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Pasiones y penumbras. José Lupiáñez



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez. 

Pasiones y penumbras. José Lupiáñez



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez. 

Pasiones y penumbras. José Lupiáñez



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez.