Demasiadas dosis de realidad para un viernes por la noche. Miguel Ángel Sánchez Herrera

[DEMASIADAS DOSIS DE REALIDAD PARA UN VIERNES POR LA NOCHE]


A veces me acostaba tarde. Me quedaba observando el ritmo de la televisión hasta que lentamente los párpados se cerraban. Cabizbajo entonces caminaba hasta la habitación y descansaba en un profundo sueño que se alteraba solo varias veces a lo largo de la noche. Solía repetir este proceso casi mecánico muy a menudo. Sin embargo esta noche ha sucedido algo distinto, ocurrió lo mismo que todos los días, aunque a media noche desperté y encendí un momento la radio, ahí fue donde escuché una extraña historia. Serían las tres de la madrugada y una mujer contaba como su matrimonio no era lo que había esperado, se casó por la necesidad de ser escuchada por alguien, porque le apetecía compartir todo lo suyo con otra persona pero no por amor o al menos eso creía ella. Siempre fue una mujer olvidada, la última del grupo, la que todos los chicos pretendían en último lugar y que siempre por sexo la poseían; y ella no se consideraba fea, probablemente no lo fuera. Pensé que solamente buscaba ser escuchada por alguien, aunque después de casarse decidió irse con otro hombre teniendo ya una pareja de niños. Lo curioso de la historia es que el hombre era sordomudo, no la podía escuchar pero a ella le daba exactamente igual porque se encontraba feliz, porque por primera vez en su vida sentía que significaba algo para alguien. Ante estas historias curiosas me gusta anotar siempre algo, una nota de reflexión. Abrí el cajón de la mesita de noche, saqué mi diario y apunté en sus últimas páginas lo siguiente: "Procura que sean lícitos y naturales todos tus pensamientos, has de procurar ser siempre tu mismo". Junto a mi mesita tenía aún la fotografía que me había regalado Candela. Retomaba el significado de la frase, era la vuelta a una situación vital, la búsqueda de la autenticidad del individuo en un mundo déspota en el que sin el menor miramiento suelen manipularte, y no concebía en ese instante a un amigo o conocido o incluso familiar que alguna vez no hubiera influenciado en mi forma de pensar, de observar el mundo o de manipular las formas que a la postre me cambiarían mi capacidad de sentir ¿Pero acaso no todo lo que me rodea es fruto de la experiencia y del aprendizaje mutuo de individuos con los que día a día convivo? La cama es buena, tiene un somier muy tierno. Además de soportar sobre mí todas y cada una de las sábanas, podían acomodarse a mi cuerpo cada uno de sus pliegues sin que nada se lo impidiese. El año pasado compré unas especiales, eran de franela, me proporcionaban mucho más calor en los meses fríos, incluso al propio tacto se podía distinguir su delicadeza como si su suavidad casi aterciopelada te rodeara cada parte del cuerpo por diminuta que fuera. Me encantaba enredarme en la cama, girarme sobre mi mundo y que me volviesen de nuevo a acariciar, era placentero. Abrí los ojos y todo permanecía oscuro, callado, ni un solo susurro que me produjera la más mínima alteración. A veces me levantaba tarde los sábados, solía dispensar todas mis obligaciones para imaginarme en el interior de las sabanas ser el dueño de una casa en la sierra de Cazorla rodeado de pinares y sonidos de insectos y de animales, poder pasear entre ambas orillas de un diminuto riachuelo acompañado de una mujer y sentir el agua como rozaba sobre las rocas, a veces me veía guiando una embarcación dueño de una tripulación y poniendo rumbo a alguna pequeña isla del Mediterráneo o conducir un pequeño deportivo atravesando toda la Península de Sur a Norte. También fue un viernes de madrugada cuando no pude dormir recordando a Candela, como nos conocimos los dos solos intercambiando sueños que parecieron en ese instante ser eternos, nos proponíamos llevarlos a cabo en el rincón del "Beiral", miradas inseguras y confidencias personales que nos hacían más vulnerables, los dos a la vez estábamos intentando unir nuestros anhelos solitarios. Nuestros amigos nos dejaron solos, decidimos caminar por toda la ciudad sin rozarnos las manos. La acompañé a su casa en mi coche y ese domingo no pude dormir, las sábanas me parecieron sudorosas y pesadas y sentí en mi interior una sensación de angustia que no desapareció hasta bien entrado el mediodía. Era muy pronto aún para que amaneciese. Recordé que mi tía llamó anoche, quería saber algo de su hermana aunque así con todo apenas si pude contarle nada, no tenía noticia de ella en varios días. Le dije que no tenía conectado el móvil aunque lo cierto es que no la había telefoneado. Me dio apuro decirle la verdad, que debido a mi pereza ni se me había pasado por un solo instante la idea de saber que estaría haciendo ahora. Dudaba si era por la pereza o por la falta de afecto, y esto me preocupaba todavía más. Solía visitarme y de camino hacer la colada varios días a la semana. Era una persona demasiado alterada por el ritmo frenético de la vida, nunca paraba de hacer cosas. El mes pasado el médico le mandó unas pastillas para dormir mejor, eran simplemente unos relajantes, nada demasiado fuerte pero ni siquiera se acercó a la farmacia a preguntar si tenían. ¡Debe cuidarse más y no preocuparse tanto por los demás aunque esto a ella le haga feliz! Algo así fue lo que le conté a mi tía. Mientras pueda soportar todo ese ritmo de vida siempre será la mejor, pues nos cuesta conocer a personas que lo entreguen todo sin esperar nada a cambio. Estoy triste y no lo quiero reconocer, el eje existencialista de Camus, ¿qué es eso de libertad? Acaso no somos todos libres, irremediablemente condenados a ser libres, sin escapatoria y creadores de nuestro destino. El destino está en nuestras manos ¿quien lo diría? Yo mismo lo creé y también lo puedo destruir. Hace frío, suelo dormir con calcetines, es la parte de mi cuerpo que siempre está fría por las noches. También tengo frías las manos, entre mi cuerpo suelen perderse en lugares inhóspitos mucho más cálidos que de donde son oriundas, ahí se encuentran mejor, tranquilas, sin inmutarse del paso del tiempo. También Candela tiene las manos frías. Eso me dijo pero no me atreví a tocarlas a pesar que estaban muy próximas a mí. Sus ojos en cambio como el resto de las veces que salimos presentaban esa misma ansiedad cubierta por una capa de descorazonada soledad, no sabías si te incitaban a besarla o a despreciarte como el más ruín y amorfo de los mortales. En eso nos parecíamos, teníamos las manos frías y no me atreví a enlazarlas con las suyas. Todo está tranquilo y creo ya he conseguido aceptar que no voy a poder olvidarla durante mucho tiempo. Decidí que tenía convivir con ello. No era de las mujeres que te causan sobresalto a simple vista como la camarera del "Beiral" o como Carmen, era distinta; la primera vez que la vi estaba entre un puñado de mujeres crecidas en su propia ignorancia fantasiosa, henchidas de un fervoroso y sospechoso éxito juvenil en un bar a la salida del trabajo; no me percaté a primera vista entre este grupo de la existencia de una mirada triste, fuera de lo normal, que parecía convivir con más de un pinchazo en su profundo corazón y que sin poder evitarlo despreciaba a todos y a cada uno de los objetos inertes que le rodeaban. ¿Tenía sin más remedio que despreciar lo que le acordonaba? A veces podemos encontrar en el mundo mujeres que probablemente transformarían nuestra vida por completo y sin embargo no nos percatamos de esa necesidad. El tiempo suele hacerse más lento durante la noche, me habría gustado viajar a alguna parte del sistema solar, huir con una pequeña parte de mi vida a algún sitio donde la realidad fuera más fácil analizar, elegiría el solsticio adecuado, probablemente el de invierno y tomaría dirección a Saturno; desde alguno de sus anillos me detendría a contemplar la tierra y hacer alguna foto, quizá me llegase a gustar la visión limpia solo por ser lejana y por ocultar los fallos del planeta. Permanecería en silencio, callado sin gritar contemplando los colores insonoros que transmitía el Mariner 10 hasta que después, extenuado por lo que me rodeara decidiese volver a lomos de un animal mitológico.

Sería como un viaje astral, una ruptura del cordón de plata que me une a la realidad para poder permitir evadirme, soñar y al final poder descansar en el dominio de mi propia cama de nuevo otra vez sólo. Candela es rubia, de ojos tristes y mirada profunda. En sus ojos se puede contemplar la serenidad del tiempo. Una tarde me llamó para enseñarme las fotos de su último viaje. Había viajado con unas amigas a las playas de Menorca. En ellas salía de nuevo triste ¿qué le pasaba? No le dije nada, pero no lograba descubrir la verdad de su corazón. Tenía la misma mirada y, sin embargo, sonreía por cualquier detalle que nos sucediera a los dos mientras caminábamos, esa extraña sonrisa que disimula e intenta complacer pero que oculta tras de si una misteriosa realidad y que a veces ni uno mismo es consciente de llevarla consigo. A veces la soledad es necesaria, lo he aceptado. Hay tres tipos de tristeza: la que es capaz de amargar durante un par de horas, producida por un hecho aislado y después de este tiempo afortunadamente desintegrarse de igual modo a como fue generada; otra en cambio algo más seria que se apodera lo más profundo del cuerpo y como si de una mala bacteria se tratara pretendiera anidar sin permitir dominar la realidad, pero una mañana te levantarías viendo amanecer frente a la ventana con una cara sonriente impregnada de hermosa belleza por los misterios de la vida; finalmente quedaría la última tristeza, quizá la peor de todas las tristezas, la que puede incluso conducirte a la depresión. El gran error del enamorado se encierra en creer que el amor cuando se encuentra va a ser para toda la vida, no existe nada eterno y por eso se debe aprender que todo tiene un principio, un desarrollo y un desenlace de manera similar a una buena película; se debe conocer que la desaparición es un episodio, un proceso que llega sin más. Suelo tener sed a media noche, solía colocar un vaso de agua sobre la mesita; de manera casi milagrosa nunca vertí la menor gota de agua sobre las sábanas y mi refrigerio me proporcionaba una vuelta a la meditación. La plena oscuridad ocupa todo el campo de visión; un aire frío, entrecortado recorre mi cara salvando los altibajos del relieve. A veces en esta oscuridad suelen aparecer fantasmas que pretenden asustar y escondes sin más remedio la cabeza en el interior de las sábanas hasta dejar de sentir el ritmo acelerado de la respiración contra el pecho. A continuación examinaba las posibles aberturas por las que pudiera colarse alguien hasta que adquieres la total certeza de que no te va a suceder nada, de que todo lo que ha pasado no puede volver a la realidad de nuevo. Es en ese instante donde puedes sentirte de nuevo seguro de ti mismo. Me va a costar olvidarla, tengo que hacer un viaje pero esta vez a un punto real, nada de sueños; de vez en cuando es necesario la fuga para retomar algunas cosas que has olvidado, recapacitar y volver a entrar en el hilo vital. Córdoba me parece una ciudad hermosa y nunca he estado. La oscuridad de la habitación lentamente deja paso a la luz del amanecer, parece que va a hacer un buen día, estoy cansado pero tengo la mente clara. Miro el reloj por primera vez en toda la noche; son cerca de las siete de la mañana, lentamente los colores de la habitación comienzan a aparecer manchados sobre las paredes y yo aún permanezco en el centro de la cama tapado. Un día levanté la mano en medio de la clase y no sabía por qué, pero qué importaba eso, quería hablarle a todos y explicar lo que pensaba. Había estado mucho tiempo reteniendo cosas en la cabeza que no le importaban a nadie más que a mí y sin embargo ese día decidí contarlo en voz alta. Y lo extraño fue que el profesor me contestó como si hubiera alguna relación lógica con el tema de la clase, como si la asignatura y la pregunta estuvieran entrelazadas por un hilo imaginario. ¡Qué absurdo! pensé y sin embargo nadie se extrañó, incluso mis propios compañeros que minutos antes habían estado comentando la película de la noche anterior y que poco después continuarían haciéndolo.



(Miguel A. Sánchez Herrera)