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Ezra con su códice de humo por las grietas del Dios. Manuel Lozano

MANUEL LOZANO

Buenos Aires, 3 de junio de 2003

(Este texto pertenece al libro "La noche desnuda de rostro ciego", de M.L. Derechos registrados)

 
EZRA CON SU CÓDICE DE HUMO POR LAS GRIETAS DEL DIOS
A la muralla que alberga la lluvia que nace de tu boca. Hasta esa música llegan mis fauces.
(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Cuando la usura asciende como una telaraña en su mármol marchito, o quizá cuando se repliega en el ardor de estas cenizas, ?qué festín preparas dondequiera esté tu sangre y tu futuro? Porque lo ves debajo de un hierro dorado que te cubre la cabeza, regresando a su dolor primero -sin alivio de nada-, rojo cielo, espuma a trasluz, valija cerrada colgando de la boca.




(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Caverna donde engendro esplendores. Hurgo las muchedumbres de mi soledad, arrastro las cáscaras y desperdicios nocturnos para llenar de risas esta fiesta.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



La fiesta, la feria y su limoso presente. Compruebo la demolición del mundo por el gesto.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Es vieja esta masacre. La extremaron los esclavos desde el nacimiento del poseso ungido en su tragedia, la repiten sirvientes con el goce amenazante de una revelación: ?a quién buscan?, preguntaba en el huerto el que ha bajado. !Qué honor, qué tembloroso ruin contaría los minutos, qué alardeo de juicio final encerrado en un ardor de telarañas!
Sonríes en el espejo de cal hirviendo intacto un cortejo de cicatrices. El saqueo no se avergüenza del ritual, acontece.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ni siquiera un aleteo dibujado por la sombra de la esperanza, me alivia del lenguaje. ?No dijiste siempre que el lenguaje grazna y brama y jadea? Qué petrificada es esta mansión bajo mi lengua, deshojándose. Voy hacia el rescate de los hilos. El agua subiría por el muro con sus ofrendas: un amuleto filoso y un niño que duerme. Aunque sentencien y asistan a su muerte disfrazada, el niño duerme. La rueca feroz aguarda. Las plagas avientan al amortajado con humo lobreguísimo.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Lo que cava sin fin hasta el principio.
El ritmo.
Las puertas y las peregrinaciones.
Los alimentos, las pinzas del insomnio.
El gesto crudo.
El lujo de un desierto que arde.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Y apenas atraviesas aquella ruina, todos los poderes caen -es decir, se sumergen- en la pequeña esfinge guardiana. Los domingos alzan su graal en honor de la embalsamadora. !Quién acudiera a su grito, a la voz infantil abierta en grandes charcos! Y la arena traga a la desertora. Mar adentro, en largas jornadas al temblor.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



No quieras jamás el consuelo, esa heredad de los débiles: trampas de las horas secándose hasta el llanto. Antes el viajero sufría desnudez en las victorias de la carne. Estar era abandono guardador de espléndidos seres arrebatados al milagro. Ítaca florecía en la mohosa estirpe de vísceras comidas por los lobos. Eso sí, los lobos que apacientan un mármol implacable.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Resplandece. Dudosa la luz de los rastros, de otra muerte, de las falsificaciones. Persuasión de un objeto vedado.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



...muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte

CORONADA EN SILLA DE PAJA



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ciudades edificadas sobre cráneos. El viajero suele ver imperios en las estrías de un carbón amarrado a su sangre.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)




Cantabas un lenguaje de pájaros para cantar con los pájaros desde la fundación del mundo.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Detrás de una membrana se levanta la puerta. Imán de una memoria habitada -a sobresaltos- por desfiladeros interestelares, por rejas y por dientes,

RÍES LA FIESTA
EL SUSURRO DEL SIEMPRE TATUAJE
ABIERTO EN EL BALDÍO



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Entonces una voz le dirá a Ezequiel: "Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Profetiza sobre estos huesos, y diles: huesos secos, Oídle."



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ya el sol fue tela de cilicio en mis ojos. Ahora llueve sobre las estatuas y recuerdo mis tribus, arrojadas por un rey enloquecido a sus amantes. ¿ Es que no probé las agrias almendras sobre el umbral, no las probé acaso? Atrás el alba pegajosa de los padres del desierto. Los mínimos ojos disponen de la aventura devorada por la herida.
Todo lo sabes del temblor y sus túneles. Por eso te pido la delicada llave, la fascinante.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Contra la lucidez, duermes tu boca de hielo, las nervaduras en declive de tu furia. Paredes donde remolcan el secreto. El mundo ha de resquebrajarse como un calco del mundo. Hospitales de la conjetura sin amparo, vísperas del espejo que huye. Falsos puñales dentro del vacío. Se subleva en piedad toda mi herida.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Vírgenes negras de Haití -desde lo alto- preparan el vuelo del rocío en el viento amargo de esta cacería. ?No ves cómo sangra el que aprendió a entrar en el grito? Era el grito incesante de la lluvia, el fruto amenazado.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Athanor para guardar el fuego. Ningún camino conduce hasta la casa: no hay casa, no hay espera. Déjale desatar este cielo. Levantar esa ceniza.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando Poe el bosque?)



Veo que pasean a un hombre en una jaula por las calles estériles de una ciudad idéntica a todas las ciudades en el planeta pavoroso. !Soy yo, el ilustre Ezra Pound con raíces de limoneros y humo lunar surgiendo de la mínima distancia entre el jadeo y el grito! !Seré yo, el andrajoso! !Pero alcancen la jaula y recojan los residuos!



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)


Los monos suben los peldaños. Hay ráfagas de viento y de memoria. Puertas adentro, un jaguar destroza el graal de la usura.

Ezra con su códice de humo por las grietas del Dios. Manuel Lozano

MANUEL LOZANO

Buenos Aires, 3 de junio de 2003

(Este texto pertenece al libro "La noche desnuda de rostro ciego", de M.L. Derechos registrados)

 
EZRA CON SU CÓDICE DE HUMO POR LAS GRIETAS DEL DIOS
A la muralla que alberga la lluvia que nace de tu boca. Hasta esa música llegan mis fauces.
(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Cuando la usura asciende como una telaraña en su mármol marchito, o quizá cuando se repliega en el ardor de estas cenizas, ?qué festín preparas dondequiera esté tu sangre y tu futuro? Porque lo ves debajo de un hierro dorado que te cubre la cabeza, regresando a su dolor primero -sin alivio de nada-, rojo cielo, espuma a trasluz, valija cerrada colgando de la boca.




(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Caverna donde engendro esplendores. Hurgo las muchedumbres de mi soledad, arrastro las cáscaras y desperdicios nocturnos para llenar de risas esta fiesta.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



La fiesta, la feria y su limoso presente. Compruebo la demolición del mundo por el gesto.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Es vieja esta masacre. La extremaron los esclavos desde el nacimiento del poseso ungido en su tragedia, la repiten sirvientes con el goce amenazante de una revelación: ?a quién buscan?, preguntaba en el huerto el que ha bajado. !Qué honor, qué tembloroso ruin contaría los minutos, qué alardeo de juicio final encerrado en un ardor de telarañas!
Sonríes en el espejo de cal hirviendo intacto un cortejo de cicatrices. El saqueo no se avergüenza del ritual, acontece.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ni siquiera un aleteo dibujado por la sombra de la esperanza, me alivia del lenguaje. ?No dijiste siempre que el lenguaje grazna y brama y jadea? Qué petrificada es esta mansión bajo mi lengua, deshojándose. Voy hacia el rescate de los hilos. El agua subiría por el muro con sus ofrendas: un amuleto filoso y un niño que duerme. Aunque sentencien y asistan a su muerte disfrazada, el niño duerme. La rueca feroz aguarda. Las plagas avientan al amortajado con humo lobreguísimo.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Lo que cava sin fin hasta el principio.
El ritmo.
Las puertas y las peregrinaciones.
Los alimentos, las pinzas del insomnio.
El gesto crudo.
El lujo de un desierto que arde.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Y apenas atraviesas aquella ruina, todos los poderes caen -es decir, se sumergen- en la pequeña esfinge guardiana. Los domingos alzan su graal en honor de la embalsamadora. !Quién acudiera a su grito, a la voz infantil abierta en grandes charcos! Y la arena traga a la desertora. Mar adentro, en largas jornadas al temblor.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



No quieras jamás el consuelo, esa heredad de los débiles: trampas de las horas secándose hasta el llanto. Antes el viajero sufría desnudez en las victorias de la carne. Estar era abandono guardador de espléndidos seres arrebatados al milagro. Ítaca florecía en la mohosa estirpe de vísceras comidas por los lobos. Eso sí, los lobos que apacientan un mármol implacable.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Resplandece. Dudosa la luz de los rastros, de otra muerte, de las falsificaciones. Persuasión de un objeto vedado.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



...muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte

CORONADA EN SILLA DE PAJA



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ciudades edificadas sobre cráneos. El viajero suele ver imperios en las estrías de un carbón amarrado a su sangre.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)




Cantabas un lenguaje de pájaros para cantar con los pájaros desde la fundación del mundo.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Detrás de una membrana se levanta la puerta. Imán de una memoria habitada -a sobresaltos- por desfiladeros interestelares, por rejas y por dientes,

RÍES LA FIESTA
EL SUSURRO DEL SIEMPRE TATUAJE
ABIERTO EN EL BALDÍO



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Entonces una voz le dirá a Ezequiel: "Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Profetiza sobre estos huesos, y diles: huesos secos, Oídle."



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ya el sol fue tela de cilicio en mis ojos. Ahora llueve sobre las estatuas y recuerdo mis tribus, arrojadas por un rey enloquecido a sus amantes. ¿ Es que no probé las agrias almendras sobre el umbral, no las probé acaso? Atrás el alba pegajosa de los padres del desierto. Los mínimos ojos disponen de la aventura devorada por la herida.
Todo lo sabes del temblor y sus túneles. Por eso te pido la delicada llave, la fascinante.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Contra la lucidez, duermes tu boca de hielo, las nervaduras en declive de tu furia. Paredes donde remolcan el secreto. El mundo ha de resquebrajarse como un calco del mundo. Hospitales de la conjetura sin amparo, vísperas del espejo que huye. Falsos puñales dentro del vacío. Se subleva en piedad toda mi herida.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Vírgenes negras de Haití -desde lo alto- preparan el vuelo del rocío en el viento amargo de esta cacería. ?No ves cómo sangra el que aprendió a entrar en el grito? Era el grito incesante de la lluvia, el fruto amenazado.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Athanor para guardar el fuego. Ningún camino conduce hasta la casa: no hay casa, no hay espera. Déjale desatar este cielo. Levantar esa ceniza.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando Poe el bosque?)



Veo que pasean a un hombre en una jaula por las calles estériles de una ciudad idéntica a todas las ciudades en el planeta pavoroso. !Soy yo, el ilustre Ezra Pound con raíces de limoneros y humo lunar surgiendo de la mínima distancia entre el jadeo y el grito! !Seré yo, el andrajoso! !Pero alcancen la jaula y recojan los residuos!



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)


Los monos suben los peldaños. Hay ráfagas de viento y de memoria. Puertas adentro, un jaguar destroza el graal de la usura.

Ezra con su códice de humo por las grietas del Dios. Manuel Lozano

MANUEL LOZANO

Buenos Aires, 3 de junio de 2003

(Este texto pertenece al libro "La noche desnuda de rostro ciego", de M.L. Derechos registrados)

 
EZRA CON SU CÓDICE DE HUMO POR LAS GRIETAS DEL DIOS
A la muralla que alberga la lluvia que nace de tu boca. Hasta esa música llegan mis fauces.
(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Cuando la usura asciende como una telaraña en su mármol marchito, o quizá cuando se repliega en el ardor de estas cenizas, ?qué festín preparas dondequiera esté tu sangre y tu futuro? Porque lo ves debajo de un hierro dorado que te cubre la cabeza, regresando a su dolor primero -sin alivio de nada-, rojo cielo, espuma a trasluz, valija cerrada colgando de la boca.




(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Caverna donde engendro esplendores. Hurgo las muchedumbres de mi soledad, arrastro las cáscaras y desperdicios nocturnos para llenar de risas esta fiesta.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



La fiesta, la feria y su limoso presente. Compruebo la demolición del mundo por el gesto.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Es vieja esta masacre. La extremaron los esclavos desde el nacimiento del poseso ungido en su tragedia, la repiten sirvientes con el goce amenazante de una revelación: ?a quién buscan?, preguntaba en el huerto el que ha bajado. !Qué honor, qué tembloroso ruin contaría los minutos, qué alardeo de juicio final encerrado en un ardor de telarañas!
Sonríes en el espejo de cal hirviendo intacto un cortejo de cicatrices. El saqueo no se avergüenza del ritual, acontece.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ni siquiera un aleteo dibujado por la sombra de la esperanza, me alivia del lenguaje. ?No dijiste siempre que el lenguaje grazna y brama y jadea? Qué petrificada es esta mansión bajo mi lengua, deshojándose. Voy hacia el rescate de los hilos. El agua subiría por el muro con sus ofrendas: un amuleto filoso y un niño que duerme. Aunque sentencien y asistan a su muerte disfrazada, el niño duerme. La rueca feroz aguarda. Las plagas avientan al amortajado con humo lobreguísimo.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Lo que cava sin fin hasta el principio.
El ritmo.
Las puertas y las peregrinaciones.
Los alimentos, las pinzas del insomnio.
El gesto crudo.
El lujo de un desierto que arde.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Y apenas atraviesas aquella ruina, todos los poderes caen -es decir, se sumergen- en la pequeña esfinge guardiana. Los domingos alzan su graal en honor de la embalsamadora. !Quién acudiera a su grito, a la voz infantil abierta en grandes charcos! Y la arena traga a la desertora. Mar adentro, en largas jornadas al temblor.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



No quieras jamás el consuelo, esa heredad de los débiles: trampas de las horas secándose hasta el llanto. Antes el viajero sufría desnudez en las victorias de la carne. Estar era abandono guardador de espléndidos seres arrebatados al milagro. Ítaca florecía en la mohosa estirpe de vísceras comidas por los lobos. Eso sí, los lobos que apacientan un mármol implacable.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Resplandece. Dudosa la luz de los rastros, de otra muerte, de las falsificaciones. Persuasión de un objeto vedado.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



...muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte

CORONADA EN SILLA DE PAJA



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ciudades edificadas sobre cráneos. El viajero suele ver imperios en las estrías de un carbón amarrado a su sangre.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)




Cantabas un lenguaje de pájaros para cantar con los pájaros desde la fundación del mundo.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Detrás de una membrana se levanta la puerta. Imán de una memoria habitada -a sobresaltos- por desfiladeros interestelares, por rejas y por dientes,

RÍES LA FIESTA
EL SUSURRO DEL SIEMPRE TATUAJE
ABIERTO EN EL BALDÍO



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Entonces una voz le dirá a Ezequiel: "Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Profetiza sobre estos huesos, y diles: huesos secos, Oídle."



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ya el sol fue tela de cilicio en mis ojos. Ahora llueve sobre las estatuas y recuerdo mis tribus, arrojadas por un rey enloquecido a sus amantes. ¿ Es que no probé las agrias almendras sobre el umbral, no las probé acaso? Atrás el alba pegajosa de los padres del desierto. Los mínimos ojos disponen de la aventura devorada por la herida.
Todo lo sabes del temblor y sus túneles. Por eso te pido la delicada llave, la fascinante.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Contra la lucidez, duermes tu boca de hielo, las nervaduras en declive de tu furia. Paredes donde remolcan el secreto. El mundo ha de resquebrajarse como un calco del mundo. Hospitales de la conjetura sin amparo, vísperas del espejo que huye. Falsos puñales dentro del vacío. Se subleva en piedad toda mi herida.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Vírgenes negras de Haití -desde lo alto- preparan el vuelo del rocío en el viento amargo de esta cacería. ?No ves cómo sangra el que aprendió a entrar en el grito? Era el grito incesante de la lluvia, el fruto amenazado.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Athanor para guardar el fuego. Ningún camino conduce hasta la casa: no hay casa, no hay espera. Déjale desatar este cielo. Levantar esa ceniza.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando Poe el bosque?)



Veo que pasean a un hombre en una jaula por las calles estériles de una ciudad idéntica a todas las ciudades en el planeta pavoroso. !Soy yo, el ilustre Ezra Pound con raíces de limoneros y humo lunar surgiendo de la mínima distancia entre el jadeo y el grito! !Seré yo, el andrajoso! !Pero alcancen la jaula y recojan los residuos!



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)


Los monos suben los peldaños. Hay ráfagas de viento y de memoria. Puertas adentro, un jaguar destroza el graal de la usura.

Ezra con su códice de humo por las grietas del Dios. Manuel Lozano

MANUEL LOZANO

Buenos Aires, 3 de junio de 2003

(Este texto pertenece al libro "La noche desnuda de rostro ciego", de M.L. Derechos registrados)

 
EZRA CON SU CÓDICE DE HUMO POR LAS GRIETAS DEL DIOS
A la muralla que alberga la lluvia que nace de tu boca. Hasta esa música llegan mis fauces.
(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Cuando la usura asciende como una telaraña en su mármol marchito, o quizá cuando se repliega en el ardor de estas cenizas, ?qué festín preparas dondequiera esté tu sangre y tu futuro? Porque lo ves debajo de un hierro dorado que te cubre la cabeza, regresando a su dolor primero -sin alivio de nada-, rojo cielo, espuma a trasluz, valija cerrada colgando de la boca.




(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Caverna donde engendro esplendores. Hurgo las muchedumbres de mi soledad, arrastro las cáscaras y desperdicios nocturnos para llenar de risas esta fiesta.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



La fiesta, la feria y su limoso presente. Compruebo la demolición del mundo por el gesto.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Es vieja esta masacre. La extremaron los esclavos desde el nacimiento del poseso ungido en su tragedia, la repiten sirvientes con el goce amenazante de una revelación: ?a quién buscan?, preguntaba en el huerto el que ha bajado. !Qué honor, qué tembloroso ruin contaría los minutos, qué alardeo de juicio final encerrado en un ardor de telarañas!
Sonríes en el espejo de cal hirviendo intacto un cortejo de cicatrices. El saqueo no se avergüenza del ritual, acontece.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ni siquiera un aleteo dibujado por la sombra de la esperanza, me alivia del lenguaje. ?No dijiste siempre que el lenguaje grazna y brama y jadea? Qué petrificada es esta mansión bajo mi lengua, deshojándose. Voy hacia el rescate de los hilos. El agua subiría por el muro con sus ofrendas: un amuleto filoso y un niño que duerme. Aunque sentencien y asistan a su muerte disfrazada, el niño duerme. La rueca feroz aguarda. Las plagas avientan al amortajado con humo lobreguísimo.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Lo que cava sin fin hasta el principio.
El ritmo.
Las puertas y las peregrinaciones.
Los alimentos, las pinzas del insomnio.
El gesto crudo.
El lujo de un desierto que arde.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Y apenas atraviesas aquella ruina, todos los poderes caen -es decir, se sumergen- en la pequeña esfinge guardiana. Los domingos alzan su graal en honor de la embalsamadora. !Quién acudiera a su grito, a la voz infantil abierta en grandes charcos! Y la arena traga a la desertora. Mar adentro, en largas jornadas al temblor.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



No quieras jamás el consuelo, esa heredad de los débiles: trampas de las horas secándose hasta el llanto. Antes el viajero sufría desnudez en las victorias de la carne. Estar era abandono guardador de espléndidos seres arrebatados al milagro. Ítaca florecía en la mohosa estirpe de vísceras comidas por los lobos. Eso sí, los lobos que apacientan un mármol implacable.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Resplandece. Dudosa la luz de los rastros, de otra muerte, de las falsificaciones. Persuasión de un objeto vedado.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



...muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte

CORONADA EN SILLA DE PAJA



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ciudades edificadas sobre cráneos. El viajero suele ver imperios en las estrías de un carbón amarrado a su sangre.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)




Cantabas un lenguaje de pájaros para cantar con los pájaros desde la fundación del mundo.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Detrás de una membrana se levanta la puerta. Imán de una memoria habitada -a sobresaltos- por desfiladeros interestelares, por rejas y por dientes,

RÍES LA FIESTA
EL SUSURRO DEL SIEMPRE TATUAJE
ABIERTO EN EL BALDÍO



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Entonces una voz le dirá a Ezequiel: "Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Profetiza sobre estos huesos, y diles: huesos secos, Oídle."



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Ya el sol fue tela de cilicio en mis ojos. Ahora llueve sobre las estatuas y recuerdo mis tribus, arrojadas por un rey enloquecido a sus amantes. ¿ Es que no probé las agrias almendras sobre el umbral, no las probé acaso? Atrás el alba pegajosa de los padres del desierto. Los mínimos ojos disponen de la aventura devorada por la herida.
Todo lo sabes del temblor y sus túneles. Por eso te pido la delicada llave, la fascinante.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Contra la lucidez, duermes tu boca de hielo, las nervaduras en declive de tu furia. Paredes donde remolcan el secreto. El mundo ha de resquebrajarse como un calco del mundo. Hospitales de la conjetura sin amparo, vísperas del espejo que huye. Falsos puñales dentro del vacío. Se subleva en piedad toda mi herida.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Vírgenes negras de Haití -desde lo alto- preparan el vuelo del rocío en el viento amargo de esta cacería. ?No ves cómo sangra el que aprendió a entrar en el grito? Era el grito incesante de la lluvia, el fruto amenazado.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)



Athanor para guardar el fuego. Ningún camino conduce hasta la casa: no hay casa, no hay espera. Déjale desatar este cielo. Levantar esa ceniza.



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando Poe el bosque?)



Veo que pasean a un hombre en una jaula por las calles estériles de una ciudad idéntica a todas las ciudades en el planeta pavoroso. !Soy yo, el ilustre Ezra Pound con raíces de limoneros y humo lunar surgiendo de la mínima distancia entre el jadeo y el grito! !Seré yo, el andrajoso! !Pero alcancen la jaula y recojan los residuos!



(¿Sólo perdura la emoción, sigues aullando por el bosque?)


Los monos suben los peldaños. Hay ráfagas de viento y de memoria. Puertas adentro, un jaguar destroza el graal de la usura.

Las palabras y el escrutador del secreto. Manuel Lozano

LAS PALABRAS Y EL ESCRUTADOR DEL SECRETO

(NOTA LIMINAR A "LSD")
 
                        ¿Quién podrá invalidar, a esta altura o desaltura de los siglos, aquel viejo principio de que el humor es una de las formas más altas de la inteligencia? Estas palabras del  obispo André Breton, hoy sometido -post mortem- a la miseria del remate familiar de todas sus pertenencias (por lo visto la miserabilidad no es patrimonio exclusivo de los políticos y empresarios de la Argentina), se entronca, entonces, en la mejor tradición de Aristófanes, Voltaire y Swift. 
 
                          Quien "construye" una revista o un boletín, reconstruye varias miradas y modelos del mundo. Esas miradas y modelos son, finalmente o quizá felizmente, palabras. Borges escribió en el prefacio de "El informe de Brodie": "(...) ¿Quién, en 1970, recordará con precisión lo que fueron, a fines del siglo anterior, los arrabales de Palermo o de Lomas? Por increíble que parezca, hay escrupulosos que ejercen la policía de las pequeñas distracciones. Observan, por ejemplo, que Martín Fierro hubiera hablado de una bolsa de huesos, no de un saco de huesos, y reprueban, acaso con injusticia, el pelaje overo rosado de cierto caballo famoso." 
 
                        Por eso elegí, cuando "construía" este LSD de mayo, el camino inverso al de las pequeñas distracciones: vale decir el de la busca de la invención y sus sombras reveladoras. Quiero agradecer, a mi vez, la alta calidad y cantidad de trabajos recibidos (nos resulta verdaderamente imposible poder publicarlos en su totalidad), como así también la generosa invitación de Alejandro Manrique para participar del proyecto.

                         El viejo sabio Huang Ta Chung advertía  a un discípulo que las palabras no son buenas para el sentir de lo secreto. "¿Quien puede ponerle nombre y apellidos al infinito?", se preguntaba. El presente "LSD" prueba que, contrario sensu, el secreto y el infinito admiten espléndidas o pavorosas genealogías de palabras. ¿Y no son Platón y Blake pruebas de ello?  

 
 
Buenos Aires, mayo de 2003
 
 
        Oscar Wilde, eximio maestro y vindicador de la "inutilidad" de las cosas, sigue advirtiéndonos contra la insuficiencia del milagro. ¿Para qué "sirven" estos hechos sobrenaturales si no se está preparado para recibirlos? André Gide rescata la resignificación de estas parábolas del evangelio:
 
 
                "(...) -Cuando Jesús quiso regresar a Nazaret -contaba él-, Nazaret había cambiado tanto que no reconoció su ciudad. La Nazaret que él había vivido estaba llena de lamentos y de lágrimas.; en la de ahora, todo eran carcajadas y cantos. Y Cristo, al entrar en la ciudad, vio a unas esclavas que, cargadas de flores, se apresuraban hacia la escalera de mármol de una casa de mármol blanco. Cristo entró en la casa y, al fondo de una sala de jaspe, recostado sobre un lecho de púrpura, vio a un hombre cuyos cabellos se hallaban entretejidos de rosas rojas y cuyos labios se veían rojos de vino. Cristo se acercó a él, lo tocó en un hombro y le dijo: "¿por qué llevas esta vida?" El hombre se volvió, lo reconoció y contestó: "Yo era leproso; tú me curaste. ¿Por qué tendría que llevar otra vida?"
 
             Cristo salió de aquella casa. Y he aquí que, en la calle, vio a una mujer cuyo rostro y ropajes estaban pintados y cuyos pies calzaban perlas; y tras ella iba un hombre cuya vestimenta era de dos colores y cuyos ojos se cubrían de deseo. Y Cristo se acercó al hombre, le tocó en un hombro y le dijo: "Pero ¿por qué sigues a esta mujer y la miras así?" El hombre se volvió, lo reconoció y le dijo: "Yo era ciego; tú me curaste. ¿Qué otra cosa podría hacer con mi vista?" Y Cristo se acercó a la mujer: "El camino que sigues", le dijo, "es el camino del pecado; ¿por qué seguirlo?" La mujer lo reconoció y, riendo, le dijo: "El camino que sigo es agradable y tú me perdonaste los pecados."
         
            Entonces Cristo sintió su corazón lleno de tristeza y quiso dejar la ciudad. Pero, cuando salía, vio finalmente, junto a los fosos de la ciudad, a un joven que lloraba. Cristo se acercó a él y, tocando los rizos de sus cabellos, le dijo: "Amigo mío, ¿por qué lloras?" El joven alzó los ojos, lo reconoció y respondió: "Yo estaba muerto y tú me resucitaste; ¿qué otra cosa puedo hacer con mi vida?"
 

Del que clama en el desierto. Manuel Lozano (Buenos Aires, 2002)

Manuel Lozano en la mítica "Residencia de estudiantes",   Madrid, 1998
 
DEL QUE CLAMA EN EL DESIERTO
Manuel Lozano
          Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase
     por delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un
     tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo.
                                Apocalipsis, 12, 14 
                                        
                                                
                               A Bartolomé Adrover Guerrero
            ...Raposa dijo Él con voz de ciprés cubierto en nubes, con sobrehumana voz que oíste a través del espino. Las ciudades caían. La codicia caía. Las estrellas caían. La lumbre omnipotente del temor caía entre los dientes convertidos en plumas. El légamo brillante caía en las ventanas. El poseso caía en residuos de silencio. Las aves caían pastoreadas por la muerte, como anunciara el psalmo de los hijos de Coré. Caían los cuerpos primitivos del deseo, el duro corazón de los apóstatas, el despiadado círculo de la revelación en un establo. Una lluvia de llagas caía aquí,  creciendo en  la perfecta batalla del luto enardecido.                       
          Ritual, tu mismo amanecer.
          Las ofrendas fueron  vanas en bocas de la usura o del desprecio. ¿Qué ofrenda no roza jamás el piso adamantino de su manicomio? La criatura llenaba de cadáveres los ahuecados troncos donde se regocija el sol de los misterios por venir, este sauce crujió por los huesos del relámpago. (Llenar la desnudez es atar con carne y luz a la palabra.) Estos humillados desmenuzaban las rotaciones de la sangre de los  padres -hilo tras hilo, semejante a las fastuosas mareas del día oscuro-, vertiendo asco sin saciar en vasos rotos. Nunca hubo muerte más muerte sobre la piel de Adán, el heredero. ¿Cuándo se  deshizo -semidormida- la máscara de buey para ahuyentar a los ladrones? ¿Ya sientes cómo explota el polen carnal en la fiesta del engaño?                                    
          Raíces desplegadas en suspenso sobre las cunas de los no nacidos. Las paredes frías del imperio caminan al derrumbe. Oímos la voz de esa criatura. Se arrodilló el éxtasis como una fragancia, como un ángel derramado en la noche del crimen.
          Ahora ¿quién hablará de redención cuando ha visto la ruina de la especie? Lagartijas arrastradas  por las olas y  tajos de bilis seca en el cerebro  y hormigas diminutas hay en los límites del presente miserable. ¡Acércate, vástago de multitudes, rehén de tu promesa! Cualquiera lamerá la apatía de su lucidez. ¿Guardas para él acaso una hilacha de la destrucción? El dadivoso mundo echó a correr entre las hojas, traspasando el archipiélago de una historia que no se detiene. La flamante anunciación echa redes en la jungla. Exhumo el calidoscopio de piedra que conjetura tu infancia vuelta poco a poco  un puñado de vidrios, que cose  las ceremoniosas estrías de la muerte.  Siempre era de noche en las tiendas de campaña. 
     
             Ritual, tu mismo amanecer.
            Esta cara se ofrece a los espejos desertores de un sacrificio sin ganancias. He aquí el llamamiento: un cráneo que muge, hacia los bordes un niño bailando entre chozas y déspotas. El mediodía salmodia la traición de los nombres en vuelo de la noche. Escarnecen al que hostiga con sarcasmo tan desnudo, voluntad de lo ínfimo y persistencia del llanto en cada gesto. ¿Por qué un refugio para la
"Alegoría de otra deidad: Adda Nari", por Manuel Lozano,
Buenos Aires, 2002
pérdida de Paraísos que nunca verán los hombres? ¿Es de hierro esta ley que expulsas por los labios?
          
            Ritual, tu mismo amanecer.
            Entonces habría que descifrar
            el sudario palpitante
            vuelto ojos,
            ratones fantasmales,
            sorbo en el plato nómade,
            levaduras de piedad baldía, 
            grimorio y claustro
            para el hijo de fuego.
            ¿Qué muladar?
            ¿Qué desagües donde salir de sí mismo?
            ¿Qué aserraderos imantados
            por el pan de la angustia?
            ¿Cuántas lavanderías
            desbordándose en el torbellino?
            ¿Qué tatuajes giratorios
            para cantar el nacimiento?
           
           
               
           
            Ritual, tu mismo amanecer.
            Amamantabas al joven moribundo del sueño: sin examinar, apenas, los tejidos de la simulación, apagando las lámparas terrestres. Antes me petrificaban en la ebriedad del grito. Me levanto ahora con amuletos encarnados en esta lengua encarnada. He llegado a desnudarme en el bosque tenebroso, novicio bebiendo en la escarcha su vinagre estéril. 
         Déjame en el tálamo, muéstrame el ungüento voraz, la cuidadosa posesión de la huida. Déjame, al fin, con este cráter. Resinas mustias. Brotes inagotables de placer. Heces del mundo. Yazgo en los pozos de combate que me apartan de mí mismo con el sarcasmo del perdón, esa Gorgona jactanciosa. ¿Qué memoria no es cómplice de la cautividad y de la espuria?                 
          Un venerable dice por mí las palabras que prometen el pequeño grano de infierno. Hurgo en el hastío de la plegaria. Advierto a los vendedores de heridas bajo la lluvia. Señalo al despojado  animal que vomita sus tripas, las tripas y el veneno.
            Ritual, rugido indócil. Todo fuego celeste.
  
Manuel Lozano
Buenos Aires, principios de diciembre de 2002
 Disertando sobre Silvina Ocampo, New York, 2000 (11 de enero 2003)

Del que clama en el desierto. Manuel Lozano (Buenos Aires, 2002)

Manuel Lozano en la mítica "Residencia de estudiantes",   Madrid, 1998
 
DEL QUE CLAMA EN EL DESIERTO
Manuel Lozano
          Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase
     por delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un
     tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo.
                                Apocalipsis, 12, 14 
                                        
                                                
                               A Bartolomé Adrover Guerrero
            ...Raposa dijo Él con voz de ciprés cubierto en nubes, con sobrehumana voz que oíste a través del espino. Las ciudades caían. La codicia caía. Las estrellas caían. La lumbre omnipotente del temor caía entre los dientes convertidos en plumas. El légamo brillante caía en las ventanas. El poseso caía en residuos de silencio. Las aves caían pastoreadas por la muerte, como anunciara el psalmo de los hijos de Coré. Caían los cuerpos primitivos del deseo, el duro corazón de los apóstatas, el despiadado círculo de la revelación en un establo. Una lluvia de llagas caía aquí,  creciendo en  la perfecta batalla del luto enardecido.                       
          Ritual, tu mismo amanecer.
          Las ofrendas fueron  vanas en bocas de la usura o del desprecio. ¿Qué ofrenda no roza jamás el piso adamantino de su manicomio? La criatura llenaba de cadáveres los ahuecados troncos donde se regocija el sol de los misterios por venir, este sauce crujió por los huesos del relámpago. (Llenar la desnudez es atar con carne y luz a la palabra.) Estos humillados desmenuzaban las rotaciones de la sangre de los  padres -hilo tras hilo, semejante a las fastuosas mareas del día oscuro-, vertiendo asco sin saciar en vasos rotos. Nunca hubo muerte más muerte sobre la piel de Adán, el heredero. ¿Cuándo se  deshizo -semidormida- la máscara de buey para ahuyentar a los ladrones? ¿Ya sientes cómo explota el polen carnal en la fiesta del engaño?                                    
          Raíces desplegadas en suspenso sobre las cunas de los no nacidos. Las paredes frías del imperio caminan al derrumbe. Oímos la voz de esa criatura. Se arrodilló el éxtasis como una fragancia, como un ángel derramado en la noche del crimen.
          Ahora ¿quién hablará de redención cuando ha visto la ruina de la especie? Lagartijas arrastradas  por las olas y  tajos de bilis seca en el cerebro  y hormigas diminutas hay en los límites del presente miserable. ¡Acércate, vástago de multitudes, rehén de tu promesa! Cualquiera lamerá la apatía de su lucidez. ¿Guardas para él acaso una hilacha de la destrucción? El dadivoso mundo echó a correr entre las hojas, traspasando el archipiélago de una historia que no se detiene. La flamante anunciación echa redes en la jungla. Exhumo el calidoscopio de piedra que conjetura tu infancia vuelta poco a poco  un puñado de vidrios, que cose  las ceremoniosas estrías de la muerte.  Siempre era de noche en las tiendas de campaña. 
     
             Ritual, tu mismo amanecer.
            Esta cara se ofrece a los espejos desertores de un sacrificio sin ganancias. He aquí el llamamiento: un cráneo que muge, hacia los bordes un niño bailando entre chozas y déspotas. El mediodía salmodia la traición de los nombres en vuelo de la noche. Escarnecen al que hostiga con sarcasmo tan desnudo, voluntad de lo ínfimo y persistencia del llanto en cada gesto. ¿Por qué un refugio para la
"Alegoría de otra deidad: Adda Nari", por Manuel Lozano,
Buenos Aires, 2002
pérdida de Paraísos que nunca verán los hombres? ¿Es de hierro esta ley que expulsas por los labios?
          
            Ritual, tu mismo amanecer.
            Entonces habría que descifrar
            el sudario palpitante
            vuelto ojos,
            ratones fantasmales,
            sorbo en el plato nómade,
            levaduras de piedad baldía, 
            grimorio y claustro
            para el hijo de fuego.
            ¿Qué muladar?
            ¿Qué desagües donde salir de sí mismo?
            ¿Qué aserraderos imantados
            por el pan de la angustia?
            ¿Cuántas lavanderías
            desbordándose en el torbellino?
            ¿Qué tatuajes giratorios
            para cantar el nacimiento?
           
           
               
           
            Ritual, tu mismo amanecer.
            Amamantabas al joven moribundo del sueño: sin examinar, apenas, los tejidos de la simulación, apagando las lámparas terrestres. Antes me petrificaban en la ebriedad del grito. Me levanto ahora con amuletos encarnados en esta lengua encarnada. He llegado a desnudarme en el bosque tenebroso, novicio bebiendo en la escarcha su vinagre estéril. 
         Déjame en el tálamo, muéstrame el ungüento voraz, la cuidadosa posesión de la huida. Déjame, al fin, con este cráter. Resinas mustias. Brotes inagotables de placer. Heces del mundo. Yazgo en los pozos de combate que me apartan de mí mismo con el sarcasmo del perdón, esa Gorgona jactanciosa. ¿Qué memoria no es cómplice de la cautividad y de la espuria?                 
          Un venerable dice por mí las palabras que prometen el pequeño grano de infierno. Hurgo en el hastío de la plegaria. Advierto a los vendedores de heridas bajo la lluvia. Señalo al despojado  animal que vomita sus tripas, las tripas y el veneno.
            Ritual, rugido indócil. Todo fuego celeste.
  
Manuel Lozano
Buenos Aires, principios de diciembre de 2002
 Disertando sobre Silvina Ocampo, New York, 2000 (11 de enero 2003)

Del que clama en el desierto. Manuel Lozano (Buenos Aires, 2002)

Manuel Lozano en la mítica "Residencia de estudiantes",   Madrid, 1998
 
DEL QUE CLAMA EN EL DESIERTO
Manuel Lozano
          Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase
     por delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un
     tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo.
                                Apocalipsis, 12, 14 
                                        
                                                
                               A Bartolomé Adrover Guerrero
            ...Raposa dijo Él con voz de ciprés cubierto en nubes, con sobrehumana voz que oíste a través del espino. Las ciudades caían. La codicia caía. Las estrellas caían. La lumbre omnipotente del temor caía entre los dientes convertidos en plumas. El légamo brillante caía en las ventanas. El poseso caía en residuos de silencio. Las aves caían pastoreadas por la muerte, como anunciara el psalmo de los hijos de Coré. Caían los cuerpos primitivos del deseo, el duro corazón de los apóstatas, el despiadado círculo de la revelación en un establo. Una lluvia de llagas caía aquí,  creciendo en  la perfecta batalla del luto enardecido.                       
          Ritual, tu mismo amanecer.
          Las ofrendas fueron  vanas en bocas de la usura o del desprecio. ¿Qué ofrenda no roza jamás el piso adamantino de su manicomio? La criatura llenaba de cadáveres los ahuecados troncos donde se regocija el sol de los misterios por venir, este sauce crujió por los huesos del relámpago. (Llenar la desnudez es atar con carne y luz a la palabra.) Estos humillados desmenuzaban las rotaciones de la sangre de los  padres -hilo tras hilo, semejante a las fastuosas mareas del día oscuro-, vertiendo asco sin saciar en vasos rotos. Nunca hubo muerte más muerte sobre la piel de Adán, el heredero. ¿Cuándo se  deshizo -semidormida- la máscara de buey para ahuyentar a los ladrones? ¿Ya sientes cómo explota el polen carnal en la fiesta del engaño?                                    
          Raíces desplegadas en suspenso sobre las cunas de los no nacidos. Las paredes frías del imperio caminan al derrumbe. Oímos la voz de esa criatura. Se arrodilló el éxtasis como una fragancia, como un ángel derramado en la noche del crimen.
          Ahora ¿quién hablará de redención cuando ha visto la ruina de la especie? Lagartijas arrastradas  por las olas y  tajos de bilis seca en el cerebro  y hormigas diminutas hay en los límites del presente miserable. ¡Acércate, vástago de multitudes, rehén de tu promesa! Cualquiera lamerá la apatía de su lucidez. ¿Guardas para él acaso una hilacha de la destrucción? El dadivoso mundo echó a correr entre las hojas, traspasando el archipiélago de una historia que no se detiene. La flamante anunciación echa redes en la jungla. Exhumo el calidoscopio de piedra que conjetura tu infancia vuelta poco a poco  un puñado de vidrios, que cose  las ceremoniosas estrías de la muerte.  Siempre era de noche en las tiendas de campaña. 
     
             Ritual, tu mismo amanecer.
            Esta cara se ofrece a los espejos desertores de un sacrificio sin ganancias. He aquí el llamamiento: un cráneo que muge, hacia los bordes un niño bailando entre chozas y déspotas. El mediodía salmodia la traición de los nombres en vuelo de la noche. Escarnecen al que hostiga con sarcasmo tan desnudo, voluntad de lo ínfimo y persistencia del llanto en cada gesto. ¿Por qué un refugio para la
"Alegoría de otra deidad: Adda Nari", por Manuel Lozano,
Buenos Aires, 2002
pérdida de Paraísos que nunca verán los hombres? ¿Es de hierro esta ley que expulsas por los labios?
          
            Ritual, tu mismo amanecer.
            Entonces habría que descifrar
            el sudario palpitante
            vuelto ojos,
            ratones fantasmales,
            sorbo en el plato nómade,
            levaduras de piedad baldía, 
            grimorio y claustro
            para el hijo de fuego.
            ¿Qué muladar?
            ¿Qué desagües donde salir de sí mismo?
            ¿Qué aserraderos imantados
            por el pan de la angustia?
            ¿Cuántas lavanderías
            desbordándose en el torbellino?
            ¿Qué tatuajes giratorios
            para cantar el nacimiento?
           
           
               
           
            Ritual, tu mismo amanecer.
            Amamantabas al joven moribundo del sueño: sin examinar, apenas, los tejidos de la simulación, apagando las lámparas terrestres. Antes me petrificaban en la ebriedad del grito. Me levanto ahora con amuletos encarnados en esta lengua encarnada. He llegado a desnudarme en el bosque tenebroso, novicio bebiendo en la escarcha su vinagre estéril. 
         Déjame en el tálamo, muéstrame el ungüento voraz, la cuidadosa posesión de la huida. Déjame, al fin, con este cráter. Resinas mustias. Brotes inagotables de placer. Heces del mundo. Yazgo en los pozos de combate que me apartan de mí mismo con el sarcasmo del perdón, esa Gorgona jactanciosa. ¿Qué memoria no es cómplice de la cautividad y de la espuria?                 
          Un venerable dice por mí las palabras que prometen el pequeño grano de infierno. Hurgo en el hastío de la plegaria. Advierto a los vendedores de heridas bajo la lluvia. Señalo al despojado  animal que vomita sus tripas, las tripas y el veneno.
            Ritual, rugido indócil. Todo fuego celeste.
  
Manuel Lozano
Buenos Aires, principios de diciembre de 2002
 Disertando sobre Silvina Ocampo, New York, 2000 (11 de enero 2003)