La ley del movimiento. Francisco Cañabate Reche

LA LEY DEL MOVIMIENTO de Francisco Cañabate Reche

(I) Despierta la mañana y en medio de la calle, sobre la acera aun fría, hay un hombre tumbado. Es un hombre maduro, vestido con cuidado, con ropa deportiva que ha costado muy cara. Pese a tanto detalle, pese a la perfección con que se ha preparado para sus ejercicios su espalda está mojada. Por esta simple pista, nosotros que observamos sabemos que su cuerpo se ha esforzado por él. Los ricos también sudan, pensamos un instante, pero eso ya no importa. Ya no tiene sentido, porque ahora todo es nuevo.
Las reglas son distintas. La vida nos iguala. Solo hace unos segundos que cayó fulminado, como herido de rayo y ha quedado en el suelo. Si miramos de cerca vemos su cuerpo yerto, los brazos extendidos, inermes y cautivos del tronco que los ata, la palidez intensa sobre al tez bronceada, su quietud, su silencio. Si miramos de nuevo, todo cuanto nos muestra  hace pensar que ha muerto, pero él aun sigue vivo.
Junto a él, hay otro hombre, este no tiñe canas. Es mas joven, mas alto, es quizás mas moreno. Ha corrido con él y ahora sufre a su lado. Sería un hombre agraciado si no tuviera miedo. Cautivo del horror transpira intensamente, suda casi a raudales y su rostro se agita. Como un desesperado intenta reanimar al otro que se agota, pero no logra hacerlo. Al principio gritó pero no lo oyó nadie, ahora sigue en silencio. Como vio en algún sitio, sentado sobre el hombre, cabalgando en su vientre, ha golpeado su pecho e inclina ahora su rostro para insuflar el aire en los labios azules.
            Mientras todo esto ocurre, la calle está desierta. Los dos hombres la ocupan, solos, por un momento. Entonces llega alguien. Un transeúnte que pasa por la acera de enfrente, se acerca y ve la escena.
-¡Voy a pedir ayuda!, grita sin proponérselo, y vuelve a la carrera hacia el bar mas cercano, que abrió hace unos minutos, para hablar por teléfono.
. Una mujer delgada abandona un portal. Los mira mientras pasa pero no se detiene. No llega a entender nada. Siente la obscenidad de la muerte en el suelo y no puede aguantarla. También grita y se aleja. A los pocos minutos, lejos, se oyen sirenas. Se congregan  entonces curiosos ojeadores que salen de las puertas que antes había cerradas. Viven el episodio lo mismo que un enjambre que zumba entre las flores y comentan la anécdota de forma acalorada, pero nadie se mueve.
Nadie ayuda a aquel hombre que sigue sobre el otro, solo, desesperado, y  pesar del horror continua con su esfuerzo. Se agota. Persevera. Aun persiste en su empeño. Quiere salvar los restos del ser que casi muere, demudado, en el suelo.¿Qué le lleva a intentarlo?. Tal vez tiene motivos que todos ignoramos para seguir luchando. Insiste con vehemencia haciendo lo que sabe de forma recurrente, una, dos veces, muchas, comprime el corazón, empuja los pulmones e insufla aire caliente, pero el hombre quebrado que se apoya en la dura superficie enlosada, sigue sin responder. No se mueve, no late, no respira siquiera y sus manos crispadas se han abierto despacio dejando escapar algo- puede ser la esperanza- que no supimos ver.
En medio del desastre, entre la algarabía que se forma mas tarde, cuando llegan los médicos- sonido de sirenas, gritos entrecortados, voces, mandatos, prisas- solo brillan los ojos de aquel hombre tumbado, que parecen soñar, nublados pero vivos.
                                                           (II)
            Los actos, cada uno, un tenue movimiento, una insignificante mirada de soslayo, un gesto esquivo, exacto, arbitrario o furtivo, desganado o enérgico, fugaz o indefinido, uno cualquiera o todos, esos pequeños actos que no tienen sentido, pueden ser decisivos, porque son actos únicos. Los dejamos pasar, pero, por muy minúsculos que finalmente sean, por muy inadvertidos que pasen para todos , hasta para nosotros ( los hicimos entonces y no nos dimos cuenta, los olvidamos luego pero llegan mas tarde), la ley del movimiento los hace irrepetibles. La vida es movimiento, continuidad y cambio, se regenera sola, por eso los destruye, los convierte en pasado y aunque a veces perviven asidos del recuerdo finalmente nos dejan convertidos en nada. Esto, que es tan sencillo,  cuando por fin sucede no tiene marcha atrás.
La vida se compone de infinitos momentos. De instantes intangibles que pueden realizarse de forma repetida, automáticamente, hasta la saciedad, pero no se repiten. Aunque parezca el mismo, cualquier acto es distinto de los que lo preceden. Todos cambiamos siempre. Imperceptiblemente. Nos creemos inmortales, seres indivisibles protegidos tal vez por un halo invisible, pero nos engañamos. La ceguera nos marca. Somos solo viajeros en una travesía donde todo es distinto y nuevo y  movimiento.
Cuando nos damos cuenta, queremos regresar y enmendar los errores repitiendo los actos que entonces realizamos  pero nunca es posible. Ya no somos los mismos. No suele haber dos vidas para vivir en una, dos oportunidades para enmendar la falta. Nunca nada sucede como estaba previsto ( aunque resulte cómodo pensar que ha sucedido). Por eso establecemos las rígidas barreras  defensivas y absurdas que llamamos costumbres, para frenar el cambio, para hacerlo intangible. Pero no lo logramos. Las costumbres nos atan, defendemos con ellas la estructura formal. Se inventan los horarios y las obligaciones. Nuestra vida se amolda y así parece estable pero es un espejismo.
Soñamos la quietud y solo hay mutación, cambio desesperado. La quimera es la calma y cuando el error llega y aparece el dolor y queremos librarnos de nuestra propia trampa ( nosotros la creamos, pagamos nuestras faltas) y romper ataduras, vemos que es imposible porque ya no hay regreso. Pensamos lo invariable y todo es variación, movimiento continuo, una extraña mudanza donde nada es  idéntico, que sigue sin nosotros y que de pronto estalla, rompiendo nuestras almas que ya están condenadas, (cuando por fin sabemos), a permanecer quietas, estáticas, inermes. Y ya no somos nada.
¿Pienso mientras me muero, y de entre tantas cosas, de entre tantos recuerdos, porqué pienso esto ahora?. ¿Porqué intento decirlo, aunque sé que no puedo?. Revivo las ideas que me han obsesionado en los últimos meses. Me parecen un sueño, pero ellas no se alejan, pese a que las ignoro - o lo intento en mi estado -, continúan a mi lado tozudas e imborrables: Los opuestos extraños que acaban encontrándose. Movimiento y quietud. Agitación y calma. ¿ Vida y muerte tal vez?. ¿Solo una circunstancia distinta y sucesiva?. ¿Estados paralelos, las apariencias múltiples de la misma substancia?.
Me parece soñar. Frente a la confusión que ocurre ante mis ojos, me atrevo a imaginarme pensando que imagino mientras sigo soñando. Me planteo las cuestiones que no tienen respuesta. Ya solo son un juego.
Esta es mi realidad: Solo hace unos minutos hablaba por hablar y ahora me estoy muriendo. Se que lo que sucede mas allá de mis ojos; su rostro de terror, su agitación, su miedo, no es mas que la verdad. Todo se ha consumado, pero en el torbellino, mas allá del abismo, lejanas pero exactas, atávicas, antiguas, también inapelables, allí están mis palabras. Son las que dije antes. Me escucho pronunciarlas. Las dije sin pensar, mientras los dos corríamos, como un reflejo más de lo que me obsesiona. Han pasado minutos. Ha transcurrido un mundo desde que fueron dichas y aun se que fui yo mismo el que las pronunció:
 - La vida es mutación, variación, movimiento – Digo mientras traslado mis huesos torpemente, hablando por hablar, cuando hacerlo era fácil porque aun todo era incierto y todo era posible.
Regreso a ese momento y aun pienso y aun camino, y contemplo mis piernas, mis muslos enfundados en la malla de tela que los aísla del frío; y me escucho decirlo mientras lo estoy pensando. Me parece sencillo pensar y hablar a un tiempo, las ideas coordinadas que afluyen a los labios se agolpan en los míos. Hoy sé que no estoy  solo y  rompo mi mutismo. Sé que hay otro a mi lado y que por eso hablo, para sentir la voz que resuena en mi mente y convertida en nieve llega hasta sus oídos; para saber que sabe, tal vez para vencerle ( yo sé que es mi enemigo).
 Hoy me costó trabajo levantarme de nuevo y abandonar la cama en la que ella yacía e inventar la rutina como hago cada día. Pero lo he conseguido. He salido a la calle para hacer lo de siempre, lo de cada mañana. Corro por esta tierra -soy fiel a mis ideas, mantengo mis costumbres intentando engañarme- , y en mitad de mis pasos me lo he encontrado a él. ¿Fue por casualidad?. Aterido de frío, salió de entre las sombras fingiendo que corría pese a que me esperaba. Se ha hecho el encontradizo y ha venido conmigo y yo he jugado el juego: me mostré sorprendido, y amable y aliviado, y le invité a correr. Ahora sigue a mi lado en el amanecer, y vuelve su cabeza  mientras yo sigo hablando. Atiende a mis palabras, con un gesto cortés, noblemente callado.
Mientras los dos jugamos a que no pasa nada, a que todo es casual, mientras filosofamos y los dos nos mentimos, se va afilando el odio y  estallan nuestros pasos en mitad de la calle, acompasadamente. Prolongan nuestras formas las luces de la noche y apretamos los dientes y aun vamos mas deprisa, mirando de soslayo por ver si el otro cede, pero eso no sucede. Él es joven, lo sé. Sé que tendrá ventaja, pero acelero el paso y respiro deprisa y me laten las sienes. Si alguien nos observara podría ver dos extraños que corren sin mirarse, en el amanecer. La noche también corre siguiendo nuestros pasos y ante nuestra insistencia, por fin se muestra el sol. Mientras sigo corriendo descubro el día  que nace como cada mañana y de nuevo me miento. Finjo una indiferencia que me deja agotado, y de repente pienso sin poder evitarlo: ¿Alguien abrió mis ojos porque estaban cerrados o se inventó la luz detrás del horizonte?. Se me acelera el pulso aun más si es que es posible. Amanece – me digo-. Me gusta este momento y todas las mañanas suelo pararme ahora para cambiar el aire que falta en mis pulmones, descanso unos minutos, respiro, vuelvo a andar.
Pero hoy no me detengo.
Continuo mi carrera porque él está conmigo y debo derrotarle. Me zumba la cabeza pero cierro los ojos para que no lo note, y durante ese instante en que me siento débil la compasión me ocupa y trato de ser justo. Tal vez los dos sentimos la misma paradoja y fingimos no verla y tal vez no tenemos porqué seguir corriendo. Tal vez todo es absurdo.¿Podemos ser amigos pese a que nos odiamos?. No existe nada nuevo, me dicen mis entrañas.Esto ya ocurrió antes. Yo ya corrí otras veces hasta caer agotado, también he sido odiado, y engañado y cautivo.
Mientras, renace el sol. De nuevo ha amanecido.
Caminamos deprisa cuando ya brilla el día como una única trama pero no me detengo. Nos hemos agotado intentando rompernos. Ya no estamos enteros pero no lo admitimos y yo siento mis vísceras moviéndose también, su turbio despertar, su grito de protesta como el del universo que me estalla en el cielo.
-La vida es movimiento.- Vuelvo a mis obsesiones, pero ahora no las digo. Ya no me queda aliento y en medio del silencio siento mi corazón latir sin yo pedirlo, galopar en mi pecho como un esclavo ciego sujeto a servidumbres que ni siquiera entiende. Su latido es continuo, certero, inexorable, sistólico y diastólico, rítmico y estridente y en él nace mi vida. Su cadencia me extraña porque no la domino. Reinicio la carrera y no debiera hacerlo. Camino mas deprisa, fingiendo una frescura que ni siquiera sueño, y él continua mis pasos. Luego me miro el pecho: Corazón, compañero,
 ¿ tu también estas solo?, y continúo avanzando.
Regresamos a casa como dos escolares que han competido a ciegas. Nos vamos acercando. Ha pasado ya un rato cuando llega el dolor ( ¿ Tal vez sea esa respuesta que me envía el corazón y yo ya no esperaba?). Mi cuerpo se desplaza, gira sobre sí mismo y se hunde en un espasmo que es como un latigazo y que de pronto pasa; y durante ese instante en el que abrazo el suelo, sin entender porque mi pensamiento vuela: 
- Si la vida se mueve; ¿Cómo pensar  su cese?, ¿Y como  definirlo?. ¿Cuáles son las palabras que nombran el final?, ¿Qué leyes lo interpretan?. ¿Pudiera ser soñado tal vez como esta dulce sensación de quietud, extraña y opresiva?. ¿Como la calma intensa, interior y absoluta, que ahora viaja conmigo?. ¿O como la distancia que siguió a ese dolor que vino hace un segundo y me obligó a pararme y a dejar de correr, o la tranquilidad que siento mientras caigo y observo la expresión de terror e impotencia reflejada en su rostro?.
Este será mi premio. Sé que el otro me observa, también que está sufriendo tal vez mas que yo mismo. Por eso abro los ojos. Pudo haber sido bello si esto hubiera ocurrido cuando llegaba el sol, ser un final idílico pero ya no será, y esta es mi última imagen: El rostro de ese  hombre que ha corrido conmigo y mira mientras muero.
( Actos irrepetibles, idénticos, distintos. Gestos, sucesos, horas, segundos, movimiento. Su ley se impone siempre. Cualquier hecho pequeño, o infinitesimal se vuelve decisivo. Aun recuerdo el segundo en el que vi sus ojos y supe que me odiaba y ya no había remedio, que me daría la espalda y se volvería al otro, al que hoy corrió conmigo y ahora me ve morir.
 Al que estará a su lado cuando yo me haya ido dándole a la traición ese nuevo sentido que se vuelve nobleza.
Al que se dice amigo y hoy intentaba hablarme.
Al que amó a mi mujer sin pedirme permiso y  no tuvo piedad, y hoy iba a destrozarme).
No sé si estoy soñando mi vieja pesadilla de viejo enamorado, si mis celos me llevan a pensar que estoy muerto y ahora concluye el sueño que he soñado esta noche y llega la quietud.
Mi espalda está sudada. Afuera hay movimiento.
¿Despertaré tal vez?. ¿ Se ha acabado mi vida?.
    
                                 (III)
El joven se levanta. Ya no queda esperanza. Ve alejarse las luces que marcan la ambulancia y escucha su sonido, claro, estridente, absurdo.
De pronto se da cuenta de que está destrozado, de que él murió en sus brazos y sabe simplemente que debe hablar con ella, que ha de contarlo todo para poder vivir.
La buscará mas tarde. Ahora no tiene fuerza. Piensa en volver a casa, en ducharse, en dormir, en olvidarlo todo. Recuerda las pastillas que tomó esta mañana para evitar su alergia. Tose descompasado. Comienza a caminar.
Luego la vida sigue, móvil, inacabable.