosotros, amantes de un instante eterno». La eternidad al fin, en el amor, en la infinitud del tiempo, incluso en la tristeza de los días, en el dolor de la espera. Así el poeta, en este viaje iniciático, aprendiz de hombre y de poeta, se mira hacia adentro para descubrirse y descubrir el mundo, la hostil realidad que le rodea. Ya su canto contra las despedidas, contra la ausencia del amor y los recuerdos, esa creciente nostalgia incrustada en lo más hondo del ser: «Navegar no es más que asumir la despedida / por ese mar-espejo que mece los recuerdos. […] Y entonces yo descubro el enigma del naufragio: / no hay horizontes más allá de tu cintura / ni paraísos celestes al margen de tu risa. / Naufragar es alcanzar la victoria». El amor en sus más variadas representaciones, en los recuerdos que trascienden tras el tiempo transcurrido, el amor soledad y el silencio, siempre el poeta alumbrando el territorio de la vida, imaginando otros universos: «Quizá nunca deambule por Walt Street, / absorto en el frenético bullicio / de ese universo enumerado de oficinas. / Quizá nunca pase una noche en Manhattan, / ni surque las aguas del Hudson, ni acarice tus pechos en el piso 40 de mi vida. / Quizá, sólo quizá, tal vez nunca, todavía». Pero después de todo, de la vida misma, de sus sombras y sus luces, el poeta siente el paso del tiempo y en él se mira para saberse vivo, en los orígenes de la existencia y la memoria: «Entonces, recuerdo al niño que deshojaba margaritas / y soñaba versos imposibles / en la soledad de centinela  de la bañera. / Y por más que quiero, las orillas / se me antojan lejanas y distantes. / Y es que de todo comienza a hacer ya bastante tiempo».


 Título: Septiembre en los armarios
 Autor: Ramón Martínez López  
 Edita: Alhulia (Salobreña, Granada, 2015)