Juan Pardo Vidal

 DESMANCADOS



Puede que sea un intento de suicidio, y puede que no. Eso no lo sé yo desde aquí, no veo demasiado bien desde este ángulo. Mi persiana está bajada casi por completo, no más de veinte centímetros me permiten contemplar las botas del vecino en el alféizar de su ventana, tendría que levantarme para saber más, y el hecho en sí no me preocupa tanto como para hacerlo. No sé si mi vecino está dentro de sus botas a punto  de saltar al vacío de mi patio de luces y hacer un estropicio con las cuerdas de tender la ropa antes de matarse de rebote, o está descalzo, repantigado en el sofá de su casa viendo el Canal Plus mientras sus botas se secan en la ventana. Juega el Atlético. Entre una posibilidad y otra va una vida. Se las ve limpias, no hay restos de barro en la puntera, puede que las haya lavado. O puede que no. Puede que haya dicho mi vecino «anda y que os den por el culo», con ese tono enérgico y convencido que tienen los vecinos que se hartan y de repente, se les ilumina el cerebro y dicen «anda y que os den por el culo a todos» y se encaraman a la ventana de su patinillo y calculan, antes de  lanzarse, la forma más digna de marcharse, cómo matarse sin quedar en el suelo en un apostura indigna. Parece improbable suicidarse en mi patio de luces, hace años que nadie vive en el primero del edificio y está todo el suelo lleno de pinzas de la ropa y calcetines desparejados —mi madre diría calcetines desmancados", aunque creo que la Academia reconoce, para este significado, el término "desmanchado"—. Las pinzas de la ropa dan mucha tristeza cuando vives solo, a mí me gustan mucho las de Ikea, un solitario no tendría reparo en suicidarse lanzándose contra un suelo de colores lleno de pinzas de la ropa de plástico y de madera. Eso seguro. 
Son unas botas altas, color marrón oscuro estrella de levante de barril. Deben de llegarle, calculo yo, tres dedos por encima del  tobillo. Parecen unas botas caras, botas de escalador, aunque él se las pone diariamente para ir a la oficina. Lo sé porque cuando por la mañana coincidimos en el ascensor yo miro siempre hacia el suelo y las veo. En los ascensores soy japonés. Son esas botas, seguro. Quizás quiera ascender en su empresa, llegar a lo más alto, dirigirla y acostarse con su secretaria. Puede que mi vecino haya perdido una oportunidad de ser feliz con su secretaria, o con la secretaria de otro, y haya decidido elegir el camino contrario, el de la caída, el camino de la gravedad, saltar a ver qué pasa, aunque él ya supone lo que va a pasar, los ingenieros saben esas cosas, las han estudiado. Yo no. Yo, como no tengo ni secretaria, ni botas, no me he planteado aún el suicidio. Tomarse tres litros diarios de cerveza no creo yo que se considere un suicidio, si acaso un suicidio estético.
No voy a asomarme a la ventana, voy a llamar directamente a su puerta y si no está a punto de lanzarse al vacío le voy a preguntar que si le apetece que vea el partido con él. Me llevo dos litros de cerveza del Lidl y grasa de caballo. Yo también soy de Atleti.