Entre paréntesis.- Ignacio Sáenz
Como todos los días, llegué a la fábrica temprano. El olor añejo y su visible abandono me parecieron más evidentes esta vez, incluso, ahora que lo recuerdo, hasta me percaté que al lado de las oficinas aún quedaban los vestigios de lo que fue la casa de Don Pedro. Su hijo, el actual gerente, parece haber heredado la costumbre de no invertir en la fábrica un solo centavo. Los escalones crujieron, coloqué los papeles sobre el escritorio pensando que este lugar no mereceía llamarse oficina. Detenia en mis pensamientos, no me había percatado que, al contrario de todas las mañanas, la secretaria, haciendo gala de su amabilidad, me estaba ofreciendo un café ¿Acaso no sabía ella que desde hace dos años, ocho meses y cinco días, no tomo mas café? (...y es que el olor a café me trae tu recuerdo, fue en un café donde clebramos nuestro primer encuentro, y fue con un café que fumamos el último cigarrillo...) tal vez fui muy dura con ella, salió algo consternada, no sin antes comunicarme que todo