La fiesta grande: San Roque. Fernando Rebollo

Autor: Fernando Rebollo(----.red.retevision.es)
Fecha: 02/07/2000 12:35

LA FIESTA GRANDE: SAN ROQUE


Tam, tam, tam, suenan las campanas de la torre, algún difunto, parecen tristes las campanas, quizás alguien cansado se haya decidido a emprender la última cuesta, se decía así mismo Juan, sentado a la puerta de su casa; una vecina pregunta a otra ¿quién habrá muerto?, la otra está perpleja.
Tam, tam, tam, tam, tam, alguna misa de difuntos tal vez, aunque a estas horas quién demonios ha pensado en celebrar una misa, son las tres de la tarde, vaya una hora de recordarlo se dice Juan en el sopor veraniego que cae sobre el pueblo, y yo recién comido sin apenas fuerzas para mover un brazo cobijado bajo la sombra de la casa. Tam, tam, tam, tam, tam, los toques se aceleran, Juan muda la hipótesis, quizás alguna llamada del cura a la feligresa, alguna reunión para comuniones.

Tam, tam, tam, tam, tam, tam, tam, tam, cada vez más toques. Juan observa como un vecino sale a la calle y le pregunta que qué pasaba, a qué se deben esos toques, Juan con un gesto le manifiesta que no sabe nada, continúan los toques más y más toques, tam, tam, tam, tam, tolón, tolón, tolón, tolón, tim, tim, tim, tam, tam, todas las campanas de la torre suenan, más y más deprisa, las vecinas salen a la puerta hablan entre ellas, alguna catástrofe, algún incendio que arrasa la sierra se preguntan, a pesar de no verse nada de humo. Tam, tam, tam, tam, tam, tam, tim, tim, tolón, tim, tam, tolón, estos sonidos siguen despertando a la gente de la siesta, obligándolos a mirar por la ventana, a salir a la puerta de la calle, a preguntar al vecino, a que se generen más y más hipótesis según la imaginación de cada cual.

Tam, tam, tam, tim, tim, tim, tolón, tolón, tolón, tam, tam, tam, tim, tim, tolón, el cura estaba dormido en su casa, la gente le preguntan que qué pasaba, el cura no sabe nada, movilización general del pueblo que se encamina hacia la torre, mientras las campanas continúan tocando, tam, tam, tam, tim, tim, tim, tolón, tolón, tam, tam, la gente mira desde abajo y no ve nada, las campanas suenan pero sin estar impulsadas por nadie, misterio, misterio, un gran misterio se cierne sobre los congregados cerca de la torre.

Tam, tam, tam, tim, tim, tim, tolón, tolón, tam, tam, todo el pueblo observa desde abajo perplejo, el cura y el alcalde se encaminan hacia la torre tras deliberarlo con los vecinos. ¿Quién anda ahí, quién anda ahí? Dicen no muy convencidos, el cura deja entrever alguna señal de San Roque ante de las fiestas, el alcalde teme alguna diablura política, Dios mío se dice así mismo.

Tam, tam, tam, tim, tim, tim, tam, tam, tolón, tolón, mientras el cura vuelve a preguntar ¿Quién está ahí? No muy seguro y algo temeroso mientras sube poco a poco hasta las campanas, quién está ahí pregunta el alcalde con la garganta seca. Los vecinos tienen la vista fija en la torre, todos los ojos miran hacia allí, los chicos de los baños han vuelto precipitadamente de su incursión en el líquido elemento, algo pasa en el pueblo se dicen mientras aprietan el paso.

Una pareja de campesinos que dormía bajo la sombra de una aceitunero se despertó y miró toda la sierra en busca de señales de humo, de gentes o coches que se movían, nada encontraron en su exploración y se dirigieron hacia el pueblo. Quedan pocos peldaños hacia donde se encuentran las campanas, el alcalde se atrinchera en la espalda del cura. ¡Ay San Roque! San Roque a qué horas nos llamas mientras sube el último peldaño desde donde se divisan las campanas.


Tam, tam, tam, tam, tam, tam, Tim, tim, tim, tim, tim, tolón, tolón, tolón, tam, tam, tam.
En espera de más detalles del pueblo dejarán al cura, al alcalde y a la gente cerca de la torre, mientras los de fuera acuden al pueblo.


Tam, tam, tam, tam, tim, tim, tim, tim, tolón, tolón, tolón las campanas continúan. Subamos despacio el sendero que nos llevará al encuentro con el nacimiento del Nacimiento, el río que atraviesa nuestro pueblo un río corto en cauce pero largo en experiencias.


Hombres, mujeres, niños, mayores, bellas muchachas y nosotros los muchachos del pueblo caminábamos bajo el calor de agosto hacia la fuente donde el Nacimiento en esta época hace un último esfuerzo y nos da su agua. Día alegre de San Roque y tu tan bella, ¡ay Dios mío!, día 15, y tu 16, estoy enamorado, estoy perdido, toda el agua del mundo no puede apagar tanta pasión. Ante la visión de la fuente los primeros avanzan rápido y toman posiciones, se pertrechan con cubos o cualquier otro recipiente. Por sorpresa una nube de agua cristalina llega a mí y empapa mis ropas, mi pelo y todo mi cuerpo, la batalla ha comenzado, agua, agua que vuela por el aire cayendo sobre nuestros cuerpos, diluvia, diluvia en Agosto. Tío Juan se ceba con su mujer empapándola, tal vez regando las raíces de su felicidad agradeciéndole las dos flores casi mujeres que tiene en casa. Estas flores reciben agua y más agua de muchachos que han puesto el ojo en ellas, dicen que los amores queridos son reñidos y una mansalva de litros caen sobre el cuerpo de ellas ciñendo sus vestidos a un cuerpo que despierta.


Desde el lago los niños se apresuran a coger agua y lanzarla sobre otros niños, sobre sus abuelos, sobre sus padres, ríen felices en una batalla campal de besos de agua, de agua que humedece nuestros cuerpos el agua que nos da la vida, el Nacimiento nuestro ro que en estas fechas apenas corre hoy sonríe de nuevo por esta multitud que lo hace correr. Continuó durante horas el murmullo y los gritos de sorpresa del agua que cae, agua fresquita que va calando nuestros cuerpos.


El Nacimiento nos dará luego otras sorpresas, sus aguas correrán por entre las rocas cantarinas y alegres en otoño donde unas muchachas lavan la ropa en unas piedras lisas, pero eso es algo que os contaré más tarde. Vino a mí como el Nacimiento hacia el Andarax, pura, cristalina, alegre, como las aguas bajamos al mar de los besos, al arrullo de las palomas en la tarde y fui feliz bajo el aceitunero, en la balsa de Agosto donde nos dimos los primeros besos. Aquella uva que robábamos a hurtadillas después del baño, uva oscura como tus ojos de mora alpujarreña, de cristiana dulce, de enigmática reina. Las familias reunidas en la plaza beben y hablan alegres, los músicos comienzan a componerse, a afinar los instrumentos, la tarde va cayendo, el sol tiene ganas de dormir después de tanta algarabía de agua y tanto esfuerzo por secar las ropas de la batalla, la luna algo traviesa y alcahueta comienza a asomarse. Guirnaldas que decoran la plaza. Magnifica noche.  Y llegó la hora, tu con tu vestido nuevo recién estrenado como una reina, mira esta camisa es nueva me la he comprado (me la han comprado mas bien) para bailar contigo me digo a mí mismo. Otros estrenan unos zapatos, algún reloj, una chaqueta, una camisa, unos pantalones... para algunos matrimonios es el primer baile de casados por San Roque.  Fragante como una rosa y tan distante te encuentras. Las chicas bailan pegadas, un dos, un dos,.. Vuelta, se separan como las alas de las mariposas y ya puedo bailar contigo, ¿Quieres bailar? Te digo algo nervioso, y tu aceptas. Gracias San Roque. Qué me importa que tu padre me vigile si estoy contigo, un dos, un dos, me gusta tu risa, nuestras manos están juntas y nuestros cuerpos cerca muy cerca. Bellos ojos de mora alpujarreña y yo alpujarreño alegre.

Mi amigo le ha echado el ojo a una que está de visita en el pueblo y dicen que se han jurado amor eterno bañándose en la balsa ¿sabes? Te digo, y tú no dices nada, picaruela. Vuelve golondrina, vuelve a tu nido le dirá mas tarde. Tu abuelo sentado en un banco mueve la cabeza, le gusta la música, siente la música. Músicos que han llegado gracias a la colecta que todos Hemos hecho, en las que todos hemos puesto algo de nuestro trabajo.

Cuerpos que se mueven, ¡ay!, esas barriguitas, esas risas por como bailan los mayores, ¡que arte!, ¡ay que arte!, chunda, chunda, chunda, un, dos, un dos, vuelta. La plaza es un clamor, ¡viva San Roque! grita alguno con mas de medio litro que danza en sus adentros y la música que le hace vibrar ¡viva San Roque! ¡viva! secundan otros. Y sigo bailando contigo, un dos, un dos, vuelta..., estará así hasta que llegue el alba mientras la luna baña nuestros cuerpos, mientras los músicos alegran nuestras almas hasta que el gallo del amanecer nos recuerde que acabó la fiesta y volvamos de nuevo a nuestras casas. Siguen tocando, y siguen tocando la música. Un dos, un dos, un dos, vuelta.

Escrito por FERNANDO REBOLLO: "Pasos". Por las fiestas de Beires (Almería)

La cometa. La pandorga. Por Fernándo Rebollo



BEIRES, otoño en Beires y la niña sueña con el aire. Quiere comprender qué es el aire. Ha oído hablar de vientos de levante que mueven los árboles, que hacen saludar a las hojas, un último saludo para caer en el suelo junto al camino por donde pasan las lavanderas, vientos que hacen que las aguas de los lagos se muevan, se ericen. La niña ha emprendido la tarea de hacer instrumentos del aire, veletas que indican de dónde viene el aire y hacia dónde va. Molinetes de madera que giran y giran y castañetean. Los hermanos Wright ya han volado al aire y juegan con viejos artilugios invisibles entre los árboles. La niña se afana en una pandorga, telas y maderas finas y una larga cola, un hilo de cáñamo cogido al cruce de las maderas une la pandorga a la mano que tras salir corriendo por el camino la llevará fuera del bosque y en lugar despejado la dejará libre, a merced de los soplidos de este Eolo que por la tarde anda algo dormido. ¡Vuela!, ¡Vuela!, La pandorga vuela, sube el monte mientras la mano da más y más libertad, cada vez menos hilo queda en ella. Quién pudiera divisar desde allí en lo alto la sierra, el bosque, el río Nacimiento, la balsa, las parras, los aceituneros, las chimeneas, las casas, la torre. 

La niña ha sacado un secreto al aire, los hermanos Wright sonríen escondidos entre los tomos de Nitrógeno, de oxigeno, de CO2 de este aire sureño, frío en estos momentos. 

Es hora de dormir pandorga, la tarde cae y la mano la irá llevando cerca del pueblo para dormir en la buhardilla hasta la próxima mañana del sábado en que volverá a volar. Los hermanos Wright han entrado por la ventana siempre abierta para ellos y duermen junto a las almendras amargas que curarán el amor en los tiempos del cólera.

Poemas de Ángel Simón Collado


INTRODUCCIÓN (Revista n.I, año I)


El contenido del poema surge de una circunstancia fingida, de una escena imaginada.
Piense el lector en una sobremesa de un incipiente verano.- Una estancia solitaria, una mesa arrimada a la ventana, una copa con vino sobre el blanquísimo mantel. Alguien, buscando alivio a la claridad excesiva, el calor agobiante, ha bajado la persiana y abierto los batientes. Haces de luz penetran entre las rendijas y uno de ellos inciden sobre la copa, dejando en el aire un rojo deslumbramiento. El poeta pasa y mira. La soledad, la penumbra, el mantel, la copa de vino, el rayo de luz, la calma y el silencio; todo en fin, produce una levísima conmoción en las lejanas del alma, un quietismo temblor en no sabe qué lugares del espíritu, una tensión inapreciable, un enigma callado y azaroso. Quieto y expectante atiende. Una Creación inmensa en el espacio y en el tiempo, un Universo bifurcándose hasta el infinito para ofrecer, aquí y ahora, esos instantes perfectos, esos magníficos acoplamientos del presente!.- El poeta descifra la llamada, no tiene más remedio que impetrar al vino glorificado por el Sol, y decirle: 



En la copa te he visto traspasado
por las luces doradas de la tarde;
reposo en equilibrio, rojo alarde,
en el cristal de Sevres diseñado.

El rincón de la estancia, en ese lado,
hiriendo la penumbra que lo guarde,
sobre el blanco mantel se incendia y arde
de la rosa el color más delicado.

El rayo que del Sol se desgajara,
con sagrada liturgia del presente,
se hace dueño de una hora placentera.

As quisiera yo que traspasara
la más amable luz, más esplendente,
por este corazón que tanto espera





LA TARDE.


La tarde se aleja.
Colma de reflejos
esos horizontes
más vastos y bellos.

También anochece
el alma en silencio
sola entre el pasado
y un futuro incierto

¿A dónde la tarde
y el día en que me asiento,
las horas ganadas
a un oscuro infierno?

Voy hacia la copa,
que sea mi alimento
el más dulce vino
que donen los cielos

El vino es firmeza,
olvido y recuerdo,
agua, sal y trigo,
mensaje en el tiempo.

El vino y la copa.
Lo que yo más quiero
vaga por los mundos
buscando un secreto.

Ser lo más próximo
lejano y eterno:
siempre se presenta
cuando estoy despierto.

vino, cáliz, alma,
símbolos y viento.
Alma, cáliz, vino:
celajes perfectos.

En esta gran tarde
espero en silencio
la mano, el amigo,
y un destino cierto.

que borre en mis noches
terrores y miedos.
Alzo aquí mi copa,
pues sé lo que bebo.

La tarde ya muerta,
los ojos serenos,
yacen para siempre
todos mis desvelos.

El alma se aquieta,
si la llama el centro.
Perder la vida,
ganar...

Poemas de Guillermo Ayala.

diariovoz. Taller de literatura. Revista literaria


ROSA ROJA


Rosa roja de Junio,

terciopelo rojo en mi terraza,

gritos de belleza callada,

suspiro, que el amor desata.


¿De dónde vino

tu fragancia delicada!

¡De dónde

 tu púrpura festoneada!

¡De dónde,

entre la tierra basta!

¡De dónde,

misteriosa dama!


¡Oh, rosa roja!,

me hablas del infinito,

que mi corazón anhela,

de tu esencia,

que quiero por horizonte,

y del dolor efímero

que sube por tu tallo,

y al final... se pierde.



FIESTA NACIONAL


Suenan ya los clarines...
la tarde, viene de fiesta.
Claveles blancos y rojos,
mantillas y peinetas,
circundan los graderíos...
-clamor que acusa y espera-

Dos ojillos sorprendidos,
detrás de una negra puerta,
sueñan azules abiertos,
verdes y anchas praderas,
vuelos de mirlos y alondras..
y aromas de hierbabuena.

Se abren ya los toriles..
la tarde se turba, inquieta.
Mil cuchillos escondidos,
forjados en las cabezas,
concéntricos de frío anhelo,
oponen su cruel condena
y estrechando su círculo,
vuelven la tarde, siniestra.

Verde y plata .. grana y oro...
trajes de luces, en fiesta,
que alumbran gritos de sangre,
y oscurecen primaveras.

Es la Cultura Popular,
que levanta su bandera.
Es la Fiesta Nacional,
que mata, alegre y resuelta.

Se va ya, lenta, la tarde...
la noche oscura, la quiebra.

Herida y mancillada,
una flor yace en la arena,
pisada por mentes de hierro,
ignorantes de su ausencia.

Poemas de Guillermo Ayala.

diariovoz. Taller de literatura. Revista literaria


ROSA ROJA


Rosa roja de Junio,

terciopelo rojo en mi terraza,

gritos de belleza callada,

suspiro, que el amor desata.


¿De dónde vino

tu fragancia delicada!

¡De dónde

 tu púrpura festoneada!

¡De dónde,

entre la tierra basta!

¡De dónde,

misteriosa dama!


¡Oh, rosa roja!,

me hablas del infinito,

que mi corazón anhela,

de tu esencia,

que quiero por horizonte,

y del dolor efímero

que sube por tu tallo,

y al final... se pierde.



FIESTA NACIONAL


Suenan ya los clarines...
la tarde, viene de fiesta.
Claveles blancos y rojos,
mantillas y peinetas,
circundan los graderíos...
-clamor que acusa y espera-

Dos ojillos sorprendidos,
detrás de una negra puerta,
sueñan azules abiertos,
verdes y anchas praderas,
vuelos de mirlos y alondras..
y aromas de hierbabuena.

Se abren ya los toriles..
la tarde se turba, inquieta.
Mil cuchillos escondidos,
forjados en las cabezas,
concéntricos de frío anhelo,
oponen su cruel condena
y estrechando su círculo,
vuelven la tarde, siniestra.

Verde y plata .. grana y oro...
trajes de luces, en fiesta,
que alumbran gritos de sangre,
y oscurecen primaveras.

Es la Cultura Popular,
que levanta su bandera.
Es la Fiesta Nacional,
que mata, alegre y resuelta.

Se va ya, lenta, la tarde...
la noche oscura, la quiebra.

Herida y mancillada,
una flor yace en la arena,
pisada por mentes de hierro,
ignorantes de su ausencia.

Poemas de Guillermo Ayala.

diariovoz. Taller de literatura. Revista literaria


ROSA ROJA


Rosa roja de Junio,

terciopelo rojo en mi terraza,

gritos de belleza callada,

suspiro, que el amor desata.


¿De dónde vino

tu fragancia delicada!

¡De dónde

 tu púrpura festoneada!

¡De dónde,

entre la tierra basta!

¡De dónde,

misteriosa dama!


¡Oh, rosa roja!,

me hablas del infinito,

que mi corazón anhela,

de tu esencia,

que quiero por horizonte,

y del dolor efímero

que sube por tu tallo,

y al final... se pierde.



FIESTA NACIONAL


Suenan ya los clarines...
la tarde, viene de fiesta.
Claveles blancos y rojos,
mantillas y peinetas,
circundan los graderíos...
-clamor que acusa y espera-

Dos ojillos sorprendidos,
detrás de una negra puerta,
sueñan azules abiertos,
verdes y anchas praderas,
vuelos de mirlos y alondras..
y aromas de hierbabuena.

Se abren ya los toriles..
la tarde se turba, inquieta.
Mil cuchillos escondidos,
forjados en las cabezas,
concéntricos de frío anhelo,
oponen su cruel condena
y estrechando su círculo,
vuelven la tarde, siniestra.

Verde y plata .. grana y oro...
trajes de luces, en fiesta,
que alumbran gritos de sangre,
y oscurecen primaveras.

Es la Cultura Popular,
que levanta su bandera.
Es la Fiesta Nacional,
que mata, alegre y resuelta.

Se va ya, lenta, la tarde...
la noche oscura, la quiebra.

Herida y mancillada,
una flor yace en la arena,
pisada por mentes de hierro,
ignorantes de su ausencia.

Poemas de Guillermo Ayala.

diariovoz. Taller de literatura. Revista literaria


ROSA ROJA


Rosa roja de Junio,

terciopelo rojo en mi terraza,

gritos de belleza callada,

suspiro, que el amor desata.


¿De dónde vino

tu fragancia delicada!

¡De dónde

 tu púrpura festoneada!

¡De dónde,

entre la tierra basta!

¡De dónde,

misteriosa dama!


¡Oh, rosa roja!,

me hablas del infinito,

que mi corazón anhela,

de tu esencia,

que quiero por horizonte,

y del dolor efímero

que sube por tu tallo,

y al final... se pierde.



FIESTA NACIONAL


Suenan ya los clarines...
la tarde, viene de fiesta.
Claveles blancos y rojos,
mantillas y peinetas,
circundan los graderíos...
-clamor que acusa y espera-

Dos ojillos sorprendidos,
detrás de una negra puerta,
sueñan azules abiertos,
verdes y anchas praderas,
vuelos de mirlos y alondras..
y aromas de hierbabuena.

Se abren ya los toriles..
la tarde se turba, inquieta.
Mil cuchillos escondidos,
forjados en las cabezas,
concéntricos de frío anhelo,
oponen su cruel condena
y estrechando su círculo,
vuelven la tarde, siniestra.

Verde y plata .. grana y oro...
trajes de luces, en fiesta,
que alumbran gritos de sangre,
y oscurecen primaveras.

Es la Cultura Popular,
que levanta su bandera.
Es la Fiesta Nacional,
que mata, alegre y resuelta.

Se va ya, lenta, la tarde...
la noche oscura, la quiebra.

Herida y mancillada,
una flor yace en la arena,
pisada por mentes de hierro,
ignorantes de su ausencia.

El niño y las Leónidas. FRANCISCO CAÑABATE RECHE


Cada treinta y seis años una lluvia de estrellas nos sorprende en la noche y nos extiende un manto luminoso y brillante, un manto que nos cubre por un instante único y nos evita el frío, un manto imaginario que nos hace sentirnos nuevamente pequeños, perdidos en el cielo, (los seres diminutos que finalmente somos), y nos recuerda un tiempo ya lejano y oscuro, (anclado en la memoria), en que todo era mágico y todo era posible.

Cada treinta y seis años ilustres meteoritos desprendidos de la cola de un astro caprichoso y lejano llegan hasta nosotros para cumplir su cita, y lo hacen puntualmente, con exactitud cósmica. (Ellos tal vez no saben que nosotros los vemos).

Cada treinta y seis años suceden la Leónidas: un fenómeno loco y ciego y sorprendente. Unas horas fugaces, un tiempo entre paréntesis, una oportunidad inesperada para seguir pensando (¿y porque no pensarlo?) que aún existen las Hadas y que a pesar de todo la vida continua.

Y ocurrió aquella noche y por eso lo cuento. Vinieron las Leónidas y surcaron el cielo anunciando a su paso, lo mismo que un heraldo, que aquel niño llegaba cogido de su mano.

Y no las entendimos.

Subimos al tejado porque las esperábamos ( las anunciaron antes los que todo lo saben), y se quedó la madre con el vientre preñado, cargado de esperanza, descansando en la casa. Los dos niños y yo estábamos dispuestos a bebernos el cielo, a no dejar pasar ni uno solo de los múltiples trozos de aquellos meteoritos que formaban señales dibujando en el aire sus diagramas de fuego.

Llevábamos las mantas y también los bolsillos repletos de ilusiones, y arropados por ellas elegimos sentarnos para observar la noche. Yo señalaba Venus y contaba los cuentos de la luna lunera, y los dos se reían, y la noche era clara, y el firmamento obscuro nos guiñaba sus ojos infinitos y ciertos, y pasaban las horas. Pero el tiempo no espera, y tras la diversión llego el aburrimiento. Nos habitaba el frío y hasta la incertidumbre, y luego la impaciencia: la mía y la de los niños, porque no sucedía.

El cielo estaba quieto, imperturbable, eterno, y tal vez las estrellas nos miraban pensando ¿ Qué estarán esperando, si ya ha ocurrido todo mas allá de sus ojos?.

El tiempo de los niños es un tiempo distinto, y no existe el futuro, ellos no lo conocen porque no es necesario. La vida es infinita desde su perspectiva, y también instantánea, y siempre tienen prisa, y todo se produce como en una cascada, y no cabe la espera. Por eso los dos niños mostraban su impaciencia, casi su desengaño y ya me preguntaban: ¿Papá, porqué no vienen?. ¿Perdieron su camino lo mismo que en el cuento y no saben volver?. ¿ O tal vez son muy tímidas y se están escondiendo para que no las vean?.

El más pequeño, Paco, se removía en su manta y se estaba durmiendo, y yo empecé a pensar que no sería esta vez, que debía regresar, que volvía de vacío, y aunque me resistía ( quedaba la ilusión, que sería defraudada), parecía inevitable. Virginia, la mayor, leyendo en mi mirada, tiraba de mi manga mostrándome los ojos de su hermano, cerrados. Entonces sucedió:

Estalló el firmamento y una lluvia de luces estridentes, de fuegos de artificio lo surco de repente. Y se despertó el niño y abrió sus grandes ojos y la niña encantada exclamó su sorpresa y demostró su gozo, (que eran también los míos).

Bajamos animados, risueños y locuaces, parlanchines y alegres, contando maravillas a la madre dormida, algunas inventadas y casi todas ciertas, como siempre sucede.

Unas horas después se produjo el milagro que anunciaban los astros y todos comprendimos: nació un ser diminuto, frágil y misterioso (la esencia del misterio) y llevaba en sus ojos ese reflejo mágico de la lluvia de estrellas.


Para mi hijo Miguel Ángel, que nos llegó en Noviembre.  Nació con las Leónidas.

El niño y las Leónidas. FRANCISCO CAÑABATE RECHE


Cada treinta y seis años una lluvia de estrellas nos sorprende en la noche y nos extiende un manto luminoso y brillante, un manto que nos cubre por un instante único y nos evita el frío, un manto imaginario que nos hace sentirnos nuevamente pequeños, perdidos en el cielo, (los seres diminutos que finalmente somos), y nos recuerda un tiempo ya lejano y oscuro, (anclado en la memoria), en que todo era mágico y todo era posible.

Cada treinta y seis años ilustres meteoritos desprendidos de la cola de un astro caprichoso y lejano llegan hasta nosotros para cumplir su cita, y lo hacen puntualmente, con exactitud cósmica. (Ellos tal vez no saben que nosotros los vemos).

Cada treinta y seis años suceden la Leónidas: un fenómeno loco y ciego y sorprendente. Unas horas fugaces, un tiempo entre paréntesis, una oportunidad inesperada para seguir pensando (¿y porque no pensarlo?) que aún existen las Hadas y que a pesar de todo la vida continua.

Y ocurrió aquella noche y por eso lo cuento. Vinieron las Leónidas y surcaron el cielo anunciando a su paso, lo mismo que un heraldo, que aquel niño llegaba cogido de su mano.

Y no las entendimos.

Subimos al tejado porque las esperábamos ( las anunciaron antes los que todo lo saben), y se quedó la madre con el vientre preñado, cargado de esperanza, descansando en la casa. Los dos niños y yo estábamos dispuestos a bebernos el cielo, a no dejar pasar ni uno solo de los múltiples trozos de aquellos meteoritos que formaban señales dibujando en el aire sus diagramas de fuego.

Llevábamos las mantas y también los bolsillos repletos de ilusiones, y arropados por ellas elegimos sentarnos para observar la noche. Yo señalaba Venus y contaba los cuentos de la luna lunera, y los dos se reían, y la noche era clara, y el firmamento obscuro nos guiñaba sus ojos infinitos y ciertos, y pasaban las horas. Pero el tiempo no espera, y tras la diversión llego el aburrimiento. Nos habitaba el frío y hasta la incertidumbre, y luego la impaciencia: la mía y la de los niños, porque no sucedía.

El cielo estaba quieto, imperturbable, eterno, y tal vez las estrellas nos miraban pensando ¿ Qué estarán esperando, si ya ha ocurrido todo mas allá de sus ojos?.

El tiempo de los niños es un tiempo distinto, y no existe el futuro, ellos no lo conocen porque no es necesario. La vida es infinita desde su perspectiva, y también instantánea, y siempre tienen prisa, y todo se produce como en una cascada, y no cabe la espera. Por eso los dos niños mostraban su impaciencia, casi su desengaño y ya me preguntaban: ¿Papá, porqué no vienen?. ¿Perdieron su camino lo mismo que en el cuento y no saben volver?. ¿ O tal vez son muy tímidas y se están escondiendo para que no las vean?.

El más pequeño, Paco, se removía en su manta y se estaba durmiendo, y yo empecé a pensar que no sería esta vez, que debía regresar, que volvía de vacío, y aunque me resistía ( quedaba la ilusión, que sería defraudada), parecía inevitable. Virginia, la mayor, leyendo en mi mirada, tiraba de mi manga mostrándome los ojos de su hermano, cerrados. Entonces sucedió:

Estalló el firmamento y una lluvia de luces estridentes, de fuegos de artificio lo surco de repente. Y se despertó el niño y abrió sus grandes ojos y la niña encantada exclamó su sorpresa y demostró su gozo, (que eran también los míos).

Bajamos animados, risueños y locuaces, parlanchines y alegres, contando maravillas a la madre dormida, algunas inventadas y casi todas ciertas, como siempre sucede.

Unas horas después se produjo el milagro que anunciaban los astros y todos comprendimos: nació un ser diminuto, frágil y misterioso (la esencia del misterio) y llevaba en sus ojos ese reflejo mágico de la lluvia de estrellas.


Para mi hijo Miguel Ángel, que nos llegó en Noviembre.  Nació con las Leónidas.

El niño y las Leónidas. FRANCISCO CAÑABATE RECHE


Cada treinta y seis años una lluvia de estrellas nos sorprende en la noche y nos extiende un manto luminoso y brillante, un manto que nos cubre por un instante único y nos evita el frío, un manto imaginario que nos hace sentirnos nuevamente pequeños, perdidos en el cielo, (los seres diminutos que finalmente somos), y nos recuerda un tiempo ya lejano y oscuro, (anclado en la memoria), en que todo era mágico y todo era posible.

Cada treinta y seis años ilustres meteoritos desprendidos de la cola de un astro caprichoso y lejano llegan hasta nosotros para cumplir su cita, y lo hacen puntualmente, con exactitud cósmica. (Ellos tal vez no saben que nosotros los vemos).

Cada treinta y seis años suceden la Leónidas: un fenómeno loco y ciego y sorprendente. Unas horas fugaces, un tiempo entre paréntesis, una oportunidad inesperada para seguir pensando (¿y porque no pensarlo?) que aún existen las Hadas y que a pesar de todo la vida continua.

Y ocurrió aquella noche y por eso lo cuento. Vinieron las Leónidas y surcaron el cielo anunciando a su paso, lo mismo que un heraldo, que aquel niño llegaba cogido de su mano.

Y no las entendimos.

Subimos al tejado porque las esperábamos ( las anunciaron antes los que todo lo saben), y se quedó la madre con el vientre preñado, cargado de esperanza, descansando en la casa. Los dos niños y yo estábamos dispuestos a bebernos el cielo, a no dejar pasar ni uno solo de los múltiples trozos de aquellos meteoritos que formaban señales dibujando en el aire sus diagramas de fuego.

Llevábamos las mantas y también los bolsillos repletos de ilusiones, y arropados por ellas elegimos sentarnos para observar la noche. Yo señalaba Venus y contaba los cuentos de la luna lunera, y los dos se reían, y la noche era clara, y el firmamento obscuro nos guiñaba sus ojos infinitos y ciertos, y pasaban las horas. Pero el tiempo no espera, y tras la diversión llego el aburrimiento. Nos habitaba el frío y hasta la incertidumbre, y luego la impaciencia: la mía y la de los niños, porque no sucedía.

El cielo estaba quieto, imperturbable, eterno, y tal vez las estrellas nos miraban pensando ¿ Qué estarán esperando, si ya ha ocurrido todo mas allá de sus ojos?.

El tiempo de los niños es un tiempo distinto, y no existe el futuro, ellos no lo conocen porque no es necesario. La vida es infinita desde su perspectiva, y también instantánea, y siempre tienen prisa, y todo se produce como en una cascada, y no cabe la espera. Por eso los dos niños mostraban su impaciencia, casi su desengaño y ya me preguntaban: ¿Papá, porqué no vienen?. ¿Perdieron su camino lo mismo que en el cuento y no saben volver?. ¿ O tal vez son muy tímidas y se están escondiendo para que no las vean?.

El más pequeño, Paco, se removía en su manta y se estaba durmiendo, y yo empecé a pensar que no sería esta vez, que debía regresar, que volvía de vacío, y aunque me resistía ( quedaba la ilusión, que sería defraudada), parecía inevitable. Virginia, la mayor, leyendo en mi mirada, tiraba de mi manga mostrándome los ojos de su hermano, cerrados. Entonces sucedió:

Estalló el firmamento y una lluvia de luces estridentes, de fuegos de artificio lo surco de repente. Y se despertó el niño y abrió sus grandes ojos y la niña encantada exclamó su sorpresa y demostró su gozo, (que eran también los míos).

Bajamos animados, risueños y locuaces, parlanchines y alegres, contando maravillas a la madre dormida, algunas inventadas y casi todas ciertas, como siempre sucede.

Unas horas después se produjo el milagro que anunciaban los astros y todos comprendimos: nació un ser diminuto, frágil y misterioso (la esencia del misterio) y llevaba en sus ojos ese reflejo mágico de la lluvia de estrellas.


Para mi hijo Miguel Ángel, que nos llegó en Noviembre.  Nació con las Leónidas.

El niño y las Leónidas. FRANCISCO CAÑABATE RECHE


Cada treinta y seis años una lluvia de estrellas nos sorprende en la noche y nos extiende un manto luminoso y brillante, un manto que nos cubre por un instante único y nos evita el frío, un manto imaginario que nos hace sentirnos nuevamente pequeños, perdidos en el cielo, (los seres diminutos que finalmente somos), y nos recuerda un tiempo ya lejano y oscuro, (anclado en la memoria), en que todo era mágico y todo era posible.

Cada treinta y seis años ilustres meteoritos desprendidos de la cola de un astro caprichoso y lejano llegan hasta nosotros para cumplir su cita, y lo hacen puntualmente, con exactitud cósmica. (Ellos tal vez no saben que nosotros los vemos).

Cada treinta y seis años suceden la Leónidas: un fenómeno loco y ciego y sorprendente. Unas horas fugaces, un tiempo entre paréntesis, una oportunidad inesperada para seguir pensando (¿y porque no pensarlo?) que aún existen las Hadas y que a pesar de todo la vida continua.

Y ocurrió aquella noche y por eso lo cuento. Vinieron las Leónidas y surcaron el cielo anunciando a su paso, lo mismo que un heraldo, que aquel niño llegaba cogido de su mano.

Y no las entendimos.

Subimos al tejado porque las esperábamos ( las anunciaron antes los que todo lo saben), y se quedó la madre con el vientre preñado, cargado de esperanza, descansando en la casa. Los dos niños y yo estábamos dispuestos a bebernos el cielo, a no dejar pasar ni uno solo de los múltiples trozos de aquellos meteoritos que formaban señales dibujando en el aire sus diagramas de fuego.

Llevábamos las mantas y también los bolsillos repletos de ilusiones, y arropados por ellas elegimos sentarnos para observar la noche. Yo señalaba Venus y contaba los cuentos de la luna lunera, y los dos se reían, y la noche era clara, y el firmamento obscuro nos guiñaba sus ojos infinitos y ciertos, y pasaban las horas. Pero el tiempo no espera, y tras la diversión llego el aburrimiento. Nos habitaba el frío y hasta la incertidumbre, y luego la impaciencia: la mía y la de los niños, porque no sucedía.

El cielo estaba quieto, imperturbable, eterno, y tal vez las estrellas nos miraban pensando ¿ Qué estarán esperando, si ya ha ocurrido todo mas allá de sus ojos?.

El tiempo de los niños es un tiempo distinto, y no existe el futuro, ellos no lo conocen porque no es necesario. La vida es infinita desde su perspectiva, y también instantánea, y siempre tienen prisa, y todo se produce como en una cascada, y no cabe la espera. Por eso los dos niños mostraban su impaciencia, casi su desengaño y ya me preguntaban: ¿Papá, porqué no vienen?. ¿Perdieron su camino lo mismo que en el cuento y no saben volver?. ¿ O tal vez son muy tímidas y se están escondiendo para que no las vean?.

El más pequeño, Paco, se removía en su manta y se estaba durmiendo, y yo empecé a pensar que no sería esta vez, que debía regresar, que volvía de vacío, y aunque me resistía ( quedaba la ilusión, que sería defraudada), parecía inevitable. Virginia, la mayor, leyendo en mi mirada, tiraba de mi manga mostrándome los ojos de su hermano, cerrados. Entonces sucedió:

Estalló el firmamento y una lluvia de luces estridentes, de fuegos de artificio lo surco de repente. Y se despertó el niño y abrió sus grandes ojos y la niña encantada exclamó su sorpresa y demostró su gozo, (que eran también los míos).

Bajamos animados, risueños y locuaces, parlanchines y alegres, contando maravillas a la madre dormida, algunas inventadas y casi todas ciertas, como siempre sucede.

Unas horas después se produjo el milagro que anunciaban los astros y todos comprendimos: nació un ser diminuto, frágil y misterioso (la esencia del misterio) y llevaba en sus ojos ese reflejo mágico de la lluvia de estrellas.


Para mi hijo Miguel Ángel, que nos llegó en Noviembre.  Nació con las Leónidas.