Mostrando entradas con la etiqueta EL TRANCO I. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta EL TRANCO I. Mostrar todas las entradas

Demasiadas dosis de realidad para un viernes por la noche. Miguel Ángel Sánchez Herrera

[DEMASIADAS DOSIS DE REALIDAD PARA UN VIERNES POR LA NOCHE]


A veces me acostaba tarde. Me quedaba observando el ritmo de la televisión hasta que lentamente los párpados se cerraban. Cabizbajo entonces caminaba hasta la habitación y descansaba en un profundo sueño que se alteraba solo varias veces a lo largo de la noche. Solía repetir este proceso casi mecánico muy a menudo. Sin embargo esta noche ha sucedido algo distinto, ocurrió lo mismo que todos los días, aunque a media noche desperté y encendí un momento la radio, ahí fue donde escuché una extraña historia. Serían las tres de la madrugada y una mujer contaba como su matrimonio no era lo que había esperado, se casó por la necesidad de ser escuchada por alguien, porque le apetecía compartir todo lo suyo con otra persona pero no por amor o al menos eso creía ella. Siempre fue una mujer olvidada, la última del grupo, la que todos los chicos pretendían en último lugar y que siempre por sexo la poseían; y ella no se consideraba fea, probablemente no lo fuera. Pensé que solamente buscaba ser escuchada por alguien, aunque después de casarse decidió irse con otro hombre teniendo ya una pareja de niños. Lo curioso de la historia es que el hombre era sordomudo, no la podía escuchar pero a ella le daba exactamente igual porque se encontraba feliz, porque por primera vez en su vida sentía que significaba algo para alguien. Ante estas historias curiosas me gusta anotar siempre algo, una nota de reflexión. Abrí el cajón de la mesita de noche, saqué mi diario y apunté en sus últimas páginas lo siguiente: "Procura que sean lícitos y naturales todos tus pensamientos, has de procurar ser siempre tu mismo". Junto a mi mesita tenía aún la fotografía que me había regalado Candela. Retomaba el significado de la frase, era la vuelta a una situación vital, la búsqueda de la autenticidad del individuo en un mundo déspota en el que sin el menor miramiento suelen manipularte, y no concebía en ese instante a un amigo o conocido o incluso familiar que alguna vez no hubiera influenciado en mi forma de pensar, de observar el mundo o de manipular las formas que a la postre me cambiarían mi capacidad de sentir ¿Pero acaso no todo lo que me rodea es fruto de la experiencia y del aprendizaje mutuo de individuos con los que día a día convivo? La cama es buena, tiene un somier muy tierno. Además de soportar sobre mí todas y cada una de las sábanas, podían acomodarse a mi cuerpo cada uno de sus pliegues sin que nada se lo impidiese. El año pasado compré unas especiales, eran de franela, me proporcionaban mucho más calor en los meses fríos, incluso al propio tacto se podía distinguir su delicadeza como si su suavidad casi aterciopelada te rodeara cada parte del cuerpo por diminuta que fuera. Me encantaba enredarme en la cama, girarme sobre mi mundo y que me volviesen de nuevo a acariciar, era placentero. Abrí los ojos y todo permanecía oscuro, callado, ni un solo susurro que me produjera la más mínima alteración. A veces me levantaba tarde los sábados, solía dispensar todas mis obligaciones para imaginarme en el interior de las sabanas ser el dueño de una casa en la sierra de Cazorla rodeado de pinares y sonidos de insectos y de animales, poder pasear entre ambas orillas de un diminuto riachuelo acompañado de una mujer y sentir el agua como rozaba sobre las rocas, a veces me veía guiando una embarcación dueño de una tripulación y poniendo rumbo a alguna pequeña isla del Mediterráneo o conducir un pequeño deportivo atravesando toda la Península de Sur a Norte. También fue un viernes de madrugada cuando no pude dormir recordando a Candela, como nos conocimos los dos solos intercambiando sueños que parecieron en ese instante ser eternos, nos proponíamos llevarlos a cabo en el rincón del "Beiral", miradas inseguras y confidencias personales que nos hacían más vulnerables, los dos a la vez estábamos intentando unir nuestros anhelos solitarios. Nuestros amigos nos dejaron solos, decidimos caminar por toda la ciudad sin rozarnos las manos. La acompañé a su casa en mi coche y ese domingo no pude dormir, las sábanas me parecieron sudorosas y pesadas y sentí en mi interior una sensación de angustia que no desapareció hasta bien entrado el mediodía. Era muy pronto aún para que amaneciese. Recordé que mi tía llamó anoche, quería saber algo de su hermana aunque así con todo apenas si pude contarle nada, no tenía noticia de ella en varios días. Le dije que no tenía conectado el móvil aunque lo cierto es que no la había telefoneado. Me dio apuro decirle la verdad, que debido a mi pereza ni se me había pasado por un solo instante la idea de saber que estaría haciendo ahora. Dudaba si era por la pereza o por la falta de afecto, y esto me preocupaba todavía más. Solía visitarme y de camino hacer la colada varios días a la semana. Era una persona demasiado alterada por el ritmo frenético de la vida, nunca paraba de hacer cosas. El mes pasado el médico le mandó unas pastillas para dormir mejor, eran simplemente unos relajantes, nada demasiado fuerte pero ni siquiera se acercó a la farmacia a preguntar si tenían. ¡Debe cuidarse más y no preocuparse tanto por los demás aunque esto a ella le haga feliz! Algo así fue lo que le conté a mi tía. Mientras pueda soportar todo ese ritmo de vida siempre será la mejor, pues nos cuesta conocer a personas que lo entreguen todo sin esperar nada a cambio. Estoy triste y no lo quiero reconocer, el eje existencialista de Camus, ¿qué es eso de libertad? Acaso no somos todos libres, irremediablemente condenados a ser libres, sin escapatoria y creadores de nuestro destino. El destino está en nuestras manos ¿quien lo diría? Yo mismo lo creé y también lo puedo destruir. Hace frío, suelo dormir con calcetines, es la parte de mi cuerpo que siempre está fría por las noches. También tengo frías las manos, entre mi cuerpo suelen perderse en lugares inhóspitos mucho más cálidos que de donde son oriundas, ahí se encuentran mejor, tranquilas, sin inmutarse del paso del tiempo. También Candela tiene las manos frías. Eso me dijo pero no me atreví a tocarlas a pesar que estaban muy próximas a mí. Sus ojos en cambio como el resto de las veces que salimos presentaban esa misma ansiedad cubierta por una capa de descorazonada soledad, no sabías si te incitaban a besarla o a despreciarte como el más ruín y amorfo de los mortales. En eso nos parecíamos, teníamos las manos frías y no me atreví a enlazarlas con las suyas. Todo está tranquilo y creo ya he conseguido aceptar que no voy a poder olvidarla durante mucho tiempo. Decidí que tenía convivir con ello. No era de las mujeres que te causan sobresalto a simple vista como la camarera del "Beiral" o como Carmen, era distinta; la primera vez que la vi estaba entre un puñado de mujeres crecidas en su propia ignorancia fantasiosa, henchidas de un fervoroso y sospechoso éxito juvenil en un bar a la salida del trabajo; no me percaté a primera vista entre este grupo de la existencia de una mirada triste, fuera de lo normal, que parecía convivir con más de un pinchazo en su profundo corazón y que sin poder evitarlo despreciaba a todos y a cada uno de los objetos inertes que le rodeaban. ¿Tenía sin más remedio que despreciar lo que le acordonaba? A veces podemos encontrar en el mundo mujeres que probablemente transformarían nuestra vida por completo y sin embargo no nos percatamos de esa necesidad. El tiempo suele hacerse más lento durante la noche, me habría gustado viajar a alguna parte del sistema solar, huir con una pequeña parte de mi vida a algún sitio donde la realidad fuera más fácil analizar, elegiría el solsticio adecuado, probablemente el de invierno y tomaría dirección a Saturno; desde alguno de sus anillos me detendría a contemplar la tierra y hacer alguna foto, quizá me llegase a gustar la visión limpia solo por ser lejana y por ocultar los fallos del planeta. Permanecería en silencio, callado sin gritar contemplando los colores insonoros que transmitía el Mariner 10 hasta que después, extenuado por lo que me rodeara decidiese volver a lomos de un animal mitológico.

Sería como un viaje astral, una ruptura del cordón de plata que me une a la realidad para poder permitir evadirme, soñar y al final poder descansar en el dominio de mi propia cama de nuevo otra vez sólo. Candela es rubia, de ojos tristes y mirada profunda. En sus ojos se puede contemplar la serenidad del tiempo. Una tarde me llamó para enseñarme las fotos de su último viaje. Había viajado con unas amigas a las playas de Menorca. En ellas salía de nuevo triste ¿qué le pasaba? No le dije nada, pero no lograba descubrir la verdad de su corazón. Tenía la misma mirada y, sin embargo, sonreía por cualquier detalle que nos sucediera a los dos mientras caminábamos, esa extraña sonrisa que disimula e intenta complacer pero que oculta tras de si una misteriosa realidad y que a veces ni uno mismo es consciente de llevarla consigo. A veces la soledad es necesaria, lo he aceptado. Hay tres tipos de tristeza: la que es capaz de amargar durante un par de horas, producida por un hecho aislado y después de este tiempo afortunadamente desintegrarse de igual modo a como fue generada; otra en cambio algo más seria que se apodera lo más profundo del cuerpo y como si de una mala bacteria se tratara pretendiera anidar sin permitir dominar la realidad, pero una mañana te levantarías viendo amanecer frente a la ventana con una cara sonriente impregnada de hermosa belleza por los misterios de la vida; finalmente quedaría la última tristeza, quizá la peor de todas las tristezas, la que puede incluso conducirte a la depresión. El gran error del enamorado se encierra en creer que el amor cuando se encuentra va a ser para toda la vida, no existe nada eterno y por eso se debe aprender que todo tiene un principio, un desarrollo y un desenlace de manera similar a una buena película; se debe conocer que la desaparición es un episodio, un proceso que llega sin más. Suelo tener sed a media noche, solía colocar un vaso de agua sobre la mesita; de manera casi milagrosa nunca vertí la menor gota de agua sobre las sábanas y mi refrigerio me proporcionaba una vuelta a la meditación. La plena oscuridad ocupa todo el campo de visión; un aire frío, entrecortado recorre mi cara salvando los altibajos del relieve. A veces en esta oscuridad suelen aparecer fantasmas que pretenden asustar y escondes sin más remedio la cabeza en el interior de las sábanas hasta dejar de sentir el ritmo acelerado de la respiración contra el pecho. A continuación examinaba las posibles aberturas por las que pudiera colarse alguien hasta que adquieres la total certeza de que no te va a suceder nada, de que todo lo que ha pasado no puede volver a la realidad de nuevo. Es en ese instante donde puedes sentirte de nuevo seguro de ti mismo. Me va a costar olvidarla, tengo que hacer un viaje pero esta vez a un punto real, nada de sueños; de vez en cuando es necesario la fuga para retomar algunas cosas que has olvidado, recapacitar y volver a entrar en el hilo vital. Córdoba me parece una ciudad hermosa y nunca he estado. La oscuridad de la habitación lentamente deja paso a la luz del amanecer, parece que va a hacer un buen día, estoy cansado pero tengo la mente clara. Miro el reloj por primera vez en toda la noche; son cerca de las siete de la mañana, lentamente los colores de la habitación comienzan a aparecer manchados sobre las paredes y yo aún permanezco en el centro de la cama tapado. Un día levanté la mano en medio de la clase y no sabía por qué, pero qué importaba eso, quería hablarle a todos y explicar lo que pensaba. Había estado mucho tiempo reteniendo cosas en la cabeza que no le importaban a nadie más que a mí y sin embargo ese día decidí contarlo en voz alta. Y lo extraño fue que el profesor me contestó como si hubiera alguna relación lógica con el tema de la clase, como si la asignatura y la pregunta estuvieran entrelazadas por un hilo imaginario. ¡Qué absurdo! pensé y sin embargo nadie se extrañó, incluso mis propios compañeros que minutos antes habían estado comentando la película de la noche anterior y que poco después continuarían haciéndolo.



(Miguel A. Sánchez Herrera)


Demasiadas dosis de realidad para un viernes por la noche. Miguel Ángel Sánchez Herrera

[DEMASIADAS DOSIS DE REALIDAD PARA UN VIERNES POR LA NOCHE]


A veces me acostaba tarde. Me quedaba observando el ritmo de la televisión hasta que lentamente los párpados se cerraban. Cabizbajo entonces caminaba hasta la habitación y descansaba en un profundo sueño que se alteraba solo varias veces a lo largo de la noche. Solía repetir este proceso casi mecánico muy a menudo. Sin embargo esta noche ha sucedido algo distinto, ocurrió lo mismo que todos los días, aunque a media noche desperté y encendí un momento la radio, ahí fue donde escuché una extraña historia. Serían las tres de la madrugada y una mujer contaba como su matrimonio no era lo que había esperado, se casó por la necesidad de ser escuchada por alguien, porque le apetecía compartir todo lo suyo con otra persona pero no por amor o al menos eso creía ella. Siempre fue una mujer olvidada, la última del grupo, la que todos los chicos pretendían en último lugar y que siempre por sexo la poseían; y ella no se consideraba fea, probablemente no lo fuera. Pensé que solamente buscaba ser escuchada por alguien, aunque después de casarse decidió irse con otro hombre teniendo ya una pareja de niños. Lo curioso de la historia es que el hombre era sordomudo, no la podía escuchar pero a ella le daba exactamente igual porque se encontraba feliz, porque por primera vez en su vida sentía que significaba algo para alguien. Ante estas historias curiosas me gusta anotar siempre algo, una nota de reflexión. Abrí el cajón de la mesita de noche, saqué mi diario y apunté en sus últimas páginas lo siguiente: "Procura que sean lícitos y naturales todos tus pensamientos, has de procurar ser siempre tu mismo". Junto a mi mesita tenía aún la fotografía que me había regalado Candela. Retomaba el significado de la frase, era la vuelta a una situación vital, la búsqueda de la autenticidad del individuo en un mundo déspota en el que sin el menor miramiento suelen manipularte, y no concebía en ese instante a un amigo o conocido o incluso familiar que alguna vez no hubiera influenciado en mi forma de pensar, de observar el mundo o de manipular las formas que a la postre me cambiarían mi capacidad de sentir ¿Pero acaso no todo lo que me rodea es fruto de la experiencia y del aprendizaje mutuo de individuos con los que día a día convivo? La cama es buena, tiene un somier muy tierno. Además de soportar sobre mí todas y cada una de las sábanas, podían acomodarse a mi cuerpo cada uno de sus pliegues sin que nada se lo impidiese. El año pasado compré unas especiales, eran de franela, me proporcionaban mucho más calor en los meses fríos, incluso al propio tacto se podía distinguir su delicadeza como si su suavidad casi aterciopelada te rodeara cada parte del cuerpo por diminuta que fuera. Me encantaba enredarme en la cama, girarme sobre mi mundo y que me volviesen de nuevo a acariciar, era placentero. Abrí los ojos y todo permanecía oscuro, callado, ni un solo susurro que me produjera la más mínima alteración. A veces me levantaba tarde los sábados, solía dispensar todas mis obligaciones para imaginarme en el interior de las sabanas ser el dueño de una casa en la sierra de Cazorla rodeado de pinares y sonidos de insectos y de animales, poder pasear entre ambas orillas de un diminuto riachuelo acompañado de una mujer y sentir el agua como rozaba sobre las rocas, a veces me veía guiando una embarcación dueño de una tripulación y poniendo rumbo a alguna pequeña isla del Mediterráneo o conducir un pequeño deportivo atravesando toda la Península de Sur a Norte. También fue un viernes de madrugada cuando no pude dormir recordando a Candela, como nos conocimos los dos solos intercambiando sueños que parecieron en ese instante ser eternos, nos proponíamos llevarlos a cabo en el rincón del "Beiral", miradas inseguras y confidencias personales que nos hacían más vulnerables, los dos a la vez estábamos intentando unir nuestros anhelos solitarios. Nuestros amigos nos dejaron solos, decidimos caminar por toda la ciudad sin rozarnos las manos. La acompañé a su casa en mi coche y ese domingo no pude dormir, las sábanas me parecieron sudorosas y pesadas y sentí en mi interior una sensación de angustia que no desapareció hasta bien entrado el mediodía. Era muy pronto aún para que amaneciese. Recordé que mi tía llamó anoche, quería saber algo de su hermana aunque así con todo apenas si pude contarle nada, no tenía noticia de ella en varios días. Le dije que no tenía conectado el móvil aunque lo cierto es que no la había telefoneado. Me dio apuro decirle la verdad, que debido a mi pereza ni se me había pasado por un solo instante la idea de saber que estaría haciendo ahora. Dudaba si era por la pereza o por la falta de afecto, y esto me preocupaba todavía más. Solía visitarme y de camino hacer la colada varios días a la semana. Era una persona demasiado alterada por el ritmo frenético de la vida, nunca paraba de hacer cosas. El mes pasado el médico le mandó unas pastillas para dormir mejor, eran simplemente unos relajantes, nada demasiado fuerte pero ni siquiera se acercó a la farmacia a preguntar si tenían. ¡Debe cuidarse más y no preocuparse tanto por los demás aunque esto a ella le haga feliz! Algo así fue lo que le conté a mi tía. Mientras pueda soportar todo ese ritmo de vida siempre será la mejor, pues nos cuesta conocer a personas que lo entreguen todo sin esperar nada a cambio. Estoy triste y no lo quiero reconocer, el eje existencialista de Camus, ¿qué es eso de libertad? Acaso no somos todos libres, irremediablemente condenados a ser libres, sin escapatoria y creadores de nuestro destino. El destino está en nuestras manos ¿quien lo diría? Yo mismo lo creé y también lo puedo destruir. Hace frío, suelo dormir con calcetines, es la parte de mi cuerpo que siempre está fría por las noches. También tengo frías las manos, entre mi cuerpo suelen perderse en lugares inhóspitos mucho más cálidos que de donde son oriundas, ahí se encuentran mejor, tranquilas, sin inmutarse del paso del tiempo. También Candela tiene las manos frías. Eso me dijo pero no me atreví a tocarlas a pesar que estaban muy próximas a mí. Sus ojos en cambio como el resto de las veces que salimos presentaban esa misma ansiedad cubierta por una capa de descorazonada soledad, no sabías si te incitaban a besarla o a despreciarte como el más ruín y amorfo de los mortales. En eso nos parecíamos, teníamos las manos frías y no me atreví a enlazarlas con las suyas. Todo está tranquilo y creo ya he conseguido aceptar que no voy a poder olvidarla durante mucho tiempo. Decidí que tenía convivir con ello. No era de las mujeres que te causan sobresalto a simple vista como la camarera del "Beiral" o como Carmen, era distinta; la primera vez que la vi estaba entre un puñado de mujeres crecidas en su propia ignorancia fantasiosa, henchidas de un fervoroso y sospechoso éxito juvenil en un bar a la salida del trabajo; no me percaté a primera vista entre este grupo de la existencia de una mirada triste, fuera de lo normal, que parecía convivir con más de un pinchazo en su profundo corazón y que sin poder evitarlo despreciaba a todos y a cada uno de los objetos inertes que le rodeaban. ¿Tenía sin más remedio que despreciar lo que le acordonaba? A veces podemos encontrar en el mundo mujeres que probablemente transformarían nuestra vida por completo y sin embargo no nos percatamos de esa necesidad. El tiempo suele hacerse más lento durante la noche, me habría gustado viajar a alguna parte del sistema solar, huir con una pequeña parte de mi vida a algún sitio donde la realidad fuera más fácil analizar, elegiría el solsticio adecuado, probablemente el de invierno y tomaría dirección a Saturno; desde alguno de sus anillos me detendría a contemplar la tierra y hacer alguna foto, quizá me llegase a gustar la visión limpia solo por ser lejana y por ocultar los fallos del planeta. Permanecería en silencio, callado sin gritar contemplando los colores insonoros que transmitía el Mariner 10 hasta que después, extenuado por lo que me rodeara decidiese volver a lomos de un animal mitológico.

Sería como un viaje astral, una ruptura del cordón de plata que me une a la realidad para poder permitir evadirme, soñar y al final poder descansar en el dominio de mi propia cama de nuevo otra vez sólo. Candela es rubia, de ojos tristes y mirada profunda. En sus ojos se puede contemplar la serenidad del tiempo. Una tarde me llamó para enseñarme las fotos de su último viaje. Había viajado con unas amigas a las playas de Menorca. En ellas salía de nuevo triste ¿qué le pasaba? No le dije nada, pero no lograba descubrir la verdad de su corazón. Tenía la misma mirada y, sin embargo, sonreía por cualquier detalle que nos sucediera a los dos mientras caminábamos, esa extraña sonrisa que disimula e intenta complacer pero que oculta tras de si una misteriosa realidad y que a veces ni uno mismo es consciente de llevarla consigo. A veces la soledad es necesaria, lo he aceptado. Hay tres tipos de tristeza: la que es capaz de amargar durante un par de horas, producida por un hecho aislado y después de este tiempo afortunadamente desintegrarse de igual modo a como fue generada; otra en cambio algo más seria que se apodera lo más profundo del cuerpo y como si de una mala bacteria se tratara pretendiera anidar sin permitir dominar la realidad, pero una mañana te levantarías viendo amanecer frente a la ventana con una cara sonriente impregnada de hermosa belleza por los misterios de la vida; finalmente quedaría la última tristeza, quizá la peor de todas las tristezas, la que puede incluso conducirte a la depresión. El gran error del enamorado se encierra en creer que el amor cuando se encuentra va a ser para toda la vida, no existe nada eterno y por eso se debe aprender que todo tiene un principio, un desarrollo y un desenlace de manera similar a una buena película; se debe conocer que la desaparición es un episodio, un proceso que llega sin más. Suelo tener sed a media noche, solía colocar un vaso de agua sobre la mesita; de manera casi milagrosa nunca vertí la menor gota de agua sobre las sábanas y mi refrigerio me proporcionaba una vuelta a la meditación. La plena oscuridad ocupa todo el campo de visión; un aire frío, entrecortado recorre mi cara salvando los altibajos del relieve. A veces en esta oscuridad suelen aparecer fantasmas que pretenden asustar y escondes sin más remedio la cabeza en el interior de las sábanas hasta dejar de sentir el ritmo acelerado de la respiración contra el pecho. A continuación examinaba las posibles aberturas por las que pudiera colarse alguien hasta que adquieres la total certeza de que no te va a suceder nada, de que todo lo que ha pasado no puede volver a la realidad de nuevo. Es en ese instante donde puedes sentirte de nuevo seguro de ti mismo. Me va a costar olvidarla, tengo que hacer un viaje pero esta vez a un punto real, nada de sueños; de vez en cuando es necesario la fuga para retomar algunas cosas que has olvidado, recapacitar y volver a entrar en el hilo vital. Córdoba me parece una ciudad hermosa y nunca he estado. La oscuridad de la habitación lentamente deja paso a la luz del amanecer, parece que va a hacer un buen día, estoy cansado pero tengo la mente clara. Miro el reloj por primera vez en toda la noche; son cerca de las siete de la mañana, lentamente los colores de la habitación comienzan a aparecer manchados sobre las paredes y yo aún permanezco en el centro de la cama tapado. Un día levanté la mano en medio de la clase y no sabía por qué, pero qué importaba eso, quería hablarle a todos y explicar lo que pensaba. Había estado mucho tiempo reteniendo cosas en la cabeza que no le importaban a nadie más que a mí y sin embargo ese día decidí contarlo en voz alta. Y lo extraño fue que el profesor me contestó como si hubiera alguna relación lógica con el tema de la clase, como si la asignatura y la pregunta estuvieran entrelazadas por un hilo imaginario. ¡Qué absurdo! pensé y sin embargo nadie se extrañó, incluso mis propios compañeros que minutos antes habían estado comentando la película de la noche anterior y que poco después continuarían haciéndolo.



(Miguel A. Sánchez Herrera)


Demasiadas dosis de realidad para un viernes por la noche. Miguel Ángel Sánchez Herrera

[DEMASIADAS DOSIS DE REALIDAD PARA UN VIERNES POR LA NOCHE]


A veces me acostaba tarde. Me quedaba observando el ritmo de la televisión hasta que lentamente los párpados se cerraban. Cabizbajo entonces caminaba hasta la habitación y descansaba en un profundo sueño que se alteraba solo varias veces a lo largo de la noche. Solía repetir este proceso casi mecánico muy a menudo. Sin embargo esta noche ha sucedido algo distinto, ocurrió lo mismo que todos los días, aunque a media noche desperté y encendí un momento la radio, ahí fue donde escuché una extraña historia. Serían las tres de la madrugada y una mujer contaba como su matrimonio no era lo que había esperado, se casó por la necesidad de ser escuchada por alguien, porque le apetecía compartir todo lo suyo con otra persona pero no por amor o al menos eso creía ella. Siempre fue una mujer olvidada, la última del grupo, la que todos los chicos pretendían en último lugar y que siempre por sexo la poseían; y ella no se consideraba fea, probablemente no lo fuera. Pensé que solamente buscaba ser escuchada por alguien, aunque después de casarse decidió irse con otro hombre teniendo ya una pareja de niños. Lo curioso de la historia es que el hombre era sordomudo, no la podía escuchar pero a ella le daba exactamente igual porque se encontraba feliz, porque por primera vez en su vida sentía que significaba algo para alguien. Ante estas historias curiosas me gusta anotar siempre algo, una nota de reflexión. Abrí el cajón de la mesita de noche, saqué mi diario y apunté en sus últimas páginas lo siguiente: "Procura que sean lícitos y naturales todos tus pensamientos, has de procurar ser siempre tu mismo". Junto a mi mesita tenía aún la fotografía que me había regalado Candela. Retomaba el significado de la frase, era la vuelta a una situación vital, la búsqueda de la autenticidad del individuo en un mundo déspota en el que sin el menor miramiento suelen manipularte, y no concebía en ese instante a un amigo o conocido o incluso familiar que alguna vez no hubiera influenciado en mi forma de pensar, de observar el mundo o de manipular las formas que a la postre me cambiarían mi capacidad de sentir ¿Pero acaso no todo lo que me rodea es fruto de la experiencia y del aprendizaje mutuo de individuos con los que día a día convivo? La cama es buena, tiene un somier muy tierno. Además de soportar sobre mí todas y cada una de las sábanas, podían acomodarse a mi cuerpo cada uno de sus pliegues sin que nada se lo impidiese. El año pasado compré unas especiales, eran de franela, me proporcionaban mucho más calor en los meses fríos, incluso al propio tacto se podía distinguir su delicadeza como si su suavidad casi aterciopelada te rodeara cada parte del cuerpo por diminuta que fuera. Me encantaba enredarme en la cama, girarme sobre mi mundo y que me volviesen de nuevo a acariciar, era placentero. Abrí los ojos y todo permanecía oscuro, callado, ni un solo susurro que me produjera la más mínima alteración. A veces me levantaba tarde los sábados, solía dispensar todas mis obligaciones para imaginarme en el interior de las sabanas ser el dueño de una casa en la sierra de Cazorla rodeado de pinares y sonidos de insectos y de animales, poder pasear entre ambas orillas de un diminuto riachuelo acompañado de una mujer y sentir el agua como rozaba sobre las rocas, a veces me veía guiando una embarcación dueño de una tripulación y poniendo rumbo a alguna pequeña isla del Mediterráneo o conducir un pequeño deportivo atravesando toda la Península de Sur a Norte. También fue un viernes de madrugada cuando no pude dormir recordando a Candela, como nos conocimos los dos solos intercambiando sueños que parecieron en ese instante ser eternos, nos proponíamos llevarlos a cabo en el rincón del "Beiral", miradas inseguras y confidencias personales que nos hacían más vulnerables, los dos a la vez estábamos intentando unir nuestros anhelos solitarios. Nuestros amigos nos dejaron solos, decidimos caminar por toda la ciudad sin rozarnos las manos. La acompañé a su casa en mi coche y ese domingo no pude dormir, las sábanas me parecieron sudorosas y pesadas y sentí en mi interior una sensación de angustia que no desapareció hasta bien entrado el mediodía. Era muy pronto aún para que amaneciese. Recordé que mi tía llamó anoche, quería saber algo de su hermana aunque así con todo apenas si pude contarle nada, no tenía noticia de ella en varios días. Le dije que no tenía conectado el móvil aunque lo cierto es que no la había telefoneado. Me dio apuro decirle la verdad, que debido a mi pereza ni se me había pasado por un solo instante la idea de saber que estaría haciendo ahora. Dudaba si era por la pereza o por la falta de afecto, y esto me preocupaba todavía más. Solía visitarme y de camino hacer la colada varios días a la semana. Era una persona demasiado alterada por el ritmo frenético de la vida, nunca paraba de hacer cosas. El mes pasado el médico le mandó unas pastillas para dormir mejor, eran simplemente unos relajantes, nada demasiado fuerte pero ni siquiera se acercó a la farmacia a preguntar si tenían. ¡Debe cuidarse más y no preocuparse tanto por los demás aunque esto a ella le haga feliz! Algo así fue lo que le conté a mi tía. Mientras pueda soportar todo ese ritmo de vida siempre será la mejor, pues nos cuesta conocer a personas que lo entreguen todo sin esperar nada a cambio. Estoy triste y no lo quiero reconocer, el eje existencialista de Camus, ¿qué es eso de libertad? Acaso no somos todos libres, irremediablemente condenados a ser libres, sin escapatoria y creadores de nuestro destino. El destino está en nuestras manos ¿quien lo diría? Yo mismo lo creé y también lo puedo destruir. Hace frío, suelo dormir con calcetines, es la parte de mi cuerpo que siempre está fría por las noches. También tengo frías las manos, entre mi cuerpo suelen perderse en lugares inhóspitos mucho más cálidos que de donde son oriundas, ahí se encuentran mejor, tranquilas, sin inmutarse del paso del tiempo. También Candela tiene las manos frías. Eso me dijo pero no me atreví a tocarlas a pesar que estaban muy próximas a mí. Sus ojos en cambio como el resto de las veces que salimos presentaban esa misma ansiedad cubierta por una capa de descorazonada soledad, no sabías si te incitaban a besarla o a despreciarte como el más ruín y amorfo de los mortales. En eso nos parecíamos, teníamos las manos frías y no me atreví a enlazarlas con las suyas. Todo está tranquilo y creo ya he conseguido aceptar que no voy a poder olvidarla durante mucho tiempo. Decidí que tenía convivir con ello. No era de las mujeres que te causan sobresalto a simple vista como la camarera del "Beiral" o como Carmen, era distinta; la primera vez que la vi estaba entre un puñado de mujeres crecidas en su propia ignorancia fantasiosa, henchidas de un fervoroso y sospechoso éxito juvenil en un bar a la salida del trabajo; no me percaté a primera vista entre este grupo de la existencia de una mirada triste, fuera de lo normal, que parecía convivir con más de un pinchazo en su profundo corazón y que sin poder evitarlo despreciaba a todos y a cada uno de los objetos inertes que le rodeaban. ¿Tenía sin más remedio que despreciar lo que le acordonaba? A veces podemos encontrar en el mundo mujeres que probablemente transformarían nuestra vida por completo y sin embargo no nos percatamos de esa necesidad. El tiempo suele hacerse más lento durante la noche, me habría gustado viajar a alguna parte del sistema solar, huir con una pequeña parte de mi vida a algún sitio donde la realidad fuera más fácil analizar, elegiría el solsticio adecuado, probablemente el de invierno y tomaría dirección a Saturno; desde alguno de sus anillos me detendría a contemplar la tierra y hacer alguna foto, quizá me llegase a gustar la visión limpia solo por ser lejana y por ocultar los fallos del planeta. Permanecería en silencio, callado sin gritar contemplando los colores insonoros que transmitía el Mariner 10 hasta que después, extenuado por lo que me rodeara decidiese volver a lomos de un animal mitológico.

Sería como un viaje astral, una ruptura del cordón de plata que me une a la realidad para poder permitir evadirme, soñar y al final poder descansar en el dominio de mi propia cama de nuevo otra vez sólo. Candela es rubia, de ojos tristes y mirada profunda. En sus ojos se puede contemplar la serenidad del tiempo. Una tarde me llamó para enseñarme las fotos de su último viaje. Había viajado con unas amigas a las playas de Menorca. En ellas salía de nuevo triste ¿qué le pasaba? No le dije nada, pero no lograba descubrir la verdad de su corazón. Tenía la misma mirada y, sin embargo, sonreía por cualquier detalle que nos sucediera a los dos mientras caminábamos, esa extraña sonrisa que disimula e intenta complacer pero que oculta tras de si una misteriosa realidad y que a veces ni uno mismo es consciente de llevarla consigo. A veces la soledad es necesaria, lo he aceptado. Hay tres tipos de tristeza: la que es capaz de amargar durante un par de horas, producida por un hecho aislado y después de este tiempo afortunadamente desintegrarse de igual modo a como fue generada; otra en cambio algo más seria que se apodera lo más profundo del cuerpo y como si de una mala bacteria se tratara pretendiera anidar sin permitir dominar la realidad, pero una mañana te levantarías viendo amanecer frente a la ventana con una cara sonriente impregnada de hermosa belleza por los misterios de la vida; finalmente quedaría la última tristeza, quizá la peor de todas las tristezas, la que puede incluso conducirte a la depresión. El gran error del enamorado se encierra en creer que el amor cuando se encuentra va a ser para toda la vida, no existe nada eterno y por eso se debe aprender que todo tiene un principio, un desarrollo y un desenlace de manera similar a una buena película; se debe conocer que la desaparición es un episodio, un proceso que llega sin más. Suelo tener sed a media noche, solía colocar un vaso de agua sobre la mesita; de manera casi milagrosa nunca vertí la menor gota de agua sobre las sábanas y mi refrigerio me proporcionaba una vuelta a la meditación. La plena oscuridad ocupa todo el campo de visión; un aire frío, entrecortado recorre mi cara salvando los altibajos del relieve. A veces en esta oscuridad suelen aparecer fantasmas que pretenden asustar y escondes sin más remedio la cabeza en el interior de las sábanas hasta dejar de sentir el ritmo acelerado de la respiración contra el pecho. A continuación examinaba las posibles aberturas por las que pudiera colarse alguien hasta que adquieres la total certeza de que no te va a suceder nada, de que todo lo que ha pasado no puede volver a la realidad de nuevo. Es en ese instante donde puedes sentirte de nuevo seguro de ti mismo. Me va a costar olvidarla, tengo que hacer un viaje pero esta vez a un punto real, nada de sueños; de vez en cuando es necesario la fuga para retomar algunas cosas que has olvidado, recapacitar y volver a entrar en el hilo vital. Córdoba me parece una ciudad hermosa y nunca he estado. La oscuridad de la habitación lentamente deja paso a la luz del amanecer, parece que va a hacer un buen día, estoy cansado pero tengo la mente clara. Miro el reloj por primera vez en toda la noche; son cerca de las siete de la mañana, lentamente los colores de la habitación comienzan a aparecer manchados sobre las paredes y yo aún permanezco en el centro de la cama tapado. Un día levanté la mano en medio de la clase y no sabía por qué, pero qué importaba eso, quería hablarle a todos y explicar lo que pensaba. Había estado mucho tiempo reteniendo cosas en la cabeza que no le importaban a nadie más que a mí y sin embargo ese día decidí contarlo en voz alta. Y lo extraño fue que el profesor me contestó como si hubiera alguna relación lógica con el tema de la clase, como si la asignatura y la pregunta estuvieran entrelazadas por un hilo imaginario. ¡Qué absurdo! pensé y sin embargo nadie se extrañó, incluso mis propios compañeros que minutos antes habían estado comentando la película de la noche anterior y que poco después continuarían haciéndolo.



(Miguel A. Sánchez Herrera)


El monasterio de los meteoros. Joaquín Escobar Niebla

 

Tras la muerte de mi mejor amigo, recibí, dos días después del funeral, por correo certificado, un sobre lacrado enviado por él. Dentro, en un folio, sólo encontré el desarrollo de una partida de ajedrez. Conociendo sus gustos esotéricos y singulares sería, tal y como después confirmé, una clave.

Los movimientos, errantes y sin sentido aparente, pertenecían a la dama blanca en un viaje en solitario por las cuadrículas del tablero. Cada lance - lo deduje tras horas de barajar posibilidades- era simplemente una letra, y el regreso de la dama a su casilla de salida, un espacio en blanco entre las palabras.

El proceso de decodificación lo basé, evidentemente, en la repetición de determinados movimientos. Los más frecuentes eran vocales. Fue sencillo aislar los artículos y las preposiciones, no tanto los sustantivos.

El mensaje en clave decía lo siguiente:



TESALIA- GRECIA

Monasterio de los Meteoros

Treinta y uno de diciembre del 2.001

16,00 horas



Sólo quedaban tres días escasos para esa fecha. Decidí ir, no sin ciertas reservas.

El viaje por barco no disipó, en absoluto, mis dudas.

Del Hotel evitaré los comentarios.

Recordé aquella conversación que sostuve con mi amigo sobre el nexo de unión entre dos mundos que, según él, existía en determinadas coordenadas del espacio-tiempo.

Según su teoría algunos eruditos desentrañaron este secreto que mantenían en la más absoluta confidencialidad. Éstos se comunicaban siempre por claves que variaban militarmente cada luna llena.

También me comentó paradojas matemáticas sobre la cinta de Moebius, con su única cara; extraños soliloquios sobre los verdaderos constructores de la Tumba de Abusir, arquetipos mencionados por Mircea Eliade y, quizás, suscitados por Borges; el origen de los oráculos sibilinos; la persistente simbología de las creencias mesopotámicas; las inquietantes relaciones entre la Teoría del Caos moderna y los manuscritos hallados al norte de Siam, cerca del monte Zinnalo, aún sin traducir.

Todo ello hábilmente tergiversado y mezclado por una mente enferma sólo conducía a una conclusión todavía más pavorosa, y cito sus palabras de memoria, casi de forma rigurosa:



" El mundo real es sólo la máscara de un mundo más fértil que, invisible e imponderable, nos invade y nos circunda. La Física Cuántica apenas rodea el perímetro de esta gran pirámide infinita. Algunos pueblos primitivos, por medio de la intuición, vislumbraron parte del enigma pero se difuminaron en el olvido de los siglos."



Aquella conversación evocada me hizo consultar el calendario de la agenda y confirmé, no sin asombro, que en la noche designada imperaría la luna llena.

Contribuiría, yendo a esa cita, a su locura póstuma.



------------------------------------------------------------------



El Monasterio de los Meteoros, iluminado por una débil farola amarillenta, se desdibujaba al final de un camino pedregoso. El sonido de las cigarras, monótono y delirante, ensombrecía aún más mi ánimo mientras caminaba. Cuanto más me acercaba al portón de entrada más serias dudas me acorralaban.

Cuando me quedaban apenas unos cien metros para llegar me detuve en seco y, escondido tras unos arbustos, vigilé  los alrededores. Aunque soy fumador no quise encender ningún cigarrillo. Ignoro el tiempo exacto que permanecí allí agazapado  pensando en mil extrañas apariciones hasta que el chasquido de una rama o más bien el revolotear de un pájaro me hizo retornar a la realidad.

De casi la nada surgió un hombre de mediana edad y aspecto indefinido con un sobre en la mano, apoyó su mano en su frente y oteó un rato en mi dirección sin, aparentemente, ver nada.

Pasaron unos minutos de tensión y el hombre consultó su reloj, oteó de nuevo, y dejó el sobre apoyado sutilmente sobre la puerta del Monasterio, acto seguido se esfumó con la misma presteza con la que había llegado.

Escuché de nuevo aquel sonido sordo como  un chasquido que supuse era de  alguna bicicleta.

Tardé cerca de media hora en reaccionar y darme cuenta que me encontraba sólo en aquel descampado con aquel sobre a cien metros y nadie más en diez kilómetros a la redonda.

Así que opté por cumplir aquella misión que ninguna persona en su sano juicio realizaría a no ser que, como yo, hubiesen conocido y tratado a aquel hombre, ya desaparecido, del que guardo un grato recuerdo.

Como supuse el contenido del sobre era un conjunto de signos cabalísticos que difícilmente podría descifrar.

Aquella noche apenas pude dormir y tan sólo quedé atrapado en una pesadilla reiterativa:



"Me vi en el centro de un descampado blanquecino rodeado de plomizas nubes grises, allí, justo delante de mí, el hombre de aspecto indefinido me entregaba un sobre. Su rostro hasta entonces encubierto por el contraluz, cobró las facciones de mi amigo muerto días antes. Pero no me habló. Sólo mantenía en el aire, con crispación, aquel maldito sobre. Quería, en sueños, escapar de aquel lugar insalubre, pero estaba paralizado"



Entonces pensé, ya casi despierto, que quizá perdí la razón y, sólo dormido, mi subconsciente, perplejo, podía razonar con claridad. Sentí la sensación, tan intensa y tangible como era posible sentirla en ese estado de somnolencia, que había estado en ese lugar del espacio donde se confunden los mundos reales y los intuidos. Y, aunque el sueño se disipaba, persistía esa luz que me escocía dentro de la cabeza como un relámpago persistente, como un enjambre de insectos carnívoros…



JOAQUIN ESCOBAR NIEBLA


El monasterio de los meteoros. Joaquín Escobar Niebla

 

Tras la muerte de mi mejor amigo, recibí, dos días después del funeral, por correo certificado, un sobre lacrado enviado por él. Dentro, en un folio, sólo encontré el desarrollo de una partida de ajedrez. Conociendo sus gustos esotéricos y singulares sería, tal y como después confirmé, una clave.

Los movimientos, errantes y sin sentido aparente, pertenecían a la dama blanca en un viaje en solitario por las cuadrículas del tablero. Cada lance - lo deduje tras horas de barajar posibilidades- era simplemente una letra, y el regreso de la dama a su casilla de salida, un espacio en blanco entre las palabras.

El proceso de decodificación lo basé, evidentemente, en la repetición de determinados movimientos. Los más frecuentes eran vocales. Fue sencillo aislar los artículos y las preposiciones, no tanto los sustantivos.

El mensaje en clave decía lo siguiente:



TESALIA- GRECIA

Monasterio de los Meteoros

Treinta y uno de diciembre del 2.001

16,00 horas



Sólo quedaban tres días escasos para esa fecha. Decidí ir, no sin ciertas reservas.

El viaje por barco no disipó, en absoluto, mis dudas.

Del Hotel evitaré los comentarios.

Recordé aquella conversación que sostuve con mi amigo sobre el nexo de unión entre dos mundos que, según él, existía en determinadas coordenadas del espacio-tiempo.

Según su teoría algunos eruditos desentrañaron este secreto que mantenían en la más absoluta confidencialidad. Éstos se comunicaban siempre por claves que variaban militarmente cada luna llena.

También me comentó paradojas matemáticas sobre la cinta de Moebius, con su única cara; extraños soliloquios sobre los verdaderos constructores de la Tumba de Abusir, arquetipos mencionados por Mircea Eliade y, quizás, suscitados por Borges; el origen de los oráculos sibilinos; la persistente simbología de las creencias mesopotámicas; las inquietantes relaciones entre la Teoría del Caos moderna y los manuscritos hallados al norte de Siam, cerca del monte Zinnalo, aún sin traducir.

Todo ello hábilmente tergiversado y mezclado por una mente enferma sólo conducía a una conclusión todavía más pavorosa, y cito sus palabras de memoria, casi de forma rigurosa:



" El mundo real es sólo la máscara de un mundo más fértil que, invisible e imponderable, nos invade y nos circunda. La Física Cuántica apenas rodea el perímetro de esta gran pirámide infinita. Algunos pueblos primitivos, por medio de la intuición, vislumbraron parte del enigma pero se difuminaron en el olvido de los siglos."



Aquella conversación evocada me hizo consultar el calendario de la agenda y confirmé, no sin asombro, que en la noche designada imperaría la luna llena.

Contribuiría, yendo a esa cita, a su locura póstuma.



------------------------------------------------------------------



El Monasterio de los Meteoros, iluminado por una débil farola amarillenta, se desdibujaba al final de un camino pedregoso. El sonido de las cigarras, monótono y delirante, ensombrecía aún más mi ánimo mientras caminaba. Cuanto más me acercaba al portón de entrada más serias dudas me acorralaban.

Cuando me quedaban apenas unos cien metros para llegar me detuve en seco y, escondido tras unos arbustos, vigilé  los alrededores. Aunque soy fumador no quise encender ningún cigarrillo. Ignoro el tiempo exacto que permanecí allí agazapado  pensando en mil extrañas apariciones hasta que el chasquido de una rama o más bien el revolotear de un pájaro me hizo retornar a la realidad.

De casi la nada surgió un hombre de mediana edad y aspecto indefinido con un sobre en la mano, apoyó su mano en su frente y oteó un rato en mi dirección sin, aparentemente, ver nada.

Pasaron unos minutos de tensión y el hombre consultó su reloj, oteó de nuevo, y dejó el sobre apoyado sutilmente sobre la puerta del Monasterio, acto seguido se esfumó con la misma presteza con la que había llegado.

Escuché de nuevo aquel sonido sordo como  un chasquido que supuse era de  alguna bicicleta.

Tardé cerca de media hora en reaccionar y darme cuenta que me encontraba sólo en aquel descampado con aquel sobre a cien metros y nadie más en diez kilómetros a la redonda.

Así que opté por cumplir aquella misión que ninguna persona en su sano juicio realizaría a no ser que, como yo, hubiesen conocido y tratado a aquel hombre, ya desaparecido, del que guardo un grato recuerdo.

Como supuse el contenido del sobre era un conjunto de signos cabalísticos que difícilmente podría descifrar.

Aquella noche apenas pude dormir y tan sólo quedé atrapado en una pesadilla reiterativa:



"Me vi en el centro de un descampado blanquecino rodeado de plomizas nubes grises, allí, justo delante de mí, el hombre de aspecto indefinido me entregaba un sobre. Su rostro hasta entonces encubierto por el contraluz, cobró las facciones de mi amigo muerto días antes. Pero no me habló. Sólo mantenía en el aire, con crispación, aquel maldito sobre. Quería, en sueños, escapar de aquel lugar insalubre, pero estaba paralizado"



Entonces pensé, ya casi despierto, que quizá perdí la razón y, sólo dormido, mi subconsciente, perplejo, podía razonar con claridad. Sentí la sensación, tan intensa y tangible como era posible sentirla en ese estado de somnolencia, que había estado en ese lugar del espacio donde se confunden los mundos reales y los intuidos. Y, aunque el sueño se disipaba, persistía esa luz que me escocía dentro de la cabeza como un relámpago persistente, como un enjambre de insectos carnívoros…



JOAQUIN ESCOBAR NIEBLA


El monasterio de los meteoros. Joaquín Escobar Niebla

 

Tras la muerte de mi mejor amigo, recibí, dos días después del funeral, por correo certificado, un sobre lacrado enviado por él. Dentro, en un folio, sólo encontré el desarrollo de una partida de ajedrez. Conociendo sus gustos esotéricos y singulares sería, tal y como después confirmé, una clave.

Los movimientos, errantes y sin sentido aparente, pertenecían a la dama blanca en un viaje en solitario por las cuadrículas del tablero. Cada lance - lo deduje tras horas de barajar posibilidades- era simplemente una letra, y el regreso de la dama a su casilla de salida, un espacio en blanco entre las palabras.

El proceso de decodificación lo basé, evidentemente, en la repetición de determinados movimientos. Los más frecuentes eran vocales. Fue sencillo aislar los artículos y las preposiciones, no tanto los sustantivos.

El mensaje en clave decía lo siguiente:



TESALIA- GRECIA

Monasterio de los Meteoros

Treinta y uno de diciembre del 2.001

16,00 horas



Sólo quedaban tres días escasos para esa fecha. Decidí ir, no sin ciertas reservas.

El viaje por barco no disipó, en absoluto, mis dudas.

Del Hotel evitaré los comentarios.

Recordé aquella conversación que sostuve con mi amigo sobre el nexo de unión entre dos mundos que, según él, existía en determinadas coordenadas del espacio-tiempo.

Según su teoría algunos eruditos desentrañaron este secreto que mantenían en la más absoluta confidencialidad. Éstos se comunicaban siempre por claves que variaban militarmente cada luna llena.

También me comentó paradojas matemáticas sobre la cinta de Moebius, con su única cara; extraños soliloquios sobre los verdaderos constructores de la Tumba de Abusir, arquetipos mencionados por Mircea Eliade y, quizás, suscitados por Borges; el origen de los oráculos sibilinos; la persistente simbología de las creencias mesopotámicas; las inquietantes relaciones entre la Teoría del Caos moderna y los manuscritos hallados al norte de Siam, cerca del monte Zinnalo, aún sin traducir.

Todo ello hábilmente tergiversado y mezclado por una mente enferma sólo conducía a una conclusión todavía más pavorosa, y cito sus palabras de memoria, casi de forma rigurosa:



" El mundo real es sólo la máscara de un mundo más fértil que, invisible e imponderable, nos invade y nos circunda. La Física Cuántica apenas rodea el perímetro de esta gran pirámide infinita. Algunos pueblos primitivos, por medio de la intuición, vislumbraron parte del enigma pero se difuminaron en el olvido de los siglos."



Aquella conversación evocada me hizo consultar el calendario de la agenda y confirmé, no sin asombro, que en la noche designada imperaría la luna llena.

Contribuiría, yendo a esa cita, a su locura póstuma.



------------------------------------------------------------------



El Monasterio de los Meteoros, iluminado por una débil farola amarillenta, se desdibujaba al final de un camino pedregoso. El sonido de las cigarras, monótono y delirante, ensombrecía aún más mi ánimo mientras caminaba. Cuanto más me acercaba al portón de entrada más serias dudas me acorralaban.

Cuando me quedaban apenas unos cien metros para llegar me detuve en seco y, escondido tras unos arbustos, vigilé  los alrededores. Aunque soy fumador no quise encender ningún cigarrillo. Ignoro el tiempo exacto que permanecí allí agazapado  pensando en mil extrañas apariciones hasta que el chasquido de una rama o más bien el revolotear de un pájaro me hizo retornar a la realidad.

De casi la nada surgió un hombre de mediana edad y aspecto indefinido con un sobre en la mano, apoyó su mano en su frente y oteó un rato en mi dirección sin, aparentemente, ver nada.

Pasaron unos minutos de tensión y el hombre consultó su reloj, oteó de nuevo, y dejó el sobre apoyado sutilmente sobre la puerta del Monasterio, acto seguido se esfumó con la misma presteza con la que había llegado.

Escuché de nuevo aquel sonido sordo como  un chasquido que supuse era de  alguna bicicleta.

Tardé cerca de media hora en reaccionar y darme cuenta que me encontraba sólo en aquel descampado con aquel sobre a cien metros y nadie más en diez kilómetros a la redonda.

Así que opté por cumplir aquella misión que ninguna persona en su sano juicio realizaría a no ser que, como yo, hubiesen conocido y tratado a aquel hombre, ya desaparecido, del que guardo un grato recuerdo.

Como supuse el contenido del sobre era un conjunto de signos cabalísticos que difícilmente podría descifrar.

Aquella noche apenas pude dormir y tan sólo quedé atrapado en una pesadilla reiterativa:



"Me vi en el centro de un descampado blanquecino rodeado de plomizas nubes grises, allí, justo delante de mí, el hombre de aspecto indefinido me entregaba un sobre. Su rostro hasta entonces encubierto por el contraluz, cobró las facciones de mi amigo muerto días antes. Pero no me habló. Sólo mantenía en el aire, con crispación, aquel maldito sobre. Quería, en sueños, escapar de aquel lugar insalubre, pero estaba paralizado"



Entonces pensé, ya casi despierto, que quizá perdí la razón y, sólo dormido, mi subconsciente, perplejo, podía razonar con claridad. Sentí la sensación, tan intensa y tangible como era posible sentirla en ese estado de somnolencia, que había estado en ese lugar del espacio donde se confunden los mundos reales y los intuidos. Y, aunque el sueño se disipaba, persistía esa luz que me escocía dentro de la cabeza como un relámpago persistente, como un enjambre de insectos carnívoros…



JOAQUIN ESCOBAR NIEBLA


GOG de Giovanni Papini. Por Goliardos


GOG,  de Giovanni Papini

 

 

En una de esas lecturas que nos depara el azar y que viene a contarnos algo que llama la atención sobre este o aquel autor que leímos en una juventud dorada, nos apasionó, y después, nadie sabe cómo, ha quedado relegado bajo capas de olvido de muchas modernidades inconsecuentes y muchas pasiones aburridas, di con la narración de los últimos años de Giovanni Papini. Este hombre, del que leímos los jóvenes de mi tiempo, ‘Gog’, ‘El libro Negro’ y ‘El Juicio Universal’, sufrió la decadencia física, que no mental, de la vejez en un sentido demasiado estricto. Progresivamente paralítico, ciego y mudo, no dejó de escribir en un esfuerzo admirable por no inclinar su voluntad a los desafueros del tiempo. En unas escenas que imagino gloriosas en su desolada grandeza, utilizó primero un dictáfono cuando no podía escribir. Más tarde, cuando ya esto no le era, posible dictaba a su nieta, Después, balbuceaba y ella iba interpretando las palabra de su abuelo. Y, por último, cuando no le fue dado ni articular el pensamiento, era ella la que deletreaba letra a letra el alfabeto hasta que Papini asentía. Así, letra por letra, sílaba a sílaba, desentrañaba las palabras, las frases, los libros, que bullían en la cabeza del escritor. El nombre de esta mujer increíble y conmovedora: Ana Paszkowski.-
 

Si repasamos la biografía del escritor, se nos hace más penosa esta decadencia. Un hombre autodidacta, y de una actividad precoz e incesante. Aún niño escribió cuentos y se molestó en componer revistas manuscritas. Con sólo 24 años publica “El Crepúsculo de los Filósofos”, un repaso a la filosofía reciente de su tiempo. Una actividad sin descanso, literaria (novela, poesía, revistas) y de pensamiento (ensayos, estudios, biografías….) En un resumen telegráfico: 65 libros escritos, más 5 en colaboración; dirigió y colaboró en 5 colecciones editoriales y 9 revistas. Se hace más difícil comprender cómo no doblegó su anciana voluntad ante tal cúmulo de estragos. Un rasgo a tener en cuenta: en 1.924 se ‘convirtió’ al catolicismo; él, ateo militante, y meditador de la desolación en una obra que se hizo polémica: “Un hombre acabado” El caso es que su actividad intelectual se decantó a partir de ahora por la lucha activa en la cultura desde su nueva atalaya de la existencia. Paradójico el destino que le deparó el tiempo; y aún más, que lo vivió si cantar ningún personal De Profundiis, ninguna Lamentación, según veo.


Guardaba mejor recuerdo de “Gog” que de “El Libro Negro”, su continuación. He vuelto a releerlos y a confirmar aquella primera impresión. Gog, editado en 1934, tras los primeros veinte años de vanguardias y salvadores de todo tipo, en vísperas prácticamente de otra locura destructiva, con los bestialidades en puertas o ya reciamente instaladas en muchos lugares y almas, es un repaso más fresco, más directo, más de primera mano, de esa especie de arbitrista de todo género y en todos los terrenos de la vida que se dieron en aquellos años verdaderamente delirantes. Personajes célebres, impresiones del protagonista de este diario ficticio, visitas a visionarios del arte y de la vida, sablistas consumados… En su continuación, se hace más reflexivo, más explicado. Lo que en el primero son retratos fulgurantes de los constitutivos del alma de una época, en el segundo se convierte en razones trabadas y aficiones, a lo sumo, extravagantes. Es menos ácido, más clase media, si cabe la formulación. Uno sintético, el otro analítico. No hay que darle más vueltas al asunto: prefiero Gog, diario de un hombre, que, en palabras del autor, es “un semisalvaje inquieto que tenía bajo sus dominios las riquezas de un emperador… Ignorantísimo, quiso ser iniciado en las más refinadas drogas de una cultura en putrefacción… Quiso proporcionarse todas las formas del epicureísmo cerebral de nuestros tiempos… pero su alma se había vuelto más árida que de sus antepasados…”

Celeste. Carlos Almira Picazo


CELESTE

Cuento Carlos Almira Picazo


Mi primer pensamiento al despertar poco a poco, al salir de un torpor que ya duraba en exceso, fue que hacía demasiado calor y había demasiada luz allí. Luego volví, como el nadador que se empecina en ganar la orilla, a buscar la Polaroid de la que tanto habíamos hablado. Más moderna que la tuya. Me cercioré como pude de que estaba dispuesta correctamente en su sitio. Sólo entonces renuncié a entreabrir los párpados y a descifrar los retazos de conversaciones que aún me llegaban, lejanas, como en una lengua extranjera.

Cuando yo tenía once o doce años mi mejor amiga, Celeste, murió repentinamente de meningitis. Solíamos jugar en un rincón del patio, solas y rechazadas, entregadas a nuestras revelaciones. Nos habíamos jurado que la primera que muriese de las dos volvería para contar sus experiencias, y durante años yo esperé a Celeste sin desmayo. Cuando me establecí como parasicóloga adopté su nombre convencida de que, tarde o temprano, cumpliría la promesa lejana de nuestra infancia.

Nunca he dudado que existe un más allá igual que existe un revés en los objetos o una cara oculta en las personas. Esto no tiene nada que ver con la Religión sino con el sentido común. Del mismo modo que avanza la Ciencia, avanza el conocimiento de Eso, y la gente un día se sorprenderá de no haberlo aceptado antes con toda naturalidad, como cuando Galileo dijo que el sol no se movía contra lo que evidencian nuestros ojos. Dios, repito, no tiene nada que ver, ya sea enarbolado por charlatanes o visionarios, y que exista o no, no cambia un ápice el asunto.

Celeste y yo descubrimos que la mente puede anticiparse a los hechos. El futuro no ya el de las personas sino el futuro del Universo, ya ha pasado o mejor dicho, vuelve continuamente a su origen. Por lo tanto, ha dejado y deja inevitablemente sus huellas, con trazos indelebles. Bajo esta premisa, que entonces por supuesto no podíamos explicar, nos entregábamos a nuestras adivinaciones casi jugando como era propio a nuestra edad. Usábamos medios que hoy nos harían sonreír por pueriles: huesos de fruta, muñecas, guantes, ¿pero qué importa? ¡Cuánto charlatán de hoy, con una baraja de Tarot, se hubiera reído entonces, ávido y práctico como un cura de la Edad Media ante las supersticiones y la fe profunda en la Magia de sus siervos!

Donde los demás veían fenómenos nosotros veíamos imágenes, anticipos. Cerca de nuestra escuela había un río que se secaba a final de Curso. Entonces Celeste y yo veíamos el verdadero camino del agua, aunque no lo comprendiésemos, rozábamos sin saberlo la esencia de Eso.

¡Celeste! ¡Tus doce años y mis sesenta van a reunirse al fin! ¡Tu melena roja, rizada, y mi pelo blanco!¡No importa lo que haya llenado este intervalo, lo que haya sido de nosotras en este interludio; lo que he leído, dónde he acertado y errado, todo lo que he estudiado y vivido, todo carece de importancia ante ese hecho!

Pronto todos van a ver lo que nosotras siempre supimos, lo que hay allí, Eso, ¡sin engaño ni sugestión, con sus propios ojos! Dejarán de reírse, Celeste, ¡te lo aseguro!, incluso Rafael, el mayor error de mi vida, se estremecerá, dejará de pensar por un momento en el dinero que va a ganar con esta fotografía, lo que va a sacar de esta polaroid, en las clientes con las que se va a acostar gracias a Eso, al horror, helado por el terror, por el asco de sí mismo.

Este pequeño artilugio frente a dos siglos de escepticismo.


Me he vuelto a desmayar, ¿por cuánto tiempo? Tendré que hacer un esfuerzo, un último esfuerzo, o perderme el momento decisivo. Siento cómo mi cuerpo se ha debilitado, se debilita poco a poco, como si lo aflojaran por fin. Las voces del principio se han acercado por un momento, sin llegar a hacerse comprensibles, y de pronto se han callado. ¡Qué un frío glacial, Celeste, mi pequeña pelirroja!, ¿te acuerdas cómo te llamábamos? De cuando en cuando siento un balanceo, como el vértigo de una barca suelta en una corriente. Recorro en la oscuridad con las manos, alerta, mientras reconstruyo con la imaginación, la polaroid cuyo dispositivo estará a punto de saltar, si no ha saltado ya en uno de estos desmayos. ¡Cuántas veces te has reído de mi manía por registrar científicamente cualquier evidencia de Eso, lo que tú llamabas mis fenómenos paranormales, mientras tú fotografiabas a tus amantes!

Es curiosa la necesidad humana de explicarlo todo, de rebuscar en cualquier tiempo los motivos, las razones últimas de todo, incluido Eso. Cuando, sólo unos días atrás, me imaginaba este momento -¡siempre he pensado en esta experiencia como un único momento!- no podía figurarme el afán de mi cerebro por reconstruir y analizar, por comprender precisamente estos últimos días. Veo a personas que apenas han pasado por mi vida, caras que ni siquiera podría ubicar en un calle, en una apretura del autobús, como si hubieran sido decisivas para Eso; y a gente que conozco desde hace años como tú, Rafael, apenas logro deslindarlas en una tiniebla borrosa. ¡Qué razón tenían los antiguos alquimistas al ver vivos objetos y minerales, muertos, en medio de su alegría, su fuerza y su movimiento, plantas, animales, seres humanos!

Transcurren, los minutos, ¿las horas?, y me refuerzo en mi convicción de haber acertado esta vez. Mis colaboradores saben cómo me opuse a todo sorteo, a cualquier intromisión del azar. Al fin y a la postre, yo sola debía afrontar mi experimento. ¡Recuerdo cómo sudabas y temblabas en tu chilaba de brujo, cómo se movía tu vientre bajo el sol y la luna y los signos del zodíaco en oro y sedas, ante la posibilidad de que pudieras salir tú, tocarte la china! Después, cuando se decidió que habría un sorteo, sólo tú te opusiste también, con una tenacidad de patio de colegio, a que se eligiera al nauta mediante los dados o las cartas. Optamos por designar a quien sacase la pajita más corta y aún así, y pese a tener sólo una posibilidad contra nueve, sudabas aterrorizado de que pudieras salir tú. ¡Qué poco me conocías! Yo me las ingenié para sacar la más corta, como bien sabes.

Yo gradué la dosis de veneno para estar consciente hasta que la cámara lanzase su foto. Si la cámara fallaba entonces yo la dispararía. Lo que ocurriría después era el destino de todos.

¡Cómo me colmaste de halagos, te ofreciste incluso a sustituirme en el último momento, el de las despedidas, qué empalagoso resultabas cuando proponías, con la voz con que engañas a tus clientes, sabiendo perfectamente que yo no aceptaría, que se olvidase todo, renunciar al experimento, sabías por supuesto que yo no aceptaría!

Al fin, el médico extendió el certificado. Nadie se extrañó de que colocasen en mis manos la polaroid, como otros colocan una cruz, o un retrato.

Siento que me duermo otra vez.

El frío me despierta.

Recorro por enésima vez, los dedos ya agarrotados, la cámara helada en mi regazo, y descubro con estupor tus iniciales grabadas en la tapa del objetivo. RAFAEL. La vuelvo a palpar una, dos, tres veces, por todas las caras. ¡No hay duda!. Las voces, entretanto, se han extinguido a mi alrededor. Los golpes sobre la caja, frenéticos, musicales, deben haber enmudecido hace rato.

Pulso el percutor de tu polaroid, ¡¡¡no!!!, un último fogonazo sacude la oscuridad sin esperanza.

****

De las veinticuatro fotografías reveladas, veintitrés eran de mujeres en posturas sugerentes. La que hacía el número veinticuatro era de una niña pelirroja, de unos diez o doce años.

¿Quién sería?. La observaron largo rato. Al cabo, cansados, la dejaron con las otras, en un cajón. Era la última del carrete.

El experimento había fracasado.

La polaroid estaba inservible (arrancarla de las manos de Celeste les había llevado varios minutos). Era un milagro que se hubiera salvado el carrete y que hubiesen podido revelarlo.

¡Aunque total, para lo que les había servido!.






Celeste. Carlos Almira Picazo


CELESTE

Cuento Carlos Almira Picazo


Mi primer pensamiento al despertar poco a poco, al salir de un torpor que ya duraba en exceso, fue que hacía demasiado calor y había demasiada luz allí. Luego volví, como el nadador que se empecina en ganar la orilla, a buscar la Polaroid de la que tanto habíamos hablado. Más moderna que la tuya. Me cercioré como pude de que estaba dispuesta correctamente en su sitio. Sólo entonces renuncié a entreabrir los párpados y a descifrar los retazos de conversaciones que aún me llegaban, lejanas, como en una lengua extranjera.

Cuando yo tenía once o doce años mi mejor amiga, Celeste, murió repentinamente de meningitis. Solíamos jugar en un rincón del patio, solas y rechazadas, entregadas a nuestras revelaciones. Nos habíamos jurado que la primera que muriese de las dos volvería para contar sus experiencias, y durante años yo esperé a Celeste sin desmayo. Cuando me establecí como parasicóloga adopté su nombre convencida de que, tarde o temprano, cumpliría la promesa lejana de nuestra infancia.

Nunca he dudado que existe un más allá igual que existe un revés en los objetos o una cara oculta en las personas. Esto no tiene nada que ver con la Religión sino con el sentido común. Del mismo modo que avanza la Ciencia, avanza el conocimiento de Eso, y la gente un día se sorprenderá de no haberlo aceptado antes con toda naturalidad, como cuando Galileo dijo que el sol no se movía contra lo que evidencian nuestros ojos. Dios, repito, no tiene nada que ver, ya sea enarbolado por charlatanes o visionarios, y que exista o no, no cambia un ápice el asunto.

Celeste y yo descubrimos que la mente puede anticiparse a los hechos. El futuro no ya el de las personas sino el futuro del Universo, ya ha pasado o mejor dicho, vuelve continuamente a su origen. Por lo tanto, ha dejado y deja inevitablemente sus huellas, con trazos indelebles. Bajo esta premisa, que entonces por supuesto no podíamos explicar, nos entregábamos a nuestras adivinaciones casi jugando como era propio a nuestra edad. Usábamos medios que hoy nos harían sonreír por pueriles: huesos de fruta, muñecas, guantes, ¿pero qué importa? ¡Cuánto charlatán de hoy, con una baraja de Tarot, se hubiera reído entonces, ávido y práctico como un cura de la Edad Media ante las supersticiones y la fe profunda en la Magia de sus siervos!

Donde los demás veían fenómenos nosotros veíamos imágenes, anticipos. Cerca de nuestra escuela había un río que se secaba a final de Curso. Entonces Celeste y yo veíamos el verdadero camino del agua, aunque no lo comprendiésemos, rozábamos sin saberlo la esencia de Eso.

¡Celeste! ¡Tus doce años y mis sesenta van a reunirse al fin! ¡Tu melena roja, rizada, y mi pelo blanco!¡No importa lo que haya llenado este intervalo, lo que haya sido de nosotras en este interludio; lo que he leído, dónde he acertado y errado, todo lo que he estudiado y vivido, todo carece de importancia ante ese hecho!

Pronto todos van a ver lo que nosotras siempre supimos, lo que hay allí, Eso, ¡sin engaño ni sugestión, con sus propios ojos! Dejarán de reírse, Celeste, ¡te lo aseguro!, incluso Rafael, el mayor error de mi vida, se estremecerá, dejará de pensar por un momento en el dinero que va a ganar con esta fotografía, lo que va a sacar de esta polaroid, en las clientes con las que se va a acostar gracias a Eso, al horror, helado por el terror, por el asco de sí mismo.

Este pequeño artilugio frente a dos siglos de escepticismo.


Me he vuelto a desmayar, ¿por cuánto tiempo? Tendré que hacer un esfuerzo, un último esfuerzo, o perderme el momento decisivo. Siento cómo mi cuerpo se ha debilitado, se debilita poco a poco, como si lo aflojaran por fin. Las voces del principio se han acercado por un momento, sin llegar a hacerse comprensibles, y de pronto se han callado. ¡Qué un frío glacial, Celeste, mi pequeña pelirroja!, ¿te acuerdas cómo te llamábamos? De cuando en cuando siento un balanceo, como el vértigo de una barca suelta en una corriente. Recorro en la oscuridad con las manos, alerta, mientras reconstruyo con la imaginación, la polaroid cuyo dispositivo estará a punto de saltar, si no ha saltado ya en uno de estos desmayos. ¡Cuántas veces te has reído de mi manía por registrar científicamente cualquier evidencia de Eso, lo que tú llamabas mis fenómenos paranormales, mientras tú fotografiabas a tus amantes!

Es curiosa la necesidad humana de explicarlo todo, de rebuscar en cualquier tiempo los motivos, las razones últimas de todo, incluido Eso. Cuando, sólo unos días atrás, me imaginaba este momento -¡siempre he pensado en esta experiencia como un único momento!- no podía figurarme el afán de mi cerebro por reconstruir y analizar, por comprender precisamente estos últimos días. Veo a personas que apenas han pasado por mi vida, caras que ni siquiera podría ubicar en un calle, en una apretura del autobús, como si hubieran sido decisivas para Eso; y a gente que conozco desde hace años como tú, Rafael, apenas logro deslindarlas en una tiniebla borrosa. ¡Qué razón tenían los antiguos alquimistas al ver vivos objetos y minerales, muertos, en medio de su alegría, su fuerza y su movimiento, plantas, animales, seres humanos!

Transcurren, los minutos, ¿las horas?, y me refuerzo en mi convicción de haber acertado esta vez. Mis colaboradores saben cómo me opuse a todo sorteo, a cualquier intromisión del azar. Al fin y a la postre, yo sola debía afrontar mi experimento. ¡Recuerdo cómo sudabas y temblabas en tu chilaba de brujo, cómo se movía tu vientre bajo el sol y la luna y los signos del zodíaco en oro y sedas, ante la posibilidad de que pudieras salir tú, tocarte la china! Después, cuando se decidió que habría un sorteo, sólo tú te opusiste también, con una tenacidad de patio de colegio, a que se eligiera al nauta mediante los dados o las cartas. Optamos por designar a quien sacase la pajita más corta y aún así, y pese a tener sólo una posibilidad contra nueve, sudabas aterrorizado de que pudieras salir tú. ¡Qué poco me conocías! Yo me las ingenié para sacar la más corta, como bien sabes.

Yo gradué la dosis de veneno para estar consciente hasta que la cámara lanzase su foto. Si la cámara fallaba entonces yo la dispararía. Lo que ocurriría después era el destino de todos.

¡Cómo me colmaste de halagos, te ofreciste incluso a sustituirme en el último momento, el de las despedidas, qué empalagoso resultabas cuando proponías, con la voz con que engañas a tus clientes, sabiendo perfectamente que yo no aceptaría, que se olvidase todo, renunciar al experimento, sabías por supuesto que yo no aceptaría!

Al fin, el médico extendió el certificado. Nadie se extrañó de que colocasen en mis manos la polaroid, como otros colocan una cruz, o un retrato.

Siento que me duermo otra vez.

El frío me despierta.

Recorro por enésima vez, los dedos ya agarrotados, la cámara helada en mi regazo, y descubro con estupor tus iniciales grabadas en la tapa del objetivo. RAFAEL. La vuelvo a palpar una, dos, tres veces, por todas las caras. ¡No hay duda!. Las voces, entretanto, se han extinguido a mi alrededor. Los golpes sobre la caja, frenéticos, musicales, deben haber enmudecido hace rato.

Pulso el percutor de tu polaroid, ¡¡¡no!!!, un último fogonazo sacude la oscuridad sin esperanza.

****

De las veinticuatro fotografías reveladas, veintitrés eran de mujeres en posturas sugerentes. La que hacía el número veinticuatro era de una niña pelirroja, de unos diez o doce años.

¿Quién sería?. La observaron largo rato. Al cabo, cansados, la dejaron con las otras, en un cajón. Era la última del carrete.

El experimento había fracasado.

La polaroid estaba inservible (arrancarla de las manos de Celeste les había llevado varios minutos). Era un milagro que se hubiera salvado el carrete y que hubiesen podido revelarlo.

¡Aunque total, para lo que les había servido!.