Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton. Luis García

Cuando Tim Burton
descubrió a Tim Burton.



                        Una vez más, una película, llamada con el tiempo a ser considerada casi como de culto, nos ofrece a la vez que la espectacularidad de sus secuencias, la oportunidad de descubrir a un autor estadounidense del siglo XIX, que curiosamente había permanecido oculto hasta la fecha en los anaqueles de cualquier librería pública. 

                        Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton, yo aún desconocía el alcance de su cine, pero si que intuía que estaba llamado a encuadrarse dentro de los grandes del género. Había conseguido con apenas media docena de filmes, que tanto adultos como niños disfrutasen con su peculiar forma de entender el séptimo arte, y por extensión la vida. Tengo que reconocer que a veces es necesario un pequeño empujón, y en mi caso no fue sino la visión de Pesadilla antes de Navidad, una película para adultos que gusta especialmente a los niños (que se lo pregunten sino a mi hija Henar para quien es su preferida), la que me aficionó al cine de Burton.  

                        Por eso, el regreso de Tim Burton, no por esperado resultaba menos atractivo. ¿Qué historia nos traería esta vez?. La sorpresa, después de la espera, es la adaptación (muy libre) de un relato de Washington Irving, reciente y oportunamente recuperado magistralmente por la Editorial Alba. Me estoy refiriendo, como no, a La leyenda de Sleepy Hollow.
 
                        Si usted, circunstancial lector, no es un aficionado a la literatura de los siglos XVIII y XIX, una literatura que ahora en el siglo XX denominan eufemísticamente como gótica, si no es capaz de dejarse seducir con su adormecedor y ensoñador halo de romanticismo mas allá de los espíritus cansinos que suelen crear, pues... sencillamente, pase de largo por este artículo. Vea la película (que sin duda le encantará) y olvídese de quien creó la leyenda y de cuanto le rodeaba en aquel entresijo Burtoniano. 

                        Pero si usted, lector, aún mantiene intacta su capacidad de asombro, precisamente en unos tiempos tan carentes de originalidad en los que parece que casi todo está inventado, o cuando menos reciclado, y cree firmemente que el valle que da nombre a la leyenda, Sleepy Hollow, no sólo es posible que exista, sino que es capaz de localizarlo incluso cercano a su ciudad, deténgase en la historia del desgraciado soldado de caballería de Hesee, quien habiendo perdido su cabeza en una batalla de la Guerra de la Independencia, todas las noches se levanta de su tumba y se encamina galopando hasta el campo de batalla en un último y desesperado intento por recuperarla. Porque La
leyenda de Sleepy Hallow, no es sino la historia del Jinete sin Cabeza, una historia manida que los más viejos creen reconocer les contaban de niños. Y es la historia de Ichabod el maestro, quien sin pretenderlo, habrá de convertirse en un eslabón más de una fábula tan aparentemente pueril en su concepción, como hermosa en su tradición.

                        Tim Burton lo ha conseguido. Cuando parecía imposible, se saca de la chistera una historia tan atractiva como todas las anteriores, y nos ofrece un relato magistralmente construido, tanto como el original de Washington Irving. 

            Porque la vida no es sino una desesperada búsqueda de nosotros mismos, aunque esta venga representada en forma de Jinete sin Cabeza a lomos de un caballo.


Luis García