Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton. Luis García

Cuando Tim Burton
descubrió a Tim Burton.



                        Una vez más, una película, llamada con el tiempo a ser considerada casi como de culto, nos ofrece a la vez que la espectacularidad de sus secuencias, la oportunidad de descubrir a un autor estadounidense del siglo XIX, que curiosamente había permanecido oculto hasta la fecha en los anaqueles de cualquier librería pública. 

                        Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton, yo aún desconocía el alcance de su cine, pero si que intuía que estaba llamado a encuadrarse dentro de los grandes del género. Había conseguido con apenas media docena de filmes, que tanto adultos como niños disfrutasen con su peculiar forma de entender el séptimo arte, y por extensión la vida. Tengo que reconocer que a veces es necesario un pequeño empujón, y en mi caso no fue sino la visión de Pesadilla antes de Navidad, una película para adultos que gusta especialmente a los niños (que se lo pregunten sino a mi hija Henar para quien es su preferida), la que me aficionó al cine de Burton.  

                        Por eso, el regreso de Tim Burton, no por esperado resultaba menos atractivo. ¿Qué historia nos traería esta vez?. La sorpresa, después de la espera, es la adaptación (muy libre) de un relato de Washington Irving, reciente y oportunamente recuperado magistralmente por la Editorial Alba. Me estoy refiriendo, como no, a La leyenda de Sleepy Hollow.
 
                        Si usted, circunstancial lector, no es un aficionado a la literatura de los siglos XVIII y XIX, una literatura que ahora en el siglo XX denominan eufemísticamente como gótica, si no es capaz de dejarse seducir con su adormecedor y ensoñador halo de romanticismo mas allá de los espíritus cansinos que suelen crear, pues... sencillamente, pase de largo por este artículo. Vea la película (que sin duda le encantará) y olvídese de quien creó la leyenda y de cuanto le rodeaba en aquel entresijo Burtoniano. 

                        Pero si usted, lector, aún mantiene intacta su capacidad de asombro, precisamente en unos tiempos tan carentes de originalidad en los que parece que casi todo está inventado, o cuando menos reciclado, y cree firmemente que el valle que da nombre a la leyenda, Sleepy Hollow, no sólo es posible que exista, sino que es capaz de localizarlo incluso cercano a su ciudad, deténgase en la historia del desgraciado soldado de caballería de Hesee, quien habiendo perdido su cabeza en una batalla de la Guerra de la Independencia, todas las noches se levanta de su tumba y se encamina galopando hasta el campo de batalla en un último y desesperado intento por recuperarla. Porque La
leyenda de Sleepy Hallow, no es sino la historia del Jinete sin Cabeza, una historia manida que los más viejos creen reconocer les contaban de niños. Y es la historia de Ichabod el maestro, quien sin pretenderlo, habrá de convertirse en un eslabón más de una fábula tan aparentemente pueril en su concepción, como hermosa en su tradición.

                        Tim Burton lo ha conseguido. Cuando parecía imposible, se saca de la chistera una historia tan atractiva como todas las anteriores, y nos ofrece un relato magistralmente construido, tanto como el original de Washington Irving. 

            Porque la vida no es sino una desesperada búsqueda de nosotros mismos, aunque esta venga representada en forma de Jinete sin Cabeza a lomos de un caballo.


Luis García

Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton. Luis García

Cuando Tim Burton
descubrió a Tim Burton.



                        Una vez más, una película, llamada con el tiempo a ser considerada casi como de culto, nos ofrece a la vez que la espectacularidad de sus secuencias, la oportunidad de descubrir a un autor estadounidense del siglo XIX, que curiosamente había permanecido oculto hasta la fecha en los anaqueles de cualquier librería pública. 

                        Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton, yo aún desconocía el alcance de su cine, pero si que intuía que estaba llamado a encuadrarse dentro de los grandes del género. Había conseguido con apenas media docena de filmes, que tanto adultos como niños disfrutasen con su peculiar forma de entender el séptimo arte, y por extensión la vida. Tengo que reconocer que a veces es necesario un pequeño empujón, y en mi caso no fue sino la visión de Pesadilla antes de Navidad, una película para adultos que gusta especialmente a los niños (que se lo pregunten sino a mi hija Henar para quien es su preferida), la que me aficionó al cine de Burton.  

                        Por eso, el regreso de Tim Burton, no por esperado resultaba menos atractivo. ¿Qué historia nos traería esta vez?. La sorpresa, después de la espera, es la adaptación (muy libre) de un relato de Washington Irving, reciente y oportunamente recuperado magistralmente por la Editorial Alba. Me estoy refiriendo, como no, a La leyenda de Sleepy Hollow.
 
                        Si usted, circunstancial lector, no es un aficionado a la literatura de los siglos XVIII y XIX, una literatura que ahora en el siglo XX denominan eufemísticamente como gótica, si no es capaz de dejarse seducir con su adormecedor y ensoñador halo de romanticismo mas allá de los espíritus cansinos que suelen crear, pues... sencillamente, pase de largo por este artículo. Vea la película (que sin duda le encantará) y olvídese de quien creó la leyenda y de cuanto le rodeaba en aquel entresijo Burtoniano. 

                        Pero si usted, lector, aún mantiene intacta su capacidad de asombro, precisamente en unos tiempos tan carentes de originalidad en los que parece que casi todo está inventado, o cuando menos reciclado, y cree firmemente que el valle que da nombre a la leyenda, Sleepy Hollow, no sólo es posible que exista, sino que es capaz de localizarlo incluso cercano a su ciudad, deténgase en la historia del desgraciado soldado de caballería de Hesee, quien habiendo perdido su cabeza en una batalla de la Guerra de la Independencia, todas las noches se levanta de su tumba y se encamina galopando hasta el campo de batalla en un último y desesperado intento por recuperarla. Porque La
leyenda de Sleepy Hallow, no es sino la historia del Jinete sin Cabeza, una historia manida que los más viejos creen reconocer les contaban de niños. Y es la historia de Ichabod el maestro, quien sin pretenderlo, habrá de convertirse en un eslabón más de una fábula tan aparentemente pueril en su concepción, como hermosa en su tradición.

                        Tim Burton lo ha conseguido. Cuando parecía imposible, se saca de la chistera una historia tan atractiva como todas las anteriores, y nos ofrece un relato magistralmente construido, tanto como el original de Washington Irving. 

            Porque la vida no es sino una desesperada búsqueda de nosotros mismos, aunque esta venga representada en forma de Jinete sin Cabeza a lomos de un caballo.


Luis García

Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton. Luis García

Cuando Tim Burton
descubrió a Tim Burton.



                        Una vez más, una película, llamada con el tiempo a ser considerada casi como de culto, nos ofrece a la vez que la espectacularidad de sus secuencias, la oportunidad de descubrir a un autor estadounidense del siglo XIX, que curiosamente había permanecido oculto hasta la fecha en los anaqueles de cualquier librería pública. 

                        Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton, yo aún desconocía el alcance de su cine, pero si que intuía que estaba llamado a encuadrarse dentro de los grandes del género. Había conseguido con apenas media docena de filmes, que tanto adultos como niños disfrutasen con su peculiar forma de entender el séptimo arte, y por extensión la vida. Tengo que reconocer que a veces es necesario un pequeño empujón, y en mi caso no fue sino la visión de Pesadilla antes de Navidad, una película para adultos que gusta especialmente a los niños (que se lo pregunten sino a mi hija Henar para quien es su preferida), la que me aficionó al cine de Burton.  

                        Por eso, el regreso de Tim Burton, no por esperado resultaba menos atractivo. ¿Qué historia nos traería esta vez?. La sorpresa, después de la espera, es la adaptación (muy libre) de un relato de Washington Irving, reciente y oportunamente recuperado magistralmente por la Editorial Alba. Me estoy refiriendo, como no, a La leyenda de Sleepy Hollow.
 
                        Si usted, circunstancial lector, no es un aficionado a la literatura de los siglos XVIII y XIX, una literatura que ahora en el siglo XX denominan eufemísticamente como gótica, si no es capaz de dejarse seducir con su adormecedor y ensoñador halo de romanticismo mas allá de los espíritus cansinos que suelen crear, pues... sencillamente, pase de largo por este artículo. Vea la película (que sin duda le encantará) y olvídese de quien creó la leyenda y de cuanto le rodeaba en aquel entresijo Burtoniano. 

                        Pero si usted, lector, aún mantiene intacta su capacidad de asombro, precisamente en unos tiempos tan carentes de originalidad en los que parece que casi todo está inventado, o cuando menos reciclado, y cree firmemente que el valle que da nombre a la leyenda, Sleepy Hollow, no sólo es posible que exista, sino que es capaz de localizarlo incluso cercano a su ciudad, deténgase en la historia del desgraciado soldado de caballería de Hesee, quien habiendo perdido su cabeza en una batalla de la Guerra de la Independencia, todas las noches se levanta de su tumba y se encamina galopando hasta el campo de batalla en un último y desesperado intento por recuperarla. Porque La
leyenda de Sleepy Hallow, no es sino la historia del Jinete sin Cabeza, una historia manida que los más viejos creen reconocer les contaban de niños. Y es la historia de Ichabod el maestro, quien sin pretenderlo, habrá de convertirse en un eslabón más de una fábula tan aparentemente pueril en su concepción, como hermosa en su tradición.

                        Tim Burton lo ha conseguido. Cuando parecía imposible, se saca de la chistera una historia tan atractiva como todas las anteriores, y nos ofrece un relato magistralmente construido, tanto como el original de Washington Irving. 

            Porque la vida no es sino una desesperada búsqueda de nosotros mismos, aunque esta venga representada en forma de Jinete sin Cabeza a lomos de un caballo.


Luis García

Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton. Luis García

Cuando Tim Burton
descubrió a Tim Burton.



                        Una vez más, una película, llamada con el tiempo a ser considerada casi como de culto, nos ofrece a la vez que la espectacularidad de sus secuencias, la oportunidad de descubrir a un autor estadounidense del siglo XIX, que curiosamente había permanecido oculto hasta la fecha en los anaqueles de cualquier librería pública. 

                        Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton, yo aún desconocía el alcance de su cine, pero si que intuía que estaba llamado a encuadrarse dentro de los grandes del género. Había conseguido con apenas media docena de filmes, que tanto adultos como niños disfrutasen con su peculiar forma de entender el séptimo arte, y por extensión la vida. Tengo que reconocer que a veces es necesario un pequeño empujón, y en mi caso no fue sino la visión de Pesadilla antes de Navidad, una película para adultos que gusta especialmente a los niños (que se lo pregunten sino a mi hija Henar para quien es su preferida), la que me aficionó al cine de Burton.  

                        Por eso, el regreso de Tim Burton, no por esperado resultaba menos atractivo. ¿Qué historia nos traería esta vez?. La sorpresa, después de la espera, es la adaptación (muy libre) de un relato de Washington Irving, reciente y oportunamente recuperado magistralmente por la Editorial Alba. Me estoy refiriendo, como no, a La leyenda de Sleepy Hollow.
 
                        Si usted, circunstancial lector, no es un aficionado a la literatura de los siglos XVIII y XIX, una literatura que ahora en el siglo XX denominan eufemísticamente como gótica, si no es capaz de dejarse seducir con su adormecedor y ensoñador halo de romanticismo mas allá de los espíritus cansinos que suelen crear, pues... sencillamente, pase de largo por este artículo. Vea la película (que sin duda le encantará) y olvídese de quien creó la leyenda y de cuanto le rodeaba en aquel entresijo Burtoniano. 

                        Pero si usted, lector, aún mantiene intacta su capacidad de asombro, precisamente en unos tiempos tan carentes de originalidad en los que parece que casi todo está inventado, o cuando menos reciclado, y cree firmemente que el valle que da nombre a la leyenda, Sleepy Hollow, no sólo es posible que exista, sino que es capaz de localizarlo incluso cercano a su ciudad, deténgase en la historia del desgraciado soldado de caballería de Hesee, quien habiendo perdido su cabeza en una batalla de la Guerra de la Independencia, todas las noches se levanta de su tumba y se encamina galopando hasta el campo de batalla en un último y desesperado intento por recuperarla. Porque La
leyenda de Sleepy Hallow, no es sino la historia del Jinete sin Cabeza, una historia manida que los más viejos creen reconocer les contaban de niños. Y es la historia de Ichabod el maestro, quien sin pretenderlo, habrá de convertirse en un eslabón más de una fábula tan aparentemente pueril en su concepción, como hermosa en su tradición.

                        Tim Burton lo ha conseguido. Cuando parecía imposible, se saca de la chistera una historia tan atractiva como todas las anteriores, y nos ofrece un relato magistralmente construido, tanto como el original de Washington Irving. 

            Porque la vida no es sino una desesperada búsqueda de nosotros mismos, aunque esta venga representada en forma de Jinete sin Cabeza a lomos de un caballo.


Luis García

Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton. Luis García

Cuando Tim Burton
descubrió a Tim Burton.



                        Una vez más, una película, llamada con el tiempo a ser considerada casi como de culto, nos ofrece a la vez que la espectacularidad de sus secuencias, la oportunidad de descubrir a un autor estadounidense del siglo XIX, que curiosamente había permanecido oculto hasta la fecha en los anaqueles de cualquier librería pública. 

                        Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton, yo aún desconocía el alcance de su cine, pero si que intuía que estaba llamado a encuadrarse dentro de los grandes del género. Había conseguido con apenas media docena de filmes, que tanto adultos como niños disfrutasen con su peculiar forma de entender el séptimo arte, y por extensión la vida. Tengo que reconocer que a veces es necesario un pequeño empujón, y en mi caso no fue sino la visión de Pesadilla antes de Navidad, una película para adultos que gusta especialmente a los niños (que se lo pregunten sino a mi hija Henar para quien es su preferida), la que me aficionó al cine de Burton.  

                        Por eso, el regreso de Tim Burton, no por esperado resultaba menos atractivo. ¿Qué historia nos traería esta vez?. La sorpresa, después de la espera, es la adaptación (muy libre) de un relato de Washington Irving, reciente y oportunamente recuperado magistralmente por la Editorial Alba. Me estoy refiriendo, como no, a La leyenda de Sleepy Hollow.
 
                        Si usted, circunstancial lector, no es un aficionado a la literatura de los siglos XVIII y XIX, una literatura que ahora en el siglo XX denominan eufemísticamente como gótica, si no es capaz de dejarse seducir con su adormecedor y ensoñador halo de romanticismo mas allá de los espíritus cansinos que suelen crear, pues... sencillamente, pase de largo por este artículo. Vea la película (que sin duda le encantará) y olvídese de quien creó la leyenda y de cuanto le rodeaba en aquel entresijo Burtoniano. 

                        Pero si usted, lector, aún mantiene intacta su capacidad de asombro, precisamente en unos tiempos tan carentes de originalidad en los que parece que casi todo está inventado, o cuando menos reciclado, y cree firmemente que el valle que da nombre a la leyenda, Sleepy Hollow, no sólo es posible que exista, sino que es capaz de localizarlo incluso cercano a su ciudad, deténgase en la historia del desgraciado soldado de caballería de Hesee, quien habiendo perdido su cabeza en una batalla de la Guerra de la Independencia, todas las noches se levanta de su tumba y se encamina galopando hasta el campo de batalla en un último y desesperado intento por recuperarla. Porque La
leyenda de Sleepy Hallow, no es sino la historia del Jinete sin Cabeza, una historia manida que los más viejos creen reconocer les contaban de niños. Y es la historia de Ichabod el maestro, quien sin pretenderlo, habrá de convertirse en un eslabón más de una fábula tan aparentemente pueril en su concepción, como hermosa en su tradición.

                        Tim Burton lo ha conseguido. Cuando parecía imposible, se saca de la chistera una historia tan atractiva como todas las anteriores, y nos ofrece un relato magistralmente construido, tanto como el original de Washington Irving. 

            Porque la vida no es sino una desesperada búsqueda de nosotros mismos, aunque esta venga representada en forma de Jinete sin Cabeza a lomos de un caballo.


Luis García

Lo minoritario sinónimo de calidad. Luis García

Lo minoritario
sinónimo de calidad


        Nadie duda a estas alturas de la importancia de las Editoriales llamadas minoritarias dentro del panorama literario nacional. Esto es porque desde siempre fueron cuna y cantera de las grandes,  a quienes les resulta mas sencillo, rápido y barato arrebatar los autores descubiertos por otros a veces con no poco esfuerzo e intuición, que apostar ellas por alguno en concreto. Operarían de ese modo de igual manera que lo hace un club de fútbol poderoso, léase Real Madrid, Barcelona, etc, con los modestos, a quienes cuando les fichan un jugador no les queda más alternativa que el derecho al pataleo, y la búsqueda de nuevos diamantes en bruto,  que una vez pulidos y tratados, pasaran a su vez a engrosar la nómina de los poderosos. Como se puede observar, la pescadilla que se muerde la cola. 

            Recordar a algunos de estos escritores sería muy largo y correríamos el riesgo de herir sensibilidades propias y ajenas, personificadas estas tanto en autores como en Editoriales. Por ello he preferido referirme tan sólo a aquellas malditas, casi secretas que a menudo se mueven en los entresijos del panorama cultural español de una forma colateral. Porque colaterales son al fin y al cabo los riesgos que corren cuando muestran sus mejores galas desde el extrarradio. 


            Pero aún a riesgo de presentarlos de una forma incorrecta, o de caer en tópicos bananeros que impidan que los árboles dejen ver el bosque, habría que decir que todos, absolutamente todos, Editoriales (grandes y pequeñas) y autores, se necesitan unos a los otros para sobrevivir. Es decir. Cierto es, que las pequeños acusan a las grandes de intrusismo profesional, pero no es menos cierto que no podrían sobrevivir la mayoría de las veces sin la existencia de ese supuesto intrusismo, porque la razón misma de su estar y ser en el mercado pasa por aceptar unas reglas de juego que nadie inventó, pero que a menudo recuerdan a una Ley Natural de superior rango. Si, el pez grande (el Gran Grupo Editorial) se come al pequeño, o en su defecto a los autores que previamente ha descubierto, pero el pequeño (la Editorial minoritaria) necesita que continúe haciéndolo, para a su vez reafirmarse como la auténtica cantera de nuevos valores literarios, haciendo bueno aquello de que lo minoritario sinónimo de calidad.

 
            Dicho todo esto, y otorgándole sus respetos a quien de verdad siempre los tuvo, veo llegada la hora de rescatar para Café a las siete siquiera a algunas de ese volumen ingente de Editoriales que suplen la abundancia de catálogo popular (digámoslo así) con imaginación. Una de ellas, que recientemente he podido descubrir, se trata de la Editorial Igitur, fundada y coordinada por los escritores Rosa Lentini y Ricardo Caro Gaviria, que nació con la firme voluntad de rescatar del olvido aquellos autores y textos que de otra forma permanecerían en el olvido. Ediciones Igitur mezcla de esa forma autores más o menos conocidos con otros que conforman la vanguardia de una evolución literaria que discurre de propuesta en propuesta. ¿Qué quiere decir esto?. Pues ni más ni menos, que al margen de convencionalismos literarios, de modas y de artificios, Ediciones Igitur apuesta por la literatura en su estado más puro.


            Su última apuesta literaria, El pasajero Walter Benjamín, Premio Navarra de Novela 1986 firmado por el propio Cesar Gaviria, recrea los últimos días del escritor y filósofo judío-alemán Walter Benjamín, quien no pudiendo superar el hecho de que en 1940 le impidiesen entrar en España con el firme propósito de alcanzar Nueva York vía Lisboa, opta por  la solución más rápida y también más dramática de autoliberación: el suicidio.


            Con el pasajero Walter Benjamín, oportunamente rescatado cuando se cumple el sesenta aniversario de su muerte, no pretende al autor aunque lo parezca, establecer un debate sobre el concepto histórico de frontera. Así, en la novela se recrean aspectos ya sabidos sobre la muerte de Benjamín, los biográficos, con los imaginados, encarnados esto en la recreación de las cuatro mujeres que le acompañaran en aquellos días. Una recreación necesaria para entender y conocer si cabe la particular personalidad de alguien que por fin parece acercársenos a las librerías sin tapujos.

Luis García

Lo minoritario sinónimo de calidad. Luis García

Lo minoritario
sinónimo de calidad


        Nadie duda a estas alturas de la importancia de las Editoriales llamadas minoritarias dentro del panorama literario nacional. Esto es porque desde siempre fueron cuna y cantera de las grandes,  a quienes les resulta mas sencillo, rápido y barato arrebatar los autores descubiertos por otros a veces con no poco esfuerzo e intuición, que apostar ellas por alguno en concreto. Operarían de ese modo de igual manera que lo hace un club de fútbol poderoso, léase Real Madrid, Barcelona, etc, con los modestos, a quienes cuando les fichan un jugador no les queda más alternativa que el derecho al pataleo, y la búsqueda de nuevos diamantes en bruto,  que una vez pulidos y tratados, pasaran a su vez a engrosar la nómina de los poderosos. Como se puede observar, la pescadilla que se muerde la cola. 

            Recordar a algunos de estos escritores sería muy largo y correríamos el riesgo de herir sensibilidades propias y ajenas, personificadas estas tanto en autores como en Editoriales. Por ello he preferido referirme tan sólo a aquellas malditas, casi secretas que a menudo se mueven en los entresijos del panorama cultural español de una forma colateral. Porque colaterales son al fin y al cabo los riesgos que corren cuando muestran sus mejores galas desde el extrarradio. 


            Pero aún a riesgo de presentarlos de una forma incorrecta, o de caer en tópicos bananeros que impidan que los árboles dejen ver el bosque, habría que decir que todos, absolutamente todos, Editoriales (grandes y pequeñas) y autores, se necesitan unos a los otros para sobrevivir. Es decir. Cierto es, que las pequeños acusan a las grandes de intrusismo profesional, pero no es menos cierto que no podrían sobrevivir la mayoría de las veces sin la existencia de ese supuesto intrusismo, porque la razón misma de su estar y ser en el mercado pasa por aceptar unas reglas de juego que nadie inventó, pero que a menudo recuerdan a una Ley Natural de superior rango. Si, el pez grande (el Gran Grupo Editorial) se come al pequeño, o en su defecto a los autores que previamente ha descubierto, pero el pequeño (la Editorial minoritaria) necesita que continúe haciéndolo, para a su vez reafirmarse como la auténtica cantera de nuevos valores literarios, haciendo bueno aquello de que lo minoritario sinónimo de calidad.

 
            Dicho todo esto, y otorgándole sus respetos a quien de verdad siempre los tuvo, veo llegada la hora de rescatar para Café a las siete siquiera a algunas de ese volumen ingente de Editoriales que suplen la abundancia de catálogo popular (digámoslo así) con imaginación. Una de ellas, que recientemente he podido descubrir, se trata de la Editorial Igitur, fundada y coordinada por los escritores Rosa Lentini y Ricardo Caro Gaviria, que nació con la firme voluntad de rescatar del olvido aquellos autores y textos que de otra forma permanecerían en el olvido. Ediciones Igitur mezcla de esa forma autores más o menos conocidos con otros que conforman la vanguardia de una evolución literaria que discurre de propuesta en propuesta. ¿Qué quiere decir esto?. Pues ni más ni menos, que al margen de convencionalismos literarios, de modas y de artificios, Ediciones Igitur apuesta por la literatura en su estado más puro.


            Su última apuesta literaria, El pasajero Walter Benjamín, Premio Navarra de Novela 1986 firmado por el propio Cesar Gaviria, recrea los últimos días del escritor y filósofo judío-alemán Walter Benjamín, quien no pudiendo superar el hecho de que en 1940 le impidiesen entrar en España con el firme propósito de alcanzar Nueva York vía Lisboa, opta por  la solución más rápida y también más dramática de autoliberación: el suicidio.


            Con el pasajero Walter Benjamín, oportunamente rescatado cuando se cumple el sesenta aniversario de su muerte, no pretende al autor aunque lo parezca, establecer un debate sobre el concepto histórico de frontera. Así, en la novela se recrean aspectos ya sabidos sobre la muerte de Benjamín, los biográficos, con los imaginados, encarnados esto en la recreación de las cuatro mujeres que le acompañaran en aquellos días. Una recreación necesaria para entender y conocer si cabe la particular personalidad de alguien que por fin parece acercársenos a las librerías sin tapujos.

Luis García

Lo minoritario sinónimo de calidad. Luis García

Lo minoritario sinónimo de calidad




Lo minoritario
sinónimo de calidad




        Nadie duda a estas alturas de la importancia de las Editoriales llamadas minoritarias dentro del panorama literario nacional. Esto es porque desde siempre fueron cuna y cantera de las grandes,  a quienes les resulta mas sencillo, rápido y barato arrebatar los autores descubiertos por otros a veces con no poco esfuerzo e intuición, que apostar ellas por alguno en concreto. Operarían de ese modo de igual manera que lo hace un club de fútbol poderoso, léase Real Madrid, Barcelona, etc, con los modestos, a quienes cuando les fichan un jugador no les queda más alternativa que el derecho al pataleo, y la búsqueda de nuevos diamantes en bruto,  que una vez pulidos y tratados, pasaran a su vez a engrosar la nómina de los poderosos. Como se puede observar, la pescadilla que se muerde la cola. 

            Recordar a algunos de estos escritores sería muy largo y correríamos el riesgo de herir sensibilidades propias y ajenas, personificadas estas tanto en autores como en Editoriales. Por ello he preferido referirme tan sólo a aquellas malditas, casi secretas que a menudo se mueven en los entresijos del panorama cultural español de una forma colateral. Porque colaterales son al fin y al cabo los riesgos que corren cuando muestran sus mejores galas desde el extrarradio. 


            Pero aún a riesgo de presentarlos de una forma incorrecta, o de caer en tópicos bananeros que impidan que los árboles dejen ver el bosque, habría que decir que todos, absolutamente todos, Editoriales (grandes y pequeñas) y autores, se necesitan unos a los otros para sobrevivir. Es decir. Cierto es, que las pequeños acusan a las grandes de intrusismo profesional, pero no es menos cierto que no podrían sobrevivir la mayoría de las veces sin la existencia de ese supuesto intrusismo, porque la razón misma de su estar y ser en el mercado pasa por aceptar unas reglas de juego que nadie inventó, pero que a menudo recuerdan a una Ley Natural de superior rango. Si, el pez grande (el Gran Grupo Editorial) se come al pequeño, o en su defecto a los autores que previamente ha descubierto, pero el pequeño (la Editorial minoritaria) necesita que continúe haciéndolo, para a su vez reafirmarse como la auténtica cantera de nuevos valores literarios, haciendo bueno aquello de que lo minoritario sinónimo de calidad.

 
            Dicho todo esto, y otorgándole sus respetos a quien de verdad siempre los tuvo, veo llegada la hora de rescatar para Café a las siete siquiera a algunas de ese volumen ingente de Editoriales que suplen la abundancia de catálogo popular (digámoslo así) con imaginación. Una de ellas, que recientemente he podido descubrir, se trata de la Editorial Igitur, fundada y coordinada por los escritores Rosa Lentini y Ricardo Caro Gaviria, que nació con la firme voluntad de rescatar del olvido aquellos autores y textos que de otra forma permanecerían en el olvido. Ediciones Igitur mezcla de esa forma autores más o menos conocidos con otros que conforman la vanguardia de una evolución literaria que discurre de propuesta en propuesta. ¿Qué quiere decir esto?. Pues ni más ni menos, que al margen de convencionalismos literarios, de modas y de artificios, Ediciones Igitur apuesta por la literatura en su estado más puro.


            Su última apuesta literaria, El pasajero Walter Benjamín, Premio Navarra de Novela 1986 firmado por el propio Cesar Gaviria, recrea los últimos días del escritor y filósofo judío-alemán Walter Benjamín, quien no pudiendo superar el hecho de que en 1940 le impidiesen entrar en España con el firme propósito de alcanzar Nueva York vía Lisboa, opta por  la solución más rápida y también más dramática de autoliberación: el suicidio.


            Con el pasajero Walter Benjamín, oportunamente rescatado cuando se cumple el sesenta aniversario de su muerte, no pretende al autor aunque lo parezca, establecer un debate sobre el concepto histórico de frontera. Así, en la novela se recrean aspectos ya sabidos sobre la muerte de Benjamín, los biográficos, con los imaginados, encarnados esto en la recreación de las cuatro mujeres que le acompañaran en aquellos días. Una recreación necesaria para entender y conocer si cabe la particular personalidad de alguien que por fin parece acercársenos a las librerías sin tapujos.

Luis García

Lo minoritario sinónimo de calidad. Luis García

Lo minoritario
sinónimo de calidad


        Nadie duda a estas alturas de la importancia de las Editoriales llamadas minoritarias dentro del panorama literario nacional. Esto es porque desde siempre fueron cuna y cantera de las grandes,  a quienes les resulta mas sencillo, rápido y barato arrebatar los autores descubiertos por otros a veces con no poco esfuerzo e intuición, que apostar ellas por alguno en concreto. Operarían de ese modo de igual manera que lo hace un club de fútbol poderoso, léase Real Madrid, Barcelona, etc, con los modestos, a quienes cuando les fichan un jugador no les queda más alternativa que el derecho al pataleo, y la búsqueda de nuevos diamantes en bruto,  que una vez pulidos y tratados, pasaran a su vez a engrosar la nómina de los poderosos. Como se puede observar, la pescadilla que se muerde la cola. 

            Recordar a algunos de estos escritores sería muy largo y correríamos el riesgo de herir sensibilidades propias y ajenas, personificadas estas tanto en autores como en Editoriales. Por ello he preferido referirme tan sólo a aquellas malditas, casi secretas que a menudo se mueven en los entresijos del panorama cultural español de una forma colateral. Porque colaterales son al fin y al cabo los riesgos que corren cuando muestran sus mejores galas desde el extrarradio. 


            Pero aún a riesgo de presentarlos de una forma incorrecta, o de caer en tópicos bananeros que impidan que los árboles dejen ver el bosque, habría que decir que todos, absolutamente todos, Editoriales (grandes y pequeñas) y autores, se necesitan unos a los otros para sobrevivir. Es decir. Cierto es, que las pequeños acusan a las grandes de intrusismo profesional, pero no es menos cierto que no podrían sobrevivir la mayoría de las veces sin la existencia de ese supuesto intrusismo, porque la razón misma de su estar y ser en el mercado pasa por aceptar unas reglas de juego que nadie inventó, pero que a menudo recuerdan a una Ley Natural de superior rango. Si, el pez grande (el Gran Grupo Editorial) se come al pequeño, o en su defecto a los autores que previamente ha descubierto, pero el pequeño (la Editorial minoritaria) necesita que continúe haciéndolo, para a su vez reafirmarse como la auténtica cantera de nuevos valores literarios, haciendo bueno aquello de que lo minoritario sinónimo de calidad.

 
            Dicho todo esto, y otorgándole sus respetos a quien de verdad siempre los tuvo, veo llegada la hora de rescatar para Café a las siete siquiera a algunas de ese volumen ingente de Editoriales que suplen la abundancia de catálogo popular (digámoslo así) con imaginación. Una de ellas, que recientemente he podido descubrir, se trata de la Editorial Igitur, fundada y coordinada por los escritores Rosa Lentini y Ricardo Caro Gaviria, que nació con la firme voluntad de rescatar del olvido aquellos autores y textos que de otra forma permanecerían en el olvido. Ediciones Igitur mezcla de esa forma autores más o menos conocidos con otros que conforman la vanguardia de una evolución literaria que discurre de propuesta en propuesta. ¿Qué quiere decir esto?. Pues ni más ni menos, que al margen de convencionalismos literarios, de modas y de artificios, Ediciones Igitur apuesta por la literatura en su estado más puro.


            Su última apuesta literaria, El pasajero Walter Benjamín, Premio Navarra de Novela 1986 firmado por el propio Cesar Gaviria, recrea los últimos días del escritor y filósofo judío-alemán Walter Benjamín, quien no pudiendo superar el hecho de que en 1940 le impidiesen entrar en España con el firme propósito de alcanzar Nueva York vía Lisboa, opta por  la solución más rápida y también más dramática de autoliberación: el suicidio.


            Con el pasajero Walter Benjamín, oportunamente rescatado cuando se cumple el sesenta aniversario de su muerte, no pretende al autor aunque lo parezca, establecer un debate sobre el concepto histórico de frontera. Así, en la novela se recrean aspectos ya sabidos sobre la muerte de Benjamín, los biográficos, con los imaginados, encarnados esto en la recreación de las cuatro mujeres que le acompañaran en aquellos días. Una recreación necesaria para entender y conocer si cabe la particular personalidad de alguien que por fin parece acercársenos a las librerías sin tapujos.

Luis García

Lo minoritario sinónimo de calidad. Luis García

Lo minoritario
sinónimo de calidad


        Nadie duda a estas alturas de la importancia de las Editoriales llamadas minoritarias dentro del panorama literario nacional. Esto es porque desde siempre fueron cuna y cantera de las grandes,  a quienes les resulta mas sencillo, rápido y barato arrebatar los autores descubiertos por otros a veces con no poco esfuerzo e intuición, que apostar ellas por alguno en concreto. Operarían de ese modo de igual manera que lo hace un club de fútbol poderoso, léase Real Madrid, Barcelona, etc, con los modestos, a quienes cuando les fichan un jugador no les queda más alternativa que el derecho al pataleo, y la búsqueda de nuevos diamantes en bruto,  que una vez pulidos y tratados, pasaran a su vez a engrosar la nómina de los poderosos. Como se puede observar, la pescadilla que se muerde la cola. 

            Recordar a algunos de estos escritores sería muy largo y correríamos el riesgo de herir sensibilidades propias y ajenas, personificadas estas tanto en autores como en Editoriales. Por ello he preferido referirme tan sólo a aquellas malditas, casi secretas que a menudo se mueven en los entresijos del panorama cultural español de una forma colateral. Porque colaterales son al fin y al cabo los riesgos que corren cuando muestran sus mejores galas desde el extrarradio. 


            Pero aún a riesgo de presentarlos de una forma incorrecta, o de caer en tópicos bananeros que impidan que los árboles dejen ver el bosque, habría que decir que todos, absolutamente todos, Editoriales (grandes y pequeñas) y autores, se necesitan unos a los otros para sobrevivir. Es decir. Cierto es, que las pequeños acusan a las grandes de intrusismo profesional, pero no es menos cierto que no podrían sobrevivir la mayoría de las veces sin la existencia de ese supuesto intrusismo, porque la razón misma de su estar y ser en el mercado pasa por aceptar unas reglas de juego que nadie inventó, pero que a menudo recuerdan a una Ley Natural de superior rango. Si, el pez grande (el Gran Grupo Editorial) se come al pequeño, o en su defecto a los autores que previamente ha descubierto, pero el pequeño (la Editorial minoritaria) necesita que continúe haciéndolo, para a su vez reafirmarse como la auténtica cantera de nuevos valores literarios, haciendo bueno aquello de que lo minoritario sinónimo de calidad.

 
            Dicho todo esto, y otorgándole sus respetos a quien de verdad siempre los tuvo, veo llegada la hora de rescatar para Café a las siete siquiera a algunas de ese volumen ingente de Editoriales que suplen la abundancia de catálogo popular (digámoslo así) con imaginación. Una de ellas, que recientemente he podido descubrir, se trata de la Editorial Igitur, fundada y coordinada por los escritores Rosa Lentini y Ricardo Caro Gaviria, que nació con la firme voluntad de rescatar del olvido aquellos autores y textos que de otra forma permanecerían en el olvido. Ediciones Igitur mezcla de esa forma autores más o menos conocidos con otros que conforman la vanguardia de una evolución literaria que discurre de propuesta en propuesta. ¿Qué quiere decir esto?. Pues ni más ni menos, que al margen de convencionalismos literarios, de modas y de artificios, Ediciones Igitur apuesta por la literatura en su estado más puro.


            Su última apuesta literaria, El pasajero Walter Benjamín, Premio Navarra de Novela 1986 firmado por el propio Cesar Gaviria, recrea los últimos días del escritor y filósofo judío-alemán Walter Benjamín, quien no pudiendo superar el hecho de que en 1940 le impidiesen entrar en España con el firme propósito de alcanzar Nueva York vía Lisboa, opta por  la solución más rápida y también más dramática de autoliberación: el suicidio.


            Con el pasajero Walter Benjamín, oportunamente rescatado cuando se cumple el sesenta aniversario de su muerte, no pretende al autor aunque lo parezca, establecer un debate sobre el concepto histórico de frontera. Así, en la novela se recrean aspectos ya sabidos sobre la muerte de Benjamín, los biográficos, con los imaginados, encarnados esto en la recreación de las cuatro mujeres que le acompañaran en aquellos días. Una recreación necesaria para entender y conocer si cabe la particular personalidad de alguien que por fin parece acercársenos a las librerías sin tapujos.

Luis García

Lo minoritario sinónimo de calidad. Luis García

Lo minoritario
sinónimo de calidad


        Nadie duda a estas alturas de la importancia de las Editoriales llamadas minoritarias dentro del panorama literario nacional. Esto es porque desde siempre fueron cuna y cantera de las grandes,  a quienes les resulta mas sencillo, rápido y barato arrebatar los autores descubiertos por otros a veces con no poco esfuerzo e intuición, que apostar ellas por alguno en concreto. Operarían de ese modo de igual manera que lo hace un club de fútbol poderoso, léase Real Madrid, Barcelona, etc, con los modestos, a quienes cuando les fichan un jugador no les queda más alternativa que el derecho al pataleo, y la búsqueda de nuevos diamantes en bruto,  que una vez pulidos y tratados, pasaran a su vez a engrosar la nómina de los poderosos. Como se puede observar, la pescadilla que se muerde la cola. 

            Recordar a algunos de estos escritores sería muy largo y correríamos el riesgo de herir sensibilidades propias y ajenas, personificadas estas tanto en autores como en Editoriales. Por ello he preferido referirme tan sólo a aquellas malditas, casi secretas que a menudo se mueven en los entresijos del panorama cultural español de una forma colateral. Porque colaterales son al fin y al cabo los riesgos que corren cuando muestran sus mejores galas desde el extrarradio. 


            Pero aún a riesgo de presentarlos de una forma incorrecta, o de caer en tópicos bananeros que impidan que los árboles dejen ver el bosque, habría que decir que todos, absolutamente todos, Editoriales (grandes y pequeñas) y autores, se necesitan unos a los otros para sobrevivir. Es decir. Cierto es, que las pequeños acusan a las grandes de intrusismo profesional, pero no es menos cierto que no podrían sobrevivir la mayoría de las veces sin la existencia de ese supuesto intrusismo, porque la razón misma de su estar y ser en el mercado pasa por aceptar unas reglas de juego que nadie inventó, pero que a menudo recuerdan a una Ley Natural de superior rango. Si, el pez grande (el Gran Grupo Editorial) se come al pequeño, o en su defecto a los autores que previamente ha descubierto, pero el pequeño (la Editorial minoritaria) necesita que continúe haciéndolo, para a su vez reafirmarse como la auténtica cantera de nuevos valores literarios, haciendo bueno aquello de que lo minoritario sinónimo de calidad.

 
            Dicho todo esto, y otorgándole sus respetos a quien de verdad siempre los tuvo, veo llegada la hora de rescatar para Café a las siete siquiera a algunas de ese volumen ingente de Editoriales que suplen la abundancia de catálogo popular (digámoslo así) con imaginación. Una de ellas, que recientemente he podido descubrir, se trata de la Editorial Igitur, fundada y coordinada por los escritores Rosa Lentini y Ricardo Caro Gaviria, que nació con la firme voluntad de rescatar del olvido aquellos autores y textos que de otra forma permanecerían en el olvido. Ediciones Igitur mezcla de esa forma autores más o menos conocidos con otros que conforman la vanguardia de una evolución literaria que discurre de propuesta en propuesta. ¿Qué quiere decir esto?. Pues ni más ni menos, que al margen de convencionalismos literarios, de modas y de artificios, Ediciones Igitur apuesta por la literatura en su estado más puro.


            Su última apuesta literaria, El pasajero Walter Benjamín, Premio Navarra de Novela 1986 firmado por el propio Cesar Gaviria, recrea los últimos días del escritor y filósofo judío-alemán Walter Benjamín, quien no pudiendo superar el hecho de que en 1940 le impidiesen entrar en España con el firme propósito de alcanzar Nueva York vía Lisboa, opta por  la solución más rápida y también más dramática de autoliberación: el suicidio.


            Con el pasajero Walter Benjamín, oportunamente rescatado cuando se cumple el sesenta aniversario de su muerte, no pretende al autor aunque lo parezca, establecer un debate sobre el concepto histórico de frontera. Así, en la novela se recrean aspectos ya sabidos sobre la muerte de Benjamín, los biográficos, con los imaginados, encarnados esto en la recreación de las cuatro mujeres que le acompañaran en aquellos días. Una recreación necesaria para entender y conocer si cabe la particular personalidad de alguien que por fin parece acercársenos a las librerías sin tapujos.

Luis García