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San Valentín. Maribel Cerezuela

Cerró la puerta, dejó la cartera y las llaves en la mesita del recibidor y pasó a la cocina. Como cada día, el sol entraba a esa hora dando luz y calor. Le habían dejado una caja azul enorme, con agujeros estratégicos, encima de la mesa. En un lateral una nota: Ricardo, me ha dicho el repartidor de Seur que perdones la urgencia, que saben que San Valentín es dentro de tres días, pero que están saturados de trabajo; que lo entenderías. Como te conocen desde hace años, se han permitido traerte el regalo que le han encargado antes de lo acordado. Que les perdones la osadía. Un saludo. Manuela.


Abrió la caja con cuidado y quedó sorprendido de la belleza de la planta. La observó un rato y se fue a ver la televisión. Si algo le gustaba, o tal vez, lo que más le gustaba, era ver el telediario mientras almorzaba. Zapeó un momento, cansado de las mismas noticias de siempre que no cambiaban para nada la situación ya de por sí caótica, y se encontró con que la CNN hablaba de un desplazamiento glacial que, al parecer, se iba acercando mucho más deprisa de lo que los analistas habían predecido. Londres corría un serio peligro. Pusieron una fotografía retocada con photoshop de lo que sería la isla en menos de dos años. Cerró la televisión y se acostó a echar la siesta.


Manuela, como era su costumbre, llegó el viernes por la mañana, abrió la puerta y pasó directamente a cambiarse. En la mesa de la cocina la planta seguía bella, fragante. Desconocía su procedencia ni cómo se llamaba. Pasó a la habitación dormitorio y gritó: ¡Ricardo! ¿a qué hora te acostaste anoche?


¿Te vistes y nos vamos a comer? Le zarandeó el hombro y se conmovió viendo lo pálido que estaba. Vaya nochecita. Corrió la cortina, subió la persiana y se volvió a mirarlo. En ese momento un ciempiés caminaba por encima de la almohada. ¡Ricardo¡