© Abraham Ferreira Khalil


UNA HOJA


Cesó la hoja su esencial jornada
y su silencio es surco sin cultivo.
El péndulo, que oscila vengativo,
apenas toleró una bocanada.

En el discurso fiel de una mirada
llovió la muerte y destruyó el estribo
que encadenaba su alma al tronco vivo
como a un barco la oscura marejada.

Un hilo fuiste, hoja tenebrosa,
cortado por las alas del misterio
como el atuendo de la mariposa.

Tu libertad pendió de un cautiverio.
Fuiste y ya no eres, vida silenciosa,
símbolo y huésped del callado imperio.


© Abraham Ferreira Khalil

© Abraham Ferreira Khalil


UNA HOJA


Cesó la hoja su esencial jornada
y su silencio es surco sin cultivo.
El péndulo, que oscila vengativo,
apenas toleró una bocanada.

En el discurso fiel de una mirada
llovió la muerte y destruyó el estribo
que encadenaba su alma al tronco vivo
como a un barco la oscura marejada.

Un hilo fuiste, hoja tenebrosa,
cortado por las alas del misterio
como el atuendo de la mariposa.

Tu libertad pendió de un cautiverio.
Fuiste y ya no eres, vida silenciosa,
símbolo y huésped del callado imperio.


© Abraham Ferreira Khalil

© Abraham Ferreira Khalil


UNA HOJA


Cesó la hoja su esencial jornada
y su silencio es surco sin cultivo.
El péndulo, que oscila vengativo,
apenas toleró una bocanada.

En el discurso fiel de una mirada
llovió la muerte y destruyó el estribo
que encadenaba su alma al tronco vivo
como a un barco la oscura marejada.

Un hilo fuiste, hoja tenebrosa,
cortado por las alas del misterio
como el atuendo de la mariposa.

Tu libertad pendió de un cautiverio.
Fuiste y ya no eres, vida silenciosa,
símbolo y huésped del callado imperio.


© Abraham Ferreira Khalil

Un recuerdo para Hernán Sotomayor. Edilberto Guerrero

Atajitos de caña, canción de Hernán Sotomayor


Para tus ojos verdes... amor
de caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
de espiga sembrada.

Para tus ojos verdes... amor
la caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
la espiga sembrada.

Para ti mi canción
bajara la quebrada
ojalá llegue al rio
donde estás amada
y te diga al oído
que el cañal me ha azotado
y ha quebrado mis versos... de amor
para decirte mía.

Atajitos de caña
llegaste a mi vida
atajitos de miel
endulzaste mi alma
atajitos de amor
te fui queriendo
como la caña verde al sol
y el pan a la espiga

como la caña verde al sol
y el pan a la espiga
atajitos de caña...

martes 4 de marzo de 1997, 17:35
 Homenaje de Edilberto Guerrero a este gran compositor.

Un recuerdo para Hernán Sotomayor. Edilberto Guerrero

Atajitos de caña, canción de Hernán Sotomayor


Para tus ojos verdes... amor
de caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
de espiga sembrada.

Para tus ojos verdes... amor
la caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
la espiga sembrada.

Para ti mi canción
bajara la quebrada
ojalá llegue al rio
donde estás amada
y te diga al oído
que el cañal me ha azotado
y ha quebrado mis versos... de amor
para decirte mía.

Atajitos de caña
llegaste a mi vida
atajitos de miel
endulzaste mi alma
atajitos de amor
te fui queriendo
como la caña verde al sol
y el pan a la espiga

como la caña verde al sol
y el pan a la espiga
atajitos de caña...

martes 4 de marzo de 1997, 17:35
 Homenaje de Edilberto Guerrero a este gran compositor.

Un recuerdo para Hernán Sotomayor. Edilberto Guerrero

Atajitos de caña, canción de Hernán Sotomayor


Para tus ojos verdes... amor
de caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
de espiga sembrada.

Para tus ojos verdes... amor
la caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
la espiga sembrada.

Para ti mi canción
bajara la quebrada
ojalá llegue al rio
donde estás amada
y te diga al oído
que el cañal me ha azotado
y ha quebrado mis versos... de amor
para decirte mía.

Atajitos de caña
llegaste a mi vida
atajitos de miel
endulzaste mi alma
atajitos de amor
te fui queriendo
como la caña verde al sol
y el pan a la espiga

como la caña verde al sol
y el pan a la espiga
atajitos de caña...

martes 4 de marzo de 1997, 17:35
 Homenaje de Edilberto Guerrero a este gran compositor.

Un recuerdo para Hernán Sotomayor. Edilberto Guerrero

Atajitos de caña, canción de Hernán Sotomayor


Para tus ojos verdes... amor
de caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
de espiga sembrada.

Para tus ojos verdes... amor
la caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
la espiga sembrada.

Para ti mi canción
bajara la quebrada
ojalá llegue al rio
donde estás amada
y te diga al oído
que el cañal me ha azotado
y ha quebrado mis versos... de amor
para decirte mía.

Atajitos de caña
llegaste a mi vida
atajitos de miel
endulzaste mi alma
atajitos de amor
te fui queriendo
como la caña verde al sol
y el pan a la espiga

como la caña verde al sol
y el pan a la espiga
atajitos de caña...

martes 4 de marzo de 1997, 17:35
 Homenaje de Edilberto Guerrero a este gran compositor.

Mare. Abraham Ferreira Khalil




MARE

Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.


© Abraham Ferreira Khalil

Mare. Abraham Ferreira Khalil




MARE

Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.


© Abraham Ferreira Khalil

Mare. Abraham Ferreira Khalil




MARE

Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.


© Abraham Ferreira Khalil

Mare. Abraham Ferreira Khalil




MARE

Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.


© Abraham Ferreira Khalil