PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ



Librería Bibabuk jueves 31 de mayo 2018 19,30
Por María Ángeles Lonardi


La literatura de Ana va de lo conocido a lo desconocido. Es capaz de recorrer lugares que no existen y de llevarnos a sitios insospechados. Y tiene además, una particularidad, convierte lo fantástico en cotidiano y descubre en lo cotidiano, la magia. Porque su literatura es vital, es aventura, es libertad, es viaje.
Un viaje hacia el otro lado del mundo o hacia ese sitio donde está tu lugar en el mundo. Un billete hacia tu nueva vida, hace de punto de partida y la maleta, tu equipaje: que sólo podrá ser máximo 23 kg. Y como un “mantra” maldito te coarta, te limita, te comprime, te ahoga…sin embargo, no renuncias a nada, ni a tu pasado. Lo quieres llevar todo. Lo único verdaderamente difícil, es saber qué merece la pena ser cargado, -como dice en la contraportada del libro-.

ANA LÓPEZ junto  MARÍA ÁNGELES LONARDI

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ



Este libro, muy pequeño, compacto, como un extracto, como un perfume caro, “comprende las historias de aquellos 23 kg que arrastré por Chile, Colombia y Uruguay para traerlos de vuelta a Sevilla”- nos dice la autora-.
Ana habla en este libro de historias y de viajes. Y viajar exige un aprendizaje. No todo el mundo se adapta, ni sabe organizarse.
A pesar de estar acostumbrados a viajar, algunos no sabemos hacerlo aun y al hacer ese “verdadero ejercicio de desapego”, vuelves a “tentarte” y vuelves a caer y a acumular cosas innecesarias; y al final, siempre tienes la sensación de que no haces bien las cosas; la sensación de que no te vas del todo, sobre todo, cuando repartes tus cosas entre familiares y amigos.
Y vuelves a desprenderte de cosas.
Quiero destacar la frase que toma el prólogo de Alfredo Zitarrosa:
No eches en la maleta lo que no vayas a usar. Son más largos los caminos pal que va cargao de más”. Y esto es una gran verdad!


En este libro están las historias de gente con la que Ana compartió el viaje, gente con la que se cruzó por el camino, la que desapareció, la que se encontró, se imaginó y la que ha tenido que buscar con sus fotos, dibujos y aportaciones, porque toda esa gente le aportó algo, porque la vida es un poco así. La vas armando de a trocitos, con lo que te dan, lo que haces, te enseñan, aprendes historias inconexas, piezas de un rompecabezas que un día se hacen mural, encajan a la perfección y luego vuelves a tu entorno a tu “normalidad” y la aerolínea te recuerda las normas: Máximo 23 KG.


Este libro es el relato de un periplo fantástico, un tanto evocador, y un poco loco, pero tan cercano que no te dejará indiferente.
Por ejemplo, nos descubre a Omar enamorado de una sirena. Luego, juega con la realidad y la fantasía para hablarnos del origen de un río que desemboca en un inmenso valle de varios kilómetros. Y el relato es como una leyenda, un cuento fantástico.


Después, muy hábilmente, es capaz de la mayor ternura cuando nos cuenta historias de zapatos, especialmente los zapatos rojos y te hace creer en fetiches expectativas para darte la puntilla en el final del relato.


La vida está llena de casualidades extrañas y de encuentros impensados, inusuales, raros con mariposas amarillas, las “Eacles imperialis” como las que abundan en Uruguay.


Y nos trae a la realidad, a la cruel realidad. Te mete el miedo en el cuerpo cuando nos habla de esa gente, que la sorprende, con la habilidad de distinguir los bombardeos o el ruido de las balas al caer.
Y nos deja bien claro que la muerte, hace mucho que dejó de ser algo personal para ser de todos, como lo es en Colombia. Y cómo es de difícil aceptar o entender que lo único que nos puede salvar, es reconstruir desde el inicio, desde el principio.


Luego nos provoca, con el sexo entre las manos y habla de una mujer que no está, que no puede verse, sino como una imagen que alcanza apenas a completar una fotografía…
También aparece una hermana, Alicia, que se refugia en una pared blanca para escapar de la locura.


Y Ana sigue de viaje. Le habla a su compañero de aventuras con mucha ternura…y se pone romántica la cosa…Y es capaz de contarnos una historia de café y tostadas, de la tristeza de no poder cambiar el destino, de la vida cotidiana, de estar en paro hace más de dos años y con casi 45 años, sin oportunidades, hilvanando una historia de esas en las que nunca pasa nada…pasa la vida y se consume en el tedio y la monotonía y de pronto, una entrevista: ¡cómo puede cambiarte la vida en un segundo!
Y en un segundo la vida puede esfumarse como la de las protagonistas de la película, en la que puedes armar la historia. Y te deja pensando…


Y te deja perplejo al rescatar una palabra, MAMIHLAPINATAPAI, de los nativos Yámanas de Tierra del Fuego. Es la palabra más concisa para describir “esa mirada” de deseo mutuo pero, es casi impronunciable!


Y en un intento de acercarnos al azul cielo aparece una mujer que habla del color de su tinte del pelo y ya no sabes qué pensar…

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ


Pero Ana sigue con los relatos, Ana sigue metiendo relatos en la maleta.
Y nos habla de la espera, frente al mar, de las raíces que se quedan en algún lugar, de ser mujer, tierra, fuego, elemento…


Y por si fuera poco, por si quedara sitio para algo más, nos deja un cuento que se titula “desromántico de tres actos”, como colofón. El Herrero y la Ninfa: son protagonistas de una bonita historia que nos trae el Viento del sur. Un viento que no puede irse, pero tampoco quedarse…como si no pudiera emprender el viaje…


Y recuerda, si quieres viajar, seguramente en la aerolínea te dirán que, de equipaje: Máximo23 Kg.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ



Librería Bibabuk jueves 31 de mayo 2018 19,30
Por María Ángeles Lonardi


La literatura de Ana va de lo conocido a lo desconocido. Es capaz de recorrer lugares que no existen y de llevarnos a sitios insospechados. Y tiene además, una particularidad, convierte lo fantástico en cotidiano y descubre en lo cotidiano, la magia. Porque su literatura es vital, es aventura, es libertad, es viaje.
Un viaje hacia el otro lado del mundo o hacia ese sitio donde está tu lugar en el mundo. Un billete hacia tu nueva vida, hace de punto de partida y la maleta, tu equipaje: que sólo podrá ser máximo 23 kg. Y como un “mantra” maldito te coarta, te limita, te comprime, te ahoga…sin embargo, no renuncias a nada, ni a tu pasado. Lo quieres llevar todo. Lo único verdaderamente difícil, es saber qué merece la pena ser cargado, -como dice en la contraportada del libro-.





Este libro, muy pequeño, compacto, como un extracto, como un perfume caro, “comprende las historias de aquellos 23 kg que arrastré por Chile, Colombia y Uruguay para traerlos de vuelta a Sevilla”- nos dice la autora-.
Ana habla en este libro de historias y de viajes. Y viajar exige un aprendizaje. No todo el mundo se adapta, ni sabe organizarse.
A pesar de estar acostumbrados a viajar, algunos no sabemos hacerlo aun y al hacer ese “verdadero ejercicio de desapego”, vuelves a “tentarte” y vuelves a caer y a acumular cosas innecesarias; y al final, siempre tienes la sensación de que no haces bien las cosas; la sensación de que no te vas del todo, sobre todo, cuando repartes tus cosas entre familiares y amigos.
Y vuelves a desprenderte de cosas.
Quiero destacar la frase que toma el prólogo de Alfredo Zitarrosa:
No eches en la maleta lo que no vayas a usar. Son más largos los caminos pal que va cargao de más”. Y esto es una gran verdad!


En este libro están las historias de gente con la que Ana compartió el viaje, gente con la que se cruzó por el camino, la que desapareció, la que se encontró, se imaginó y la que ha tenido que buscar con sus fotos, dibujos y aportaciones, porque toda esa gente le aportó algo, porque la vida es un poco así. La vas armando de a trocitos, con lo que te dan, lo que haces, te enseñan, aprendes historias inconexas, piezas de un rompecabezas que un día se hacen mural, encajan a la perfección y luego vuelves a tu entorno a tu “normalidad” y la aerolínea te recuerda las normas: Máximo 23 KG.


Este libro es el relato de un periplo fantástico, un tanto evocador, y un poco loco, pero tan cercano que no te dejará indiferente.
Por ejemplo, nos descubre a Omar enamorado de una sirena. Luego, juega con la realidad y la fantasía para hablarnos del origen de un río que desemboca en un inmenso valle de varios kilómetros. Y el relato es como una leyenda, un cuento fantástico.


Después, muy hábilmente, es capaz de la mayor ternura cuando nos cuenta historias de zapatos, especialmente los zapatos rojos y te hace creer en fetiches expectativas para darte la puntilla en el final del relato.


La vida está llena de casualidades extrañas y de encuentros impensados, inusuales, raros con mariposas amarillas, las “Eacles imperialis” como las que abundan en Uruguay.


Y nos trae a la realidad, a la cruel realidad. Te mete el miedo en el cuerpo cuando nos habla de esa gente, que la sorprende, con la habilidad de distinguir los bombardeos o el ruido de las balas al caer.
Y nos deja bien claro que la muerte, hace mucho que dejó de ser algo personal para ser de todos, como lo es en Colombia. Y cómo es de difícil aceptar o entender que lo único que nos puede salvar, es reconstruir desde el inicio, desde el principio.


Luego nos provoca, con el sexo entre las manos y habla de una mujer que no está, que no puede verse, sino como una imagen que alcanza apenas a completar una fotografía…
También aparece una hermana, Alicia, que se refugia en una pared blanca para escapar de la locura.


Y Ana sigue de viaje. Le habla a su compañero de aventuras con mucha ternura…y se pone romántica la cosa…Y es capaz de contarnos una historia de café y tostadas, de la tristeza de no poder cambiar el destino, de la vida cotidiana, de estar en paro hace más de dos años y con casi 45 años, sin oportunidades, hilvanando una historia de esas en las que nunca pasa nada…pasa la vida y se consume en el tedio y la monotonía y de pronto, una entrevista: ¡cómo puede cambiarte la vida en un segundo!
Y en un segundo la vida puede esfumarse como la de las protagonistas de la película, en la que puedes armar la historia. Y te deja pensando…


Y te deja perplejo al rescatar una palabra, MAMIHLAPINATAPAI, de los nativos Yámanas de Tierra del Fuego. Es la palabra más concisa para describir “esa mirada” de deseo mutuo pero, es casi impronunciable!


Y en un intento de acercarnos al azul cielo aparece una mujer que habla del color de su tinte del pelo y ya no sabes qué pensar…



Pero Ana sigue con los relatos, Ana sigue metiendo relatos en la maleta.
Y nos habla de la espera, frente al mar, de las raíces que se quedan en algún lugar, de ser mujer, tierra, fuego, elemento…


Y por si fuera poco, por si quedara sitio para algo más, nos deja un cuento que se titula “desromántico de tres actos”, como colofón. El Herrero y la Ninfa: son protagonistas de una bonita historia que nos trae el Viento del sur. Un viento que no puede irse, pero tampoco quedarse…como si no pudiera emprender el viaje…


Y recuerda, si quieres viajar, seguramente en la aerolínea te dirán que, de equipaje: Máximo 23 Kg.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ



Librería Bibabuk jueves 31 de mayo 2018 19,30
Por María Ángeles Lonardi


La literatura de Ana va de lo conocido a lo desconocido. Es capaz de recorrer lugares que no existen y de llevarnos a sitios insospechados. Y tiene además, una particularidad, convierte lo fantástico en cotidiano y descubre en lo cotidiano, la magia. Porque su literatura es vital, es aventura, es libertad, es viaje.
Un viaje hacia el otro lado del mundo o hacia ese sitio donde está tu lugar en el mundo. Un billete hacia tu nueva vida, hace de punto de partida y la maleta, tu equipaje: que sólo podrá ser máximo 23 kg. Y como un “mantra” maldito te coarta, te limita, te comprime, te ahoga…sin embargo, no renuncias a nada, ni a tu pasado. Lo quieres llevar todo. Lo único verdaderamente difícil, es saber qué merece la pena ser cargado, -como dice en la contraportada del libro-.

ANA LÓPEZ junto  MARÍA ÁNGELES LONARDI

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ



Este libro, muy pequeño, compacto, como un extracto, como un perfume caro, “comprende las historias de aquellos 23 kg que arrastré por Chile, Colombia y Uruguay para traerlos de vuelta a Sevilla”- nos dice la autora-.
Ana habla en este libro de historias y de viajes. Y viajar exige un aprendizaje. No todo el mundo se adapta, ni sabe organizarse.
A pesar de estar acostumbrados a viajar, algunos no sabemos hacerlo aun y al hacer ese “verdadero ejercicio de desapego”, vuelves a “tentarte” y vuelves a caer y a acumular cosas innecesarias; y al final, siempre tienes la sensación de que no haces bien las cosas; la sensación de que no te vas del todo, sobre todo, cuando repartes tus cosas entre familiares y amigos.
Y vuelves a desprenderte de cosas.
Quiero destacar la frase que toma el prólogo de Alfredo Zitarrosa:
No eches en la maleta lo que no vayas a usar. Son más largos los caminos pal que va cargao de más”. Y esto es una gran verdad!


En este libro están las historias de gente con la que Ana compartió el viaje, gente con la que se cruzó por el camino, la que desapareció, la que se encontró, se imaginó y la que ha tenido que buscar con sus fotos, dibujos y aportaciones, porque toda esa gente le aportó algo, porque la vida es un poco así. La vas armando de a trocitos, con lo que te dan, lo que haces, te enseñan, aprendes historias inconexas, piezas de un rompecabezas que un día se hacen mural, encajan a la perfección y luego vuelves a tu entorno a tu “normalidad” y la aerolínea te recuerda las normas: Máximo 23 KG.


Este libro es el relato de un periplo fantástico, un tanto evocador, y un poco loco, pero tan cercano que no te dejará indiferente.
Por ejemplo, nos descubre a Omar enamorado de una sirena. Luego, juega con la realidad y la fantasía para hablarnos del origen de un río que desemboca en un inmenso valle de varios kilómetros. Y el relato es como una leyenda, un cuento fantástico.


Después, muy hábilmente, es capaz de la mayor ternura cuando nos cuenta historias de zapatos, especialmente los zapatos rojos y te hace creer en fetiches expectativas para darte la puntilla en el final del relato.


La vida está llena de casualidades extrañas y de encuentros impensados, inusuales, raros con mariposas amarillas, las “Eacles imperialis” como las que abundan en Uruguay.


Y nos trae a la realidad, a la cruel realidad. Te mete el miedo en el cuerpo cuando nos habla de esa gente, que la sorprende, con la habilidad de distinguir los bombardeos o el ruido de las balas al caer.
Y nos deja bien claro que la muerte, hace mucho que dejó de ser algo personal para ser de todos, como lo es en Colombia. Y cómo es de difícil aceptar o entender que lo único que nos puede salvar, es reconstruir desde el inicio, desde el principio.


Luego nos provoca, con el sexo entre las manos y habla de una mujer que no está, que no puede verse, sino como una imagen que alcanza apenas a completar una fotografía…
También aparece una hermana, Alicia, que se refugia en una pared blanca para escapar de la locura.


Y Ana sigue de viaje. Le habla a su compañero de aventuras con mucha ternura…y se pone romántica la cosa…Y es capaz de contarnos una historia de café y tostadas, de la tristeza de no poder cambiar el destino, de la vida cotidiana, de estar en paro hace más de dos años y con casi 45 años, sin oportunidades, hilvanando una historia de esas en las que nunca pasa nada…pasa la vida y se consume en el tedio y la monotonía y de pronto, una entrevista: ¡cómo puede cambiarte la vida en un segundo!
Y en un segundo la vida puede esfumarse como la de las protagonistas de la película, en la que puedes armar la historia. Y te deja pensando…


Y te deja perplejo al rescatar una palabra, MAMIHLAPINATAPAI, de los nativos Yámanas de Tierra del Fuego. Es la palabra más concisa para describir “esa mirada” de deseo mutuo pero, es casi impronunciable!


Y en un intento de acercarnos al azul cielo aparece una mujer que habla del color de su tinte del pelo y ya no sabes qué pensar…

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ


Pero Ana sigue con los relatos, Ana sigue metiendo relatos en la maleta.
Y nos habla de la espera, frente al mar, de las raíces que se quedan en algún lugar, de ser mujer, tierra, fuego, elemento…


Y por si fuera poco, por si quedara sitio para algo más, nos deja un cuento que se titula “desromántico de tres actos”, como colofón. El Herrero y la Ninfa: son protagonistas de una bonita historia que nos trae el Viento del sur. Un viento que no puede irse, pero tampoco quedarse…como si no pudiera emprender el viaje…


Y recuerda, si quieres viajar, seguramente en la aerolínea te dirán que, de equipaje: Máximo23 Kg.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ



Librería Bibabuk jueves 31 de mayo 2018 19,30
Por María Ángeles Lonardi


La literatura de Ana va de lo conocido a lo desconocido. Es capaz de recorrer lugares que no existen y de llevarnos a sitios insospechados. Y tiene además, una particularidad, convierte lo fantástico en cotidiano y descubre en lo cotidiano, la magia. Porque su literatura es vital, es aventura, es libertad, es viaje.
Un viaje hacia el otro lado del mundo o hacia ese sitio donde está tu lugar en el mundo. Un billete hacia tu nueva vida, hace de punto de partida y la maleta, tu equipaje: que sólo podrá ser máximo 23 kg. Y como un “mantra” maldito te coarta, te limita, te comprime, te ahoga…sin embargo, no renuncias a nada, ni a tu pasado. Lo quieres llevar todo. Lo único verdaderamente difícil, es saber qué merece la pena ser cargado, -como dice en la contraportada del libro-.

ANA LÓPEZ junto  MARÍA ÁNGELES LONARDI

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ



Este libro, muy pequeño, compacto, como un extracto, como un perfume caro, “comprende las historias de aquellos 23 kg que arrastré por Chile, Colombia y Uruguay para traerlos de vuelta a Sevilla”- nos dice la autora-.
Ana habla en este libro de historias y de viajes. Y viajar exige un aprendizaje. No todo el mundo se adapta, ni sabe organizarse.
A pesar de estar acostumbrados a viajar, algunos no sabemos hacerlo aun y al hacer ese “verdadero ejercicio de desapego”, vuelves a “tentarte” y vuelves a caer y a acumular cosas innecesarias; y al final, siempre tienes la sensación de que no haces bien las cosas; la sensación de que no te vas del todo, sobre todo, cuando repartes tus cosas entre familiares y amigos.
Y vuelves a desprenderte de cosas.
Quiero destacar la frase que toma el prólogo de Alfredo Zitarrosa:
No eches en la maleta lo que no vayas a usar. Son más largos los caminos pal que va cargao de más”. Y esto es una gran verdad!


En este libro están las historias de gente con la que Ana compartió el viaje, gente con la que se cruzó por el camino, la que desapareció, la que se encontró, se imaginó y la que ha tenido que buscar con sus fotos, dibujos y aportaciones, porque toda esa gente le aportó algo, porque la vida es un poco así. La vas armando de a trocitos, con lo que te dan, lo que haces, te enseñan, aprendes historias inconexas, piezas de un rompecabezas que un día se hacen mural, encajan a la perfección y luego vuelves a tu entorno a tu “normalidad” y la aerolínea te recuerda las normas: Máximo 23 KG.


Este libro es el relato de un periplo fantástico, un tanto evocador, y un poco loco, pero tan cercano que no te dejará indiferente.
Por ejemplo, nos descubre a Omar enamorado de una sirena. Luego, juega con la realidad y la fantasía para hablarnos del origen de un río que desemboca en un inmenso valle de varios kilómetros. Y el relato es como una leyenda, un cuento fantástico.


Después, muy hábilmente, es capaz de la mayor ternura cuando nos cuenta historias de zapatos, especialmente los zapatos rojos y te hace creer en fetiches expectativas para darte la puntilla en el final del relato.


La vida está llena de casualidades extrañas y de encuentros impensados, inusuales, raros con mariposas amarillas, las “Eacles imperialis” como las que abundan en Uruguay.


Y nos trae a la realidad, a la cruel realidad. Te mete el miedo en el cuerpo cuando nos habla de esa gente, que la sorprende, con la habilidad de distinguir los bombardeos o el ruido de las balas al caer.
Y nos deja bien claro que la muerte, hace mucho que dejó de ser algo personal para ser de todos, como lo es en Colombia. Y cómo es de difícil aceptar o entender que lo único que nos puede salvar, es reconstruir desde el inicio, desde el principio.


Luego nos provoca, con el sexo entre las manos y habla de una mujer que no está, que no puede verse, sino como una imagen que alcanza apenas a completar una fotografía…
También aparece una hermana, Alicia, que se refugia en una pared blanca para escapar de la locura.


Y Ana sigue de viaje. Le habla a su compañero de aventuras con mucha ternura…y se pone romántica la cosa…Y es capaz de contarnos una historia de café y tostadas, de la tristeza de no poder cambiar el destino, de la vida cotidiana, de estar en paro hace más de dos años y con casi 45 años, sin oportunidades, hilvanando una historia de esas en las que nunca pasa nada…pasa la vida y se consume en el tedio y la monotonía y de pronto, una entrevista: ¡cómo puede cambiarte la vida en un segundo!
Y en un segundo la vida puede esfumarse como la de las protagonistas de la película, en la que puedes armar la historia. Y te deja pensando…


Y te deja perplejo al rescatar una palabra, MAMIHLAPINATAPAI, de los nativos Yámanas de Tierra del Fuego. Es la palabra más concisa para describir “esa mirada” de deseo mutuo pero, es casi impronunciable!


Y en un intento de acercarnos al azul cielo aparece una mujer que habla del color de su tinte del pelo y ya no sabes qué pensar…

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MAX. 23 KG. DE ANA LÓPEZ


Pero Ana sigue con los relatos, Ana sigue metiendo relatos en la maleta.
Y nos habla de la espera, frente al mar, de las raíces que se quedan en algún lugar, de ser mujer, tierra, fuego, elemento…


Y por si fuera poco, por si quedara sitio para algo más, nos deja un cuento que se titula “desromántico de tres actos”, como colofón. El Herrero y la Ninfa: son protagonistas de una bonita historia que nos trae el Viento del sur. Un viento que no puede irse, pero tampoco quedarse…como si no pudiera emprender el viaje…


Y recuerda, si quieres viajar, seguramente en la aerolínea te dirán que, de equipaje: Máximo23 Kg.

Luz de tus ojos

Ángel Molina Paredes




Luz de tus ojos



El tiempo
Luz 
De tus ojos
Pasa
Gota a gota
Se deposita
Haciendo costra
Grano a grano
Desierto perpetuo
Se extiende
Palmo a palmo
Piel inerte
De tus versos
Besos
Mi presente 
Silencio
Escribe
En tu mano
Líneas futuras
De tu pasado

Luz de tus ojos



El tiempo
Luz 
De tus ojos
Pasa
Gota a gota
Se deposita
Haciendo costra
Grano a grano
Desierto perpetuo
Se extiende
Palmo a palmo
Piel inerte
De tus versos
Besos
Mi presente 
Silencio
Escribe
En tu mano
Líneas futuras
De tu pasado

Luz de tus ojos

Ángel Molina Paredes




Luz de tus ojos



El tiempo
Luz 
De tus ojos
Pasa
Gota a gota
Se deposita
Haciendo costra
Grano a grano
Desierto perpetuo
Se extiende
Palmo a palmo
Piel inerte
De tus versos
Besos
Mi presente 
Silencio
Escribe
En tu mano
Líneas futuras
De tu pasado

Luz de tus ojos



El tiempo
Luz 
De tus ojos
Pasa
Gota a gota
Se deposita
Haciendo costra
Grano a grano
Desierto perpetuo
Se extiende
Palmo a palmo
Piel inerte
De tus versos
Besos
Mi presente 
Silencio
Escribe
En tu mano
Líneas futuras
De tu pasado

José Ramón Cantalejo Testa.

EL RAPTO DE PROSERPINA
Grabado de M. Navarro de Vera para la Exposición de Bellas Artes de Almería. Agosto 1900

ALMERÍA: Pliegos Bibliofílicos

NOTA SOBRE FRANCISCO DE FARÍA Y EL IMPRESOR DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE:

“ RAPTO DE PROSERPINA” Por José Ramón CANTALEJO TESTA.

El admirado editor y polígrafo almeriense Juan Grima Cervantes en un interesante opúsculo que transcribe el pregón que leyó en los Aljibes Árabes de Almería el día 27 de marzo de 2003 ,con ocasión de la inauguración de la XXI Feria del libro antiguo y de ocasión de Almería, editado por Luis Alcaide en el ámbito de “ALOA”, nos ilustra sobre los libros mas antiguos que podemos considerar Almeriensistas.

Entre las diversas obras y autores que tan acertadamente se nos presentan aparece el Doctor Don Francisco de Faría (Granada 1526), primer autor que destaca desde Almería, de la que fue doctoral.

En su trabajo , el profesor Grima nos da a conocer, como novedad bibliográfica almeriensista, su descubrimiento de una desconocida obra menor sobre derechos eclesiásticos, sin lugar de impresión ni data titulada:

“...Sobre el canonicato de la … Iglesia de Málaga, con el maestro Antonio López Negral y el cabildo de la dicha santa Iglesia”.

Según nos dice el Padre Tapia en su magna obra “Almería Hombre a Hombre”, Francisco de Faría falleció en 1616 en Almería , siendo ensalzado en su tiempo por Miguel de Cervantes y Lope de Vega.

La obra mas conocida de Faría es la traducción y adaptación de la obra “Rapto de Proserpina”, de Cayo Lucio Claudiano, impresa en Madrid en 1608 por Alonso Martín a expensas de Juan Berrillo, mercader de libros.

Desde 1608 la obra no volvió a ver la luz hasta que se reeditó en 1806.

Sirva la presente nota para confrontar la noticia que nos ofrece Juan Grima sobre el impresor de la segunda edición de la que nos dice :

“De este libro conocemos algunas ediciones posteriores del siglo XIX, como la del año 1806 (Madrid, Imprenta Sancha)”.

Disponemos de una edición de dicho año (1806) , en octavo , encuadernado en pasta española con tejuelo en el que figura como impresor:

“Madrid. Por REPULLÉS, frente a la Merced. 1806” .

Cabe la posibilidad de que existan dos ediciones impresas en el mismo año (1806), lo que no dejaría de ser una curiosidad bibliofílica tras doscientos años de olvido (1608-1808).

José Ramón Cantalejo Testa.

EL RAPTO DE PROSERPINA
Grabado de M. Navarro de Vera para la Exposición de Bellas Artes de Almería. Agosto 1900

ALMERÍA: Pliegos Bibliofílicos

NOTA SOBRE FRANCISCO DE FARÍA Y EL IMPRESOR DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE:

“ RAPTO DE PROSERPINA” Por José Ramón CANTALEJO TESTA.

El admirado editor y polígrafo almeriense Juan Grima Cervantes en un interesante opúsculo que transcribe el pregón que leyó en los Aljibes Árabes de Almería el día 27 de marzo de 2003 ,con ocasión de la inauguración de la XXI Feria del libro antiguo y de ocasión de Almería, editado por Luis Alcaide en el ámbito de “ALOA”, nos ilustra sobre los libros mas antiguos que podemos considerar Almeriensistas.

Entre las diversas obras y autores que tan acertadamente se nos presentan aparece el Doctor Don Francisco de Faría (Granada 1526), primer autor que destaca desde Almería, de la que fue doctoral.

En su trabajo , el profesor Grima nos da a conocer, como novedad bibliográfica almeriensista, su descubrimiento de una desconocida obra menor sobre derechos eclesiásticos, sin lugar de impresión ni data titulada:

“...Sobre el canonicato de la … Iglesia de Málaga, con el maestro Antonio López Negral y el cabildo de la dicha santa Iglesia”.

Según nos dice el Padre Tapia en su magna obra “Almería Hombre a Hombre”, Francisco de Faría falleció en 1616 en Almería , siendo ensalzado en su tiempo por Miguel de Cervantes y Lope de Vega.

La obra mas conocida de Faría es la traducción y adaptación de la obra “Rapto de Proserpina”, de Cayo Lucio Claudiano, impresa en Madrid en 1608 por Alonso Martín a expensas de Juan Berrillo, mercader de libros.

Desde 1608 la obra no volvió a ver la luz hasta que se reeditó en 1806.

Sirva la presente nota para confrontar la noticia que nos ofrece Juan Grima sobre el impresor de la segunda edición de la que nos dice :

“De este libro conocemos algunas ediciones posteriores del siglo XIX, como la del año 1806 (Madrid, Imprenta Sancha)”.

Disponemos de una edición de dicho año (1806) , en octavo , encuadernado en pasta española con tejuelo en el que figura como impresor:

“Madrid. Por REPULLÉS, frente a la Merced. 1806” .

Cabe la posibilidad de que existan dos ediciones impresas en el mismo año (1806), lo que no dejaría de ser una curiosidad bibliofílica tras doscientos años de olvido (1608-1808).

EL DISCRETO ENCANTO DE LA LLUVIA TORRENCIA.

autor: Joseph Einbund

Yo aguardaba al bus que me llevara a mi trabajo a la zona de carga y descarga donde debía poner a prueba cada día mi musculatura transportando heladeras pianos y otras chucherías cuando vi que se abría la puerta trasera de un bus que no me servía y salía despedido igual que una basura el cuerpo medio desnudo de una mujer como si eso fuera nada más que una rutina aprecié rápidamente la calidad del artículo y las condiciones en que se hallaba la puerta se volvió a cerrar y el bus continuó su furioso camino seguro que a cumplir su servicio de descargar gente con aún mayor celeridad y eficiencia si cabía no había más nadie a la vista así que corrí a prestarle mi ayuda lo primero que pude apreciar fue su culo y segundo que ese culo o estaba pidiendo guerra o si no me equivocaba había acabado de ganar una batalla ya que estaba todo humedecido por una sustancia que yo conocía muy bien pero que no era la mía tomando en cuenta previamente todas esas consideraciones comprendí que la calle era un lugar peligroso para andar inspeccionando artefactos culinarios por mas útiles que sean así que la ayudé a levantarse y pude apreciar inspeccionando con el tacto cosas que me llamaron poderosamente la atención que si bien se había escrachado el trasero por supuesto que yo tengo mis preferencias todavía estaba en buenas condiciones de uso y debió agarrarse como pudo de mis bolas debido a que sus piernas aun estaban flojas mientras yo la arrastraba como podía por el sobaco y las tremendas tetas hasta el banco era deplorable el estado en que había quedado la cremallera reventada y el culo también con la caída como dije no había mas nadie así que únicamente yo pude apreciar ese tremendo culo refrescándose como yegua que levanta la cola por supuesto para ayudarla debía alzarla por el sobaco pero debido a su precario desorden de vestimenta desplazada por la caída estaba medio desnuda así que al incierto equilibrio de su andar se unió ese golpe que me impedía agarrarla por el sobaco y lo único que encontré fue su teta como ubre de vaca que encontré suficientemente firme y que podía servir al caso en vez de quejarse me lo agradeció y entonces se puso a llover torrencialmente no era aquí pues momento para no compartir y al verla temblando comprendí que había llegado la hora con tan mala suerte que me sentí en la obligación de cubrirle el trasero subiéndole la cremallera, pero ella se había roto(la cremallera) y su culo debió continuar en flor observando la lluvia caer a todo esto ya mi polla había cruzado los cuarenta y cinco grados longitud sur o las nueve y cuarenta y cinco del meridiano de Greenwich con lo que únicamente buscaba hacerse útil reclamando una acción inmediata que le permitiera cumplir con su deber la lluvia arreciaba cada vez más y yo también con lo que considerando la idea la hora el día y la oportunidad dado el caso de la escasa visibilidad el escaso transito y la improbabilidad de que la lluvia cesara con lo cual la mujer de este relato estaba mojándose inútilmente su ropa y su trasero era una picardía que no se la levantara lo suficiente como para que mi cada vez mas quejosa polla no tuviera mas libertad de acción y así mientras yo me preocupaba de su falda ella lo hacía de mi pantalón por el motivo de que esta era la peor hora para preocuparse de perder el autobús de las cuatro ya que difícilmente vendría ante este difícil dilema las cosas se resolvieron satisfactoriamente sin embargo ya que al liberarse mi polla de su encierro causo una profunda y apreciativa admiración con lo cual se dió orden inmediata de despejar la zona aledaña que pudiera perturbar el paso de la polla en el cumplimiento de su misión y así la polla y el coño bendito terminaron de lo mas amigos y los dueños de ellas las besaron y babosearon abundantemente ante la felicidad del público que se congrego para ver el espectáculo pues la lluvia había cesado hace rato y cuando el bus se detuvo agarre mis pantalones corrí con el mar de gente y tuve suerte de entrar en cambio la mujer del culo se cruzó con la puerta cerrada en el momento oportuno con lo que se comprobó que no había leído su horóscopo de hoy no debía intentar de subir a un bus así que se descalabro repetitivamente hasta que pude comprobar apenas desde mi esforzada curiosidad que había derribado a un par de piernas fornidas de un alma caritativa que seguramente conocía este relato y le tocaba continuarlo..

AUTOR: JOSEPH EINBUND
publicado en LA VOZ DE LA COMETA. TU VOZ EN INTERNET

La partera. Pablo A. Bugallo

La réplica de los best-sellers de sopa de ajo a que nos tienen acostumbrados las editoriales





Los ojos, cerrados casi del todo por el peso del tiempo, lo escrutaron con presteza y profesionalidad en busca de deformidades. El llanto claro y estridente era un buen presagio, pero siempre convenía cerciorarse: más comadres habían muerto en la hoguera, por brujas y hechiceras, que por cualquier otra causa, incluidas las plagas que regularmente diezmaban las poblaciones de los reinos de Europa.



La vieja partera luego posó a la criatura en el suelo, entre sus piernas, sobre un lecho de paja seca cubierto con su mejor paño, tres codos de un tejido suave como el melocotón en cuyo rojo carmesí parecía ahora flotar el cuerpecito indefenso. Se lo quedó mirando como quien ve una aparición. Durante unos segundos, aquel llanto impregnado de rojo, el color de la sangre, le desgarró el alma en mil jirones. Los ojos, antaño manantiales generosos, le dolían como si unas manos invisibles se los estuvieran estrujando.


Le asaltaron la memoria, mezclados con un torbellino de recuerdos atropellados, otros gritos mucho más desgarradores: el que profirió su madre instantes antes de morir asfixiada, cuando las llamas empezaron a lamerle los pies con sus obscenas lenguas de fuego, y el llanto inconsolable del pequeñín de la enorme mancha en la frente que sostenía entre los brazos, cruzados y atados a la espalda. La chiquilla que entonces era lo había presenciado todo desde lejos, encaramada en lo alto de un carro de heno que algún labriego había abandonado para asistir a la ejecución. La ramera que la había acusado, la más conspicua pecadora cuyo parto ella y su madre habían asistido, encabezaba aquella manifestación de odio y miedo, en primera fila, ora escupiendo ora vociferendo, sin freno, como una verdadera posesa, azuzando a la muchedumbre enloquecida, convertida ella misma en llama purificadora; la turba, en inmensa hoguera donde ardían su madre y el pequeño diablo.


La curiosidad que la había impulsado a dejar la seguridad del bosque cercano, de donde no debía salir hasta que su madre fuera a por ella, había ido dando paso, poco a poco, a medida que iban caldeándose más y más los ánimos, al miedo más cerval, ese miedo que en situaciones extremas o bien te deja paralizado o bien te abre los ojos. La primera reacción de la niña fue ponerse a desgranar cuanta letanía su madre le había enseñado, implorando al cielo que apagara aquel infierno, esperando que de un momento a otro, en respuesta a sus súplicas, el cielo se abriera de cuajo y salieran de él ángeles, y los ángeles anunciaran con voz poderosa que aquella mujer no era una bruja, sino una piadosa sierva del Señor. En esto estaba -sus ojos dudando hacia dónde mirar, si hacia el cielo o el infierno- cuando recordó que su madre decía que era un grave pecado de soberbia pedirle al Señor que se manifestara. Tuvo que apretar los labios con fuerza para ahogar sus súplicas y, con el corazón en un puño, temerosa y a la vez esperanzada, alzó por última vez la vista para mirar el cielo: ni un rasguño que mancillara el azul impoluto, sólo alguna nubecilla aislada pastando con parsimoniosa mansedumbre.


Completamente desvalida, traspasada de miedo y odio, se arrebujó en la oquedad que instintivamente había ido abriendo en el heno y se quedó dormida. Y soñó que las nubecillas del cielo daban a luz miles de nubecillas y que estas nubecillas nacían preñadas y que éstas parían otras tantas nubecillas y que, luego de cubrir el cielo todo, las nubecillas se convertían en nubarrones y que el día era noche y que Dios lanzaba todos sus meteoros sobre aquellos impíos y que se desataba una tormenta como nunca había habido antes y que arreciaba la lluvia y que un viento huracanado hacía volar todo por los aires y que el trueno y el relámpago eran la voz y la luz de Dios... Mientras soñaba, sus ojos quisieron ser tormenta y lloraron todo cuanto tenían reservado para una larga vida, y su sangre, viendo que los ojos se secaban por apagar aquel fuego, pidió a su cuerpo que la dejara fluir hasta que no quedara una sola gota. Así, cuando despertó, la niña creyó que el sueño no había sido sueño, pues sus lágrimas se habían mezclado con su sangre empapando completamente el lecho. No supo lo que realmente había pasado hasta que reunió el valor para asomar la cabecita por encima de la carga de heno. Bastó con que buscara el origen de los hilillos de humo que ascendían dibujando filigranas en el aire para que el horror de lo que había sucedido la golpeara con todas sus fuerzas y le arrancara del pecho la palabra que la ahogaba: "¡Mamáaa...!"


El instinto de supervivencia, débil hasta el día en que su madre la llevó al bosque, contrarrestó el lacerante dolor y, agarrándola con fuerza por pies y manos, la obligó a agazaparse antes de que le diera tiempo siquiera a tener un pensamiento. Estos los tuvo después, atropellados y a cual más terrorífico. Encogida sobre sí, aterido el cuerpo por el frío intenso que le producía el miedo, volvió a ver el rostro familiar de la mujer con que había cruzado una mirada. Estaba allí mismo; ahora sí que sentía su presencia: apoyada en el carro, respirando con dificultad. Había denunciado a su madre y ahora la delataría a ella. Quiso levantarse, saltar sobre ella, sacarle los ojos, echarle mil maldiciones, pero el miedo que la tenía paralizada no era de los que sueltan fácilmente una presa, de suerte que no consiguió sino sumar una nueva humillación a la derrota; se le soltó el vientre y se le abrieron las entrañas, convirtiendo el lecho de paja en una cloaca cuya pestilencia rivalizaba con el hedor de los vómitos de los borrachos y los efluvios mefíticos de la carne humana abrasada. No podía quitarse de la cabeza lo que el puñado de campesinos que había visto en la plaza podrían llegar a hacerle si descubrieran su presencia; peor aún que la hoguera. Había oído historias. Su mente infantil, a punto ya de saltar en mil pedazos, se lanzó a forjar lo que habría de ser la definitiva oleada de terror.


Los hombres, que ya no eran hombres, aullaban enloquecidos a su alrededor. Unos pocos, a quienes los otros parecían tener miedo, habían hincado las rodillas en el heno, entre la mierda y la sangre, y le llenaban el cuerpecito desnudo de regueros de babas. A los más débiles, o a los más borrachos, los oía luchar entre ellos por encaramarse a alguna de las paredes. Uno que tenía los ojos en blanco y que babeaba más que los otros y que se había bajado los pantalones hasta los tobillos trastabilló y se cayó desde lo alto del carro, rompiéndose al parecer el cuello. La niña aprovechó el desconcierto para abrir los ojos y buscar a su mamá entre las estrellas del cielo. No le dio tiempo a encontrarla; pronto tuvo otra vez ante sí las fauces podridas de las bestias que la rodeaban. Aquello las había enfurecido. Cerró los ojos y, de repente, cuando ya sentía cómo se abalanzaban sobre ella, una voz salida de ninguna parte la arrancó de aquella angustiosa pesadilla. "Niña," dijo la voz, "no temas, nadie va a hacerte más daño." Al principio, pensó que había muerto y que era un ángel quien le hablaba; después, con un estremecimiento, se acordó de la mujer que la había delatado. "Lo siento, pequeña," siguió la mujer con una voz que de temblorosa se convirtió en abierto sollozo, "la vida ajena vale menos que la propia." La mujer, luego, lanzó una bolsa de monedas, que fue a caer tintineando junto a su cabecita, y desapareció de su vida para siempre. Entonces, como ahora, quiso llorar y los ojos también le dolieron como si unas manos invisibles se los estuvieran estrujando.



Dos lágrimas diminutas, dos ínfimas gotitas de rocío, asomaron despacio y se le quedaron allí prendidas, como dos luceros, hasta que se dio cuenta de que algo marchaba mal, es decir durante el tiempo que dura un parpadeo. Y se olvidó de la niña que había sido y hasta de ella misma. En el rostro abotargado de la dama asomaba todavía un rictus de dolor que debiera haber desaparecido tras el parto; aquello era un mal presagio: si, como temía, la niña le había desgarrado el vientre, el dolor y el cansancio la matarían en pocas horas, las que tardase en perder todos los fluidos corporales. Poco podía hacerse en casos así, aparte, naturalmente, de taponar la salida con un emplasto de harina de linaza mezclada con hierbas medicinales, de rezar una oración a Santa Gema y de esperar a que uno u otro remedio, o incluso la combinación de ambos, surtiera efecto, por este riguroso orden. Vio desfilar y esfumarse ante sí la marmita que humeaba en la cocina y el haz de leña que uno de los criados le había preparado y la moneda de plata con que esperaba que el señor recompensara sus desvelos. Los nobles, normalmente generosos cuando las cosas iban bien, se volvían terriblemente violentos y avaros al menor percance. Por suerte, además de todo lo necesario, llevaba siempre consigo una astilla de la cruz donde Nuestro Señor había sido crucificado. Sentir el lujoso relicario sobre la piel, debajo de varias capas de tela basta, le infundió nuevas esperanzas, las cuales se materializaron en un pensamiento de tan breve existencia que ni tiempo le dio a percatarse de que lo había pensado; no podía haberla salvado de la tortura y de la hoguera para dejarla morir ahora de hambre y de frío.



Instintivamente, sacó un mortero grande de una bolsa que llevaba colgada en bandolera y se puso a preparar la mezcla, ora machacando esto, ora añadiendo agua tibia de un caldero, ora espolvoreando aquello. Para cuando hubo terminado, un aluvión de nuevos recuerdos, algunos extremadamente gratos, como el viaje a Tierra Santa en que había acompañado a su esposo, un judío converso con quien se ensañaría luego la Inquisición, le habían anegado la mente de tal modo que no había espacio en ella para nada más, ni tan siquiera para el berrinche que la niña había cogido al palmearle el trasero. Aún así, el ensimismamiento no le impidió seguir con lo elaboración del mejunje salvador, ni afectó tampoco a la economía de movimientos que da la práctica prolongada de una disciplina. Ya casi había acabado de levantar el muro entre las piernas de la mujer cuando se le vino encima con gran aparatosidad y se encontró inopinadamente con otra criatura entre las manos, dentro del cuenco de madera que usaba a modo de mortero, flotando entre los restos de lo que parecía un naufragio. Por un momento, antes de que el susto barriera las últimas brumas que le nublaban el entendimiento, pensó que la primera niña, que ahora lloriqueaba si cabe con más fuerza, se le había vuelto a meter en un descuido dentro del cuerpo de la madre.

Con ésta fueron necesarias varias palmaditas, alguna de ellas en la espalda, para que el dolor que uno siente al nacer le saliera todo para afuera. Al oírla por primera vez, su hermanita pareció enmudecer un momento, para lanzarse enseguida a reclamar su sitio en el mundo con nuevos bríos, como temiendo que la recién llegada pretendiera arrebatárselo; y ésta tampoco le iba a la zaga, sobre todo después de que la partera la sumergiera en el barreño para limpiarla. Y para cuando el eco de la llantina, que había ido pasando poco a poco de una estancia a otra, resonó en toda la mansión, la madre había recuperado parcialmente la belleza y la compostura habituales en ella; el resuello, no tanto.



Aliviada por el milagroso desenlace, la anciana se llevó una mano al pecho, a la altura del relicario -la otra la tenía ocupada sujetando al bebé por los pies, justo encima del caldero de agua, como escurriéndolo- y elevó al cielo una apresurada plegaria de agradecimiento. Después, confiada totalmente del poder y magnanimidad del Señor, se saltó el rutinario trámite de la inspección ocular y la posó junto a la otra, como para que fueran acostumbrándose a las estrecheces a que lleva la rivalidad. Al verlas pegadas por el costado, no pudo por menos de admirarse de lo igualitas que eran y preguntarse si también lo serían sus vidas. Aún no había advertido la mancha negruzca que le cubría la rodillita. Cuando por fin cayó en la cuenta -al principio la había tomado por la sombra de un pliegue de su faldón-, el sobresalto fue mayúsculo; el respingo, tan brusco y violento que a punto estuvo de caerse de espaldas contra el suelo. Miró a la condesa y vio que dormía plácidamente, ajena a la desgracia que por salvarla a ella ahora se cernía sobre todos ellos. "Entiendo, Señor," dijo para sí. "La hija a cambio de la madre." Tuvo una revelación: el Señor, complacido de la abnegación de su sierva y apiadado de las dudas que le habían remordido la conciencia hasta más allá de lo que podía recordar, había realizado aquel prodigio para que supiera, ahora que la hora definitiva estaba próxima, que había obrado con rectitud. La perspectiva de la hoguera no la hubiera espoleado tanto como la certeza que ahora tenía de que Dios mismo había guiado siempre su brazo.



Agarró a la pequeña por los pies y, suspendiéndola sobre el barreño de agua donde la había lavado, empezó a recitar las palabras rituales: "La sierva de Dios, María -siempre utilizaba los mismos nombres: María para las niñas y Jesús para los niños-, es bautizada en el nombre...". Y mientras invocaba a cada persona de la Santísima Trinidad, la sumergía en el agua y la sacaba de ella, con tanto fervor que no reparó en que la condesa se había despertado cuando iba por el "Hijo", probablemente a causa de los alaridos que daba la pequeña cada vez que salía del agua. Medio adormilada todavía, la condesa no supo lo que estaba sucediendo hasta que no vio que la anciana -después de un beso en la cabecita y un "lo siento, pequeña"- la metía en el caldero una cuarta vez y no la sacaba. Intentó levantarse para detenerla y cayó al suelo, donde, sacando fuerzas de flaquezas, se puso a llamar al conde a voz en grito.



Sin soltar al bebé, la partera, que sabía que el conde había salido de caza y que los criados no se atreverían a entrar en la alcoba de su señora en momentos así, trató de calmarla hablándole con suavidad y explicándole lo sucedido. La impresión había sido muy fuerte y le costaría más que de costumbre, pero no perdió la calma: su experiencia le decía que todas, nobles y plebeyas, acababan finalmente aviniéndose a razones. Y así probablemente habría sido también en esta ocasión si el conde, siguiendo las costumbres de la época, no hubiera abandonado la partida de caza precipitadamente al saber, por boca de un mozo de cuadras enviado por su esposa, que los dolores del parto habían comenzado. Pero es que, además, quiso el destino que llegara en el momento justo en que su esposa lo llamaba y que él la oyera y que supiera descifrar el sentido verdadero que se escondía tras la acuciante llamada: "¡¡Adolfo!!" Una jauría de lobos no le hubiera espoleado tanto; en un santiamén subió las escaleras e irrumpió en la alcoba, cuya puerta hubo de derribar con la ayuda de los criados que se arremolinaban delante. Se plantó luego en medio de la sala, con la espada desenfundada y mirando en derredor suyo, bastante confuso por el silencio sepulcral que de repente se hizo, sólo roto esporádicamente por el bisbiseo con que la partera se encomendaba al Señor. Vio a la esposa tendida en el suelo, con el rostro desencajado, gritándole palabras que no acaban de salirle de la garganta; vio también a la partera, con las manos cruzadas sobre el pecho, hablando para sí sin apenas despegar los labios; vio, entre las piernas de la vieja, un bebé que parecía la viva imagen de su esposa; vio el barreño en que los criados le traían el agua para asearse; vio que estaba lleno; vio un cuerpecito azulado flotando... Se fue hacia ella y le hundió la espada en el corazón: "¡Muere... Bruja!"



.- publicado en la revista "La voz de la cometa. Tu voz en Internet"