otoño del año 2000. María López Visiedo

Tras el cristal empañado por la niebla
de mi propio aliento,
miraba abstraída hacia la calle.
 
La lluvia y el viento mezclados,
enturbiaron los colores grises,
claros, de nubarrones casado
con ruidosos truenos.
 
El agua invadía la calzada
de tal manera,
que no dejaba cruzar a la
gente que vivía al otro lado.
 
Mi corazón se alegraba
viviendo momentos de felicidad.
¡Por fin tenemos agua!
me dije. Y seguí gozosa,
contemplando al infinito.
 
La paz y la alegría, no vienen
por grandes hazañas,
ni por espectaculares logros
si no por la sutil mirada
contemplativa, de las cosas
pequeñas de cada día.
07.11.2000