JESÚS DE PERCEVAL. Josefina Escobar Niebla

Si subes a la segunda planta, del geométrico y metálico auditorio roquetero, te encuentras con la mirada penetrante de Perceval, un autorretrato…el pintor en su estudio, trabaja con una paleta un tanto extraña en sus manos, a los pies una gallina, unos pinceles, algo parecido a una bala de cañón…sus ojos, su contemplación, se ve a sí mismo, a través de su lienzo…este hombre tenía algo que decir, dice cosas hoy .

“La degollación de los Inocentes”, Jesús de Perceval...!Qué cuadro! (exclaman junto a mí), miro, pienso: esto es una gran obra: hay un realismo de cuerpos , de sangre de infantes, de dolor; pero aquí hay algo más, es amplio, no dejes un rincón por analizar, las fotos de reproducción no captan estos detalles. Hay un choque de civilizaciones, de imperios, la crueldad siempre es la misma, siempre fue la misma…el dolor, el sufrimiento sin paliativos, la crudeza de la degollación, la atrocidad del poder…Hay unos soportales, con unos observadores, mudos, no ciegos , pero sí ajenos al dolor, no a la imagen sangrienta, visten ropas contemporáneas al pintor, a la creación. El cielo, abriéndose con unos ángeles que quieren prestar una ayuda, que no llega, y hasta un avión cruzando por encima de la barbarie…que lección, de historia, de filosofía, de teología, existió el percevalismo en las tertulias, de café y discusión, prevaleció Jesús de Perceval entre los indalianos, otros le van a la zaga, pero este cuadro es muy fuerte, le llevó a las mismísimas puertas de la fama, de donde nunca debió moverse.