Besos. Antonio Mañas




En la primavera de 1766, por Semana Santa, el pueblo de Madrid se alzó contra Carlos III en el llamado "Motín de Esquilache". Aunque la protesta iba mucho más allá, el detonante fue la nueva y estricta ordenanza que regulaba el uso de la capa y el sombrero, ideada por el Marqués de Esquilache, ministro de Su Majestad, que palmó su puesto por ella, al intentar poner un poco de orden en una sociedad bruta y pendenciera. La cosa había llegado a tal punto que era imposible andar de noche por un Madrid plagado de "caballeros" embozados en grandes capas y amplios sombreros que, amparados en el anonimato, dirimían sus cuestiones, de la clase que fueran, a base de sable y cuchillo. Se hizo pues necesario, para demostrar intenciones pacíficas, ofrecer la mano derecha en señal de que no iban armados de daga o espada. Con el tiempo, desaparecieron las espadas pero quedó la sana costumbre de darse la mano con mejor o peor voluntad y como saludo más común.


Pero no es a este tipo de saludo al que quiero referirme sino al beso; posiblemente, la forma de saludo más antigua, utilizada en casi todas las culturas y plena de significados que dependen del lugar, intensidad y cadencia con que se den.


Los romanos distinguían tres tipos de besos: el osculum, que se da en la mejilla entre amigos; el basium, en los labios; y el suavem, que se dan los amantes.


A estas alturas hemos ido mucho más lejos; besamos a los niños y a los mayores en la frente; a los amigos en la cara; a las damas la mano. Para implorar clemencia se solían besar los pies del tirano y, con veneración, a los Santos se les besa la peana. Los mafiosos condenan a muerte con un beso en la boca. También besamos en el pelo o en las palmas de las manos con ternura y el primer beso en la boca suele desatar los lazos del pudor entre enamorados dejando un recuerdo imborrable que, a la vez, sella un acuerdo tácito que en algunos casos dura toda la vida y en otros lo que dura la pasión.


Lanzamos besos en las despedidas, intentando demorar en lo posible la partida del ser amado o del amigo; también besamos la nómina que llenará nuestras arcas. Los damos en la oreja para excitar, en la espalda para sosegar, en las piernas para relajar, en la nuca para enervar y en lugares íntimos para satisfacer. Cuando niños es imposible dormir hasta que Mamá no reparte el último del día. O sea, que nos pasamos media vida besando o siendo besados.


Digo todo esto porque últimamente he recibido el beso de consuelo de un amigo que, además de sorprenderme, me llenó de satisfacción por el significado de acercamiento que tuvo y porque desde ese beso mi relación con él se ha solidificado en gran medida. Por otro lado, en unas fiestas recientes, con la sana e inocente intención de felicitarle, besé a un amigo al que creía liberal y puesto; desde entonces no me mira directamente a los ojos. Ignoro que conclusiones sacó. Puedo asegurar que solo trataba de mostrarle mi amistad de la forma más humana que conozco: dándole un osculum.


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ODA A LAS TAPAS





Delicioso manjar, pura ambrosía,


sublimación del arte culinario;


de plancha, de fritura, de cocina,


de carne, de verdura, de pescado,


en salazón, chacina o estofado,


obligada colación de cada día.


Tan fino degustar yo nunca viera


ni menú sofisticado, ni dieta


que incluyera ración tan delicada,


ten llena de intención, tan bien pensada,


ni condumio tan barato me encontrara


en el más rico mesón de carretera.


Salutífero yantar, venial pecado,


canapé sin esmoquin ni cumplidos,


de la tierra y de la mar dulce bocado,


envidia de Juan Mari y Arguiñano,


compañero ideal de buenos tragos,


admiración de foráneos y paisanos.


Tapa que no tapa pero abriga


esperanza de futuras comilonas,


y al desconsuelo estomacal rinde tributo


desde su humilde condición de aperitivo,


conviertiendo al enemigo en invitado


sin distinguir si es rico, pobre, listo o bruto.


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MOTEROS





Jinetes sin corcel, jockeys dañinos,


terroristas del descanso vespertino,


mamones endiablados que a deshoras,


cuando reposa en decúbito supino,


de sobresalto casi matan al vecino.


Mil veces maldigo al ingeniero


que inventó tamaño desatino,


al prócer que autorizó tal desafuero


poniendo en manos inexpertas


un potro de tortura tan certero.


Desde aquí os convoco a que pongáis


de inmediato solución a estos pesares,


o que caigan desde el cielo tales males


que el gripado del motor parezca poco


si al punto no arregláis tubos de escape.