El oro fundido. Francisco Gálvez



EL ORO FUNDIDO

 Después de un paréntesis de nueve años, el poeta Francisco Gálvez (Córdoba, 1945) nos presenta su nueva obra “El oro fundido”, al cuidado de la prestigiosa editorial valenciana “Pre-Textos”. En esta ocasión el poeta se abisma en el expresionismo, en esa búsqueda de la oralidad que cimenta el texto de principio a fin, y dividido en nueve partes o secciones. La primera de ellas, “Argumento”, recoge el poema que da título al libro y que nos confirma el buen oficio de su autor, la calidez de la palabra y sus variadas formas expresivas, la madurez con la que el transcurso del tiempo ha dotado al poeta: “Has aprendido que el vitriolo / puede blanquear los metales / del óxido del fuego / y las cosas fundidas / heredan mayor importancia”. El argumento no podía ser otro, la observancia de lo cotidiano en la más alta cima, en su exacto valor de atesorada heredad, esa que la vida proclama cada día. Distintos y variados son los registros poéticos de Francisco Gálvez, como distinta y variada la temática contenida en este libro. Determinante y núcleo de ese expresionismo indicado con anterioridad es el poema en versículos del “Prólogo”, titulado “Tomando el sol después de comer” y en el cual memoria y palabra se amalgaman y sustentan el discurso poético: “Patio de una casa de vecinos de antes, con habitaciones / alrededor, cocina y servicios comunes (…) Con el tiempo todos se marchan a los barrios modernos / y demasiadas habitaciones para taller (…) Hoy muchas cosas han oscurecido, sobre todo gente y ruido, pero hay un / poeta invisible que lee sus primeros versos bajo los arcos”.
La descripción de lo vivido se hace luz y verbo en “Contenedores”, cuando la mirada vuelve a los orígenes y todo se sucede en el ciclo de la vida: “LA MIRADA, como la punta de un diamante rasga el pasado / y en la ventana del tiempo se mueven las imágenes”, porque ella –la mirada- busca en el paisaje (el río y sus orillas, la calle de los juegos  infantiles, el taller de los orfebres, la iglesia, la plaza del mercado, las noches de verano a las puertas de las casas…) la palabra en su esencia, como ocurre en poemas tales como “Economía” o “Dinero”, o incide en el paso del tiempo, en la cohabitación de filosofía y poesía, hasta concluir en esas otras “Palabras mudas”, en ese juego de preguntas sin respuesta, de un mundo que se abisma al vacío, a la nada. Gálvez es un poeta con oficio y su poesía vital y luminosa:“Cuando / la poesía que quieres escribir está escrita en tu poema / preferido, sólo tienes que seguirla, vivir su música, su gloria de / todos, en voz baja o alta se sienta a tu lado y permanece; tras / ese rastro sereno, desde tu camino sigue el camino”.  


El oro fundido. Francisco Gálvez



EL ORO FUNDIDO

 Después de un paréntesis de nueve años, el poeta Francisco Gálvez (Córdoba, 1945) nos presenta su nueva obra “El oro fundido”, al cuidado de la prestigiosa editorial valenciana “Pre-Textos”. En esta ocasión el poeta se abisma en el expresionismo, en esa búsqueda de la oralidad que cimenta el texto de principio a fin, y dividido en nueve partes o secciones. La primera de ellas, “Argumento”, recoge el poema que da título al libro y que nos confirma el buen oficio de su autor, la calidez de la palabra y sus variadas formas expresivas, la madurez con la que el transcurso del tiempo ha dotado al poeta: “Has aprendido que el vitriolo / puede blanquear los metales / del óxido del fuego / y las cosas fundidas / heredan mayor importancia”. El argumento no podía ser otro, la observancia de lo cotidiano en la más alta cima, en su exacto valor de atesorada heredad, esa que la vida proclama cada día. Distintos y variados son los registros poéticos de Francisco Gálvez, como distinta y variada la temática contenida en este libro. Determinante y núcleo de ese expresionismo indicado con anterioridad es el poema en versículos del “Prólogo”, titulado “Tomando el sol después de comer” y en el cual memoria y palabra se amalgaman y sustentan el discurso poético: “Patio de una casa de vecinos de antes, con habitaciones / alrededor, cocina y servicios comunes (…) Con el tiempo todos se marchan a los barrios modernos / y demasiadas habitaciones para taller (…) Hoy muchas cosas han oscurecido, sobre todo gente y ruido, pero hay un / poeta invisible que lee sus primeros versos bajo los arcos”.
La descripción de lo vivido se hace luz y verbo en “Contenedores”, cuando la mirada vuelve a los orígenes y todo se sucede en el ciclo de la vida: “LA MIRADA, como la punta de un diamante rasga el pasado / y en la ventana del tiempo se mueven las imágenes”, porque ella –la mirada- busca en el paisaje (el río y sus orillas, la calle de los juegos  infantiles, el taller de los orfebres, la iglesia, la plaza del mercado, las noches de verano a las puertas de las casas…) la palabra en su esencia, como ocurre en poemas tales como “Economía” o “Dinero”, o incide en el paso del tiempo, en la cohabitación de filosofía y poesía, hasta concluir en esas otras “Palabras mudas”, en ese juego de preguntas sin respuesta, de un mundo que se abisma al vacío, a la nada. Gálvez es un poeta con oficio y su poesía vital y luminosa:“Cuando / la poesía que quieres escribir está escrita en tu poema / preferido, sólo tienes que seguirla, vivir su música, su gloria de / todos, en voz baja o alta se sienta a tu lado y permanece; tras / ese rastro sereno, desde tu camino sigue el camino”.  


El oro fundido. Francisco Gálvez



EL ORO FUNDIDO

 Después de un paréntesis de nueve años, el poeta Francisco Gálvez (Córdoba, 1945) nos presenta su nueva obra “El oro fundido”, al cuidado de la prestigiosa editorial valenciana “Pre-Textos”. En esta ocasión el poeta se abisma en el expresionismo, en esa búsqueda de la oralidad que cimenta el texto de principio a fin, y dividido en nueve partes o secciones. La primera de ellas, “Argumento”, recoge el poema que da título al libro y que nos confirma el buen oficio de su autor, la calidez de la palabra y sus variadas formas expresivas, la madurez con la que el transcurso del tiempo ha dotado al poeta: “Has aprendido que el vitriolo / puede blanquear los metales / del óxido del fuego / y las cosas fundidas / heredan mayor importancia”. El argumento no podía ser otro, la observancia de lo cotidiano en la más alta cima, en su exacto valor de atesorada heredad, esa que la vida proclama cada día. Distintos y variados son los registros poéticos de Francisco Gálvez, como distinta y variada la temática contenida en este libro. Determinante y núcleo de ese expresionismo indicado con anterioridad es el poema en versículos del “Prólogo”, titulado “Tomando el sol después de comer” y en el cual memoria y palabra se amalgaman y sustentan el discurso poético: “Patio de una casa de vecinos de antes, con habitaciones / alrededor, cocina y servicios comunes (…) Con el tiempo todos se marchan a los barrios modernos / y demasiadas habitaciones para taller (…) Hoy muchas cosas han oscurecido, sobre todo gente y ruido, pero hay un / poeta invisible que lee sus primeros versos bajo los arcos”.
La descripción de lo vivido se hace luz y verbo en “Contenedores”, cuando la mirada vuelve a los orígenes y todo se sucede en el ciclo de la vida: “LA MIRADA, como la punta de un diamante rasga el pasado / y en la ventana del tiempo se mueven las imágenes”, porque ella –la mirada- busca en el paisaje (el río y sus orillas, la calle de los juegos  infantiles, el taller de los orfebres, la iglesia, la plaza del mercado, las noches de verano a las puertas de las casas…) la palabra en su esencia, como ocurre en poemas tales como “Economía” o “Dinero”, o incide en el paso del tiempo, en la cohabitación de filosofía y poesía, hasta concluir en esas otras “Palabras mudas”, en ese juego de preguntas sin respuesta, de un mundo que se abisma al vacío, a la nada. Gálvez es un poeta con oficio y su poesía vital y luminosa:“Cuando / la poesía que quieres escribir está escrita en tu poema / preferido, sólo tienes que seguirla, vivir su música, su gloria de / todos, en voz baja o alta se sienta a tu lado y permanece; tras / ese rastro sereno, desde tu camino sigue el camino”.  


La escalera o la poética del cómic. Isidoro Salvador





LA ESCALERA O LA POÉTICA DEL CÓMIC


             En esta ocasión dirigimos nuestra atención a un nuevo género, el cómic. “Cuadernos Metáfora”, publicación avalada por Isidoro Salvador, propietario de la librería del mismo nombre y narrador, comenzó su andadura a finales del año 2013. “La escalera” es el número 3 de “Cuadernos Metáfora”, y su autor el archiconocido ilustrador, músico e historietista Mauro Entrialgo (Vitoria-Gazteiz, 1965).  “La escalera” no es, aunque contiene todos los ingredientes del cómic, un cómic en sí mismo, sino toda una poética singular que nos acerca,  mediante un discurso narrativo ágil, coherente y luminoso, y unas viñetas de excelente fábrica, a un universo colmado de laberintos, de crudas realidades o de voraces sueños. Los personajes, de todo tipo, que habitan las páginas de este cuaderno no son sino el vivo reflejo de un mundo en el que “la escalera” –sus peldaños- representa la vida misma, tanto si se fracasa al bajarlos o se vence al subirlos, incluso, si se precipitan los cuerpos desde su altura y caen por el hueco de aquella, en señal de desaliento o desamparo. La vida se refleja, con sus luces y sombras, en cada uno de esos personajes, en sus acciones extremas u cotidianas, como si en ese juego de percepciones e ideas siempre amenazara la incertidumbre o el miedo a salvar la frontera, las murallas que el mismo ser humano construye cada día.


Llama la atención, por su sencillez y elegancia, su magistral manufactura en el trazo de las ilustraciones, donde el blanco y el negro se alternan de tal manera y proporcionalidad que la mirada del lector no llega a cansarse nunca. “La escalera” es una mirada al mundo interior del poeta-ilustrador, también al que fluye fuera, en otra realidad diferente y lejana, pero que vive y se reconoce en los personajes e historias de esta particular “escalera”, lugar para los sueños y fracasos, para mirar al frente o dejarse llevar por la nostalgia o la melancolía del tiempo que fue. Entrialgo maneja con brillantez la poética del cómic, y lo hace desde el conocimiento y la sinceridad, de ahí sus historietas cargadas de narcisismo o individualidad, de trampas y misterio, de magia, de intriga, de juegos de fantasía, de miedo, dudas, fracasos, dolor, amor, de crítica social u otros muchos elementos en cuestión. Mauro Entrialgo es un malabarista del dibujo o la ilustración, que desarrolla en el ámbito de las leyendas urbanas (la ciudad principio y fin en sí misma), y en su epicentro, tal vez sea el fracaso, la soledad  de los seres humanos en las grandes ciudades, semilla de marginalidad, o algo más que todo eso, quizá el abismo hacia la creación, la fantasía sin límites. 

La escalera o la poética del cómic. Isidoro Salvador





LA ESCALERA O LA POÉTICA DEL CÓMIC


             En esta ocasión dirigimos nuestra atención a un nuevo género, el cómic. “Cuadernos Metáfora”, publicación avalada por Isidoro Salvador, propietario de la librería del mismo nombre y narrador, comenzó su andadura a finales del año 2013. “La escalera” es el número 3 de “Cuadernos Metáfora”, y su autor el archiconocido ilustrador, músico e historietista Mauro Entrialgo (Vitoria-Gazteiz, 1965).  “La escalera” no es, aunque contiene todos los ingredientes del cómic, un cómic en sí mismo, sino toda una poética singular que nos acerca,  mediante un discurso narrativo ágil, coherente y luminoso, y unas viñetas de excelente fábrica, a un universo colmado de laberintos, de crudas realidades o de voraces sueños. Los personajes, de todo tipo, que habitan las páginas de este cuaderno no son sino el vivo reflejo de un mundo en el que “la escalera” –sus peldaños- representa la vida misma, tanto si se fracasa al bajarlos o se vence al subirlos, incluso, si se precipitan los cuerpos desde su altura y caen por el hueco de aquella, en señal de desaliento o desamparo. La vida se refleja, con sus luces y sombras, en cada uno de esos personajes, en sus acciones extremas u cotidianas, como si en ese juego de percepciones e ideas siempre amenazara la incertidumbre o el miedo a salvar la frontera, las murallas que el mismo ser humano construye cada día.


Llama la atención, por su sencillez y elegancia, su magistral manufactura en el trazo de las ilustraciones, donde el blanco y el negro se alternan de tal manera y proporcionalidad que la mirada del lector no llega a cansarse nunca. “La escalera” es una mirada al mundo interior del poeta-ilustrador, también al que fluye fuera, en otra realidad diferente y lejana, pero que vive y se reconoce en los personajes e historias de esta particular “escalera”, lugar para los sueños y fracasos, para mirar al frente o dejarse llevar por la nostalgia o la melancolía del tiempo que fue. Entrialgo maneja con brillantez la poética del cómic, y lo hace desde el conocimiento y la sinceridad, de ahí sus historietas cargadas de narcisismo o individualidad, de trampas y misterio, de magia, de intriga, de juegos de fantasía, de miedo, dudas, fracasos, dolor, amor, de crítica social u otros muchos elementos en cuestión. Mauro Entrialgo es un malabarista del dibujo o la ilustración, que desarrolla en el ámbito de las leyendas urbanas (la ciudad principio y fin en sí misma), y en su epicentro, tal vez sea el fracaso, la soledad  de los seres humanos en las grandes ciudades, semilla de marginalidad, o algo más que todo eso, quizá el abismo hacia la creación, la fantasía sin límites. 

La escalera o la poética del cómic. Isidoro Salvador





LA ESCALERA O LA POÉTICA DEL CÓMIC


             En esta ocasión dirigimos nuestra atención a un nuevo género, el cómic. “Cuadernos Metáfora”, publicación avalada por Isidoro Salvador, propietario de la librería del mismo nombre y narrador, comenzó su andadura a finales del año 2013. “La escalera” es el número 3 de “Cuadernos Metáfora”, y su autor el archiconocido ilustrador, músico e historietista Mauro Entrialgo (Vitoria-Gazteiz, 1965).  “La escalera” no es, aunque contiene todos los ingredientes del cómic, un cómic en sí mismo, sino toda una poética singular que nos acerca,  mediante un discurso narrativo ágil, coherente y luminoso, y unas viñetas de excelente fábrica, a un universo colmado de laberintos, de crudas realidades o de voraces sueños. Los personajes, de todo tipo, que habitan las páginas de este cuaderno no son sino el vivo reflejo de un mundo en el que “la escalera” –sus peldaños- representa la vida misma, tanto si se fracasa al bajarlos o se vence al subirlos, incluso, si se precipitan los cuerpos desde su altura y caen por el hueco de aquella, en señal de desaliento o desamparo. La vida se refleja, con sus luces y sombras, en cada uno de esos personajes, en sus acciones extremas u cotidianas, como si en ese juego de percepciones e ideas siempre amenazara la incertidumbre o el miedo a salvar la frontera, las murallas que el mismo ser humano construye cada día.


Llama la atención, por su sencillez y elegancia, su magistral manufactura en el trazo de las ilustraciones, donde el blanco y el negro se alternan de tal manera y proporcionalidad que la mirada del lector no llega a cansarse nunca. “La escalera” es una mirada al mundo interior del poeta-ilustrador, también al que fluye fuera, en otra realidad diferente y lejana, pero que vive y se reconoce en los personajes e historias de esta particular “escalera”, lugar para los sueños y fracasos, para mirar al frente o dejarse llevar por la nostalgia o la melancolía del tiempo que fue. Entrialgo maneja con brillantez la poética del cómic, y lo hace desde el conocimiento y la sinceridad, de ahí sus historietas cargadas de narcisismo o individualidad, de trampas y misterio, de magia, de intriga, de juegos de fantasía, de miedo, dudas, fracasos, dolor, amor, de crítica social u otros muchos elementos en cuestión. Mauro Entrialgo es un malabarista del dibujo o la ilustración, que desarrolla en el ámbito de las leyendas urbanas (la ciudad principio y fin en sí misma), y en su epicentro, tal vez sea el fracaso, la soledad  de los seres humanos en las grandes ciudades, semilla de marginalidad, o algo más que todo eso, quizá el abismo hacia la creación, la fantasía sin límites. 

La escalera. Maribel Cerezuela

Gritaban las escaleras:

¡oh!,¡oh!,¡oh!

¡ja, ja, ja,! ¡no subiréis!

¡Os impediré el paso!.

¡jo, jo, jo.!

La escalera se reía de mí. Se burlaba, con voz en off, asustando más allá de las paredes de la casa. Pensé en mudar las sábanas de la cama pero las limpias estaban en el piso inferior. Estiré la manta hacia atrás, y con el secador de pelo como toda ayuda les dí un poco de calor. No estaba dispuesta a bajar aquella escalera de caracol.

No. No bajaría hasta que el sol iluminara todos y cada uno de los rincones de aquella casa. Lo había visto morir con mis propios ojos sólo una hora antes.

Entre la gente, en aquél grande e inmenso escenario, cuchillo en mano, apareció tendido en el suelo.

Me desperté empapada en un sudor frío. Sólo había sido una pesadilla. Salí de la habitación, con pasos indecisos, hasta el baño más próximo. Una ducha rápida y volví al dormitorio.Aún estaban las sábanas con esa humedad del que ha pasado una gripe con fiebre alta. El espejo me daba el reflejo de un cuerpo desnudo recordándome lo que acababa de pasar.
Los aplausos aún estaban en mi cabeza. plas, plas, plas... Estaba tiritando.

Texto agregado el 07-11-2004, y leído por 84 visitantes

La escalera. Maribel Cerezuela

Las escaleras



Gritaban las escaleras:

¡oh!,¡oh!,¡oh!

¡ja, ja, ja,! ¡no subiréis!

¡Os impediré el paso!.

¡jo, jo, jo.!

La escalera se reía de mí. Se burlaba, con voz en off, asustando más allá de las paredes de la casa. Pensé en mudar las sábanas de la cama pero las limpias estaban en el piso inferior. Estiré la manta hacia atrás, y con el secador de pelo como toda ayuda les dí un poco de calor. No estaba dispuesta a bajar aquella escalera de caracol.

No. No bajaría hasta que el sol iluminara todos y cada uno de los rincones de aquella casa. Lo había visto morir con mis propios ojos sólo una hora antes.

Entre la gente, en aquél grande e inmenso escenario, cuchillo en mano, apareció tendido en el suelo.

Me desperté empapada en un sudor frío. Sólo había sido una pesadilla. Salí de la habitación, con pasos indecisos, hasta el baño más próximo. Una ducha rápida y volví al dormitorio.Aún estaban las sábanas con esa humedad del que ha pasado una gripe con fiebre alta. El espejo me daba el reflejo de un cuerpo desnudo recordándome lo que acababa de pasar.
Los aplausos aún estaban en mi cabeza. plas, plas, plas... Estaba tiritando.

Texto agregado el 07-11-2004, y leído por 84 visitantes