En la sala de manicura.

EN LA SALA DE MANICURA



 

Te quiero amor. Yo también te quiero.  Estamos en esa etapa maravillosa y perfecta donde todo nos parece, sin lugar a dudas, eterno. Él, como otras tantas tardes tórridas, sin ganas de nada debido al excesivo calor, se quedó echando una siestecita con el aire acondicionado puesto, soñando, seguro que sí, porque tiene una cara feliz, la de un hombre satisfecho. Yo, a todo correr, me preparaba para ir al salón de belleza, le prometí que iría  muy temprano, decía que habían venido muchos turistas y a todos les daba por ir a la peluquería o pedían cita para hacerse una limpieza completa, así que deseaba ir a la hora recomendada.

En el reloj de la escalera daban las cuatro y veinte cuando toqué al timbre.  Me abrió una chica nueva, Susana, dijo que estaba sustituyendo a Pepa, la chica que siempre me atendía, porque se había puesto enfermo un familiar. Muy educada me preguntó si no había inconveniente en que fuese ella la que me atendiera. Con cierto rubor porque había quedado, hacía ya un mes, para hacerme una limpieza completa. Teníamos billete de avión para Tenerife, hotel con playa nudista, y no quería parecer un oso polar del sur de España.


Bueno, le comenté, eres una profesional, así que no  hay problemas. Cuando tu quieras me avisas y paso. Me miró de arriba abajo y con una sonrisa, que me pareció algo impúdica, se retiró para aparecer cinco minutos después con una bata blanca, pelo recogido y sandalias a juego, pidiéndome por favor que pasara, que todo estaba listo.


Como siempre, la habitación estaba decorada de forma acogedora para que las mujeres que pasábamos a diario por semejante tortura no deseáramos salir corriendo. La chica había puesto además unas velas aromáticas que olían muy bien. Me ayudó a desnudarme hasta la cintura. Mientras movía la cera, con cierta parsimonia, me habló de una nueva crema, para antes del depilado que suavizaba y abría los poros haciendo más fácil su retirada. Vale. Vamos a probarla. Le dije yo, que no me gustaba sufrir nada de nada. Pobres mujeres, me decía. ¿Porqué seremos tan fáciles de convencer? Se untó las manos con una crema rosa que olía a madreselva y con suavidad me la fué echando por encima, empezando por las ingles. Ese masaje, inconscientemente me empezó a excitar. Intentaba pensar en algo frío, monótono, porque en la posición que estaba, se daría cuenta enseguida de cómo mi clítoris aumentaba escandalosamente de tamaño y mis labios se abrían como las flores en primavera. Ella me hablaba de los chicos que veía todos los días en la playa. Músculos bien formados, glúteos fuertes, morena piel, sanos cabellos, sus manos ahora subían y bajaban alrededor de la comisura de mis nalgas para después seguir subiendo hasta el monte de venus y volver a bajar...


La crema se absorberá enseguida. Nos llevará poco tiempo. Sin remedio, mi excitación iba en aumento. Con mucha maestría y destreza me empezó a eliminar el molesto vello. Se me escapaban gritos, quejas que ella remediaba pasándome la mano, abierta, acariciadora, sobre mi sexo, mitigando el dolor con el placer que sentía. Limpió todo con una nueva crema para retirar los restos de cera y una loción aromática, sin alcohol, para refrescar. Al terminar, dejó su mano abierta sobre mi sexo aún muy húmedo, acercó su cara a mi cara y me preguntó si me sentía bien. Abrí los ojos y le dije que si, que estaba bien. Entonces siguió acariciando, suavemente, pero con decisión, justo en la parte que más me gustaba, principio y fin de la vida, los labios, para después meter los dedos, sacarlos y volver a acariciar. Estuvo el tiempo suficiente hasta que notó que un flujo viscoso salía de mis entrañas, señal de que estaba satisfecha.


No hicieron falta palabras, ni besos, ni más caricias. Sólo una crema aromática, velas de colores de olores varios y destreza. Al salir del salón de belleza mis piernas, aún algo temblonas, respondieron al son de mis tacones altos que a duras penas me llevaron hasta el coche aparcado en el parking del edificio. Me prometí volver antes del siguiente mes...cuando volviera de mis vacaciones. ¿Seguiría aún allí?

m.C.B.