Mostrando entradas con la etiqueta Goliardos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Goliardos. Mostrar todas las entradas

Sabiduría Popular. Nada nuevo bajo el sol. Goliardos



Se nos recomienda leer fábulas, cuentos, anécdotas de la tradición culta o popular, en recopilaciones de toda época y lugar, a fin de adquirir una sabiduría práctica sobre las acechanzas del mundo, una callada suspicacia en prevención de las astucias de los hombres; pero además, añado, podemos llevarnos más de una sorpresa al tropezar con dichos, trovas, e historias que nos contaban y sabíamos desde pequeños, pero aplicados a nuestro pasado más o menos inmediato. Aquello que creíamos ocurrido en nuestros pueblos y ciudades, y nuestros abuelos habían conocido, resulta pertenecer a una tradición mostrenca común a siglos y civilizaciones alejadas. Ojeando las letras de un disco de Purcell, (1658-1695), en que se recogen composiciones bajo el título de “Canciones de taberna y de capilla”, me encontré, inesperadamente, con una de género escatológico, tan caro a la cultura popular, que venía a decir en inglés, pero con un estilo amplificado que le resta contundencia, esto que había oído recitar desde niño hablando sobre el trasero de las mujeres, con perdón de nuestro amado 50%:
“No hay terreno como el culo
para plantar una huerta,
tiene el estiércol seguro
y el agua en la misma puerta.”

No transcribo la composición en inglés porque es un idioma que desconozco y me armaría un lío, pero la traducción que aparece en el cuaderno del disco es ésta:

"John, el jardinero, se había comprado
un huerto rico y fértil
y alardeaba ante Joan: Terreno
tan rico para melones no existe en la faz de la tierra.
- Eso es una mentira- dijo la joven
- Conozco un sitio que supera a tu jardín-
-¿Dónde?-dijo John.
- En mi trasero, dijo Joan, todo el año hay estiércol y agua."

Y no ha sido la única. Oí contar a la generación de los abuelos, que en su pueblo, de cuyo nombre no voy a acordarme, hicieron una imagen con la madera de una higuera crecida al borde del camino y de la que un gitano cogía sus higos. Cuando ya estaba colocada en la Iglesia, el otrora usufructuario, le recitaba esta oración:

“Santo que fuiste higuera
y de tus higos comí.
Los milagros que tú hagas
que me los claven a mí.”

¿En su pueblo? Pues no. Encontré en una colección de cuentos folklóricos del Siglo de Oro el meollo de la anécdota, que en una versión de Fernán Caballero se cuenta así: ”En un pueblo quisieron tener una efigie de San Pedro y para el efecto compraron a un hortelano un ciruelo. Cuando estuvo construida la efigie y puesta en su lugar, fue el hortelano a verla, y notando lo dorado y lo pintado de su ropaje, le dijo

Gloriosísimo San Pedro,
yo te conocí ciruelo
y de tus frutos comí;
los milagros que tu hagas
que me los cuelguen a mí.”
Aunque casi idénticas,
me gusta más la de mi tío-abuelo.



Es curioso leer estos apodos, fábulas, moralejas, etc…, que , como digo, se repiten en lugares y épocas distintas de este mundo mundial; porque nos encontramos también con situaciones, comportamientos y caracteres, que nos parecen de aquí y ahora, y, sin embargo, resultan universales. Por ejemplo: volviendo a la colección mencionada, podemos leer una humorada que denuncia el abandono de los mayores en residencias, tema que nos parece tan propio de ‘esta época egoísta y desenfrenada’. Pertenece al libro de Mal Lara “Filosofía Vulgar” publicado en 1568, e ilustra el refrán: Hijo eres, padre serás: cual hiciere, tal habrás:

“…teniendo un hombre rico a su padre viejo en casa, por quitarse de la pesadumbre que sentía de cuidarlo, y también que su mujer no estaba bien con el suegro en casa, determinó que en un hospital fuese curado y que le proveerían de todo lo que fuese menester. Y así persuadió al padre que bien veía que no podía hacer menos, que se quisiese acomodar en el hospital, y así lo mandó llevar allá, y envió la cama, y con un hijo, nieto del mismo viejo, envió dos frazadas y dos almohadas. El muchacho, o movido por alguna causa secreta o por otro interés, dejó en casa de una parienta suya una de las almohadas y una frazada. Cuando el hijo, descargado del padre, fue a verlo a la cama, preguntó si le había traído el nieto las frazadas y almohadas. Declaró el viejo lo que había traído. Fue mandado llamar el muchacho y preguntándole el padre con gran enojo qué había hecho de la almohada y frazada, respondió pacíficamente:

- Guardado lo tengo-

- ¿Para qué?- dijo su padre

- Padre-respondió el hijo-, para cuando sea viejo y os mande al hospital, porque no quiero gastar mucho sobre vos-“



Y para terminar, un chiste en estado puro de la misma recopilación, extraído de “Buen aviso y portacuentos” (1564) de Timoneda:



Yendo dos señoras por la calle, la una de ellas que se decía Castañeda, soltósele un trueno bajero, a lo cual la otra dijo:

- Niña, pápate esa castaña -

Echándose de ellos por tres veces arreo, y respondiendo la otra lo mismo, volviéronse y vieron un doctor en medicina* que les venía detrás, y por saber si había habido sentimiento del negocio, dijéronle:

- Señor, ¿ha rato que nos sigue?-

Respondió:

- Desde la primera castaña, señoras”

--------------



ABSIT A IOCORUM NOSTRORUM SIMPLICITATE MALIGNUS INTERPRES

Marcial





*Nota Bene: ¿Por qué un doctor en medicina y no, por ejemplo, un periodista titulado, un abogado matrimonialista, un psicólogo con gabinete, o, el caso más desesperado, de un filólogo romanista funcionario de Hacienda Local?. Y no me digan que incurro en anacronías. A su modo, estas actividades han existido siempre. Se admite sugerencias en nuestra página güed.

GOG de Giovanni Papini. Por Goliardos


GOG,  de Giovanni Papini

 

 

En una de esas lecturas que nos depara el azar y que viene a contarnos algo que llama la atención sobre este o aquel autor que leímos en una juventud dorada, nos apasionó, y después, nadie sabe cómo, ha quedado relegado bajo capas de olvido de muchas modernidades inconsecuentes y muchas pasiones aburridas, di con la narración de los últimos años de Giovanni Papini. Este hombre, del que leímos los jóvenes de mi tiempo, ‘Gog’, ‘El libro Negro’ y ‘El Juicio Universal’, sufrió la decadencia física, que no mental, de la vejez en un sentido demasiado estricto. Progresivamente paralítico, ciego y mudo, no dejó de escribir en un esfuerzo admirable por no inclinar su voluntad a los desafueros del tiempo. En unas escenas que imagino gloriosas en su desolada grandeza, utilizó primero un dictáfono cuando no podía escribir. Más tarde, cuando ya esto no le era, posible dictaba a su nieta, Después, balbuceaba y ella iba interpretando las palabra de su abuelo. Y, por último, cuando no le fue dado ni articular el pensamiento, era ella la que deletreaba letra a letra el alfabeto hasta que Papini asentía. Así, letra por letra, sílaba a sílaba, desentrañaba las palabras, las frases, los libros, que bullían en la cabeza del escritor. El nombre de esta mujer increíble y conmovedora: Ana Paszkowski.-
 

Si repasamos la biografía del escritor, se nos hace más penosa esta decadencia. Un hombre autodidacta, y de una actividad precoz e incesante. Aún niño escribió cuentos y se molestó en componer revistas manuscritas. Con sólo 24 años publica “El Crepúsculo de los Filósofos”, un repaso a la filosofía reciente de su tiempo. Una actividad sin descanso, literaria (novela, poesía, revistas) y de pensamiento (ensayos, estudios, biografías….) En un resumen telegráfico: 65 libros escritos, más 5 en colaboración; dirigió y colaboró en 5 colecciones editoriales y 9 revistas. Se hace más difícil comprender cómo no doblegó su anciana voluntad ante tal cúmulo de estragos. Un rasgo a tener en cuenta: en 1.924 se ‘convirtió’ al catolicismo; él, ateo militante, y meditador de la desolación en una obra que se hizo polémica: “Un hombre acabado” El caso es que su actividad intelectual se decantó a partir de ahora por la lucha activa en la cultura desde su nueva atalaya de la existencia. Paradójico el destino que le deparó el tiempo; y aún más, que lo vivió si cantar ningún personal De Profundiis, ninguna Lamentación, según veo.


Guardaba mejor recuerdo de “Gog” que de “El Libro Negro”, su continuación. He vuelto a releerlos y a confirmar aquella primera impresión. Gog, editado en 1934, tras los primeros veinte años de vanguardias y salvadores de todo tipo, en vísperas prácticamente de otra locura destructiva, con los bestialidades en puertas o ya reciamente instaladas en muchos lugares y almas, es un repaso más fresco, más directo, más de primera mano, de esa especie de arbitrista de todo género y en todos los terrenos de la vida que se dieron en aquellos años verdaderamente delirantes. Personajes célebres, impresiones del protagonista de este diario ficticio, visitas a visionarios del arte y de la vida, sablistas consumados… En su continuación, se hace más reflexivo, más explicado. Lo que en el primero son retratos fulgurantes de los constitutivos del alma de una época, en el segundo se convierte en razones trabadas y aficiones, a lo sumo, extravagantes. Es menos ácido, más clase media, si cabe la formulación. Uno sintético, el otro analítico. No hay que darle más vueltas al asunto: prefiero Gog, diario de un hombre, que, en palabras del autor, es “un semisalvaje inquieto que tenía bajo sus dominios las riquezas de un emperador… Ignorantísimo, quiso ser iniciado en las más refinadas drogas de una cultura en putrefacción… Quiso proporcionarse todas las formas del epicureísmo cerebral de nuestros tiempos… pero su alma se había vuelto más árida que de sus antepasados…”

El Conde de Villamediana. Goliardos


Vagando por la biblioteca en esas horas muertas de los domingos, cuando miramos sin rumbo fijo los lomos de los libros alineados, en un intento de sorprendernos con algún título o autor olvidado que despierte un poco el letargo del aburrimiento, he dado con Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana (1582-1622), autor algo desconocido para el gran público, cuando su vida y personalidad merecen la atención de aquellos que gusten biografías de hombre ‘fuertes’. Como impresión general, aquí está el resumen perfecto del prologuista y responsable de la edición que manejo, Juan Manuel Rozas: 

“Su tragedia cotidiana se llama fracaso en todos los órdenes de la vida. Heredó un título y una familia que había venido subiendo sin parar desde la Edad Media, y él estrelló su prestigio y solidez social, falleciendo sin descendencia, muertos sus hijos prematuramente. Ocupó importantes cargos cortesanos y más de una vez tuvo que cambiarlos por el destierro. Ganó mucho dinero con las postas, tuvo altas rentas, y vivió colgado de infinitos pleitos hasta perder la administración de sus bienes. Coleccionó pinturas, libros, diamantes y caballos, y todo se dispersó en almoneda, no dejando el tiempo ni su propio retrato. Tuvo enterramiento familiar en la Capilla de San Agustín en Valladolid, y no sabemos dónde yace su cuerpo. Escribió toda su vida, y sus autógrafos han desaparecido; y sus textos, sin limar, se editaron póstumos porque eran un negocio editorial. Concibió poemas de alta ambición y le faltó calidad e intensidad suficientes para mantener su vuelo poético. Empezó cantando la monarquía española con sentido mesiánico, y acabó creando la sátira política más plebeya. Fue un hombre con profundo sentido providencialista y llegó, como Prometeo, a quejarse de Júpiter en sus versos. Buscó el placer por todos los medios y topó con un marasmo quietista y un cansancio de la vida. Su cadáver fue trasladado a Valladolid en un ataúd de ahorcado.”


Un sumario repaso a los hechos que jalonan la vida del autor:

- Ascendencia antigua e ilustre italiana, desde los tiempos de San Ambrosio. La más próxima en el tiempo controló las postas de los emperadores. Correo Mayor por Maximiliano; Maestros de Hostes y Postas, por Carlos V; Correo Mayor en Flandes, etc..

- El primero de la familia que se asienta en España fue Raimundo de Tassis, casado con Doña Catalina de Acuña, de noble familia, Correo Mayor en tiempos del emperador. El primogénito, D. Juan es el padre de nuestro poeta.

- D. Juan de Tassis y Acuña, nacido en Valladolid, donde se había afincado la familia, entró al servicio del Príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, participó en la Guerra de Granada, en las expediciones a la Galera y Orán, acompañó al Duque de Alba, como Correo Mayor, cargo que heredó de su padre, en la entrada en Lisboa de 1581. Allí nace su único hijo D. Juan de Tassis y Peralta en 1.582. Regresan a Madrid, junto con el rey en 1.583. En 1.603, con ocasión de su habilidad diplomática en Londres, Felipe III lo nombra Conde de Villamediana y confirma el cargo de Correo Mayor General de todos sus estados. Muere en 1.607, y es enterrado en la capilla familiar del convento de San Agustín en Valladolid.

- El poeta se crió en contacto con Palacio. Se piensa que tuvo como maestro al humanista Bartolomé Jiménez Patón porque éste le dedica su Mercurius Trimegistus y el Conde lo nombró más adelante Correo Mayor de Villanueva de los Infantes, donde moriría Quevedo. Sí está confirmado que fue alumno del Licenciado Tribaldos de Toledo, el que sería Cronista de Indias y Bibliotecario del Conde-Duque de Olivares, que lo llamó, años después de su muerte, “mi discípulo, el mal logrado”. Parece que estuvo en Alcalá de Henares, pero si así fuera debió de ser por muy poco tiempo, pues empieza su vida intensa de Corte muy pronto, en 1599, en que acompaña al joven monarca Felipe III al Reino de Valencia a recibir a Margarita de Austria, y el rey lo nombra Gentilhombre de su casa y boca.

- ¿Qué hace hasta 1611, año en que marcha a Italia? Contrae matrimonio en 1601 con Doña Ana de Mendoza, renunciando los Tassi a la dote y tras rechazar varias familias sus pretensiones. ¿Por qué? Las noticias hablan de aparatosa ostentación en las fiestas palaciegas, fama de conquistador, gastos en joyas, regalos, consumado jugador de naipes en las veladas de la Corte..., lo bastante para conocer las intimidades de Palacio e iniciar a su tiempo estrofas satíricas feroces. En 1605 se conoce su comportamiento iracundo con la Marquesa del Valle y que dotó a un tal Juan Sánchez para su casamiento, asunto sospechoso de homosexualidad, castigado entonces con la hoguera. Al parecer, viaja en el mismo año a Paris y Flandes. ¿Huyendo del escándalo? El padre muere en 1607, heredando el título de Conde y el cargo de Correo Mayor. Destierro de la Corte en 1608 por jugador, de una Corte que se había convertido en un timbal continuo y ruinoso, en el que participan el Rey, la reina, el privado, los cortesanos, las damas...

- En 1611 viaja a Italia. Participa como Maestre de Campo en las guerras de Lombardía. En Nápoles, en torno al virrey, el Conde de Lemos, se reúne la Academia de los Ociosos de la que forma parte. Conoce personalmente a Manso, a Marino, a quien traduce. Debió leer el Polifemo, convirtiéndose en poeta gongorino. Coleciona cuadros, esculturas, armas, objetos de valor, caballos, diamantes que hace engastar en plomo, haciéndose popular entre los napolitanos. Gastos, dispendios fabulosos, que acarrean deudas y pleitos. Pero también lector asiduo y conocedor de clásicos y modernos.

- Vuelve a España, cargado de juicios interminables, y comienza una crítica feroz a los abusos de la administración regia, no perdonando a nadie, alto o bajo, en los que pudiera ejercer su habilidad:

Las indias se están rindiendo
el oro y plata a montones,
y España con sus millones,
aunque la van destruyendo;
cada día están vendiendo
cien mil oficios, Señor:
usan muy grande rigor
en destruir vuestra tierra,
gastóse aquesto en la guerra...,
o en Lerma diré mejor.
Cien mil moriscos salieron
y cien mil casas dejaron;
las haciendas que se hallaron
¿en qué se distribuyeron?
La moneda que subieron,
causa es de pena y lloro,
y subir también el oro
con tan poco fundamento;
arbitrio, en fin, de avariento
para aumentar su tesoro...

También poesía de mera burla o libelo, por ejemplo al aguacil de Corte Pedro Vergel, al que dedicó más de una sátira calificándolo siempre de cornudo:
¡Qué galán entró Vergel
con cintillo de diamantes!
¡Diamantes que fueron antes
de amantes de su mujer!
O la dedicada al Conde de Salazar y su mujer, ambos feísimos:
Al de Salazar ayer
mirarse a un espejo ví;
perdiéndose el miedo en sí
para mirar su mujer.


- 1618.- Verdadero año nefasto para el poeta. Vende el cargo de Correo Mayor de Aragón a un hijo de Leonardo Lupercio de Argensola. Pierde la administración de sus bienes. Los documentos citan por última vez a su mujer, por lo que debió morir por esas fechas. Sus hijos han muerto prematuramente. Y, para colmo, enemistado con los poderosos validos, es desterrado en un proceso secreto por difamador. Tres años vive apartado en las orillas del Henares, donde sus versos cobran un tinte amargo y desengañado. No es de extrañar que escribiera en una composición:
Estoy tan en el profundo
que idolatrara el castigo
si es que se hundiera conmigo
cuanto me cansa en el mundo.

- 1621/1622.- Ascenso fulminante del Conde, que como Ícaro, sube hasta las proximidades del Sol, y provoca su caída. El 3 de Marzo muere Felipe III. A los trece días del nuevo reinado de Felipe IV, le es levantado el destierro. Se le repone como Correo Mayor y se le nombra Gentilhombre de la Reina, Isabel de Borbón, joven, hermosa, con talento. Escribe poesías conjuntas con el monarca, poeta aficionado. Haciendo de celestino escribe versos a la dama del rey, cayendo en tercería. Y, según todos los indicios, se enamora de la Reina. Lo proclaman los hombres de su época, lo apuntan sus poemas, sus osadías y las anécdotas conocidas. En una de las fiestas, se presenta adornado con reales de plata que acababan de ponerse en circulación y el lema: “Son mis amores reales”. Imprudencia, tras imprudencia en este hombre apasionado que no conoce la mesura. Sigue atacando a todos los poderosos caídos, al mismo rey muerto, sin descanso ni cuartel. En 1622, con ocasión del cumpleaños de Felipe IV, se monta en Aranjuez una representación de aficionados, una invención. El texto es encargado al Conde, “La Gloria de Niquea”, primera representación operística en España. Todo gira en torno al montaje, espléndido y complicado. 

El decorado y las ¡Qué galán entró Vergel
con cintillo de diamantes!
¡Diamantes que fueron antes
de amantes de su mujer!
o la dedicada al Conde de Salazar y su mujer, ambos feísimos:
Al de Salazar ayer
mirarse a un espejo ví;
perdiéndose el miedo en sí
para mirar su mujer.

- 1618.- Verdadero año nefasto para el poeta. Vende el cargo de Correo Mayor de Aragón a un hijo de Leonardo Lupercio de Argensola. Pierde la administración de sus bienes. Los documentos citan por última vez a su mujer, por lo que debió morir por esas fechas. Sus hijos han muerto prematuramente. Y, para colmo, enemistado con los poderosos validos, es desterrado en un proceso secreto por difamador. Tres años vive apartado en las orillas del Henares, donde sus versos cobran un tinte amargo y desengañado. No es de extrañar que escribiera en una composición:
Estoy tan en el profundo
que idolatrara el castigo
si es que se hundiera conmigo
cuanto me cansa en el mundo.

- 1621/1622.- Ascenso fulminante del Conde, que como Ícaro, sube hasta las proximidades del Sol, y provoca su caída. El 3 de Marzo muere Felipe III. A los trece días del nuevo reinado de Felipe IV, le es levantado el destierro. Se le repone como Correo Mayor y se le nombra Gentilhombre de la Reina, Isabel de Borbón, joven, hermosa, con talento. Escribe poesías conjuntas con el monarca, poeta aficionado. Haciendo de celestino escribe versos a la dama del rey, cayendo en tercería. Y, según todos los indicios, se enamora de la Reina. Lo proclaman los hombres de su época, lo apuntan sus poemas, sus osadías y las anécdotas conocidas. En una de las fiestas, se presenta adornado con reales de plata que acababan de ponerse en circulación y el lema: “Son mis amores reales”. Imprudencia, tras imprudencia en este hombre apasionado que no conoce la mesura. Sigue atacando a todos los poderosos caídos, al mismo rey muerto, sin descanso ni cuartel. En 1622, con ocasión del cumpleaños de Felipe IV, se monta en Aranjuez una representación de aficionados, una invención. El texto es encargado al Conde, “La Gloria de Niquea”, primera representación operística en España. Todo gira en torno al montaje, espléndido y complicado. El decorado y las maquinarias para las mutaciones escénicas ocupan el centro de la representación: teatro ornamental, coreográfico, visual, con texto para recitar, culterano. Todos los personajes fueron representados por damas de la Corte, incluida la Reina. Pues bien, en medio de la obra, se produce un incendio. El Conde salta al escenario, toma en sus brazos a Doña Isabel de Borbón, y la rescata del peligro. Se corrió la voz de que el incidente fue provocado por el poeta. Que el rey estuviera ya sobre aviso, lo mismo que el Conde-Duque de Olivares, y los políticos profesionales de su entorno, lo sabemos por varias fuentes. En una fiesta de toros, Villamediana, hábil alanceador, tuvo una soberbia actuación ante los monarcas. La reina se dirige a Felipe IV y comenta: “¡Qué bien pica el Conde!”; a lo que él responde: “Pica bien, pero pica alto”. Todo parece indicar un desastre inminente. Y, por si fuera poco, se había iniciado, de parte de la Inquisición, un proceso secreto por un círculo de sodomía en su mansión, “lo que está probado”: hubo condenados a la hoguera.

- 21 de Agosto de 1.622, Domingo por la tarde. El Conde regresa en coche a su casa, acompañado por el hijo del Marqués del Carpio. Había desechado el aviso del confesor de la reina Zuñiga de que se tramaba su muerte. En la calle Mayor, a cara descubierta, sabiéndose impune, alguien sube al estribo “y con alguna arma fuerte y que hería de golpe, por si llevaba defensa, se le dio tan cruel, que rompiéndole las costillas no le dio más lugar que para decir ‘Jesús, esto es hecho’ y luego murió” Los restos de este Des Esseintes vital, recio y vigoroso, se trasladaron a Valladolid, como dijimos, en un ataúd de ahorcados. Nunca se supo de los culpables.


Varios autores del momento escribieron sobre su muerte.


ANTONIO MIRA DE AMESCUA:

¡Golpe fatal, cruel hecho
que en bárbara impiedad toca!
Que por cerrarme la boca
me la abrieron por el pecho;
y aunque este lugar estrecho
me oprime y muerto me ven,
no es bien seguro estén
de mi lengua, porque es tal,
que hablará de muchos mal
si ellos no vivieren bien

JUAN RUIZ DE ALARCÓN:

Aquí yace un maldiciente
que hasta de sí dijo mal,
cuya ceniza mortal
sepulcro ocupa decente.
Memoria dejó a la gente
del bien y del mal vivir;
con hierro vino a morir
dando todos a entender
cómo pudo un mal hacer
acabar su mal-decir.

ANTONIO HURTADO:

Ya sabéis que era Don Juan
dado al juego y los placeres;
amábanlo las mujeres
por discreto y por galán.
Valiente como Roldán
y más mordaz que valiente
... más pulido que Medoro
y en el vestir sin segundo,
causaban asombro al mundo
sus trajes bordados de oro...
Muy diestro en rejonear,
muy amigo de reñir,
muy ganoso de servir,
muy desprendido en el dar.
Tal fama llegó a alcanzar
en toda la Corte entera
que no hubo dentro ni fuera
grande que lo contrastara,
mujer que no lo adorara,
hombre que no lo temiera...

LUÍS DE GÓNGORA:

Mentidero de Madrid,
decidnos: ¿Quién mató al Conde?
No se sabe ni se esconde:
sin discurso discurrid.
-Dicen que lo mató el Cid
por ser el Conde Lozano.
¡Disparate chabacano!
La verdad del caso ha sido
que el matador fue Bellido
y el impulso soberano.


-------------------------------------------------------------------------------
CUATRO SONETOS DE GOLIARDOS


1) Una acusación desengañada a la época:
Debe tan poco al tiempo el que ha nacido
en la estéril región de nuestros años
que premiada la culpa y los engaños,
el mérito se encoge escarnecido.
Ser un inútil anhelar perdido,
y natural remedio a los extraños;
avisar las ofensas con los daños,
y haber de agradecer el ofendido.
Máquina de ambición, aplauso de ira,
donde sólo es verdad el justo miedo
del que percibe el daño y se retira.
Violenta adulación, mañoso enredo,
en fe violada han puesto a la mentira
fuerza de ley y sombra de denuedo.

2) Un lamento de amor en la encrucijada entre la osadía y el encogimiento; en la frontera que, traspuesta, el remedio es ya castigo:

Tal vez la más sublime esfera toco
de los orbes de Amor, do pruebo y siento
un infeliz, cobarde encogimiento
con que a imperfecta lástima provoco.
A mucho se dispone y vuela poco
mi osado y rendido pensamiento,
muy temeroso para atrevimiento,
y para no atrevido ya muy loco.
¡Oh laberinto, oh confusión, oh engaño,
en que estoy, la que sufro y el que sigo,
sin fe el remedio y sin aviso el daño!
Donde el hado, infelizmente enemigo,
es oráculo ya de un desengaño
que quiso ser remedio y es castigo.

3) La osadía de subir a alturas tales que, como Ícaro, trasunto de sí mismo, está condenado al fracaso. La misma gloria del ascenso justifica el intento:

De cera son las alas cuyo vuelo
gobierna incautamente el albedrío,
y llevadas del propio desvarío,
con vana presunción suben al cielo.
No tiene ya el castigo, ni el recelo,
fuerza eficaz, ni sé de qué me fío
si prometido tiene el hado mío
hombre a la mar, como escarmiento al suelo.
Mas si a la pena, Amor, el gusto igualas
con aquel nunca visto atrevimiento
que basta a acreditar lo más perdido,
derrita el Sol las atrevidas alas,
que no podrá quitar al pensamiento
la gloria, con caer, de haber subido.

4) Con motivo del asesinato en plena calle del Conde de La Coruña, en el que responde a un religioso que afirmó que se había condenado, como una premonición a su propio caso:

Cuando yerve cual mar la adolescencia
en ondas de peligros y de engaños,
golpe de arrebatados desengaños
hizo efecto mayor de su violencia.
Sólo aquella Sublime Providencia,
sabe en un punto restaurar los daños
de la omisión y olvido de mil años,
en un acto interior de penitencia.
Digno auxilio, Señor, porque la culpa
nunca fue tal, ni el término tan breve,
que su misericordia no lo alcance.
Supla pues la piedad a la disculpa
donde no hay fin seguro ni horror leve.
¡Oh, ciega obstinación! ¡Oh, duro trance!

----------------------------------------------------------------------------

UN HOMENAJE DE PABLO NERUDA AL CONDE DE VILLAMEDIANA

‘El desenterrado’

Cuando la tierra llena de párpados mojados
se haga ceniza y duro aire cernido,
y los terrones secos y las aguas,
los pozos, los metales,
por fin devuelvan sus gastados muertos,
quiero una oreja, un ojo,
un corazón herido dando tumbos,
un hueco de puñal hace ya un tiempo hundido
en un cuerpo hace tiempo exterminado y solo,
quiero una mano, una ciencia de uñas,
una boca de espanto y amapolas muriendo,
quiero ver levantarse del polvo inútil
un ronco árbol de venas sacudidas,
yo quiero de la tierra más amarga,
entre azufre y turquesa y olas rojas
y torbellinos de carbón callado,
quiero una carne despertar sus huesos
aullando llamas,
y un especial olfato correr en busca de algo,
y una vista cegada por la tierra
correr detrás de dos ojos oscuros,
y un oído, de pronto, como una ostra furiosa,
rabiosa, desmedida,
levantarse hacia el trueno,
y un trato puro, entre sales perdido,
salir tocando pechos y azucenas, de pronto.
¡Oh, día de los muertos! oh distancia hacia donde
la espiga muerta yace con su olor a relámpago,
oh galerías entregando un nido
y un pez y una mejilla y una espada,
todo molido entre las confusiones,
todo sin esperanza decaído,
todo en la sima seca alimentado
entre los dientes de la tierra dura.
Y la pluma a su pájaro suave,
y la luna a su cinta, y el perfume a su forma,
y, entre las rosas, el desenterrado,
el hombre lleno de algas minerales,
y a sus dos agujeros sus ojos retornando.
Está desnudo,
sus ropas no se encuentran en el polvo
y su armadura rota se ha deslizado al fondo del infierno,
y su barba ha crecido como el aire en otoño
y hasta su corazón quiere morder manzanas.
Cuelgan de sus rodillas y sus ojos
adherencias de olvido, hebras del suelo,
zonas de vidrio roto y aluminio,
cáscaras de cadáveres amargos,
bolsillos de agua convertida en hierro,
y reuniones de terribles bocas
derramadas y azules,
y ramas de coral acongojado
hacen corona a su cabeza verde
y tristes vegetales fallecidos
y maderas nocturnas lo rodean,
y en él aún duermen palomas entreabiertas
con ojos de cemento subterráneo.
Conde dulce, en la niebla,
0h recién despertado de las minas,
oh recién seco del agua sin río,
0n recién sin arañas.
Crujen minutos en tu pie naciendo,
tu sexo asesinado se incorpora,
y levanta las manos en donde vive
todavía el secreto de la espuma.

El tranco II. pág. 19-21