Rincón del aire. Andén 18.- Andrés Rubia

RINCÓN DE AIRE. ANDÉN 18.
Autor : Andrés Rubia.                                 
           

En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo trae, él todo lo lleva.

Dos años y tres meses observando - mientras cada viernes la llegada del talgo- ese recoveco perezoso menos los días ariscos y desapacibles, habituales y ventosos por cierto, durante esas tardes de ferrocarriles poco antes de la usual impuntualidad del rápido, que con un último estertor anclaba en el andén 18. Sabías que me hallarías. Tú bajabas entonces reservada, añadiéndote al resto de viajeros y maletajes, encontrándome, sonriéndome cuando ya a penas restaban tres metros para la frase agradecida, para nuestro abrazo que siete días antes fue cedido, pero como cada viernes, retomado siete días después.


No he ido a las 11 a la estación, no me gustan las despedidas. Cuando doblándose la tarde por fin he llegado a las inmediaciones del andén 18, los soplos de Zeus ya invadían el recodo de mis esperas tan siempre perpetuado frente a las vías de acero.  Fueron más de cien abrazos durante esos más de cien viernes en que te acogía en mi pecho estando ya muy instalada, tan profundamente incrustada en mi corazón. 


Amordazado a la nostalgia he vuelto a observar, a esclarecer, a traducir los torpes movimientos inestables, las oscilaciones amalgamadas de esa coreografía caótica y revoltosa: Bolsas henchidas de aire, precintos desprecintados, diminutas plumas, trizas de prensa, sueños rotos, tamo, polvo. El viento es asombroso, es casi humano, mágico. Todos somos tiempo.  


He sacado del bolsillo interior de mi levita el mechoncito de cabello que de niña me diste antes de ser mujer conmigo, iba envuelto en un poema. Los he disuelto, los he desmembrado y he permitido -una vez deshechos junto al resto de materia - que se adhieran,  que se integren a la torpe e inestable danza empecinada que dictan los soplos de Zeus en este turbulento escondrijo. Fui tan feliz contigo. No importa si ya dejaste de quererme. Esta mañana, a las once, este amante ha quedado envasado al vacío. El que se marcha siempre vacía los pulmones del que se queda. No importa. Y es que el aire es casi humano, milagroso, pero yo no he podido ni tan siquiera asomar la humedad abatida que contenían mis ojos. Yo he sido muy feliz contigo, pero tú no lo entendiste. Nunca comprendiste que ni el mismísimo Dios jamás podrá prohibir los sueños. 


En esta ciudad siempre hace viento. Él todo lo lleva, él todo lo trae.