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Sé que fuisteis vosotros. Andrés Rubia

  Sé que fuisteis vosotros. Sé que hubo una bomba dentro de uno de aquellos vagones, de aquellos trenes de cercanías, el once de Marzo del 2004 que no estalló. Vuestro Alá no era el perfecto ni el auténtico Alá. Y es que el cielo es justo y providencial.

 Ahora ya sabemos quienes sois.

Allí me tuvisteis enlutado el día 12, con mis manos blancas, con mis minutos de silencio en el horizonte, con mi lazo negro en la antena del coche, consternado, rodeado junto a doce millones de criaturas humanas pidiendo por la deportación de vuestro ingenio para matar. Esta vez habéis pegado fuerte y bien. Más de doscientos muertos y una generosa propina de casi mil quinientos heridos, algunos de los cuales, graves, muy graves, pasaran a la lista de los más de doscientos antes mencionados.  ¿Tan bien remunerado está ese trabajo? ¿Tan justa es vuestra causa?. Si tan sólo son banderas y dioses. ¿Independencia de qué? ¿Héroes en el paraíso de Alá?. ¿Pero quién es Alá? Nadie de los ya muertos os esclavizaba ni os robaba el cus cus para que hubierais de matarlos con esas maneras. Enclavasteis hasta metralla. Nadie de ellos os estaba maltratando ni a vosotros ni a vuestras familias. Sois seres humanos como el resto de personas de esta esfera todavía azul, y me consta que el mundo sigue preocupado porque todos continuemos haciendo un mundo mejor, más digno y sin violencia. ¡Así No!
¿Acaso las victimas de ese atentado tenían culpa? Vaya por dios – por cierto que locución tan suspirante acabo de suscitar… por dios, qué ironía— ¡Cuánto lo siento!.
 Vale, pues leed a continuación lo que he decidido que ocurra tras los incidentes del pasado 11-M..

 Sé que fuisteis vosotros. Pero tranquilos.

Ahora soy un nuevo dios -aquí por lo visto es fácil decidir quien tiene que morir y quien ha de seguir viviendo, al fin y al cabo estaréis conmigo que  vosotros mismos es así como lo habéis demostrado.  ¿Os extrañáis, verdad? ¿Os estaréis averiguando de qué va este tío al cual seguramente ni estaréis leyendo? No os preocupéis, qué más da, este derecho me lo otorgaré sólo durante lo que dure este texto para libraros de la cárcel, o de la silla eléctrica e incluso de la muerte. Quiero que viváis, tenedlo claro ¿de acuerdo?, así pues, prestad atención: Yo soy un nuevo dios,  el cual, va libraros de la ley de los hombres. Estáis a salvo de esa ley. Este que escribe reniega de la justicia convencional, de la justicia de las togas. Estad tranquilos, a mi omnipotencia deífica nadie jamás le hace imploraciones con jaculatorias oraciones de la Biblia o el Corán, es más, desaprueba hasta incluso la inmolación inclusive cuando son para con motivos terroristas. Está a favor de la vida y de la paz. Simplemente soy una nueva deidad fruto de la locura y de los reconcomios que habéis detonado, pero insisto, estad tranquilos, no voy a pedir la silla eléctrica para todos y cada uno de vosotros, no os voy a meter en la cárcel, entre otras cosas porque yo soy tan  sólo un dios que quiere vuestra libertad fuera de presidio. Recordad que la utopía y su frustración me otorgan este derecho para dar veredicto por encima incluso de los tribunales internacionales. Paso de ellos.

En principio solamente soslayo el sumario del atentado. (Para qué menear más el asunto si sé quienes fuisteis), por otro lado, rechazo la posibilidad de obligaros a careo alguno con las familias afectadas, con el resto de victimas y por supuesto con esos cientos de millones de personas que incluso como testigos asistieron a las manifestaciones en contra del terrorismo, proyecto el cual, vosotros ejecutasteis en toda su dimensión. ¿Para qué citar tanta gente en un juzgado?  si en ningún tribunal de este planeta cabrían en su sala, y por ende, sé que todos declararían en vuestra contra. Además seamos cerebrados, existiría otro conflicto, correríais el peligro de ser cruelmente atropellados, violentamente destrozados en un incontenible gesto histérico de cólera y venganza colectiva. Uf, si vosotros supierais, la gente está muy sensibilizada con este tema, tanto que durante un par de semanas la violencia de género va a quedar relegada a un secundario plano. No, no señor, creo que no, demasiado riesgo. No sería lo más acertado porque alguien de vosotros –estoy seguro-- podría salir brutalmente lastimado  y no resultaría un juicio justo.

Bueno, no andaré mucho más de la Ceca a la Meca y concluiré esta sentencia para de paso, acabar con este tiempo autoproclamado de dios, necesario por cierto, pero digamos que en estos momentos es una muy incómoda identidad para mí: Andrés Rubia, ese al que tanta caña le dan tantos y tantos necios, me dijo hace un ratito que “Hay decisiones que los dioses deberían evitar poner en manos de los hombres para que así, estos nunca pudieran decidir la muerte de ninguno de su homogéneos en nombre de dios”.  Ser un dios de tinta caído es incómodo. No es mi personalidad natural. Tanto las religiones fanáticas, como las políticas imperialistas, como las mayorías absolutas en una democracia -a lo antecedido me remito-- me hacen vomitar.

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Fallo:

En la ciudad Almería a día (Festividad de Sta Cristina) 13 de Marzo de 2004.

El Ilustrísimo señor poeta cuyo nombre no os importa, porque a nadie importo, aunque todos sabéis quien soy, otorgado el derecho de seudoconvertirse en dios con d minúscula, magistrado en el juzgado de instrucción zona cero, ejercitando la acción pública su Ministerio Fiscal de Justicia pro derechos humanos.

Que debo condenar y condeno a todos los responsables causantes de los hechos probados el pasado 11 de Marzo de 2004 en la estación de Atocha y otras líneas férreas de cercanías a Madrid, a que vivan en libertad, sin ser encarcelados, ni sean increpados, ni por supuesto condenados a penas de muerte, pero adoleciendo tanto física como psíquicamente, sin opción a suicidarse, ni inmolarse, durante el tiempo que dure la siguiente pena impuesta, a que cada 11 minutos (en solidaridad con el 11-S) de cada hora de las 24 del día, y durante un periodo de 202 meses (un mes por cada una de las víctimas mortales del atentado) sufran la agonía, el dolor, la desesperación, el terror, el pánico que durante aquel momento del trance mortal, sufrieron los viajeros que vilmente fueron asesinados en el anterior y ya mencionado atentado. Quedando prohibida cualquier asistencia ciudadana, sanitaria o psiquiátrica sin previo, expreso y consensuado permiso de todos y cada uno de los familiares de las victimas.

Frente a esta sentencia cabe interponer Recurso de Apelación en un plazo indefinido de tiempo, siempre y cuando haya sucedido otro periodo igual o mayor a 202 meses (pena completa), en el cual, demostradamente quede probado que en el transcurso de dicho periodo no haya habido ningún otro atentado terrorista en el mundo por parte de ninguna organización terrorista islámica, militar o política.

Así por esta mi sentencia, definitivamente y deíficamente juzgando, lo pronuncio, mando y firmo.

11-M: SÉ QUE FUISTEIS VOSOTROS
 por Andrés Rubia
Almería a 21 de marzo de 2004

El broker. Andrés Rubia

El siglo veintiuno supondrá tanta velocidad al cientifismo que los átomos de los conceptos cambiaran demasiado rápidos, y por tanto, el gran reto del Hombre será mantener el orden en la química de su mente.


Fue agente de valores mío durante los dos años que con fortuna aposté en bolsa.
Con él había hablado por teléfono una media docena de veces hasta que por fin en un viaje a Madrid tuve la oportunidad de conocerle personalmente. De mediana estatura, poseía unos ojos avispados como el color del cuero curtido, entechados por unas cejas animosas casi nunca inmotas. Aparentaba una sagaz agilidad mental tan ordenada como el nudo de su corbata en el planchado blanco de su camisa.
Cuando alguien que no conoces te realiza bien un trabajo con el que te hace ganar en dos semanas más de siete mil quinientos euros, no puedes sino acrecentar la curiosidad de frecuentarle aunque sólo sea una vez. Lo conseguí, y de él, lo que más me llamó la atención fue su rostro cuidado de arrugas pese a pasar de los cincuenta y dos, y sin embargo, aparentar siete u ocho años menos. Su nombre y primer apellido eran vulgares: Miguel Núñez, su segundo era lo que le daba una cierta personalidad reconcurrente e historiada con su idiosincrasia emprendedora:
.Bizarro.
El año 2002 fue tan nefasto para las inversiones, tan patético en mi vida conyugal por culpa de las inversiones, tan inverso en casi todas y a priori maravillosas inversiones, que decidí salirme del parqué y no hacer para siempre jamás esas tan buenas inversiones bursátiles con mi mala e invertida vida. De todos modos había ganado mucho dinero pero había perdido salud, familia y por tanto felicidad. Un precio justo que suele cobrarse la injusta ansiedad de las ambiciones.
Con la separación salí económicamente perdiendo como todo varón con hijos en este país, era de esperar, pero compré una pequeña casa costera en Salobreña y al poco, allí me refugié con Maria Almudena, mi segunda compañera, una vez hube conseguido casi al unísono el divorcio y la jubilación anticipada.
En la charcutería donde habitualmente compraba el york y el solan de cabras había oído hablar de él. Le llamaban “el profeta” porque pronosticaba acaecimientos tan difíciles que ocurrieran como desconcertantes y descerebrados eran otros, aunque eso sí, nunca tan afuera de la lógica como podría pensarse. Esa mañana, escuché a una viuda residente de nacionalidad inglesa, vecina del pueblo, contar la última aseveración del personaje:
-- y el siñoor profeta diçeme entoncses algun día mucsha gente todos locos como éll, porque demassiaado deprisa la tecnologuía y elé-pfhutturo… y mucsho peligro para los sencsatos.
Para aquel hombre que siempre ha buscado la sabiduría, es hartamente difícil esquivar la curiosidad, sobre todo cuando se interesa por otro homogéneo, el cual, es considerado un necio por el resto de sabios. Siempre he atribulado que el loco puede ser el resultado de una inteligencia sublime.

Supe una borrascosa mañana en la cafetería del Lucio --ubicada media docena de escalones en alto y a pie de paseo marítimo-- que él observaba durante muchas tardes la luminosidad gualda y efímera del ocaso, mientras la iglesia mudéjar del Rosario --como todas las tardes—lanzaba al aire sus últimas plegarias por aquellos desdeñados quienes en tantas y tantas cuestiones valen más que esos que juzgan a estos otros, quizá bien llamados excéntricos, pero sin embargo, mal señalados de chiflados.


No me andaré por las ramas, sí, era Miguel Núñez Bizarro, el motivo por el que había llegado allí lo desconocía, y ustedes pueden sacar las conjeturas y sospechas que quieran. Tenía el pelo más largo, bastante más largo que cuando lo conocí en el madrileño recinto bursátil que se inauguró coincidiendo con el reinado de Isabel II en 1834. Su rostro no rezumaba ya esa lozanía “Aramis contour des yeux for men”, y en su cepillo de pelo, cada mañana, debían quedar prisioneras media docena canas. Se parapetaba tras unas gafas de sol oscuras que aún conservaban cierta modernidad en el diseño. Su aspecto seguía conservando comedida pulcritud y civismo, su vestuario era claro, bohemio aunque de briosa calidad boutiquera.


Seguiré sin andarme por las ramas y les diré que tras mi presentación como ciudadano y darle más de una y dos señas a cerca de mis andanzas inversionistas en antaño, tratando de rememorarle cuando para mí intervenía en la compra y venta de “Blues chips”(1) o “chicharros”(2), siguió sin recordarme. Y prosigo: Me invitó sin mucho protocolo aunque cortésmente a la silla de al lado, alentándome poco después a que le hiciera romper su tope máximo de cafés al día. Su médico le había prohibido el tercero. Él era también ahora un perdedor, padecía del corazón, y trajinaba al igual que yo, insistir en sus cuidados para retrasar lo máximo posible a esa negra dama invisible que siempre especula con la posibilidad de llegar antes de tiempo, pero con la imposibilidad tan siempre imposible de sin ti marcharse una vez te ha visitado.


Hacía mucho tiempo que no había mantenido con alguien una conversación tan intrigante e instructiva. Al principio reculó en hablarme de su presente pero al final terminó contándome el porqué de su decisión a transferir todo y cuanto poseía en Madrid y exiliarse a este rincón litoral donde la arena puede ser el mejor colchón para una siesta sin mesita de noche, y por ende, sin relojes de diseño; donde las nubes son las mejores interferencias para los grandes edificios de oficinas que sin acritud, siempre están tan deambuladas de hipocresía; y las estrellas, donde por fortuna, continúan indelebles, perpetuas en su hemisferio y carente de interruptores.


--No me importó, era una cuestión de supervivencia – Alegó tras una pausa haciendo descansar su taza.-- ¿Sabe usted lo que sentí en esa depresión?--Su pregunta no iba dirigida a encontrar en mí respuesta sino a comprobar mi escucha, y a continuación hizo extenso su verbo con los ojos fijos en el paseo marítimo.— Pues tuve conversaciones con el sol en un autismo nocturno. Caía a un pozo donde se descarnaban mis uñas: La ley de Newton me hacía una manzana podrida en esa caída libre sin tan siquiera encontrar una raíz donde afanarse. Nada más salir a la calle vestido de ojeras, la Castellana se atestaba de carceleros, de carrocerías con ruedas y miradas contra los tímpanos. Los escaparates entonces fintan tu ansiedad, distraen poderosos tu intranquilidad enmudeciendo fachadas donde todas las puertas permanecen cerradas menos las de las tiendas. Allí casi siempre te sonríen:


"No me gusta esa bufanda o ese chaleco o ese pillacorbatas, pero al igual entro y los compro": Ansiedad consumista. "Mejor no, no suelo usar bufandas, ni chalecos, ni pillacorbatas". Sin embargo, si iba bien de tiempo hacia el parqué, volvía sobre mis pasos para comprarlas. Ansiedad consumada.


Percibes que por las paredes de tus arterias se va adosando un colágeno de alquitrán que destila por tus pupilas para licuar y adherirse incluso a tu sistema nervioso. Tienes prisa. Llegas tarde. Recibes una llamada al móvil que como en tantas ocasiones es anodina. Te paras. Lo sacas y enciendes el séptimo de la jornada cuando todavía son las diez de la mañana, a todo esto, sin haber madrugado porque, entre otras cosas, no has sabido dormir. Ya no sabes ni dormir, qué bárbaro, ya no sabes nada, no entiendes nada, y la fe en ti mismo debe haberse fugado con un tipo de aspecto mercenario que en ese momento se cruza contigo y te mira insultante por la acera. No has desayunado y necesitas un café cargado pero no te decides por ninguna cafetería y es que acusas el resquemor de encontrarte con alguien conocido que pueda averiguar que tu alegría está en coma. Comprendes que a tus ganas de vivir le faltan ganas de seguir viviendo y que la diestra donde acarreas el portafolios se hace zurda… ¿Ves a esa mujer?— Deparó de pronto, obligándome a virar mi atención hacia donde él miraba. Se trataba de la viuda inglesa que había conocido esa mañana en la charcutería donde habitualmente compro el york y el solán de cabras. Paseaba su menuda y grácil silueta por el periplo del paseo marítimo, deambulando con paso rápido, ágil, y ataviada con un chándal.—


Pues verás amigo, todas, absolutamente todas las tardes pasa con prisas cuando yo estoy en esta terraza viendo inclinar el día, cuando yo trato de olvidar mi pasado, cuando disfruto de un paisaje sin prestezas ni apresuramientos. No entiendo porqué anda tan deprisa por un lugar tan balsámico para mí…que… que se me antoja al estrés personificado.—En el mutismo de a continuación que utilizó para acabar el café, hallé un desapacible desagrado, pero continuó: No falla ni un solo atardecer, cruza siempre ese tramo de espigón de ahí enfrente cuando el sol dobla por ese punto de la colina. Ningún día es igual, pero ella es como un cronómetro y siempre trata de hacerlos iguales. ¿Sabes? Me llaman “el profeta” porque pienso que tal y como va la vida, dentro de diez u once años habrá tantos locos que los cuerdos serán considerados de anormales, ¿y sabes otra cosa? Siempre quise ser enfermero, o D.U.E., como ahora se les llama, sobre todo porque eso de poner inyecciones me ha llamado siempre la atención… ¿Ves? Me llaman el profeta, dicen que soy un desequilibrado—


Sonrió, pero su sonrisa fue de algún modo dedicada y perdida hacia el horizonte. Bendito loco.
No volví a verle en un plazo de dos semanas, al tercer jueves me atreví a ir donde lo había encontrado por primera vez. Pero su silla estaba vacía, su mesa estaba vacía y el crepúsculo marino de Salobreña estaba vacío.
Escuché atónito lo sucedido mientras en la cafetería del Lucio me lo contaban, y tras sentir una extraña sensación conmovedora, supe que yo tenía en la mano el que su condena sólo quedase en una sanción económica. Decidí llamar a mi abogado esa misma tarde y contarle que tenía un amigo metido en un lío a consecuencia de haber sido acusado injustamente de violencia de género. Cuando me preguntó de qué clase de violencia se trataba, le contesté:
-- Ha conseguido pinchar intramuscularmente a una mujer con una inyección de tranxilium 50 cuando paseaba por el paseo marítimo de Salobreña. – y a continuación agregué: …Por fin. 
EL BROKER


    Por Andrés Rubia  (Mojácar 21/02/2004)                      

El broker. Andrés Rubia

El siglo veintiuno supondrá tanta velocidad al cientifismo que los átomos de los conceptos cambiaran demasiado rápidos, y por tanto, el gran reto del Hombre será mantener el orden en la química de su mente.


Fue agente de valores mío durante los dos años que con fortuna aposté en bolsa.
Con él había hablado por teléfono una media docena de veces hasta que por fin en un viaje a Madrid tuve la oportunidad de conocerle personalmente. De mediana estatura, poseía unos ojos avispados como el color del cuero curtido, entechados por unas cejas animosas casi nunca inmotas. Aparentaba una sagaz agilidad mental tan ordenada como el nudo de su corbata en el planchado blanco de su camisa.
Cuando alguien que no conoces te realiza bien un trabajo con el que te hace ganar en dos semanas más de siete mil quinientos euros, no puedes sino acrecentar la curiosidad de frecuentarle aunque sólo sea una vez. Lo conseguí, y de él, lo que más me llamó la atención fue su rostro cuidado de arrugas pese a pasar de los cincuenta y dos, y sin embargo, aparentar siete u ocho años menos. Su nombre y primer apellido eran vulgares: Miguel Núñez, su segundo era lo que le daba una cierta personalidad reconcurrente e historiada con su idiosincrasia emprendedora:
.Bizarro.
El año 2002 fue tan nefasto para las inversiones, tan patético en mi vida conyugal por culpa de las inversiones, tan inverso en casi todas y a priori maravillosas inversiones, que decidí salirme del parqué y no hacer para siempre jamás esas tan buenas inversiones bursátiles con mi mala e invertida vida. De todos modos había ganado mucho dinero pero había perdido salud, familia y por tanto felicidad. Un precio justo que suele cobrarse la injusta ansiedad de las ambiciones.
Con la separación salí económicamente perdiendo como todo varón con hijos en este país, era de esperar, pero compré una pequeña casa costera en Salobreña y al poco, allí me refugié con Maria Almudena, mi segunda compañera, una vez hube conseguido casi al unísono el divorcio y la jubilación anticipada.
En la charcutería donde habitualmente compraba el york y el solan de cabras había oído hablar de él. Le llamaban “el profeta” porque pronosticaba acaecimientos tan difíciles que ocurrieran como desconcertantes y descerebrados eran otros, aunque eso sí, nunca tan afuera de la lógica como podría pensarse. Esa mañana, escuché a una viuda residente de nacionalidad inglesa, vecina del pueblo, contar la última aseveración del personaje:
-- y el siñoor profeta diçeme entoncses algun día mucsha gente todos locos como éll, porque demassiaado deprisa la tecnologuía y elé-pfhutturo… y mucsho peligro para los sencsatos.
Para aquel hombre que siempre ha buscado la sabiduría, es hartamente difícil esquivar la curiosidad, sobre todo cuando se interesa por otro homogéneo, el cual, es considerado un necio por el resto de sabios. Siempre he atribulado que el loco puede ser el resultado de una inteligencia sublime.

Supe una borrascosa mañana en la cafetería del Lucio --ubicada media docena de escalones en alto y a pie de paseo marítimo-- que él observaba durante muchas tardes la luminosidad gualda y efímera del ocaso, mientras la iglesia mudéjar del Rosario --como todas las tardes—lanzaba al aire sus últimas plegarias por aquellos desdeñados quienes en tantas y tantas cuestiones valen más que esos que juzgan a estos otros, quizá bien llamados excéntricos, pero sin embargo, mal señalados de chiflados.


No me andaré por las ramas, sí, era Miguel Núñez Bizarro, el motivo por el que había llegado allí lo desconocía, y ustedes pueden sacar las conjeturas y sospechas que quieran. Tenía el pelo más largo, bastante más largo que cuando lo conocí en el madrileño recinto bursátil que se inauguró coincidiendo con el reinado de Isabel II en 1834. Su rostro no rezumaba ya esa lozanía “Aramis contour des yeux for men”, y en su cepillo de pelo, cada mañana, debían quedar prisioneras media docena canas. Se parapetaba tras unas gafas de sol oscuras que aún conservaban cierta modernidad en el diseño. Su aspecto seguía conservando comedida pulcritud y civismo, su vestuario era claro, bohemio aunque de briosa calidad boutiquera.


Seguiré sin andarme por las ramas y les diré que tras mi presentación como ciudadano y darle más de una y dos señas a cerca de mis andanzas inversionistas en antaño, tratando de rememorarle cuando para mí intervenía en la compra y venta de “Blues chips”(1) o “chicharros”(2), siguió sin recordarme. Y prosigo: Me invitó sin mucho protocolo aunque cortésmente a la silla de al lado, alentándome poco después a que le hiciera romper su tope máximo de cafés al día. Su médico le había prohibido el tercero. Él era también ahora un perdedor, padecía del corazón, y trajinaba al igual que yo, insistir en sus cuidados para retrasar lo máximo posible a esa negra dama invisible que siempre especula con la posibilidad de llegar antes de tiempo, pero con la imposibilidad tan siempre imposible de sin ti marcharse una vez te ha visitado.


Hacía mucho tiempo que no había mantenido con alguien una conversación tan intrigante e instructiva. Al principio reculó en hablarme de su presente pero al final terminó contándome el porqué de su decisión a transferir todo y cuanto poseía en Madrid y exiliarse a este rincón litoral donde la arena puede ser el mejor colchón para una siesta sin mesita de noche, y por ende, sin relojes de diseño; donde las nubes son las mejores interferencias para los grandes edificios de oficinas que sin acritud, siempre están tan deambuladas de hipocresía; y las estrellas, donde por fortuna, continúan indelebles, perpetuas en su hemisferio y carente de interruptores.


--No me importó, era una cuestión de supervivencia – Alegó tras una pausa haciendo descansar su taza.-- ¿Sabe usted lo que sentí en esa depresión?--Su pregunta no iba dirigida a encontrar en mí respuesta sino a comprobar mi escucha, y a continuación hizo extenso su verbo con los ojos fijos en el paseo marítimo.— Pues tuve conversaciones con el sol en un autismo nocturno. Caía a un pozo donde se descarnaban mis uñas: La ley de Newton me hacía una manzana podrida en esa caída libre sin tan siquiera encontrar una raíz donde afanarse. Nada más salir a la calle vestido de ojeras, la Castellana se atestaba de carceleros, de carrocerías con ruedas y miradas contra los tímpanos. Los escaparates entonces fintan tu ansiedad, distraen poderosos tu intranquilidad enmudeciendo fachadas donde todas las puertas permanecen cerradas menos las de las tiendas. Allí casi siempre te sonríen:


"No me gusta esa bufanda o ese chaleco o ese pillacorbatas, pero al igual entro y los compro": Ansiedad consumista. "Mejor no, no suelo usar bufandas, ni chalecos, ni pillacorbatas". Sin embargo, si iba bien de tiempo hacia el parqué, volvía sobre mis pasos para comprarlas. Ansiedad consumada.


Percibes que por las paredes de tus arterias se va adosando un colágeno de alquitrán que destila por tus pupilas para licuar y adherirse incluso a tu sistema nervioso. Tienes prisa. Llegas tarde. Recibes una llamada al móvil que como en tantas ocasiones es anodina. Te paras. Lo sacas y enciendes el séptimo de la jornada cuando todavía son las diez de la mañana, a todo esto, sin haber madrugado porque, entre otras cosas, no has sabido dormir. Ya no sabes ni dormir, qué bárbaro, ya no sabes nada, no entiendes nada, y la fe en ti mismo debe haberse fugado con un tipo de aspecto mercenario que en ese momento se cruza contigo y te mira insultante por la acera. No has desayunado y necesitas un café cargado pero no te decides por ninguna cafetería y es que acusas el resquemor de encontrarte con alguien conocido que pueda averiguar que tu alegría está en coma. Comprendes que a tus ganas de vivir le faltan ganas de seguir viviendo y que la diestra donde acarreas el portafolios se hace zurda… ¿Ves a esa mujer?— Deparó de pronto, obligándome a virar mi atención hacia donde él miraba. Se trataba de la viuda inglesa que había conocido esa mañana en la charcutería donde habitualmente compro el york y el solán de cabras. Paseaba su menuda y grácil silueta por el periplo del paseo marítimo, deambulando con paso rápido, ágil, y ataviada con un chándal.—


Pues verás amigo, todas, absolutamente todas las tardes pasa con prisas cuando yo estoy en esta terraza viendo inclinar el día, cuando yo trato de olvidar mi pasado, cuando disfruto de un paisaje sin prestezas ni apresuramientos. No entiendo porqué anda tan deprisa por un lugar tan balsámico para mí…que… que se me antoja al estrés personificado.—En el mutismo de a continuación que utilizó para acabar el café, hallé un desapacible desagrado, pero continuó: No falla ni un solo atardecer, cruza siempre ese tramo de espigón de ahí enfrente cuando el sol dobla por ese punto de la colina. Ningún día es igual, pero ella es como un cronómetro y siempre trata de hacerlos iguales. ¿Sabes? Me llaman “el profeta” porque pienso que tal y como va la vida, dentro de diez u once años habrá tantos locos que los cuerdos serán considerados de anormales, ¿y sabes otra cosa? Siempre quise ser enfermero, o D.U.E., como ahora se les llama, sobre todo porque eso de poner inyecciones me ha llamado siempre la atención… ¿Ves? Me llaman el profeta, dicen que soy un desequilibrado—


Sonrió, pero su sonrisa fue de algún modo dedicada y perdida hacia el horizonte. Bendito loco.
No volví a verle en un plazo de dos semanas, al tercer jueves me atreví a ir donde lo había encontrado por primera vez. Pero su silla estaba vacía, su mesa estaba vacía y el crepúsculo marino de Salobreña estaba vacío.
Escuché atónito lo sucedido mientras en la cafetería del Lucio me lo contaban, y tras sentir una extraña sensación conmovedora, supe que yo tenía en la mano el que su condena sólo quedase en una sanción económica. Decidí llamar a mi abogado esa misma tarde y contarle que tenía un amigo metido en un lío a consecuencia de haber sido acusado injustamente de violencia de género. Cuando me preguntó de qué clase de violencia se trataba, le contesté:
-- Ha conseguido pinchar intramuscularmente a una mujer con una inyección de tranxilium 50 cuando paseaba por el paseo marítimo de Salobreña. – y a continuación agregué: …Por fin. 
EL BROKER


    Por Andrés Rubia  (Mojácar 21/02/2004)                      

El broker. Andrés Rubia

El siglo veintiuno supondrá tanta velocidad al cientifismo que los átomos de los conceptos cambiaran demasiado rápidos, y por tanto, el gran reto del Hombre será mantener el orden en la química de su mente.


Fue agente de valores mío durante los dos años que con fortuna aposté en bolsa.
Con él había hablado por teléfono una media docena de veces hasta que por fin en un viaje a Madrid tuve la oportunidad de conocerle personalmente. De mediana estatura, poseía unos ojos avispados como el color del cuero curtido, entechados por unas cejas animosas casi nunca inmotas. Aparentaba una sagaz agilidad mental tan ordenada como el nudo de su corbata en el planchado blanco de su camisa.
Cuando alguien que no conoces te realiza bien un trabajo con el que te hace ganar en dos semanas más de siete mil quinientos euros, no puedes sino acrecentar la curiosidad de frecuentarle aunque sólo sea una vez. Lo conseguí, y de él, lo que más me llamó la atención fue su rostro cuidado de arrugas pese a pasar de los cincuenta y dos, y sin embargo, aparentar siete u ocho años menos. Su nombre y primer apellido eran vulgares: Miguel Núñez, su segundo era lo que le daba una cierta personalidad reconcurrente e historiada con su idiosincrasia emprendedora:
.Bizarro.
El año 2002 fue tan nefasto para las inversiones, tan patético en mi vida conyugal por culpa de las inversiones, tan inverso en casi todas y a priori maravillosas inversiones, que decidí salirme del parqué y no hacer para siempre jamás esas tan buenas inversiones bursátiles con mi mala e invertida vida. De todos modos había ganado mucho dinero pero había perdido salud, familia y por tanto felicidad. Un precio justo que suele cobrarse la injusta ansiedad de las ambiciones.
Con la separación salí económicamente perdiendo como todo varón con hijos en este país, era de esperar, pero compré una pequeña casa costera en Salobreña y al poco, allí me refugié con Maria Almudena, mi segunda compañera, una vez hube conseguido casi al unísono el divorcio y la jubilación anticipada.
En la charcutería donde habitualmente compraba el york y el solan de cabras había oído hablar de él. Le llamaban “el profeta” porque pronosticaba acaecimientos tan difíciles que ocurrieran como desconcertantes y descerebrados eran otros, aunque eso sí, nunca tan afuera de la lógica como podría pensarse. Esa mañana, escuché a una viuda residente de nacionalidad inglesa, vecina del pueblo, contar la última aseveración del personaje:
-- y el siñoor profeta diçeme entoncses algun día mucsha gente todos locos como éll, porque demassiaado deprisa la tecnologuía y elé-pfhutturo… y mucsho peligro para los sencsatos.
Para aquel hombre que siempre ha buscado la sabiduría, es hartamente difícil esquivar la curiosidad, sobre todo cuando se interesa por otro homogéneo, el cual, es considerado un necio por el resto de sabios. Siempre he atribulado que el loco puede ser el resultado de una inteligencia sublime.

Supe una borrascosa mañana en la cafetería del Lucio --ubicada media docena de escalones en alto y a pie de paseo marítimo-- que él observaba durante muchas tardes la luminosidad gualda y efímera del ocaso, mientras la iglesia mudéjar del Rosario --como todas las tardes—lanzaba al aire sus últimas plegarias por aquellos desdeñados quienes en tantas y tantas cuestiones valen más que esos que juzgan a estos otros, quizá bien llamados excéntricos, pero sin embargo, mal señalados de chiflados.


No me andaré por las ramas, sí, era Miguel Núñez Bizarro, el motivo por el que había llegado allí lo desconocía, y ustedes pueden sacar las conjeturas y sospechas que quieran. Tenía el pelo más largo, bastante más largo que cuando lo conocí en el madrileño recinto bursátil que se inauguró coincidiendo con el reinado de Isabel II en 1834. Su rostro no rezumaba ya esa lozanía “Aramis contour des yeux for men”, y en su cepillo de pelo, cada mañana, debían quedar prisioneras media docena canas. Se parapetaba tras unas gafas de sol oscuras que aún conservaban cierta modernidad en el diseño. Su aspecto seguía conservando comedida pulcritud y civismo, su vestuario era claro, bohemio aunque de briosa calidad boutiquera.


Seguiré sin andarme por las ramas y les diré que tras mi presentación como ciudadano y darle más de una y dos señas a cerca de mis andanzas inversionistas en antaño, tratando de rememorarle cuando para mí intervenía en la compra y venta de “Blues chips”(1) o “chicharros”(2), siguió sin recordarme. Y prosigo: Me invitó sin mucho protocolo aunque cortésmente a la silla de al lado, alentándome poco después a que le hiciera romper su tope máximo de cafés al día. Su médico le había prohibido el tercero. Él era también ahora un perdedor, padecía del corazón, y trajinaba al igual que yo, insistir en sus cuidados para retrasar lo máximo posible a esa negra dama invisible que siempre especula con la posibilidad de llegar antes de tiempo, pero con la imposibilidad tan siempre imposible de sin ti marcharse una vez te ha visitado.


Hacía mucho tiempo que no había mantenido con alguien una conversación tan intrigante e instructiva. Al principio reculó en hablarme de su presente pero al final terminó contándome el porqué de su decisión a transferir todo y cuanto poseía en Madrid y exiliarse a este rincón litoral donde la arena puede ser el mejor colchón para una siesta sin mesita de noche, y por ende, sin relojes de diseño; donde las nubes son las mejores interferencias para los grandes edificios de oficinas que sin acritud, siempre están tan deambuladas de hipocresía; y las estrellas, donde por fortuna, continúan indelebles, perpetuas en su hemisferio y carente de interruptores.


--No me importó, era una cuestión de supervivencia – Alegó tras una pausa haciendo descansar su taza.-- ¿Sabe usted lo que sentí en esa depresión?--Su pregunta no iba dirigida a encontrar en mí respuesta sino a comprobar mi escucha, y a continuación hizo extenso su verbo con los ojos fijos en el paseo marítimo.— Pues tuve conversaciones con el sol en un autismo nocturno. Caía a un pozo donde se descarnaban mis uñas: La ley de Newton me hacía una manzana podrida en esa caída libre sin tan siquiera encontrar una raíz donde afanarse. Nada más salir a la calle vestido de ojeras, la Castellana se atestaba de carceleros, de carrocerías con ruedas y miradas contra los tímpanos. Los escaparates entonces fintan tu ansiedad, distraen poderosos tu intranquilidad enmudeciendo fachadas donde todas las puertas permanecen cerradas menos las de las tiendas. Allí casi siempre te sonríen:


"No me gusta esa bufanda o ese chaleco o ese pillacorbatas, pero al igual entro y los compro": Ansiedad consumista. "Mejor no, no suelo usar bufandas, ni chalecos, ni pillacorbatas". Sin embargo, si iba bien de tiempo hacia el parqué, volvía sobre mis pasos para comprarlas. Ansiedad consumada.


Percibes que por las paredes de tus arterias se va adosando un colágeno de alquitrán que destila por tus pupilas para licuar y adherirse incluso a tu sistema nervioso. Tienes prisa. Llegas tarde. Recibes una llamada al móvil que como en tantas ocasiones es anodina. Te paras. Lo sacas y enciendes el séptimo de la jornada cuando todavía son las diez de la mañana, a todo esto, sin haber madrugado porque, entre otras cosas, no has sabido dormir. Ya no sabes ni dormir, qué bárbaro, ya no sabes nada, no entiendes nada, y la fe en ti mismo debe haberse fugado con un tipo de aspecto mercenario que en ese momento se cruza contigo y te mira insultante por la acera. No has desayunado y necesitas un café cargado pero no te decides por ninguna cafetería y es que acusas el resquemor de encontrarte con alguien conocido que pueda averiguar que tu alegría está en coma. Comprendes que a tus ganas de vivir le faltan ganas de seguir viviendo y que la diestra donde acarreas el portafolios se hace zurda… ¿Ves a esa mujer?— Deparó de pronto, obligándome a virar mi atención hacia donde él miraba. Se trataba de la viuda inglesa que había conocido esa mañana en la charcutería donde habitualmente compro el york y el solán de cabras. Paseaba su menuda y grácil silueta por el periplo del paseo marítimo, deambulando con paso rápido, ágil, y ataviada con un chándal.—


Pues verás amigo, todas, absolutamente todas las tardes pasa con prisas cuando yo estoy en esta terraza viendo inclinar el día, cuando yo trato de olvidar mi pasado, cuando disfruto de un paisaje sin prestezas ni apresuramientos. No entiendo porqué anda tan deprisa por un lugar tan balsámico para mí…que… que se me antoja al estrés personificado.—En el mutismo de a continuación que utilizó para acabar el café, hallé un desapacible desagrado, pero continuó: No falla ni un solo atardecer, cruza siempre ese tramo de espigón de ahí enfrente cuando el sol dobla por ese punto de la colina. Ningún día es igual, pero ella es como un cronómetro y siempre trata de hacerlos iguales. ¿Sabes? Me llaman “el profeta” porque pienso que tal y como va la vida, dentro de diez u once años habrá tantos locos que los cuerdos serán considerados de anormales, ¿y sabes otra cosa? Siempre quise ser enfermero, o D.U.E., como ahora se les llama, sobre todo porque eso de poner inyecciones me ha llamado siempre la atención… ¿Ves? Me llaman el profeta, dicen que soy un desequilibrado—


Sonrió, pero su sonrisa fue de algún modo dedicada y perdida hacia el horizonte. Bendito loco.
No volví a verle en un plazo de dos semanas, al tercer jueves me atreví a ir donde lo había encontrado por primera vez. Pero su silla estaba vacía, su mesa estaba vacía y el crepúsculo marino de Salobreña estaba vacío.
Escuché atónito lo sucedido mientras en la cafetería del Lucio me lo contaban, y tras sentir una extraña sensación conmovedora, supe que yo tenía en la mano el que su condena sólo quedase en una sanción económica. Decidí llamar a mi abogado esa misma tarde y contarle que tenía un amigo metido en un lío a consecuencia de haber sido acusado injustamente de violencia de género. Cuando me preguntó de qué clase de violencia se trataba, le contesté:
-- Ha conseguido pinchar intramuscularmente a una mujer con una inyección de tranxilium 50 cuando paseaba por el paseo marítimo de Salobreña. – y a continuación agregué: …Por fin. 
EL BROKER


    Por Andrés Rubia  (Mojácar 21/02/2004)                      

El broker. Andrés Rubia

El siglo veintiuno supondrá tanta velocidad al cientifismo que los átomos de los conceptos cambiaran demasiado rápidos, y por tanto, el gran reto del Hombre será mantener el orden en la química de su mente.


Fue agente de valores mío durante los dos años que con fortuna aposté en bolsa.
Con él había hablado por teléfono una media docena de veces hasta que por fin en un viaje a Madrid tuve la oportunidad de conocerle personalmente. De mediana estatura, poseía unos ojos avispados como el color del cuero curtido, entechados por unas cejas animosas casi nunca inmotas. Aparentaba una sagaz agilidad mental tan ordenada como el nudo de su corbata en el planchado blanco de su camisa.
Cuando alguien que no conoces te realiza bien un trabajo con el que te hace ganar en dos semanas más de siete mil quinientos euros, no puedes sino acrecentar la curiosidad de frecuentarle aunque sólo sea una vez. Lo conseguí, y de él, lo que más me llamó la atención fue su rostro cuidado de arrugas pese a pasar de los cincuenta y dos, y sin embargo, aparentar siete u ocho años menos. Su nombre y primer apellido eran vulgares: Miguel Núñez, su segundo era lo que le daba una cierta personalidad reconcurrente e historiada con su idiosincrasia emprendedora:
.Bizarro.
El año 2002 fue tan nefasto para las inversiones, tan patético en mi vida conyugal por culpa de las inversiones, tan inverso en casi todas y a priori maravillosas inversiones, que decidí salirme del parqué y no hacer para siempre jamás esas tan buenas inversiones bursátiles con mi mala e invertida vida. De todos modos había ganado mucho dinero pero había perdido salud, familia y por tanto felicidad. Un precio justo que suele cobrarse la injusta ansiedad de las ambiciones.
Con la separación salí económicamente perdiendo como todo varón con hijos en este país, era de esperar, pero compré una pequeña casa costera en Salobreña y al poco, allí me refugié con Maria Almudena, mi segunda compañera, una vez hube conseguido casi al unísono el divorcio y la jubilación anticipada.
En la charcutería donde habitualmente compraba el york y el solan de cabras había oído hablar de él. Le llamaban “el profeta” porque pronosticaba acaecimientos tan difíciles que ocurrieran como desconcertantes y descerebrados eran otros, aunque eso sí, nunca tan afuera de la lógica como podría pensarse. Esa mañana, escuché a una viuda residente de nacionalidad inglesa, vecina del pueblo, contar la última aseveración del personaje:
-- y el siñoor profeta diçeme entoncses algun día mucsha gente todos locos como éll, porque demassiaado deprisa la tecnologuía y elé-pfhutturo… y mucsho peligro para los sencsatos.
Para aquel hombre que siempre ha buscado la sabiduría, es hartamente difícil esquivar la curiosidad, sobre todo cuando se interesa por otro homogéneo, el cual, es considerado un necio por el resto de sabios. Siempre he atribulado que el loco puede ser el resultado de una inteligencia sublime.

Supe una borrascosa mañana en la cafetería del Lucio --ubicada media docena de escalones en alto y a pie de paseo marítimo-- que él observaba durante muchas tardes la luminosidad gualda y efímera del ocaso, mientras la iglesia mudéjar del Rosario --como todas las tardes—lanzaba al aire sus últimas plegarias por aquellos desdeñados quienes en tantas y tantas cuestiones valen más que esos que juzgan a estos otros, quizá bien llamados excéntricos, pero sin embargo, mal señalados de chiflados.


No me andaré por las ramas, sí, era Miguel Núñez Bizarro, el motivo por el que había llegado allí lo desconocía, y ustedes pueden sacar las conjeturas y sospechas que quieran. Tenía el pelo más largo, bastante más largo que cuando lo conocí en el madrileño recinto bursátil que se inauguró coincidiendo con el reinado de Isabel II en 1834. Su rostro no rezumaba ya esa lozanía “Aramis contour des yeux for men”, y en su cepillo de pelo, cada mañana, debían quedar prisioneras media docena canas. Se parapetaba tras unas gafas de sol oscuras que aún conservaban cierta modernidad en el diseño. Su aspecto seguía conservando comedida pulcritud y civismo, su vestuario era claro, bohemio aunque de briosa calidad boutiquera.


Seguiré sin andarme por las ramas y les diré que tras mi presentación como ciudadano y darle más de una y dos señas a cerca de mis andanzas inversionistas en antaño, tratando de rememorarle cuando para mí intervenía en la compra y venta de “Blues chips”(1) o “chicharros”(2), siguió sin recordarme. Y prosigo: Me invitó sin mucho protocolo aunque cortésmente a la silla de al lado, alentándome poco después a que le hiciera romper su tope máximo de cafés al día. Su médico le había prohibido el tercero. Él era también ahora un perdedor, padecía del corazón, y trajinaba al igual que yo, insistir en sus cuidados para retrasar lo máximo posible a esa negra dama invisible que siempre especula con la posibilidad de llegar antes de tiempo, pero con la imposibilidad tan siempre imposible de sin ti marcharse una vez te ha visitado.


Hacía mucho tiempo que no había mantenido con alguien una conversación tan intrigante e instructiva. Al principio reculó en hablarme de su presente pero al final terminó contándome el porqué de su decisión a transferir todo y cuanto poseía en Madrid y exiliarse a este rincón litoral donde la arena puede ser el mejor colchón para una siesta sin mesita de noche, y por ende, sin relojes de diseño; donde las nubes son las mejores interferencias para los grandes edificios de oficinas que sin acritud, siempre están tan deambuladas de hipocresía; y las estrellas, donde por fortuna, continúan indelebles, perpetuas en su hemisferio y carente de interruptores.


--No me importó, era una cuestión de supervivencia – Alegó tras una pausa haciendo descansar su taza.-- ¿Sabe usted lo que sentí en esa depresión?--Su pregunta no iba dirigida a encontrar en mí respuesta sino a comprobar mi escucha, y a continuación hizo extenso su verbo con los ojos fijos en el paseo marítimo.— Pues tuve conversaciones con el sol en un autismo nocturno. Caía a un pozo donde se descarnaban mis uñas: La ley de Newton me hacía una manzana podrida en esa caída libre sin tan siquiera encontrar una raíz donde afanarse. Nada más salir a la calle vestido de ojeras, la Castellana se atestaba de carceleros, de carrocerías con ruedas y miradas contra los tímpanos. Los escaparates entonces fintan tu ansiedad, distraen poderosos tu intranquilidad enmudeciendo fachadas donde todas las puertas permanecen cerradas menos las de las tiendas. Allí casi siempre te sonríen:


"No me gusta esa bufanda o ese chaleco o ese pillacorbatas, pero al igual entro y los compro": Ansiedad consumista. "Mejor no, no suelo usar bufandas, ni chalecos, ni pillacorbatas". Sin embargo, si iba bien de tiempo hacia el parqué, volvía sobre mis pasos para comprarlas. Ansiedad consumada.


Percibes que por las paredes de tus arterias se va adosando un colágeno de alquitrán que destila por tus pupilas para licuar y adherirse incluso a tu sistema nervioso. Tienes prisa. Llegas tarde. Recibes una llamada al móvil que como en tantas ocasiones es anodina. Te paras. Lo sacas y enciendes el séptimo de la jornada cuando todavía son las diez de la mañana, a todo esto, sin haber madrugado porque, entre otras cosas, no has sabido dormir. Ya no sabes ni dormir, qué bárbaro, ya no sabes nada, no entiendes nada, y la fe en ti mismo debe haberse fugado con un tipo de aspecto mercenario que en ese momento se cruza contigo y te mira insultante por la acera. No has desayunado y necesitas un café cargado pero no te decides por ninguna cafetería y es que acusas el resquemor de encontrarte con alguien conocido que pueda averiguar que tu alegría está en coma. Comprendes que a tus ganas de vivir le faltan ganas de seguir viviendo y que la diestra donde acarreas el portafolios se hace zurda… ¿Ves a esa mujer?— Deparó de pronto, obligándome a virar mi atención hacia donde él miraba. Se trataba de la viuda inglesa que había conocido esa mañana en la charcutería donde habitualmente compro el york y el solán de cabras. Paseaba su menuda y grácil silueta por el periplo del paseo marítimo, deambulando con paso rápido, ágil, y ataviada con un chándal.—


Pues verás amigo, todas, absolutamente todas las tardes pasa con prisas cuando yo estoy en esta terraza viendo inclinar el día, cuando yo trato de olvidar mi pasado, cuando disfruto de un paisaje sin prestezas ni apresuramientos. No entiendo porqué anda tan deprisa por un lugar tan balsámico para mí…que… que se me antoja al estrés personificado.—En el mutismo de a continuación que utilizó para acabar el café, hallé un desapacible desagrado, pero continuó: No falla ni un solo atardecer, cruza siempre ese tramo de espigón de ahí enfrente cuando el sol dobla por ese punto de la colina. Ningún día es igual, pero ella es como un cronómetro y siempre trata de hacerlos iguales. ¿Sabes? Me llaman “el profeta” porque pienso que tal y como va la vida, dentro de diez u once años habrá tantos locos que los cuerdos serán considerados de anormales, ¿y sabes otra cosa? Siempre quise ser enfermero, o D.U.E., como ahora se les llama, sobre todo porque eso de poner inyecciones me ha llamado siempre la atención… ¿Ves? Me llaman el profeta, dicen que soy un desequilibrado—


Sonrió, pero su sonrisa fue de algún modo dedicada y perdida hacia el horizonte. Bendito loco.
No volví a verle en un plazo de dos semanas, al tercer jueves me atreví a ir donde lo había encontrado por primera vez. Pero su silla estaba vacía, su mesa estaba vacía y el crepúsculo marino de Salobreña estaba vacío.
Escuché atónito lo sucedido mientras en la cafetería del Lucio me lo contaban, y tras sentir una extraña sensación conmovedora, supe que yo tenía en la mano el que su condena sólo quedase en una sanción económica. Decidí llamar a mi abogado esa misma tarde y contarle que tenía un amigo metido en un lío a consecuencia de haber sido acusado injustamente de violencia de género. Cuando me preguntó de qué clase de violencia se trataba, le contesté:
-- Ha conseguido pinchar intramuscularmente a una mujer con una inyección de tranxilium 50 cuando paseaba por el paseo marítimo de Salobreña. – y a continuación agregué: …Por fin. 
EL BROKER


    Por Andrés Rubia  (Mojácar 21/02/2004)                      

Rincón del aire. Andén 18.- Andrés Rubia

RINCÓN DE AIRE. ANDÉN 18.
Autor : Andrés Rubia.                                 
           

En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo trae, él todo lo lleva.

Dos años y tres meses observando - mientras cada viernes la llegada del talgo- ese recoveco perezoso menos los días ariscos y desapacibles, habituales y ventosos por cierto, durante esas tardes de ferrocarriles poco antes de la usual impuntualidad del rápido, que con un último estertor anclaba en el andén 18. Sabías que me hallarías. Tú bajabas entonces reservada, añadiéndote al resto de viajeros y maletajes, encontrándome, sonriéndome cuando ya a penas restaban tres metros para la frase agradecida, para nuestro abrazo que siete días antes fue cedido, pero como cada viernes, retomado siete días después.


No he ido a las 11 a la estación, no me gustan las despedidas. Cuando doblándose la tarde por fin he llegado a las inmediaciones del andén 18, los soplos de Zeus ya invadían el recodo de mis esperas tan siempre perpetuado frente a las vías de acero.  Fueron más de cien abrazos durante esos más de cien viernes en que te acogía en mi pecho estando ya muy instalada, tan profundamente incrustada en mi corazón. 


Amordazado a la nostalgia he vuelto a observar, a esclarecer, a traducir los torpes movimientos inestables, las oscilaciones amalgamadas de esa coreografía caótica y revoltosa: Bolsas henchidas de aire, precintos desprecintados, diminutas plumas, trizas de prensa, sueños rotos, tamo, polvo. El viento es asombroso, es casi humano, mágico. Todos somos tiempo.  


He sacado del bolsillo interior de mi levita el mechoncito de cabello que de niña me diste antes de ser mujer conmigo, iba envuelto en un poema. Los he disuelto, los he desmembrado y he permitido -una vez deshechos junto al resto de materia - que se adhieran,  que se integren a la torpe e inestable danza empecinada que dictan los soplos de Zeus en este turbulento escondrijo. Fui tan feliz contigo. No importa si ya dejaste de quererme. Esta mañana, a las once, este amante ha quedado envasado al vacío. El que se marcha siempre vacía los pulmones del que se queda. No importa. Y es que el aire es casi humano, milagroso, pero yo no he podido ni tan siquiera asomar la humedad abatida que contenían mis ojos. Yo he sido muy feliz contigo, pero tú no lo entendiste. Nunca comprendiste que ni el mismísimo Dios jamás podrá prohibir los sueños. 


En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo lleva, él todo lo trae.


 

Rincón del aire. Andén 18.- Andrés Rubia

RINCÓN DE AIRE. ANDÉN 18.
Autor : Andrés Rubia.                                 
           

En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo trae, él todo lo lleva.

Dos años y tres meses observando - mientras cada viernes la llegada del talgo- ese recoveco perezoso menos los días ariscos y desapacibles, habituales y ventosos por cierto, durante esas tardes de ferrocarriles poco antes de la usual impuntualidad del rápido, que con un último estertor anclaba en el andén 18. Sabías que me hallarías. Tú bajabas entonces reservada, añadiéndote al resto de viajeros y maletajes, encontrándome, sonriéndome cuando ya a penas restaban tres metros para la frase agradecida, para nuestro abrazo que siete días antes fue cedido, pero como cada viernes, retomado siete días después.


No he ido a las 11 a la estación, no me gustan las despedidas. Cuando doblándose la tarde por fin he llegado a las inmediaciones del andén 18, los soplos de Zeus ya invadían el recodo de mis esperas tan siempre perpetuado frente a las vías de acero.  Fueron más de cien abrazos durante esos más de cien viernes en que te acogía en mi pecho estando ya muy instalada, tan profundamente incrustada en mi corazón. 


Amordazado a la nostalgia he vuelto a observar, a esclarecer, a traducir los torpes movimientos inestables, las oscilaciones amalgamadas de esa coreografía caótica y revoltosa: Bolsas henchidas de aire, precintos desprecintados, diminutas plumas, trizas de prensa, sueños rotos, tamo, polvo. El viento es asombroso, es casi humano, mágico. Todos somos tiempo.  


He sacado del bolsillo interior de mi levita el mechoncito de cabello que de niña me diste antes de ser mujer conmigo, iba envuelto en un poema. Los he disuelto, los he desmembrado y he permitido -una vez deshechos junto al resto de materia - que se adhieran,  que se integren a la torpe e inestable danza empecinada que dictan los soplos de Zeus en este turbulento escondrijo. Fui tan feliz contigo. No importa si ya dejaste de quererme. Esta mañana, a las once, este amante ha quedado envasado al vacío. El que se marcha siempre vacía los pulmones del que se queda. No importa. Y es que el aire es casi humano, milagroso, pero yo no he podido ni tan siquiera asomar la humedad abatida que contenían mis ojos. Yo he sido muy feliz contigo, pero tú no lo entendiste. Nunca comprendiste que ni el mismísimo Dios jamás podrá prohibir los sueños. 


En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo lleva, él todo lo trae.


 

Rincón del aire. Andén 18.- Andrés Rubia

RINCÓN DE AIRE. ANDÉN 18.
Autor : Andrés Rubia.                                 
           

En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo trae, él todo lo lleva.

Dos años y tres meses observando - mientras cada viernes la llegada del talgo- ese recoveco perezoso menos los días ariscos y desapacibles, habituales y ventosos por cierto, durante esas tardes de ferrocarriles poco antes de la usual impuntualidad del rápido, que con un último estertor anclaba en el andén 18. Sabías que me hallarías. Tú bajabas entonces reservada, añadiéndote al resto de viajeros y maletajes, encontrándome, sonriéndome cuando ya a penas restaban tres metros para la frase agradecida, para nuestro abrazo que siete días antes fue cedido, pero como cada viernes, retomado siete días después.


No he ido a las 11 a la estación, no me gustan las despedidas. Cuando doblándose la tarde por fin he llegado a las inmediaciones del andén 18, los soplos de Zeus ya invadían el recodo de mis esperas tan siempre perpetuado frente a las vías de acero.  Fueron más de cien abrazos durante esos más de cien viernes en que te acogía en mi pecho estando ya muy instalada, tan profundamente incrustada en mi corazón. 


Amordazado a la nostalgia he vuelto a observar, a esclarecer, a traducir los torpes movimientos inestables, las oscilaciones amalgamadas de esa coreografía caótica y revoltosa: Bolsas henchidas de aire, precintos desprecintados, diminutas plumas, trizas de prensa, sueños rotos, tamo, polvo. El viento es asombroso, es casi humano, mágico. Todos somos tiempo.  


He sacado del bolsillo interior de mi levita el mechoncito de cabello que de niña me diste antes de ser mujer conmigo, iba envuelto en un poema. Los he disuelto, los he desmembrado y he permitido -una vez deshechos junto al resto de materia - que se adhieran,  que se integren a la torpe e inestable danza empecinada que dictan los soplos de Zeus en este turbulento escondrijo. Fui tan feliz contigo. No importa si ya dejaste de quererme. Esta mañana, a las once, este amante ha quedado envasado al vacío. El que se marcha siempre vacía los pulmones del que se queda. No importa. Y es que el aire es casi humano, milagroso, pero yo no he podido ni tan siquiera asomar la humedad abatida que contenían mis ojos. Yo he sido muy feliz contigo, pero tú no lo entendiste. Nunca comprendiste que ni el mismísimo Dios jamás podrá prohibir los sueños. 


En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo lleva, él todo lo trae.


 

Rincón del aire. Andén 18.- Andrés Rubia

RINCÓN DE AIRE. ANDÉN 18.
Autor : Andrés Rubia.                                 
           

En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo trae, él todo lo lleva.

Dos años y tres meses observando - mientras cada viernes la llegada del talgo- ese recoveco perezoso menos los días ariscos y desapacibles, habituales y ventosos por cierto, durante esas tardes de ferrocarriles poco antes de la usual impuntualidad del rápido, que con un último estertor anclaba en el andén 18. Sabías que me hallarías. Tú bajabas entonces reservada, añadiéndote al resto de viajeros y maletajes, encontrándome, sonriéndome cuando ya a penas restaban tres metros para la frase agradecida, para nuestro abrazo que siete días antes fue cedido, pero como cada viernes, retomado siete días después.


No he ido a las 11 a la estación, no me gustan las despedidas. Cuando doblándose la tarde por fin he llegado a las inmediaciones del andén 18, los soplos de Zeus ya invadían el recodo de mis esperas tan siempre perpetuado frente a las vías de acero.  Fueron más de cien abrazos durante esos más de cien viernes en que te acogía en mi pecho estando ya muy instalada, tan profundamente incrustada en mi corazón. 


Amordazado a la nostalgia he vuelto a observar, a esclarecer, a traducir los torpes movimientos inestables, las oscilaciones amalgamadas de esa coreografía caótica y revoltosa: Bolsas henchidas de aire, precintos desprecintados, diminutas plumas, trizas de prensa, sueños rotos, tamo, polvo. El viento es asombroso, es casi humano, mágico. Todos somos tiempo.  


He sacado del bolsillo interior de mi levita el mechoncito de cabello que de niña me diste antes de ser mujer conmigo, iba envuelto en un poema. Los he disuelto, los he desmembrado y he permitido -una vez deshechos junto al resto de materia - que se adhieran,  que se integren a la torpe e inestable danza empecinada que dictan los soplos de Zeus en este turbulento escondrijo. Fui tan feliz contigo. No importa si ya dejaste de quererme. Esta mañana, a las once, este amante ha quedado envasado al vacío. El que se marcha siempre vacía los pulmones del que se queda. No importa. Y es que el aire es casi humano, milagroso, pero yo no he podido ni tan siquiera asomar la humedad abatida que contenían mis ojos. Yo he sido muy feliz contigo, pero tú no lo entendiste. Nunca comprendiste que ni el mismísimo Dios jamás podrá prohibir los sueños. 


En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo lleva, él todo lo trae.


 

Tú, la invisible. Andrés Rubia

TÚ,  LA INVISiBLE

Por Andrés Rubia


Escucha el silencio de la noche.
Mira la calle huérfana de sustancia,
es como el universo
como si el exceso inmortal fuese fecundado por un magma copulado con el semen de la esperanza,
una feliz amenaza para el triunfo de un mundo imperfecto.
Es como si todos los contertulios dioses hubieran estrechado sus manos en un pacto,
bajo los capiteles dóricos del Olimpo,
con la venia del Parnaso,
brindando con sus vasos de primeras lluvias Septembrinas  tras el paro nirvano del verano.

Abrígate tu piel bronceada aún.

Escucha el silencio de esta madrugada.
En esa casa hay unos niños que duermen con su mascota.
Hay un acuario que denota la existencia de un mar lleno de deseos, cuántos por ti se pidieron. Cuántos tuyos por otros se hundieron.
Unos colores en la zona abisal, como los besos que a tiempo no te llegaron.
Es como si la vida fuera a resultar distinta nada más abrir los ojos el panadero que te cae tan mal.

Todos me dicen cuídate, pero es fácil decirlo, es mecánico y no queda mal.


Es como si al levantarme con el noticiario hubiera por fin dejado de fumar.
Como si mañana, al despertar hubiera vuelto desde el pasado al futuro para alegrar los ojos de mi presente, contagiado otra vez por fin de la inocencia que se llevaron las gentes con las que sobreviví.

Ahora que todos están muertos te hablo a ti.
Tú que eres la mujer invisible de mi vida.
Te hablo a ti porque tengo la sensación de que nadie me quiere y yo estoy tan falto de amor…

¿Me has preguntado en la agencia de viajes si hay algún lugar que se llame mundo Feliz?

Escucha el silencio de la noche.
Tú que eres la mujer invisible de mi vida.
Ahora que todos están muertos y te hablo a ti.

"Posiblemente tenga la posibilidad de  lo imposible ponerlo al revés; pero    ¿ qué es posible en este mundo una vez que has regresado a la vigilia ?. 

Almería  2,47 horas      5-8-03

 

Tú, la invisible. Andrés Rubia

TÚ,  LA INVISiBLE

Por Andrés Rubia


Escucha el silencio de la noche.
Mira la calle huérfana de sustancia,
es como el universo
como si el exceso inmortal fuese fecundado por un magma copulado con el semen de la esperanza,
una feliz amenaza para el triunfo de un mundo imperfecto.
Es como si todos los contertulios dioses hubieran estrechado sus manos en un pacto,
bajo los capiteles dóricos del Olimpo,
con la venia del Parnaso,
brindando con sus vasos de primeras lluvias Septembrinas  tras el paro nirvano del verano.

Abrígate tu piel bronceada aún.

Escucha el silencio de esta madrugada.
En esa casa hay unos niños que duermen con su mascota.
Hay un acuario que denota la existencia de un mar lleno de deseos, cuántos por ti se pidieron. Cuántos tuyos por otros se hundieron.
Unos colores en la zona abisal, como los besos que a tiempo no te llegaron.
Es como si la vida fuera a resultar distinta nada más abrir los ojos el panadero que te cae tan mal.

Todos me dicen cuídate, pero es fácil decirlo, es mecánico y no queda mal.


Es como si al levantarme con el noticiario hubiera por fin dejado de fumar.
Como si mañana, al despertar hubiera vuelto desde el pasado al futuro para alegrar los ojos de mi presente, contagiado otra vez por fin de la inocencia que se llevaron las gentes con las que sobreviví.

Ahora que todos están muertos te hablo a ti.
Tú que eres la mujer invisible de mi vida.
Te hablo a ti porque tengo la sensación de que nadie me quiere y yo estoy tan falto de amor…

¿Me has preguntado en la agencia de viajes si hay algún lugar que se llame mundo Feliz?

Escucha el silencio de la noche.
Tú que eres la mujer invisible de mi vida.
Ahora que todos están muertos y te hablo a ti.

"Posiblemente tenga la posibilidad de  lo imposible ponerlo al revés; pero    ¿ qué es posible en este mundo una vez que has regresado a la vigilia ?. 

Almería  2,47 horas      5-8-03

 

Tú, la invisible. Andrés Rubia

TÚ,  LA INVISiBLE

Por Andrés Rubia


Escucha el silencio de la noche.
Mira la calle huérfana de sustancia,
es como el universo
como si el exceso inmortal fuese fecundado por un magma copulado con el semen de la esperanza,
una feliz amenaza para el triunfo de un mundo imperfecto.
Es como si todos los contertulios dioses hubieran estrechado sus manos en un pacto,
bajo los capiteles dóricos del Olimpo,
con la venia del Parnaso,
brindando con sus vasos de primeras lluvias Septembrinas  tras el paro nirvano del verano.

Abrígate tu piel bronceada aún.

Escucha el silencio de esta madrugada.
En esa casa hay unos niños que duermen con su mascota.
Hay un acuario que denota la existencia de un mar lleno de deseos, cuántos por ti se pidieron. Cuántos tuyos por otros se hundieron.
Unos colores en la zona abisal, como los besos que a tiempo no te llegaron.
Es como si la vida fuera a resultar distinta nada más abrir los ojos el panadero que te cae tan mal.

Todos me dicen cuídate, pero es fácil decirlo, es mecánico y no queda mal.


Es como si al levantarme con el noticiario hubiera por fin dejado de fumar.
Como si mañana, al despertar hubiera vuelto desde el pasado al futuro para alegrar los ojos de mi presente, contagiado otra vez por fin de la inocencia que se llevaron las gentes con las que sobreviví.

Ahora que todos están muertos te hablo a ti.
Tú que eres la mujer invisible de mi vida.
Te hablo a ti porque tengo la sensación de que nadie me quiere y yo estoy tan falto de amor…

¿Me has preguntado en la agencia de viajes si hay algún lugar que se llame mundo Feliz?

Escucha el silencio de la noche.
Tú que eres la mujer invisible de mi vida.
Ahora que todos están muertos y te hablo a ti.

"Posiblemente tenga la posibilidad de  lo imposible ponerlo al revés; pero    ¿ qué es posible en este mundo una vez que has regresado a la vigilia ?. 

Almería  2,47 horas      5-8-03

 

Tú, la invisible. Andrés Rubia

TÚ,  LA INVISiBLE

Por Andrés Rubia


Escucha el silencio de la noche.
Mira la calle huérfana de sustancia,
es como el universo
como si el exceso inmortal fuese fecundado por un magma copulado con el semen de la esperanza,
una feliz amenaza para el triunfo de un mundo imperfecto.
Es como si todos los contertulios dioses hubieran estrechado sus manos en un pacto,
bajo los capiteles dóricos del Olimpo,
con la venia del Parnaso,
brindando con sus vasos de primeras lluvias Septembrinas  tras el paro nirvano del verano.

Abrígate tu piel bronceada aún.

Escucha el silencio de esta madrugada.
En esa casa hay unos niños que duermen con su mascota.
Hay un acuario que denota la existencia de un mar lleno de deseos, cuántos por ti se pidieron. Cuántos tuyos por otros se hundieron.
Unos colores en la zona abisal, como los besos que a tiempo no te llegaron.
Es como si la vida fuera a resultar distinta nada más abrir los ojos el panadero que te cae tan mal.

Todos me dicen cuídate, pero es fácil decirlo, es mecánico y no queda mal.


Es como si al levantarme con el noticiario hubiera por fin dejado de fumar.
Como si mañana, al despertar hubiera vuelto desde el pasado al futuro para alegrar los ojos de mi presente, contagiado otra vez por fin de la inocencia que se llevaron las gentes con las que sobreviví.

Ahora que todos están muertos te hablo a ti.
Tú que eres la mujer invisible de mi vida.
Te hablo a ti porque tengo la sensación de que nadie me quiere y yo estoy tan falto de amor…

¿Me has preguntado en la agencia de viajes si hay algún lugar que se llame mundo Feliz?

Escucha el silencio de la noche.
Tú que eres la mujer invisible de mi vida.
Ahora que todos están muertos y te hablo a ti.

"Posiblemente tenga la posibilidad de  lo imposible ponerlo al revés; pero    ¿ qué es posible en este mundo una vez que has regresado a la vigilia ?. 

Almería  2,47 horas      5-8-03