Autores y la imposibilidad de coger la luna.

De camino al trabajo he contemplado un diámetro de luna como hacía más de treinta años. Ella dirá que ni le va ni le viene, máxime cuando aburrida, nadie le dice nada durante días, salvo hoy. 

He selecionado una serie de escritos, relatos, poemas, que he ido encontrando en la red y los he recopilado.  Pertenecen a distintos autores, unos más conocidos que otros, pero que han aportado un bello escrito sobre la luna.
   


LA LUNA DE HOY





Secretario Acifa
 MUJER INCANSABLE

Toda mujer tiene que descansar,
Todo el día no para de trabajar,
El agobio de las faenas diarias,
Tiene en su cabeza molestias.

Cada día se levanta aturdida,
Hace su cama y la de los niños,
Luego prepara la comida,
Y luego friega los suelos.

Más tarde descansa en el sofá,
Y con el rayo del solecito,
Se queda toda relajá,
Tumbada se queda augustito.

Al terminar la jornada,
Hace una cena con hermosura,
Y quedándose relajada,
Se va a dormir a la luz de la luna.




Luna de cristal


Una luna blanca brillante y blanda que vive en el agua, posada en un ancla, sal del agua luna del mar, que el tesoro te esperará.
Tu corona de oro, tu collar de plata, pero sobre todo tu corazón de cristal, la luna del mar se mira en el agua con su brillo y su sombra de ojos.
Tú... luna del mar me sorprendes con tu blancura y tu hermosura.
Tú... luna bella con ojos azules, azules del mar.
Mira la arena, luna de cristal,  parece que llegará algo de verdad.
Mira la sirena que llega, ya que con su viento te irás al cielo;
este es el día en que te marcharas;  este es el día en que te despedirás; adiós luna hermosa;  adiós luna del mar;  que tu hermosura nunca acabar... 



  Esta poesía de Jaime Sabines de la luna, desencadena cascadas de bellas emociones.


La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.


Jaime Sabines


Este es un poema bellìsimo que 

Mariano Estrada, dedicó a Federico Garcia Lorca



LA LUNA


Ya nadie mira a la luna,
la luna ya no es de nadie;
ya no la cubren de besos,
ya no la bañan con sangre.

Ni ya le escriben poemas,
ni ya le clavan puñales;
ya no hay tragedias de amores,
ya no hay amor, no hay amantes.

Ya pasa sola la luna,
ya pasa sola, sin nadie;
ya no amontona secretos
ni alumbra sueños, como antes.

¿Adónde fuisteis, poetas,
adónde fuisteis, amantes,
que la dejásteis sin versos,
que sin amor la dejásteis?

Ya no es de nadie, ni es luna,
la luna que ahora nos sale;
porque es un círculo sólo,
y sólo un círculo errante.

Sólo un castillo arrumbado,
sólo un recuerdo distante;
sólo una historia en un libro,
sólo una estatua en un parque.

La luna no será luna
sin corazones que amen;
sin pensamientos que vuelen
y sin poetas que canten.

Y es esa luna, lunero,
la misma luna, no obstante,
que tú metiste en los versos
porque era tuya una parte

Pero los hombres son otros
y otras las cosas que valen;
y otros los ojos que miran
y otras las formas de amarse.

La luna no será luna,
porque la luna es mirarse:
asesinar con los ojos
hasta el dolor de la sangre.



Mariano Estrada

Del libro El cielo se hizo de amor.


M. R. ESPINOSA


 

 Esta es un preciosa poesía acerca de la Luna, como todas las que escribe la poetisa 
Morus Gómez


Cuenta una leyenda que, cuando el Sol y la Luna fueron creados, se amaban con una pasión y profundidad inconmensurables, sin medida, intensamente. Eran dos amantes libres, el ardiente fuego dorado de uno sobre la fría calidez plateada del otro…
Cuando el Gran Dios decidió que habían de separarse, el Sol para iluminar el cielo de día, la Luna para alumbrarlo suavemente de noche, sus corazones, sus almas, parecieron partirse en dos. Estaban condenados a permanecer separados por siempre, tratando de alcanzarse y nunca lográndolo, en una danza infinita, dolorosa.
El Sol trató de ser fuerte, de fingir estar bien, y lo consiguió, destellando fuerte, muy fuerte, en el firmamento.
La Luna, sin embargo, no podía soportar la tristeza de estar sin su amado, y melancólicamente brillaba en el cielo.
El Gran Dios, compadeciéndose de ella, le obsequió con millones de estrellas, pequeños pedazos de luz que trataban de acompañarla, de consolarla. Pero la Luna añoraba el fulgor ardiente del Sol, su piel cálida y dorada, y la fría palidez de las estrellas la afligía aún más.
Se sabía sola, condenada a permanecer eternamente buscando a su amor, sin poder alcanzarlo jamás, apenas vislumbrándolo en la distancia.
El Gran Dios volvió a compadecerse de aquellos a los que había separado, y decidió concederles unos instantes de felicidad, con los que habrían de sobrevivir por siempre: los eclipses. Entonces, cuando la Luna desaparece, escondida, cuando el Sol se cubre de su nívea piel, pueden vivir de nuevo, libres, amados, felices, por unos gloriosos momentos, hasta volver a separarse, a romperse, dolorosamente, en dos de nuevo. Esperando, anhelando el momento en que puedan volver a ser uno, juntos, libres, amados.....




Algunos relatos, poemas, frases, que hablan de la luna. Comparto.

  1. Dios me creó para que yo lo imitara de noche. Él es el Sol, yo soy la Luna. Mi luz flota sobre todo lo que es fútil o ha terminado, fuego fatuo, márgenes de río, pantanos y sombras. Fernando Pessoa.
  2. Cuando un dedo apunta a la luna, el necio mira el dedo.-Proverbio chino.
  3. El lenguaje ejerce un poder oculto, como la luna sobre las mareas.-Rita Mae Brown.
  4. La luna es hermosa sólo cuando la mente está buscando la belleza y el corazón esta amando.-Debasish Mridha.
  5. La luna es el reflejo de tu corazón y la luz de la luna es el brillo de tu amor.-Debasish Mridha.
  6. La luna vive en el revestimiento de tu piel.-Pablo Neruda.
  7. Vi la luna sola, incapaz de compartir su fría belleza con nadie.-Haruki Murakami.
  8. La sabiduría de la Luna es mayor que la sabiduría de la Tierra, porque la Luna ve el universo más cerca que la Tierra.-Mehmet Murat.
  9. En el majestuoso conjunto de la creacion, nada hay que me conmueva tan hondamente, que acaricie mi espiritu y dé vuelo desusado a mi fantasia como la luz apacible y desmayada de la luna.-Gustavo Adolfo Bécquer.
  10. La luna es el regalo más preciado para la vista de la humanidad.
  11. Para los condenados a muerte y para los condenados a vida, no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas.-Jaime Sabines.
  12. Con excepción del sol, ningún otro cuerpo celeste ha despertado tanto nuestra imaginación y fantasía como la luna.
  13. Todo es culpa de la luna, cuando se acerca demasiado a la tierra todos se vuelven locos.-William Shakespeare.
  14. Lo más querido sería para mí amar la tierra tal como la luna la ama, y sólo con los ojos palpar su belleza.-Nietzsche.
  15. En el majestuoso conjunto de la creacion, nada hay que me conmueva tan hondamente, que acaricie mi espiritu y dé vuelo desusado a mi fantasia como la luz apacible y desmayada de la luna.-Gustavo Adolfo Bécquer.

 


Alejandro Jodorowsky
 
  Érase una vez un joven muchacho que quería ser el mejor arquero del mundo.
 
   Se dirigió un día al que se consideraba el mejor maestro arquero de su país, y le expresó su deseo: 

Maestro, quisiera ser el mejor arquero del mundo, ¿qué podría hacer? – preguntó el joven.


Si quieres ser el mejor arquero del mundo, debes alcanzar con una de tus flechas a la Luna. Hasta ahora nadie lo ha conseguido. Tú serías el primero si lo lograras, y al hacerlo, nadie cuestionaría que eres el mejor – respondió el maestro.

   De este modo, el muchacho decidió seguir el consejo que le había sido dado. Preparó su arco y sus flechas, y cada noche disparaba a la Luna que salía tras el horizonte del mar. Cada noche, perseverante, sin faltar ninguna vez a su cita, fuera la Luna llena, menguante, creciente, incluso cuando era nueva y apenas se adivinaba su leve luz.

   Los vecinos y amigos se burlaban de él. “El loco de la Luna”, le llamaban. Pero él, ignorando los insultos, provocaciones y ofensas, seguía cada noche en su empeño.

   El caso es que nadie sabe si en alguna ocasión alcanzó la Luna, pero su empeño y los millones de disparos de flechas que realizó en su intento por alcanzarla tuvieron un premio secundario: se convirtió, sin duda, en el mejor arquero del mundo. Era imbatible, de noche, y por supuesto, a plena luz del día.



La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando. 



 
HERMANOS GRIMM

La luna


En tiempos muy lejanos hubo un país en que por la noche estaba siempre oscuro, y el cielo se extendía como una sábana negra, pues jamás salía la luna ni brillaban estrellas en el firmamento.
De aquel país salieron un día cuatro mozos a correr mundo, y llegaron a unas tierras en que al anochecer, en cuanto el sol se ocultaba detrás de las montañas, aparecía sobre un roble una esfera luminosa que esparcía a gran distancia una luz clara y suave; aun cuando no era brillante como la del sol, permitía ver y distinguir muy bien los objetos. Los forasteros se detuvieron a contemplarla y preguntaron a un campesino, que acertaba a pasar por allí en su carro, qué clase de luz era aquella.
- Es la luna -, respondió el hombre -. Nuestro alcalde la compró por tres escudos y la sujetó en la copa del roble. Hay que ponerle aceite todos los días y mantenerla limpia para que arda claramente. Para ello le pagamos un escudo a la semana.
Cuando el campesino se hubo marchado, dijo uno de los mozos:
- Esta lámpara nos prestaría un gran servicio; en nuestra tierra tenemos un roble tan alto como éste; podríamos colgarla de él. ¡Qué ventaja, no tener que andar a tientas por la noche!
- ¿Sabéis qué? - dijo el segundo -. Iremos a buscar un carro y un caballo, y nos llevaremos la luna. Aquí podrán comprar otra.
- Yo sé subirme a los árboles - intervino el tercero -. Subiré a descolgarla.
El cuarto fue a buscar el carro y el caballo, y el tercero trepó a la copa del roble, abrió un agujero en la luna, pasó una cuerda a su través y la bajó.
Cuando ya tuvieron en el carro la brillante bola, la cubrieron con una manta para que nadie se diese cuenta del robo, y de este modo la transportaron, sin contratiempo, a su tierra, donde la colgaron de un alto roble. Viejos y jóvenes sintieron gran contento cuando vieron la nueva luminaria esparcir su luz por los campos y llenar sus habitaciones y aposentos. Los enanos salieron de sus cuevas, y los duendecillos, en su rojas chaquetitas, bailaron en corro por los prados.
Los cuatro se encargaron de poner aceite en la luna y de mantener limpio el pabilo, y por ello les pagaban un escudo semanal. Pero envejecieron, y cuando uno de ellos enfermó y previó la proximidad de la muerte, dispuso que depositasen en su tumba, al enterrarlo, la cuarta parte de la luna, de la que era propietario. Cuando hubo muerto, subió el alcalde al roble y, con las tijeras de jardinero, cortó un cuadrante, que fue colocado en el féretro. La luz del astro quedó debilitada, aunque poco. Pero a la muerte del segundo hubo de cortar otro cuarto, con la consiguiente mengua de la luz. Más tenue quedó aún después del fallecimiento del tercero, que se llevó también su parte; y cuando llegó la última hora del cuarto, las tinieblas volvieron a reinar en el país. La gente que salía por la noche sin linterna, se daba de cabezadas, y todo eran choques y trompazos.
Pero al unirse, en el mundo subterráneo, los cuatro cuadrantes de la luna e iluminar el reino de las eternas tinieblas, los muertos comenzaron a agitarse y a despertar del último sueño. Extrañáronse al sentir que veían de nuevo: la luz de la luna les bastaba, pues sus ojos se habían debilitado tanto que no habrían podido resistir el resplandor del sol. Levantáronse de sus tumbas y, alegres, reanudaron su antiguo modo de vida: los unos se fueron al juego o al baile; los otros corrieron a las tabernas, donde se emborracharon, alborotaron y riñeron, acabando por sacar las estacas y zurrarse de lo lindo mutuamente. El ruido era cada vez más estruendoso, y acabó dejándose oír en el cielo.
San Pedro, celador de la puerta del Paraíso, creyó que el mundo de abajo se había sublevado, y corrió a concentrar a las celestiales huestes para rechazar al enemigo, caso de que el demonio, al frente de los suyos, intentara invadir la mansión de los justos. Pero viendo que no llegaban, montó en su caballo y se dirigió al mundo subterráneo. Allí aquietó a los muertos y los hizo volver a sus sepulturas: luego se llevó la luna y la colgó en lo alto del firmamento.


Marea....

En una noche de luna llena, cuando sube el mareaLas olas rompen en el vació, de la desierta arenaMientras el aire acaricia las palmeras…
A mi me nace el deseo de tenerte, cerca…muy cerca.Bajo mi piel los deseos se ondulan, por una caricia tuyaLos suspiros se escapan, se detiene el latido
Brota la gota de rocío, esperando tus labios junto a los míosEn la travesía de pensarte, vuelo a tu cuerpoBajo el fuego de tu aliento, se derrite el hielo
Nacen nuevas caricias, habitas mi cuerpoMe inundas me humedeces, como el mar a la arena.Un castillo que construyo, sentada en la playa cubierta de arenaCon el ansia en los ojos, con el deseo ondulandoEsperando que tu oleaje me bañe…bajo la luz de la luna llena
mORU*S



Quien te pudiera coger
Luna que tanto brillas
Para poderte tener
Hacer con tu luz maravillas
Y ofrecer las a los que no te ven


Esteban Ojeda
Caminando me perdí
Por esos montes de Dios
Caminando me perdí
Y con la luz de la luna
A Beires vine a salir
A Beires vine a salir

Ya no me arrimo a la reja
Que me solía asomar
Ya no me arrimo a la reja
Que me asomo a la ventana
Para ver la luna brillar
Ya no me arrimo a la reja

 

JOSÉ ANGEL VALENTE. LA POÉTICA DEL SILENCIO.

Artículo sobre JOSÉ ANGEL VALENTE

y LA POÉTICA DEL SILENCIO en "Algunas 

trazas blanchotianas" a lo largo de su obra.

 PUBLICADO EN LA  REVISTA NEUTRAL 

POR JOSÉ FERNÁNDEZ  GONZÁLO




José Ángel Valente (1929-2000) fue un escritor español con una capacidad excepcional para la palabra. Tanto su obra poética como su obra ensayística nos ponen sobre aviso de una firme apuesta por la reflexión, la sensibilidad y el hallazgo de los materiales poéticos. Valente constituye el máximo representante de lo que se ha dado en llamar una poética del silencio, el esfuerzo por adelgazar el verso, por desestabilizar el poder de la palabra, su condición histórica, instrumental, hasta el punto de hallar ese punto cero, ese desierto que nos devuelve, reflejado, un ser vacío de sentido, de nombre: “cruzo un desierto y su secreta / desolación sin nombre” (OC, I: 69).  Estas páginas no tienen mayor intención que la de ofrecernos unas trazas de la poética de José Ángel Valente desde una óptica muy concreta: el propio pensamiento de Maurice Blanchot. Valente leyó al filósofo y crítico francés, compartió con su obra no sólo ciertas afinidades temáticas, sino también lecturas (Beckett, Jabès, Kafka… y sobre todo Mallarmé y Paul Celan) y un fino olfato para la comprensión del lenguaje poético, para entender las modalidades de la palabra, su interacción con el silencio, con ese punto cero, dirá Valente, en el que la poesía se vuelve no un decir, sino la cortedad del decir al mismo tiempo que la absoluta posibilidad del decir: Cortedad del decir, insuficiencia del lenguaje. Paradójicamente, lo indecible busca el decir; en cierto modo, como casi al vuelo indica san Juan de la Cruz, en su propia sobreabundancia lo conlleva: «El alma que de él [de la sabiduría y amor a Dios] es informada y movida, en alguna manera esa misma abundancia e ímpetu lleva en él su decir…» («Prólogo», Cántico espiritual). Lo amorfo busca la forma.

Pues la experiencia mística carece en realidad de forma, es experiencia de lo amorfo, indeterminada, inarticulada. «¿Cómo dar forma a lo que no la tiene?», exclama Enrique Suso. Y, sin embargo, la experiencia de lo que no tiene forma busca el decir, se aloja de algún modo en un lenguaje cuya eficacia acaso esté en la tensión  máxima a que lo obliga su propia cortedad. En el punto de máxima tensión, con el lenguaje en vecindad del estallido, se produce la gran poesía, donde lo indecible como tal queda infinitamente dicho” (OC, II: 87).
Valente compartirá con Blanchot algunos temas fundamentales: la concepción del libro
mallarmeano como autonomía y no doble o reflejo de lo real, el problema del silencio, del vacío, que ha de ser analizado exclusivamente a través del lenguaje, y una especial atención al fenómeno de la escritura, como lo afirma este poema en prosa del escritor español:


La poética de José Ángel Valente. Algunas trazas blanchotianas en su obra Jorge Fernández Gonzalo Universidad Complutense de Madrid.--- jfgvk@hotmail.com


CRÍTICA LITERARIA
 
ESCRIBIR es como la segregación de las resinas; no es acto, sino lenta formación natural. Musgo, humedad, arcillas, limo,  fenómenos del fondo, y no del sueño o de los sueños, sino de los barros oscuros donde las figuras de los sueños fermentan. 
Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar.
(OC, I: 423)

Una escritura que acaba, en cierto modo, por sustituir al hombre, al escritor, por relevarlo. El escritor, su biografía: murió, vivió, murió”, dirá, en La escritura del desastre, el filósofo Maurice Blanchot. Valente, por su parte, llegará a similares conclusiones como lo demuestra su poema «Criptomemorias»:


Criptomemorias

Debiéramos tal vez
reescribir despacio nuestras vidas,
hacer en ellas cambios de latitud y fechas,
borrar de nuestros rostros en el álbum materno
toda noticia de nosotros mismos.
Debiéramos dejar falsos testigos,
perfiles maquillados,
huellas rotas,
irredentas partidas bautismales.
O por toda memoria,
una aventura abierta,
un bastidor vacío, un fondo
irremediablemente blanco para el juego infinito
del proyector de sombras.
Nada.
de ser posible, nada.
(OC, I: 342-434)

Para José Ángel Valente la poesía es, ante todo, un medio de conocimiento de la realidad, una huida de las formas instrumentales del lenguaje, una suerte de retracción, de retorno a un punto de origen que permitiría a la poesía hacer acopio de todo lo dicho, de todo lo por decir, bajo la forma de una semilla del silencio, de una mandorla impenetrable por el sentido o el poder. Comparte, con Blanchot, esa experiencia de la palabra poética como pulsión hacia el origen, antepalabra, como restauración de un mutismo esencial, si bien en el autor francés la obra se escribe para hacer acopio de silencio, para instaurar, a través de su presencia, su no-presencia, su propio vacío, mientras que en Valente hay una tendencia muy clara al silencio como adelgazamiento de la voz, a la blancura de la página como si en un solo verbo, en una letra, pudiera caber todo el alfabeto, todo lo por-decir del lenguaje. Así lo explicaba el propio Valente en estos párrafos de su texto titulado «Cinco fragmentos
para Antoni Tàpies»:  “Quizá el supremo, el solo ejercicio radical del arte sea un ejercicio de retracción. Crear no es un acto de poder (poder y creación se niegan); es un acto de aceptación o reconocimiento. Crear lleva el signo de la feminidad. No es acto de penetración en la materia, sino pasión de ser penetrado por ella. Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío. Pues lo único que el artista acaso crea es el espacio de la creación. Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda ser en él creado). La creación de la nada es el principio absoluto de toda creación” (OC, I: 387)

Mucha poesía ha sentido la tentación del silencio. Porque el poema tiende por naturaleza al silencio. O lo contiene como materia natural. Poética: arte de la composición del silencio. Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio” (OC, I: 388)
Así vemos como sus poemas parecen reducirse hasta rozar las formas del silencio, la página en blanco mallarmeana:


LA PEQUEÑA luz

de los colibríes
en las ramas
del amanecer.
Bebían la flor, bebían
su naturaleza en ella.
Y la flor despertaba, súbita
en el aire,
encendida,
incendiada, embebida de alas.
(OC, I: 473)
OBJETOS de la noche.
Sombras.
Palabras
con el lomo animal mojado por la dura
transpiración del sueño
o de la muerte.
Dime
con qué rotas imágenes ahora
recomponer el día venidero,
trazar los signos,
tender la red al fondo,
vislumbrar en lo oscuro
el poema o la piedra,
el don de lo imposible.
(OC, I: 377)


II


Olvidar.

Olvidarlo todo.
Abrir
al día las ventanas.
Vaciar
la habitación en donde,
húmedo, no visible, estuvo
el cuerpo.
El viento
la atraviesa.
Se ve sólo en el vacío.
Buscar en todos
los rincones.
No poder encontrarse.

(Memoria de K.)
(OC, I: 444)


Valente ve en esa retracción de la que hablábamos, en ese olvido coincidente en ciertos puntos con la ausencia de obra blanchotiana, una suerte de sacralidad recuperada, de vuelta a los orígenes, a la palabra adánica y, al mismo tiempo, profética: “¿no sería necesario admitir entonces que el lenguaje conlleva la indicación (tensión máxima entre contenido indecible y significante en la palabra poética) de su cortedad y con ella la posibilidad de alojar infinitamente en el significante lo no explícitamente dicho?” (OC, II: 88). O dicho por el verso claro del poeta:

BORRARSE.
Sólo en la ausencia de todo signo
se posa el dios.
(OC, I: 464)

En cierto modo, se trata de situar en la palabra poética esa cortedad del decir que acuña la
mística sanjuanesca, el desastre como abolición de todo lo pensado, habría dicho Blanchot, y que en Valente toma la forma de un “discontinuo vacío / que de pronto, se llena de amenazante luz” (OC, I:298). La palabra poética, por tanto, se abriría a su propia desaparición: Toda experiencia extrema del lenguaje tiende a la disolución de éste. Como
tiende la forma a su disolución en toda experiencia extrema de la forma. La forma en su plenitud apunta infinitamente hacia lo informe. En rigor, su plenitud sólo consistiría en significar lo informe y en desaparecer en ese acto de significación. De ahí que la última significación de la forma sea su nostalgia de disolución. El propio movimiento creador, el Ursatz, el movimiento primario, que podría ser otro aspecto o nombre de lo Único, o del Único o de la Unicidad, opera la abolición infinita de las formas o su reinmersión en el ciclo infinito de la formación” (OC, II: 422). 

El breve artículo «Sobre la desaparición de los signos», participaría de esa misma idea:
¿Sería la sola plenitud del libro la plenitud de la página blanca? Esa idea o esa visión ha acompañado con persistencia la imagen del libro en la modernidad y, por cuanto toca a lo poético, ha obrado como determinante radical. El libro se compone, al igual que el poema, ese raro organismo respirante, con blancos y silencios donde evolucionan las figuras y los signos en un movimiento de aparición y desaparición sin fin.

Leer es entrar en el libro, es decir, en el territorio de su infinita posibilidad. Entrar en su blanco, en su silencio o en su vacío. «Un libro vacío -escribió en el siglo XVII el poeta inglés Thomas Traherne- es como el alma de un recién nacido, en la que todo puede ser escrito. Es capaz de todas las cosas, pues no contiene nada». 

La plenitud del libro es su vacío. De ahí que el libro sea también concavidad, matriz. Por eso, cáliz y libro (grasale y gradale o graduale) se reúnen en el símbolo del Graal, según René Guénon. 

La visión mallarmeana de la página blanca reopera en cierto modo el paso del libro a lo sagrado. En los rituales taoístas de establecimiento de un área sagrada, la ceremonia final consiste en la instauración o colocación de los Cinco Escritos Reales, espontáneamente revelados cuando la creación del universo. En las liturgias que evoca Kristofer Schipper en su bello libro El cuerpo taoísta, esos cinco escritos «reales» o «cósmicos» o «sin imágenes» están representados por hojas de papel virgen, por páginas blancas.

Plenitud de la página blanca donde la incripción perfecta del signo puede hacer, por ejemplo, que el carácter «cigüeña», según sucede en la leyenda del calígrafo chino, se convierta en el ave misma y vuele hasta desaparecer. Lugar, el libro, de la aparición y desaparición de los signos; espacio, como en el Sepher Yetsira, no tanto de la forma como del movimiento infinito del engendramiento o de la formación” (OC, II: 622-623). 

De ahí la importancia que tiene el hueco para el pensamiento de José Ángel Valente, hasta el punto de afirmar que “la plenitud del libro es su vacío. De ahí que el libro sea también concavidad, matriz” (Valente, 2008: 623). A la manera del libro de Mallarmé, que tanto habría de fascinar a Blanchot, Valente confecciona una obra que se escribe para albergar el mundo no por lo que llega a decir, sino por ese silencio que configura, por esa apertura que supone la palabra, esa tensión, habría dicho el poeta gallego, ya no basada en los pliegues del abanico mallarmeano sino el la concavidad simbólica de la determinados materiales: “el cántaro que tiene la suprema / realidad de su forma” (OC, I: 134). Así Valente nos describirá el signo como “un cuenco de barro cocido al sol” y la palabra como “vuelo sin ala”; todo ello como formulaciones del concepto de hueco, espacios cóncavos, mandorla que hemos de completar con lo indecible del lenguaje, con su resto sagrado, con la luz:

El signo
En este objeto breve
a que dio forma el hombre,
un cuenco de barro cocido al sol,
donde la duración de la materia anónima
se hace señal o signo,
la sucesión compacta frágil forma,
tiempo o supervivencia,
se extiende la mirada,
lentamente rodea la delgadez de la invención,
lo que puso la mano en esta poca tierra
tosca y viva.
Aquí, en este objeto
en el que la pupila se demora y vuelve
y busca el eje de la proporción, reside
por un instante nuestro ser,
y desde allí otra vida dilata su verdad
y otra pupila y otro sueño encuentran
su más simple respuesta.
(OC, I: 211)

Palabra A María Zambrano

Palabra
hecha de nada.
Rama
en el aire vacío.
Ala
sin pájaro.
Vuelo
sin ala.
Órbita
de qué centro desnudo
de toda imagen.
Luz,
donde aún no forma
su innumerable rostro lo visible.
(OC, I: 378-379)


Mandorla

Estás oscura en tu concavidad
y en tu secreta sombra contenida,
inscrita en ti.
Acaricié tu sangre.
Me entraste al fondo de tu noche ebrio
de claridad.
Mandorla.
(OC, I: 409)

IX
Bebe en el cuenco,
en el rigor extremo
de los poros quemados,
el jugo de la luz.
(OC, I: 447)

Como en Blanchot, Valente propone una personal relación entre lo visible y lo invisible, que
se acentúa muy especialmente en su libro Interior con figuras (1976), una suerte de revisión de la relación entre el pensamiento, la imagen y la realidad, todo ello bajo el filtro del lenguaje como límite o recurso, pero que formaría una constante dentro de toda su obra poética y ensayística y que serviría, como hará Blanchot en sus estudios sobre el espacio imaginario, para cuestionar y relativizar la experiencia de la imaginación, de la visión, y de nuestra relación con lo real:

Transparencia de la memoria
Como en un gran salón desierto al cabo los espejos
han absorbido todas las figuras,
tal en el centro inmóvil bebe
la luz desnuda todo lo visible.
(OC, I: 365)



Amanecer.
La rama tiende
su delgado perfil
a las ventanas, cuerpo, de tus ojos.
Pájaros. Párpados.
Se posa
apenas la pupila
en la esbozada luz.
Adviene, advienes,
cuerpo, el día.
Podría el día detenerse
en la desnuda rama,
ser sólo el despertar.
(OC, I: 451)

LA OSCURA violencia
del sol
rompiendo en las almenas
incendiadas del aire.
Pájaros.
Copiar la trama no visible
en la parva materia.
Forma.
Formas con que despierta la mañana.
Su luminosa irrealidad.
(Mímesis)
(OC, I: 469)

En cierto modo, lo que plantea Valente es la posibilidad de leer la realidad, de acceder a los
signos que le ofrece la visión, de acertar a cifrar el ser en toda esa maraña de tramas que no logra entender enteramente: “hay un lenguaje roto, / un orden de las sílabas del mundo” (OC, I: 295).

Esas sílabas, esos pájaros, serán los motivos que el poeta intenta comprender a través de la palabra poética: “me esfuerzo en descifrar un pájaro” (OC, I: 421). O como dirá en otro de sus poemas en prosa: el ave constituye un jeroglífico por interpretar, un signo no sabemos de qué: 

XXXV
(De la luminosa opacidad de los signos)
En el jeroglífico había un ave, pero no se podía saber si volaba
o estaba clavada por un eje de luz en el cielo vacío. Durante
centenares de años leí inútilmente la escritura. Hacia el fin de
mis días, cuando ya nadie podía creer que nada hubiese sido
descifrado, comprendí que el ave a su vez me leía sin saber si en
el roto jeroglífico la figura volaba o estaba clavada por un eje de
luz en el cielo vacío.
(OC, I: 335)

HABíA el aire solo,
sin árboles, tendido en la anegada
latitud de la tierra.
Suspendido del canto,
en el centro o en el eje
celeste de la tarde,
el pájaro.
El color era el gris, la retirada
del mar hacia sus bocas más oscuras.
El canto.
En el vacío.
y la inmovilidad,
un hilo sostenía
el pulmón impalpable.
Vértice
de la luz, el pájaro,
su vuelo detenido, signo de qué,
en la raíz o en la consumación
del vuelo.
Y esa imagen ahora
abriendo perdurable
hacia dentro de ti
nuestra sola memoria.
(Maguelone)
(OC, I: 469-470)

Valente hablará en su obra crítica de un lenguaje de los pájaros, de un idioma que, según
diferentes tradiciones, contendría esa tensión máxima más allá de los significados, capaz de acertar en la infinitud de lo indecible, de mostrar ese juego de sentidos no reducibles a lenguaje alguno, a diferencias o restricciones de categorías, sino un lenguaje que funcionara desde su total apertura: “Lo que la tradición denomina lengua de los pájaros es el medio que permite establecer una comunicación con los estados superiores del ser; la señal de que esa comunicación se ha alcanzado o establecido es la posibilidad de entender el lenguaje de los pájaros” (OC, II: 515). El mismo Valente se servirá de un poema en prosa para hacer explícita su teoría:

Al maestro cantor
MAESTRO, usted dijo que en el orbe de lo poético las palabras
quedan retenidas por una repentina aprehensión, destruidas,
es decir, sumergidas en un amanecer en el que ellas mismas
no se reconocen. Hay, en efecto, una red que sobrevuela el
pájaro imposible, pero la sombra de éste queda, al fin, húmeda
y palpitante, pez-pájaro, apresada en la red. Y no se reconoce
la palabra. Palabra que habitó entre nosotros. Palabra de tal
naturaleza que, más que alojar el sentido, aloja la totalidad del
despertar.
(OC, I: 424)

En todo momento parece que Valente, como Blanchot, estuviera apuntando a una palabra para la falta de palabra, a un espacio verbal que rompiera con la espacialidad, con la obra, con la escritura, y que nos tendiese en su destrucción, en ese vaciamiento que es concavidad, la posibilidad de su destrucción, su desobra, por decirlo en términos blanchotianos. La palabra, que es antepalabra, que está ya rompiéndose, quebrándose y lanzada hacia su propia imposibilidad, se escribe mientras se desescribe, se fractura en ese aplazamiento de sí misma. El propio Valente publica un breve artículo sobre la destrucción de la obra, sobre el libro quemado, echado literalmente a las llamas, libro destruido, especie de plenitud, de totalidad del libro por esa desaparición que extiende su sentido hacia el infinito no conceptuable, hacia una falta de obra no reducible a palabra alguna:
una “totalidad del despertar”, como decía el poeta en el poema anterior. Se trataría por tanto de una parte echada al fuego, tal y como tituló Blanchot a una de sus recopilaciones de ensayos. El texto de Valente, bajo el epígrafe de «La memoria del fuego», diría así: Forma de las formas, la llama: Rabbi Nahman de Braslaw, gran maestro de la tradición hassídica, decidió quemar uno de sus libros, que acaso adquirió así más intensa forma de existencia bajo el nombre de El libro quemado.
No es sólo que el «libro quemado» simbolice o represente toda una tradición donde la autoridad del texto –como justamente muestra Marc-Alain Ouaknin– no debe ni puede generar un discurso impositivo o totalitario. Más aún, en el orden de simbolizaciones de esa misma tradición quemar el libro es restituirlo a una superior naturaleza. Naturaleza ígnea de la palabra: llama. La llama es la forma en que se manifiesta la palabra que visita al justo en la plenitud de la oración, según una imagen frecuente en la tradición de los hassidim. Y, por supuesto, la Tora celeste está escrita en letras de fuego.
La relación del libro y el fuego («el pacto del libro sólo sería, en definitiva, pacto firmado con el fuego») sustancia la última sección de Le livre du partage, donde tal vez se encuentren algunos de los más bellos fragmentos que Jabès haya escrito. «Pages brulées» es el nombre que llevan esas páginas. Una vez más, con ellas, nos habría acercado Jabés a los fondos más íntimos y secretos de la tradición que le es propia.

«¿Cómo leer una página ya quemada en un libro que arde –escribe– sino recurriendo a la memoria del fuego?».  Palabra que renace de sus propias cenizas para volver a arder. Incesante memoria, residuo o resto cantable: «Singbarer Rest», en expresión de Paul Celan. Pues, en definitiva, todo libro debe arder, quedar quemado, dejar sólo un residuo de fuego” (OC, II: 433-434).

Hay, en Valente, por tanto, un cierto afán de ruptura, una especie de desasimiento de la presencia, del libro, de lo visible, con intención de alzarse sobre las cosas y llegar a esa ausencia misteriosa, sagrada, de la verdad y del silencio, en un intento por salir del tiempo y del espacio a través de procesos muy similares a los que proponen diversas tradiciones orientales, pero también mediante ciertas afinidades con el pensamiento de Mallarmé y Blanchot:

SALIR del tiempo.
Suspender el claro
corazón del día.
Ave.
Palabra.
Vuelo en el vacío.
En lo nunca
posible.
Ven, anégame en este largo olvido.
Ya no hay puentes.
Sostenme en el no tiempo,
en la no duración,
en el lugar donde no estoy, no soy, o sólo

CRÍTICA LITERARIA
en el seno secreto de las aguas. (Isla) (OC, I: 576-577)

La escritura como una concavidad, como un espacio de vaciamiento (un residuo de fuego), en donde las cosas pueden recobrar su sentido, en donde el tiempo ya no va a constituir un relato, un signo que se imponga sobre las cosas, sino que se trata de un no-tiempo, una no-duración que refuerza la experiencia del instante, del acontecimiento. Así es como funciona la palabra poética de José Ángel Valente, en una línea muy cercana al pensamiento blanchotiano, por una serie de afinidades electivas, de implicaciones subterráneas que se hacen evidentes en estas páginas, como si Valente hubiera tomado los materiales del pensamiento del filósofo francés y, junto a una dilatada carrera como ensayista, extremadamente original por lo que se refiere a las letras peninsulares, hubiera acertado a dar palabra –o a sustraérsela– a esa experiencia imposible, inacotable, de lo poético.


ESTE tiempo vacío, blanco, extenso,
su lenta progresión hacia la sombra.
No se oye la voz.
No canta.
Ni engendra una figura otra figura.
Ni vuela un pájaro.
Se esconde
en los oscuros pliegues de la noche.
No viene a mí la luz como solía.
No me despierta a más ventura el aire
para sólo seguir su largo vuelo.
No hay antes ni después.
Andamos para nunca llegar,
oh nunca, adónde.
Me detengo.
Efímera
construyo mi morada.
Trazo un gran círculo en la arena
de este desierto o tiempo donde espero
y todo se detiene y yo soy sólo
el punto o centro no visible o tenue
que un leve viento arrastraría.
(Tiempo) (OC, I: 581)



Bibliografía esencial de José Ángel Valente:
Recopilaciones de la obra de J. A. Valente:
––––––(2006): Obras completas. I, Poesía y prosa, Barcelona, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores (OC, I).
––––––(2008): Obras completas. II, Ensayos, Barcelona, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores (OC, II).
Libros de Poesía:
––––––(1955): A modo de esperanza, Madrid, Rialp.
––––––(1960): Poemas a Lázaro, Madrid, Índice.
––––––(1966): La memoria y los signos, Madrid, Revista de Occidente.
––––––(1967): Siete representaciones, Barcelona, El Bardo.
––––––(1968): Breve son, Barcelona, El Bardo.
––––––(1970): El inocente, México, Joaquín Mortiz.

CRÍTICA LITERARIA
––––––(1976): Interior con figuras, Barcelona, Barral.
––––––(1979): Material memoria, Barcelona, La Gaya Ciencia.
––––––(1980): Tres lecciones de tinieblas, Barcelona, La Gaya Ciencia.
––––––(1982): Mandorla, Madrid, Cátedra.
––––––(1984): El fulgor, Madrid, Cátedra.
––––––(1989): Cantigas de Alén, Barcelona, Ambit.
––––––(1989): Al dios del lugar, Barcelona, Tusquets.
––––––(1989): Treinta y siente fragmentos, Barcelona, Ambit Seveis.
––––––(1992): No amanece el cantor, Barcelona, Tusquets.
––––––(2000): Fragmentos de un libro futuro, Barcelona, Galaxia Gutenberg.
Libros de Ensayo:
––––––(1971): Las palabras de la Tribu, Madrid, Siglo XXI.
––––––(1983): La piedra y el centro, Madrid, Taurus.
––––––(1991): Variaciones sobre el pájaro y la red, Barcelona, Tusquets.
––––––(1997): Notas de un simulador, Madrid, La Palma.
––––––(2002): Elogio del calígrafo, Barcelona, Galaxia Gutenberg.
––––––(2004): La experiencia abisal, Barcelona, Galaxia Gutenberg.