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Pater Eximens.- Francisco Cañabate Reche

Pater Eximens

FRANCISCO CAÑABATE RECHE

PATER EXIMENS

Y a hacia varias semanas que no entraba en el Púb. Juré no volver más. Entonces, ¿por qué fui?. ¿Fue la casualidad la que orientó mis pasos, uno tras otro, simples, para llegar allí?. ¿Pudo ser la rutina, el azar, la desidia, o el incómodo estrago que producía el silencio dentro de mi cerebro?.¿ Tal vez fue la justicia ciega y desordenada que rige nuestras vidas la que me hizo sentarme ocupando la barra y ordenar mi bebida con solo una mirada de parroquiano viejo y empezar a beber?. Hoy no sabría decirlo. Como otras muchas veces llegué, miré, bebí, y mi único recuerdo, mi única certidumbre es que escuché esta historia de hechizos y de arañas aquella noche densa; que la contó un muchacho, casi un adolescente de ojos enfebrecidos que ocupaba el final de la barra metálica donde nos apoyábamos; que cuando empezó a hablar después de varias copas – aunque no estoy seguro si él las bebió también-, nos dijo que la historia le había ocurrido a él, que aquella era su suerte y también su desgracia, y que tal vez mintió. 


Cuando lo contó todo, no debía estar allí. Ya era de madrugada y él solo era un muchacho. Al comenzar a hablar podía verse en su rostro que ese no era su sitio, que algo se le escapaba, que al final de la noche, un grupo de borrachos como el que le observaba jamás le escucharía. Pero, aunque no comprendo por que sucedió así, nosotros si lo hicimos. ¿Tal vez fue su mirada que obligaba a callar?. ¿Quizá su sencillez, o la manera extraña con la que nos hablaba, despacio, susurrando, con un tono tan tenue que casi hipnotizaba?. El caso es que de pronto un enorme silencio creció a su alrededor y solo quedó él entonando sus frases. Yo las recuerdo bien. Con cuatro pinceladas nos habló de su padre como de alguien lejano a quien él quiso mucho; luego, sin transición, nos dibujó a dos seres, un niño y un adulto, que se habían encontrado después de varios meses y querían ser amigos pese a sus diferencias. Solo hacía algunas horas que habían vuelto del cine cogidos de la mano y ahora los dos sentados, intentaban jugar. Había en aquella sala donde se habían sentado un ambiente de fiesta. El hombre sonreía y sonaban los gritos excitados del niño. Ocupando la mesa en la que se apoyaban había pequeños coches de metal esmaltado. Ordenados y estáticos cumplían el cometido que les otorgó el hombre: hacían feliz al niño. Estaban enfrentados en filas paralelas y el niño los movía. En su imaginación había una gran batalla, una enorme carrera en la que iba a vencer. Lo mismo que hacía siempre cuando jugaba solo. Entonces, de repente, se rompió la burbuja. Algo falló de pronto cuando el padre intervino sin pedirle permiso y movió aquellos coches y tras elegir uno lo llevó hasta la meta y gritó haber ganado y comenzó a reír. 

Sonó la carcajada y algo cambió en el niño. La mirada infantil se dirigió a los labios que ahora estaban abiertos. Escuchó aquella risa. Tembló, miró de nuevo. No hacía más de una hora que habían vuelto del cine y al escuchar la risa el niño recordó. Se vio en la oscuridad, frente a la gran pantalla. Allí escuchó el conjuro que no pudo olvidar. 

Solo hacía algunas horas y en la sala del cine había una gran araña que avanzaba temible. Prolongaba sus pasos lenta, determinada, con ansias de matar a aquel mago infantil. Pero el mago era el héroe y esa es una ventaja que no ha de despreciarse. Miró la enorme araña seguro de sus fuerzas, extendió aquella vara y pronunció con ímpetu el conjuro mortal que hizo inútil el ansia de la bestia asesina. “Araña eximens”, fueron las dos palabras pronunciadas sin prisa. Después la destrucción del animal enorme, mas tarde la victoria. 

Cuando sonó la música que anunciaba el final y se fue el mago-niño, regresaron las luces. Cuando al fin se encendieron, en el mundo de acá, antes de la pantalla, al niño que miraba le quedaba una duda, un reflejo de espanto ante la destrucción. Habitaba en sus ojos el brillo de la magia que acababa de ver. Tan solo fue un segundo, porque al dejar el cine y volver a la calle, se olvidó sin pensar de cuanto había sentido. 


O eso pretendió hacer, pero no lo logró. Por que un poco mas tarde, ya en casa, entre los coches, jugando con su padre le enfureció su risa. Casi sin proponérselo, al desplazar el coche, el padre había ganado. Su mano fue más rápida que la mano del niño que se quedó extendida. Entonces, torpemente, para empeorar las cosas, celebró su victoria con una carcajada que no debió ocurrir. El niño, sin pensarlo imaginó los meses en los que él se había ido y revivió las lágrimas de dolor de su madre. Luego, el odio infantil que lo traspasa todo le hizo querer vengarse y formuló el conjuro. Antes de abrir la boca, apuntó con el dedo de la mano extendida que aun estaba en el aire. Marcó su territorio señalando aquel rostro convulso por la risa y le habló en un susurro. Dijo las dos palabras con total convicción. Supo que vencería. Comprendió su poder. 

Al padre, en ese instante se le heló la sonrisa. Se congeló su rostro y se murió sin más. 

- Fue algo tan espantoso que tardé en entenderlo, pero no fue algo inútil, porque aprendí mi fuerza. Sé que yo lo maté.
Mientras él acababa, allí estábamos todos sorprendidos e insomnes, escuchando en silencio. A pesar de sus ojos, distantes, agotados, preñados de amargura, no queríamos creerlo. Tal vez todo era falso, producto de la insana fantasía de un muchacho. Como hoy, en el recuerdo, cuando revivo aquello, durante esos momentos en que volvió la paz borrando sus palabras lo que habíamos oído nos parecía impensable, una jugada más de la casualidad. Podría conjeturarse que todo fue una farsa, o que yo me lo invento, pero sé que esa noche yo aun no estaba borracho, y que no lo soñé. 

He vuelto muchas veces. He regresado al Púb una noche tras otra. He quemado mi vida y ahora mis juramentos casi no valen nada; pero puedo juraros que acabo de contaros sus palabras exactas. No añadió nada más. Se levantó y se fue.
Y yo diré si cabe que cuando nos dejaba, cerca ya de la puerta, lo vi extender un dedo y señalar con él. Que quiso agregar algo y que entreabrió los labios con el dedo extendido como una admonición sobre nuestras cabezas, pero yo lo impedí. Que salté hacia sus manos y le cogí los brazos para evitar su gesto. También que sentí miedo, y que volví mi rostro siguiendo su mirada y vi que en la pared, desafiando las horas, había una gran araña que avanzaba sin prisa y después se marchó.
 
PS ( Casi dedicatoria): Mi hija mayor, Virginia, adora Harry Potter. Pero además de eso, tengo un hijo pequeño. Se llama Miguel Ángel. Él, tras ver su película en un video doméstico, me contó emocionado que el mago en dos palabras eliminó una araña. Le parecía un hallazgo que podía ser muy útil. Las dos palabras mágicas según cree Miguel Ángel, eran “Araña Eximens” y mi hijo, imperturbable, estuvo repitiéndolas frente a cualquier araña durante muchas horas hasta que comprobó que no servían de nada. Luego, meses más tarde, durante un viaje a Escocia, se me ocurrió esta historia. Me asaltó en el verano de la ciudad de Glasgow, frente a la misma barra en la que JK Rowling- madre soltera en paro en aquellos momentos- escribió Harry Potter. 

( ¿Por qué la pensé allí?. Debe ser algún virus del que no me he curado, o tal vez el ambiente, o el buen whisky de malta que hacen en esas tierras e invita a hablar de magia).

Pater Eximens.- Francisco Cañabate Reche

FRANCISCO CAÑABATE RECHE

PATER EXIMENS

Y a hacia varias semanas que no entraba en el Púb. Juré no volver más. Entonces, ¿por qué fui?. ¿Fue la casualidad la que orientó mis pasos, uno tras otro, simples, para llegar allí?. ¿Pudo ser la rutina, el azar, la desidia, o el incómodo estrago que producía el silencio dentro de mi cerebro?.¿ Tal vez fue la justicia ciega y desordenada que rige nuestras vidas la que me hizo sentarme ocupando la barra y ordenar mi bebida con solo una mirada de parroquiano viejo y empezar a beber?. Hoy no sabría decirlo. Como otras muchas veces llegué, miré, bebí, y mi único recuerdo, mi única certidumbre es que escuché esta historia de hechizos y de arañas aquella noche densa; que la contó un muchacho, casi un adolescente de ojos enfebrecidos que ocupaba el final de la barra metálica donde nos apoyábamos; que cuando empezó a hablar después de varias copas – aunque no estoy seguro si él las bebió también-, nos dijo que la historia le había ocurrido a él, que aquella era su suerte y también su desgracia, y que tal vez mintió. 


Cuando lo contó todo, no debía estar allí. Ya era de madrugada y él solo era un muchacho. Al comenzar a hablar podía verse en su rostro que ese no era su sitio, que algo se le escapaba, que al final de la noche, un grupo de borrachos como el que le observaba jamás le escucharía. Pero, aunque no comprendo por que sucedió así, nosotros si lo hicimos. ¿Tal vez fue su mirada que obligaba a callar?. ¿Quizá su sencillez, o la manera extraña con la que nos hablaba, despacio, susurrando, con un tono tan tenue que casi hipnotizaba?. El caso es que de pronto un enorme silencio creció a su alrededor y solo quedó él entonando sus frases. Yo las recuerdo bien. Con cuatro pinceladas nos habló de su padre como de alguien lejano a quien él quiso mucho; luego, sin transición, nos dibujó a dos seres, un niño y un adulto, que se habían encontrado después de varios meses y querían ser amigos pese a sus diferencias. Solo hacía algunas horas que habían vuelto del cine cogidos de la mano y ahora los dos sentados, intentaban jugar. Había en aquella sala donde se habían sentado un ambiente de fiesta. El hombre sonreía y sonaban los gritos excitados del niño. Ocupando la mesa en la que se apoyaban había pequeños coches de metal esmaltado. Ordenados y estáticos cumplían el cometido que les otorgó el hombre: hacían feliz al niño. Estaban enfrentados en filas paralelas y el niño los movía. En su imaginación había una gran batalla, una enorme carrera en la que iba a vencer. Lo mismo que hacía siempre cuando jugaba solo. Entonces, de repente, se rompió la burbuja. Algo falló de pronto cuando el padre intervino sin pedirle permiso y movió aquellos coches y tras elegir uno lo llevó hasta la meta y gritó haber ganado y comenzó a reír. 

Sonó la carcajada y algo cambió en el niño. La mirada infantil se dirigió a los labios que ahora estaban abiertos. Escuchó aquella risa. Tembló, miró de nuevo. No hacía más de una hora que habían vuelto del cine y al escuchar la risa el niño recordó. Se vio en la oscuridad, frente a la gran pantalla. Allí escuchó el conjuro que no pudo olvidar. 

Solo hacía algunas horas y en la sala del cine había una gran araña que avanzaba temible. Prolongaba sus pasos lenta, determinada, con ansias de matar a aquel mago infantil. Pero el mago era el héroe y esa es una ventaja que no ha de despreciarse. Miró la enorme araña seguro de sus fuerzas, extendió aquella vara y pronunció con ímpetu el conjuro mortal que hizo inútil el ansia de la bestia asesina. “Araña eximens”, fueron las dos palabras pronunciadas sin prisa. Después la destrucción del animal enorme, mas tarde la victoria. 

Cuando sonó la música que anunciaba el final y se fue el mago-niño, regresaron las luces. Cuando al fin se encendieron, en el mundo de acá, antes de la pantalla, al niño que miraba le quedaba una duda, un reflejo de espanto ante la destrucción. Habitaba en sus ojos el brillo de la magia que acababa de ver. Tan solo fue un segundo, porque al dejar el cine y volver a la calle, se olvidó sin pensar de cuanto había sentido. 


O eso pretendió hacer, pero no lo logró. Por que un poco mas tarde, ya en casa, entre los coches, jugando con su padre le enfureció su risa. Casi sin proponérselo, al desplazar el coche, el padre había ganado. Su mano fue más rápida que la mano del niño que se quedó extendida. Entonces, torpemente, para empeorar las cosas, celebró su victoria con una carcajada que no debió ocurrir. El niño, sin pensarlo imaginó los meses en los que él se había ido y revivió las lágrimas de dolor de su madre. Luego, el odio infantil que lo traspasa todo le hizo querer vengarse y formuló el conjuro. Antes de abrir la boca, apuntó con el dedo de la mano extendida que aun estaba en el aire. Marcó su territorio señalando aquel rostro convulso por la risa y le habló en un susurro. Dijo las dos palabras con total convicción. Supo que vencería. Comprendió su poder. 

Al padre, en ese instante se le heló la sonrisa. Se congeló su rostro y se murió sin más. 

- Fue algo tan espantoso que tardé en entenderlo, pero no fue algo inútil, porque aprendí mi fuerza. Sé que yo lo maté.
Mientras él acababa, allí estábamos todos sorprendidos e insomnes, escuchando en silencio. A pesar de sus ojos, distantes, agotados, preñados de amargura, no queríamos creerlo. Tal vez todo era falso, producto de la insana fantasía de un muchacho. Como hoy, en el recuerdo, cuando revivo aquello, durante esos momentos en que volvió la paz borrando sus palabras lo que habíamos oído nos parecía impensable, una jugada más de la casualidad. Podría conjeturarse que todo fue una farsa, o que yo me lo invento, pero sé que esa noche yo aun no estaba borracho, y que no lo soñé. 

He vuelto muchas veces. He regresado al Púb una noche tras otra. He quemado mi vida y ahora mis juramentos casi no valen nada; pero puedo juraros que acabo de contaros sus palabras exactas. No añadió nada más. Se levantó y se fue.
Y yo diré si cabe que cuando nos dejaba, cerca ya de la puerta, lo vi extender un dedo y señalar con él. Que quiso agregar algo y que entreabrió los labios con el dedo extendido como una admonición sobre nuestras cabezas, pero yo lo impedí. Que salté hacia sus manos y le cogí los brazos para evitar su gesto. También que sentí miedo, y que volví mi rostro siguiendo su mirada y vi que en la pared, desafiando las horas, había una gran araña que avanzaba sin prisa y después se marchó.
 
PS ( Casi dedicatoria): Mi hija mayor, Virginia, adora Harry Potter. Pero además de eso, tengo un hijo pequeño. Se llama Miguel Ángel. Él, tras ver su película en un video doméstico, me contó emocionado que el mago en dos palabras eliminó una araña. Le parecía un hallazgo que podía ser muy útil. Las dos palabras mágicas según cree Miguel Ángel, eran “Araña Eximens” y mi hijo, imperturbable, estuvo repitiéndolas frente a cualquier araña durante muchas horas hasta que comprobó que no servían de nada. Luego, meses más tarde, durante un viaje a Escocia, se me ocurrió esta historia. Me asaltó en el verano de la ciudad de Glasgow, frente a la misma barra en la que JK Rowling- madre soltera en paro en aquellos momentos- escribió Harry Potter. 

( ¿Por qué la pensé allí?. Debe ser algún virus del que no me he curado, o tal vez el ambiente, o el buen whisky de malta que hacen en esas tierras e invita a hablar de magia).

El burlador del tiempo. Francisco Cañabate Reche

EL BURLADOR DEL TIEMPO
AUTOR: FRANCISCO CAÑABATE RECHE
 
................ Recuerdo aquel momento como si fuera ahora. No lo olvidaré nunca. Era una chica joven, algo más de veinte años, la mitad de los míos. La encontré (o me encontró) en un café pequeño, ese que después ha sido siempre el nuestro. Y ahora debo reconocerme sorprendido: aunque nunca pensé serenamente dónde estuvo la magia del momento en que nos conocimos, dónde saltó la chispa que originó aquel fuego entre dos personas aparentemente tan diferentes (y la verdad es que aquél fue un fuego muy intenso), siempre quise pensar - es curiosa la ceguera que nos ataca a veces- que a mí encanto, mi atractivo de tantas ocasiones parecía suficiente. Así pues, en esta ocasión el cazador experto, el tigre victorioso en mil luchas de amor, no fue - o así me parece- más que la presa de la tierna gacela a la que creyó haber devorado por sorpresa.. Es el viejo gambito, el peón envenenado, el veneno de amor.
      Vino hacia mí sonriendo y cuando no miramos nuestros ojos supieron más que nosotros mismos. El fuego recorrió nuestros cuerpos y un segundo después sus manos sin palabras encontraron las mías. Olvidé a los amigos. Ya sólo estaba ella. Dejamos el café y fuimos paseando hasta llegar al mar. Después, por el paseo, dejamos que la brisa nos bañara. Entramos sin pensarlo en la playa a pesar de las ropas de fiesta. Dejamos los zapatos olvidados. Andábamos descalzos hacia el agua. No hacían falta palabras. Nos sentamos poco antes de la orilla, escuchando el murmullo, la caricia sonora de las olas, su silencio, su canto. Vimos atardecer y después, en la noche, en un lecho de arena, nos amamos despacio. Sólo entonces hablamos. Como en un sortilegio dijimos nuestros nombres, y como adolescentes (su juventud era también la mía, ella vivía en los dos) los dejamos escritos, enlazados en la base metálica, de hierro carcomido donde siguen ahora, en el descargadero de Las Almadravillas.

El burlador del tiempo. Francisco Cañabate Reche

EL BURLADOR DEL TIEMPO
AUTOR: FRANCISCO CAÑABATE RECHE
 
................ Recuerdo aquel momento como si fuera ahora. No lo olvidaré nunca. Era una chica joven, algo más de veinte años, la mitad de los míos. La encontré (o me encontró) en un café pequeño, ese que después ha sido siempre el nuestro. Y ahora debo reconocerme sorprendido: aunque nunca pensé serenamente dónde estuvo la magia del momento en que nos conocimos, dónde saltó la chispa que originó aquel fuego entre dos personas aparentemente tan diferentes (y la verdad es que aquél fue un fuego muy intenso), siempre quise pensar - es curiosa la ceguera que nos ataca a veces- que a mí encanto, mi atractivo de tantas ocasiones parecía suficiente. Así pues, en esta ocasión el cazador experto, el tigre victorioso en mil luchas de amor, no fue - o así me parece- más que la presa de la tierna gacela a la que creyó haber devorado por sorpresa.. Es el viejo gambito, el peón envenenado, el veneno de amor.
      Vino hacia mí sonriendo y cuando no miramos nuestros ojos supieron más que nosotros mismos. El fuego recorrió nuestros cuerpos y un segundo después sus manos sin palabras encontraron las mías. Olvidé a los amigos. Ya sólo estaba ella. Dejamos el café y fuimos paseando hasta llegar al mar. Después, por el paseo, dejamos que la brisa nos bañara. Entramos sin pensarlo en la playa a pesar de las ropas de fiesta. Dejamos los zapatos olvidados. Andábamos descalzos hacia el agua. No hacían falta palabras. Nos sentamos poco antes de la orilla, escuchando el murmullo, la caricia sonora de las olas, su silencio, su canto. Vimos atardecer y después, en la noche, en un lecho de arena, nos amamos despacio. Sólo entonces hablamos. Como en un sortilegio dijimos nuestros nombres, y como adolescentes (su juventud era también la mía, ella vivía en los dos) los dejamos escritos, enlazados en la base metálica, de hierro carcomido donde siguen ahora, en el descargadero de Las Almadravillas.

Los almendros en flor. Francisco Cañabete Reche

LOS ALMENDROS EN FLOR
                        ¿Por qué es tan difícil escapar de la propia sombra?
                                              
                                                    Zenón
Mientras avanza el tren, se desgranan sobre la alfombra oscura de la tierra los almendros en flor. Sus formas blancas y sus sombras rosadas; sus troncos negros, testigos silenciosos de los amaneceres, ocupan la llanura. Permanecen callados, como un conjunto aislado de promesas de vida, de esplendor escondido, de posible futuro.
Detrás está la niebla, densa y blanca también, la intangible barrera que apaga el horizonte; y mas lejos la mole que forma la montaña, con sus altos parajes sazonados de nieve.
Mientras yo la contemplo, me pregunto de pronto, si aun resulta posible conseguir la esperanza.
Vuelvo hasta lo cercano.
Los almendros me miran, sus flores me acarician y me dicen que sí.
El tren sigue avanzando mientras cierro los ojos
y así, por fin, descanso.
Viajando hacia Granada.
FRANCISCO CAÑABATE RECHE

Los almendros en flor. Francisco Cañabete Reche

LOS ALMENDROS EN FLOR
                        ¿Por qué es tan difícil escapar de la propia sombra?
                                              
                                                    Zenón
Mientras avanza el tren, se desgranan sobre la alfombra oscura de la tierra los almendros en flor. Sus formas blancas y sus sombras rosadas; sus troncos negros, testigos silenciosos de los amaneceres, ocupan la llanura. Permanecen callados, como un conjunto aislado de promesas de vida, de esplendor escondido, de posible futuro.
Detrás está la niebla, densa y blanca también, la intangible barrera que apaga el horizonte; y mas lejos la mole que forma la montaña, con sus altos parajes sazonados de nieve.
Mientras yo la contemplo, me pregunto de pronto, si aun resulta posible conseguir la esperanza.
Vuelvo hasta lo cercano.
Los almendros me miran, sus flores me acarician y me dicen que sí.
El tren sigue avanzando mientras cierro los ojos
y así, por fin, descanso.
Viajando hacia Granada.
FRANCISCO CAÑABATE RECHE

La ley del movimiento. Francisco Cañabate Reche

LA LEY DEL MOVIMIENTO de Francisco Cañabate Reche

(I) Despierta la mañana y en medio de la calle, sobre la acera aun fría, hay un hombre tumbado. Es un hombre maduro, vestido con cuidado, con ropa deportiva que ha costado muy cara. Pese a tanto detalle, pese a la perfección con que se ha preparado para sus ejercicios su espalda está mojada. Por esta simple pista, nosotros que observamos sabemos que su cuerpo se ha esforzado por él. Los ricos también sudan, pensamos un instante, pero eso ya no importa. Ya no tiene sentido, porque ahora todo es nuevo.
Las reglas son distintas. La vida nos iguala. Solo hace unos segundos que cayó fulminado, como herido de rayo y ha quedado en el suelo. Si miramos de cerca vemos su cuerpo yerto, los brazos extendidos, inermes y cautivos del tronco que los ata, la palidez intensa sobre al tez bronceada, su quietud, su silencio. Si miramos de nuevo, todo cuanto nos muestra  hace pensar que ha muerto, pero él aun sigue vivo.
Junto a él, hay otro hombre, este no tiñe canas. Es mas joven, mas alto, es quizás mas moreno. Ha corrido con él y ahora sufre a su lado. Sería un hombre agraciado si no tuviera miedo. Cautivo del horror transpira intensamente, suda casi a raudales y su rostro se agita. Como un desesperado intenta reanimar al otro que se agota, pero no logra hacerlo. Al principio gritó pero no lo oyó nadie, ahora sigue en silencio. Como vio en algún sitio, sentado sobre el hombre, cabalgando en su vientre, ha golpeado su pecho e inclina ahora su rostro para insuflar el aire en los labios azules.
            Mientras todo esto ocurre, la calle está desierta. Los dos hombres la ocupan, solos, por un momento. Entonces llega alguien. Un transeúnte que pasa por la acera de enfrente, se acerca y ve la escena.
-¡Voy a pedir ayuda!, grita sin proponérselo, y vuelve a la carrera hacia el bar mas cercano, que abrió hace unos minutos, para hablar por teléfono.
. Una mujer delgada abandona un portal. Los mira mientras pasa pero no se detiene. No llega a entender nada. Siente la obscenidad de la muerte en el suelo y no puede aguantarla. También grita y se aleja. A los pocos minutos, lejos, se oyen sirenas. Se congregan  entonces curiosos ojeadores que salen de las puertas que antes había cerradas. Viven el episodio lo mismo que un enjambre que zumba entre las flores y comentan la anécdota de forma acalorada, pero nadie se mueve.
Nadie ayuda a aquel hombre que sigue sobre el otro, solo, desesperado, y  pesar del horror continua con su esfuerzo. Se agota. Persevera. Aun persiste en su empeño. Quiere salvar los restos del ser que casi muere, demudado, en el suelo.¿Qué le lleva a intentarlo?. Tal vez tiene motivos que todos ignoramos para seguir luchando. Insiste con vehemencia haciendo lo que sabe de forma recurrente, una, dos veces, muchas, comprime el corazón, empuja los pulmones e insufla aire caliente, pero el hombre quebrado que se apoya en la dura superficie enlosada, sigue sin responder. No se mueve, no late, no respira siquiera y sus manos crispadas se han abierto despacio dejando escapar algo- puede ser la esperanza- que no supimos ver.
En medio del desastre, entre la algarabía que se forma mas tarde, cuando llegan los médicos- sonido de sirenas, gritos entrecortados, voces, mandatos, prisas- solo brillan los ojos de aquel hombre tumbado, que parecen soñar, nublados pero vivos.
                                                           (II)
            Los actos, cada uno, un tenue movimiento, una insignificante mirada de soslayo, un gesto esquivo, exacto, arbitrario o furtivo, desganado o enérgico, fugaz o indefinido, uno cualquiera o todos, esos pequeños actos que no tienen sentido, pueden ser decisivos, porque son actos únicos. Los dejamos pasar, pero, por muy minúsculos que finalmente sean, por muy inadvertidos que pasen para todos , hasta para nosotros ( los hicimos entonces y no nos dimos cuenta, los olvidamos luego pero llegan mas tarde), la ley del movimiento los hace irrepetibles. La vida es movimiento, continuidad y cambio, se regenera sola, por eso los destruye, los convierte en pasado y aunque a veces perviven asidos del recuerdo finalmente nos dejan convertidos en nada. Esto, que es tan sencillo,  cuando por fin sucede no tiene marcha atrás.
La vida se compone de infinitos momentos. De instantes intangibles que pueden realizarse de forma repetida, automáticamente, hasta la saciedad, pero no se repiten. Aunque parezca el mismo, cualquier acto es distinto de los que lo preceden. Todos cambiamos siempre. Imperceptiblemente. Nos creemos inmortales, seres indivisibles protegidos tal vez por un halo invisible, pero nos engañamos. La ceguera nos marca. Somos solo viajeros en una travesía donde todo es distinto y nuevo y  movimiento.
Cuando nos damos cuenta, queremos regresar y enmendar los errores repitiendo los actos que entonces realizamos  pero nunca es posible. Ya no somos los mismos. No suele haber dos vidas para vivir en una, dos oportunidades para enmendar la falta. Nunca nada sucede como estaba previsto ( aunque resulte cómodo pensar que ha sucedido). Por eso establecemos las rígidas barreras  defensivas y absurdas que llamamos costumbres, para frenar el cambio, para hacerlo intangible. Pero no lo logramos. Las costumbres nos atan, defendemos con ellas la estructura formal. Se inventan los horarios y las obligaciones. Nuestra vida se amolda y así parece estable pero es un espejismo.
Soñamos la quietud y solo hay mutación, cambio desesperado. La quimera es la calma y cuando el error llega y aparece el dolor y queremos librarnos de nuestra propia trampa ( nosotros la creamos, pagamos nuestras faltas) y romper ataduras, vemos que es imposible porque ya no hay regreso. Pensamos lo invariable y todo es variación, movimiento continuo, una extraña mudanza donde nada es  idéntico, que sigue sin nosotros y que de pronto estalla, rompiendo nuestras almas que ya están condenadas, (cuando por fin sabemos), a permanecer quietas, estáticas, inermes. Y ya no somos nada.
¿Pienso mientras me muero, y de entre tantas cosas, de entre tantos recuerdos, porqué pienso esto ahora?. ¿Porqué intento decirlo, aunque sé que no puedo?. Revivo las ideas que me han obsesionado en los últimos meses. Me parecen un sueño, pero ellas no se alejan, pese a que las ignoro - o lo intento en mi estado -, continúan a mi lado tozudas e imborrables: Los opuestos extraños que acaban encontrándose. Movimiento y quietud. Agitación y calma. ¿ Vida y muerte tal vez?. ¿Solo una circunstancia distinta y sucesiva?. ¿Estados paralelos, las apariencias múltiples de la misma substancia?.
Me parece soñar. Frente a la confusión que ocurre ante mis ojos, me atrevo a imaginarme pensando que imagino mientras sigo soñando. Me planteo las cuestiones que no tienen respuesta. Ya solo son un juego.
Esta es mi realidad: Solo hace unos minutos hablaba por hablar y ahora me estoy muriendo. Se que lo que sucede mas allá de mis ojos; su rostro de terror, su agitación, su miedo, no es mas que la verdad. Todo se ha consumado, pero en el torbellino, mas allá del abismo, lejanas pero exactas, atávicas, antiguas, también inapelables, allí están mis palabras. Son las que dije antes. Me escucho pronunciarlas. Las dije sin pensar, mientras los dos corríamos, como un reflejo más de lo que me obsesiona. Han pasado minutos. Ha transcurrido un mundo desde que fueron dichas y aun se que fui yo mismo el que las pronunció:
 - La vida es mutación, variación, movimiento – Digo mientras traslado mis huesos torpemente, hablando por hablar, cuando hacerlo era fácil porque aun todo era incierto y todo era posible.
Regreso a ese momento y aun pienso y aun camino, y contemplo mis piernas, mis muslos enfundados en la malla de tela que los aísla del frío; y me escucho decirlo mientras lo estoy pensando. Me parece sencillo pensar y hablar a un tiempo, las ideas coordinadas que afluyen a los labios se agolpan en los míos. Hoy sé que no estoy  solo y  rompo mi mutismo. Sé que hay otro a mi lado y que por eso hablo, para sentir la voz que resuena en mi mente y convertida en nieve llega hasta sus oídos; para saber que sabe, tal vez para vencerle ( yo sé que es mi enemigo).
 Hoy me costó trabajo levantarme de nuevo y abandonar la cama en la que ella yacía e inventar la rutina como hago cada día. Pero lo he conseguido. He salido a la calle para hacer lo de siempre, lo de cada mañana. Corro por esta tierra -soy fiel a mis ideas, mantengo mis costumbres intentando engañarme- , y en mitad de mis pasos me lo he encontrado a él. ¿Fue por casualidad?. Aterido de frío, salió de entre las sombras fingiendo que corría pese a que me esperaba. Se ha hecho el encontradizo y ha venido conmigo y yo he jugado el juego: me mostré sorprendido, y amable y aliviado, y le invité a correr. Ahora sigue a mi lado en el amanecer, y vuelve su cabeza  mientras yo sigo hablando. Atiende a mis palabras, con un gesto cortés, noblemente callado.
Mientras los dos jugamos a que no pasa nada, a que todo es casual, mientras filosofamos y los dos nos mentimos, se va afilando el odio y  estallan nuestros pasos en mitad de la calle, acompasadamente. Prolongan nuestras formas las luces de la noche y apretamos los dientes y aun vamos mas deprisa, mirando de soslayo por ver si el otro cede, pero eso no sucede. Él es joven, lo sé. Sé que tendrá ventaja, pero acelero el paso y respiro deprisa y me laten las sienes. Si alguien nos observara podría ver dos extraños que corren sin mirarse, en el amanecer. La noche también corre siguiendo nuestros pasos y ante nuestra insistencia, por fin se muestra el sol. Mientras sigo corriendo descubro el día  que nace como cada mañana y de nuevo me miento. Finjo una indiferencia que me deja agotado, y de repente pienso sin poder evitarlo: ¿Alguien abrió mis ojos porque estaban cerrados o se inventó la luz detrás del horizonte?. Se me acelera el pulso aun más si es que es posible. Amanece – me digo-. Me gusta este momento y todas las mañanas suelo pararme ahora para cambiar el aire que falta en mis pulmones, descanso unos minutos, respiro, vuelvo a andar.
Pero hoy no me detengo.
Continuo mi carrera porque él está conmigo y debo derrotarle. Me zumba la cabeza pero cierro los ojos para que no lo note, y durante ese instante en que me siento débil la compasión me ocupa y trato de ser justo. Tal vez los dos sentimos la misma paradoja y fingimos no verla y tal vez no tenemos porqué seguir corriendo. Tal vez todo es absurdo.¿Podemos ser amigos pese a que nos odiamos?. No existe nada nuevo, me dicen mis entrañas.Esto ya ocurrió antes. Yo ya corrí otras veces hasta caer agotado, también he sido odiado, y engañado y cautivo.
Mientras, renace el sol. De nuevo ha amanecido.
Caminamos deprisa cuando ya brilla el día como una única trama pero no me detengo. Nos hemos agotado intentando rompernos. Ya no estamos enteros pero no lo admitimos y yo siento mis vísceras moviéndose también, su turbio despertar, su grito de protesta como el del universo que me estalla en el cielo.
-La vida es movimiento.- Vuelvo a mis obsesiones, pero ahora no las digo. Ya no me queda aliento y en medio del silencio siento mi corazón latir sin yo pedirlo, galopar en mi pecho como un esclavo ciego sujeto a servidumbres que ni siquiera entiende. Su latido es continuo, certero, inexorable, sistólico y diastólico, rítmico y estridente y en él nace mi vida. Su cadencia me extraña porque no la domino. Reinicio la carrera y no debiera hacerlo. Camino mas deprisa, fingiendo una frescura que ni siquiera sueño, y él continua mis pasos. Luego me miro el pecho: Corazón, compañero,
 ¿ tu también estas solo?, y continúo avanzando.
Regresamos a casa como dos escolares que han competido a ciegas. Nos vamos acercando. Ha pasado ya un rato cuando llega el dolor ( ¿ Tal vez sea esa respuesta que me envía el corazón y yo ya no esperaba?). Mi cuerpo se desplaza, gira sobre sí mismo y se hunde en un espasmo que es como un latigazo y que de pronto pasa; y durante ese instante en el que abrazo el suelo, sin entender porque mi pensamiento vuela: 
- Si la vida se mueve; ¿Cómo pensar  su cese?, ¿Y como  definirlo?. ¿Cuáles son las palabras que nombran el final?, ¿Qué leyes lo interpretan?. ¿Pudiera ser soñado tal vez como esta dulce sensación de quietud, extraña y opresiva?. ¿Como la calma intensa, interior y absoluta, que ahora viaja conmigo?. ¿O como la distancia que siguió a ese dolor que vino hace un segundo y me obligó a pararme y a dejar de correr, o la tranquilidad que siento mientras caigo y observo la expresión de terror e impotencia reflejada en su rostro?.
Este será mi premio. Sé que el otro me observa, también que está sufriendo tal vez mas que yo mismo. Por eso abro los ojos. Pudo haber sido bello si esto hubiera ocurrido cuando llegaba el sol, ser un final idílico pero ya no será, y esta es mi última imagen: El rostro de ese  hombre que ha corrido conmigo y mira mientras muero.
( Actos irrepetibles, idénticos, distintos. Gestos, sucesos, horas, segundos, movimiento. Su ley se impone siempre. Cualquier hecho pequeño, o infinitesimal se vuelve decisivo. Aun recuerdo el segundo en el que vi sus ojos y supe que me odiaba y ya no había remedio, que me daría la espalda y se volvería al otro, al que hoy corrió conmigo y ahora me ve morir.
 Al que estará a su lado cuando yo me haya ido dándole a la traición ese nuevo sentido que se vuelve nobleza.
Al que se dice amigo y hoy intentaba hablarme.
Al que amó a mi mujer sin pedirme permiso y  no tuvo piedad, y hoy iba a destrozarme).
No sé si estoy soñando mi vieja pesadilla de viejo enamorado, si mis celos me llevan a pensar que estoy muerto y ahora concluye el sueño que he soñado esta noche y llega la quietud.
Mi espalda está sudada. Afuera hay movimiento.
¿Despertaré tal vez?. ¿ Se ha acabado mi vida?.
    
                                 (III)
El joven se levanta. Ya no queda esperanza. Ve alejarse las luces que marcan la ambulancia y escucha su sonido, claro, estridente, absurdo.
De pronto se da cuenta de que está destrozado, de que él murió en sus brazos y sabe simplemente que debe hablar con ella, que ha de contarlo todo para poder vivir.
La buscará mas tarde. Ahora no tiene fuerza. Piensa en volver a casa, en ducharse, en dormir, en olvidarlo todo. Recuerda las pastillas que tomó esta mañana para evitar su alergia. Tose descompasado. Comienza a caminar.
Luego la vida sigue, móvil, inacabable.

La ley del movimiento. Francisco Cañabate Reche

LA LEY DEL MOVIMIENTO de Francisco Cañabate Reche

(I) Despierta la mañana y en medio de la calle, sobre la acera aun fría, hay un hombre tumbado. Es un hombre maduro, vestido con cuidado, con ropa deportiva que ha costado muy cara. Pese a tanto detalle, pese a la perfección con que se ha preparado para sus ejercicios su espalda está mojada. Por esta simple pista, nosotros que observamos sabemos que su cuerpo se ha esforzado por él. Los ricos también sudan, pensamos un instante, pero eso ya no importa. Ya no tiene sentido, porque ahora todo es nuevo.
Las reglas son distintas. La vida nos iguala. Solo hace unos segundos que cayó fulminado, como herido de rayo y ha quedado en el suelo. Si miramos de cerca vemos su cuerpo yerto, los brazos extendidos, inermes y cautivos del tronco que los ata, la palidez intensa sobre al tez bronceada, su quietud, su silencio. Si miramos de nuevo, todo cuanto nos muestra  hace pensar que ha muerto, pero él aun sigue vivo.
Junto a él, hay otro hombre, este no tiñe canas. Es mas joven, mas alto, es quizás mas moreno. Ha corrido con él y ahora sufre a su lado. Sería un hombre agraciado si no tuviera miedo. Cautivo del horror transpira intensamente, suda casi a raudales y su rostro se agita. Como un desesperado intenta reanimar al otro que se agota, pero no logra hacerlo. Al principio gritó pero no lo oyó nadie, ahora sigue en silencio. Como vio en algún sitio, sentado sobre el hombre, cabalgando en su vientre, ha golpeado su pecho e inclina ahora su rostro para insuflar el aire en los labios azules.
            Mientras todo esto ocurre, la calle está desierta. Los dos hombres la ocupan, solos, por un momento. Entonces llega alguien. Un transeúnte que pasa por la acera de enfrente, se acerca y ve la escena.
-¡Voy a pedir ayuda!, grita sin proponérselo, y vuelve a la carrera hacia el bar mas cercano, que abrió hace unos minutos, para hablar por teléfono.
. Una mujer delgada abandona un portal. Los mira mientras pasa pero no se detiene. No llega a entender nada. Siente la obscenidad de la muerte en el suelo y no puede aguantarla. También grita y se aleja. A los pocos minutos, lejos, se oyen sirenas. Se congregan  entonces curiosos ojeadores que salen de las puertas que antes había cerradas. Viven el episodio lo mismo que un enjambre que zumba entre las flores y comentan la anécdota de forma acalorada, pero nadie se mueve.
Nadie ayuda a aquel hombre que sigue sobre el otro, solo, desesperado, y  pesar del horror continua con su esfuerzo. Se agota. Persevera. Aun persiste en su empeño. Quiere salvar los restos del ser que casi muere, demudado, en el suelo.¿Qué le lleva a intentarlo?. Tal vez tiene motivos que todos ignoramos para seguir luchando. Insiste con vehemencia haciendo lo que sabe de forma recurrente, una, dos veces, muchas, comprime el corazón, empuja los pulmones e insufla aire caliente, pero el hombre quebrado que se apoya en la dura superficie enlosada, sigue sin responder. No se mueve, no late, no respira siquiera y sus manos crispadas se han abierto despacio dejando escapar algo- puede ser la esperanza- que no supimos ver.
En medio del desastre, entre la algarabía que se forma mas tarde, cuando llegan los médicos- sonido de sirenas, gritos entrecortados, voces, mandatos, prisas- solo brillan los ojos de aquel hombre tumbado, que parecen soñar, nublados pero vivos.
                                                           (II)
            Los actos, cada uno, un tenue movimiento, una insignificante mirada de soslayo, un gesto esquivo, exacto, arbitrario o furtivo, desganado o enérgico, fugaz o indefinido, uno cualquiera o todos, esos pequeños actos que no tienen sentido, pueden ser decisivos, porque son actos únicos. Los dejamos pasar, pero, por muy minúsculos que finalmente sean, por muy inadvertidos que pasen para todos , hasta para nosotros ( los hicimos entonces y no nos dimos cuenta, los olvidamos luego pero llegan mas tarde), la ley del movimiento los hace irrepetibles. La vida es movimiento, continuidad y cambio, se regenera sola, por eso los destruye, los convierte en pasado y aunque a veces perviven asidos del recuerdo finalmente nos dejan convertidos en nada. Esto, que es tan sencillo,  cuando por fin sucede no tiene marcha atrás.
La vida se compone de infinitos momentos. De instantes intangibles que pueden realizarse de forma repetida, automáticamente, hasta la saciedad, pero no se repiten. Aunque parezca el mismo, cualquier acto es distinto de los que lo preceden. Todos cambiamos siempre. Imperceptiblemente. Nos creemos inmortales, seres indivisibles protegidos tal vez por un halo invisible, pero nos engañamos. La ceguera nos marca. Somos solo viajeros en una travesía donde todo es distinto y nuevo y  movimiento.
Cuando nos damos cuenta, queremos regresar y enmendar los errores repitiendo los actos que entonces realizamos  pero nunca es posible. Ya no somos los mismos. No suele haber dos vidas para vivir en una, dos oportunidades para enmendar la falta. Nunca nada sucede como estaba previsto ( aunque resulte cómodo pensar que ha sucedido). Por eso establecemos las rígidas barreras  defensivas y absurdas que llamamos costumbres, para frenar el cambio, para hacerlo intangible. Pero no lo logramos. Las costumbres nos atan, defendemos con ellas la estructura formal. Se inventan los horarios y las obligaciones. Nuestra vida se amolda y así parece estable pero es un espejismo.
Soñamos la quietud y solo hay mutación, cambio desesperado. La quimera es la calma y cuando el error llega y aparece el dolor y queremos librarnos de nuestra propia trampa ( nosotros la creamos, pagamos nuestras faltas) y romper ataduras, vemos que es imposible porque ya no hay regreso. Pensamos lo invariable y todo es variación, movimiento continuo, una extraña mudanza donde nada es  idéntico, que sigue sin nosotros y que de pronto estalla, rompiendo nuestras almas que ya están condenadas, (cuando por fin sabemos), a permanecer quietas, estáticas, inermes. Y ya no somos nada.
¿Pienso mientras me muero, y de entre tantas cosas, de entre tantos recuerdos, porqué pienso esto ahora?. ¿Porqué intento decirlo, aunque sé que no puedo?. Revivo las ideas que me han obsesionado en los últimos meses. Me parecen un sueño, pero ellas no se alejan, pese a que las ignoro - o lo intento en mi estado -, continúan a mi lado tozudas e imborrables: Los opuestos extraños que acaban encontrándose. Movimiento y quietud. Agitación y calma. ¿ Vida y muerte tal vez?. ¿Solo una circunstancia distinta y sucesiva?. ¿Estados paralelos, las apariencias múltiples de la misma substancia?.
Me parece soñar. Frente a la confusión que ocurre ante mis ojos, me atrevo a imaginarme pensando que imagino mientras sigo soñando. Me planteo las cuestiones que no tienen respuesta. Ya solo son un juego.
Esta es mi realidad: Solo hace unos minutos hablaba por hablar y ahora me estoy muriendo. Se que lo que sucede mas allá de mis ojos; su rostro de terror, su agitación, su miedo, no es mas que la verdad. Todo se ha consumado, pero en el torbellino, mas allá del abismo, lejanas pero exactas, atávicas, antiguas, también inapelables, allí están mis palabras. Son las que dije antes. Me escucho pronunciarlas. Las dije sin pensar, mientras los dos corríamos, como un reflejo más de lo que me obsesiona. Han pasado minutos. Ha transcurrido un mundo desde que fueron dichas y aun se que fui yo mismo el que las pronunció:
 - La vida es mutación, variación, movimiento – Digo mientras traslado mis huesos torpemente, hablando por hablar, cuando hacerlo era fácil porque aun todo era incierto y todo era posible.
Regreso a ese momento y aun pienso y aun camino, y contemplo mis piernas, mis muslos enfundados en la malla de tela que los aísla del frío; y me escucho decirlo mientras lo estoy pensando. Me parece sencillo pensar y hablar a un tiempo, las ideas coordinadas que afluyen a los labios se agolpan en los míos. Hoy sé que no estoy  solo y  rompo mi mutismo. Sé que hay otro a mi lado y que por eso hablo, para sentir la voz que resuena en mi mente y convertida en nieve llega hasta sus oídos; para saber que sabe, tal vez para vencerle ( yo sé que es mi enemigo).
 Hoy me costó trabajo levantarme de nuevo y abandonar la cama en la que ella yacía e inventar la rutina como hago cada día. Pero lo he conseguido. He salido a la calle para hacer lo de siempre, lo de cada mañana. Corro por esta tierra -soy fiel a mis ideas, mantengo mis costumbres intentando engañarme- , y en mitad de mis pasos me lo he encontrado a él. ¿Fue por casualidad?. Aterido de frío, salió de entre las sombras fingiendo que corría pese a que me esperaba. Se ha hecho el encontradizo y ha venido conmigo y yo he jugado el juego: me mostré sorprendido, y amable y aliviado, y le invité a correr. Ahora sigue a mi lado en el amanecer, y vuelve su cabeza  mientras yo sigo hablando. Atiende a mis palabras, con un gesto cortés, noblemente callado.
Mientras los dos jugamos a que no pasa nada, a que todo es casual, mientras filosofamos y los dos nos mentimos, se va afilando el odio y  estallan nuestros pasos en mitad de la calle, acompasadamente. Prolongan nuestras formas las luces de la noche y apretamos los dientes y aun vamos mas deprisa, mirando de soslayo por ver si el otro cede, pero eso no sucede. Él es joven, lo sé. Sé que tendrá ventaja, pero acelero el paso y respiro deprisa y me laten las sienes. Si alguien nos observara podría ver dos extraños que corren sin mirarse, en el amanecer. La noche también corre siguiendo nuestros pasos y ante nuestra insistencia, por fin se muestra el sol. Mientras sigo corriendo descubro el día  que nace como cada mañana y de nuevo me miento. Finjo una indiferencia que me deja agotado, y de repente pienso sin poder evitarlo: ¿Alguien abrió mis ojos porque estaban cerrados o se inventó la luz detrás del horizonte?. Se me acelera el pulso aun más si es que es posible. Amanece – me digo-. Me gusta este momento y todas las mañanas suelo pararme ahora para cambiar el aire que falta en mis pulmones, descanso unos minutos, respiro, vuelvo a andar.
Pero hoy no me detengo.
Continuo mi carrera porque él está conmigo y debo derrotarle. Me zumba la cabeza pero cierro los ojos para que no lo note, y durante ese instante en que me siento débil la compasión me ocupa y trato de ser justo. Tal vez los dos sentimos la misma paradoja y fingimos no verla y tal vez no tenemos porqué seguir corriendo. Tal vez todo es absurdo.¿Podemos ser amigos pese a que nos odiamos?. No existe nada nuevo, me dicen mis entrañas.Esto ya ocurrió antes. Yo ya corrí otras veces hasta caer agotado, también he sido odiado, y engañado y cautivo.
Mientras, renace el sol. De nuevo ha amanecido.
Caminamos deprisa cuando ya brilla el día como una única trama pero no me detengo. Nos hemos agotado intentando rompernos. Ya no estamos enteros pero no lo admitimos y yo siento mis vísceras moviéndose también, su turbio despertar, su grito de protesta como el del universo que me estalla en el cielo.
-La vida es movimiento.- Vuelvo a mis obsesiones, pero ahora no las digo. Ya no me queda aliento y en medio del silencio siento mi corazón latir sin yo pedirlo, galopar en mi pecho como un esclavo ciego sujeto a servidumbres que ni siquiera entiende. Su latido es continuo, certero, inexorable, sistólico y diastólico, rítmico y estridente y en él nace mi vida. Su cadencia me extraña porque no la domino. Reinicio la carrera y no debiera hacerlo. Camino mas deprisa, fingiendo una frescura que ni siquiera sueño, y él continua mis pasos. Luego me miro el pecho: Corazón, compañero,
 ¿ tu también estas solo?, y continúo avanzando.
Regresamos a casa como dos escolares que han competido a ciegas. Nos vamos acercando. Ha pasado ya un rato cuando llega el dolor ( ¿ Tal vez sea esa respuesta que me envía el corazón y yo ya no esperaba?). Mi cuerpo se desplaza, gira sobre sí mismo y se hunde en un espasmo que es como un latigazo y que de pronto pasa; y durante ese instante en el que abrazo el suelo, sin entender porque mi pensamiento vuela: 
- Si la vida se mueve; ¿Cómo pensar  su cese?, ¿Y como  definirlo?. ¿Cuáles son las palabras que nombran el final?, ¿Qué leyes lo interpretan?. ¿Pudiera ser soñado tal vez como esta dulce sensación de quietud, extraña y opresiva?. ¿Como la calma intensa, interior y absoluta, que ahora viaja conmigo?. ¿O como la distancia que siguió a ese dolor que vino hace un segundo y me obligó a pararme y a dejar de correr, o la tranquilidad que siento mientras caigo y observo la expresión de terror e impotencia reflejada en su rostro?.
Este será mi premio. Sé que el otro me observa, también que está sufriendo tal vez mas que yo mismo. Por eso abro los ojos. Pudo haber sido bello si esto hubiera ocurrido cuando llegaba el sol, ser un final idílico pero ya no será, y esta es mi última imagen: El rostro de ese  hombre que ha corrido conmigo y mira mientras muero.
( Actos irrepetibles, idénticos, distintos. Gestos, sucesos, horas, segundos, movimiento. Su ley se impone siempre. Cualquier hecho pequeño, o infinitesimal se vuelve decisivo. Aun recuerdo el segundo en el que vi sus ojos y supe que me odiaba y ya no había remedio, que me daría la espalda y se volvería al otro, al que hoy corrió conmigo y ahora me ve morir.
 Al que estará a su lado cuando yo me haya ido dándole a la traición ese nuevo sentido que se vuelve nobleza.
Al que se dice amigo y hoy intentaba hablarme.
Al que amó a mi mujer sin pedirme permiso y  no tuvo piedad, y hoy iba a destrozarme).
No sé si estoy soñando mi vieja pesadilla de viejo enamorado, si mis celos me llevan a pensar que estoy muerto y ahora concluye el sueño que he soñado esta noche y llega la quietud.
Mi espalda está sudada. Afuera hay movimiento.
¿Despertaré tal vez?. ¿ Se ha acabado mi vida?.
    
                                 (III)
El joven se levanta. Ya no queda esperanza. Ve alejarse las luces que marcan la ambulancia y escucha su sonido, claro, estridente, absurdo.
De pronto se da cuenta de que está destrozado, de que él murió en sus brazos y sabe simplemente que debe hablar con ella, que ha de contarlo todo para poder vivir.
La buscará mas tarde. Ahora no tiene fuerza. Piensa en volver a casa, en ducharse, en dormir, en olvidarlo todo. Recuerda las pastillas que tomó esta mañana para evitar su alergia. Tose descompasado. Comienza a caminar.
Luego la vida sigue, móvil, inacabable.

La ley del movimiento. Francisco Cañabate Reche

LA LEY DEL MOVIMIENTO de Francisco Cañabate Reche

(I) Despierta la mañana y en medio de la calle, sobre la acera aun fría, hay un hombre tumbado. Es un hombre maduro, vestido con cuidado, con ropa deportiva que ha costado muy cara. Pese a tanto detalle, pese a la perfección con que se ha preparado para sus ejercicios su espalda está mojada. Por esta simple pista, nosotros que observamos sabemos que su cuerpo se ha esforzado por él. Los ricos también sudan, pensamos un instante, pero eso ya no importa. Ya no tiene sentido, porque ahora todo es nuevo.
Las reglas son distintas. La vida nos iguala. Solo hace unos segundos que cayó fulminado, como herido de rayo y ha quedado en el suelo. Si miramos de cerca vemos su cuerpo yerto, los brazos extendidos, inermes y cautivos del tronco que los ata, la palidez intensa sobre al tez bronceada, su quietud, su silencio. Si miramos de nuevo, todo cuanto nos muestra  hace pensar que ha muerto, pero él aun sigue vivo.
Junto a él, hay otro hombre, este no tiñe canas. Es mas joven, mas alto, es quizás mas moreno. Ha corrido con él y ahora sufre a su lado. Sería un hombre agraciado si no tuviera miedo. Cautivo del horror transpira intensamente, suda casi a raudales y su rostro se agita. Como un desesperado intenta reanimar al otro que se agota, pero no logra hacerlo. Al principio gritó pero no lo oyó nadie, ahora sigue en silencio. Como vio en algún sitio, sentado sobre el hombre, cabalgando en su vientre, ha golpeado su pecho e inclina ahora su rostro para insuflar el aire en los labios azules.
            Mientras todo esto ocurre, la calle está desierta. Los dos hombres la ocupan, solos, por un momento. Entonces llega alguien. Un transeúnte que pasa por la acera de enfrente, se acerca y ve la escena.
-¡Voy a pedir ayuda!, grita sin proponérselo, y vuelve a la carrera hacia el bar mas cercano, que abrió hace unos minutos, para hablar por teléfono.
. Una mujer delgada abandona un portal. Los mira mientras pasa pero no se detiene. No llega a entender nada. Siente la obscenidad de la muerte en el suelo y no puede aguantarla. También grita y se aleja. A los pocos minutos, lejos, se oyen sirenas. Se congregan  entonces curiosos ojeadores que salen de las puertas que antes había cerradas. Viven el episodio lo mismo que un enjambre que zumba entre las flores y comentan la anécdota de forma acalorada, pero nadie se mueve.
Nadie ayuda a aquel hombre que sigue sobre el otro, solo, desesperado, y  pesar del horror continua con su esfuerzo. Se agota. Persevera. Aun persiste en su empeño. Quiere salvar los restos del ser que casi muere, demudado, en el suelo.¿Qué le lleva a intentarlo?. Tal vez tiene motivos que todos ignoramos para seguir luchando. Insiste con vehemencia haciendo lo que sabe de forma recurrente, una, dos veces, muchas, comprime el corazón, empuja los pulmones e insufla aire caliente, pero el hombre quebrado que se apoya en la dura superficie enlosada, sigue sin responder. No se mueve, no late, no respira siquiera y sus manos crispadas se han abierto despacio dejando escapar algo- puede ser la esperanza- que no supimos ver.
En medio del desastre, entre la algarabía que se forma mas tarde, cuando llegan los médicos- sonido de sirenas, gritos entrecortados, voces, mandatos, prisas- solo brillan los ojos de aquel hombre tumbado, que parecen soñar, nublados pero vivos.
                                                           (II)
            Los actos, cada uno, un tenue movimiento, una insignificante mirada de soslayo, un gesto esquivo, exacto, arbitrario o furtivo, desganado o enérgico, fugaz o indefinido, uno cualquiera o todos, esos pequeños actos que no tienen sentido, pueden ser decisivos, porque son actos únicos. Los dejamos pasar, pero, por muy minúsculos que finalmente sean, por muy inadvertidos que pasen para todos , hasta para nosotros ( los hicimos entonces y no nos dimos cuenta, los olvidamos luego pero llegan mas tarde), la ley del movimiento los hace irrepetibles. La vida es movimiento, continuidad y cambio, se regenera sola, por eso los destruye, los convierte en pasado y aunque a veces perviven asidos del recuerdo finalmente nos dejan convertidos en nada. Esto, que es tan sencillo,  cuando por fin sucede no tiene marcha atrás.
La vida se compone de infinitos momentos. De instantes intangibles que pueden realizarse de forma repetida, automáticamente, hasta la saciedad, pero no se repiten. Aunque parezca el mismo, cualquier acto es distinto de los que lo preceden. Todos cambiamos siempre. Imperceptiblemente. Nos creemos inmortales, seres indivisibles protegidos tal vez por un halo invisible, pero nos engañamos. La ceguera nos marca. Somos solo viajeros en una travesía donde todo es distinto y nuevo y  movimiento.
Cuando nos damos cuenta, queremos regresar y enmendar los errores repitiendo los actos que entonces realizamos  pero nunca es posible. Ya no somos los mismos. No suele haber dos vidas para vivir en una, dos oportunidades para enmendar la falta. Nunca nada sucede como estaba previsto ( aunque resulte cómodo pensar que ha sucedido). Por eso establecemos las rígidas barreras  defensivas y absurdas que llamamos costumbres, para frenar el cambio, para hacerlo intangible. Pero no lo logramos. Las costumbres nos atan, defendemos con ellas la estructura formal. Se inventan los horarios y las obligaciones. Nuestra vida se amolda y así parece estable pero es un espejismo.
Soñamos la quietud y solo hay mutación, cambio desesperado. La quimera es la calma y cuando el error llega y aparece el dolor y queremos librarnos de nuestra propia trampa ( nosotros la creamos, pagamos nuestras faltas) y romper ataduras, vemos que es imposible porque ya no hay regreso. Pensamos lo invariable y todo es variación, movimiento continuo, una extraña mudanza donde nada es  idéntico, que sigue sin nosotros y que de pronto estalla, rompiendo nuestras almas que ya están condenadas, (cuando por fin sabemos), a permanecer quietas, estáticas, inermes. Y ya no somos nada.
¿Pienso mientras me muero, y de entre tantas cosas, de entre tantos recuerdos, porqué pienso esto ahora?. ¿Porqué intento decirlo, aunque sé que no puedo?. Revivo las ideas que me han obsesionado en los últimos meses. Me parecen un sueño, pero ellas no se alejan, pese a que las ignoro - o lo intento en mi estado -, continúan a mi lado tozudas e imborrables: Los opuestos extraños que acaban encontrándose. Movimiento y quietud. Agitación y calma. ¿ Vida y muerte tal vez?. ¿Solo una circunstancia distinta y sucesiva?. ¿Estados paralelos, las apariencias múltiples de la misma substancia?.
Me parece soñar. Frente a la confusión que ocurre ante mis ojos, me atrevo a imaginarme pensando que imagino mientras sigo soñando. Me planteo las cuestiones que no tienen respuesta. Ya solo son un juego.
Esta es mi realidad: Solo hace unos minutos hablaba por hablar y ahora me estoy muriendo. Se que lo que sucede mas allá de mis ojos; su rostro de terror, su agitación, su miedo, no es mas que la verdad. Todo se ha consumado, pero en el torbellino, mas allá del abismo, lejanas pero exactas, atávicas, antiguas, también inapelables, allí están mis palabras. Son las que dije antes. Me escucho pronunciarlas. Las dije sin pensar, mientras los dos corríamos, como un reflejo más de lo que me obsesiona. Han pasado minutos. Ha transcurrido un mundo desde que fueron dichas y aun se que fui yo mismo el que las pronunció:
 - La vida es mutación, variación, movimiento – Digo mientras traslado mis huesos torpemente, hablando por hablar, cuando hacerlo era fácil porque aun todo era incierto y todo era posible.
Regreso a ese momento y aun pienso y aun camino, y contemplo mis piernas, mis muslos enfundados en la malla de tela que los aísla del frío; y me escucho decirlo mientras lo estoy pensando. Me parece sencillo pensar y hablar a un tiempo, las ideas coordinadas que afluyen a los labios se agolpan en los míos. Hoy sé que no estoy  solo y  rompo mi mutismo. Sé que hay otro a mi lado y que por eso hablo, para sentir la voz que resuena en mi mente y convertida en nieve llega hasta sus oídos; para saber que sabe, tal vez para vencerle ( yo sé que es mi enemigo).
 Hoy me costó trabajo levantarme de nuevo y abandonar la cama en la que ella yacía e inventar la rutina como hago cada día. Pero lo he conseguido. He salido a la calle para hacer lo de siempre, lo de cada mañana. Corro por esta tierra -soy fiel a mis ideas, mantengo mis costumbres intentando engañarme- , y en mitad de mis pasos me lo he encontrado a él. ¿Fue por casualidad?. Aterido de frío, salió de entre las sombras fingiendo que corría pese a que me esperaba. Se ha hecho el encontradizo y ha venido conmigo y yo he jugado el juego: me mostré sorprendido, y amable y aliviado, y le invité a correr. Ahora sigue a mi lado en el amanecer, y vuelve su cabeza  mientras yo sigo hablando. Atiende a mis palabras, con un gesto cortés, noblemente callado.
Mientras los dos jugamos a que no pasa nada, a que todo es casual, mientras filosofamos y los dos nos mentimos, se va afilando el odio y  estallan nuestros pasos en mitad de la calle, acompasadamente. Prolongan nuestras formas las luces de la noche y apretamos los dientes y aun vamos mas deprisa, mirando de soslayo por ver si el otro cede, pero eso no sucede. Él es joven, lo sé. Sé que tendrá ventaja, pero acelero el paso y respiro deprisa y me laten las sienes. Si alguien nos observara podría ver dos extraños que corren sin mirarse, en el amanecer. La noche también corre siguiendo nuestros pasos y ante nuestra insistencia, por fin se muestra el sol. Mientras sigo corriendo descubro el día  que nace como cada mañana y de nuevo me miento. Finjo una indiferencia que me deja agotado, y de repente pienso sin poder evitarlo: ¿Alguien abrió mis ojos porque estaban cerrados o se inventó la luz detrás del horizonte?. Se me acelera el pulso aun más si es que es posible. Amanece – me digo-. Me gusta este momento y todas las mañanas suelo pararme ahora para cambiar el aire que falta en mis pulmones, descanso unos minutos, respiro, vuelvo a andar.
Pero hoy no me detengo.
Continuo mi carrera porque él está conmigo y debo derrotarle. Me zumba la cabeza pero cierro los ojos para que no lo note, y durante ese instante en que me siento débil la compasión me ocupa y trato de ser justo. Tal vez los dos sentimos la misma paradoja y fingimos no verla y tal vez no tenemos porqué seguir corriendo. Tal vez todo es absurdo.¿Podemos ser amigos pese a que nos odiamos?. No existe nada nuevo, me dicen mis entrañas.Esto ya ocurrió antes. Yo ya corrí otras veces hasta caer agotado, también he sido odiado, y engañado y cautivo.
Mientras, renace el sol. De nuevo ha amanecido.
Caminamos deprisa cuando ya brilla el día como una única trama pero no me detengo. Nos hemos agotado intentando rompernos. Ya no estamos enteros pero no lo admitimos y yo siento mis vísceras moviéndose también, su turbio despertar, su grito de protesta como el del universo que me estalla en el cielo.
-La vida es movimiento.- Vuelvo a mis obsesiones, pero ahora no las digo. Ya no me queda aliento y en medio del silencio siento mi corazón latir sin yo pedirlo, galopar en mi pecho como un esclavo ciego sujeto a servidumbres que ni siquiera entiende. Su latido es continuo, certero, inexorable, sistólico y diastólico, rítmico y estridente y en él nace mi vida. Su cadencia me extraña porque no la domino. Reinicio la carrera y no debiera hacerlo. Camino mas deprisa, fingiendo una frescura que ni siquiera sueño, y él continua mis pasos. Luego me miro el pecho: Corazón, compañero,
 ¿ tu también estas solo?, y continúo avanzando.
Regresamos a casa como dos escolares que han competido a ciegas. Nos vamos acercando. Ha pasado ya un rato cuando llega el dolor ( ¿ Tal vez sea esa respuesta que me envía el corazón y yo ya no esperaba?). Mi cuerpo se desplaza, gira sobre sí mismo y se hunde en un espasmo que es como un latigazo y que de pronto pasa; y durante ese instante en el que abrazo el suelo, sin entender porque mi pensamiento vuela: 
- Si la vida se mueve; ¿Cómo pensar  su cese?, ¿Y como  definirlo?. ¿Cuáles son las palabras que nombran el final?, ¿Qué leyes lo interpretan?. ¿Pudiera ser soñado tal vez como esta dulce sensación de quietud, extraña y opresiva?. ¿Como la calma intensa, interior y absoluta, que ahora viaja conmigo?. ¿O como la distancia que siguió a ese dolor que vino hace un segundo y me obligó a pararme y a dejar de correr, o la tranquilidad que siento mientras caigo y observo la expresión de terror e impotencia reflejada en su rostro?.
Este será mi premio. Sé que el otro me observa, también que está sufriendo tal vez mas que yo mismo. Por eso abro los ojos. Pudo haber sido bello si esto hubiera ocurrido cuando llegaba el sol, ser un final idílico pero ya no será, y esta es mi última imagen: El rostro de ese  hombre que ha corrido conmigo y mira mientras muero.
( Actos irrepetibles, idénticos, distintos. Gestos, sucesos, horas, segundos, movimiento. Su ley se impone siempre. Cualquier hecho pequeño, o infinitesimal se vuelve decisivo. Aun recuerdo el segundo en el que vi sus ojos y supe que me odiaba y ya no había remedio, que me daría la espalda y se volvería al otro, al que hoy corrió conmigo y ahora me ve morir.
 Al que estará a su lado cuando yo me haya ido dándole a la traición ese nuevo sentido que se vuelve nobleza.
Al que se dice amigo y hoy intentaba hablarme.
Al que amó a mi mujer sin pedirme permiso y  no tuvo piedad, y hoy iba a destrozarme).
No sé si estoy soñando mi vieja pesadilla de viejo enamorado, si mis celos me llevan a pensar que estoy muerto y ahora concluye el sueño que he soñado esta noche y llega la quietud.
Mi espalda está sudada. Afuera hay movimiento.
¿Despertaré tal vez?. ¿ Se ha acabado mi vida?.
    
                                 (III)
El joven se levanta. Ya no queda esperanza. Ve alejarse las luces que marcan la ambulancia y escucha su sonido, claro, estridente, absurdo.
De pronto se da cuenta de que está destrozado, de que él murió en sus brazos y sabe simplemente que debe hablar con ella, que ha de contarlo todo para poder vivir.
La buscará mas tarde. Ahora no tiene fuerza. Piensa en volver a casa, en ducharse, en dormir, en olvidarlo todo. Recuerda las pastillas que tomó esta mañana para evitar su alergia. Tose descompasado. Comienza a caminar.
Luego la vida sigue, móvil, inacabable.

La ley del movimiento. Francisco Cañabate Reche

LA LEY DEL MOVIMIENTO de Francisco Cañabate Reche

(I) Despierta la mañana y en medio de la calle, sobre la acera aun fría, hay un hombre tumbado. Es un hombre maduro, vestido con cuidado, con ropa deportiva que ha costado muy cara. Pese a tanto detalle, pese a la perfección con que se ha preparado para sus ejercicios su espalda está mojada. Por esta simple pista, nosotros que observamos sabemos que su cuerpo se ha esforzado por él. Los ricos también sudan, pensamos un instante, pero eso ya no importa. Ya no tiene sentido, porque ahora todo es nuevo.
Las reglas son distintas. La vida nos iguala. Solo hace unos segundos que cayó fulminado, como herido de rayo y ha quedado en el suelo. Si miramos de cerca vemos su cuerpo yerto, los brazos extendidos, inermes y cautivos del tronco que los ata, la palidez intensa sobre al tez bronceada, su quietud, su silencio. Si miramos de nuevo, todo cuanto nos muestra  hace pensar que ha muerto, pero él aun sigue vivo.
Junto a él, hay otro hombre, este no tiñe canas. Es mas joven, mas alto, es quizás mas moreno. Ha corrido con él y ahora sufre a su lado. Sería un hombre agraciado si no tuviera miedo. Cautivo del horror transpira intensamente, suda casi a raudales y su rostro se agita. Como un desesperado intenta reanimar al otro que se agota, pero no logra hacerlo. Al principio gritó pero no lo oyó nadie, ahora sigue en silencio. Como vio en algún sitio, sentado sobre el hombre, cabalgando en su vientre, ha golpeado su pecho e inclina ahora su rostro para insuflar el aire en los labios azules.
            Mientras todo esto ocurre, la calle está desierta. Los dos hombres la ocupan, solos, por un momento. Entonces llega alguien. Un transeúnte que pasa por la acera de enfrente, se acerca y ve la escena.
-¡Voy a pedir ayuda!, grita sin proponérselo, y vuelve a la carrera hacia el bar mas cercano, que abrió hace unos minutos, para hablar por teléfono.
. Una mujer delgada abandona un portal. Los mira mientras pasa pero no se detiene. No llega a entender nada. Siente la obscenidad de la muerte en el suelo y no puede aguantarla. También grita y se aleja. A los pocos minutos, lejos, se oyen sirenas. Se congregan  entonces curiosos ojeadores que salen de las puertas que antes había cerradas. Viven el episodio lo mismo que un enjambre que zumba entre las flores y comentan la anécdota de forma acalorada, pero nadie se mueve.
Nadie ayuda a aquel hombre que sigue sobre el otro, solo, desesperado, y  pesar del horror continua con su esfuerzo. Se agota. Persevera. Aun persiste en su empeño. Quiere salvar los restos del ser que casi muere, demudado, en el suelo.¿Qué le lleva a intentarlo?. Tal vez tiene motivos que todos ignoramos para seguir luchando. Insiste con vehemencia haciendo lo que sabe de forma recurrente, una, dos veces, muchas, comprime el corazón, empuja los pulmones e insufla aire caliente, pero el hombre quebrado que se apoya en la dura superficie enlosada, sigue sin responder. No se mueve, no late, no respira siquiera y sus manos crispadas se han abierto despacio dejando escapar algo- puede ser la esperanza- que no supimos ver.
En medio del desastre, entre la algarabía que se forma mas tarde, cuando llegan los médicos- sonido de sirenas, gritos entrecortados, voces, mandatos, prisas- solo brillan los ojos de aquel hombre tumbado, que parecen soñar, nublados pero vivos.
                                                           (II)
            Los actos, cada uno, un tenue movimiento, una insignificante mirada de soslayo, un gesto esquivo, exacto, arbitrario o furtivo, desganado o enérgico, fugaz o indefinido, uno cualquiera o todos, esos pequeños actos que no tienen sentido, pueden ser decisivos, porque son actos únicos. Los dejamos pasar, pero, por muy minúsculos que finalmente sean, por muy inadvertidos que pasen para todos , hasta para nosotros ( los hicimos entonces y no nos dimos cuenta, los olvidamos luego pero llegan mas tarde), la ley del movimiento los hace irrepetibles. La vida es movimiento, continuidad y cambio, se regenera sola, por eso los destruye, los convierte en pasado y aunque a veces perviven asidos del recuerdo finalmente nos dejan convertidos en nada. Esto, que es tan sencillo,  cuando por fin sucede no tiene marcha atrás.
La vida se compone de infinitos momentos. De instantes intangibles que pueden realizarse de forma repetida, automáticamente, hasta la saciedad, pero no se repiten. Aunque parezca el mismo, cualquier acto es distinto de los que lo preceden. Todos cambiamos siempre. Imperceptiblemente. Nos creemos inmortales, seres indivisibles protegidos tal vez por un halo invisible, pero nos engañamos. La ceguera nos marca. Somos solo viajeros en una travesía donde todo es distinto y nuevo y  movimiento.
Cuando nos damos cuenta, queremos regresar y enmendar los errores repitiendo los actos que entonces realizamos  pero nunca es posible. Ya no somos los mismos. No suele haber dos vidas para vivir en una, dos oportunidades para enmendar la falta. Nunca nada sucede como estaba previsto ( aunque resulte cómodo pensar que ha sucedido). Por eso establecemos las rígidas barreras  defensivas y absurdas que llamamos costumbres, para frenar el cambio, para hacerlo intangible. Pero no lo logramos. Las costumbres nos atan, defendemos con ellas la estructura formal. Se inventan los horarios y las obligaciones. Nuestra vida se amolda y así parece estable pero es un espejismo.
Soñamos la quietud y solo hay mutación, cambio desesperado. La quimera es la calma y cuando el error llega y aparece el dolor y queremos librarnos de nuestra propia trampa ( nosotros la creamos, pagamos nuestras faltas) y romper ataduras, vemos que es imposible porque ya no hay regreso. Pensamos lo invariable y todo es variación, movimiento continuo, una extraña mudanza donde nada es  idéntico, que sigue sin nosotros y que de pronto estalla, rompiendo nuestras almas que ya están condenadas, (cuando por fin sabemos), a permanecer quietas, estáticas, inermes. Y ya no somos nada.
¿Pienso mientras me muero, y de entre tantas cosas, de entre tantos recuerdos, porqué pienso esto ahora?. ¿Porqué intento decirlo, aunque sé que no puedo?. Revivo las ideas que me han obsesionado en los últimos meses. Me parecen un sueño, pero ellas no se alejan, pese a que las ignoro - o lo intento en mi estado -, continúan a mi lado tozudas e imborrables: Los opuestos extraños que acaban encontrándose. Movimiento y quietud. Agitación y calma. ¿ Vida y muerte tal vez?. ¿Solo una circunstancia distinta y sucesiva?. ¿Estados paralelos, las apariencias múltiples de la misma substancia?.
Me parece soñar. Frente a la confusión que ocurre ante mis ojos, me atrevo a imaginarme pensando que imagino mientras sigo soñando. Me planteo las cuestiones que no tienen respuesta. Ya solo son un juego.
Esta es mi realidad: Solo hace unos minutos hablaba por hablar y ahora me estoy muriendo. Se que lo que sucede mas allá de mis ojos; su rostro de terror, su agitación, su miedo, no es mas que la verdad. Todo se ha consumado, pero en el torbellino, mas allá del abismo, lejanas pero exactas, atávicas, antiguas, también inapelables, allí están mis palabras. Son las que dije antes. Me escucho pronunciarlas. Las dije sin pensar, mientras los dos corríamos, como un reflejo más de lo que me obsesiona. Han pasado minutos. Ha transcurrido un mundo desde que fueron dichas y aun se que fui yo mismo el que las pronunció:
 - La vida es mutación, variación, movimiento – Digo mientras traslado mis huesos torpemente, hablando por hablar, cuando hacerlo era fácil porque aun todo era incierto y todo era posible.
Regreso a ese momento y aun pienso y aun camino, y contemplo mis piernas, mis muslos enfundados en la malla de tela que los aísla del frío; y me escucho decirlo mientras lo estoy pensando. Me parece sencillo pensar y hablar a un tiempo, las ideas coordinadas que afluyen a los labios se agolpan en los míos. Hoy sé que no estoy  solo y  rompo mi mutismo. Sé que hay otro a mi lado y que por eso hablo, para sentir la voz que resuena en mi mente y convertida en nieve llega hasta sus oídos; para saber que sabe, tal vez para vencerle ( yo sé que es mi enemigo).
 Hoy me costó trabajo levantarme de nuevo y abandonar la cama en la que ella yacía e inventar la rutina como hago cada día. Pero lo he conseguido. He salido a la calle para hacer lo de siempre, lo de cada mañana. Corro por esta tierra -soy fiel a mis ideas, mantengo mis costumbres intentando engañarme- , y en mitad de mis pasos me lo he encontrado a él. ¿Fue por casualidad?. Aterido de frío, salió de entre las sombras fingiendo que corría pese a que me esperaba. Se ha hecho el encontradizo y ha venido conmigo y yo he jugado el juego: me mostré sorprendido, y amable y aliviado, y le invité a correr. Ahora sigue a mi lado en el amanecer, y vuelve su cabeza  mientras yo sigo hablando. Atiende a mis palabras, con un gesto cortés, noblemente callado.
Mientras los dos jugamos a que no pasa nada, a que todo es casual, mientras filosofamos y los dos nos mentimos, se va afilando el odio y  estallan nuestros pasos en mitad de la calle, acompasadamente. Prolongan nuestras formas las luces de la noche y apretamos los dientes y aun vamos mas deprisa, mirando de soslayo por ver si el otro cede, pero eso no sucede. Él es joven, lo sé. Sé que tendrá ventaja, pero acelero el paso y respiro deprisa y me laten las sienes. Si alguien nos observara podría ver dos extraños que corren sin mirarse, en el amanecer. La noche también corre siguiendo nuestros pasos y ante nuestra insistencia, por fin se muestra el sol. Mientras sigo corriendo descubro el día  que nace como cada mañana y de nuevo me miento. Finjo una indiferencia que me deja agotado, y de repente pienso sin poder evitarlo: ¿Alguien abrió mis ojos porque estaban cerrados o se inventó la luz detrás del horizonte?. Se me acelera el pulso aun más si es que es posible. Amanece – me digo-. Me gusta este momento y todas las mañanas suelo pararme ahora para cambiar el aire que falta en mis pulmones, descanso unos minutos, respiro, vuelvo a andar.
Pero hoy no me detengo.
Continuo mi carrera porque él está conmigo y debo derrotarle. Me zumba la cabeza pero cierro los ojos para que no lo note, y durante ese instante en que me siento débil la compasión me ocupa y trato de ser justo. Tal vez los dos sentimos la misma paradoja y fingimos no verla y tal vez no tenemos porqué seguir corriendo. Tal vez todo es absurdo.¿Podemos ser amigos pese a que nos odiamos?. No existe nada nuevo, me dicen mis entrañas.Esto ya ocurrió antes. Yo ya corrí otras veces hasta caer agotado, también he sido odiado, y engañado y cautivo.
Mientras, renace el sol. De nuevo ha amanecido.
Caminamos deprisa cuando ya brilla el día como una única trama pero no me detengo. Nos hemos agotado intentando rompernos. Ya no estamos enteros pero no lo admitimos y yo siento mis vísceras moviéndose también, su turbio despertar, su grito de protesta como el del universo que me estalla en el cielo.
-La vida es movimiento.- Vuelvo a mis obsesiones, pero ahora no las digo. Ya no me queda aliento y en medio del silencio siento mi corazón latir sin yo pedirlo, galopar en mi pecho como un esclavo ciego sujeto a servidumbres que ni siquiera entiende. Su latido es continuo, certero, inexorable, sistólico y diastólico, rítmico y estridente y en él nace mi vida. Su cadencia me extraña porque no la domino. Reinicio la carrera y no debiera hacerlo. Camino mas deprisa, fingiendo una frescura que ni siquiera sueño, y él continua mis pasos. Luego me miro el pecho: Corazón, compañero,
 ¿ tu también estas solo?, y continúo avanzando.
Regresamos a casa como dos escolares que han competido a ciegas. Nos vamos acercando. Ha pasado ya un rato cuando llega el dolor ( ¿ Tal vez sea esa respuesta que me envía el corazón y yo ya no esperaba?). Mi cuerpo se desplaza, gira sobre sí mismo y se hunde en un espasmo que es como un latigazo y que de pronto pasa; y durante ese instante en el que abrazo el suelo, sin entender porque mi pensamiento vuela: 
- Si la vida se mueve; ¿Cómo pensar  su cese?, ¿Y como  definirlo?. ¿Cuáles son las palabras que nombran el final?, ¿Qué leyes lo interpretan?. ¿Pudiera ser soñado tal vez como esta dulce sensación de quietud, extraña y opresiva?. ¿Como la calma intensa, interior y absoluta, que ahora viaja conmigo?. ¿O como la distancia que siguió a ese dolor que vino hace un segundo y me obligó a pararme y a dejar de correr, o la tranquilidad que siento mientras caigo y observo la expresión de terror e impotencia reflejada en su rostro?.
Este será mi premio. Sé que el otro me observa, también que está sufriendo tal vez mas que yo mismo. Por eso abro los ojos. Pudo haber sido bello si esto hubiera ocurrido cuando llegaba el sol, ser un final idílico pero ya no será, y esta es mi última imagen: El rostro de ese  hombre que ha corrido conmigo y mira mientras muero.
( Actos irrepetibles, idénticos, distintos. Gestos, sucesos, horas, segundos, movimiento. Su ley se impone siempre. Cualquier hecho pequeño, o infinitesimal se vuelve decisivo. Aun recuerdo el segundo en el que vi sus ojos y supe que me odiaba y ya no había remedio, que me daría la espalda y se volvería al otro, al que hoy corrió conmigo y ahora me ve morir.
 Al que estará a su lado cuando yo me haya ido dándole a la traición ese nuevo sentido que se vuelve nobleza.
Al que se dice amigo y hoy intentaba hablarme.
Al que amó a mi mujer sin pedirme permiso y  no tuvo piedad, y hoy iba a destrozarme).
No sé si estoy soñando mi vieja pesadilla de viejo enamorado, si mis celos me llevan a pensar que estoy muerto y ahora concluye el sueño que he soñado esta noche y llega la quietud.
Mi espalda está sudada. Afuera hay movimiento.
¿Despertaré tal vez?. ¿ Se ha acabado mi vida?.
    
                                 (III)
El joven se levanta. Ya no queda esperanza. Ve alejarse las luces que marcan la ambulancia y escucha su sonido, claro, estridente, absurdo.
De pronto se da cuenta de que está destrozado, de que él murió en sus brazos y sabe simplemente que debe hablar con ella, que ha de contarlo todo para poder vivir.
La buscará mas tarde. Ahora no tiene fuerza. Piensa en volver a casa, en ducharse, en dormir, en olvidarlo todo. Recuerda las pastillas que tomó esta mañana para evitar su alergia. Tose descompasado. Comienza a caminar.
Luego la vida sigue, móvil, inacabable.