5.-El cofre de madera. Rosa Romero (27

....era un pequeño cofre de madera, olvidado desde no se sabe cuanto tiempo en un altillo del ropero de mi madre. Estaba dentro de una maleta de cartón y en medio de muchos papeles y recuerdos de esos que se compran y luego se almacenan, olvidados para siempre. Aquella maleta, de color beige, y con dos franjas más oscuras siempre me intrigó. Parecía un testigo mudo de nuestra vida diaria. Nunca imaginé que aquel cofre estaba dentro de ella, como un centinela que aguarda quien se acerque para descubrir su interior. Tardé dos días en saber su contenido. Me limitaba a mirarlo, a pasar mi pequeña manita por los dibujos incrustados, e imaginar lo que escondía en su interior. No me atrevía a abrirlo por miedo a que dentro no hubiese nada que fuera mágico, que me permitiera soñar.


Aquel cofre, podía ser, simplemente, una cajita de madera como otra cualquiera y que dentro durmieran, olvidados, botones, lápices o cualquier otro objeto anodino a los ojos de una niña con tanta fantasía como yo. Había vivido mil historias en los libros. Pero yo apenas había sido protagonista real de ninguna, ¿ y si ésta era la primera?. Temía abrirlo por si se desvanecía todo el misterio que lo envolvía y entraba a formar parte de un episodio cotidiano más y por tanto abocado a ser diluido en el recuerdo, y olvidado. Finalmente, una mañana de sábado, al despertar, supe que ese era el día. Fuí a mi escondite y lo saqué. Tenía una llave diminuta, pero con muchos dibujitos forjados en ella; la accioné sin vacilar y mis ojos se quedaron fijos en su interior. ¡¡Aquello era maravilloso!!. Me quedé así durante muchos minutos, sin moverme...¡¡no podía ser mejor!!. Era un montoncito de cartas anudadas con un hilo azul, desgastado por el tiempo.


Estaban escritas con esa tinta azul celeste de las plumas, en una letra muy cuidada y con rasgos elegantes. Me llamó la atención que eran en un idioma extraño para mí entonces. No era castellano, pero sin embargo casi entendía todo lo que decía. Hasta que me dí cuenta...¡¡era portugués!!....¡¡eran de mi abuelo!!.Estaban dirigidas a mi, su primera nieta. El corazón me palpitaba muy aprisa...¡¡a mi!!. Estaban cerradas, escritas a mi nombre, esperándome a mí. Tenían sellos de muchísimos sitios diferentes y abarcaban un periodo de tiempo muy amplio. Eran retazos de su vida que me regalaba, y lo realmente curioso es que siempre oí de él que era una persona que apenas hablaba, y menos de sí mismo, "porque se expresaba mal en castellano, quizás", según añadía siempre mi madre. Imagino que debió ser de esas personas silenciosas que tienen tanto que decir que un día comienzan a hacerlo irremediablemente. Buscan la forma de expresarse y él encontró ésta.


 El día que me escribió la primera carta, lloró, según me contaba, porque se le abrió un mundo ante el papel, antes desconocido. Me alegraré siempre de haber sido yo, sin saberlo, el hilo que le hizo expresar tantos sentimientos guardados en su interior durante tanto tiempo. ¡Por fin era protagonista de una historia como la de mis libros!, pensé en ese entonces sin ser capaz de darme cuenta de lo que tenía entre mis manos, de cuánto había escondido él en aquellas cartas. Mi abuelo era un emigrante, huido de su país, por razones políticas, al que jamás pudo volver. Soñaba a veces con hacerlo, según me escribía, pero era tanto su ansia de aprender del mundo que eso no le quitaba el sueño. Nunca lo conocí en persona, pero hasta el momento en que contacté con sus cartas, lo sentí siempre muy cerca de mí, no sabía decir por qué. Poco a poco, creo que fuí descubriendo la razón.
El vivía en el mar. Viajaba durante mucho tiempo haciendo largas travesías y en las noches de soledad, alegrías o morriña, me escribía. Era curioso, escribía a su nieta que no conocía sino en retratos, y lo hacía desde lo más profundo de su alma. Yo de él no tenía más que dos fotos. Una de cuando nació, con su madre, guapísima, y su hermano gemelo; y la otra de la boda con mi abuela. El de pié y ella sentada, para que no se notase la diferencia de estatura (a la pareja siempre les daban el mote de "quince céntimos", me contaba, por aquello de una moneda grande y otra chica...y él en esa comparación llevaba la peor parte). Me lo escribía con humor. Tu abuela , decía siempre fué una gran mujer... Efectivamente, según sé, ella era muy alta y fuerte , por dentro y por fuera, casi temida en el vecindario, con ideas claras y mucho ímpetu. Ya se sabe, esposa de marino, que saca adelante casi sola a toda la familia y aprende a solventar todo lo que se le venga encima.


Pero para mi, mi abuelo, era un día un corsario, otro un capitán de navío con dorados botones en su chaqueta, mil disfraces según la ocasión. Así hasta que realmente lo conocí a través de sus letras. Me contaba de la vida, me enseñaba cuantos golpes da y que es lo de verdad importante en ella. Hablaba siempre de aprender, de saber. Un día me contó como aprendió a leer, ya de mayor, cuando un niño de unos 8-9 años, sentado en una acera y con un trozo de periódico en la mano, iba desgajando las palabras en voz alta. Al llegar a su altura, le miró a los ojos desde el suelo, y con la cabeza levantada hacia él le dijo: - ¿Me ayudas a leerlo?- - No sé leer.- Tuvo que responder mi abuelo, y mientras regresaba a su casa, sentía que una lágrima se había quedado atascada en su garganta, al decirlo. Nunca más tuvo que pronunciar esa frase, porque puso todo su empeño en esa tarea y a medida que aprendió, más se enamoraba del saber. " Esa quiero que sea mi herencia" me decía, "que ames los libros, pero no que lo hagas a mi edad, sino desde pequeña".


  Ahora ya comprendía por qué había tantos libros para mí, en casa, siempre...¡¡me los mandaba él!!. Allí donde estuviera, compraba un libro para mí. Ahora comprendía también por qué en el colegio no sabían de qué historias les hablaba, de qué cuento o aventura; no los habían leído. Mis libros procedían de Cuba, Venezuela, Argentina, Perú... Visiones variadas para mi mundo infantil, a través de los ojos mas diversos de lejanos países. Sus cartas eran emotivas, intensas. Me hablaba con toda la ternura de que era capaz. Me describía gentes, pueblos y maneras de vivir que luego yo fuí descubriendo. No le hablaba a la niña que yo era, sino a la mujer en que me convertiría en el futuro, porque sabía que sus letras tardarían años en ser leídas por mí. Cartas cerradas, que mis deditos inquietos abrieron con emoción aquel intenso fin de semana. Me contaba de libertades, de opresiones, injusticias, alegrías, esperanzas y luchas pero siempre sin amargura.


 Era un espíritu libre y en paz, siempre supe que lo fué. Vivió como quiso y se fué casi en silencio. Todo lo que quiso decir en la vida, lo dejó escrito...para mí. Durante años he releído sus cartas, ya amarillas, y siempre encontré un matiz nuevo en ellas, una visión que no había percibido. Un mensaje imperceptible, escondido, agazapado, entre sus líneas. Su amor a las gentes, mi universidad, decía él, ha sido mi mayor tesoro durante años. Me han acompañado en cientos de viajes y aventuras reales y no ya imaginadas. Me han guiado en momentos críticos y me han ayudado a ver una perspectiva de las gentes y los pueblos que siempre le agradeceré. Hoy querría que se asomara conmigo a esta nueva aventura de fantasía porque sé que le habría gustado conocerla y acompañarme en ella.