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LA INVENCIÓN DE LA RUEDA. POEMAS DEL AMOR ODHRITA

AUTOR: ÁNGEL DE UTERA





POEMAS DEL AMOR ODHRITA


SOLAPA presentación de la obra por  Ángel Simón Collado

Ángel de Utrera, escritor’. Con estas palabras apuntamos la excelencia máxima, la areté, del desarrollo artístico del autor. El lector puede elegir en cuál de sus obras alcanza ya la entelequia, el fin último en la dinámica de las potencialidades de su forma, el acto total, puro, plenitud que hemos querido designar con la expresión Ángel de Utrera, escritor’.
Aquí ofrecemos al lector dos títulos. Constituyen dos momentos en la dynamis del escritor. “La invención de la rueda”, inédita hasta hoy, es la primera obra en su narrativa (si cabe clasificar sus obras en este género o, si fuera así, introducir en él, en la taxonomía de ese género literario, una nueva especie donde colocarlas); es decir, el principio temporal y germen de su novelística. Primer brote en el árbol de su arte.
Bucear después de tantos años por territorios lejanos de nuestro pasado, puede resultar una experiencia desconcertante: nos introducimos como un extraño en nuestro tiempo anterior cuando ya nos es ajeno, o este extraño ser que fuimos se nos presenta como un forastero inesperado en los domicilios de hoy. Solo un espíritu de buena filosofía, de buena metafísica, de buena espiritualidad, sabe recolocar todas las aparentes mónadas en que se compartimentan los periodos temporales que recordamos, para alcanzar la entelequia de una única mónada vital. “La invención de la rueda”, el primer fruto en ese árbol en el que invitamos al lector a descubrir el aroma, el sabor, el impulso intelectual de un alma que recorrerá, en el arte, todo el camino propio de un hombre que busca la plenitud, gentil y difícil, en la belleza y la reflexión; plenitud del Mundo, del Intelecto y del Amor, cuando se es un solitario, un desterrado del Paraíso.
La segunda obra, “Poemas del Amor Odhrita” es un repertorio poético. La obra en verso de Ángel de Utrera complementa su obra en prosa como un pendant brillante. Aquí, el amor es el tema principal. Un amor que hay que entender en el sentido de la frase que remata el párrafo anterior. En realidad, son versiones, ramas desgajadas, desechadas, de las composiciones que consideró definitivas y recogió en su obra editada: “Las Horas Purpúreas”. La invitación que hicimos para la prosa la repetimos para su poesía.



LA INVENCIÓN DE LA RUEDA. POEMAS DEL AMOR ODHRITA

AUTOR: ÁNGEL DE UTERA





POEMAS DEL AMOR ODHRITA


SOLAPA presentación de la obra por  Ángel Simón Collado

Ángel de Utrera, escritor’. Con estas palabras apuntamos la excelencia máxima, la areté, del desarrollo artístico del autor. El lector puede elegir en cuál de sus obras alcanza ya la entelequia, el fin último en la dinámica de las potencialidades de su forma, el acto total, puro, plenitud que hemos querido designar con la expresión Ángel de Utrera, escritor’.
Aquí ofrecemos al lector dos títulos. Constituyen dos momentos en la dynamis del escritor. “La invención de la rueda”, inédita hasta hoy, es la primera obra en su narrativa (si cabe clasificar sus obras en este género o, si fuera así, introducir en él, en la taxonomía de ese género literario, una nueva especie donde colocarlas); es decir, el principio temporal y germen de su novelística. Primer brote en el árbol de su arte.
Bucear después de tantos años por territorios lejanos de nuestro pasado, puede resultar una experiencia desconcertante: nos introducimos como un extraño en nuestro tiempo anterior cuando ya nos es ajeno, o este extraño ser que fuimos se nos presenta como un forastero inesperado en los domicilios de hoy. Solo un espíritu de buena filosofía, de buena metafísica, de buena espiritualidad, sabe recolocar todas las aparentes mónadas en que se compartimentan los periodos temporales que recordamos, para alcanzar la entelequia de una única mónada vital. “La invención de la rueda”, el primer fruto en ese árbol en el que invitamos al lector a descubrir el aroma, el sabor, el impulso intelectual de un alma que recorrerá, en el arte, todo el camino propio de un hombre que busca la plenitud, gentil y difícil, en la belleza y la reflexión; plenitud del Mundo, del Intelecto y del Amor, cuando se es un solitario, un desterrado del Paraíso.
La segunda obra, “Poemas del Amor Odhrita” es un repertorio poético. La obra en verso de Ángel de Utrera complementa su obra en prosa como un pendant brillante. Aquí, el amor es el tema principal. Un amor que hay que entender en el sentido de la frase que remata el párrafo anterior. En realidad, son versiones, ramas desgajadas, desechadas, de las composiciones que consideró definitivas y recogió en su obra editada: “Las Horas Purpúreas”. La invitación que hicimos para la prosa la repetimos para su poesía.



EN LA PRADERA DE ASFODELOS de ÁNGEL DE UTRERA

Ángel de Utrera
ÁNGEL DE UTRERA, EN LA PRADERA DE ASFODELOS



  
“A veces, en medio de la noche, desvelado por el insomnio, y cuando lucho por no confesarme a mí mismo el terror que siento frente a la responsabilidad de desvelar minuciosamente el miedo del pasado, sobre las angustias que pesan sobre la idea de que “todo” sea efectivamente nada en el naufragio de nuestra ética; frente a esto, en esta agonía, desde este lugar en el que incesantemente recomienza el pasado, me ha sobrecogido una voz que se preguntaba, en mi interior, por sí misma: ¿quién soy yo? Por única constatación me ha bastado entonces experimentar, convocado por el clamor de esta pregunta, el abstracto e impensable terror de la nada creciendo en ondas como las aguas de un lago obscuro al que se ha arrojado una piedra”
...
            “¿Podría yo ahora desde aquí enunciar aquellas palabras con las que yo expresaba un sentimiento inmensamente íntimo, convergente con el ritmo noble y lineal de mi vida pasada, con las que me consolaba considerando el sufrimiento, incluso el del viejo dios cristiano: un error de dar vueltas y vueltas sobre el pozo de una noria pero no como un hermoso y fuerte caballo que da vueltas y vueltas para al fin apagar la sed con el agua vivificadora, sino como el de un hámster o ratón de feria cuyo único horizonte inacabable es su propio y baldío esfuerzo?”
            ...
            “Y preveo lo que ya anticipara Ernesto en otra ocasión: “El infierno está en la luz”; en el deslumbramiento constante del ser herido por mil claridades”

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EN LA PRADERA DE ASFODELOS de ÁNGEL DE UTRERA

Ángel de Utrera
ÁNGEL DE UTRERA, EN LA PRADERA DE ASFODELOS



  
“A veces, en medio de la noche, desvelado por el insomnio, y cuando lucho por no confesarme a mí mismo el terror que siento frente a la responsabilidad de desvelar minuciosamente el miedo del pasado, sobre las angustias que pesan sobre la idea de que “todo” sea efectivamente nada en el naufragio de nuestra ética; frente a esto, en esta agonía, desde este lugar en el que incesantemente recomienza el pasado, me ha sobrecogido una voz que se preguntaba, en mi interior, por sí misma: ¿quién soy yo? Por única constatación me ha bastado entonces experimentar, convocado por el clamor de esta pregunta, el abstracto e impensable terror de la nada creciendo en ondas como las aguas de un lago obscuro al que se ha arrojado una piedra”
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            “¿Podría yo ahora desde aquí enunciar aquellas palabras con las que yo expresaba un sentimiento inmensamente íntimo, convergente con el ritmo noble y lineal de mi vida pasada, con las que me consolaba considerando el sufrimiento, incluso el del viejo dios cristiano: un error de dar vueltas y vueltas sobre el pozo de una noria pero no como un hermoso y fuerte caballo que da vueltas y vueltas para al fin apagar la sed con el agua vivificadora, sino como el de un hámster o ratón de feria cuyo único horizonte inacabable es su propio y baldío esfuerzo?”
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            “Y preveo lo que ya anticipara Ernesto en otra ocasión: “El infierno está en la luz”; en el deslumbramiento constante del ser herido por mil claridades”

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EN LA PRADERA DE ASFODELOS de ÁNGEL DE UTRERA

Ángel de Utrera
ÁNGEL DE UTRERA, EN LA PRADERA DE ASFODELOS



  
“A veces, en medio de la noche, desvelado por el insomnio, y cuando lucho por no confesarme a mí mismo el terror que siento frente a la responsabilidad de desvelar minuciosamente el miedo del pasado, sobre las angustias que pesan sobre la idea de que “todo” sea efectivamente nada en el naufragio de nuestra ética; frente a esto, en esta agonía, desde este lugar en el que incesantemente recomienza el pasado, me ha sobrecogido una voz que se preguntaba, en mi interior, por sí misma: ¿quién soy yo? Por única constatación me ha bastado entonces experimentar, convocado por el clamor de esta pregunta, el abstracto e impensable terror de la nada creciendo en ondas como las aguas de un lago obscuro al que se ha arrojado una piedra”
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            “¿Podría yo ahora desde aquí enunciar aquellas palabras con las que yo expresaba un sentimiento inmensamente íntimo, convergente con el ritmo noble y lineal de mi vida pasada, con las que me consolaba considerando el sufrimiento, incluso el del viejo dios cristiano: un error de dar vueltas y vueltas sobre el pozo de una noria pero no como un hermoso y fuerte caballo que da vueltas y vueltas para al fin apagar la sed con el agua vivificadora, sino como el de un hámster o ratón de feria cuyo único horizonte inacabable es su propio y baldío esfuerzo?”
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            “Y preveo lo que ya anticipara Ernesto en otra ocasión: “El infierno está en la luz”; en el deslumbramiento constante del ser herido por mil claridades”

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EN LA PRADERA DE ASFODELOS de ÁNGEL DE UTRERA

Ángel de Utrera
ÁNGEL DE UTRERA, EN LA PRADERA DE ASFODELOS



  
“A veces, en medio de la noche, desvelado por el insomnio, y cuando lucho por no confesarme a mí mismo el terror que siento frente a la responsabilidad de desvelar minuciosamente el miedo del pasado, sobre las angustias que pesan sobre la idea de que “todo” sea efectivamente nada en el naufragio de nuestra ética; frente a esto, en esta agonía, desde este lugar en el que incesantemente recomienza el pasado, me ha sobrecogido una voz que se preguntaba, en mi interior, por sí misma: ¿quién soy yo? Por única constatación me ha bastado entonces experimentar, convocado por el clamor de esta pregunta, el abstracto e impensable terror de la nada creciendo en ondas como las aguas de un lago obscuro al que se ha arrojado una piedra”
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            “¿Podría yo ahora desde aquí enunciar aquellas palabras con las que yo expresaba un sentimiento inmensamente íntimo, convergente con el ritmo noble y lineal de mi vida pasada, con las que me consolaba considerando el sufrimiento, incluso el del viejo dios cristiano: un error de dar vueltas y vueltas sobre el pozo de una noria pero no como un hermoso y fuerte caballo que da vueltas y vueltas para al fin apagar la sed con el agua vivificadora, sino como el de un hámster o ratón de feria cuyo único horizonte inacabable es su propio y baldío esfuerzo?”
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            “Y preveo lo que ya anticipara Ernesto en otra ocasión: “El infierno está en la luz”; en el deslumbramiento constante del ser herido por mil claridades”

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El oro de las tumbas. Entrevista a Ángel de Utrera



ENTREVISTA AL ESCRITOR ALMERIENSE 

ÁNGEL DE UTRERA TRAS LA APARICIÓN DE SU ULTIMA NOVELA PUBLICADA: 


“ EL ORO DE LAS TUMBAS”    Augusto Fuentes conversa con el escritor.



AUGUSTO FUENTES.-  Nuestra primera pregunta es: ¿Qué nos dice respecto al título del libro?

ÁNGEL DE UTRERA.-   Schliemann descubrió oro en las tumbas reales de Mecenas; de ahí se infiere…

A.F.   ¿Qué es eso de eminente doctrinario de la Universidad de Arkham (Miskatonic), que es lo primero con que tropezamos en la solapa del libro, donde suele presentarse al autor?

A.U.   Se trata de una broma literaria y al mismo tiempo un homenaje a la memoria de H.P. Lovecraft y conjuntamente de E. A. Poe, que con su obra socavaron los falaces cimientos de la democracia americana, coartada del país más agresivo y violento de la historia. Respecto a lo de “doctrinario”, podemos decir que en el caos social en el que vivimos urge hacer afirmaciones de carácter apodíctico cuando nos referimos a las cosas de orden espiritual. Por otra parte, los textos están ahí y un legítimo interés puede conducir a ellos a los que, sinceramente, buscan y se buscan a sí mismos en medio de esta magna empresa de distracción que es la sociedad moderna. Podemos convenir hablando en términos teológicos que la distracción es el pecado contra el Espíritu Santo, aquel que no se perdona. Porque esta escrito: “¡Velad!”

A.F.  Pero esos textos a los que aludes, ¿qué son?; ¿de qué tratan?

A.U.  Son textos de carácter espiritual. No olvidemos que la literatura, propiamente hablando, es una degradación de los textos litúrgicos. El Quijote, por ejemplo, en aspectos muy puntuales, es una parodia del Evangelio, más que de los supuestos libros de caballería; aunque se trata de una parodia de la que el mismo Cervantes, que era una persona extremadamente religiosa, no fuera plenamente consciente. España ha sido secularizada completamente y sus tradiciones deliberadamente destruidas hasta el extremo de que estamos a punto de perder nuestra propia identidad. Esa agresión ideológica secular de ese laicismo que empieza a transformarse en una ideología que se impone por la política, y que se ha convertido en enemigo de la Tradición y del Espíritu, por no hablar de la religión. Son palabras del cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI.


A.F.  Volviendo a la literatura. ¿Por qué un cuarto libro cuando te hemos oído expresar con frecuencia que todo cuanto puede expresar un hombre de nuestros días cabe en tres?

A.U.  En realidad se trata del tercero de una unidad que iba a ser tetralogía, y que circunstancias adversas han impedido que se escribiera. “Relatos de la existencia y de la vigilia”, título spengleriano, fue un compendio previo de esa tetralogía. Por otra parte, siempre hemos afirmado que se es autor de una sola obra siempre que ésta, en su necesidad y autenticidad, exprese una especie de necesidad orgánica.

A.F.  ¿Tú te sientes expresado en estas obras que te debemos?

A.U.    En ellas no hablo de mí ni de mi vida “personal”, que no niego tener. ¿A quién que no haya perdido el respeto de sí mismo y de su propia decencia le puede interesar la vida personal de nadie? Ya decía Platón que la obra del poeta es el reflejo de los prejuicios e ideales imperantes ... y que no habla a la parte mejor del alma, sino a los instintos y a las pasiones, a las que espolea, y que el poeta incapacita al alma para distinguir lo importante de lo que no lo es, pues representa las cosas según el fin que en cada caso persigue; a causa de esta relatividad la poesía corrompe nuestros juicios estimativos. Sin embargo, poetas en el sentido elevado de esta palabra son Dante y Shakespeare, por ejemplo, y no esa gente para quien los marineros son las alas del amor, etc… y podemos seguir haciendo la misma pregunta que Platón nos dejó formulada en Las Leyes: “Padres,¿consentiréis que vuestros hijos sean educados por los caprichos de un poeta?”.- El propósito que he tenido al escribir mi obra es el de hacer al hombre más humilde y más identificado con su propia esencia. Vivimos, como dijo Heidegger, en la ‘época de la política absoluta’; esto es, de la mentira absoluta, aunque algunos, todavía, somos conscientes de que el mal es la imposibilidad de lo imposible, a pesar de que no dejemos por esto de sufrir sus consecuencias. Pero si le quitamos la humildad al hombre desaparecen todas las virtudes de las que su propio orgullo se glorifica y son quitadas a quien verdaderamente pertenecen.

La literatura “rectamente entendida”, como he dicho antes, no es sino una degradación y una parodia de los textos sagrados; sin embargo, el más grande de todos los escritores, que por su propia grandeza e inspiración constituye una afirmación doctrinal de dichos textos es William Shakespeare, quien, como persona espiritual, no creía en el azar, reconoce la operación de la Providencia en los seres humanos que traslada a sus obras, y sabía, por otra parte, que la limitada razón del hombre carece de poder de “justificas los medios de obrar de Dios”; y en sus obras, como hace decir al Rey Lear, acaba tomando sobre sí el misterios de las cosas, como si fuese un espía de Dios, que, al percibir la justicia de los procedimientos de la Providencia obliga a la justicia poética a coincidir con la Justicia Divina. Pero ¿quién comprende hoy en día nada de esto, cuando se ha consumado la destrucción de la Tradición, de nuestra espiritualidad y de nuestra misma patria (la tierra de nuestros padres)? Ni siquiera es capaz de advertir los dos aspectos esenciales bajo la que se ha realizado: por un lado, bajo el aspecto de una revolución de formas legales que introduce en nuestras leyes el espíritu de la subversión y de la rebelión; y por otro lado, bajo el aspecto llamado “cultural”, en que ese oximorón de la cultura oficial consagra el espíritu subversivo de las más perversas ideologías como cultura, como si la subversión y la conspiración tuvieran exclusivamente un aspecto estético. Y subversión y progreso lo acepta como cultura la propia inconsecuente e ininteligible derecha sin que parezca enterarse de nada una vez que ha perdido de vista sus propios valores que ya hasta parece desconocer por completo. Pues, cuando se escucha en boca de los jefes de partido cursilerías tales como las de “patriotismo constitucional”, o que “Europa no es un club cristiano” …, “la alianza de civilizaciones”, “el derecho a la felicidad” … hay que echarse a reír por no llorar.


A.F.  Sin embargo, hasta ahora, por lo que nosotros sabemos, tus libros – excepto contadas personas de excepción – han pasado completamente desapercibidos.

A.U.  “Quod scripsi, scripsi” Aunque ante el temor de que puedan ser víctimas de un auto de fe por esa invariante castiza española de destruir libros, los he puesto a buen recaudo enviándolos a las principales bibliotecas de Europa, ya que no me importa tanto la conspiración del silencio que padezco, como que en algún momento de un nuevo ciclo, puedan formar parte del germen de algo mejor. Nada hemos de esperar de los tiempos en que vivimos, conocemos perfectamente la recompensa que el paciente mérito recibe del hombre indigno, y no ignoramos tampoco quién mueve los hilos de lo que en su aspecto más ingenuo y vanidoso aparece como el artífice de la subversión bajo el aspecto de progreso. Vemos lo que vemos … pero detrás de todo eso hay algo más que sólo podemos conjeturar …

Respecto a mí mismo, como escritor me honra suficientemente que el nombre de un amigo dilecto vaya estampado junto al mío. El juicio de las generaciones futuras, ante el cual estará nuestra obra desnuda, lo ignoraremos siempre; sin embargo, tendré en alta estima a todo aquel a quien mi obra haya redimido de los falsos principio y lo haya hecho aproximarse al Principio divino. Algún día no lejano, presenciaremos la venganza del Cielo y debemos estar preparados, como dijo Shakespeare, para que el Juicio de los cielos no nos mueva a compasión. Y con esto creo que basta por hoy. Lo demás está escrito.

A. F.  Y nosotros te agradecemos que nos haya iluminado con tus conocimientos superiores, tu exquisita cortesía, suprema elegancia y distinción, propia de un aristócrata del espíritu.


El oro de las tumbas. Entrevista a Ángel de Utrera


EL ORO DE LAS TUMBAS
ENTREVISTA AL ESCRITOR ALMERIENSE 

ÁNGEL DE UTRERA TRAS LA APARICIÓN DE SU ULTIMA NOVELA PUBLICADA: 


“ EL ORO DE LAS TUMBAS”    Augusto Fuentes conversa con el escritor.



AUGUSTO FUENTES.-  Nuestra primera pregunta es: ¿Qué nos dice respecto al título del libro?

ÁNGEL DE UTRERA.-   Schliemann descubrió oro en las tumbas reales de Mecenas; de ahí se infiere…

A.F.   ¿Qué es eso de eminente doctrinario de la Universidad de Arkham (Miskatonic), que es lo primero con que tropezamos en la solapa del libro, donde suele presentarse al autor?

A.U.   Se trata de una broma literaria y al mismo tiempo un homenaje a la memoria de H.P. Lovecraft y conjuntamente de E. A. Poe, que con su obra socavaron los falaces cimientos de la democracia americana, coartada del país más agresivo y violento de la historia. Respecto a lo de “doctrinario”, podemos decir que en el caos social en el que vivimos urge hacer afirmaciones de carácter apodíctico cuando nos referimos a las cosas de orden espiritual. Por otra parte, los textos están ahí y un legítimo interés puede conducir a ellos a los que, sinceramente, buscan y se buscan a sí mismos en medio de esta magna empresa de distracción que es la sociedad moderna. Podemos convenir hablando en términos teológicos que la distracción es el pecado contra el Espíritu Santo, aquel que no se perdona. Porque esta escrito: “¡Velad!”

A.F.  Pero esos textos a los que aludes, ¿qué son?; ¿de qué tratan?

A.U.  Son textos de carácter espiritual. No olvidemos que la literatura, propiamente hablando, es una degradación de los textos litúrgicos. El Quijote, por ejemplo, en aspectos muy puntuales, es una parodia del Evangelio, más que de los supuestos libros de caballería; aunque se trata de una parodia de la que el mismo Cervantes, que era una persona extremadamente religiosa, no fuera plenamente consciente. España ha sido secularizada completamente y sus tradiciones deliberadamente destruidas hasta el extremo de que estamos a punto de perder nuestra propia identidad. Esa agresión ideológica secular de ese laicismo que empieza a transformarse en una ideología que se impone por la política, y que se ha convertido en enemigo de la Tradición y del Espíritu, por no hablar de la religión. Son palabras del cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI.


A.F.  Volviendo a la literatura. ¿Por qué un cuarto libro cuando te hemos oído expresar con frecuencia que todo cuanto puede expresar un hombre de nuestros días cabe en tres?

A.U.  En realidad se trata del tercero de una unidad que iba a ser tetralogía, y que circunstancias adversas han impedido que se escribiera. “Relatos de la existencia y de la vigilia”, título spengleriano, fue un compendio previo de esa tetralogía. Por otra parte, siempre hemos afirmado que se es autor de una sola obra siempre que ésta, en su necesidad y autenticidad, exprese una especie de necesidad orgánica.

A.F.  ¿Tú te sientes expresado en estas obras que te debemos?

A.U.    En ellas no hablo de mí ni de mi vida “personal”, que no niego tener. ¿A quién que no haya perdido el respeto de sí mismo y de su propia decencia le puede interesar la vida personal de nadie? Ya decía Platón que la obra del poeta es el reflejo de los prejuicios e ideales imperantes ... y que no habla a la parte mejor del alma, sino a los instintos y a las pasiones, a las que espolea, y que el poeta incapacita al alma para distinguir lo importante de lo que no lo es, pues representa las cosas según el fin que en cada caso persigue; a causa de esta relatividad la poesía corrompe nuestros juicios estimativos. Sin embargo, poetas en el sentido elevado de esta palabra son Dante y Shakespeare, por ejemplo, y no esa gente para quien los marineros son las alas del amor, etc… y podemos seguir haciendo la misma pregunta que Platón nos dejó formulada en Las Leyes: “Padres,¿consentiréis que vuestros hijos sean educados por los caprichos de un poeta?”.- El propósito que he tenido al escribir mi obra es el de hacer al hombre más humilde y más identificado con su propia esencia. Vivimos, como dijo Heidegger, en la ‘época de la política absoluta’; esto es, de la mentira absoluta, aunque algunos, todavía, somos conscientes de que el mal es la imposibilidad de lo imposible, a pesar de que no dejemos por esto de sufrir sus consecuencias. Pero si le quitamos la humildad al hombre desaparecen todas las virtudes de las que su propio orgullo se glorifica y son quitadas a quien verdaderamente pertenecen.

La literatura “rectamente entendida”, como he dicho antes, no es sino una degradación y una parodia de los textos sagrados; sin embargo, el más grande de todos los escritores, que por su propia grandeza e inspiración constituye una afirmación doctrinal de dichos textos es William Shakespeare, quien, como persona espiritual, no creía en el azar, reconoce la operación de la Providencia en los seres humanos que traslada a sus obras, y sabía, por otra parte, que la limitada razón del hombre carece de poder de “justificas los medios de obrar de Dios”; y en sus obras, como hace decir al Rey Lear, acaba tomando sobre sí el misterios de las cosas, como si fuese un espía de Dios, que, al percibir la justicia de los procedimientos de la Providencia obliga a la justicia poética a coincidir con la Justicia Divina. Pero ¿quién comprende hoy en día nada de esto, cuando se ha consumado la destrucción de la Tradición, de nuestra espiritualidad y de nuestra misma patria (la tierra de nuestros padres)? Ni siquiera es capaz de advertir los dos aspectos esenciales bajo la que se ha realizado: por un lado, bajo el aspecto de una revolución de formas legales que introduce en nuestras leyes el espíritu de la subversión y de la rebelión; y por otro lado, bajo el aspecto llamado “cultural”, en que ese oximorón de la cultura oficial consagra el espíritu subversivo de las más perversas ideologías como cultura, como si la subversión y la conspiración tuvieran exclusivamente un aspecto estético. Y subversión y progreso lo acepta como cultura la propia inconsecuente e ininteligible derecha sin que parezca enterarse de nada una vez que ha perdido de vista sus propios valores que ya hasta parece desconocer por completo. Pues, cuando se escucha en boca de los jefes de partido cursilerías tales como las de “patriotismo constitucional”, o que “Europa no es un club cristiano” …, “la alianza de civilizaciones”, “el derecho a la felicidad” … hay que echarse a reír por no llorar.


A.F.  Sin embargo, hasta ahora, por lo que nosotros sabemos, tus libros – excepto contadas personas de excepción – han pasado completamente desapercibidos.

A.U.  “Quod scripsi, scripsi” Aunque ante el temor de que puedan ser víctimas de un auto de fe por esa invariante castiza española de destruir libros, los he puesto a buen recaudo enviándolos a las principales bibliotecas de Europa, ya que no me importa tanto la conspiración del silencio que padezco, como que en algún momento de un nuevo ciclo, puedan formar parte del germen de algo mejor. Nada hemos de esperar de los tiempos en que vivimos, conocemos perfectamente la recompensa que el paciente mérito recibe del hombre indigno, y no ignoramos tampoco quién mueve los hilos de lo que en su aspecto más ingenuo y vanidoso aparece como el artífice de la subversión bajo el aspecto de progreso. Vemos lo que vemos … pero detrás de todo eso hay algo más que sólo podemos conjeturar …

Respecto a mí mismo, como escritor me honra suficientemente que el nombre de un amigo dilecto vaya estampado junto al mío. El juicio de las generaciones futuras, ante el cual estará nuestra obra desnuda, lo ignoraremos siempre; sin embargo, tendré en alta estima a todo aquel a quien mi obra haya redimido de los falsos principio y lo haya hecho aproximarse al Principio divino. Algún día no lejano, presenciaremos la venganza del Cielo y debemos estar preparados, como dijo Shakespeare, para que el Juicio de los cielos no nos mueva a compasión. Y con esto creo que basta por hoy. Lo demás está escrito.

A. F.  Y nosotros te agradecemos que nos haya iluminado con tus conocimientos superiores, tu exquisita cortesía, suprema elegancia y distinción, propia de un aristócrata del espíritu.


Relatos de la existencia y de la vigilia. Ángel de Utrera

Angel de Utrera

De “Relatos de la existencia y de la vigilia”:
‘El amigo y los frutos del árbol de Occidente’
‘Hecatombes perfectas’

De “Las Horas Purpúreas”
‘Tu sacrificio fue por mi amor’

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‘El amigo y los frutos del árbol de Occidente’

EN MEMORIA DE ANTONIO FERNÁNDEZ SÁEZ


Su corazón latía esperando la hora de encontrar al amigo. Recordó un antiguo proverbio chino: “Cuando esperes a un amigo no confundas los latidos de tu corazón con los cascos de su caballo”. Todavía no eran las tres de la tarde. El esplendente día de Enero estaba lleno de luz y de canto de pájaros. Había en su corazón una felicidad tan vasta que en ella la existencia se hacía ilesa en todos los seres. El Sol habitaba en los silenciosos patios de todas las casas y en las solitarias y soñolientas calles por las que él caminaba teniendo a sus espaldas el presentimiento del mar color de vino que hacía que la piel de su nuca y sus flancos se estremecieran al ser advertido que a pesar de aquel celeste día primaveral aún se encontraban en pleno invierno.
La casa del amigo era para él como un gesto familiar que le hacía aquella calle situada en un extremo de la ciudad. Su amigo, que, al contrario que él mismo y los miembros de su propia familia, vivía en un ocio en el que confluían indelebles signos de actividad espiritual, estaba rodeado siempre de cosas bellas y de conversaciones disertas. Él, que creía ingenuamente que debía justificar el ocio de su amigo, recordaba que su amigo hablaba con frecuencia y de un modo para él enigmático de la activa pasividad del espíritu; y los libros profundos y difíciles que aquél le prestaba lo decían igual: “El espíritu es activamente pasivo”. Mientras caminaba se imaginaba por anticipado la dicha que le esperaba al cruzar junto al docto amigo los campos llenos de ocio y silencio grávidos de pensamientos. Herborizaban en los valles y en los bosques de pinos reconociendo las plantas silvestres que el amigo sabía señalar nombrándolas por su taxonomía latina; las diferentes especies aparecían entonces ordenadas en un ámbito magnificente, emblemático, mitad mágico, mitad científico, como pertenecientes a un armorio vegetal que hubiera recogido la heráldica hermética en las praderas silenciosas de la Edad de Oro. La musgosa fuente de piedra donde beberían estaba ornada por ranúnculos (Ranunculus heredaceus, según el sabio amigo) y la caledonia (Chelinonia majius) ascendía por las paredes de rocas por las que se derramaba el agua; más arriba, en las grietas de las rocas, se descolgaba el Sarcocapnos enneaphylla con su fascinación blanca. Él reconocía que ahora todo el campo que antes se presentaba ante sus ojos como algo caótico hasta que se ponía a dibujarlo en su cuaderno, se había transformado en un mapa espiritual en el que se hallaban presentes sus autores desde Dioscórides a Linneo y en el que uno parecía encontrar la dirección de su hogar en lo que aquel indicaba como presente, aquel presente que poseía junto al amigo. Luego, sobre ellos, brillaría el Sol de la tarde y al ponerse ésta aún les sería posible prolongar su estancia en el campo recogiendo ramas para encender una hoguera cuyas llamas iluminarían sus rostros expandiendo a la vez la fragancia del romero quemado; y mientras atardecía verían levantarse un espectro azul tachonado de estrellas que cubriría toda la bóveda celeste y del cual descendería el frío a la tierra; y estaría presente el silencio del campo y el crepitar del fuego - “El mismo de los campamentos aqueos en las llanuras de Ilión”, diría el amigo una vez más -, y la misma luna ascendería en el silencio sobre el sigilo de milenios. El tiempo en aquellas ruinas celtas que solían visitar. Y todos los tiempos parecerían confundidos allí. Y luego, el retorno a casa, y la grave alegría de la sosegada charla junto a las copas. De pronto, él se preguntó cuánto tiempo había estado ausente y se dio cuenta de que no hubiera podido precisarlo con certeza ya que el tiempo parecía haber perdido para él todo significado, como si no estuviera en el mundo o al menos no estuviera en un mundo donde el tiempo contara. Recordó débilmente que Homero había dicho que los muertos se convierten en sombras y que acaban perdiendo la memoria. Sentía que había desaparecido el deseo de encontrar al amigo bien amado; comprendió al ir a coger una flor que crecía en el prado de asfódelos y que permaneció incólume, que se había también él transformado en una sombra como el amigo muerto hacía ya muchos años; comprendió que buscaba el don del instante de los días felices cuyo poder ahora reconocía. Sabía que nadie conocía sus recuerdos y que era posible que algún día él mismo los olvidara como había olvidado ya el rostro amado del amigo. Sintió que le decía su memoria que a la sombra del árbol de occidente maduraban los frutos de la eternidad y supo que su destino era desde entonces vagar para siempre por los silenciosos prados del estío.

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‘Hecatombes perfectas’

Al Dr. D. ENRIQUE PÉREZ PARRA

Sobre el sombrío y amenazador cielo apareció una inmensa bandada de pájaros negros que en la remota lejanía del horizonte parecían una infestación de insectos diabólicos. Grunelius, pese a lo avanzado de su edad, nunca había contemplado semejante fenómeno. Vivía, habitaba, en una colina que dominaba la ciudad, y desde su vieja buhardilla podía contemplar el cielo y leer sus señales. Caía la tarde y con ella se sumía la estancia en sombras, cuando el anciano que practicaba la guarda del corazón encendió la vela con la que se alumbraba. El viento otoñal agitaba los árboles de su jardín filosófico y estremecía los cristales de su ventana. En aquella hora experimentaba una particular dulzura. Hacía tantos años que habitaba allí, sumido en la única tarea de contemplar noche y día el fogón sobre el que estaba la filosófica cocción, que ya había perdido la noción del paso del tiempo y no podía recordar el tiempo consumido en aquel menester. No podía apartar la vista del vaso alquímico, translúcido, que se doraba regido por el imperio de la llama y adquiría matices serenos dulcificados en la áurea paz del alma del mundo, pareciendo que súbitamente se iban a desvelar los misterios sagrados de la ciencia del mercurio. En la eminencia de la colina estaban las torres templarias que a veces él se asomaba a contemplar. Era ya muy anciano y había meditado largamente sobre la vejez sin llegar, no obstante, a profundizar en el sentido de ésta, ya que había tomado la longevidad por una especie de muerte diferida que le permitía o le habría de permitir alcanzar la culminación de la obra, de la Magnum Opus. Veía enrojecer el carbón que alimentaba el atanor y, entretanto, era poseído a veces por fugaces ensoñaciones humanas que desaparecían instantáneamente al despertar y encontrarse en su buhardilla tapizada de libros en hileras que se elevaban hasta el techo que parecían sostener colocados en sólidas y enérgicas estanterías de madera de roble barnizadas de un tono sombrío. Cuando pasaba la vista por los lomos engofrados con bellos hierros de aquellos volúmenes que habían conseguido hacerlo su deudor, a la vez que habían hecho que su Welstanschaung se pareciera a un limpio cristal de roca cuyas faces poliédricas espejearan siempre el silencioso fragor elemental del árbol invertido, experimentaba una sensación de vértigo, ya que entre ellos y él mismo, y de algún modo presente, se encontraba el tiempo de su juventud consumida en el estudio.

Había asimilado libros tan arduos, que tenía ante sí, como el De Signatura Rerum, el De Misteriis Aegyptiorum de Jámblico, el De Consideratione de San Bernardo, las obras de Nicéforo el Solitario, y aquellos otros que trataban del tiempo cíclico en la gnosis ismaelita. Había llegado a comprender que nada es sino por participación de los principios universales y en las ideas eternas contenidas en el Intelecto Divino que las virtudes representan de modo personal en su orden de existencia; de este modo, y considerándolo como un fenómeno que tenía en sí su principio de razón suficiente, había dejado de agitarse por un sueño que proveniendo de su vida anterior, cuando él era joven e ignorante, le asaltaba como una corriente fresca, etérea y celeste, atravesaba su sueño sin imágenes de anciano, y en la cual como en una diáfana fulguración veía a la mujer que había amado cuando tenía dieciseis años, y en esos momentos, la fragancia de la juventud le rozaba con fresco aliento turbador que poseía la belleza y la honda comprensión que ésta otorga. Ella pasaba coronada de rosas y lo llamaba tras sí. Ella, que hacía tantos años que había muerto. A veces quería ir tras la mujer, pero se sentía desfalleciente ya que comprendía que no podía recuperarla en la corriente del tiempo. Era entonces cuando el anciano se despertaba estremecido, y se podía decir en un sentido mundano, que el anciano volvía a encontrar junto a sí la abstracta existencia que por un instante se le hacía irreconocible, extraña, ajena, ininteligible, hasta que la matriz plástica de su súbita anagnórisis sensible la identificaba con los fenómenos y con el propio hábito de éstos. Se daba cuenta entonces que el huevo en el atanor había adquirido un color sangriento, de púrpura tiria. “Es la sangre derramada sobre la piedra de un altar”, se decia. Sabía que era una roja tormenta silenciosa en el vaso de la vida, mientras él creía aproximarse a la posesión de los estados transcendentales del ser. Y comprendía que aquel sueño que lo había turbado un instante había sido únicamente una modificación irreal del ser único “en el que todos los seres en todos los estados son uno”. Entonces bajo su contemplación el huevo se volvía del color del ópalo, lechoso, turbio y poco a poco pasaba a una gama de matices azules, de un incierto azul verdoso pasaba a un bellísimo y suntuoso azul esmeralda iluminado por una serena llama dorada. En el exterior soplaba el viento y la tarde tenía una pesante melancolía otoñal. El cielo era gris acero y las sombras de las cosas corrían errabundas hacia el horizonte. Grunelius, al que los niños del barrio apedreaban llamándolo loco, carecía de descendencia. Tanto sus familiares como su amigos hacían ya muchos años que habían muerto. El anciano se encontraba solo y aislado por su propia superioridad. Sólo deseaba del mundo que lo olvidara como él había olvidado al mundo; y solía repetirse para su propia edificación las fases de la ascesis según el maestro en la ciencia de los santos Ibrahin Ibn Adham: “Primero, renunciar al mundo; segundo, renunciar a la felicidad de saber que se ha renunciado; y, tercero, comprobar tan absolutamente la falta de importancia del mundo como para ni siquiera tenerlo en cuenta”. Aunque hacía tiempo que otras cosas ocupaban sus pensamientos. Observó que la bandada de pájaros se había posado sobre la áspera inmovilidad de las almenas de las torres templarias. El anciano filósofo, a la luz de su vela, quería leer una vez más, ya que en ocasiones le asaltaban inexplicables dudas, acerca de la materia prima de la obra. “Se trata del alma - se dijo - Sobre eso no hay duda” Se levantó, fue a buscar un libro, lo tomó de la biblioteca abrumada por tanto peso y sosteniéndolo entre sus manos leyó: “Vista como árbol la materia prima es fundamentalmente lo mismo que el árbol del universo cuyos frutos son el Sol, la Luna y los planetas. El árbol que crece en los países de Occidente”. No cabía duda, era la proyección del ser puro y únicamente por éste podía ser percibida, pero el alma no se revela del todo hasta que no se produce el casamiento alquímico con el espíritu simbolizado por el matrimonio entre el rey y la reina, el azufre y el mercurio. En el reposo del alma en calma el espíritu puro se refleja a través de símbolos en la materia prima. Y esa corriente diáfana, noética, celeste en la que un momento antes había visto en sueños a Gretchen cuando ésta tenía dieciséis años y él la amaba, comprendió que era su propia alma esperando la pureza del ser, el eterno presente del uno manifestándose en la corriente de las formas, una fuente cristalina en el centro de su jardín filosófico. Una imagen consoladora. Su alma que aún no lo había abandonado se preparaba para el jubiloso sacrificio nupcial. Altas llamaradas salían ahora del fogón. Un cuervo se posó en el alféizar trayendo un pan en el pico mientras todos los demás graznaban desde las torres templarias. El huevo fue iluminado por un halo de luz inmaterial y brilló convertido en un germen de oro. Los libros tan amados podían ya ser entregados a las llamas.
Las torres templarias continúan desmoronándose lentamente sobre la colina; en la ciudad que se extiende a sus pies nadie sabe si todavía existen, ni que en otros tiempos fueron guardados por ellas. La habitación del viejo artista hermético ya no existe. La casa fue derribada hace ya mucho tiempo. Como él mismo pretendía al fin todos lo han olvidado. Permanece sin embargo el espíritu que alentó la invisible obra, y su sello se haya impreso tal vez en una demorada paciencia en un lugar donde lo único que pueda revelarlo sea la devoción que custodia lo sagrado.
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De “Las Horas Purpúreas”
‘Tu sacrificio fue por mi amor’


La huella de la tarde
en el eterno caudal de tu recuerdo
soñó con tu mirada mi alma.
Aquí, donde no se ven los árboles
ni apenas el recuerdo de tu cuerpo es preciso,
te lloro por tu ausencia.
Desde la tierra deshabitada
donde ahora
golpean los frutos el suelo
o la hierba mojada;
donde en un sollozo
mi amor recogerá estos días
que soplaron
sobre mil tardes tras tu pie.

Relatos de la existencia y de la vigilia. Ángel de Utrera

Ángel de Utrera

De “Relatos de la existencia y de la vigilia”:
‘El amigo y los frutos del árbol de Occidente’
‘Hecatombes perfectas’

De “Las Horas Purpúreas”
‘Tu sacrificio fue por mi amor’

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RELATOS DE LA EXISTENCIA Y DE LA VIGILIA
ÁNGEL DE UTRERA

‘El amigo y los frutos del árbol de Occidente’

EN MEMORIA DE ANTONIO FERNÁNDEZ SÁEZ


Su corazón latía esperando la hora de encontrar al amigo. Recordó un antiguo proverbio chino: “Cuando esperes a un amigo no confundas los latidos de tu corazón con los cascos de su caballo”. Todavía no eran las tres de la tarde. El esplendente día de Enero estaba lleno de luz y de canto de pájaros. Había en su corazón una felicidad tan vasta que en ella la existencia se hacía ilesa en todos los seres. El Sol habitaba en los silenciosos patios de todas las casas y en las solitarias y soñolientas calles por las que él caminaba teniendo a sus espaldas el presentimiento del mar color de vino que hacía que la piel de su nuca y sus flancos se estremecieran al ser advertido que a pesar de aquel celeste día primaveral aún se encontraban en pleno invierno.
La casa del amigo era para él como un gesto familiar que le hacía aquella calle situada en un extremo de la ciudad. Su amigo, que, al contrario que él mismo y los miembros de su propia familia, vivía en un ocio en el que confluían indelebles signos de actividad espiritual, estaba rodeado siempre de cosas bellas y de conversaciones disertas. Él, que creía ingenuamente que debía justificar el ocio de su amigo, recordaba que su amigo hablaba con frecuencia y de un modo para él enigmático de la activa pasividad del espíritu; y los libros profundos y difíciles que aquél le prestaba lo decían igual: “El espíritu es activamente pasivo”. Mientras caminaba se imaginaba por anticipado la dicha que le esperaba al cruzar junto al docto amigo los campos llenos de ocio y silencio grávidos de pensamientos. Herborizaban en los valles y en los bosques de pinos reconociendo las plantas silvestres que el amigo sabía señalar nombrándolas por su taxonomía latina; las diferentes especies aparecían entonces ordenadas en un ámbito magnificente, emblemático, mitad mágico, mitad científico, como pertenecientes a un armorio vegetal que hubiera recogido la heráldica hermética en las praderas silenciosas de la Edad de Oro. La musgosa fuente de piedra donde beberían estaba ornada por ranúnculos (Ranunculus heredaceus, según el sabio amigo) y la caledonia (Chelinonia majius) ascendía por las paredes de rocas por las que se derramaba el agua; más arriba, en las grietas de las rocas, se descolgaba el Sarcocapnos enneaphylla con su fascinación blanca. Él reconocía que ahora todo el campo que antes se presentaba ante sus ojos como algo caótico hasta que se ponía a dibujarlo en su cuaderno, se había transformado en un mapa espiritual en el que se hallaban presentes sus autores desde Dioscórides a Linneo y en el que uno parecía encontrar la dirección de su hogar en lo que aquel indicaba como presente, aquel presente que poseía junto al amigo. Luego, sobre ellos, brillaría el Sol de la tarde y al ponerse ésta aún les sería posible prolongar su estancia en el campo recogiendo ramas para encender una hoguera cuyas llamas iluminarían sus rostros expandiendo a la vez la fragancia del romero quemado; y mientras atardecía verían levantarse un espectro azul tachonado de estrellas que cubriría toda la bóveda celeste y del cual descendería el frío a la tierra; y estaría presente el silencio del campo y el crepitar del fuego - “El mismo de los campamentos aqueos en las llanuras de Ilión”, diría el amigo una vez más -, y la misma luna ascendería en el silencio sobre el sigilo de milenios. El tiempo en aquellas ruinas celtas que solían visitar. Y todos los tiempos parecerían confundidos allí. Y luego, el retorno a casa, y la grave alegría de la sosegada charla junto a las copas. De pronto, él se preguntó cuánto tiempo había estado ausente y se dio cuenta de que no hubiera podido precisarlo con certeza ya que el tiempo parecía haber perdido para él todo significado, como si no estuviera en el mundo o al menos no estuviera en un mundo donde el tiempo contara. Recordó débilmente que Homero había dicho que los muertos se convierten en sombras y que acaban perdiendo la memoria. Sentía que había desaparecido el deseo de encontrar al amigo bien amado; comprendió al ir a coger una flor que crecía en el prado de asfódelos y que permaneció incólume, que se había también él transformado en una sombra como el amigo muerto hacía ya muchos años; comprendió que buscaba el don del instante de los días felices cuyo poder ahora reconocía. Sabía que nadie conocía sus recuerdos y que era posible que algún día él mismo los olvidara como había olvidado ya el rostro amado del amigo. Sintió que le decía su memoria que a la sombra del árbol de occidente maduraban los frutos de la eternidad y supo que su destino era desde entonces vagar para siempre por los silenciosos prados del estío.

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‘Hecatombes perfectas’

Al Dr. D. ENRIQUE PÉREZ PARRA

Sobre el sombrío y amenazador cielo apareció una inmensa bandada de pájaros negros que en la remota lejanía del horizonte parecían una infestación de insectos diabólicos. Grunelius, pese a lo avanzado de su edad, nunca había contemplado semejante fenómeno. Vivía, habitaba, en una colina que dominaba la ciudad, y desde su vieja buhardilla podía contemplar el cielo y leer sus señales. Caía la tarde y con ella se sumía la estancia en sombras, cuando el anciano que practicaba la guarda del corazón encendió la vela con la que se alumbraba. El viento otoñal agitaba los árboles de su jardín filosófico y estremecía los cristales de su ventana. En aquella hora experimentaba una particular dulzura. Hacía tantos años que habitaba allí, sumido en la única tarea de contemplar noche y día el fogón sobre el que estaba la filosófica cocción, que ya había perdido la noción del paso del tiempo y no podía recordar el tiempo consumido en aquel menester. No podía apartar la vista del vaso alquímico, translúcido, que se doraba regido por el imperio de la llama y adquiría matices serenos dulcificados en la áurea paz del alma del mundo, pareciendo que súbitamente se iban a desvelar los misterios sagrados de la ciencia del mercurio. En la eminencia de la colina estaban las torres templarias que a veces él se asomaba a contemplar. Era ya muy anciano y había meditado largamente sobre la vejez sin llegar, no obstante, a profundizar en el sentido de ésta, ya que había tomado la longevidad por una especie de muerte diferida que le permitía o le habría de permitir alcanzar la culminación de la obra, de la Magnum Opus. Veía enrojecer el carbón que alimentaba el atanor y, entretanto, era poseído a veces por fugaces ensoñaciones humanas que desaparecían instantáneamente al despertar y encontrarse en su buhardilla tapizada de libros en hileras que se elevaban hasta el techo que parecían sostener colocados en sólidas y enérgicas estanterías de madera de roble barnizadas de un tono sombrío. Cuando pasaba la vista por los lomos engofrados con bellos hierros de aquellos volúmenes que habían conseguido hacerlo su deudor, a la vez que habían hecho que su Welstanschaung se pareciera a un limpio cristal de roca cuyas faces poliédricas espejearan siempre el silencioso fragor elemental del árbol invertido, experimentaba una sensación de vértigo, ya que entre ellos y él mismo, y de algún modo presente, se encontraba el tiempo de su juventud consumida en el estudio.

Había asimilado libros tan arduos, que tenía ante sí, como el De Signatura Rerum, el De Misteriis Aegyptiorum de Jámblico, el De Consideratione de San Bernardo, las obras de Nicéforo el Solitario, y aquellos otros que trataban del tiempo cíclico en la gnosis ismaelita. Había llegado a comprender que nada es sino por participación de los principios universales y en las ideas eternas contenidas en el Intelecto Divino que las virtudes representan de modo personal en su orden de existencia; de este modo, y considerándolo como un fenómeno que tenía en sí su principio de razón suficiente, había dejado de agitarse por un sueño que proveniendo de su vida anterior, cuando él era joven e ignorante, le asaltaba como una corriente fresca, etérea y celeste, atravesaba su sueño sin imágenes de anciano, y en la cual como en una diáfana fulguración veía a la mujer que había amado cuando tenía dieciseis años, y en esos momentos, la fragancia de la juventud le rozaba con fresco aliento turbador que poseía la belleza y la honda comprensión que ésta otorga. Ella pasaba coronada de rosas y lo llamaba tras sí. Ella, que hacía tantos años que había muerto. A veces quería ir tras la mujer, pero se sentía desfalleciente ya que comprendía que no podía recuperarla en la corriente del tiempo. Era entonces cuando el anciano se despertaba estremecido, y se podía decir en un sentido mundano, que el anciano volvía a encontrar junto a sí la abstracta existencia que por un instante se le hacía irreconocible, extraña, ajena, ininteligible, hasta que la matriz plástica de su súbita anagnórisis sensible la identificaba con los fenómenos y con el propio hábito de éstos. Se daba cuenta entonces que el huevo en el atanor había adquirido un color sangriento, de púrpura tiria. “Es la sangre derramada sobre la piedra de un altar”, se decia. Sabía que era una roja tormenta silenciosa en el vaso de la vida, mientras él creía aproximarse a la posesión de los estados transcendentales del ser. Y comprendía que aquel sueño que lo había turbado un instante había sido únicamente una modificación irreal del ser único “en el que todos los seres en todos los estados son uno”. Entonces bajo su contemplación el huevo se volvía del color del ópalo, lechoso, turbio y poco a poco pasaba a una gama de matices azules, de un incierto azul verdoso pasaba a un bellísimo y suntuoso azul esmeralda iluminado por una serena llama dorada. En el exterior soplaba el viento y la tarde tenía una pesante melancolía otoñal. El cielo era gris acero y las sombras de las cosas corrían errabundas hacia el horizonte. Grunelius, al que los niños del barrio apedreaban llamándolo loco, carecía de descendencia. Tanto sus familiares como su amigos hacían ya muchos años que habían muerto. El anciano se encontraba solo y aislado por su propia superioridad. Sólo deseaba del mundo que lo olvidara como él había olvidado al mundo; y solía repetirse para su propia edificación las fases de la ascesis según el maestro en la ciencia de los santos Ibrahin Ibn Adham: “Primero, renunciar al mundo; segundo, renunciar a la felicidad de saber que se ha renunciado; y, tercero, comprobar tan absolutamente la falta de importancia del mundo como para ni siquiera tenerlo en cuenta”. Aunque hacía tiempo que otras cosas ocupaban sus pensamientos. Observó que la bandada de pájaros se había posado sobre la áspera inmovilidad de las almenas de las torres templarias. El anciano filósofo, a la luz de su vela, quería leer una vez más, ya que en ocasiones le asaltaban inexplicables dudas, acerca de la materia prima de la obra. “Se trata del alma - se dijo - Sobre eso no hay duda” Se levantó, fue a buscar un libro, lo tomó de la biblioteca abrumada por tanto peso y sosteniéndolo entre sus manos leyó: “Vista como árbol la materia prima es fundamentalmente lo mismo que el árbol del universo cuyos frutos son el Sol, la Luna y los planetas. El árbol que crece en los países de Occidente”. No cabía duda, era la proyección del ser puro y únicamente por éste podía ser percibida, pero el alma no se revela del todo hasta que no se produce el casamiento alquímico con el espíritu simbolizado por el matrimonio entre el rey y la reina, el azufre y el mercurio. En el reposo del alma en calma el espíritu puro se refleja a través de símbolos en la materia prima. Y esa corriente diáfana, noética, celeste en la que un momento antes había visto en sueños a Gretchen cuando ésta tenía dieciséis años y él la amaba, comprendió que era su propia alma esperando la pureza del ser, el eterno presente del uno manifestándose en la corriente de las formas, una fuente cristalina en el centro de su jardín filosófico. Una imagen consoladora. Su alma que aún no lo había abandonado se preparaba para el jubiloso sacrificio nupcial. Altas llamaradas salían ahora del fogón. Un cuervo se posó en el alféizar trayendo un pan en el pico mientras todos los demás graznaban desde las torres templarias. El huevo fue iluminado por un halo de luz inmaterial y brilló convertido en un germen de oro. Los libros tan amados podían ya ser entregados a las llamas.
Las torres templarias continúan desmoronándose lentamente sobre la colina; en la ciudad que se extiende a sus pies nadie sabe si todavía existen, ni que en otros tiempos fueron guardados por ellas. La habitación del viejo artista hermético ya no existe. La casa fue derribada hace ya mucho tiempo. Como él mismo pretendía al fin todos lo han olvidado. Permanece sin embargo el espíritu que alentó la invisible obra, y su sello se haya impreso tal vez en una demorada paciencia en un lugar donde lo único que pueda revelarlo sea la devoción que custodia lo sagrado.
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De “Las Horas Purpúreas”
‘Tu sacrificio fue por mi amor’


La huella de la tarde
en el eterno caudal de tu recuerdo
soñó con tu mirada mi alma.
Aquí, donde no se ven los árboles
ni apenas el recuerdo de tu cuerpo es preciso,
te lloro por tu ausencia.
Desde la tierra deshabitada
donde ahora
golpean los frutos el suelo
o la hierba mojada;
donde en un sollozo
mi amor recogerá estos días
que soplaron
sobre mil tardes tras tu pie.