La bola de nieve

La huella del mármol


           LA HUELLA DEL MÁRMOL
INSTITUTO DE ESTUDIOS ALMERIENSES



Andrés Molina Franco

  Andrés Molina Franco.

 

                      

LA BOLA DE NIEVE.

 

         No había caído tanta nieve desde aquella triste tarde del treinta y seis, las canteras blanquean todos los inviernos y algunos copos bajan empujados por la ventisca que peina las faldas de la Tetica; la luz tenue la atraviesa, amontonando la fría capa sobre los fregaderos sin terminar encima del tanto[1].

         En el Cruce, la carretera pierde la cuneta, los surcos del Comet se difuminan y los olivos atrapan en sus ramas la nívea manta, el porton del taller acumula en la rampa hojas lanceoladas del sombraje desvestido. El espectáculo natural ralentiza el trabajo, detrás de la ventana flejada el cincelista fuma lanzando el humo fuera, los perros agachados tiemblan pegados a las ascuas de un tronco ardiendo y la maceta descalza cae al agua de la cubeta, para hinchar su astil.

         Hace rato la campana dio las cinco, no se ha escuchado ninguna tómica[2] y la arriera tampoco se ha entretenido recogiendo los cestos. El hectómetro de piedra apenas deja ver su número perdido entre la cal y el hielo; cuatro críos suben por la cuesta la Cañá buscando la nieve, los guantes chorrean húmedos en sus bolsillos, cubiertos hasta las pantorrillas saltan pisando la mullida alfombra blanca; un redondel limpia el espacio de juego, en el centro una tosca bola engorda su diámetro helado, pegote a pegote.

         Un empujón balancea la figura congelada despegando la base mezclada con tierra, rueda un palmo, se desequilibra volcando a un lado, a simple vista la esfera irregular va tomando forma, la presión de los dedos apelmaza el material frio. Un crio aprovecha para subirse encima del asiento rodante, sin frenos gira cayendo al embarrado suelo entre risas de los demás, su cuerpo enclenque recibe pelotazos de nieve, reventando en estrellas.

         Apenas sobra tarde, la noche se apresura aciaga, un sopapo y una sopa caliente esperan en la cocina de la casa; durante la madrugada el regalo del cielo sigue llegando, los maderos del techo gruñen sujetando la carga, la poca pendiente de las tejas lo retienen a la espera de una pala que ayude a verterlo al callejón. La mañana hiela, la bola de nieve se endurece aún más, la carretera de asfalto y sin quitamiedos abre el camino, los empujones dibujan la redondez que agiliza su marcha y engorda la barriga.

         La curva del barrio del Carmen arranca en la puerta del taller del Maestrillo, las mujeres se asoman en las ventanas, ya no bastan cuatro chiquillos, ocho o diez la empujan; un palo de almez la apalanca y un rastrillo aparta las escallas[3]. La cuneta en el terraplén cede su nieve al gigante esférico, donde el diámetro tapa las figuras esforzadas. Desde el barrio de san Andrés los parroquianos subidos en los terraos miran el paso por la Cañada. Un camión renqueando con una fila de fregaderos se cruza, el varal la raspa desviándola al garaje de Antonio el de Martín, lejos de la fragua de Andrés, no vaya a derretirse con el calor de los punteros recién aguzados.

         La calle Larga ensancha en el Cuartel, el guardia de puertas bajo el capote y el tricornio hace la vista gorda, su bigote poblado de bello y nicotina regala una leve sonrisa de connivencia. El almuerzo deja la fiesta para la tarde, la tierra mezclada en la masa helada apelmaza la bola; junto al parterre sirve de improvisado tobogán resbaladizo acabado en barrizal. Los zapatos agrietados por el agua, auguran un resfriado de miel y manta, los adoquines de serpentina rayan la superficie acelerando la caída frenada en el callejón de Ramón el Chumbo. El tramo hasta la iglesia añade más hielo, la puerta de la Rosa atesta de canteros, un incrédulo pregunta … ¿de qué cantera es el bolo tan redondo?de la bancá blanca -se escucha desde un velador en el interior-.

         Don Manuel en la escalera de su casa parroquial, no se atreve a salir por miedo a un atropello, la misa puede esperar y siempre será mejor con el cura vivo. La barbería en hora de afeitados, convierte en apuestas el peso, cincuenta, setenta y hasta quinientas arrobas, calcula un carretero dispuesto a sacar sus bueyes para arrastrarla.

         La plaza congrega a todos los muchachos del barrio de las Latas y del Arte, por donde ha corrido la voz; la virgen del Rosario extraña el alboroto de la calle y el niño quiere bajarse del brazo para achuchar. Dos coches a ralentí esperan a que entre en la explanada la comitiva, una recepción oficial en el balcón del ayuntamiento, da la bienvenida a la visita congelada, sin banda de música ni trajes de domingo. El deambulatorio pasa hoy por la iglesia y la plaza, una escalera apoyada invita a escalar los dos metros y saltar al suelo desde su cumbre.

         El termómetro del farmacéutico no se animó a subir en toda la semana, apenas la esfera se deformó en su deshielo, un hilo de agua continua estuvo bajando por el porche de los Caños, mas de un mes, la launa quedo seca en el lugar hasta las fiestas de octubre y un borracho confundió su blancura con la luna una noche sin gas pobre que iluminase la farola, pensando que había caído el universo.

         Ahora, sonrío mirando la foto arrugada, mis manos se entumecen con solo tocarla. ¡Uf que frío!

Dr,  Carlos Ballesta


  El  Dr. Carlos Ballesta López subido en la bola de nieve, A la izquierda su padre el Dr. Francisco Ballesta, en Macael. 1959.

 Fot. Colección Familia Ballesta.


 

 


Bola de nieve. Boston 1856. Ballou's Pictorial Drawing. Room Companion. Boston, MA.

 

 



 



[1] Paralelepípedo de mármol utilizado como soporte en la elaboración de piezas.

[2] Fuerte explosión producida en la cantera en operaciones de espizarre.

[3] Fragmentos de piedra producidos en el desbaste con puntero.