Sabiduría Popular. Nada nuevo bajo el sol. Ángel Simón Collado

Se nos recomienda leer fábulas, cuentos, anécdotas de la tradición culta o popular, en recopilaciones de toda época y lugar, a fin de adquirir una sabiduría práctica sobre las acechanzas del mundo, una callada suspicacia en prevención de las astucias de los hombres; pero además, añado, podemos llevarnos más de una sorpresa al tropezar con dichos, trovas, e historias que nos contaban y sabíamos desde pequeños, pero aplicados a nuestro pasado más o menos inmediato. Aquello que creíamos ocurrido en nuestros pueblos y ciudades, y nuestros abuelos habían conocido, resulta pertenecer a una tradición mostrenca común a siglos y civilizaciones alejadas. Ojeando las letras de un disco de Purcell, (1658-1695), en que se recogen composiciones bajo el título de “Canciones de taberna y de capilla”, me encontré, inesperadamente, con una de género escatológico, tan caro a la cultura popular, que venía a decir en inglés, pero con un estilo amplificado que le resta contundencia, esto que había oído recitar desde niño hablando sobre el trasero de las mujeres, con perdón de nuestro amado cincuenta por ciento:

“No hay terreno como el culo
para plantar una huerta,
tiene el estiércol seguro
y el agua en la misma puerta.”

No transcribo la composición en inglés porque es un idioma que desconozco y me armaría un lío, pero la traducción que aparece en el cuaderno del disco es ésta:

"John, el jardinero, se había comprado
un huerto rico y fértil
y alardeaba ante Joan: Terreno
tan rico para melones no existe en la faz de la tierra.
- Eso es una mentira- dijo la joven
- Conozco un sitio que supera a tu jardín-
-¿Dónde?-dijo John.
- En mi trasero, dijo Joan, todo el año hay estiércol y agua."

Y no ha sido la única. Oí contar a la generación de los abuelos, que en su pueblo, de cuyo nombre no voy a acordarme, hicieron una imagen con la madera de una higuera crecida al borde del camino y de la que un gitano cogía sus higos. Cuando ya estaba colocada en la Iglesia, el otrora usufructuario, le recitaba esta oración:

“Santo que fuiste higuera
y de tus higos comí.
Los milagros que tú hagas
que me los claven a mí.”

¿En su pueblo? Pues no. Encontré en una colección de cuentos folklóricos del Siglo de Oro el meollo de la anécdota, que en una versión de Fernán Caballero se cuenta así: ”En un pueblo quisieron tener una efigie de San Pedro y para el efecto compraron a un hortelano un ciruelo. Cuando estuvo construida la efigie y puesta en su lugar, fue el hortelano a verla, y notando lo dorado y lo pintado de su ropaje, le dijo

Gloriosísimo San Pedro,
yo te conocí ciruelo
y de tus frutos comí;
los milagros que tu hagas
que me los cuelguen a mí.”
Aunque casi idénticas,
me gusta más la de mi tío-abuelo.



Es curioso leer estos apodos, fábulas, moralejas, etc…, que , como digo, se repiten en lugares y épocas distintas de este mundo mundial; porque nos encontramos también con situaciones, comportamientos y caracteres, que nos parecen de aquí y ahora, y, sin embargo, resultan universales. Por ejemplo: volviendo a la colección mencionada, podemos leer una humorada que denuncia el abandono de los mayores en residencias, tema que nos parece tan propio de ‘esta época egoísta y desenfrenada’. Pertenece al libro de Mal Lara “Filosofía Vulgar” publicado en 1568, e ilustra el refrán: Hijo eres, padre serás: cual hiciere, tal habrás:

“…teniendo un hombre rico a su padre viejo en casa, por quitarse de la pesadumbre que sentía de cuidarlo, y también que su mujer no estaba bien con el suegro en casa, determinó que en un hospital fuese curado y que le proveerían de todo lo que fuese menester. Y así persuadió al padre que bien veía que no podía hacer menos, que se quisiese acomodar en el hospital, y así lo mandó llevar allá, y envió la cama, y con un hijo, nieto del mismo viejo, envió dos frazadas y dos almohadas. El muchacho, o movido por alguna causa secreta o por otro interés, dejó en casa de una parienta suya una de las almohadas y una frazada. Cuando el hijo, descargado del padre, fue a verlo a la cama, preguntó si le había traído el nieto las frazadas y almohadas. Declaró el viejo lo que había traído. Fue mandado llamar el muchacho y preguntándole el padre con gran enojo qué había hecho de la almohada y frazada, respondió pacíficamente:

- Guardado lo tengo-

- ¿Para qué?- dijo su padre

- Padre-respondió el hijo-, para cuando sea viejo y os mande al hospital, porque no quiero gastar mucho sobre vos-“



Y para terminar, un chiste en estado puro de la misma recopilación, extraído de “Buen aviso y portacuentos” (1564) de Timoneda:



Yendo dos señoras por la calle, la una de ellas que se decía Castañeda, soltósele un trueno bajero, a lo cual la otra dijo:

- Niña, pápate esa castaña -

Echándose de ellos por tres veces arreo, y respondiendo la otra lo mismo, volviéronse y vieron un doctor en medicina* que les venía detrás, y por saber si había habido sentimiento del negocio, dijéronle:

- Señor, ¿ha rato que nos sigue?-

Respondió:

- Desde la primera castaña, señoras”

--------------



ABSIT A IOCORUM NOSTRORUM SIMPLICITATE MALIGNUS INTERPRES

Marcial

*Nota Bene: ¿Por qué un doctor en medicina y no, por ejemplo, un periodista titulado, un abogado matrimonialista, un psicólogo con gabinete, o, el caso más desesperado, de un filólogo romanista funcionario de Hacienda Local?. Y no me digan que incurro en anacronías. A su modo, estas actividades han existido siempre. Se admite sugerencias en nuestra página güed.