Castañas de Negreiroa
La
tierra de mi abuelo, enamora
Las castañas estaban buenas. Las asamos al horno. Las
recogí una a una pinchándome los dedos, por hacer ejercicio, por ahorrarme unas
pesetas, no lo sé bien. Fueron casi 10 kilos, me llevó varias horas. Yo, que no
soy campesina, acabé con las manos de obrera china. De aldeana que tiene por
bienes su casita de piedra, sus solares y su tractor viejo y rojo. Ellas jamás
tendrán manos de pianista o de modelo publicitaria. Son ásperas y arrugadas
ellas y sus uñas son negras. El jabón tendría poco efecto sobre los tatuajes
del más puro campo. Pero son ellas, las mágicas mujeres que mueven el mundo,
alimentándolo.
Peregrina Varela