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Didáctica sin táctica ( o las virtudes de la globalización). Oscar José García López




Alrededor de doscientas personas manifestándose contra el tabaco en una plaza céntrica de cualquier capital de España. Permanecía petrificados junto a montanas de cigarrillos que habían estado recolectando en los meses anteriores y que ahora ardían provocando una humareda densa, formando figuras espectrales de nicotina inútil.

            Los manifestantes, con mascarillas antigás y música industrial, ejecutaban una especie de perfomance digna de La Fura dels Baus en sus mejores tiempos.
"Que locuras", comentó uno de los transeúntes, alarmado por el dantesco espectáculo,
" ya solo falta que se desnuden".

            Al rato la música y el humo comenzaron a decrecer paulatinamente hasta convertirse en un suave murmullo inaudible, para dar lugar al silencio absoluto y la dispersión de los manifestantes. Callados y enmascarados recogían sus instrumentos y pancartas y se dispersaban en la noche.
Eran las doce y media del jueves.
Como ya había pocos bares abiertos en aquella zona, decidí acercarme a una de esas máquinas expendedoras que se entorpecen el paisaje de nuestra geografía.
Nunca fueron de mi agrado pero a veces las circunstancias no permiten elegir. Un paquete de donuts de chocolate. Unas patatas fritas con sabor a chorizo. Una bebida energética y de propiedades laxantes.

          Me senté en un banco de la rambla a saborear aquel banquete de 3 euros. A esas horas nadie circulaba por ahí, así que cuando terminé decidí dejar los envoltorios sobre el asiento. No es que yo me considere un cerdo, o un mal ciudadano, ni mucho menos. Pero estaba en una etapa antimonopolio y me dedicaba a comer en los McDonalds y demás proveedores de comida basura solo para no tener que recoger la bandeja. Mi táctica consistía en pedir algo de precio mínimo, como un helado o una chocolatina y ensuciar con ella varios cubiertos, acabar con el servilletero de turno y esparcir el contenido de tales alimentos por toda la mesa, en un acto frío y calculado de terrorismo alimenticio. Luego dejaba la bandeja bocabajo y me retiraba tranquilamente.

          Algunos amigos piensan que mi actitud es la de un psicópata retrasado pero yo estoy seguro de actuar en defensa de la humanidad. Ya esta bien de obligarnos tácitamente a recoger las bandejas de nuestros desperdicios. Con esta técnica consiguen que actuemos como autómatas y mantener una baja plantilla de trabajadores, ya que la mitad del trabajo la hacen los clientes. Penoso, y sin embargo realmente brillante por parte del creativo que instauró esta situación. Además, de la calidad de los alimentos que sirven en estos lugares habría que hablar largo y tumbado, pero no quiero aburriros con mis teorías conspiratorias. Solo dejo caer la siguiente pregunta: ¿Por qué en ninguno de los listados de ingredientes que componen la oferta alimenticia de estos restaurantes de comida rápida no aparece la palabra “vaca”, sino un curioso y acertado sinónimo como es “carne de vacuno”? ?Qué es un vacuno? Piensen, piensen en sus casas, que pensar es positivo y entretiene el cerebro.
Autor: Oscar José García López


Didáctica sin táctica ( o las virtudes de la globalización). Oscar José García López




Alrededor de doscientas personas manifestándose contra el tabaco en una plaza céntrica de cualquier capital de España. Permanecía petrificados junto a montanas de cigarrillos que habían estado recolectando en los meses anteriores y que ahora ardían provocando una humareda densa, formando figuras espectrales de nicotina inútil.

            Los manifestantes, con mascarillas antigás y música industrial, ejecutaban una especie de perfomance digna de La Fura dels Baus en sus mejores tiempos.
"Que locuras", comentó uno de los transeúntes, alarmado por el dantesco espectáculo,
" ya solo falta que se desnuden".

            Al rato la música y el humo comenzaron a decrecer paulatinamente hasta convertirse en un suave murmullo inaudible, para dar lugar al silencio absoluto y la dispersión de los manifestantes. Callados y enmascarados recogían sus instrumentos y pancartas y se dispersaban en la noche.
Eran las doce y media del jueves.
Como ya había pocos bares abiertos en aquella zona, decidí acercarme a una de esas máquinas expendedoras que se entorpecen el paisaje de nuestra geografía.
Nunca fueron de mi agrado pero a veces las circunstancias no permiten elegir. Un paquete de donuts de chocolate. Unas patatas fritas con sabor a chorizo. Una bebida energética y de propiedades laxantes.

          Me senté en un banco de la rambla a saborear aquel banquete de 3 euros. A esas horas nadie circulaba por ahí, así que cuando terminé decidí dejar los envoltorios sobre el asiento. No es que yo me considere un cerdo, o un mal ciudadano, ni mucho menos. Pero estaba en una etapa antimonopolio y me dedicaba a comer en los McDonalds y demás proveedores de comida basura solo para no tener que recoger la bandeja. Mi táctica consistía en pedir algo de precio mínimo, como un helado o una chocolatina y ensuciar con ella varios cubiertos, acabar con el servilletero de turno y esparcir el contenido de tales alimentos por toda la mesa, en un acto frío y calculado de terrorismo alimenticio. Luego dejaba la bandeja bocabajo y me retiraba tranquilamente.

          Algunos amigos piensan que mi actitud es la de un psicópata retrasado pero yo estoy seguro de actuar en defensa de la humanidad. Ya esta bien de obligarnos tácitamente a recoger las bandejas de nuestros desperdicios. Con esta técnica consiguen que actuemos como autómatas y mantener una baja plantilla de trabajadores, ya que la mitad del trabajo la hacen los clientes. Penoso, y sin embargo realmente brillante por parte del creativo que instauró esta situación. Además, de la calidad de los alimentos que sirven en estos lugares habría que hablar largo y tumbado, pero no quiero aburriros con mis teorías conspiratorias. Solo dejo caer la siguiente pregunta: ¿Por qué en ninguno de los listados de ingredientes que componen la oferta alimenticia de estos restaurantes de comida rápida no aparece la palabra “vaca”, sino un curioso y acertado sinónimo como es “carne de vacuno”? ?Qué es un vacuno? Piensen, piensen en sus casas, que pensar es positivo y entretiene el cerebro.
Autor: Oscar José García López


Didáctica sin táctica ( o las virtudes de la globalización). Oscar José García López




Alrededor de doscientas personas manifestándose contra el tabaco en una plaza céntrica de cualquier capital de España. Permanecía petrificados junto a montanas de cigarrillos que habían estado recolectando en los meses anteriores y que ahora ardían provocando una humareda densa, formando figuras espectrales de nicotina inútil.

            Los manifestantes, con mascarillas antigás y música industrial, ejecutaban una especie de perfomance digna de La Fura dels Baus en sus mejores tiempos.
"Que locuras", comentó uno de los transeúntes, alarmado por el dantesco espectáculo,
" ya solo falta que se desnuden".

            Al rato la música y el humo comenzaron a decrecer paulatinamente hasta convertirse en un suave murmullo inaudible, para dar lugar al silencio absoluto y la dispersión de los manifestantes. Callados y enmascarados recogían sus instrumentos y pancartas y se dispersaban en la noche.
Eran las doce y media del jueves.
Como ya había pocos bares abiertos en aquella zona, decidí acercarme a una de esas máquinas expendedoras que se entorpecen el paisaje de nuestra geografía.
Nunca fueron de mi agrado pero a veces las circunstancias no permiten elegir. Un paquete de donuts de chocolate. Unas patatas fritas con sabor a chorizo. Una bebida energética y de propiedades laxantes.

          Me senté en un banco de la rambla a saborear aquel banquete de 3 euros. A esas horas nadie circulaba por ahí, así que cuando terminé decidí dejar los envoltorios sobre el asiento. No es que yo me considere un cerdo, o un mal ciudadano, ni mucho menos. Pero estaba en una etapa antimonopolio y me dedicaba a comer en los McDonalds y demás proveedores de comida basura solo para no tener que recoger la bandeja. Mi táctica consistía en pedir algo de precio mínimo, como un helado o una chocolatina y ensuciar con ella varios cubiertos, acabar con el servilletero de turno y esparcir el contenido de tales alimentos por toda la mesa, en un acto frío y calculado de terrorismo alimenticio. Luego dejaba la bandeja bocabajo y me retiraba tranquilamente.

          Algunos amigos piensan que mi actitud es la de un psicópata retrasado pero yo estoy seguro de actuar en defensa de la humanidad. Ya esta bien de obligarnos tácitamente a recoger las bandejas de nuestros desperdicios. Con esta técnica consiguen que actuemos como autómatas y mantener una baja plantilla de trabajadores, ya que la mitad del trabajo la hacen los clientes. Penoso, y sin embargo realmente brillante por parte del creativo que instauró esta situación. Además, de la calidad de los alimentos que sirven en estos lugares habría que hablar largo y tumbado, pero no quiero aburriros con mis teorías conspiratorias. Solo dejo caer la siguiente pregunta: ¿Por qué en ninguno de los listados de ingredientes que componen la oferta alimenticia de estos restaurantes de comida rápida no aparece la palabra “vaca”, sino un curioso y acertado sinónimo como es “carne de vacuno”? ?Qué es un vacuno? Piensen, piensen en sus casas, que pensar es positivo y entretiene el cerebro.
Autor: Oscar José García López


Didáctica sin táctica ( o las virtudes de la globalización). Oscar José García López




Alrededor de doscientas personas manifestándose contra el tabaco en una plaza céntrica de cualquier capital de España. Permanecía petrificados junto a montanas de cigarrillos que habían estado recolectando en los meses anteriores y que ahora ardían provocando una humareda densa, formando figuras espectrales de nicotina inútil.

            Los manifestantes, con mascarillas antigás y música industrial, ejecutaban una especie de perfomance digna de La Fura dels Baus en sus mejores tiempos.
"Que locuras", comentó uno de los transeúntes, alarmado por el dantesco espectáculo,
" ya solo falta que se desnuden".

            Al rato la música y el humo comenzaron a decrecer paulatinamente hasta convertirse en un suave murmullo inaudible, para dar lugar al silencio absoluto y la dispersión de los manifestantes. Callados y enmascarados recogían sus instrumentos y pancartas y se dispersaban en la noche.
Eran las doce y media del jueves.
Como ya había pocos bares abiertos en aquella zona, decidí acercarme a una de esas máquinas expendedoras que se entorpecen el paisaje de nuestra geografía.
Nunca fueron de mi agrado pero a veces las circunstancias no permiten elegir. Un paquete de donuts de chocolate. Unas patatas fritas con sabor a chorizo. Una bebida energética y de propiedades laxantes.

          Me senté en un banco de la rambla a saborear aquel banquete de 3 euros. A esas horas nadie circulaba por ahí, así que cuando terminé decidí dejar los envoltorios sobre el asiento. No es que yo me considere un cerdo, o un mal ciudadano, ni mucho menos. Pero estaba en una etapa antimonopolio y me dedicaba a comer en los McDonalds y demás proveedores de comida basura solo para no tener que recoger la bandeja. Mi táctica consistía en pedir algo de precio mínimo, como un helado o una chocolatina y ensuciar con ella varios cubiertos, acabar con el servilletero de turno y esparcir el contenido de tales alimentos por toda la mesa, en un acto frío y calculado de terrorismo alimenticio. Luego dejaba la bandeja bocabajo y me retiraba tranquilamente.

          Algunos amigos piensan que mi actitud es la de un psicópata retrasado pero yo estoy seguro de actuar en defensa de la humanidad. Ya esta bien de obligarnos tácitamente a recoger las bandejas de nuestros desperdicios. Con esta técnica consiguen que actuemos como autómatas y mantener una baja plantilla de trabajadores, ya que la mitad del trabajo la hacen los clientes. Penoso, y sin embargo realmente brillante por parte del creativo que instauró esta situación. Además, de la calidad de los alimentos que sirven en estos lugares habría que hablar largo y tumbado, pero no quiero aburriros con mis teorías conspiratorias. Solo dejo caer la siguiente pregunta: ¿Por qué en ninguno de los listados de ingredientes que componen la oferta alimenticia de estos restaurantes de comida rápida no aparece la palabra “vaca”, sino un curioso y acertado sinónimo como es “carne de vacuno”? ?Qué es un vacuno? Piensen, piensen en sus casas, que pensar es positivo y entretiene el cerebro.
Autor: Oscar José García López


Un fallo lo tiene cualquiera. Oskar José García López

EL PRISIONERO
 
Un fallo lo tiene cualquiera
Este año la Navidad se estaba retrasando más de lo normal. Para empezar, en mi colegio, todavía no habíamos comenzado a preparar la representación anual, y los componentes del coro aun no habían ensayado ni un solo villancico. Estos acontecimientos, sin duda notorios, no hubieran llamado mi atención, de no ser porque en televisión, los anuncios de juguetes permanecían estancados, agazapados, y dejaban su espacio a los habituales reclamos sobre teléfonos móviles, coches y productos que no se sabía que eran y para que servían.
Ese hecho, unido a mi natural curiosidad, me hizo adentrarme un poco más en el problema. ¿Qué estaba pasando con la Navidad?
Distinguimos las fechas navideñas del resto del año por una serie de cambios en nuestro entorno: el mobiliario urbano se engalana en bombillas y guirnaldas, los centros comerciales inundan sus pasillos de productos perecederos, alcohólicos y lúdicos incrementados un diez por ciento sobre su precio habitual. Incluso los sentimientos y los buenos deseos se acentúan en el ambiente, entre la gente crece la caridad y el cariño hacia el prójimo y al necesitado. Son evidentes identificadores sociales de la llegada de la festividad.
Pero todas estas señales, por más que miraba y preguntaba, no las encontraba, y comenzaba a pensar que, a lo mejor, ya se había terminado la época en que las personas celebraban la Navidad. Que quizá se había decidido, por unanimidad mundial estadounidense, que la Navidad en sí misma era un gasto superfluo y una perdida de tiempo. Que en estos tiempos de crisis es conveniente no distraerse en asuntos espirituales e improductivos.
Estos oscuros pensamientos, unidos a mi capacidad analítica, me estaban sumiendo en una ligera disminución de ánimo. Mi madre me preguntaba por las mañanas que me sucedía a lo que yo me limitaba a mover la cabeza de un lado a otro en actitud negativa.
Decidí hacer frente al problema, tras comprobar que esa pseudodepresión no me iba a conducir a ninguna solución, y me dirigí al único sitio que podía auxiliarme en estos momentos de confusión y desorden que me asolaban.
Eran las nueve de la mañana cuando entre en la parroquia del barrio. Don Antonio, el cura, se encontraba en esos instantes dando brillo con limpiacristales a una figurita del niño Jesús.
- Buenos días, don Antonio. Quisiera hacerle una pregunta delicada que no parece tener respuesta lógica.
Don Antonio me miró inquisitivo tras sus pequeñas gafas de Lennon y me invitó a pasar a su despacho.
- ¿De qué se trata, muchacho? ¿Acaso no has entendido el misterio de la Santísima Trinidad, o te parece incomprensible el milagro de la multiplicación de los panecillos?.
- No se trata de nada de eso, Don Antonio, es algo mucho más grave. Se trata de la Navidad.
El párroco se ajustó el alzacuellos y mirándome extrañado, repitió mis últimas palabras:
- ¿La Navidad?
- Si, la Navidad, ¿acaso solo yo me he dado cuenta que este año la Navidad todavía no ha aparecido, que las gentes viven sin los valores humanitarios que acompañan esas fechas y que, si no lo remediamos, este año los niños perderán la ilusión para siempre?
Don Antonio, miró su reloj, luego abrió un periódico deportivo que tenía sobre la mesa, y sin levantar la mirada, respondió en tono grave y un pelín enfadado:
- Muchacho, ¿te has dado cuenta del día que es hoy?
- Hoy es veinticinco de agosto, señor.
El párroco, con toda la paciencia que pudo acumular, que no fue mucha, me explicó mediante un calendario, que la Navidad, contrariamente a lo que los niños desean, nunca llega en agosto, sino en diciembre, aunque a veces, por culpa de la mercadotecnia se adelante a noviembre.
En fin, como dice mi madre siempre que le echa azúcar en vez de sal a la comida, “un fallo lo tiene cualquiera”. ¿O no?.

Oscar José García López.

OTRAS OBRAS DEL AUTOR

UNA RECETA. MARIBEL CEREZUELA

MARIBEL CEREZUELA



17 Oct 2005 

una receta

Hacía casi una hora,
como había previsto la cocinera,
que terminó de prepararlos.

Pagarás por todo.
Los macarrones en espagueti,
la sal yodada,
un poco de pimienta en grano,
negra, muy negra.

A la hora justa
se sentarán a la mesa.
Nadie notará
las medusas de la cazuela.

La salvación llega a tiempo.
A la hora de la tranquilidad,
se lanzarán a comerlos,
sin valor al paladar.

Pagaran con las especies,
el agua buena,
su justo hervor


pd.- en honor a "Arguiñano", todo sea por la buena mesa.


Por El Prisionero en 29-08-2005 09:30, oskar garcía

    Me has abierto el apetito, Maribel, ¿cuando degustaremos los ricos manjares que propones, al dente por supuesto, ante una puesta de sol pintada en un mural y con la música de la Radio Topolino Orquesta de fondo?


UNA BUENA MESA. -

Por Maribel Cerezuela en 29-08-2005 09:56.

    Para degustar un buen manjar, cualquier sitio es válido, y este que propones con puesta de sol en un mural ¿pintado por ti? sería mejor aún, - lo postergamos a cuando terminemos esta esclavitud que nos tiene pelados los codos, callos en los dedos de escribir resúmenes que olvido a la mañana siguiente y sepamos que ya no tenemos nada que hacer hasta, por lo menos, el 2010. Al menos en mi caso. Tú tienes más posibilidades, así que, damos prioridad a lo vital y necesario y después... hablamos. Buenos días tengan todos después de estos días de nocturnidad, aunque sin feria.


pd.- estaba soñando hace menos de 10 minutos y nuestro amigo el cafetero mayor me ha echado de la cama.. Si cierro los ojos aún veo las montañas, que en el sueño, me ponían muchos impedimentos para subir.. y había mucha gente, caballeros de la edad media,... pero no recuerdo a ningún dragón. besos