Cavilando bastante, ya recuperadas todas mis dudas, decidí que lo mejor sería enviarles una botella de cristal de bohemia. Prodigio del arte de los vidrieros, donde la transparencia daría paso a la imaginación aderezada con unas gotas de rocío, de madrugada, porque es más limpia y pura. La luz, materia prima, hará sus delicias jugando con el vidrio y el agua, en un abrazo afectuoso, recompensará a mis marcianos con el arco iris más bonito que jamás hayan podido contemplar.
Aún hoy, y han pasado ya diez años, me sigo preguntando qué pasó con aquél recuerdo que tanto insistía en aparecer una y otra vez. Cristal plano de aquella lámpara del comedor que un golpe de viento había dejado caer sobre la mesa y que mis manos se atrevieron a esconder. Pasarme horas y horas girando y girando aquél vidrio resplandeciente que me reflejaba en miles de colores.
Cerré el álbum de fotos; eterno nodo de una película en blanco y negro y, con mucho mimo, giré sobre mi espalada quedándome dormida. Pero ellos, mis amigos de Marte, me dieron lo que ya no tendría que volver a pedir más. Confianza. Eso es. No estaba sola. Ver menos
maribel cerezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.